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Los esfuerzos por establecer un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) y una nueva división internacional del trabajo no han logrado atenuar las relaciones de dependencia económica, financiera, tecnológica y cultural de los países en desarrollo respecto de las naciones industrializadas. El auge del capital financiero ha restringido aún más la capacidad y el derecho de los países deudores de decidir sobre sus propios destinos. Al respecto, las políticas de ajuste impuestas por el Fondo Monetario Internacional a los gobiernos de los países latinoamericanos que solicitan créditos para pagar los desorbitantes servicios de sus deudas reflejan el poder de la banca privada internacional para mermar la soberanía de los países pobres.
Las pautas de consumo que el mundo rico exporta e impone al mundo en desarrollo someten a este último a relaciones de intercambio que agudizan su dependencia, perpetúan sus desequilibrios internos y amenazan su identidad cultural. Son los países industrializados los que controlan la producción y la comercialización de los insumos y productos de las tecnologías de punta y de gran parte de la producción industrial. Son también estos países los que difunden el criterio de que tales tecnologías y productos son imprescindibles y preferibles para cualquier sociedad que aspire a incrementar el bienestar de sus miembros.
La dependencia en materia de pautas de consumo, que desde los propios países en desarrollo es alentada por los grupos de poder económico que se benefician con la comercialización correspondiente, ha aportado de modo significativo al monto de las deudas externas de países latinoamericanos. Según estimaciones del economista Jacobo Schatan, entre 1978 y 1981 se se produjo en México un monto de importaciones prescindibles que ascendió a catorce mil millones de dólares, cifra que alcanzó diez mil millones de dólares para Brasil y cinco mil millones de dólares para Chile. En términos per cápita, en Brasil las importaciones suntuarias significaron sesenta y nueve dólares, en México doscientos, mientras en Chile fueron de quinientos trece dólares. La India, en cambio, muestra una importación de bienes suntuarios de sólo cinco dólares per cápita y no es casualidad que su nivel de deuda externa sea tan inferior al de los países de América Latina.
Romper con modelos imitativos de consumo no sólo conjura la dependencia cultural, sino que hace posible, además, un uso más eficiente de los recursos generados en la periferia. Reduce, también, el impacto negativo de las políticas proteccionistas que los países industrializados impulsan en defensa de sus productos. Las relaciones de dependencia se imbrican y refuerzan entre sí. No pueden considerarse aisladamente los diversos ámbitos de dependencia (económico, financiero, tecnológico, cultural y político), pues la fuerza de cada uno de ellos radica en el apoyo que recibe de los ámbitos restantes.
Es en razón de estas múltiples dependencias, que las mismas inhiben un
desarrollo hacia la autodependencia y la satisfacción de las
necesidades humanas. La satisfacción de necesidades tales como
subsistencia, protección, participación, creación, identidad y
libertad se ve inhibida por las exigencias que, de manera explícita o
soterrada, los centros internacionales del poder hacen en cuestión de
modelos políticos, pautas de crecimiento económico, patrones
culturales, incorporación de tecnologías, opciones de consumo,
relaciones de intercambio y formas de resolver los conflictos
sociales. La aceptación de tales exigencias no solo se nutre de las
dependencias, sino que además las refuerza. Nos encontramos, pues,
ante un círculo vicioso dentro del cual poco o nada puede avanzarse en
la satisfacción de las necesidades más vitales de las grandes masas de
los países en desarrollo. Bajo tales condiciones sería más fiel a los
hechos hablar de países del anti-desarrollo
que de países en
vías de desarrollo.
El problema político del Desarrollo a Escala Humana no puede entonces plantearse en base a la búsqueda de espacios que el NOEI abra a las economías periféricas; por el contrario, de lo que se trata es de definir una estrategia de desarrollo nacional autodependiente para abordar desde allí la posibilidad de que el NOEI contribuya a promover sus objetivos. No es cosa de empujar las exportaciones al máximo en función de la demanda del centro para después preguntarse cómo utilizar los ingresos provenientes de las exportaciones. Más bien debe comenzarse por regular el flujo de exportaciones y reducir el de importaciones conforme lo requiera un desarrollo más endógeno y autodependiente.
