Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Documentos > http://habitat.aq.upm.es/cvpu/acvpu_10.html
 
Calidad de Vida y Praxis Urbana
Julio Alguacil Gómez| Madrid (España), julio de 1998.
<<< 6. Metrópoli versus ciudad |7. Los fenómenos emergentes como potencia: la conjunción entre el Tercer Sector y los procesos de desarrollo local| 8. Constatación y naturaleza de una nueva praxis urbana. Las iniciativas ciudadanas emergentes en espacios de periferia urbana y social de Madrid. >>>

7. Los fenómenos emergentes como potencia: la conjunción entre el Tercer Sector y los procesos de desarrollo local

Introducción

Efectivamente, en la década de los años ochenta emergen nuevos protagonismos sociales que han discurrido en términos de consolidación de un nuevo, aunque incipiente, escenario social en la década de los noventa. El nuevo protagonismo se inscribe en la complejidad, presenta una mezcla de dimensiones: territorial, económica, política, cultural, ambiental, social..., nuevas interrelaciones (nuevas relaciones entre política y territorio, entre economía y política, entre territorio y economía...) que posiblemente apuntan a nuevos modelos de desarrollo social. Para algunos teóricos nos encontramos frente a cambios sociales que significan el origen de un nuevo paradigma social. Sin embargo, su enorme diversidad, su rápida evolución y la complejidad implícita en estos nuevos fenómenos y procesos hacen difícil el empeño por su concreción y por una puesta en común de una teoría que los defina. Si bien, nadie pone en duda la emergencia de nuevos movimientos sociales, de nuevas formas de organización social, de nuevas prácticas sociales no institucionalizadas, de nuevas formas de producción económica, de una dinámica y de un interés crecientes por la descentralización económica y política, y por el desarrollo local. En suma, parece que se trata del desarrollo de nuevos sistemas societarios complejos que representan un resurgir de un sentido relacional en el que se mueven e interactúan nuevos actores sociales protagónicos.

En gran medida podemos decir que estos fenómenos emergentes se concretan en dos aspectos de enorme transcendencia, uno es más de corte organizativo, y el otro es más de carácter procedimental. El primero hace referencia a lo que se ha dado en denominar como Tercer Sector, el segundo pone de manifiesto el interés por estrategias de territorialización inclinadas a realzar los procesos de descentralización económica y administrativa, y de desarrollo local o endógeno[130]. Precisamente en la confluencia de ambos, en el solapamiento interactivo entre las Organizaciones del Tercer Sector y el Desarrollo Local se abre esa nueva dimensión donde nos enmarcamos, sobre todo porque ello implica el desarrollo de aquellos procesos de desburocratización que posibilitan una imbricación de los procesos tendentes al acercamiento a una optimización de la Calidad de Vida a través de una creciente potencia[131] de la Praxis Urbana[132]. Veamos esto más detenidamente a través de la naturaleza de estos fenómenos y las causas que les hacen ser fenómenos emergentes.

El Tercer Sector: un sector con identidad propia

El desarrollo de movimientos y organizaciones emergentes, su extrema diversidad y variedad en cuanto a ámbitos y sectores de intervención, en cuanto a dimensiones de las mismas, formas, estructuras y contenidos; y su extrema flexibilidad, que hace imperceptible la separación entre lo que son organizaciones sociales y lo que son movimientos sociales, ha sido lo que ha llevado a una delimitación y definición del Tercer Sector por simple exclusión de los otros sectores que conforman el sistema social. La definición más ampliamente repetida por la mayoría de los teóricos que se aproximan a este fenómeno es la que ya apuntara Weisbrod (1988): el Tercer Sector es, por un lado, una respuesta combinada al retroceso en las prestaciones sociales que se derivan de la crisis del Estado del Bienestar, y por otro son aquellas estructuras de autodefensa frente a las externalidades sociales provocadas por el Libre Mercado. Se viene a definir, por tanto, como todo aquello que ni es Estado (no es lo público), ni es Mercado (no es lo lucrativo). Para diferenciarlo del Estado se ha extendido la denominación de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), sin embargo, ello no sería en absoluto determinante en el hecho de ser capaces de superar el riesgo de mercantilización de las Organizaciones No Gubernamentales. Para diferenciarlo del Mercado se hace referencia a la Organizaciones No Lucrativas (ONL), lo que igualmente no es un determinante para superar los procesos de burocratización y regulación que el Estado puede infligir a estas Organizaciones No Lucrativas. Desde esa perspectiva el Tercer Sector construiría su identidad (una seudo-identidad) en función del papel asignado desde la racionalidad separada de los otros dos grandes sectores, lo que significaría una permanente subsidiación o tutela de éstos, sin permitirle, en definitiva, el dotarse de los recursos propios para escapar a la bipolaridad que representan ambos.

Sin embargo, junto a Pierpaolo Donati (1997) venimos a comprobar que el Tercer Sector, entendido como potencia, no puede considerarse como mero añadido a la sociedad (Estado-Mercado), sino que es una realidad intrínseca a la sociedad que tiene y que puede desarrollar su propia lógica frente a la dinámica de los otros dos grandes sectores tradicionales. Esta lógica propia alcanza su maduración con la consecución de una autonomía suficiente como para ser protagonistas de la transformación de su medio físico y social, en definitiva, de si son capaces de crear las condiciones para establecer una cultura propia que se inscriba en la dinámica del cambio social. Al respecto, afirmará Donati que «el Tercer Sector expresa el surgimiento de la racionalidad social antes de que ésta presente valores de intercambio (en el mercado) y antes de que llegue a ser objeto de regulación política y jurídica (por parte del Estado) [...] el Tercer Sector se corresponde con las exigencias de un tercer punto de vista, diferente del individual (liberal) y del holístico (estatal), que se centra en las relaciones sociales como tales» (Donati, 1997: 116). Si bien es verdad que la construcción teórica del Tercer Sector no puede realizarse sino de una forma contrastada y distintiva frente al sector público y el mercado, tampoco es menos cierto que una gran parte de las Organizaciones que conforman el Tercer Sector tiene sus propios objetivos y estrategias, sus propias funciones, y también crean unas formas y unas estructuras de ser, estar y desarrollarse que se sitúan en las antípodas de lo que vienen a significar las prácticas del Estado y del Mercado.

En todo caso, los objetivos y las estrategias de las Organizaciones del Tercer Sector, lejos de plantearse una disolución o retroceso de los otros sectores, sí implica una visión muy particular tendente a profundas transformaciones de los mismos. Esas transformaciones, respecto al Estado, en última instancia se dirigen, por un lado, hacia una defensa de las estructuras del Sector Público, lo que conlleva una defensa del sentido redistributivo que representa el Estado de Bienestar. Por otro lado, se va más allá del propio Estado del Bienestar en la pretensión de incidir en la regulación y en los procedimientos del mismo, se pretende una proyección del desarrollo del Estado del Bienestar ampliando la democratización en sus estructuras y estableciendo canales adecuados para la participación social. Igualmente, respecto del mercado y del mundo de la empresa, se proclama una ética de la producción y del consumo, y un mayor control social a través de procesos de democracia laboral y de autogestión.

Precisamente la diversidad de perspectivas lleva a distintas explicaciones teóricas sobre el papel a jugar por el Tercer Sector. Éstas, sin ser totalmente contrapuestas, sí tienen implicaciones discordantes[133]. En todo caso, creemos que hay que despegarse de la perspectiva que desde una sublimación-aceptación de la lógica de la sociedad dominante (Estado-Mercado) explica la emergencia de nuevas iniciativas ciudadanas exclusivamente como aquellos fenómenos que se encuentran en correspondencia con los propios procesos de regulación del modelo social en el sentido de que son de adaptación a los requerimientos-necesidades del Estado y del Mercado. Aspectos, que por otro lado, aportan críticas necesarias al comportamiento de organizaciones sociales, instituciones y empresas, pero el Tercer Sector no se puede valorar en función de la lógica de los otros sectores ni de los parámetros que se utilizan para comprender su dinámica, también se debería contemplar con mayor profusión que los procesos han de ser comprendidos en las condiciones desfavorables marcadas por un contexto de un sistema social en el que estas organizaciones se ven obligadas a desenvolverse.

De hecho, partimos de que es innegable que las Organizaciones del Tercer Sector tienen unas funciones claramente diferenciadas de las funciones del Estado (reguladoras) y del Mercado (de acumulación). Las funciones del Tercer Sector, que tratamos más adelante, son muy diversas, pero propias de él (aunque no todas son exclusivas); y de éstas conviene destacar y adelantar ahora las relativas a la distribución social del poder y a la extensidad e intensidad del mundo relacional y de la solidaridad (lo que se ha dado en llamar bienes relacionales). Se trata esencialmente de unas funciones que se apoyan en un soporte de naturaleza equilibradora e integradora basadas en nuevos valores éticos y humanistas.

Otro elemento identitario del Tercer Sector le viene dado del papel que juega en la recuperación de la existencia de un Cuarto Sector que precisamente le da aún más sentido. Ese Cuarto Sector, apuntado por Donati (1997), se refiere a las redes sociales de orden primario, es decir, al mundo de las relaciones de los sectores informales, las redes de amigos, vecinos y familiares cuyas funciones, y por tanto existencia, se vieron mermadas y amenazadas con el despliegue, tanto del Mercado como del Estado. «Desde esta óptica --expresará Donati (1997: 129)--, el rol societario del Tercer Sector aparece como un sistema de relaciones de intercambio (tradde-offs) con los otros tres sectores. El Estado, el Mercado y el Cuarto Sector [...] necesitan unos recursos que son esenciales para ellos y que sólo el Tercer Sector les puede ofrecer [...] Tales intercambios se comprenden considerando a las Organizaciones del Tercer Sector como sujetos de mediación entre el individuo y la colectividad en general, que consiente y promueve el desarrollo de las personas en un contexto primario de vida». Es decir, el nuevo escenario que se vislumbra con el desarrollo de un Tercer Sector supone una reconfiguración de las relaciones entre los ciudadanos, la Sociedad Civil y el Estado.

Finalmente, es la conjugación entre los nuevos movimientos sociales[134] y las redes del tejido social la que crea condiciones que posibilitan el surgimiento de nuevas organizaciones ciudadanas, que junto a esos nuevos movimientos conforman ese complejo Tercer Sector. Mientras los denominados nuevos movimientos sociales recogen los valores de carácter universal y afrontan problemáticas más globales, las Organizaciones --que generalmente surgen de aquellos movimientos, pero con un carácter más proclive a la práctica e intervención en lo concreto, por tanto, de una naturaleza más particularista-- tienen la capacidad operativa de aplicar los valores universales a las condiciones concretas del espacio social y de los ámbitos locales. Los movimientos sociales tienen más capacidad de enfrentamiento con el Estado y con el Mercado, y las Organizaciones tienen más capacidad de complementarse con los otros sectores. Ello no es contrapuesto, los movimientos sociales y las organizaciones sociales se refuerzan mutuamente, son una síntesis que viene a representar distintos niveles del modelo societario o «civismo posmoderno», que diría Donati. La mediación social es un rasgo común; aunque se produzca en distintos niveles, tiene objetivos últimos (democracia participativa) y funciones inmediatas (bienes relacionales) comunes y es un producto de las mismas condiciones y presenta cualidades genéricas equivalentes en ambos fenómenos.

