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Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro
Manfred Max-Neef - Antonio Elizalde - Martín Hopenhayn | Santiago (Chile), otoño de 1986.
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VII. Sobre el mundo invisible

El mundo invisible y su potencial

En las páginas que siguen no se pretende convertir a los sectores invisibles ni a las micro-organizaciones en los absolutos portadores de una transformación estructural de la sociedad, ni tampoco en los redentores de la historia contemporánea. Si hemos consagrado un espacio considerable del documento a estos actores, ha sido con la intención de enfatizar lo que en buena parte de la literatura del desarrollo se soslaya, a saber: toda esa infrahistoria de la vida cotidiana donde las prácticas productivas se entroncan con estrategias colectivas de supervivencia, identidades culturales y memoria popular. Conscientes de todas las limitaciones del mundo invisible, tanto en lo económico como en lo cultural, nos parece, sin embargo, que ese mundo contiene y produce relaciones entre prácticas económicas, organizaciones sociales y rasgos culturales que no pueden obviarse en el análisis si lo que se busca es un desarrollo endógeno. Finalmente, nuestro énfasis en el mundo invisible y sus micro-organizaciones obedece también a la necesidad de complementar otras perspectivas, que han concentrado sus esfuerzos en comprender las dinámicas de otros actores (los jóvenes, la mujer, los sindicatos, los empresarios, el Estado, etc.), con una perspectiva de abajo hacia arriba capaz de recuperar como relevante lo que tradicionalmente ha tenido rango de marginal. No con el objeto de mistificar lo marginal, sino de reconocer su valor y potencial, como uno de los actores sociales protagónicos para una democratización participativa, descentralizada y a escala humana.

La situación de crisis económica que atraviesa América Latina se manifiesta de muchas maneras. Una de las más significativas es la expansión sostenida de los sectores invisibles en el curso de los últimos años. En países con altos índices de desempleo, como es el caso de Chile, el contingente de población activa que trabaja en ocupaciones no asalariadas es de tal magnitud que ya pierde todo sentido considerarlo como sector residual de la sociedad. Por una curiosa dialéctica, tales sectores se manifiestan a la vez como expresión extrema de la crisis y como eventual embrión para revertirla por falta de oportunidades en el mercado formal. Los trabajadores desocupados y sus familias generan formas alternativas de organización productiva y de actividad laboral, dando origen a una sorprendente diversidad de estrategias de supervivencia. En cuanto expresión extrema de la crisis, los sectores invisibles revelan la máxima precariedad de condiciones de vida y de trabajo, producto de la inseguridad permanente que impone un mercado competitivo donde la baja productividad del sector plantea grandes desventajas. Todo esto se agrava por el hecho de que los sectores invisibles se tornan funcionales a un capitalismo que es incapaz de generar los empleos productivos necesarios en la economía formal.

Fortalecimiento de las micro-organizaciones

En cuanto embrión para revertir la crisis, el mundo invisible crea, en función de sus estrategias de supervivencia, un sinnúmero de micro-organizaciones productivas y comunitarias donde la ética solidaria que se da al interior de las mismas constituye un recurso indispensable para sobrevivir y desplazarse en un medio en el que impera la lógica competitiva. De modo que las fuerzas endógenas de la solidaridad se confrontan permanentemente con las fuerzas exógenas de la competencia. En esta confrontación, las perspectivas son dos, y diametralmente opuestas: 1) que las presiones exógenas debiliten estas organizaciones, las disuelvan por inercia o las incorporen a la racionalidad competitiva del sistema dominante; 2) que estas organizaciones se fortalezcan, conquisten grados crecientes de autodependencia e irradien su fuerza solidaria hacia otros segmentos de la sociedad. Para que lo segundo suceda se requiere descentralizar las decisiones, desconcentrar los flujos de recursos y promover la participación popular.

Lo anterior no significa que una política de desarrollo autodependiente deba abocarse exclusivamente al fortalecimiento interno de los sectores invisibles. Semejante tesitura sería parcial y reduccionista. De lo que se trata es de rescatar todo el arsenal de creatividad social, de solidaridad y de iniciativas autogestionarias que el mundo invisible se ha forjado para sobrevivir en un medio excluyente para oponerlos, a través de políticas globales, al imperio exclusivo de una lógica competitiva y dependiente.

La necesidad de redes horizontales

En este sentido, los actores invisibles deberían configurar redes horizontales, desarrollar acciones de apoyo mutuo, articular prácticas individuales y grupales y así plasmar proyectos compartidos. Así será posible acabar con la atomización que amenaza su existencia. Proyectos nacionales que abran a estos sectores las posibilidades de participar en la toma de decisiones permitirán atenuar las presiones exógenas y fortalecer los potenciales endógenos.