Tal como nos vemos enfrentados a una interrelación de ámbitos de dependencia (económico-financiero, tecnológico, cultural y político) nos hallamos paralizados por una agregación de espacios de dependencia: local, regional, nacional e internacional. La concentración económica y la centralización de las decisiones políticas generan y refuerzan dependencias entre estos distintos niveles: los países pobres están sometidos al arbitrio de los países ricos y en el interior de los países pobres sucede lo mismo que entre países pobres y ricos: realidades locales y regionales parecen destinadas a subordinar sus opciones a los designios de los gobiernos centrales y de quienes concentran el poder económico de la nación.
Las relaciones de dependencia, desde el espacio internacional hasta los espacios locales, y desde el ámbito tecnológico hasta el ámbito cultural, generan y refuerzan procesos de dominación que frustran la satisfacción de las necesidades humanas. Es mediante la generación de autodependencia, a través del protagonismo real de las personas en los distintos espacios y ámbitos, como pueden impulsarse procesos de desarrollo con efectos sinérgicos en la satisfacción de dichas necesidades.
Concebimos esta autodependencia en función de una interdependencia horizontal y en ningún caso como un aislamiento por parte de naciones, regiones, comunidades locales o culturas. Una interdependencia sin relaciones autoritarias ni condicionamientos unidireccionales es capaz de combinar los objetivos de crecimiento económico con los de justicia social, libertad y desarrollo personal. Del mismo modo, la armónica combinación de tales objetivos es capaz de potenciar la satisfacción individual y social de las distintas necesidades humanas fundamentales.
Entendida como un proceso capaz de fomentar la participación en las decisiones, la creatividad social, la autonomía política, la justa distribución de la riqueza y la tolerancia frente a la diversidad de identidades, la autodependencia constituye un elemento decisivo en la articulación de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, de lo personal con lo social, de lo micro con lo macro, de la autonomía con la planificación y de la sociedad civil con el Estado.
Articulación entre seres humanos, naturaleza y tecnología
La conducta generada por una cosmología antropocéntrica, que sitúa al ser humano por encima de la naturaleza, es coherente con los estilos tradicionales de desarrollo. De ahí que la visión economicista del desarrollo, a través de indicadores agregados como el PGB[8], considera como positivos, sin discriminación, todos los procesos donde ocurren transacciones de mercado, sin importar si éstas son productivas, improductivas o destructivas. Resulta así, que la depredación indiscriminada de un recurso natural hace aumentar el PGB, tal como lo hace una población enferma cuando incrementa su consumo de drogas farmacéuticas o de servicios hospitalarios.
Las tecnologías presuntamente modernas suelen, a su vez, resultar engañosas. Un ejemplo conspicuo es el del sistema agrario norteamericano, reconocido por su enorme eficiencia. Altamente mecanizado y con subsidios para el petróleo, es, sin embargo, un sistema notablemente ineficiente si se lo mide en términos de la cantidad de energía consumida para producir una cantidad determinada de kilos/calorías. No obstante, si se mide en términos monetarios, genera supuestamente beneficios enormes y, de ese modo, contribuye al crecimiento del PGB. Estos ejemplos son igualmente válidos para los países del Tercer Mundo tan influidos por el ‘hechizo’ de las tecnologías de punta. En México, según la fundación Xochicalli, se estima que se gastan alrededor de 19.000 kilos/calorías para colocar 2.200 kilos/calorías de alimentos en la mesa. Más aún, la cantidad de energía gastada sólo en el transporte de productos alimenticios es en México casi igual al total de energía requerida por el sector primario para la producción de alimentos. Que tales situaciones se consideren positivas constituye sin duda una aberración conceptual.
Debido a que el Desarrollo a Escala Humana está principalmente comprometido con la actualización de las necesidades humanas, tanto de las generaciones presentes como futuras, fomenta un concepto de desarrollo eminentemente ecológico. Esto implica, por una parte, construir indicadores capaces de discriminar entre lo que es positivo y lo que es negativo y, por otra, diseñar y utilizar tecnologías que se ajusten a un proceso de desarrollo verdaderamente eco-humanista que pueda garantizar la sustentabilidad de los recursos naturales para el futuro.
Articulación de lo personal con lo social
Los modelos políticos y estilos de desarrollo dominantes se han tropezado con tremendos obstáculos para compatibilizar el desarrollo personal con el desarrollo social. Tanto las dinámicas del ejercicio del poder como los efectos de ideologías excluyentes tienden a disolver a las personas en arquetipos de masas, o a sacrificar a las masas por arquetipos del individuo. Abundan los modelos que postergan el desarrollo social en nombre de la soberanía del consumidor, en circunstancias en las que reducir la persona a la categoría de consumidor también coarta el propio desarrollo personal.