Las condiciones de surgimiento y características del Tercer Sector

No se podrían entender las características y cualidades del Tercer Sector sin hacer referencia a las causas que hacen de él un fenómeno emergente. Es bastante evidente que las condiciones complejas (económicas, sociales, culturales, ambientales...) que lo originan se gestan en el propio contexto creado bajo la modernidad. La dialógica, la dialéctica, la ambivalencia o la paradoja manifiestan siempre ese doble sentido que guía a los múltiples factores que determinan esas nuevas realidades. Es decir, es en la propia modernidad donde se generan los fenómenos, y es la propia realidad la que provoca los propios procesos sociales que la ponen en cuestión. Tanto los avances de corte tecnológico y material, que también ponen en evidencia los déficits en la satisfacción de las necesidades básicas (debido al desigual acceso a los mismos), como los avances de corte posmaterial (posadquisitivo o posconsumista según distintos autores) que han permitido la mayor capacidad del sentido crítico, se encuentran en la base del desarrollo de los movimientos y de las organizaciones sociales de nuevo tipo. Así, tanto el Estado como el Mercado (y la sociedad en su conjunto) han generado expectativas que son incapaces de satisfacer adecuadamente. Por un lado, el Estado Social de Derecho ha proclamado, a la vez que ha sido incapaz de extenderlos, la universalización de los derechos sociales, mientras que el mercado ha proclamado la sociedad del consumo sin permitir el acceso a la misma de una forma generalizada. Mientras el Estado de Bienestar se ha visto atrapado por la rigidez burocrática que imprime una Racionalidad de Estado, el mercado no puede escapar de los mecanismos de rentabilidad y de la competitividad que imprime una Racionalidad Económica. Ambos son incapaces de generar sentimientos de identidad y de identificación en una lógica que pasamos a denominar de Racionalidad Separada.

Mezzana (1994: 29) dice, a propósito del fenómeno asociativo en Europa, que «no es aventurado pensar que la modernización haya favorecido, en cualquier caso, la puesta a disposición de recursos materiales, informativos y simbólicos, que han sido después [...] efectivamente movilizados y utilizados con fines de cambio progresivo por grupos de ciudadanos como los que estamos examinando». Así de una parte se pueden poner de relieve, por lo positivo, fenómenos como el mayor acceso a la educación, a la formación, a la información, al tiempo libre, a la creciente igualdad entre sexos, etcétera, que tienen su proyección sobre lo que se viene considerando como una creciente crisis de legitimidad de las instituciones públicas y de los partidos políticos[135], y que también viene a cuestionar las limitaciones de la democracia representativa. Y por lo negativo podemos poner de relieve la persistencia o incremento de la pobreza, de la exclusión social, del desempleo, de la inseguridad, de la degradación medio ambiental, etcétera, que tienen su proyección sobre el cuestionamiento de los modelos de producción y de desarrollo económico. Los nuevos movimientos sociales son, por tanto, producto de esa dialógica, son producto, a la vez, de la deficiencia en la satisfacción de las necesidades humanas y de las expectativas respecto de la satisfacción de las mismas de una forma óptima, de la universalización de valores que igualmente entran en contradicción con las condiciones concretas, con colectivos específicos, con ámbitos locales...

En consecuencia, tanto los efectos positivos, en el sentido de universalización de bienes tecnológicos y valores posadquisitivos, como los efectos perversos (externalidades sociales, que llevan a la ingobernabilidad; y ambientales, que llevan a la insostenibilidad) de la metropolitanización, de la homogeneización cultural y de la mundialización económica, vienen a explicar la emergencia de un Tercer Sector, pero todo ello también nos ayuda a asentar las bases para especificar los rasgos y cualidades y también las contradicciones y riesgos propios de una «ciudadanía societaria» --que denominara Donati (1993)--, que ha de superar numerosas adversidades para conquistar su lugar bajo el modelo social imperante.

Los rasgos generales característicos del Tercer Sector

Vamos a entender por rasgos característicos que definen al Tercer Sector aquellas funciones fundamentales que desempeña, así como las diversas cualidades que desarrolla o que es susceptible de desarrollar en forma de principios, requisitos o criterios concretos y que le distinguen de los otros dos sectores dominantes. De éstos nos interesa hacer un repaso aunque sea en su sentido más genérico:

Las dificultades y retos del Tercer Sector

Las dificultades del Tercer Sector vienen determinadas por el contexto adverso marcado por el carácter expansivo de la lógica mercantil y el carácter colonizador del Estado que han contribuido a destruir las identidades culturales particulares y locales haciendo de los sujetos y colectividades elementos sumamente dependientes de las grandes estructuras ajenas a su vida cotidiana. Precisamente ha sido el excesivo dominio de lo global sobre el mundo de lo local el que ha dejado desprovisto a éste de sus capacidades para hacer aportaciones propias a los procesos de universalización. Muchas veces la respuesta del mundo local al dominio global ha sido de una resistencia de corte tradicionalista y de freno para el desarrollo, constituyendo ámbitos autárquicos y autoaislados, siendo finalmente simples lugares de reproducción de los determinantes globales (Arocena, 1989: 132). Desde esa perspectiva de riesgo, el reto de las Organizaciones del Tercer Sector se encuentra en superar las dificultades que impiden la construcción de identidades basadas en la solidaridad, la cooperación y en la alteridad; es decir, que sean capaces de establecer estrategias superadoras de las externalidades generadas por la globalización (fragmentación y dualidad social, ingobernabilidad, insostenibilidad ambiental...). Ello significa la recreación de la identidad en base a buscar la innovación y experimentación frente a lo tradicional, en establecer dinámicas de intercomunicación e intercooperación entre los ámbitos locales, en aplicar los valores y derechos universales por medio de nuevas formas institucionales propias, descentralizadas pero conectadas entre sí, despojándolas de los determinantes e imposiciones perversas del dominio global.

En referencia al resurgir de las identidades seguimos las recientes sugerencias de Manuel Castells: «A partir de esas identidades se pueden reconstruir la ciudadanía, los derechos sociales del trabajador y la solidaridad universal con nuestra especie y con nuestro planeta; pero partiendo de individuos y culturas concretas, tal y como la gente es y concibe su existencia. Ciertamente, las identidades que no comunican degeneran en tribus o se exacerban como fundamentalismos, fuentes potenciales de totalitarismo y terror. Establecer pasarelas entre las identidades, favorecer su coexistencia en el marco de instituciones pluriculturales, en que los individuos y los colectivos son igualmente iguales ante la ley, es la forma de hacer democracia en la era de la información... tal vez también podamos construir una federación libre de culturas históricas que canalicen en las redes de instituciones democráticas transnacionales los flujos globales de riqueza e información» (Castells, 1997c: 13-14). Se desprende de la sugerente reflexión de Castells cómo el reto del Tercer Sector, es el mismo reto que tienen las instituciones estatales que ante los efectos de la globalización han de adquirir nuevos compromisos tendentes a recobrar identidades solidarias. Eso se hace más patente si contemplamos los factores de insostenibilidad social y ambiental que acompañan al actual despliegue del sector mercantil. Las identidades sólo se pueden construir desde la autonomía del Tercer Sector, pero sin duda, también se precisa de un compromiso que desde las instituciones públicas permita el resurgir del Tercer Sector sin comprometer su independencia, y por tanto su potencia. En consecuencia, las dificultades del Tercer Sector también se deberían de entender como dificultades de las instituciones gubernamentales (fundamentalmente de los entes locales). A grandes rasgos, estas dificultades las podemos encontrar en las estrategias para superar la desarticulación entre lo macro y lo micro; y en las estrategias para superar la dependencia del Tercer Sector de los otros dos grandes sectores.

Sin embargo, como se viene insistiendo, es en el nivel de la vida cotidiana donde las Organizaciones del Tercer Sector pueden desarrollar la potencia para transformar su realidad inmediata, esto tiene desde luego un valor intrínseco en sí mismo. Ahora bien, la reducción de la acción del Tercer Sector al ámbito de lo local, que claramente tiene fuerza para recrear redes sociales capaces de satisfacer necesidades sociales locales, pierde parte de su potencialidad (recordemos que las acciones de cualquiera de los sectores, en cualquiera de los ámbitos afectan sinérgicamente al resto de sectores y al resto de los ámbitos) ya que por sí solos difícilmente pueden trascender su especificidad, al ser incapaces de desarrollar un modelo de transformación estructural y de cambio social en la dimensión global. Es decir, si no son capaces de proyectarse y propagarse más allá de sus ámbitos, si no establecen sistemas de comunicación con otros ámbitos e interactúan con otras experiencias, se encuentran en grave riesgo de favorecer la autocomplacencia, el sectarismo y el corporativismo, que además comportan la pérdida de energías de innovación y experimentación, sin que en definitiva, puedan influir de forma significativa sobre los procesos globales y de cambio social. Las Organizaciones del Tercer Sector sólo podrán desarrollar su potencia construyendo nuevas formas de organización colectiva a través de vínculos fuertes y redes de segundo orden aptas para reconducir e introducir cambios sustanciales en la dimensión de lo global, de tal manera que los cambios locales tengan su traslación en el cambio social. La alteridad y solidaridad como principios del Tercer Sector sólo podrán desarrollarse si transcienden el estrecho marco de su ámbito de actuación. En síntesis, el futuro de las Organizaciones del Tercer Sector depende fundamentalmente de su capacidad para ser mediadores eficaces e influyentes entre los distintos sectores y entre las distintas escalas en las que éstos expresan su actividad.

El exceso de regulación sobre el Tercer Sector por parte del Estado (carencia de apoyo junto a una inmoderada fiscalización y un control que acompaña a un insuficiente reconocimiento) que en el fondo esconde una profunda desconfianza y unas resistencias corporativas y burocráticas a redistribuir el poder y a aplicar el principio de subsidiareidad, o que en su defecto desarrolla una estrategia --con los objetivos exclusivos de evitar la ingobernabilidad y de obtener la legitimación social-- inclinada a instrumentalizar a las Organizaciones del Tercer Sector, tolerando una complementación que no vaya más allá de suplir la intervención de las instituciones gubernamentales allí donde éstas son incapaces de llegar o se encuentran en franca retirada, significa de facto un freno al desarrollo del Tercer Sector. «...Esta subordinación --en expresión de Santiago Gil (1991: 415)-- conduce a una curiosa inversión del principio de subsidiareidad por la que todo lo que pueda ser realizado por el Estado no debe ser asumido por las asociaciones de voluntarios. Las asociaciones pasan así a ser subsidiarias del Estado».