El mundo invisible y la crisis latinoamericana

Un rasgo inconfundible del desarrollo latinoamericano en lo que se refiere a los mercados de trabajo es la insuficiencia de los sectores económicos para absorber el incremento de la población económicamente activa. Ello genera un excedente de fuerza de trabajo que desemboca en un aumento del contingente de desempleados y subempleados. Quienes se encuentran en este contingente se insertan en el mercado de trabajo de manera muy diferenciada, constituyendo segmentos heterogéneos que conforman tanto el auto-empleo de bajos ingresos como también una pluralidad de formas de organización social del trabajo donde predominan unidades productivas no institucionalizadas, es decir, localizadas fuera del sector productivo formal.

Individuos y familias, organizados en micro-unidades económicas que ocupan los intersticios del sistema y desempeñan actividades económicas desdeñadas por el núcleo capitalista moderno, componen una fracción significativa de la fuerza de trabajo en casi todos los países de América Latina. Este excedente de naturaleza estructural vio extendida su participación con el discurrir de la crisis económica que ha afectado a los países de la región desde 1981. Esto significa que a un excedente estructural de la fuerza de trabajo se incorporó un contingente coyuntural de considerable magnitud, lo que agudiza un problema que ya era crónico.

Estudios realizados para varios países revelan tanto un aumento sustancial del desempleo como una intensificación del subempleo. Para muchos trabajadores que han sido expulsados del sector moderno, la inserción en mercados no organizados y en actividades no institucionalizadas constituye la principal alternativa al desempleo, sobre todo ante la falta de cualquier legislación social de protección al trabajador desempleado. Estimaciones bastante conservadoras muestran que en Brasil, entre los años 1981 y 1983, los sectores informales urbanos crecieron a una tasa del 6,6% al año, aumentando significativamente la participación de estos sectores en la ocupación no agrícola. Dichos segmentos han tenido un importante papel en el ajuste de los mercados de trabajo, amortiguando el impacto social del desempleo durante la crisis e incrementando su peso relativo en el total de la población ocupada.

Las omisiones de las estadísticas

Los sectores no organizados y no institucionalizados de la fuerza de trabajo, denominados genéricamente sectores informales, no agotan el concepto de sectores invisibles, sino que están contenidos en estos últimos. Si los sistemas de información estadística existentes en la mayoría de los países de la región son incompletos e inadecuados para comprender la dimensión, estructura y dinámica de los sectores informales, la medición de los otros segmentos invisibles es prácticamente inexistente y sólo asoma en encuestas e investigaciones aisladas de carácter local.

En contraste con estas carencias en la investigación, los segmentos invisibles, vistos como un todo, tienen considerable importancia en los países de la región, pues desarrollan estrategias de supervivencia alternativas a las que existen en el mercado formal del trabajo. La relevancia de tales segmentos no se limita ni a su volumen absoluto ni a su peso relativo, sino que comprende también su papel alternativo en cuanto a las formas de supervivencia de sus miembros. Esto último trasciende la capacidad de los sistemas de información vigentes, lo que una vez más evidencia que, desde el punto de vista analítico y de la formulación de políticas, dichos sistemas sólo parecen tomar en cuenta lo que puede ser medido. Al carecer de una adecuada base teórica para abordar estos ámbitos, los registros demográficos, de fuerza de trabajo y de cuentas nacionales carecen de una orientación básica para producir las mediciones relevantes.

Desafíos metodológicos y de reconceptualización

Las lagunas teóricas y estadísticas recién mencionadas dificultan el diseño de una taxonomía para los sectores invisibles. Dicha taxonomía debiera esclarecer no sólo lo que hacen y no hacen esos sectores, sino además agrupar las múltiples actividades y ocupaciones invisibles en categorías de análisis que permitan aprehender, tras la absoluta heterogeneidad de estos sectores, los elementos que ellos comparten entre sí. Semejante tarea es indispensable para estudiar la presencia de un conjunto muy extendido de personas que ocupan intersticios en la moderna economía de mercado, desde donde forjan alternativas en materia de organización productiva y organización social del trabajo — alternativas que son esenciales para su supervivencia individual y colectiva.