Desarrollo social y desarrollo individual no pueden darse de manera divorciada. Tampoco es razonable pensar que el uno pueda sobrevivir mecánicamente como consecuencia del otro. Una sociedad sana debe plantearse, como objetivo ineludible, el desarrollo conjunto de todas las personas y de toda la persona. Tradicionalmente, se ha pensado que la escasez de recursos obliga a optar entre ambas posibilidades, ya que en la práctica no parece posible aplicar políticas inclusivas. Tal criterio nace, sin duda, de una concepción convencional de la eficiencia. Si, por el contrario, tomamos en cuenta, además de los recursos convencionales, los recursos no convencionales con su potencial sinérgico (Ver capítulo IX, Sobre los recursos no convencionales), comprobamos que las políticas inclusivas son viables, y que sólo combinando desarrollo personal con desarrollo social es posible alcanzar una sociedad sana, con individuos sanos.
La articulación de la dimensión personal del desarrollo con su dimensión social puede lograrse a partir de niveles crecientes de autodependencia. En el ámbito personal, la autodependencia estimula la identidad propia, la capacidad creativa, la autoconfianza y la demanda de mayores espacios de libertad. En el plano social, la autodependencia refuerza la capacidad para subsistir, la protección frente a las variables exógenas, la identidad cultural endógena y la conquista de mayores espacios de libertad colectiva. La necesaria combinación del plano personal con el plano social en un Desarrollo a Escala Humana obliga, pues, a estimular la autodependencia en los diversos niveles: individual, grupal, local, regional y nacional.
Articulación de lo micro con lo macro
Las relaciones de dependencia van de arriba hacia abajo: de lo macro a
lo micro, de lo internacional a lo local y de lo social a lo
individual. Las relaciones de autodependencia, por el contrario,
tienen mayores efectos sinérgicos y multiplicadores cuando van de
abajo hacia arriba: es decir, en la medida en que la autodependencia
local estimula la autodependencia regional y ésta estimula la
autodependencia nacional. Esto no significa que las políticas de nivel
macro sean intrínsecamente incapaces de irradiar autodependencia hacia
los niveles micro-sociales, sino que deben enfrentar siempre dos
desafíos. El primero implica reducir al mínimo, mediante mecanismos
institucionales u otras vías, el riesgo de reproducir relaciones
verticales en nombre de
la autodependencia para las unidades
regionales y locales. El segundo implica que, en términos operativos,
los procesos de autodependencia desde los microespacios
resulten menos burocráticos, más democráticos y más eficientes en la
combinación de crecimiento personal y desarrollo social. Son
precisamente estos espacios (grupales, comunitarios, locales) los que
poseen una dimensión más nítida de escala humana, vale
decir, una escala donde lo social no anula lo individual sino
que, por el contrario, lo individual puede potenciar lo social. En
relación a un Desarrollo a Escala Humana, estos espacios son
fundamentales para la generación de satisfactores sinérgicos.
No pretendemos sugerir que la autodependencia se logra mediante la mera agregación de pequeños espacios. Tal postura no haría sino reproducir una visión mecanicista que ya bastante daño ha provocado en materia de políticas de desarrollo. Sin la complementación entre procesos globales y procesos microespaciales de autodependencia, lo más probable es la cooptación de lo micro por lo macro. Las complementariedades entre lo macro y lo micro y entre los diversos micro-espacios, estimulan el potenciamiento recíproco entre procesos de identidad sociocultural, de autonomía política y de autodependencia económica (Ver capítulo XII).
Articulación de la planificación con la autonomía
Lograr niveles crecientes de autonomía política y de autodependencia económica en los espacios locales exige promover procesos que conduzcan a ello. Esto plantea, como desafío central para un Desarrollo a Escala Humana, conciliar la promoción desde fuera con las iniciativas desde adentro. Difícilmente la acción espontánea de grupos locales o de individuos aislados puede trascender si no es potenciada también por planificadores y por acciones políticas concertadas. Se precisa una planificación global para las autonomías locales, capaz de movilizar a los grupos y comunidades ya organizados, a fin de que puedan transmutar sus estrategias de supervivencia en opciones de vida y sus opciones de vida en proyectos políticos y sociales orgánicamente articulados a lo largo del espacio nacional.