Los efectos que esta estrategia institucional tiene sobre el desarrollo del Tercer Sector no pueden hacerla más perversa. O bien empuja a las organizaciones sociales a una actividad de corte asistencial para aquellos sectores excluidos por el propio sistema, haciéndose así cómplice del mismo y, por tanto, justificando el desmantelamiento del Estado del Bienestar y perpetuando la no solución a las externalidades sociales. O bien les empuja a aproximarse al mundo de lo lucrativo donde se pierde la perspectiva de los objetivos y de los fines pasando a engrosar el campo de las empresas más o menos tradicionales. En ambos supuestos, los recursos económicos y la gestión pasan a un primer plano del interés de la organización, que fundamentalmente buscará su propia perpetuación más que alcanzar los objetivos originarios, convirtiéndose los instrumentos en fines en sí mismos. Un tercer supuesto llevaría al Tercer Sector a marginarse renunciando a los recursos públicos y perdiendo la conectividad tanto con las instituciones públicas como con la base social. En todo caso, en todos esos supuestos el papel mediador (tanto en lo social como en lo territorial) del Tercer Sector quedaría bajo mínimos y estarían asentadas las bases para un corporativismo social tendente a defender los intereses exclusivos de particularismos sociales o territoriales.

Ahora bien, podríamos pensar en aquellas condiciones que fueran favorables para superar ese rosario de adversidades y que ayudará a encontrar el equilibrio entre la defensa de los sectores sociales desfavorecidos y la colaboración y complementación con las instituciones estatales. En primer lugar, anteriormente se argumentaba en el sentido de que los intereses de las instituciones gubernamentales y las funciones del Tercer Sector pueden ser coincidentes. Precisamente tanto los crecientes fenómenos de ingobernabilidad como la creciente insostenibilidad ambiental pueden influir, y de hecho influyen, en la adopción de nuevos compromisos y actitudes del sector público en la búsqueda de procesos resolutivos eficaces. En según qué lugar, el empuje de nuevos valores y la mayor disponibilidad de tiempo de los ciudadanos para los asuntos públicos, acompañados de la presión de los nuevos movimientos sociales, también pueden inducir a cambios en la cultura política. Finalmente, el acceso a las nuevas tecnologías de la información puede facilitar la comunicación entre organizaciones sociales y ámbitos locales, favoreciendo la creación de redes de segundo orden y la comunicación de las organizaciones sociales con los ciudadanos, favoreciendo también la recreación de las redes informales y el acceso de los ciudadanos a la vida política y económica.

En todo caso, tanto desde las características intrínsecas a los nuevos movimientos sociales y a las nuevas organizaciones sociales, como desde los retos que tienen que afrontar, encontramos ayudas para explicar el desarrollo de tres grandes campos para la transformación social --o determinadas cotas de la misma-- en que se sumerge el Tercer Sector. En primer lugar, el desarrollo de redes sociales como el soporte fundamental para el desarrollo de las Organizaciones del Tercer Sector. En segundo lugar, la propuesta y apuesta por la Democracia Participativa considerada a la vez como un instrumento procedimental que es un fin en sí mismo y que refuerza, tanto la cohesión interna, como la puesta en marcha de los procesos sociales de cambio. Finalmente, la Economía Social, como el más fiel exponente de la práctica en la incorporación de los sujetos en los procesos de transformación.

Las redes sociales: sistema abierto y soporte para el desarrollo del Tercer Sector

Al igual que las Organizaciones del Tercer Sector, las denominadas redes sociales informales cobran mayor sentido en un contexto social donde la creciente desprotección social es una amenaza que pende sobre determinados ámbitos y colectivos. Algunos autores (Requena, 1991 y 1994) han puesto en evidencia cómo las redes sociales informales en una sociedad como la nuestra, inducida por una omnipresente racionalidad económica, se dotan de un carácter de capital relacional que presenta nuevas perspectivas estratégicas de los sujetos para ser capaces de afrontar los fuertes procesos de vulnerabilidad social. Se trata de una reformulación de los valores sobre una base de confianza, esta vez desde la dimensión de lo cotidiano, desde la proximidad, que parece que ayudan a restablecer las relaciones familiares, de vecindad, y de amistad, como un subsistema que obtiene una dinámica propia dentro del conjunto del sistema social. Así, el acceso al mercado de trabajo, el acceso a la vivienda, el cuidado de los niños o de los ancianos y un sin fin de servicios más, pueden ser resueltos, directa o indirectamente, a través de las redes sociales informales como un renovado sistema que desarrolla funciones de apoyo social [139]. Si bien, es evidente que estos procesos se despliegan con mayor intensidad y claridad en aquellos espacios sociales más desfavorecidos.

Al mismo tiempo, el desarrollo de las Organizaciones del Tercer Sector, fundamentalmente las que tienen una base territorial, no es ajeno a esta dinámica relacional. Los movimientos sociales y las organizaciones del Tercer Sector se alimentan del entramado social a la misma vez que lo recrean, proyectando así una continuidad y conectividad de las redes informales con el exterior a las mismas, a través de otras redes sociales de mayor formalidad, de segundo y de tercer orden..., conformando una complejidad social que no tiene precedentes en escenarios anteriores. Como confirma Donati (1997) el Tercer Sector define la intersección entre lo formal y lo informal, de tal forma que podemos considerar a las Organizaciones del Tercer Sector como una constelación susceptible de construir redes sociales de rango superior cuya función se define por «una estrategia societaria: la de hacer salir a los individuos, familias y grupos informales de la condición de destinatarios pasivos de ayuda» (Donati, 1997: 130). En definitiva, por redes sociales no podemos sino considerar a la conjunción entre las redes sociales informales (Cuarto Sector) y las propias redes de segundo orden que surgen desde aquellas (Tercer Sector).

Las redes sociales: la creciente complejidad del concepto

Es precisamente la función de intermediación que las Organizaciones del Tercer Sector desarrollan, entre las redes sociales informales y los otros sectores o subsistemas del sistema social visto en su conjunto, lo que viene a evidenciar la complejidad del escenario social[140]. No podemos, por tanto, circunscribirnos al análisis de una única red social, sino a múltiples solapamientos entre constelaciones de redes sociales, en donde los sujetos y colectivos de sujetos son interdependientes entre sí; y donde más concretamente es relevante la interacción que se produce entre las distintas redes sociales que vienen a determinar los procesos sociales.

En este sentido, cuanta mayor diversidad de redes y mayor permeabilidad entre ellas se conforman áreas difusas (mesosistemas) donde interaccionan los distintos sectores y los distintos micro-sistemas. Una única red define relaciones entre elementos, una multiplicidad de redes definen las relaciones entre relaciones, difícilmente mensurables pero que no por ello dejan de representar una perspectiva interesante de la realidad social[141]. La evolución del análisis de redes nos ha llevado desde las relaciones lineales (secuencia de puntos) que definen actitudes individuales (la red única), a las relaciones múltiples (áreas de entornos) que definen actitudes colectivas interdependientes, a la vez que son proclives a la consecución de la acción social.

Sobre la base del concepto de red social, primeramente desarrollado desde la antropología (Barnes, 1954; Mitchell, 1974), y posteriormente desde la ecología del desarrollo social (Bronfenbrenner, 1987), se asientan las bases para aplicaciones finales desde una perspectiva que se dirige a la acción social (Nora Dabas, 1993) y que ha ido descubriendo la potencialidad operativa de las redes sociales desde su carácter más susceptible de incubar los procesos de transformación social. Las características de las redes sociales establecen determinadas condiciones, más o menos favorables, según la naturaleza de las redes, para la consecución de la Calidad de Vida. Ese enriquecimiento del concepto de redes a través de las distintas estrategias analíticas ha posibilitado una amplia tipologización de las redes en función de muy diversas variables[142]. Mientras, aquí, para el propósito que se persigue, se opta por reconstruir una clasificación que parece lo suficientemente operativa, tanto porque da cabida a la explicación del despliegue del Tercer Sector, como porque nos es útil para reforzar la idea de multiplicidad de redes en relación a la complejidad del concepto de calidad de vida y a la satisfacción de las necesidades humanas; y también, porque sobre todo permite establecer unas categorías de redes que en sus vínculos pueden contener a la vez lo expresivo y lo instrumental, y que en todo caso no son ni excluyentes entre sí, ni exclusivas:

Considerando esa multiplicidad de relaciones posibles en el nuevo escenario social, de una forma abierta (se emite y se recibe información desde/hacia el exterior de cada red), flexible y variable, en la que cualquier elemento (individual o colectivo) puede ocupar distintas posiciones --en la constelación de redes-- simultáneamente, se adquieren oportunidades de establecer muy diferentes vínculos tanto expresivos o endogrupales (de cohesión, de reconocerse como miembro de la red, de primer orden), como instrumentales o exogrupales (obtención de bienes y servicios a través de la participación de redes de orden secundario). En una estructura tan abierta, el individuo puede acceder a diversas formas de participación y las oportunidades para desplegar diversas combinaciones de éstas en el repertorio de cada uno pueden ser muy considerables y variadas, y por tanto, sumamente complejas. A mayor complejidad y a mayor apertura sistémica, las relaciones entre los elementos obtienen una mayor capacidad de influencia en la modificación de los otros elementos y del conjunto de la red y por tanto, emiten y reciben comunicaciones a través de los vínculos (flujos de información) que a su vez les modifican. Los comportamientos y actitudes modificadas cuando se producen a través de unas relaciones de tipo recíproco y simétrico (donde cada elemento de la red juega un doble rol de receptor-emisor) apuntan a procesos que recrean un sentimiento de pertenencia y una apropiación de los sujetos respecto de los ámbitos, sectores y espacios en los que se insertan. Las redes sociales complejas, por tanto, no son estáticas, están en continuo movimiento, son dinámicas y sumamente variables, y en función de ello son difíciles de delimitar, pero sin embargo, ofrecen una enorme potencia de intervención social cuando los vínculos que se establecen entre distintas redes se transforman en una voluntad colectiva[143].

En función de la categorización que hemos establecido, de la que se pretende remarcar su carácter interactivo, se construye una definición de redes [144] que intenta reunir los criterios que define la complejidad y que sobre todo es útil para el propósito de esta investigación: «Son las interacciones directas o indirectas, flexibles e infinitas (en un sistema abierto) que a través de la comunicación pueden establecer vínculos recíprocos y retroactivos que permiten la satisfacción de las necesidades humanas. Son, por tanto, un buen exponente de la naturaleza de la la complejidad».

Los movimientos sociales: redes sociales como sistemas de comunicación encaminados a la praxis

La capacidad transformadora de los movimientos sociales y de las organizaciones que lo conforman está mediada por la voluntad colectiva y «dicha transformación --en expresión de Zemelman (1987: 151)-- se manifiesta en la generación de corrientes de homogeneización de opiniones que permiten la formulación de fines compartidos, en ritmos de organización de toma de conciencia». Así, los movimientos sociales son tales movimientos porque conforman un sistema de comunicación dirigido a la acción, es decir, porque establecen una fluidez de mensajes a través de una estructura de red donde distintos grupos informales alcanzan un alto grado de cohesión interna (se intensionan) y también son parte de redes externas que refuerzan a grupos formales susceptibles de articularse entre sí (se extensionan); a través de esa consonancia hacen la vez de nudos de conexión, de salida y de entrada de información, que se derivan en actitudes y se resuelven en acción en momentos álgidos de movilización y/o en procesos de desarrollo comunitario.