Una primera exigencia es la de extender el concepto de trabajo allende la noción convencional de empleo. Esta última se reduce a una relación de salario y de subordinación al capital. En las sociedades latinoamericanas los sectores invisibles presentan, por su propia heterogeneidad, una diversidad de formas de trabajo que escapan a la noción convencional de empleo. Este trabajo puede asumir un carácter individual, como es el caso de los auto-empleados o colectivos organizados en familias, asociaciones, pequeñas organizaciones comunitarias, micro-empresas, etc. No siempre el trabajo en estos ámbitos tiene motivaciones exclusivamente económicas, si bien en la mayoría de los casos surge de la necesidad de obtener ingresos. El trabajo también puede ser solidario, movilizador de energías sociales, participativo, dirigido a mejorar la infraestructura social o bien consagrado a lograr alguna conquista política como puede ser la generación de mayor autonomía en las decisiones comunitarias. Esto exige trascender la reducción del concepto de trabajo a la óptica de factor de producción o de la condición de demanda derivada. Estas son categorías convencionales aplicadas a la noción de empleo y de poco sirven para comprender formas de trabajo regidas por racionalidades o motivaciones distintas. Una perspectiva integral del desarrollo debe contar con un concepto más amplio del trabajo, entendiéndose tanto su función de generador de ingresos (salarios u otros) como en sus efectos sobre la calidad de vida, a saber: como satisfactor de necesidades humanas y como catalizador de energías sociales.

Un proyecto de sociedad más justa y participativa para los países de América Latina debe incluir la evaluación del significado histórico de estas diversas formas de organización individual y social del trabajo. Es necesario verificar si las mismas constituyen formas alternativas para un nuevo estilo de desarrollo aunque tengan, por el momento, sólo un carácter embrionario. Tal evaluación obliga a detectar las múltiples racionalidades existentes en estas organizaciones. Pero para que la investigación teórica pueda traducirse en cambios políticos es preciso también identificar a los nuevos actores sociales que están emergiendo desde el interior de aquellos segmentos y que constituyen agentes potenciales de cambios. Tanto la identificación de racionalidades como de actores sociales contribuiría a viabilizar nuevas formas de organización capaces de transformar la realidad social.

Tales tareas no pueden, empero, minimizar el papel histórico que, en las sociedades latinoamericanas, ha desempeñado el capital, principal instrumento de modernización económica en la región y el Estado, que siempre ha asumido el papel de viabilizador de los avances capitalistas. Estos dos componentes tienen una dimensión insoslayable en nuestros países y desconocerlos puede inducir a graves errores de análisis en relación a los rumbos que el desarrollo podrá asumir en estas sociedades.

Autodependencia y producción de conocimientos

El Desarrollo a Escala Humana requiere reestructurar la promoción de conocimientos con miras a socializar la conciencia crítica y los instrumentos cognoscitivos necesarios para contrarrestar las múltiples formas de dependencia. Tal reestructuración precisa que las nuevas ideas se confronten con aquéllas hasta ahora dominantes en los espacios de las políticas públicas. De allí la necesidad de realizar un conjunto de acciones que permitan lograr que estas ideas sean discutidas y profundizadas en los múltiples ámbitos y escenarios donde se intenta promover un desarrollo centrado en las personas.

Es preciso desarrollar estudios que permitan crear bases de datos capaces de medir o evaluar lo relevante para el Desarrollo a Escala Humana. En tal sentido, será necesario modificar los sistemas de información estadística y cualitativa de manera que reflejen las heterogeneidades estructurales y las especificidades psicoculturales de las distintas regiones y, sobretodo, las potencialidades que subyacen en estas diversidades.

Es necesario impulsar la participación popular en los sistemas de producción de información. Ello requerirá, por una parte, rediseñar los sistemas estadísticos y de producción de datos de forma tal que hagan accesible la información a las personas y resulten relevantes para sus intereses. Lo dicho demandará profundizar y socializar las técnicas de auto-diagnóstico comunitario.

Resulta conveniente impulsar la creación de bancos de ideas a nivel nacional intercomunicados a nivel latinoamericano. En dichos bancos debería reunirse información sobre proyectos e iniciativas de base que apunten hacia la autodependencia local potenciando el uso de recursos no convencionales (vease capítulo IX, como también sobre tecnologías y políticas públicas afines con el Desarrollo a Escala Humana.

Es recomendable hacer esfuerzos para modificar los currículos de enseñanza en los centros de educación superior para que incorporen sistemáticamente la reflexión sobre alternativas al desarrollo en sus aspectos propositivos, epistemológicos y metodológicos. La formación de investigadores en esta materia es indispensable tanto para integrar conocimientos y experiencias en provecho del Desarrollo a Escala Humana como para evitar la tiranía de ideologías reduccionistas y de visiones unidimensionales sobre el tema.

Es preciso mejorar la formación de educadores de adultos y la capacitación de promotores del desarrollo para que sea consecuente con los objetivos de la autodependencia, la satisfacción de las necesidades humanas y la participación comunitaria.

Es aconsejable, también, elaborar programas de posthagrado en docencia e investigación, a fin de hacer aportes sistemáticos en torno de los problemas que se plantean en relación a la búsqueda de alternativas de desarrollo para nuestros países.

Por último, es recomendable propiciar la formación de una red de centros de investigación y capacitación que mantengan entre sí una estrecha relación, a fin de retroalimentarse permanentemente en la construcción de un nuevo paradigma de desarrollo.


Edición del 19-12-2010
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