Articulación de la Sociedad Civil con el Estado
Revertir la dependencia en sus distintos espacios y ámbitos requiere de profundos cambios estructurales en las relaciones entre Estado y la sociedad civil: cambios que apunten tanto a generar y reforzar autodependencia, como a resolver las presiones y contradicciones que puedan surgir dentro de los propios espacios y ámbitos que acceden a una autodependencia creciente. En el primer caso, la interconexión entre múltiples dependencias (de lo internacional a lo local, de lo tecnológico a lo sociocultural) sólo puede enfrentarse con la movilización, la consolidación de la autonomía dondequiera que brote y el respeto por la diversidad de culturas, de formas de organización y de reivindicaciones micro-espaciales. En el segundo caso, la autodependencia multiplica la conciencia crítica y, con ella, las expectativas de participación de múltiples actores sociales, lo cual se traduce en demandas movilizadoras en procura de cambios, que deben armonizarse dentro de una globalidad orgánica.
Mientras la organización social y económica siga encuadrada dentro de una política de carácter piramidal, difícilmente podrán asignarse y diversificarse los recursos en función de la heterogeneidad estructural de la población latinoamericana. Por ello, es necesario contraponer a la lógica estatal de poder, la autonomía política que emana desde la sociedad civil, es decir, de la población y sus organizaciones. Es a través de experiencias efectivas y articuladas de autodependencia que podrá relativizarse el prejuicio de que la eficiencia necesariamente va de la mano con la centralización en la toma de decisiones.
Desdeñar el papel del Estado y de las políticas públicas en la ejecución de las tareas de planificación y asignación de recursos es expresión de irrealismo. En el otro extremo, reducir la organización social y productiva gestada por la sociedad civil a un Estado macrocefálico es viciar el proceso desde la partida.
Fomentar la autodependencia en múltiples espacios exige, en cambio, considerar el desarrollo ya no como expresión de una clase dominante ni de un proyecto político único en manos del Estado, sino como producto de la diversidad de proyectos individuales y colectivos capaces de potenciarse entre sí. De ahí que para garantizar tales procesos, el Estado deberá desempeñar un papel fundamental abriendo espacios de participación a distintos actores sociales, a fin de evitar que, a través de la producción de mecanismos de explotación y de coerción, se consoliden proyectos autónomos perversos que atenten contra la multiplicidad y diversidad que se pretende reforzar.
En contraste con la racionalidad económica dominante, el Desarrollo a Escala Humana, centrado en la promoción de la autodependencia en los diversos espacios y ámbitos, no considera la acumulación como un fin en sí mismo ni como la panacea que remedia todos los males de los países en desarrollo. Pero no por ello minimiza la importancia de la generación de excedentes, sino que la subordina a la constitución de grupos, comunidades y organizaciones con capacidad para forjarse su autodependencia. Mediante su expansión y articulación, desde los micro-espacios hasta los escenarios nacionales, podrá asegurarse que la acumulación económica redunde en una satisfacción progresiva de las necesidades humanas de la población. La capacidad de los diversos grupos e individuos para decidir sobre sus propios recursos y regular sus destinos garantiza un uso de excedentes que no sea discriminatorio ni excluyente.
Espacios y actores
En los espacios locales —de escala más humana— es más fácil que se generen embriones de autodependencia cuyas prácticas constituyan alternativas potenciales a las grandes estructuras piramidales de poder. Es en los espacios a escala humana donde desarrollo personal y desarrollo social pueden reforzarse más entre sí. No hay, por lo tanto, dependencia que pueda combatirse si no se empieza por rescatar los embriones contradependientes que se gestan en las bases de la organización social. El rol del Estado y de las políticas públicas debe incluir, pues, la tarea medular de detectar estos embriones, reforzarlos y promover su fuerza multiplicadora. Es, por lo demás, en los espacios locales donde las personas se juegan la primera y la última estancia en la satisfacción de las necesidades humanas.
Políticas alternativas centradas en el Desarrollo a Escala Humana han de estimular la constitución de sujetos sociales capaces de sostener un desarrollo autónomo, autosustentado y armónico en sus diversos ámbitos. Esto no significa, claro está, que el desarrollo sólo se limite a privilegiar espacios microsociales. La fuerza con que la recesión internacional remece a los países latinoamericanos y los desequilibrios estructurales del capitalismo periférico tornan insuficiente dicho énfasis si no se lo concilia con políticas globales que aligeren la precariedad de las grandes masas desposeídas. Pero tales políticas deben incluir en su agenda el imperativo de asignar recursos que puedan potenciar procesos de autodependencia en el espacio local.