De tal suerte que un movimiento social cumple su función activa si es capaz de proyectarse en un conjunto de acción en determinados momentos y ciclos contextuales en el que la comunicación (dar forma a, el informar-informarse de, confusión entre el receptor y el emisor) fluye horizontalmente y verticalmente en una estructura de niveles de conciencia (ver Lámina 9).


Lámina 9. Conjuntos de acción

Una estructura del tejido social[145] caracterizada por la fluidez comunicacional puede ser mediatizada por los contextos sociales y económicos, y por tanto, deben adaptarse muy rápidamente a los cambios sociales para mantener una condición de potencia, de conexión y conjunción entre los distintos niveles de conciencia. Así, desde una lectura histórica algunos autores apuntan un comportamiento cíclico de los movimientos sociales que se debilitan en número y poder durante los períodos de auge económico y se reavivan durante períodos de recesión económica (Fuentes y Frank, 1988). Aunque también podríamos argumentar que las redes sociales se recrean en momentos de crisis, siendo proclives, durante los períodos de rápidos cambios sociales a nuevas formas de comportamiento y acción social que se difunden rápidamente y que a veces llegan a coordinarse estableciendo eficaces respuestas y alternativas, transcendiendo así los intereses particularistas de las organizaciones sociales.

De cualquier forma, el debilitamiento o reavivamiento no son sino procesos de rupturas y desconexiones en las propias estructuras del tejido social imbuidas en nuestro sistema social, por la lógica de unos rápidos cambios contextuales que han provocado una acumulación de inadecuaciones para el conflicto, pero que también representan una recomposición permanente y sugieren adaptaciones de los movimientos sociales a las nuevas problemáticas encaminándose hacia otros modelos de participación social[146]. En todo caso, podemos considerar cómo el creciente desarrollo de la multiplicidad de redes sociales interactuantes se produce gracias a la existencia de las organizaciones sociales con capacidad para articular a distintos colectivos sociales y a diferentes ámbitos locales (coordinación de lugares y ámbitos donde se consigue una seguridad social por la proxemia). Es así como se despliega la potencia de un Tercer Sector.

El concepto de red social no sólo implica la existencia de sistemas de comunicación abierta y de estructuras que descubren la complejidad como heterogeneización en multitud de aldeas (Maffesoli, 1990) que se apoyan mutuamente (se retroalimentan) sin dejar de ser ellas mismas, y que por ello precisamente, son una respuesta y resistencia a la aldea global (homogeneización de los patrones culturales), sino que como estamos viendo, también nos resulta muy útil para entender las condiciones de las estructuras necesarias para el desarrollo del Tercer Sector y para comprender la propia razón de ser de la acción humana en ese ámbito. No podríamos hablar de conceptos de pertenencia, apropiación y participación y en consecuencia, del significado del Tercer Sector sin entender la capacidad reguladora[147] que se produce a través de las redes sociales.

Las redes sociales tienen capacidad reguladora si a través de ellas los miembros que interactúan logran establecer procesos sociales tendentes a satisfacer las necesidades humanas de una forma óptima. Podemos establecer tres aspectos o dimensiones que favorecen o minimizan (si son débiles) la función reguladora de las redes:

En contraposición a lo anterior, las redes pierden capacidad de regulación cuanto más desterritorializadas se encuentren; cuando los vínculos entre los elementos son débiles por tratarse de contactos esporádicos y discontinuos, o encontrarse limitados por la lógica de los instrumentos mediáticos (pueden manipularse o incluso interrumpirse por razones ajenas a la voluntad de los interactuantes sin que tengan ninguna oportunidad de acción sobre esa manipulación o ruptura), y podemos considerarlos por tanto, como contactos no directos; y por último, también cuando el contenido de los mensajes y de la información no es de interés común y pierdiéndose la oportunidad de compartirlo entre elementos que participan de la red, se vacían de contenidos, y en consecuencia resulta demasiado superficial y carente de compromisos fuertes (se agotan en el propio intercambio).

En consecuencia, la conjugación de esas tres dimensiones --unidas a la participación de los sujetos en distintas redes múltiples que garantizan la apertura de las mismas accediendo así a la innovación, a la capacidad de adaptación y a la experimentación-- establece el marco de consenso y participación que permite que pueda optimizarse la función reguladora de las redes, o lo que es lo mismo, que se puedan establecer los medios para alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas, y por tanto que posibilite las condiciones adecuadas para el ejercicio de la autonomía crítica de los miembros de la red por medio de la participación activa. La participación, la apropiación y el sentimiento de pertenencia son impensables sin una mínima estructura de red, comunicada en un sistema de redes, con cierto grado de densidad, intensidad y continuidad.

En síntesis, la capacidad reguladora es mayor si las redes son abiertas (constelaciones de redes diversas y permeables). Por tanto, cuando son más variados los repertorios de papeles, y en consecuencia, también las redes ofrecen espacio para adaptaciones y estrategias innovadoras, será mayor la capacidad para encarar tensiones y conflictos. Es decir, la participación de los sujetos en distintas redes múltiples crea condiciones favorables para construir iniciativas y sostener recursos; para en definitiva, crear procesos de regeneración urbana, económica y social de los ámbitos urbanos de periferia que son en síntesis procesos reguladores.

De la participación a la Democracia Participativa

La capacidad reguladora de una red social viene determinada por su capacidad de traducir en términos operativos sus estrategias, lo que precisa de una maduración en un determinado grado de responsabilidad compartida (corresponsabilidad) entre sus miembros y, como consecuencia, que todos ellos puedan concurrir en igualdad de oportunidades. Precisamente la corresponsabilidad es lo que permite la prolongación entre los sentimientos expresivos y la creatividad instrumental a través de las redes sociales. La responsabilidad que se construye en la unión de la identidad y la autonomía significa que el reconocimiento de uno mismo se produce a través de la relación con los otros, y que igualmente la práctica de un actor (individual o colectivo) se construye en la tensión dialéctica entre el interior y el exterior, cada actor social está mediatizado por la acción de los otros actores, y, por tanto, la acción de los otros está influenciada de la acción de cada uno de los actores. Se construye pues una actitud dialógica (Martínez Navarro, 1990) a través de la cual cada actor reconoce en los demás una dimensión de responsabilidad, de modo que a los otros actores les puede considerar --como a sí mismo-- corresponsables facultados para tomar parte en los procesos que les afectan mutuamente. La idea de participación, desde el Tercer Sector, se concibe fundamentalmente desde esas consideraciones. Si bien los procesos que afectan a los actores son múltiples, complejos y se desarrollan a distintas escalas por lo que las afecciones de los mismos pueden implicar desde muy pocos actores hasta infinitos sujetos. Así, las formas de tomar parte, tanto en los procesos sociales de formación discursiva de la responsabilidad, como del hecho de participar, pueden implicar muy distintos contenidos relacionados, tanto con la posición que se ocupa en la red social, como con la posición que se ocupa en la estructura social, y por supuesto sin dejar de considerar el factor determinante que supone el establecimiento de las escalas territoriales en las que se pueda centrar la posición del sujeto-actor social.

Se sugieren así distintas formas de entender el hecho de participar, y distintos niveles de participación que han hecho de ésta un principio abstracto lleno de ambigüedades (IOE, 1990: 161-162). Como tal principio ambiguo está dotado de polivalencia semántica: «el sentido del concepto participación no es unívoco, por el contrario, posee una gran flexibilidad que lo hace susceptible de ser utilizado en la práctica con connotaciones ideológicas y propósitos contrapuestos» (Lima, 1988)[148]. El concepto de participación es, en cualquier caso, un término controvertido que hoy se diluye en una discordante superposición de significados y que hace de su habitual uso, más una declaración de intenciones (debidamente normativizadas y regularizadas), que una práctica real capaz de implicar a los sujetos en los procesos de decisión y gestión de la vida social.

Por tanto, hay muy variadas y distintas formas de entender la participación, dependiendo del lugar que se ocupa en las estructuras de poder y de gestión, y por supuesto de otros aspectos más ideológicos. En general se tiende a que cuanto más arriba se está en la jerarquía social e institucional, más resistencia se ejerce para delegar decisiones, entendiéndose la participación como meros mecanismos informativos de las actuaciones decididas en la cúspide de las estructuras institucionales, administrativas y sociales. En la medida en que se desciende en la escala institucional, administrativa, social, el ciudadano, ya en calidad de simple usuario, como mucho en calidad de representante de algún grupo o colectivo social, recibe el bien participación como un don, como una invitación formal con nula capacidad de incidencia en los procesos de decisión. La comunicación social entendida exclusivamente como información sólo materializa mensajes que circulan en una sola dirección, sin posibilidad de respuesta alguna por parte del receptor que se encuentra prácticamente incapacitado para jugar en algún momento el papel de emisor. Desde esa lógica imperante es desde donde se puede entender mejor el creciente distanciamiento entre el Estado y los Ciudadanos, la denominada «crisis de la democracia representativa» y la consiguiente «búsqueda de un nivel superior de democratización del estado y de la sociedad misma» (de la Cruz, 1985: 81).

Precisamente, esa búsqueda de la democratización la encontramos en el papel de mediación de las Organizaciones del Tercer Sector, cuyo significado se encuentra en elevar el status de los usuarios receptores a sujetos emisores, y al ser actores sociales capaces de asumir ciertas cotas de responsabilidad social y de participación política en los asuntos que atañen a la convivencia ciudadana. Llegados a este punto parece conveniente interpretar la concepción que, desde el papel de mediadores, pueden tener las organizaciones del Tercer Sector sobre el contenido de la idea de participación.

La participación desde la perspectiva del Tercer Sector

Podríamos decir que la idea de participación ha remitido tradicionalmente a un doble enunciado. Primero, desde el plano de la gestión-administración viene connotado por la significación: dar información a la ciudadanía (en una trayectoria unidireccional arriba/abajo de circulación), mientras que desde el plano ciudadano-asociativo viene a significar: dar-tramitar-quejas (en una trayectoria unidireccional de sentido inverso al anterior, abajo/arriba). Al ser unívocas (carentes de una construcción conjunta) se compone en un doble eje de desencuentro que contribuye a desvirtuar el que debiera ser un eficaz mecanismo de intermediación y dinamización social.

La participación en el contexto de una sociedad profundamente hilemórfica, que separa nítidamente los procesos de ejecución de los de decisión, resulta un instrumento bivalente que igualmente actúa como eficaz mecanismo de integración (en el sentido de aceptación del modelo tal cual es), como adquiere visos de útil modificador de pautas sociales y políticas. Ambos fenómenos se producen a través de la información, concepto que conlleva una diferenciación en la línea que apunta J. Ibañez (1988), cuando plantea que el concepto de información articula por igual el informarse de y el dar forma a. En su primera acepción refiere comunicación transversal o información fluida en todas direcciones. En la segunda acepción, que Ibañez denomina neguentropía, se produce una extracción de información mediante la observación de los sujetos, para a través de la manipulación de la información modelar los comportamientos de los mismos. Este último aspecto, que es el que desarrolla mecanismos informativos que son un fin en sí mismo, establece una estrategia de control de los comportamientos que se aleja de las necesidades reales y encauza unas demandas más o menos estructuradas. Así, por ejemplo, las demandas sobre los servicios, muy a menudo no se corresponden con las necesidades reales, sino que a veces las demandas son inducidas, haciéndose manifiestas tras la puesta en marcha de políticas, programas y servicios.

Descomponiendo el término Participación, puede hallarse una doble articulación de significados: ser-partícipe-de y tomar-parte-en. Ambos delimitan y componen un mecanismo de precisión (no siempre sincronizado y perceptible).

Rechazando cualquier reduccionismo simplista, encontraremos que la implicación y reconocimiento ciudadano en las instituciones y los canales habilitados para encauzar la vida social y política aluden al nivel de satisfacción de la demanda cotidiana: ser perceptor de un servicio adecuado para el sujeto-usuario, que de este modo se siente inmerso en un engranaje societario. Acercar la gestión al ciudadano ha de medirse en pie de igualdad con la disposición o capacidad grupal para promover iniciativas a incorporar al discurrir del universo social, en una multiplicidad de procesos que tienden a permeabilizarlo.

La participación en su vertiente más integradora (funcionalismo tecnocrático) circunscribe su significado al referente del consenso ficticio de cuya consecuencia resulta un repliegue a los requerimientos de la acción política institucional (disolución del conflicto). Si por el contrario se circunscribe al referente de la efectiva exclusión de los circuitos y servicios que la administración del poder debe procurar a los administrados, hallaremos una dimensión en absoluto desdeñable: aquella que insta a procurar servicios y materializar derechos, aspiración legítima y no consumada para amplios segmentos de la ciudadanía.

Esta noción referida a los ciudadanos ha de ser incorporada de pleno derecho, ya que sólo la inmersión en el mecanismo socio-comunitario se revela como excelente antídoto contra olvidos y exclusiones institucionales sobre cuyo descrédito se propician la anomia social y actitudes cada vez más distanciadas de las responsabilidades colectivas.

La práctica participativa que une estas dos visiones conlleva un carácter integral que no sólo rebaja prevalencias (valora cada una de ellas en relación a las otras) sino que se orienta a equilibrar instancias que hasta hoy han hecho de su diferenciación y tratamiento un punto definitorio (funcionarización de los servicios y recelos hacia las iniciativas sociales). La participación en sentido integral expresa tanto inducción de contenidos como establecimiento de gradientes participativos acorde a una panoplia de posibilidades que ha de tener en cuenta las coordenadas sociales, sus necesidades y los referentes implícitos. Antes que hablar de relevancias habría que hacer mención a la complementación que subyace en los diferentes umbrales participativos. Se constata en efecto, la existencia de distintos gradientes y disposiciones en la participación que irían en un amplio abanico: desde ser el receptor de un servicio, hasta la incorporación voluntaria en temas de gestión compartida con las instituciones.

La participación debe entenderse, por tanto, como una dinámica en sí misma, e invita a abordar las reglas de su propia dinamicidad, optimizando así recursos humanos, disposiciones y posibilidades de intervención en una secuencia que se proyecta hacia el futuro. Si la participación se concreta hasta aparecer como un mecanismo con entidad de tal, sugerente catalizador de la realidad social, huelga preguntar ¿participar para qué?. Lo sustantivo será entonces el ejercicio práctico de profundización democrática y la plasmación de un socializador colectivo que no se circunscribe únicamente al conflicto con la administración.

Apostar por una participación real y socialmente útil (superadora del leve margen del trámite) significa desarrollar una estrategia de incardinación de secuencias y procesos concatenados:

Si bien es necesario articular esas secuencias correctamente, no se pueden obviar las diferencias y las especificidades sociales impuestas por las dimensiones de escala. Esa articulación debe tolerar y hacer compatibles las distintas formas de inscribirse en procesos participativos. La clave está en un encuentro de niveles, sectores y escalas.

La participación como encuentro[149]

La participación en ese sentido profundo, aunque diverso, es decir, en un sentido cuyos objetivos y contenidos se dirigen a una socialización del poder, al desarrollo de una cierta capacidad para acometer las decisiones sobre la gestión de los recursos y a una resolución de los problemas que afectan a los sujetos por parte de los propios sujetos, es lo que consideramos como democracia participativa. Ésta se puede operativizar de forma óptima en una dimensión de escala humana. Es necesaria una dimensión espacial abarcable a la hora de definir las unidades urbanas sobre las que se puede incidir o establecer controles colectivos, ya que las posibilidades de los sujetos para implicarse en el proceso de toma de decisiones se haya en proporción inversa en relación a la dimensión del ámbito de actuación. Es indudable que la participación con mayor intensidad se puede dar con mayor facilidad y operatividad en la medida en que el ámbito de actuación sea más pequeño y perceptiblemente más controlable. De la diferenciación relacionada con la diversidad de escalas se deriva la necesidad de distintos niveles y mecanismos de participación, no contrapuestos, sino complementarios, que en todo caso deben ir acompañados de la mayor descentralización posible[150], desde la decisión sobre la transformación y diseños de espacios y actividades hasta la elección directa de los representantes públicos. En definitiva, no se trata tanto de optar entre una democracia participativa y una democracia representativa, sino de buscar su complementariedad y la continuidad entre una y otra.

En la dinámica de esa forma de entender la descentralización basada también en ciertos niveles de desburocratización, es donde radica la idea del encuentro. La descentralización del Estado no implica la disolución de éste, más al contrario, puede suponer una mayor legitimación de las instituciones reguladoras en un sentido de desarrollo de lo público (más que de la burocracia), pero desde la perspectiva de otro modelo de Estado más fusionado con la Sociedad Civil, más penetrado por las organizaciones sociales, que separado de las mismas.

Siguiendo el razonamiento Fadda (1990: 34-54), la participación, para que sea tal, debe concebirse en función de una redistribución del poder[151], es decir, es inseparable de la idea de poder (y también de la de potencia), en la medida que la participación implica acceso al poder de forma progresiva por parte de las organizaciones sociales incrementándose el control de éstas sobre las instituciones reguladoras, lo que supone ir más allá de la mera redistribución de los recursos; «... desde que la acción participatoria implica un nuevo compartir de poder decisorio, puede ser vista como un encuentro entre categorías sociales, clases, grupos de interés...» (Pearse & Stiefel, 1980:5)[152]. La estrategia de los nuevos movimientos y organizaciones sociales por el establecimiento de procesos de democracia participativa a distintos niveles y a través de múltiples combinaciones: de presión social, de negociación, de cooperación, de autogestión, de cogestión... llevan a actitudes dialógicas, de reconocimientos de distintos roles en interacción entre el Estado (fundamentalmente los entes locales) y la comunidad urbana. El encuentro entre ambas, que por otro lado no significa omitir o renunciar al conflicto social, pero sí es una apuesta por el diálogo, en definitiva por el consenso, es un proceso de reconocimiento y autoeducación mutua --entre lo público y lo comunitario-- en base a la cual es posible desarrollar la praxis urbana.

En el contexto más específico de lo urbano, enunciar la idea de democracia participativa no cambia sustancialmente. En el marco urbano, más ostensiblemente, participación supone instalarse en la dimensión de una triple confluencia que articula la réplica a la visión de una participación por irrupción (exclusivamente desde el conflicto) o invitación (exclusivamente desde la deformación de la ilusión): descentralización + capacidad de gestión + capacidad de decisión. Para que la participación, en el sentido reseñado, pueda establecer y ser un mecanismo que permita una profundización en la democracia y para que sea una realidad se precisa de unas condiciones de modelo urbano que desarrollamos más adelante.

Por último, aparece como un requisito más, para consolidar la Democracia Participativa, la necesidad de alcanzar determinados niveles de desarrollo local que garanticen una mínima base productiva capaz de obtener una cierta independencia económica de los ámbitos locales urbanos respecto de los ámbitos globales. La estrategia productiva construida en función de una economía global ha generado una gran indefensión frente a crisis estructurales y ambientales y justifica la necesaria diversidad de un modelo de economía social basado más en una sustitución de capital por trabajo, y que sea además capaz de crear empleo satisfaciendo necesidades sociales y ambientales de carácter local. Se trata de desarrollar la oportunidad de las redes de iniciativas económicas capaces de desarrollar las potencialidades locales, permitiendo que también la población local pueda asumir un papel de sujetos activos de su desarrollo, a la vez que se articule el nivel local con otros niveles económicos y administrativos. Bajo esta impronta la democracia no será completa, no será participativa, a no ser que vaya unida a procesos de democracia económica.

El desarrollo de la Economía Social como maduración del Tercer Sector

El concepto de Economía Social parece que ha terminado por imponerse en amplios sectores sociales, políticos, sindicales e intelectuales sin haber logrado aún componer de forma completa sus rasgos de identidad. Establecer un marco conceptual común para todos aquellos agentes económico-sociales que, desarrollando actividades económicas, tienen unas características específicas que permiten diferenciarlos claramente de los agentes económicos públicos y de los sectores privados tradicionales, requiere una mayor maduración de un (tercer) sector que, a pesar de la tradición del movimiento cooperativista y tras el largo paréntesis del Estado del Bienestar surgido tras la II Guerra Mundial, se reconstruye y se reconoce como tal alternativa económica desde la década de los 80. Ese resurgir no se puede entender si no es bajo el signo de los nuevos componentes y contenidos que en gran medida van aparejados al desarrollo de otros modelos económicos donde el medio local está ganando protagonismo. Este efecto se produce gracias a su probada mayor eficacia para generar nuevas estructuras económicas a través de procesos de desarrollo basados sobre la movilización de recursos locales para satisfacer necesidades locales. El despliegue de estas estrategias más capaces de contrarrestar los efectos de una crisis estructural, precisamente pone en evidencia la incapacidad del sistema económico globalizado para resolver los problemas de pobreza, desempleo y de insostenibilidad ambiental que él mismo genera.

Las mutuas implicaciones entre el medio local y la Economía Social se hacen consustanciales en la búsqueda de un desarrollo endógeno enfocado a la satisfacción de las necesidades humanas y, por tanto, a la consecución de altas cotas de calidad de vida. La Economía Social no podrá consolidarse sin el apoyo de las políticas económicas locales, y éstas no podrán imprimir procesos de desarrollo endógeno sin la maduración de un cierto entramado de estructuras de Economía Social. El desarrollo del Tercer Sector requiere consolidar una zona de encuentro entre la Economía Social y las políticas económicas locales, o lo que es lo mismo, se trata de establecer procesos de democracia participativa que movilicen y pongan en disposición de interacción los recursos públicos, canalizados a través de estrategias y políticas locales, con los recursos disponibles y potenciales que se crean o que se pueden crear a través de redes sociales abiertas (locales pero también susceptibles de reforzarse por su proyección exterior).

La difícil delimitación de la Economía Social

En efecto, sin el encuentro es poco menos que imposible la consolidación de una Economía Social que obligadamente se tiene que desarrollar en el marco de un sistema capitalista, camuflándose en múltiples formas de adaptación que disimulen la contradicción de su coexistencia, sin llegar a amenazar el sistema en sus fundamentos básicos en el corto plazo. La diversidad de adaptaciones y de respuestas a la crisis estructural hace de la Economía Social una dimensión, a su vez multiforme, que pone de relieve la aparición de economías de diversidad frente a la economía clásica monetarizada.