Autodependencia versus instrumentalizacion
El desarrollo autodependiente revierte la tendencia a homogeneizar e instrumentalizar a los sectores y actores sociales en nombre de la eficiencia y de la acumulación. Es corriente en el mundo en desarrollo, y en América Latina en particular, pagar por la acumulación y la eficiencia el precio de la dependencia. Pero la dependencia inhibe la satisfacción de las necesidades humanas y por lo tanto es un precio que no debiera tolerarse. Obliga a manipular a las masas desposeídas en función de las exigencias de los grandes centros de poder económico e induce a interpretar las heterogeneidades culturales, productivas y organizativas como meros obstáculos al crecimiento.
A esta racionalidad económica es preciso oponer otra racionalidad cuyo eje axiológico no sea ni la acumulación indiscriminada ni el mejoramiento de indicadores económicos convencionales, que poco dicen del bienestar de los pueblos ni una eficiencia divorciada de la satisfacción de las necesidades humanas. Esta otra racionalidad se orienta por el mejoramiento de la calidad de vida de la población y se sustenta en el respeto a la diversidad y en la renuncia a convertir a las personas en instrumentos de otras personas y a los países en instrumentos de otros países.
Lógica económica versus ética del bienestar
A una lógica económica, heredera de la razón instrumental que impregna la cultura moderna, es preciso oponer una ética del bienestar. Al fetichismo de las cifras debe oponerse el desarrollo de las personas. Al manejo vertical por parte del Estado y a la explotación de unos grupos por otros hay que oponer la gestación de voluntades sociales que aspiran a la participación, a la autonomía y a una utilización más equitativa de los recursos disponibles.
Es imperioso desembarazarse de categorías a priori y de supuestos que hasta ahora han sido incuestionados en la macroeconomía y en la macropolítica. Una opción por el Desarrollo a Escala Humana requiere estimular el protagonismo de los sujetos para que hagan de la autodependencia su propia opción de desenvolvimiento y tengan la capacidad de irradiarla a otros sectores de la sociedad. Lo decisivo para este desarrollo es cómo y qué recursos generar y utilizar para potenciar micro-espacios y sujetos con voluntad de autodependencia.
La opción por la autodependencia
La autodependencia implica una especie de regeneración o revitalización a través de los esfuerzos, capacidades y recursos de cada uno. Estratégicamente significa que lo que puede producirse (o lo que puede solucionarse) a niveles locales es lo que debe producirse (o lo que debe solucionarse) a niveles locales. El mismo principio se aplica a niveles regionales y nacionales.
Autodependencia significa cambiar la forma en la cual las personas perciben sus propios potenciales y capacidades, las cuales a menudo resultan autodegradadas como consecuencia de las relaciones centro-periferia imperantes. La reducción de la dependencia económica, que es uno de los objetivos del desarrollo autodependiente, no intenta ser un sustituto del intercambio económico, que será siempre necesario. Siempre hay bienes o servicios que no pueden ser generados o provistos local, regional o nacionalmente. Por lo tanto, la autodependencia debe necesariamente alcanzar una naturaleza colectiva. Debe transformarse en un proceso de interdependencia entre pares, a fin de que formas de solidaridad prevalezcan por encima de la competencia ciega.
El desarrollo autodependiente permite una satisfacción más completa y armoniosa del sistema total de necesidades humanas fundamentales. A través de la reducción de la dependencia económica, la subsistencia se protege mejor, puesto que las fluctuaciones económicas (recesiones, depresiones, etc.) provocan mayores daños cuando prevalece una estructura de dependencia centro-periferia. Más aún, incentiva la participación y la creatividad. Estimula y refuerza la identidad cultural a través de un aumento de la autoconfianza. Por último, las comunidades logran un mejor entendimiento de las tecnologías y de los procesos productivos cuando son capaces de autoadministrarse.
[8]: Nótese
que en Chile se usan como sinónimo los indicadores PGB(Producto Geográfico Bruto)
y PIB(Producto Interior Bruto), haciendo referencia el autor en este caso
a lo que fuera de Chile se denominaría PIB, N. de E.
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