Es precisamente por las dificultades de identificación de las denominadas economías de diversidad[153] que se desarrollan sobre todo en la combinación entre el desarrollo endógeno y la economía social donde se descubre una diversidad conceptual de la idea de economía social --buena prueba de ello es la variedad de acepciones que se manejan para su identificación como Organizaciones No Lucrativas, economía asociativa, economía de inserción, economía alternativa, economía solidaria, economía del non profit (economía de interés general)...-- pero que tiene como rasgo común una estrategia que se inscribe en el cuestionamiento de la racionalidad económica imperante (Globalización, consumismo, dependencia, desigualdad, insostenibilidad) y pretenden la optimización de las necesidades humanas. Presenta, por tanto, múltiples dimensiones interrelacionadas que confluyen en tres orientaciones:

En un sentido amplio las denominadas empresas de economía solidaria combinan eficazmente la rentabilidad que lleva implícita el concepto empresa con la solidaridad social (Vilanova & Vilanova, 1996). Es decir, si en el entorno de lo económico no se puede dejar de hacer referencia a la producción de bienes y servicios con un mínimo de rentabilidad según criterios de mercado, desde la esfera de la solidaridad social reforzadas en valores democráticos el beneficio económico se reconvierte en beneficio social. Una definición que a nuestro juicio recoge con bastante precisión la profundidad de la Economía Social podría ser la expresada por J. Defourny (1992: 24): «La economía social está compuesta por actividades económicas ejercidas por sociedades, principalmente cooperativas, mutualidades y asociaciones, cuyos principios de actuación se caracterizan por la finalidad de servicio a los miembros o al entorno, la autonomía de gestión, los procesos de decisión democrática y la primacía de las personas y del trabajo sobre el capital en el reparto de beneficios».

De otra parte, un tipo de empresas que se encuentran inmersas en esa amplia zona definida por la Economía Social o Solidaria serían las denominadas Empresas de Inserción[154] las cuales nos interesa reseñar especialmente[155], y que son definidas como «estructuras de aprendizaje temporal que permitieran el acceso posterior al mercado de trabajo convencional. La peculiaridad de estas estructuras de aprendizaje e integración social es que operan mediante la realización de una actividad productiva y en una organización en un entorno similar al de una empresa convencional, lo cual facilitará su posterior acceso al mercado de trabajo» (Cáritas, 1997: I-14).

En todo caso, la Economía Social cumple un papel que da respuesta a la satisfacción de las necesidades humanas y por ello representa a un sistema de iniciativas que adquieren múltiples funciones de intermediación, no solamente entre los sujetos, sino entre los sujetos y los poderes públicos, entre los sujetos y los sectores, entre unos sectores y otros. En la medida en que la función de las nuevas iniciativas inscritas en el campo de la Economía Social acomete el doble sentido de hacer aflorar a la conciencia colectiva la universalización de las necesidades humanas y de a la vez procurar nuevos mecanismos de democracia participativa y de acceso al empleo con criterios de calidad de vida en el tiempo de trabajo; significa el despliegue de un sistema de economía diversa que desde la lógica de contar, en primer lugar, con las propias fuerzas y recursos locales, busca también fórmulas de articulación y de coexistencia con la economía mundializada.

Las características de las Empresas de Economía Social

Sin duda la causa principal por la que la Economía Social está adquiriendo un creciente protagonismo deriva de su enorme oportunidad para crear puestos de trabajo en un contexto social donde la crisis del empleo alcanza unas cotas de preocupación social sin precedentes y en un modelo económico de crecimiento sostenido que, como analiza de forma destacada Jeremy Rifkin (1996), paradójicamente no va acompañada de un proporcionado incremento del empleo. Es en esa dinámica donde los dos grandes sectores (Estado y Mercado) son incapaces de disminuir las tasas de desempleo, fundamentalmente porque, tanto las políticas de empleo, como las estrategias de rentabilidad se encuentran abocadas a su propia reproducción, como sistema y como modelo, y ello queda muy alejado de corresponderse con los requisitos e intereses encaminados a satisfacer las necesidades humanas. Todo parece indicar que son las pequeñas estructuras productivas, el autoempleo y las Organizaciones del Tercer Sector las que obtienen mayor capacidad de generar empleo, y más particularmente éstas últimas desarrollan unas estrategias de actividades económicas basadas en la relación social, que no sólo por ello están en mejor disposición para promover empleo, sino que también se inscriben en un tipo de actividades que complementan lo social y lo económico, lo que difícilmente podrían afrontar los otros sectores, y además se encuentran principalmente comprometidas con la satisfacción de las necesidades humanas y con la optimización de la calidad de vida.

En base a esa estrategia basada en la socialidad y la solidaridad, las Empresas de Economía Social presentan unos rasgos característicos que ayudan a explicar su éxito en la creación de empleo y su oportunidad para incrementar los niveles de Calidad de Vida, estos rasgos los podríamos resumir[156] en los siguientes:

Oportunidades y condiciones necesarias para el desarrollo de la Economía Social

Llegados a este estado de la cuestión estamos en condiciones de vislumbrar una emergencia de otro posible modelo de empresa que introduce elementos capaces de contribuir y articular por sí mismos la creación de un nuevo ambiente productivo que se distingue y se diferencia de la cultura empresarial imperante que, basada exclusivamente en unos criterios de competitividad, requiere de aperturas permanentes a nuevos mercados y de un incremento constante de la productividad a través de la continua incorporación de nuevas tecnologías. Si bien, el nuevo modelo productivo que encarna la Economía Social no deja de encontrar serios obstáculos para su implantación. Queda por resolver un desajuste que presenta una doble lectura, por un lado el desfase que se produce entre la potencialidad de la Economía Social y las dificultades que encuentra para su desarrollo; por otro, la inadecuación entre la persistencia de necesidades insatisfechas y la gestión de los recursos. En definitiva, entre la falta de acoplamiento entre las oportunidades y las condiciones necesarias para su desarrollo. La resolución de este desajuste es necesaria para afrontar la creciente ingobernabilidad social e insostenibilidad ambiental que se focaliza en las grandes ciudades.

Las oportunidades se encuentran precisamente en la propia insatisfacción de las necesidades[157] en el ámbito de la vida cotidiana. Por poner un ejemplo podríamos considerar la paradoja que se produce en aquellos ámbitos urbanos donde el fenómeno representado por la presencia de altas tasas de desempleo viene acompañado de la existencia de una degradación del medio ambiente urbano, o de un parque inmobiliario deteriorado, o de la inexistencia de determinados servicios y equipamientos, etc. Hay, en definitiva, todo un área de la economía diversa a desarrollar en las denominadas actividades y servicios de proximidad en ámbitos locales donde se pone de manifiesto cómo en la carencia de los problemas se encuentran posibilidades dormidas de desarrollo económico y de cómo ha de establecerse el encuentro a través de las denominadas políticas activas de empleo que fundamentalmente se pretenden encaminar a detectar las iniciativas ciudadanas de base social y a explotar los llamados nuevos yacimientos de empleo[158] desde una perspectiva preocupada por un aprovechamiento óptimo de los recursos del medio, tanto físicos --recursos naturales y materiales--, como sociales (socioculturales y relacionales).

Ahora bien, para que pueda desarrollarse una dinámica societaria de tanto calado es necesaria una gran agilidad en la implementación de los procesos y estrategias capaces de crear unas condiciones adecuadas a las nuevas realidades sociales. La creación de esas condiciones adecuadas las podemos descifrar, al menos, desde tres planos que imprescindiblemente están interpenetrados unos de otros: el plano de lo social, el plano del territorio (del espacio urbano), y el plano de lo institucional.

Todas estas condiciones, que podríamos identificar más con la existencia de redes sociales entendidas como recursos para el desarrollo, tienen un alto grado de cumplimiento en los ámbitos de periferia urbana y social del municipio de Madrid donde hemos centrado el presente trabajo, detectando distintas iniciativas, en unos lugares donde encontramos un importante tejido asociativo, parte del cual es dinámico en sus planteamientos afrontando nuevos retos; y unas experiencias de autogestión y de economía social que son cualitativamente muy valiosas y que cuantitativamente adquieren cierta dimensión. Todo ello lo veremos en el capítulo siguiente.

A las dificultades implícitas a las Organizaciones del Tercer Sector, y más particularmente respecto a las empresas de Economía Social, habría que añadir las propias adversidades de una actividad económica basada en sectores intensivos de recursos humanos, lo que es motivo de un incremento de los costes laborales (costes salariales + costes sociales) que finalmente repercuten en su viabilidad y que muestran una penalización relativa respecto de otros sectores empresariales más intensivos en capital y, por tanto, más capacitados para aumentar la productividad en base a la incorporación de tecnología (Cáritas, 1997: 27) y más facultados para deducir desgravaciones fiscales.

El establecimiento de políticas que discriminen positivamente al sector de la Economía Social implicaría necesaria y simultáneamente, la creación de un marco legislativo que regule y apoye las estructuras y empresas de economía social tendente a reducir las cargas fiscales y de otro tipo; y de una política de contratación por parte de las administraciones públicas que permita una expansión del modelo que representan estas iniciativas sociales. Esa estrategia iría más en el sentido de romper con la dinámica perversa de las subvenciones y eliminar los obstáculos para su desarrollo como pueda ser su excesiva dependencia y las malas condiciones de partida para el surgimiento de este tipo de iniciativas.

El Tercer Sector como paradigma

Los nuevos movimientos sociales y las organizaciones sociales que conforman el Tercer Sector son producto de su tiempo, se producen en él, pero también le reformulan y le pueden transcender. El tiempo que nos ha tocado vivir es sumamente complejo, atravesado por distintas crisis en cascada por acumulación, los movimientos sociales se recrean en esa complejidad sistémica rebosante de incertidumbres e incapaz de construir nuevos modelos futuribles de referencia. El centro neurálgico del sistema, inconsciente de sí mismo, de sus límites y de los efectos sociales y ambientales que provoca no tiene oportunidad de establecer respuestas resolutivas a las problemáticas de nuestro mundo. Habría que preguntarse si los fenómenos emergentes, organizacionales, relacionales y culturales, en una dinámica de movimiento permanente y articulado son capaces de construir alternativas de orden paradigmático.

No podemos abordar aquí en toda su amplitud este interrogante[160], pero el sentido paradigmático que para algunos autores tiene el desarrollo del Tercer Sector apunta al menos a una susceptible remodelación del sistema social imperante por la virtud mediadora de este Tercer Sector emergente que tiene un especial interés para nuestro trabajo. Estas transformaciones vienen dadas de su capacidad para generar alternativas parciales, sectoriales, locales, reflexionando más en el presente (no tanto enfocado al futuro) y en su contexto social más inmediato, no tanto por dirigirse conscientemente, y través de una estrategia determinada, hacia un modelo social definido y determinado. La diversidad en formas y contenidos hace difícil pensar en una articulación de los muchos y variados movimientos, iniciativas, microorganizaciones, para generar un sistema de comunicación de amplio espectro capaz de establecer una alternativa al sistema global; sin embargo, las múltiples iniciativas son susceptibles de reproducirse interconectadamente en una expansión social que permita una interpenetración y extensión de una nueva semántica societaria que abra nuevos horizontes y que se encamine a nuevos modelos, aunque no totalmente proyectados desde la dimensión ideológica o teórica. En ese sentido no se elaboran promesas futuribles de alcanzar el reino de Dios, más bien se actúa en función de las condiciones presentes y particulares.

El Tercer Sector tiene oportunidad de construir alternativas parciales y sólo en la medida en que éstas sean capaces de articularse entre sí pueden establecer un sentido alternativo global, pero desde la alteridad, es decir, desde la aceptación de los distintos roles que tienen los sectores-actores que intervienen las relaciones sociales, creando las condiciones adecuadas. Así, distinguiendo en esa conjunción entre la naturaleza alternativa y la alteridad; en primer lugar, lo alternativo vendría marcado por el carácter emancipador de los movimientos sociales, considerando a éstos como portadores de la potencia necesaria para la superación de la explotación. El concepto de explotación, entendido en el mismo sentido explicado por Jesús Ibañez (1991) --desde una perspectiva y contenidos heterogéneos-- [161], nos remite a una ampliación de la tradicional construcción conceptual de la idea de explotación que permite conjugar la acción de los viejos y nuevos factores, de los viejos y nuevos movimientos, de los viejos y nuevos conflictos sociales:

Desde la reflexión del concepto de explotación se puede explicar la fragmentación de los movimientos como un enriquecimiento propio de la complejidad que en el fondo proviene de una adaptación a las diferentes necesidades y sensibilidades emancipatorias. De alguna forma, ello viene a superar la abstracción de la transformación global indeterminada para pasar a plantearse pequeños espacios de autonomía hiperdeterminados, que eso sí necesitan de una expansión más o menos articulada, sólo posible desde esa dinámica que hemos denominado como el encuentro.

En segundo lugar, el encuentro supone, en definitiva, la alteridad, a la misma vez que permite el desarrollo de la eficacia política del Tercer Sector. Así, como señala Pietro Barcellona (1992: 133): «Partiendo de la premisa de que una sociedad que no quiera precipitarse en la anomia, esto es, en la creciente ausencia de compromiso con las normas y las responsabilidades colectivas, ha de permitir que todos tengan un espacio en la sociedad (que también los desempleados, los marginados, y las diversas subclases tengan algo que aportar a cambio de la aceptación de los vínculos sociales)...».

Aparecen una necesidad y una oportunidad para encontrar o reinventar los espacios de confluencia y solapamiento de las temáticas particulares, de autoapoyo, donde se rompa el descompromiso entre conflictos, en un sistema que tarde o temprano necesitará de intermediarios sociales con proyectos autónomos capaces de canalizar las aspiraciones sociales. Pero también se deriva de todo ello, la necesidad de intervenir en conjunción en los procedimientos, definiendo y potenciando nuevos modelos participativos de cogestión y de autogestión en un ser conscientes donde son los movimientos los que tienen que alterar con la acción, dar forma a, construir «una nueva semántica societaria en virtud de la cual se redimensionan y por lo tanto se redefinen, los parámetros sociales que caracterizan a los otros sectores o sistemas de la sociedad» (Donati, 1997: 130).

La concurrencia, en términos que se aproximen a unas relaciones más permeables y recíprocas de mutua influencia y reconocimiento, es lo que nos permite pensar en un seudo-paradigma[162] que viene definido por un cambio de relaciones desde lo que sería una racionalidad separada (relaciones asimétricas y no recíprocas) a una racionalidad integrada (relaciones con mayor carga de reciprocidad y mayor simetría). Gráficamente lo podríamos representar de la forma que ilustra la Lámina 10.


Lámina 10. Relación separada

La complejización de las nuevas relaciones que se pueden establecer desde un modelo de racionalidad integrada establecen un desarrollo confuso (fusión, donde se funden) de las dimensiones: soportes (redes sociales), instrumentos procedimentales (democracia participativa) y fines transformadores (economía social) de tal forma que tienen su sentido de ubicación en cada uno de los ejes de relaciones. Aún así, simplificando nos arriesgamos a establecer una dimensión más identificable en cada uno de los ejes, en todo caso y teniendo en cuenta que cualquiera de estos ejes está abierto a todas y cada una de las dimensiones y que cada una de éstas se impregna del resto, es decir son a la vez soporte, instrumento y objetivo.

En conclusión, el Tercer Sector tiene un reto por delante: contribuir a construir otro modelo social abriendo ya espacios de autoorganización y, a la misma vez, estableciendo mecanismos de defensa de los derechos universales. Combinar y mediar son las palabras clave. Combinar y mediar entre la reivindicación (movilización social) y la autoorganización (movilización de los recursos), estableciendo vínculos entre lo particular y lo universal, entre lo local y lo global, entre lo informal y lo formal y realizando la oportuna articulación entre estas dimensiones.

A partir de ahora se trata de descubrir el nivel de aplicación y correspondencia que pueda tener esta perspectiva del Tercer Sector en una investigación de casos que se concreta en la periferia social de Madrid, y en las Organizaciones del Tercer Sector de carácter local que allí han emergido en la última década.


Notas


[130]: Algunos autores han puesto de relieve el creciente protagonismo de las iniciativas de los gobiernos locales en la promoción del desarrollo local como alternativa a la crisis estructural (Allende, 1987: 79-97), así en expresión de José Arocena: «Actualmente la dimensión local ocupa un lugar de gran importancia en la acción o en los programas de los gobiernos... En todas estas tendencias actuales hay una fuerte valoración de lo local como la dimensión social pertinente cuando lo que se busca es aproximarse lo más posible a lo real», por otro lado, este «desarrollo de las sociedades locales suponen procesos de generación de actores capaces de iniciativa» (Arocena, 1989: 123-128). Para Piore y Sabel esta nueva dinámica de desarrollo con base local se presenta como un nuevo paradigma de desarrollo económico (Piore y Sabel, 1990). Además, esas nuevas políticas desarrolladas para afrontar la crisis estructural no pueden separarse del creciente desarrollo de aquellos procesos de descentralización administrativa que tanto ha destacado Jordi Borja (1987), y que este autor viene a explicar como nuevas maneras de reconocimiento de la potencialidad de unas iniciativas emergentes con base local que presentan una capacidad propia de autonomía.
[131]: Recordemos que el concepto de potencia se entiende aquí tal y como sugiere M. Maffesoli (1990) en El Tiempo de las Tribus. Maffesoli en referencia a los procesos sociales emergentes que apuntan a una nueva socialidad, mantiene que ésta viene acompañada de una potencia social en expansión que se proclama como alternativa frente al concepto de poder. La potencia en este sentido correspondería a una redistribución social del mismo.
[132]: Las nuevas y crecientes prácticas urbanas de los movimientos ciudadanos han sido constatadas por diversos autores, lo que pone de relieve Víctor Urrutia, destacando a su vez la emergencia de nuevos y viejos articuladores sociales en espacios urbanos y más particularmente en espacios de periferia urbana donde se verifica el desarrollo de nuevas pautas de socialidad orientadas a la búsqueda de la identidad cultural, así como al fortalecimiento de la conciencia comunitaria (Urrutia, 1994: 245-246).
[133]: Respecto a las diferentes posturas valorativas sobre el Tercer Sector nos remitimos al repaso que realiza P. Donati (1997: 133-137).
[134]: Desborda nuestras pretensiones adentrarnos en el desarrollo teórico de lo que se ha venido en designar como Nuevos Movimientos Sociales. Para un compendio y desarrollo teórico muy completo nos remitimos al trabajo realizado por Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey (1994): Redes que dan libertad: Introducción a los nuevos movimientos sociales, y al número monográfico de la Revista Documentación Social n. 90 (VV.AA., 1993) dedicada a Los Movimientos Sociales Hoy. En todo caso queremos hacer énfasis en tres aspectos que quedan recogidos en los trabajos citados: en primer lugar la consideración de los nuevos movimientos sociales como agentes colectivos que activan e intervienen en los procesos de transformación social: en segundo lugar, en la idea de que los movimientos sociales son sistemas de comunicación que se desarrollan y se articulan a través de redes; en tercer lugar, la idea que contempla cómo desde la complejidad (diversidad interactiva) propia de los nuevos movimientos sociales se afronta la praxis desde la propia complejidad del medio social. En ese sentido, de cómo se asume la consecución de la Calidad de Vida. Como síntesis, desde estos aspectos se proyecta un cuarto punto que se refiere a la ampliación y reformulación de la democracia, lo que se expresa en su capacidad demostrada para reducir la esfera de las decisiones estatales, y desde su capacidad para abrir espacios públicos de acción política y social no institucional, sobre todo a escala local (Pastor, 1998). Según expresa Jaime Pastor «El propósito de esos movimientos alternativos sería ir construyendo un minipopulus, una masa crítica, palanca de apoyo para ir construyendo un bloque social más amplio, capaz de poner en pie programas de transformación social en los que la democracia y las libertades se extiendan y no se reduzcan» (Pastor, 1998: 257-258); otros autores hablan de la necesaria orientación de las energías sociales del Tercer Sector hacia una repolitización que vaya más allá de cubrir los defectos derivados de la reconversión del Estado (Alonso y Ariel, 1997).
[135]: Al respecto es bien conocido el trabajo de Offe (1988) que viene a mostrar el fracaso de los partidos políticos como mediadores entre el Estado y la Sociedad Civil, situándose más en la órbita de aquél que de ésta.
[136]: Se han denominado conductas expresivas a aquellas que buscan la propia cohesión del grupo por medio de la satisfacción generada por las relaciones personales, de carácter afectivo y emocional y que contribuyen a generar la cohesión e identidad de grupo.
[137]: Algunos autores ya han puesto de relieve cómo las conductas expresivas y las conductas instrumentales no se oponen entre sí, más bien al contrario, son conductas que se hacen inclusivas en los nuevos movimientos sociales (Montañés, 1993: 135-136).
[138]: Según explica Sánchez-Casas (1993), el espacio-tiempo puede ser aprehendido en tres niveles: lo vivido (capacidad de satisfacer los deseos), lo cotidiano (capacidad de satisfacer las necesidades), lo concebido (capacidad de concebir, asumir y ejecutar proyectos). Pero cada uno de ellos requiere un ámbito territorial de extensión diferente, de manera que ascendiendo de lo vivido a lo concebido, el ámbito territorial susceptible de ser apropiado es mayor.
[139]: De acuerdo con Donati (1997: 117) «en estos momentos nos encontramos en condiciones de poder representar a la sociedad (sistema societario) mediante un esquema que la concibe como un sistema de sistemas, o mejor, como una retícula de redes de relaciones que tienden a diferenciarse entre ellas para realizar determinadas funciones u objetivos propios».
[140]: A este respecto Donati (1997: 120) nos ofrece lo que para ésta investigación puede ser una clave importante: «Los procesos que originan el Tercer Sector son, por tanto, procesos de diferenciación reticular en cuanto que representan la creación de redes más complejas que las que proporcionaban orden a la sociedad precedente; de un lado, las redes del Tercer Sector son más flexibles, móviles y contingentes; de otro, son capaces de establecer las nuevas formas de relación que constituyen las Organizaciones del Tercer Sector».
[141]: En este sentido Pablo Navarro (1990b: 158) argumenta «que no habría manera de construir un aparato en el que los distintos sucesos individuales estuvieran todos conectados a un número arbitrariamente largo de estados posibles. Sencillamente, eso no es físicamente realizable», aunque la perspectiva reticular tiene una sólida base sociométrica que la constituye en un método eficaz para el estudio de las relaciones interpersonales de afinidad en los pequeños grupos (Pizarro, 1990) y en las redes denominadas como de segundo orden (relaciones entre grupos y nodos), sobre todo cuando éstas tienen una base territorial más o menos concreta. Pablo Navarro distingue entre la Teoría Especial de Redes (aplicación de una única red) y la Teoría General de Redes (que considera las relaciones entre diversas redes), esta última perspectiva que es mucho más compleja nos permite considerar el contenido de los flujos entre múltiples redes como canales de comunicación sin olvidar el contexto social en el que se desarrollan.
[142]: Para una visión amplia sobre las diversas tipologías de redes sociales es interesante la consulta del trabajo de Félix Requena (1991: 42-46).
[143]: «La voluntad colectiva es definida --por Hugo Zemelman1987: 150-151-- como la compleja red de prácticas de los diferentes miembros de un mismo grupo social, en función de un fin compartido que siempre es de largo alcance. No obstante, es necesario señalar que el interés compartido puede asumir, en determinadas circunstancias, un carácter coyuntural...»
[144]: Se puede encontrar un recorrido por las diversas definiciones de redes sociales y vínculos en: Pizarro (1987), Requena, F. (1991 y 1994); Rivas (1995) y Villalba (1995).
[145]: Referente a la estructura del tejido social y los distintos niveles de conciencia ver: R-Villasante, T; Alguacil, J.; Denche, C et al. (1989), Retrato de chabolista con piso. Análisis de redes sociales en la Remodelación de Barrios de Madrid.
[146]: Nos remitimos a lo que hemos desarrollado en otro lugar referente a las diferentes conexiones o rupturas que se producen en los vínculos entre los distintos niveles de conciencia de las redes sociales en función de los diversos y determinados contextos sociales (crisis urbana, económica, social, ecológica) que se han desenvuelto singularmente en las ciudades españolas en los últimos 20 años (Alguacil y Denche, 1993).
[147]: Por capacidad reguladora entendemos la potencialidad que los sistemas pueden desplegar para afrontar (amortiguar, debilitar o disminuir) los efectos negativos provocados por las externalidades sociales y ambientales propias de la metropolitanización, globalización y homogeneización. El mecanismo de regulación contribuye, por tanto, a la tendencia del equilibrio social dentro del sistema, neutralizando a las variables o subsistemas desestabilizadores.
[148]: Citado por el Colectivo IOE (1990: 161).
[149]: Tomamos prestada esta expresión y, en gran medida, su contenido del excelente trabajo de Giuletta Fadda (1990), La participación como encuentro: discurso político y praxis urbana.
[150]: Tal y como sugiere Rodríguez-Villasante (1995) hay dos formas de entender la descentralización: como profundización en la democracia, y por tanto, como redistribución del poder; o bien, como consolidación de la eficacia del poder, en sentido segregativo, en una estrategia más favorable al desmantelamiento del Estado del Bienestar, que a la ampliación del mismo. En la primera apreciación, la descentralización se acompaña de una desburocratización que implica la aplicación del Principio de Subsidiareidad, es decir, se entiende que además de que muchos problemas no tienen que sufrir el proceso de ser decididos en ámbitos centrales, y que pueden ser decididos en ámbitos más cercanos donde se han producido, éstos deben resolverse por los propios afectados. Mientras, la segunda acepción puede implicar un incremento del nivel de burocratización al mantener centralizadamente la toma de decisiones a nivel local, esquivando en definitiva procesos reales de participación ciudadana. En consecuencia, la descentralización, aún siendo imprescindible para desarrollar procesos de democracia participativa, no es suficiente. Para que ésta se pueda desarrollar habrá que adecuar estructuras y procedimientos en la dirección de incorporar a las organizaciones sociales en los mecanismos de gestión de la ciudad.
[151]: La noción de poder la entendemos aquí no como un atributo, sino como un sistema de relaciones entre posiciones estratégicas diferenciadas. Esas relaciones son, por tanto, posiciones sociales en la estructura social que implican una pluridimensionalidad del concepto mismo en función de que la posición de los sujetos, grupos, instituciones se sitúen en unos niveles u otros, en unos sectores u otros, en unas escalas u otras. Consecuentemente, como ya se viene insistiendo, la participación es también un fenómeno pluridimensional que al referirse a distintos planos y esferas de la sociedad presenta distintas formas y contenidos. En todo caso, se trata de establecer una continuidad entre las escalas y por tanto entre las formas de participación de forma que se puedan entender como convergentes y no como contrapuestas.
[152]: Referenciado por Giuletta Fadda (1990: 50)
[153]: «Diversidad, en la forma de producir; en la forma de aplicar los recursos, entre ellos, el trabajo más cualificado y la innovación más flexible y polivalente; y en el contenido de lo producido, como adaptación a los cambios acaecidos en los mercados... Este paso de economías de escala a economías de diversidad ha sido posible por la utilización de sistemas de producción flexible» (IRMASA, 1991: 9).
[154]: Para una interesante y completa perspectiva de las Empresas de Inserción consultar La inserción por lo económico: Experiencias de Inserción Laborales en la Economía Social (Cáritas (1997)).
[155]: Las Empresas de Inserción, aunque puedan adoptar muy distintas formas jurídicas y tener cierta autonomía, se crean desde las Organizaciones Sociales y son controladas por éstas. Trabajan en el tema de integración social y se dirigen fundamentalmente a colectivos en situación de riesgo social, sobre todo a colectivos de jóvenes y de mujeres; y se trata de la mayoría de experiencias --de las inscritas en el campo económico-- que hemos detectado en ámbitos de periferia social a través del trabajo de campo realizado y del que se da cuenta en el próximo capítulo.
[156]: La realización de los siguientes rasgos de las empresas de Economía Social se ha realizado tras la consulta de los trabajos de los siguientes autores: Boekema (1989); Boucher (1996); Cáritas (1997); García Roca (1996); Godard et al. (1988); Lepri (1996); Monserrat (1997); Monzon (1996) y de la Rosa (1996).
[157]: De acuerdo con el análisis de Cáritas Española (1997: 26): «Estas nuevas necesidades, cuya satisfacción permanece sin respuesta, tienen su origen en el conjunto de los países europeos, en la transformación de las estructuras familiares y la incorporación de la mujer al trabajo; el alargamiento de la vida y la tendencia al envejecimiento de la población; la necesidad de racionalizar el consumo y el uso de los recursos naturales; la aparición de la cultura del reciclaje y la reparación de los bienes frente al consumismo; la personalización y calidad en la prestación de los servicios públicos, la búsqueda de un urbanismo de dimensión humana en el que prime la intercomunicación frente al aislamiento, etc.»
[158]: La Comisión Europea (1994) ha detectado 17 ámbitos de estos nuevos yacimientos de empleo a través de los que se plantea aportar soluciones al problema del desempleo desde la perspectiva del desarrollo local y desde el apoyo a la Economía Social. Estos nuevos yacimientos de empleo se desarrollan en cuatro apartados:

  1. Los servicios de la vida diaria: servicios a domicilio, cuidado de los niños, las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones, la ayuda a los jóvenes en dificultades y la inserción.
  2. Los servicios de mejora del marco de vida: mejora de la vivienda y reparaciones, la seguridad, los transportes colectivos locales, la revalorización de los espacios públicos urbanos, la atención y el cuidado en los equipamientos públicos, los comercios y servicios de proximidad, servicios auxiliares relacionados con el cuidado de enfermos, el catering.
  3. Los servicios culturales y de ocio: el turismo, el sector audiovisual, la valorización del patrimonio cultural, el desarrollo cultural local.
  4. Los servicios medioambientales: gestión de residuos, la gestión del agua, la protección y el mantenimiento de las zonas naturales, el cuidado de parques y jardines, la normativa y control de la contaminación.

El ámbito de desarrollo de estas iniciativas se enmarca en las zonas locales, al considerarse que esto permite el diseñar las políticas activas de empleo con los propios afectados y en relación a las necesidades reales, lo que produce también un mejor seguimiento y control de los requisitos en materia de inversión. Así mismo este ámbito se presenta como el más adecuado para incorporar la diversidad propia de cada espacio urbano, y consecuentemente diseñar desde ese contacto directo las necesidades y prioridades que están en permanente cambio debido a la adaptación de los ciudadanos a los modelos laborales y sociales.
[159]: Ello será motivo de reflexión en el Apartado 9.
[160]: Fundamentalmente, nos limitamos a dejar constancia de la emergencia de espacios de autonomía e innovación social, que a la vez son espacios de mediación, en donde se puede producir el encuentro entre la esfera institucional y la esfera de la ciudadanía societaria como forma de establecer prácticas capaces de dar respuesta a la problemática de las periferias sociales en las grandes ciudades. De acuerdo con Melucci (1989), la posibilidad de que las demandas colectivas o la ciudadanía societaria tengan la oportunidad de expandirse depende del modo en que los actores políticos logren traducir en garantías democráticas las demandas procedentes de la acción colectiva.
[161]: Jesús Ibañez (1991) en El regreso del Sujeto, considera tres tipos de explotación:

  1. Explotación del medio o contexto o ecosistema por el organismo o texto o sistema (explotación de la naturaleza por el hombre).
  2. Explotación transitiva de unas por otras partes del organismo o texto o sistema (explotación del hombre por el hombre).
  3. Explotación reflexiva del organismo o texto o sistema por sí mismo (autoexplotación).

[162]: Seudo-paradigma, más que un paradigma, porque bajo el signo de la alteridad se construye con la aportación de perspectivas diferentes (cada sector hace suyas parte de las otras perspectivas a la vez que cumple solo una parte de las que originariamente le son propias). En particular, para el Tercer Sector él mismo es un seudo-paradigma en el sentido que construye el presente y el futuro en función de su propia reproducción y expansión, que sólo es posible a través de la concurrencia de los otros sectores.

Edición del 30-5-2006
<<< 6. Metrópoli versus ciudad |7. Los fenómenos emergentes como potencia: la conjunción entre el Tercer Sector y los procesos de desarrollo local| 8. Constatación y naturaleza de una nueva praxis urbana. Las iniciativas ciudadanas emergentes en espacios de periferia urbana y social de Madrid. >>>
Documentos > http://habitat.aq.upm.es/cvpu/acvpu_10.html
 
Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid -- Universidad Politécnica de Madrid -- Ministerio de Vivienda
Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio