Ciudades para un Futuro más Sostenible
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Documentos > La ciudad de los ciudadanos > http://habitat.aq.upm.es/aciudad/lista_1.html   
 
La ciudad de los ciudadanos
Director:

Agustín Hernández Aja

Equipo redactor:

| Madrid (España), 1997.

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1 La ciudad estructurada. La ciudad de los ciudadanos

1.1 El medio ambiente urbano como marco

La realidad espacial de los países europeos se caracteriza por la incorporación de gran parte del espacio a las leyes de lo urbano, es difícil (si no imposible) encontrar espacios ajenos a las leyes económicas y a las estructuras culturales urbanas. Este fenómeno tiene su correlato espacial en la explosión de usos y actividades sobre el territorio generándose áreas metropolitanas y regiones urbanas, que han venido a absorber los espacios que conocíamos como ciudades, con un correlato de disfunciones ambientales y sociales que se han comenzado a percibir como problema y que han conducido a políticas concretas a fin de paliar los problemas y a invertir las tendencias, desplazando la atención de la construcción de nuevos barrios a la rehabilitación y conservación de los espacios urbanos existentes. Planteándose que la gestión del medio ambiente urbano y de la calidad de vida de los ciudadanos de las ciudades europeas es una cuestión que pone «en juego la calidad de civilización» (CEE, 1990), y proponiéndose redefinir el concepto de ciudad como proyecto de estilo de vida y de trabajo frente a las zonas urbanas como concepto estadístico, definiéndose como objetivo de la Unión Europea (UE) la recuperación de la ciudad: «El restablecimiento de la ciudad diversa y multifuncional de la Europa de los ciudadanos es por tanto un proyecto económico y social para el cual la calidad de vida no representa un lujo sino un rasgo esencial» (CEE, 1990).

Por tanto hemos de impedir que la constatación de la extensión de lo urbano a todo el territorio nos impida distinguir que no todo el espacio es isótropo, que dentro de este espacio urbano existen muy distintas formas de consumo, densidad y funciones; delimitando lo que es ciudad de lo que no lo es, definiendo sus propiedades y en su caso las líneas de intervención para su creación y recuperación allí donde no la haya.

1.1.1 Las características de la ciudad

La ciudad es el espacio que mejor ha sido capaz de dar satisfacción a las necesidades del hombre, permitiendo el desarrollo de las capacidades humanas mediante el acceso a multitud de estímulos, la proximidad a los otros y la posibilidad de recibir la solidaridad social. La ciudad para ser tal, debe mantener y reflejar el múltiple orden de las necesidades humanas; la conservación, rehabilitación o ampliación de la ciudad, debe buscar la generación de nuevos espacios para permitir el desarrollo de una ciudad, basada en la solidaridad y el pacto social.

El planeamiento actual refleja el enajenamiento social al que el reduccionismo económico limita al ciudadano, convertido en consumidor enajenado y culpabilizado, dirigido en pos de la eficacia económica de sus actividades cotidianas y del cumplimiento satisfactorio del orden social establecido, reclamándosele el control de factores cuyo ámbito de decisión le es ajeno: el orden social, la delincuencia, el ahorro energético, el cuidado del medio ambiente, etc.; convirtiéndole en cada escalón en consumidor de nuevos mecanismos, artilugios o normas.

La crítica de las propuestas urbanas se debe basar en el análisis del modelo de vida cotidiana que propone a sus ciudadanos y en las propuestas de sostenibilidad ambiental y social que contienen:

Basta mirar las memorias de los documentos de planeamiento urbano y las declaraciones de los responsables municipales, para deducir que las respuestas a estas preguntas son básicamente negativas para el mantenimiento de una ciudad sana:

1.1.2 La responsabilidad urbana

El éxito de las ciudades se ha basado históricamente más que en su eficacia económica, en su capacidad de garantizar:

Ha sido el cumplimiento (o la esperanza de cumplimiento) de estas promesas lo que realmente ha mantenido las ciudades, si queremos mantener o recuperar estas en el maremágnum de lo urbano, deberemos realizar la reinterpretación de estas cualidades, a las que la percepción de los límites ambientales tendrá que unir una necesaria responsabilidad ecológica.

Parece pues que ha llegado la hora de reclamar la ciudad para los ciudadanos, y que se realicen las previsiones y controles necesarios para garantizar la calidad urbana, garantizando tres condiciones básicas:

La libertad individual, que permita que los ciudadanos dominen su tiempo y su espacio, que puedan elegir entre mantenerse en el interior de su grupo social o de abandonarlo por otro, sin graves costos emocionales que posibiliten la elección, según lugares y tiempos del anonimato o del contacto social.

La responsabilidad social, reflejada en la realización de actividades socialmente útiles y en la generación de un espacio urbano que dote a los individuos de las condiciones necesarias para el desarrollo de sus capacidades humanas, y que permita el cuidado de los mas débiles.

La responsabilidad ecológica, no consumiendo recursos sobre su tasa de renovación ni produciendo residuos sobre la tasa de absorción del medio.

El cumplimiento de estas condiciones básicas, se podría garantizar mediante un planeamiento urbano, basado en:

Podríamos denominar a esta recuperación de la ciudad como una rehabilitación urbano ecológica de las estructuras urbanas actuales, basada en la obtención de una estructura urbana capaz de cumplir la tríada vitrubiana revisada: útil, firme y bella:

La pregunta es: ¿es posible rehabilitar la estructura (física, económica y social) de las ciudades, de forma que se obtenga un modelo urbano capaz de garantizar a sus habitantes la tríada de la sostenibilidad urbana?:

Nuestra respuesta es afirmativa y proponemos una aproximación a un modelo urbano que permita la existencia de espacios urbanos complejos accesibles por sus ciudadanos sin costosos o complicados medios de transporte público o privado, recreando una ciudad a escala urbana con variedad de funciones y actividades y con aquellas dotaciones (accesibles y universales) que permitan a todos los individuos desarrollar al máximo sus capacidades y la asistencia a los mas débiles.

1.1.3 Calidad de vida y sostenibilidad

La calidad de vida lleva implícita la idea de sostenibilidad superando el estrecho margen economicista del concepto de bienestar. Estamos dando un paso más allá que nos muestra tanto los límites de las aspiraciones humanas como el derecho a una calidad ambiental suficiente. La calidad de vida nos introduce, por tanto, los aspectos ambientales (las externalidades ambientales) pero puestos en continua intersección con el conjunto de las diversas necesidades humanas.

El medio ambiente urbano es el campo de acción para una calidad de vida en la ciudad. Ello es posible desde unos procesos acordes a la sensibilidad de la rehabilitación urbano ecológica. El principio de complejidad de la consecución de la calidad de vida implica no sólo la aplicación de los principios de sostenibilidad ecológica:

sino que también deberá de articular la sostenibilidad de una estructura social y económica equilibradas permitiendo la transición no traumática del sistema de intercambios de nuestras metrópolis contemplando la evolución y reconversión del sistema financiero, el sistema inmobiliario, el sistema de producción y consumo, y el sistema de información, hacia un nuevo modelo sostenible en el sentido fuerte.

Pero este modelo ha de incluir la reconstrucción de la calidad de vida del ciudadano, permitiéndole apropiarse de su tiempo y de su espacio. El tiempo de que disponemos los seres humanos para vivir aquí y ahora es irreproducible y no merece ser pasto de una movilidad y de la ansiedad que le ofrece el espejismo del paraíso unos kilómetros mas adelante. Y dotarle de un espacio apropiable que cumpla la función de morada, ya que «los ciudadanos [...] han perdido la capacidad de grabar sus vidas en el espacio urbano. Usan o consumen su vivienda [...] La gente no mora en el lugar donde pasan sus días y no deja rastro de su paso por el lugar donde duerme [...] Los niños crecen y mueren sin haber tenido nunca la oportunidad de morar. La habilidad de morar es un privilegio del marginado» (Illich, 1989).

Sólo mediante la inclusión de los conceptos de medio ambiente urbano y participación se podrá realizar un nuevo pacto social capaz de sustituir al pacto del estado de bienestar. Se garantizará así la necesaria reducción del consumo, gracias a la recuperación de la autonomía del ciudadano que será solo posible en tanto y cuanto los ciudadanos habiten sobre espacios socialmente apropiados, complejos y articulados. La sostenibilidad no es en sí misma un valor si no incluye «la mejora de las condiciones del espacio para la potenciación de las cualidades humanas del individuo». Supone crear una estructura social que dote al individuo de lo necesario para el desarrollo de las capacidades humanas.

1.2 Jerarquía urbana y ámbitos funcionales

El sistema urbano en el contexto socio-cultural en el que nos desenvolvemos representa un conjunto de espacios geográficos múltiples y diversificados convenientemente clasificados por el orden institucional. Pero estos espacios son también espacios sociales y están interrelacionados entre sí, siendo cada uno de ellos parte integrada en un todo, siendo el todo un conjunto de espacios en interacción, solapados y complementados. El orden institucional es totalizador, imprime un modelo total que llamamos metropolitano, de naturaleza global, donde pierden algo de su esencia las partes que lo conforman. El orden institucional es un orden lógico, que aplica una organización del conocimiento positivista que «separa (distingue o desarticula) y une (asocia, identifica); jerarquiza (lo principal, lo secundario) y centraliza (en función de un núcleo de nociones maestras). Estas operaciones que utilizan la lógica, son de hecho comandadas por principios supralógicos de organización del pensamiento o paradigmas, principios ocultos que gobiernan nuestra visión de las cosas y del mundo sin que tengamos conciencia de ello» (Morín, 1994).

La configuración del conocimiento asentado en una segmentación de la información en compartimentos estancos establece de facto una separación entre la conciencia del yo y la cosmología sistémica, o lo que es lo mismo, se simplifica y se crean escisiones en la concepción del mundo. La consiguiente jerarquización de las distintas categorías del conocimiento supone la prevalencia de unas ideas, de unos razonamientos, de unas disciplinas sobre otras, que quedan sometidas a la tradición y centralidad imperativa de las primeras. Ese aprendizaje no sólo rechazará la estructura integral de los procesos, la interdependencia de las variables y de las diferentes disciplinas, sino que con ello provocará intervenciones humanas lineales y filtradas que, dando la espalda a otras lógicas y a otras variables, provocarán efectos perversos y disfunciones en el sistema.

La parcelación del conocimiento del llamado positivismo científico tiene su correlato en las estrategias del orden institucional y, lo que nos interesa, en las intervenciones humanas sobre el territorio. Las distintas disciplinas que intervienen sobre el territorio sufren igualmente de la jerarquía de las estructuras dominantes. Mientras se complejizan las escalas mayores se simplifican las escalas menores, mientras se apuesta por las lógicas extensas se dan de lado las lógicas internas. Así, paradójicamente el pensamiento globalizador es un pensamiento simple, el pensamiento total viene acompañado por un tratamiento (análisis, actuación, acción) sectorial estratégicamente aislado que pierde el sentido de su integración en un sistema más amplio al que aporta esencia. Siguiendo a García Bellido (1994) en su propuesta de convergencia transdisciplinar del conocimiento de las ciencias del territorio aparece como reto la reconfiguración de los conocimientos fraccionados para hacerlos más aptos para su aplicación técnico-política «con la finalidad de satisfacer necesidades y aumentar el bienestar social y la eficiencia de la utilización de los recursos escasos».

El sistema urbano es eso, un sistema, es decir una asociación combinatoria de elementos diferentes afectados y relacionados entre sí. O mejor aún, aceptando la tesis de Salvador Rueda (1994) «la ciudad es un ecosistema» según lo cual «los ecosistemas urbanos pueden describirse en términos de variables interconectadas de suerte que, para una variable dada exista un nivel superior o inferior de tolerancia, más allá de las cuales se produce necesariamente la incomodidad, la patología y la disfunción del sistema». Cada uno de esos elementos que conforman el ecosistema urbano cumple sus funciones complejas y no deben entenderse exclusivamente como meros elementos cuyo sumatorio es igual al todo. La disyunción de los elementos, la separación de los espacios en ámbitos monofuncionales, el zonning urbano hasta sus más extremas expresiones, representan una victoria de la simplicidad urbana sobre la complejidad urbana, proclama un nuevo orden de lo sectorial frente al orden de lo integral. Esa traslación de la complejidad de los ámbitos urbanos de rango local a la complejización de la metrópoli supone de facto la separación de la acción urbana de los contextos y/o ámbitos concretos. Lo micro, lo especifico, lo local, se hace más dependiente de modelos totalizadores, la esencia se diluye como azucarillo en vaso de agua, en un sistema urbano reconvertido en modelo, en una ideología justificada y apoyada por una gestión del desarrollo tecnológico y unos usos energéticos que orientados en determinadas direcciones unívocas favorece la movilidad, la difusión de las actividades y la segregación de las funciones urbanas.

Este modelo totalizador es posible por el desbordamiento de la urbanización en donde el concepto de ciudad pierde su propiedad para expresar una realidad territorial y demográfica constituida por nebulosas multinucleares caracterizadas por la discontinuidad del modelo de ocupación del territorio. Aparecen así nuevas acepciones sustitutivas del concepto de ciudad y de desarrollo urbano para definir una urbanización cada vez más indefinida e imprecisa: conurbación, aglomeración urbana, área metropolitana, megalópolis... Es incuestionable que el avance del modelo de la urbanización (metropolitano) va aparejado al retroceso de lo urbano (la ciudad) lo que lleva inevitablemente a una expansión en el terreno ideológico del pensamiento simple: entre los ámbitos extremos del alojamiento y la metrópoli apenas hay posibilidad de supervivencia para los ámbitos intermedios, tildados inadecuadamente de preindustriales y, como consecuencia de ello no hay lugar para la sociodiversidad, para las subculturas, para las identidades diferenciadas.

Ese pensamiento simple es una lógica, que como tal es una dialógica (Morín, 1994). El principio de la dialógica mantiene la existencia de la dualidad en cualquier razonamiento lógico, dualidad que, por tanto, en última instancia podría ser reforzada por la propia lógica. «Uno suprime al otro pero, al mismo tiempo, en ciertos casos, colaboran y producen la organización y la complejidad. El principio dialógico nos permite mantener la dualidad en el seno de la unidad. Asocia dos términos a la vez complementarios y antagonistas» (Morín, 1994). La negación de algo posibilita su potencial existencia cuando (en términos dialécticos) suponga que podamos comprender la tesis, descubrir la antítesis y llegar a reformular la síntesis. Si bien, será en la medida que el sistema urbano se encuentre tensionado, que aumente la escasez de recursos, los conflictos y la insostenibilidad, los que obliguen —en palabras de S. Rueda (1994)— «a cambiar el modelo teleológico actual por otro sistémico (holístico) que sustente la organización y la complejidad de los sistemas urbanos».

En esa dialógica y en la oposición entre local y cosmopolita señala M. Castells (1979) que «el polo local se desdobla en un tipo de comportamiento moderno y un comportamiento tradicional, siendo el segundo constituido por el repliegue de una comunidad residencial sobre sí misma, con gran consenso interno y fuerte diferenciación respecto al exterior, mientras que el primero se caracteriza por una sociabilidad abierta, aunque limitada en su compromiso, ya que coexiste con una multiplicidad de relaciones fuera de la comunidad residencial». Esta ambivalencia, de repliegue y resistencia, de recomposición y de afirmación de lo local, se revela también en distintos autores ya clásicos, como Ledrut o Lefebvre, que no muestran con ello sino la continua readaptación de esos espacios sociales intermedios y que en expresión de H. Lefebvre (1967) significa que «este reparto está determinado, por una parte, por la sociedad en su conjunto, y por otra parte, por las exigencias de la vida inmediata y cotidiana». Estos espacios intermedios (el barrio) «no son más que una ínfima malla del tejido urbano y de la red que constituye los espacios sociales de la ciudad. Esta malla puede saltar, sin que el tejido sufra daños irreparables. Otras instancias pueden entrar en acción y suplir sus funciones y sin embargo, es en este nivel donde el espacio y el tiempo de los habitantes toman forma y sentido en el espacio urbano».

Hemos, por tanto, de partir del ámbito local como una comunidad de conciencia global (en gran medida determinada globalmente), pero con base local y con algún nivel de vertebración social propia. Indagar en las direcciones de esa readapción de las unidades urbanas (vecindario, barrio, ciudad) de escala menor al área metropolitana es el reto que nos encontramos por delante. Si bien, el objeto que nos ocupa (los equipamientos) y su relación y necesidad de dimensionamiento con los niveles de la jerarquía urbana nos lleva a buscar y acotar un nivel de unidad urbana como umbral de la vida ciudadana, dimensionada, sostenible, con ciertos grados de autonomía pero bien integrada con la ciudad y bien relacionada con la metrópoli. Le denominaremos como Barrio-Ciudad y no surge como espacio alternativo a las otras unidades urbanas sino que ha de construirse desde la pre-existencia y resistencia buscando su recomposición.

La continuidad de la malla urbana y contigüedad de sus núcleos supone una cierta confusión de lo urbanizado donde se hace difícil establecer límites y fronteras que permitan una distinción de los mismos. Inserción, absorción, extensión e integración de los espacios son procesos que van completando esa malla urbana. Los ámbitos funcionales vienen, por tanto, determinados por sus relaciones en la red del extenso entramado de lo urbanizado. Podemos así establecer distintas variables que desde una perspectiva de lo espacial nos facilitan su comprensión en el posicionamiento en la red urbana:

Así, si consideramos cuatro ámbitos: vecindario, barrio, ciudad y metrópoli podemos aplicar estos criterios de variabilidad para identificar los distintos ámbitos. Por un lado, por definición, las unidades más unitarias, vecindarios y barrios, no pueden estar aislados por definición. En ese caso habría que hablar de municipios rurales (más unitarios) y municipios-área de mercado (más complejizados). Mientras las ciudades (más complejizadas) pueden tener un carácter más aislado o más insertado. Finalmente la metrópoli representa la mayor complejización a la misma vez que obtiene la función de matriz integradora, puede tener mayor o menor nivel de inserción o integración en una red mundializada.

Gráficamente lo representamos por medio de un cuadro en el que solapamos los distintos ámbitos relacionándolos. La dirección preeminente es la vertical de tal forma que el ámbito situado en la cabecera del cuadro y expresado en mayúsculas marca la pauta dominante. De esta forma la lectura del cuadro nos permite una jerarquización de umbrales urbanos en el que tan solo uno, el Barrio-Ciudad, presenta una relación dominante de una unidad urbana de rango inferior (el barrio) sobre una unidad urbana de rango superior (la ciudad).


Cuadro 1: Jerarquización de los umbrales urbanos

  Vecindario Barrio Ciudad Metrópoli

Vecindario VV. Misma trama. Misma promociones. Límites claros. Biografía común. Homogeneidad demográfica. 1.500 a 2.500 habitantes. BV. Misma trama. Misma promociones. Límites claros. Historia común. Homogeneidad social. Hasta 5.000 habitantes.    

Barrio   BB. Barrio. Niveles de apropiación. Límites percibidos. 10.000 a 15.000 habitantes.    

Ciudad   BC. Barrio-Ciudad. Percibido. Escalón peatonal. Todos los equipamientos cotidianos. Máximo 20-50.000 habitantes. CC. Ciudad. Equipamientos de rango superior. Universidad. Heterogeneidad social. 100-200.000 habitantes. MC. Gran Ciudad. Hasta 400.000 habitantes.

Metrópoli       MM. Area Metropolitana. Más de 400.000 habitantes.

Vecindario (VV). Ejemplo: La Atunara (La Línea).
Vecindario (BV). Ejemplo: Mil Viviendas (Alicante).
Barrio (BB). Ejemplo: Las Margaritas (Getafe).
Barrio-Ciudad (BC). Ejempo: Villaverde Alto (Madrid).
Ciudad (CC). Ejemplo: Palencia.
Gran Ciudad (MC). Ejemplo: Valladolid.
Área Metropolitana (MM). Ejemplo: Sevilla.


1.3 Acotaciones y aportaciones teóricas sobre el ámbito urbano

El concepto de ámbito urbano (donde confluyen lo social y lo físico) es posiblemente una de las representaciones más imprecisas y relativas en las ciencias sociales y urbanas, razón por la cual sigue persistiendo un importante debate y una actividad creativa permanente sobre el establecimiento de definiciones y la disposición de contenidos en ese afán por instituir ámbitos urbanos con una cierta proyección operativa. Precisamente recogemos ese anhelo en la medida que el objeto del presente trabajo necesita determinar umbrales urbanos (lo denominamos Barrio-Ciudad) capaces de sostener una calidad de vida ciudadana, en donde la red de equipamientos y la relación que con ellos se establece por parte de los ciudadanos juegan un papel fundamental.

Se ha considerado conveniente, como primer paso, revisar las definiciones que aportan los diccionarios de la lengua española, junto a las desarrolladas desde la teoría urbanística, en este caso, referida a través de una selección de autores representativos, que en cierta manera nos permiten una aproximación al acotamiento del barrio-ciudad. En este sentido, nos interesan las definiciones de barrio y de ciudad, y en consecuencia el umbral en el que puede surgir una cierta distinción, pero una complementación de ambos términos.

Los dos diccionarios más importantes de la lengua española establecen definiciones genéricas de los diferentes umbrales urbanos, atendiendo más a su cualificación que a su cuantificación. El vecindario es el conjunto de personas que forman parte de una población, la vecindad es la cualidad (de próximo o parecido) del vecino de cierto sitio. El barrio es una zona distingo de una designación, coincida o no con una división administrativa. La ciudad se define por su oposición a lo rural, estando integrada por elementos urbanos (culturales o educados). Por encima de la ciudad nos encontraríamos con la metrópoli, que tiene sentido en relación con sus colonias.

Se define el residir como habitar habitualmente un lugar donde se tiene empleo, y lo residencial como los barrios dedicados principalmente a la residencia, y no a otro usos. El centro de una población es aquel conjunto de viviendas en el que existen los servicios comunes necesarios para sus habitantes (Moliner, 1970) y (RAE, 1995).

Para Christopher Alexander (1980) la vecindad es aquella unidad espacial identificable, donde los habitantes pueden ser capaces de velar por sus intereses, pudiéndose organizar para presionar sobre las autoridades o gobiernos locales. Los márgenes de un grupo humano, para poder llegar a coordinarse no puede superar los 1.500 habitantes, aunque el límite idóneo son los 500 vecinos. Para que una vecindad no sea demasiado débil es necesario conservar su carácter propio e identificable por medio de unos límites claros. La separación artificial entre viviendas y trabajo crea fisuras intolerables en la vida interior de las personas. Los lugares de trabajo deberían ser accesibles por medio de un paseo, donde también estén las familias y los niños.

El siguiente escalón sería la comunidad de 7.000 habitantes, por encima de la cual los individuos no tienen voz efectiva. Es aconsejable una descentralización municipal en unidades de este tamaño con fronteras bien definidas y responsabilidad compartida.

La metrópolis, con estas subdivisiones, ha de entenderse como un mosaico de subculturas cada una fuertemente articulada, con valores propios nítidamente delineados y diferenciados de los demás. Esta nitidez no ha de implicar inaccesibilidad, ni que cada subunidad esté cerrada, de forma que los habitantes puedan «encontrar su propio yo, por tanto desarrollar su carácter fuerte si está en una situación en la que reciba apoyo para su idiosincrasia de las personas y los valores que la rodean. [...] Para encontrar su propio yo, necesita también vivir en un medio en el que la posibilidad de muchos sistemas de valores diferentes esté explícitamente reconocida y honrada. Más concretamente, necesita gran variedad de opciones de modo que no se confunda sobre la naturaleza de su propia persona, que pueda ver que existen muchas clases de individuos y que pueda encontrar aquellos cuyos valores y creencias se correspondan con los suyos». (Alexander, 1980).

Para Gianfranco Bettin (1979) el vecindario es un área bien definida con capacidad selectiva y su propia cultura. El sentimiento de vecindario se acentúa cuando existe una diferencia clara entre el vecindario y la comunidad más amplia.

Chombart de Lauwe (1964) define el barrio como un sistema de calles o casas, cuyos límites son imprecisos pero que tiene un centro económico y varios otros puntos de atracción diferentes, a diferencia de un mero sector geográfico cuyos obstáculos materiales interrumpen los intercambios sociales de la vida diaria.

La definición de Yona Friedman (1972) de la ciudad privada implica un territorio habitado por un conjunto de seres humanos organizados y con dimensiones tales que permitan una relación anónima entre sus habitantes en los transportes habituales y en las calles, incluyendo además todos los técnicos necesarios para garantizar los diferentes servicios. Una ciudad de estas características tendría 125.000 habitantes y estaría subdividida en grupos de 20.000, cantidad que expresa el número de personas con las que se establece la relación anónima. Nos encontraríamos con una subdivisión aún menor de 3.000 habitantes, cuando la ciudad privada coincide con un territorio muy bien definido estaríamos ante el pueblo urbano, cuya principal característica es la estabilidad, no pudiendo crecer.

El vecindario que definen Paul y Percival Goodman (1947) se caracteriza principalmente por su mezcla de clases, necesitándose cierta extensión, algunos miles de personas. «Dispondremos de las residencias en bloques vecinales de alrededor de 4.000 personas, en una hilera continua de departamentos alrededor de un espacio abierto de aproximadamente cuarenta acres. Cada bloque posee sus propios comercios, canchas de tenis, guarderías, escuelas primarias [...] donde los vecinos puedan hacer vida en común y competir [...]. Esta población residente se compone, en su gran parte, de hasta un 40% de población anciana [...]. Parejamente, poseemos un medio enfermizo perfecto, protegido de los elementos, dotado de aire acondicionado, con suaves transportes, rápidos servicios, todo dispuesto para no excitar los corazones débiles o exigir agilidad a pies inseguros. Los vecindarios contienen clínicas, hospitales y guarderías [...]. Se trata pues, de un ambiente provisto de espacios, de alimentos, de luz solar, de juegos y de pacíficas diversiones, cuyos requerimientos normales, fundamentalmente biológicos y psicológicos, son aceptados por todos [...]». Otros de los elementos claves en el vecindario son la participación ciudadana y la atenuación de la actual separación entre el medio laboral y el familiar, reintegrando partes de la producción a talleres cercanos al hogar y introduciendo en la economía aquellas actividades productivas familiares ya existentes.

La ciudad que ellos proponen está constituida por la reunión social de personas para el trabajo, el placer y la ceremonia. La condición de ciudadanía es inherente a la calle, lugar de estancia y paseo donde «la belleza urbana es una belleza para caminar» (Goodman, 1947).

Para Raymon Ledrut (1968) el barrio se define por encontrarse a la escala del peatón y estar provisto de equipamientos colectivos accesibles. El barrio se consolidará tanto más cuanto más agrupados se hallen los equipamientos y los edificios y formen un centro directriz. Tiene una clara demarcación en la estructura social, pudiendo llegar a una cierta institucionalización en términos de autonomía local. Un barrio no debería exceder de un perímetro de unos tres kilómetros.

El barrio definido por Henry Lefebvre (1971) sería la mínima diferencia entre espacios sociales múltiples y diversificados, ordenados por las instituciones y los centros activos. Es el punto de contacto entre el espacio geométrico y el social. Es el ámbito natural de la vida social y la unidad social a escala humana.Se debe definir un óptimo de dotaciones que permitan consolidar las unidades estructurantes-estructuradas.El barrio no es un detalle accidental, un aspecto secundario y contingente de la realidad urbana, sino su esencia. La ciudad no es pues un conjunto de barrios. La estructura del barrio depende completamente de otras estructuras superiores. «Topografía social: patriarcal, grupos elementales de vecindad; doméstica, relaciones de intercambio entre los grupos; barrio, agrupación de lo doméstico en torno a un elemento simbólico».

El barrio de Lewis Mumford (1954) correspondería a nuestro vecindario, cómo área en la que se intenta desarrollar una vida localizada y debe estar provista con las necesarias facilidades para atender a las diversas ramas de la vida susceptibles de localizarse. Trabajo y ocupación para la mayor cantidad posible de sus habitantes, tiendas y mercados locales, y facilidades educativas y recreativas. La población del barrio se fija en función del numero de familias que se necesitan para sostener una escuela (7.500 a 10.000, admitiéndose 5.000 habitantes como límite inferior). Debe tener un núcleo cívico y un cinturón exterior que lo defina, así como reservas de suelo para demandas futuras. La variedad en la mezcla de usos y clases sociales se consigue si las diferentes edades comparten los espacios de ocio.

El barrio propuesto por Amos Rapoport (1977) se define a priori sobre la base de las funciones de servicio, con una población que oscila entre los 5.000 y los 10.000 habitantes. Se concreta por medio de parámetros físicos y sociales, en el caso de que coincidan nos encontramos en el caso óptimo. Dentro del barrio son necesarias las subdivisiones. En los barrios hay una integración espacial, objetiva, y una cultural, subjetiva. Constan de un núcleo central, una zona de dominio y una zona periférica.

Nos encontramos con tres elementos fundamentales en la definición del barrio: características socioculturales, situación de servicios y actividades, y forma física y su simbolismo. El barrio se concibe como la mediación entre el individuo y la ciudad. El radio de amplitud en la definición subjetiva de los límites del barrio está en razón directamente proporcional al nivel socio-cultural de sus habitantes.


Cuadro 2: Vecindario (< 5.000 habitantes o 1.500 viviendas)

Fuente Definición Población Distancia Superficie

Alexander Vecindario 500 hab.   9 ha
    175 viv.    

Durán-Lóriga C-1 y C-2. Núcleos residenciales 1-5.000 hab.      

Chombart Barrio 1-2.000 hab.      
de Lauwe        

Conjuntos Residencia 50-150 viv.      
residenciales Conjunto residencial 250-300 viv.      
franceses Unidad de vecindad 800-1.200 viv.      

IAURP Hábitat <450 viv.      
  Manzana residencial 450 viv.      
  Vecindad 1.200 viv.      

Ley del Suelo Unidad elemental 250 viv.      
    750-1.000 viv.      
  Unidad básica 500 viv.      
    1.500-2.000 viv.      
  Unidad integrada 1.000 viv.      
    3-4.000 viv.      

Plan Núcleo residencial 5.000 hab.    10 ha
Nacional        
de Vivienda        

Rigotti Núcleo elemental >3.000 hab. 200 m 12-15 ha

Rodríguez-Avial Unidad residencial 250 viv.    1,72 ha
  Conjunto residencial 500 viv.   5 ha
  Unidad vecinal 1.000 viv.   14,2 ha



Cuadro 3: Barrio (5.000 a 20.000 habitantes o 1.500 a 6.000 viviendas)

Fuente Definición Población Distancia Superficie

Alexander Comunidad autónoma, que se 5-10.000 hab. 400 m 120 ha
  autogobierna y administra sus 7.000 idóneo    
  propias finanzas, lo bastante      
  pequeña para ofrecer la      
  posibilidad de un vínculo      
  inmediato entre el hombre de      
  la calle, por un lado, y sus      
  representantes electos,      
  por otro.      

Bettin Área bien definida con capacidad      
  selectiva y su propia cultura.      
  El uso principal debe ser el      
  residencial, pero se debe garantizar      
  la existencia de comercios, zonas      
  deportivas, guarderías, escuelas...      
  donde los vecinos puedan hacer      
  vida común y competir.      
  selectiva y su propia cultura.      

CEUMT Barrio. 8-11.000 hab.    

Conjuntos Unidad de barrio. 4-2.500 viv.    
franceses        

Escuela de Comunidad o barrio. 5.000 hab.    
Chicago        

Ecco Comunidades. 6-7.000 hab.    

Goodman Grecia clásica. 5.000 hab.    
  Vecindario. 4.000 hab.    

IAURP Unidad que debe contener los 17.500 hab.    
  siguientes equipamientos: 5.000 viv.    
  sociales, infraestructura      
  administrativa y dos colegios      
  de enseñanza secundaria.      

Klein Célula fundamental. 9-10.500 hab. 700 m 96 ha

Lebreton Barrio-Ciudad. 2-6.000 hab.    

Lee Barrio. 2-4.500 hab.   30-40 ha

Lefebvre El barrio es la esencia de la      
  realidad urbana. Se trataría de la      
  mínima diferencia entre espacios      
  sociales múltiples y diversificados,      
  ordenados por las instituciones y los      
  centros activos. Se debe definir un      
  óptimo de dotaciones que permitan      
  consolidar unidades estructurantes y      
  a la vez estructuradas. Es la agrupación      
  de lo doméstico en torno a un      
  elemento simbólico.      

Ley del suelo Conjunto. 2.000 viv.    
    6-8.000 hab.    

Moliner Zona de una población, aunque no      
  constituya división administrativa      
  ni esté delimitada con precisión,      
  distingo de una designación.      

Mumford Se trata de un área donde se pueda 10-7.500 hab.    
  desarrollar una vida localizada, 5.000 idóneo    
  debiendo estar provista con las      
  necesarias facilidades para atender      
  a las diversas ramas de la vida      
  susceptibles de localizarse. Debe      
  poseer un centro cívico, un cinturón      
  exterior que lo defina y reservas      
  de suelo para demandas futuras.      

Perry Neighbourhood unit.   400 m 64 ha

P. O. Gran Unidades residenciales. 10.000 hab.   70-100 ha
Londres        

Radburn Ciudad. 10-7.500 hab.    

Rapoport Se concreta por medio de parámetros 5-10.000 hab.    
  físicos y sociales para conseguir la      
  integración espacial y cultural. Debe      
  constar de un núcleo central, una      
  zona de dominio y una zona periférica.      

Real Academia Cada parte en que se divide      
de la Lengua una ciudad o pueblo grande      
Española y sus distritos.      

Rigotti Célula urbana es la concentración < 11.000 hab. 400 m 50-55 ha
  de población alrededor de un núcleo      
  completo en cuanto a servicios      
  colectivos fundamentales, es decir,      
  con aquellos que permiten      
  desarrollar una vida social.      



Cuadro 4: Barrio-Ciudad (20.000 a 50.000 habitantes)

Fuente Definición Población Distancia Superficie

Alexander En los tiempos modernos hay   850-1.250 m  
  separación entre zonas de trabajo      
  y zonas de vivienda, lo que crea      
  fisuras en la vida emocional      
  de las personas. Lo ideal es una      
  descentralización del trabajo que      
  permita a cada hogar estar a unos      
  minutos de decenas de lugares      
  de trabajo.      

CEUMT Distrito 10-70.000 hab.    

Chombart Sector geográfico: es un 13-30.000 hab.    
de Lauwe conjunto de viviendas      
  delimitado por obstáculos      
  materiales, que interrumpen      
  los intercambios sociales      
  de la vida diaria.      

Durán-Lóriga Barrio. 20.000 hab.    

IAURP Distrito: unidad que debe 52.500 hab.    
  contener los siguientes      
  equipamientos: escuelas de      
  segundo ciclo, centro juvenil      
  y centro escolar.      

Friedman Se define como un territorio 20.000 hab.    
  habitado por un conjunto de seres      
  humanos organizados y de      
  dimensiones tales que permitan      
  una relación anónima entre sus      
  habitantes.      

Rigotti Plan de la sede: los servicios 20-40.000 hab. 800 m 200 ha
  para los cuales son necesarios      
  grupos de población comprendidos      
  entre 30-40.000 habitantes      
  podrán determinar centros      
  más importantes en torno      
  a los cuales garantizará      
  un cierto número de      
  células urbanas ya reunidas para      
  formar parte de ciudades más      
  complejas (zonas, barrios...)      



Cuadro 5: Ciudad (100.000 a 400.000 habitantes)

Fuente Definición Población Distancia Superficie

Alexander La metrópoli debe albergar gran      
  número de subculturas diferentes,      
  cada una fuertemente articulada,      
  con sus valores propios nítidamente      
  delineados y diferenciados de los      
  demás.      

Friedman Ciudad privada: se define como un 125.000 hab.    
  territorio habitado por un conjunto      
  de seres humanos organizados y      
  de dimensiones tales que permitan      
  una relación anónima entre sus      
  habitantes, incluyendo además los      
  técnicos necesarios para garantizar      
  su buen funcionamiento. Cuando      
  coincide con un territorio muy bien      
  definido es el pueblo urbano, cuya      
  principal característica es su      
  estabilidad.      

Goodman La ciudad está constituida por la      
  reunión social de personas para el      
  trabajo, el placer y la ceremonia.      
  Una persona es ciudadano cuando      
  está en la calle, lugar donde la gente      
  permanece. La belleza urbana es      
  una belleza para caminar.      

IAURP Nueva ciudad. 90.000 viv.    

Lefebvre La ciudad no es un conjunto de      
  barrios. La estructura de la ciudad      
  depende completamente de las      
  estructuras inferiores.      

Moliner Antiguamente población de      
  categoría superior a la de la villa.      
  Ayuntamiento de una ciudad.      
  Conjunto de los diputados que      
  representaban a las ciudades en las      
  cortes antiguas. Por oposición a      
  campo, población no rural.      
  Ciudadano: se aplica a las personas      
  de una ciudad antigua o de un      
  estado moderno con los derechos y      
  deberes que ello implica. A causa de      
  estos la palabra lleva en sí o recibe      
  mediante adjetivos una valoración      
  moral y un contenido afectivo.      


1.4 El concepto de barrio ciudad: reformular el sistema metropolitano

Hemos podido comprobar, a través de las distintas aportaciones del discurrir teórico, la dificultad implícita que contiene la definición y la delimitación de un ámbito urbano como es el barrio. Como consecuencia queremos en primer lugar escoger como punto de partida la propia ambigüedad de un concepto que ha sido tan difundido desde tiempos inmemoriales, como difuso en su acotamiento como objeto urbano. Precisamente desde esa ambigüedad del objeto barrio, propia de un ámbito analizado desde múltiples enfoques y contextos históricos diversos, se asientan las bases para una reconstrucción conceptual cuya utilidad pueda inscribirse en el campo de la rehabilitación urbana de la ciudad.

Si la imprecisión del término barrio ha sido una constante puesta de manifiesto tras un repaso de la teoría urbanística, no es menos cierto que desde siempre insistentemente ha representado un subconjunto con algún grado de diferenciación respecto de un conjunto urbano más amplio que lo contiene. Límites, tramas y contenedores urbanos que daban definición a determinados ámbitos han ido variando según el estado de evolución de la urbanización. La rapidez de esa evolución en el último siglo y más profusamente en las últimas décadas ha contribuido de forma ineludible a ese carácter difuso del ámbito barrio, precisamente por la súbita transformación física del espacio urbano. Transformación que sin duda ha venido acompañada, por inducción, de significativos cambios en los estilos de vida, en lo cotidiano, en los comportamientos y en las conciencias de los ciudadanos.

El término barrio se encuentra intervenido por una gran diversidad de aspectos, tanto de carácter objetivo como subjetivo, tanto de carácter físico como psicosocial. Será desde el análisis de las correlaciones y el grado de interdependencia entre las distintas variables susceptibles de intervenir desde donde se podría mediar en la definición de su acotamiento. Parece, por tanto, que la delimitación de ámbitos urbanos como el barrio no podría ser abordada desde un sólo prisma, sino que precisa de un enfoque multidimensional.

Cabe buscar respuestas a los interrogantes que, desde el modelo de desarrollo metropolitano en el que nos desenvolvemos, se pueden abrir. Ya desde la Escuela de Chicago se viene planteando la existencia de comunidades y vecindarios como dimensiones de supervivencia preindustrial, de solidaridad de grupo, que se inscriben para determinados sectores de población situados en los márgenes sociales y con grandes dificultades para acceder a los bienes y servicios del conjunto del sistema urbano. Esta tesis en sentido estricto nos lleva a pensar en una dependencia del área local de los ciudadanos residentes en esos espacios olvidando la posibilidad de espacios intermedios. De aquí al desprecio por lo local sólo media la fascinación por los procesos de globalización que trasladados a sus efectos territoriales y en la relación de lo local con lo global sólo puede calificarse en términos de disolución y de dependencia de lo local sobre lo global, y de una dependencia del territorio respecto de la metrópoli.

Los efectos de la extensión de la urbanización ya fueron expuestos por autores clásicos en la teoría urbanística. Frente a la ciudad histórica, conjunto urbano en la que cada una de sus partes son equivalentes al todo en cuanto a la complejidad de sus funciones, encontramos la ciudad inespecífica, sin rostro, continua, indefinible, que diría Mumford, donde pierden definición y contenido cada uno de sus subconjuntos. La destrucción de la vida vecinal a través de la modificación del tejido urbano provocado por la apertura de avenidas de gran tránsito que facilitan «una mayor movilidad y la absurda ubicación de los edificios públicos» (Mumford, 1968) pueden representar los efectos de la transformación física, pero ésta tiene también su traslación en la destrucción del tejido social. Así la movilidad en términos de tiempo de transporte «compromete irremediablemente el equilibrio de la vida diaria y el esparcimiento de la población sobre una vastísima superficie, significa comprometer irremediablemente la solidez del grupo» (Rigotti, 1967).

Destrucción del espacio convivencial, separación de funciones, reducción del dominio sobre el espacio y el tiempo cotidiano, debilitación de las relaciones sociales, efectos de los que se derivan de estas primeras criticas dirigidas contra el urbanismo funcionalista. Asistimos a un aislamiento de los medios sociales entre sí que supone la disolución de los espacios intermedios. Entre la apropiación individual del alojamiento y el conjunto totalizador urbano (la metrópoli) se pierden los espacios de apropiación colectiva, de sociabilidad, y con ello se diluyen relaciones sociales de vecindad, la capacidad de control y percepción, en definitiva, la capacidad cognitiva sobre el hecho urbano.

Las relaciones individualizadas y simplificadas (en base a relaciones exclusivas y excluyentes despersonalizadas —mercantilizadas, contractuales—) establecidas a partir de una escala territorial no controlable y no percibida alienta un sistema social unidimensional «en la que los yos individuales no están vigorosamente diferenciados» (Alexander, 1980).

Desde otra perspectiva, no tanto desde la crisis de lo local, sino desde la crisis de lo global, otros análisis más contemporáneos han puesto de manifiesto los efectos que los procesos económicos de mundialización tienen sobre el territorio (Fernández Durán, 1992) y más concretamente la responsabilidad que las grandes ciudades tiene sobre la crisis ecológica a nivel planetario (Naredo, 1991). Podrían sintetizarse en tres planos críticos autoimplicados: crisis ecológica que lleva a plantear la insostenibilidad ambiental del modelo de urbanización, crisis económica que deja de manifiesto la profundización de los procesos de dualización y exclusión social en la grandes ciudades y por último una crisis social y cultural que pone de relieve la ingobernabilidad de las ciudades.

Desde esas tesis se señala la necesidad ineludible de cambio de sentido en el modelo de desarrollo que trasladado a los modelos de urbanización apuntan hacia una reestructuración urbano ecológica (Hahn, 1995) de nuestras ciudades a través de modelos más integrados e integrales. Es necesario dar un cambio de sentido para reequilibrar las ciudades tendente a sustituir la competitividad por la cooperación, la dependencia por la autonomía, el sometimiento por el autogobierno, la movilidad por la accesibilidad, la unidimensionalidad por la variedad, el crecimiento insostenible por el desarrollo sostenible, la responsabilidad única por la corresponsabilidad y la participación.

Procesos que sólo parecen ser plausibles si se apuesta por un cambio de escala en la intervención de la ciudad. Reducir la escala es pensar en lo local, en un nuevo dimensionamiento del hecho urbano más equilibrado, en donde se pueda conjugar la máxima libertad individual con el máximo control colectivo. Así entre al vecindario-aldea con máxima homogeneidad y un control social que atenta contra la personalidad, y la gran ciudad con máxima libertad de movimientos, pero máxima despersonalización, hay que recuperar y reinventar espacios de equilibrio ciudadano apropiados para realizar en él la acción fundamental de la reestructuración urbano-ecológica.

Desde siempre la ciudad fue el espacio de la máxima complejidad accesible y el barrio el espacio de la máxima complejidad controlable, reconocible. Sin embargo, la ciudad en su reconversión en espacio vasto y continuado ha desvirtuado la complejidad hasta hacerla difícilmente comprensible y perceptible, en contraposición, el barrio como espacio de resistencia a la urbanización sin limites, aísla al individuo de los otros seres y de las otras actividades que son ajenos a su comunidad. En uno y otro caso se da la espalda a la alteridad. Recuperar la autorregulación de la utopía urbana precisa resolver esas contradicciones entre diversidad y homogeneidad, entre libertad individual y control social buscando un punto de encuentro que permita la variedad junto a la sociabilidad. Es necesario, por tanto, buscar un modelo de ámbito urbano diferenciado tanto de la ciudad inespecífica, como del vecindario con vocación de aislamiento.

La propuesta debe dirigirse a recrear el espacio de la coexistencia: «Coexistencia de los hombres entre sí, coexistencia de sus actividades y coexistencia de los hombres y sus actividades» (Schoonbrodt, 1995), o lo que es lo mismo compatibilizar todas las funciones propias del hecho urbano (complejidad) en espacios concretos, reconocidos, apropiados, participados, de un mínimo de escala humana. El espacio de la coexistencia, el Barrio-Ciudad, deberá contener mayor sociodiversidad que el vecindario o el barrio y mayor sociabilidad que la ciudad. Es decir, debe permitir la libertad de opciones desde la alteridad, debe constatarse la presencia de los otros y de otros usos y funciones con una base de accesibilidad, reconocimiento, cognición e interrelación.

El Barrio-Ciudad hay que definirlo desde la complejidad, desde la interrelación e interdependencia de diversas variables que deben complementarse para orientar certidumbres. Como señala Rapoport (1981), «la convergencia de indicios facilita la definición». Si bien la dificultad se encuentra en el solapamiento de variables interdependientes de carácter objetivo con otras de naturaleza más subjetiva. Así la estructura física, la trama urbana, los limites físicos, la densidad, el tamaño, las distancias, la estructura inmobiliaria, la estructura ocupacional, la estructura demográfica, la estructura social... de naturaleza más objetiva, deben combinarse con aspectos más subjetivos, más de corte socio-cultural: las conciencias de pertenencia, la identidad, la percepción del espacio, los niveles de apropiación, las redes sociales, las fronteras psicológicas... Las áreas urbanísticas pueden ser más rígidas y las áreas sociológicas son más flexibles y relativas, pero en todo caso, los Barrios-Ciudad sólo existirán cuando ambas dimensiones ofrezcan un determinado nivel de coincidencia.

Fundamentalmente tenemos que hablar de un espacio capaz de soportar y sostener unas estructuras inmobiliarias, ocupacionales y demográficas diversas, con ciertos niveles de sociabilidad y asociacionismo a través de una cierta densidad e intensidad de redes sociales, con una escala urbana capaz de mantener la capacidad cognitiva sobre todo el ámbito urbano, que sea accesible peatonalmente, que establezca una red de equipamientos y servicios colectivos dimensionados y distribuidos adecuadamente.

Estratégicamente, parece que pueden establecerse tres dimensiones fundamentales que intervienen con gran potencialidad en la definición del Barrio-Ciudad, pero que en ningún caso pueden tener una legibilidad aislada, sino permanentemente relacionada entre sí:

1.4.1 El Barrio-Ciudad como espacio físico

La trama física es un indicio, pero es sólo eso, un indicio más que debe complementarse con otras variables de naturaleza más subjetiva. Así el Barrio-Ciudad es una propuesta que, por un lado, pretende ser una organización concreta del espacio y, por otro, del tiempo del hecho urbano. Como diría Lefebvre (1967) en referencia al concepto de barrio y trasladándolo al concepto de Barrio-Ciudad «sería el punto de contacto más accesible, entre el espacio geométrico y el espacio social, el punto de transición entre uno y otro, la puerta de entrada y salida entre espacios cualificados y el espacio cuantificado, el lugar donde se hace la traducción para y por los usuarios».

La variedad de tejidos urbanos y la diferenciación física de la trama urbana facilita la legibilidad de la ciudad por parte de los ciudadanos y posibilita la recreación de esquemas emocionales entorno al espacio físico próximo. Precisamente por ello es tan difícil la definición técnica de un barrio y, sin embargo, «la gente sabe cuando está en su barrio y cuando está fuera de él» (Morris y Hess, 1975), porque la cognición del espacio de pertenencia, el reconocimiento de ese espacio en el que se inscribe la residencia y que procura un cierto sentimiento de seguridad, por tanto ni es extraño, ni es ajeno, se recrea en las conciencias de los moradores y difícilmente puede ser percibido de la misma manera por individuos, técnicos o no, ajenos a esos espacios físicos de referencia. Cuando ese sentimiento de territorialidad es compartido por una buena parte de los residentes, cuando es reconocido como propio, pero también es un espacio usado y apropiado socialmente, podemos confirmar la existencia de una identidad colectiva con un espacio.

La forma urbana es un indicio a tener en cuenta y sobre él se acoplan o se adaptan emocionalmente y coincidentemente las conciencias individuales haciéndoles ser colectivo.

Un primer aspecto a definir es el dimensionamiento del espacio físico ocupado por el Barrio-Ciudad. Este debe permitir el desarrollo de diversas funciones y ser capaz de soportar un nivel satisfactorio de actividades muy diversas:

  1. El tamaño del Barrio-Ciudad debe posibilitar la legibilidad y fácil reconocimiento de todo su perímetro por parte de los residentes de tal forma que se pueda percibir de forma diferenciada el ámbito habitado del resto del espacio urbanizado.
  2. A su vez la escala del ámbito debe permitir la pertenencia de los residentes a diferentes redes sociales, así como tolerar el desarrollo de canales de comunicación de baja intensidad y de relaciones sociales directas.
  3. La accesibilidad a todos y cada uno de los elementos urbanos contenidos en el Barrio-Ciudad es otra característica, definida por el desarrollo de la capacidad de autonomía de los ciudadanos para desplazarse sin necesidad de utilizar medios mecánicos.
  4. Todos los anteriores elementos convenientemente correlacionados nos llevan a pensar en una escala urbana donde se hace realidad la cooperación a través de la participación de los ciudadanos en asociaciones y en instituciones.
  5. La escala urbana del Barrio-Ciudad debe ser lo suficientemente dimensionada como para sostener la variedad de servicios y la diversidad de usos y funciones propias de la complejidad urbana.
  6. De igual manera la dimensión del Barrio-Ciudad ofrece una capacidad para contener tejidos urbanos diferenciados. Es decir, su perímetro delimita un todo conformado por distintas partes con ciertos rasgos de distinción física. Ello remite a la existencia de barrios y vecindarios como unidades integradas en el Barrio-Ciudad de tal forma que su articulación, lejos de establecer unidades descomprometidas entre sí o con el conjunto urbano en el que se incluyen, proporcionen una coherencia a éste, con sus aportaciones de características diferenciales, a veces de carácter singular, pero no excluyentes.

Se trata de acotar las dimensiones del Barrio-Ciudad teniendo en cuenta todos estos elementos que deben confluir para establecer un dimensionamiento que permita complementar la diversidad con el sentimiento de pertenencia. Siguiendo las consideraciones de los distintas aportaciones teóricas que hemos visto en apartados anteriores y en síntesis podríamos establecer los distintos ámbitos y niveles urbanos que de forma aproximada y sin intención de establecer categorías puras podrían contribuir a la conformación de un Barrio-Ciudad. Un primer nivel, el vecindario como una célula urbana con una población entre los 1.500 y los 2.500 habitantes, un diámetro de no más de 400 metros y distancias que no superan los cinco minutos de desplazamiento a pie; permite las relaciones de vecindad más frecuentes y cotidianas y precisa de unos servicios básicos y espacios de carácter intermedio y comunitario (espacios públicos estanciales, juegos de niños, farmacia, escuela infantil, comercio básico, locales sociales, etc.).

Un segundo nivel sería el barrio que con una población de entre 5.000 y 15.000 habitantes precisaría de un diámetro máximo de unos 800 metros y unas distancias que no precisarán desplazamientos de más de diez minutos andando. Esta dimensión es capaz de tolerar relaciones sociales más extensas en torno a asociaciones, actividades, equipamientos o instituciones y es un umbral que puede sostener niveles de servicios colectivos más complejizados (centros cívicos, biblioteca, educación secundaria, iglesia, centro de salud, mercado, comercio de especialización media, zonas verdes...).

Ambos niveles, vecindario y barrio, considerados aisladamente no son capaces de sostener servicios, iniciativas y actividades que en la sociedad actual se podrían considerar como imprescindibles para lo que se considera que un sistema urbano debe procurar. Además su dimensionamiento no es capaz de asegurar una diversidad física y social que consolide la coexistencia, la corresponsabilidad social máxima y la libertad individual.

Resolver el acceso a la coexistencia y a la diversidad urbana de estas unidades introvertidas significa romper el aislamiento, pero a la vez permitiendo la perivivencia de rasgos físicos, culturales y de identificación con su espacio más próximo. Ello significa que los limites en el interior del perímetro del Barrio-Ciudad no pueden ser barreras infranqueables (infraestructuras viarias o territorios inseguros), sino espacios de contigüedad, de uso compartido (zonas verdes, de juego, equipamientos...) que faciliten el contacto y permitan el paso peatonal hacía otros vecindarios y elementos diversos del barrio-ciudad. En este sentido y en palabras de Christopher Alexander (1980), «las fronteras no sólo sirven para proteger a las vecindades, sino que funcionan simultáneamente uniéndolas en sus procesos», los limites pueden ser por tanto, más un elemento de unión que de separación en un mosaico que refleja la diversidad cultural, física y social plasmada en el concepto de Barrio-Ciudad.

El Barrio-Ciudad debe ser un espacio adecuado para el peatón cuyo diámetro no supere 2,0 kilómetros y cuyas distancias máximas no superen un tiempo más allá de 30 minutos. Debe ser un umbral para mantener un sistema de comunicación de intensidad blanda (contactos directos, radios y televisiones locales, periódicos de barrio, boletines de asociaciones, lugares de encuentro, tablones de anuncios...) y de redes sociales diversas (asociaciones, agrupaciones políticas y sindicales, cofradías, etc.), apto para soportar un nivel de servicios con una ocupación y actividad equilibrada con unos contenidos que oferten lo que un ciudadano espera del sistema urbano con una población entre los 20.000 y los 50.000 habitantes.

Esta visión del modelo urbano precisa de una corriente planificadora de largo plazo, más enraizada en el desarrollo social y local que en el crecimiento económico y mundializado, buscando la sostenibilidad del hecho urbano y el desarrollo de la sociabilidad y la cooperación, más que del mercado y la competitividad.

1.4.2 El Barrio-Ciudad desde la dimensión social

Desde la diversidad de espacios físicos, con ciertos rasgos de distinción pero a la vez relacionados entre sí, podemos introducir el concepto de diversidad social como aspecto que viene a permitir la máxima complejidad accesible. El concepto de diversidad social entendido como coexistencia de elementos diferenciados en un mismo lugar remite al concepto de estructura social, de pluralidad social, pero ésta desde la perspectiva de un ámbito integral precisa de una variedad de usos, funciones y actividades para poder desarrollarse en un sentido constructivo de la alteridad y de la calidad de vida, y no del conflicto y del malestar urbano tan destructivo en las metrópolis que vivimos. Tiene, por tanto, una doble vertiente de implicaciones mutuas.

De una parte, aparece como vital la mezcla de usos y actividades como un aspecto de dinamismo social y económico. Es decir, se consigue recrear el espacio urbano si se produce el asentamiento de actividades económicas (productivas y de servicios), y de consumo que sean susceptibles de localizarse y que sean compatibles con el tejido residencial en un proceso continuado que se retroalimenta a sí mismo.

La vida ciudadana en el barrio precisa de una accesibilidad peatonal y de corta distancia a los centros de trabajo, enseñanza, compras y gestiones, ya que la presencia de esas actividades refuerza la permanencia en el ámbito e impide los desplazamientos innecesarios y no deseados, y en definitiva minimiza el tiempo de transporte, reduce el tráfico motorizado, dificulta la existencia de zonas muertas del barrio en horas determinadas y anima la vida ciudadana.

D. Morris y K. Hess (1975) mantienen la tesis de que el control por la comunidad y la libertad local sólo pueden obtenerse si surgen de una base productiva que procure una mayor independencia de una economía excesivamente internacionalizada. La descentralización de las actividades económicas y de servicios potencian la capacidad de mercado local y mayores cotas de empleo al obtener una considerable capacidad de resistencia a las crisis económicas que crecientemente se fundamentan en avatares económicos mundializados.

1.4.3 El sentido de la estructura ocupacional en el Barrio-Ciudad

La cohabitación sinérgica en la realidad de una multiplicidad de actividades (productivas industriales, servicios administrativos, comercio, servicios a las empresas, etc.) sumado a la pauta deseable de trabajar cotidianamente en el mismo lugar en el que se reside deriva en la coexistencia de distintas relaciones con los medios de producción de la población ocupada. Es decir, se asegura la presencia de empleados y empleadores, de trabajadores autónomos y trabajadores por cuenta ajena, de empleo público, empleo privado, autoempleo, empleo comunitario, empleo de integración y cooperativismo. Pero también se asegura una amplia gama de profesiones repartidas por todos los sectores económicos, desde los menos cualificados (peones) a los de mayor rango de cualificación (directivos de empresas).

1.4.4 La variedad como garantía de sostenibilidad urbana

La ciudad es un ecosistema abierto que necesita de energía exterior para mantener sus estructuras. Su funcionamiento se produce gracias a un colosal intercambio de materiales, energía e información, si lo comparamos con los ecosistemas naturales podemos definir sobre él, dos características especiales (Rueda, 1994):

El problema es cómo dotar de complejidad accesible a los espacios urbanos, cómo conseguir la mayor complejidad articulada con el menor consumo de energía. Si utilizásemos un símil de un ecosistema natural como la selva amazónica, podríamos observar que en ella, la energía exógena procedente del sol se fija en un sinfín de formas de vida, desde las copas de los árboles hasta el suelo, se trata de un sistema complejísimo, en el que se produce una altísima tasa de eficacia entre la información (número de formas de vida) y la energía consumida (la energía difusa aportada por el sol), si la comparamos con un monocultivo de cereal, observaríamos que éste soporta una sola forma de vida dominante necesitando además del aporte de energía suplementaria en forma de abonos sintéticos, siendo mucho más vulnerable que la selva amazónica.

Si llevásemos una comparación semejante a la anterior a las estructuras urbanas que conocemos podríamos comparar un barrio de viviendas de fábrica con un casco histórico. El primero es un área exclusivamente residencial, probablemente con una sola tipología arquitectónica, con una población homogénea, sin usos complementarios y con una estructura económica basada en el empleo de una gran fábrica, representaría la estructura urbana mas elemental y frágil posible, incapaz de superar una crisis externa, incapaz de renovar articuladamente su población. La información contenida en ella sería baja, y su articulación escasa, las posibilidades de soportar una crisis serían mínimas.

En otro extremo tendríamos un casco antiguo en el que no se hubiese producido la sustitución funcional de la especialización metropolitana, en él existe una variedad arquitectónica máxima, variedad articulada de actividades productivas, variedad de población, y lo que es mas importante: redes sociales múltiples capaces de generar autoayuda hacia el interior e información articulada hacia el exterior. Se trataría de un tejido con posibilidades de enfrentarse a crisis, capaz de sustituir unas funciones por otras, tanto por la diversidad en la composición y conocimiento de su población, como por la diversidad de espacios, soportes y formas de propiedad existentes. Parecería probable que entre tanta diversidad apareciesen estructuras de éxito.

En nuestro caso pensamos que el Barrio-Ciudad debe ser el escalón de la máxima variedad accesible, contenedor de tipologías, de usos y poblaciones diversas, pero capaz de articularlas en una comunidad reconocible, generando así un espacio con vocación de persistencia y éxito ante las crisis.

1.4.5 El Barrio-Ciudad como umbral para la sostenibilidad demográfica

El hilo conductor de la construcción teórica nos va mostrando cómo distintos factores de variabilidad intervienen en la configuración de lo que llamamos Barrios-Ciudad. Cabe advertir ahora que todas las variables que median en la determinación del Barrio-Ciudad obtienen un alto grado de interdependencia. Cada una de ellas produce efectos sobre las demás y todas son en alguna medida afectadas por el resto. Una de estas variables que incide más decididamente en la escala local es la estructura demográfica, que por otro lado, obtendría una gran operatividad en la construcción del concepto del Barrio-Ciudad. Si bien es quizá la variable más dependiente de otros factores de variabilidad, ya que es más sensible a fenómenos de corte económico, de calidad ambiental, de soporte físico...

Tradicionalmente en demografía se han elaborado modelos demográficos de estructuras poblacionales estables, es decir que permanecen con una distribución de los grupos de edad invariables a lo largo del tiempo al considerarse modelos simulados como universos aislados, no relacionados con factores exógenos y considerando siempre sus comportamientos estadísticamente lineales y controlables.

También ha sido motivo de teorización las estructuras demográficas consideradas como equilibradas, donde determinados grupos de edad presentan una representación dimensionada adecuadamente en relación a los otros grupos de edad. Se suele considerar mayor grado de equilibrio en la medida que se ha alcanzado la última etapa de la transición demográfica que se caracteriza por su cercanía al denominado crecimiento cero de la población. Es decir, que debido al descenso continuado de las tasas de fecundidad y a la también disminución continuada de la mortalidad, el crecimiento natural de la población o crecimiento vegetativo (diferencia entre la natalidad y la mortalidad) tienden a compensarse. Pero, si circunscribimos el análisis a una población concreta, cuanto menor escala con mayor intensidad, es necesario considerar el factor de la movilidad de la población. Sólo podremos hablar de estructura equilibrada cuando el saldo migratorio (diferencia entre inmigración y emigración) también se sitúe en la proximidad del valor cero.

«Consecuentemente, conviene reducir al mínimo los movimientos migratorios que desequilibran la estructura por edades de la población local. Migraciones en sentido único, no, intercambios migratorios, sí, al objeto de insuflar ese dinamismo y esta renovación que genera el contacto entre patrimonios culturales locales tan ricos y diferenciados. Por lo tanto, es necesaria una cierta movilidad pero con la exigencia de mantener en cada lugar, dentro de cada comunidad, una pirámide equilibrada o, al menos, de distanciarse lo menos posible del saldo cero en cada edad» (Poulain, 1990).

En la realidad los factores externos influyen significativamente en los movimientos poblacionales y por ende en las estructuras demográficas de las comunidades locales. Los impactos de las migraciones han producido en las décadas de los años sesenta y setenta las mayores metamorfosis en las estructuras poblacionales de municipios, barrios y ciudades, aparejados a procesos de urbanización en unos casos y a procesos de despoblación y desertización en otros. Unos serán receptores de población y otros serán emisores, produciéndose esa movilidad interna en forma de trayectos largos motivados por procesos de desarrollo económico de gran escala, nacional, o a lo sumo regional, pero con gran influencia sobre la escala de lo local. Así cualquier crecimiento, y obviando las migraciones de extranjeros muy minimizadas aún en nuestro país, que se produzca en ámbitos (municipios, barrios, ciudades) que son atracción de población se traducirá como consecuencia en un retroceso poblacional para otros ámbitos.

Puede hablarse en propiedad de cierta inflexión de los movimientos migratorios en los últimos años: finales de los ochenta y principios de los noventa. Si anteriormente la motivación de las migraciones era de corte claramente económico y de trayecto largo, en los últimos años podemos decir que aparecen otras motivaciones (no estrictamente económicas) que vienen aparejadas a una mayor movilidad en trayectos cortos, y por tanto, a un agotamiento del modelo anterior. Las migraciones en el mundo rural parecen indicar una movilidad por atracción de aquellas ciudades de tamaño pequeño y medio que son áreas de mercado y ofrecen una cierta calidad y diversidad de soportes y de servicios, mientras que en las áreas metropolitanas y en las grandes ciudades las migraciones mayoritarias son de trayecto corto (intramunicipal) o muy corto (cambio de domicilio intermunicipal), aunque superando el ámbito estrictamente local (de barrio).

La apuesta por el Barrio-Ciudad precisa de actuaciones diversificadas que sean favorables a una estructura demográfica sostenible. Ello implica la presencia de un parque inmobiliario accesible y diverso en cuanto a la tenencia, tipologías y características; una cercanía relativa a los lugares de trabajo y de consumo; y una calidad del medio ambiente urbano aceptable. La resolución en positivo de esos factores limitaran la movilidad residencial, principal causa de la segregación demográfica y de los desequilibrios poblacionales y territoriales propios del modelo metropolitano.

La estabilidad poblacional posibilitará la estabilidad en los parámetros dotacionales y en los tipos de equipamientos. Una estructura demográfica equilibrada permitiría una diversidad en los equipamientos y una susceptible mejora constante en la calidad de los servicios. Así la combinación y complementación de lo estable y lo equilibrado nos viene a definir el concepto de sostenible.

1.4.6 El Barrio-Ciudad desde la dimensión antropológica y cultural

El espacio social no implica únicamente una condición social, igualmente el espacio físico no tiene exclusivamente una disposición funcional. No se puede entender el espacio social y el espacio físico desde un sentido lisamente abstracto, sino que la persona necesita concretar cotidianamente su situación en el espacio y en el tiempo, el ser humano «necesita sus referentes estables que le ayuden a orientarse, pero también a preservar su indentidad ante sí y ante los demás» (Pol, 1994). Los referentes sociales o espaciales pueden ser más difusos o más precisos, cuanto más precisos nos marcan «algún sentido de ser parte de una sociedad por pequeña que sea, y no de estar en una sociedad, por grande que sea» (Alexander, 1980).

Formar parte de algo nos remite a al menos tres nuevas dimensiones que vienen a definir desde una casuística antropológica los campos fundamentales del despliegue cultural que se derivan del modelo de ciudad que puede representar el concepto de Barrio-Ciudad: la apropiación del espacio, la implicación en redes sociales y los procesos de participación en la organización política del Barrio-Ciudad.

1.4.7 Percepción, identidad, pertenencia y apropiación en el Barrio-Ciudad

El rápido proceso de urbanización difusa e inespecífica, junto al modelo económico cada vez más mundializado, y la homogeneización del pensamiento y de los comportamientos culturales hace que también los referentes necesarios para la condición humana de reconocerse, de sentirse parte de sean cada vez más restringidos en la medida que los procesos sociales, económicos y culturales se distancian del control ciudadano y son más ajenos a las personas y a las entidades locales. Recrear la cognición y percepción del espacio físico y del entorno social es un primer paso fundamental para recobrar el sentimiento de pertenencia.

La percepción diferenciada del espacio marca un primer estadio de seguridad psíquica y social que se proyecta más allá del entorno familiar y del espacio privado de la vivienda. Significa una extensión territorial de la intimidad y precisa de un fácil reconocimiento del entorno urbano de dominio peatonal de tal manera que se pueda diferenciar claramente entre el espacio realmente conocido (interior) y el resto del territorio urbanizado más inespecífico, impersonal y abstracto (exterior). Paradójicamente la oposición no conflictiva entre área interior y área exterior permite una síntesis: la tranquilidad urbana. En expresión de Michel-Jean Bertrand (1984) «el barrio es también un espacio íntimo, sentirse dentro del mismo supone descansar la atención sabiendo que, suceda lo que suceda, no tendrá consecuencias respecto a presiones exteriores».

Desde esa reflexión que establece un determinado nivel de cognición del espacio que protege la integridad individual y colectiva, aparecen varios aspectos que marcarían el mayor grado de identificación con el espacio y la comunidad como pueden ser: las particularidades históricas del ámbito, las particularidades físicas del espacio, la implicación de sus habitantes en las transformaciones espaciales y en el desarrollo social, el tiempo de permanencia de sus residentes, el grado de integración de sus funciones urbanas. Aspectos todos ellos que ayudan a distinguir el límite entre la ciudad ciertamente reconocida, controlada, poseída y la ciudad inciertamente difusa y extensa. Aquella es igual para todos sus moradores y por tanto es mensurable y es por ello susceptible de provocar una acción consciente por parte de los sujetos para usar y transformar un espacio que ya no es tal, en su sentido abstracto, porque deviene en lugar. Así según la simbología construida socialmente a través de esos elementos (límites psíquicos, hitos urbanos, hitos históricos, símbolos ambientales) los individuos desarrollarán una conciencia de pertenencia respecto a ese espacio y a esa comunidad posibilitando, de otra parte, una capacidad real de relación y de integración con la sociedad global y el modelo urbano metropolitano.

El espacio realmente vivido, es el lugar de la vida cotidiana donde se desarrollan las actividades urbanas o humanas, según se prefiera la utilización de términos que hacemos sinónimos. Sólo desde la permanencia suficiente y estable en un ámbito, el tiempo de estancia dedicado a relacionarse, a trabajar, a consumir o a gestionar es lo que hace posible la recreación del lugar de lo cotidiano y éste cobra todo su sentido cuando la propia acción humana o urbana va determinando la vida cotidiana. Asumimos aquí la idea expresada por Lefebvre (1971) de que «la vida cotidiana corresponde al nivel de la realidad social que constituye el centro real de la praxis».

Cuando el uso de la calle es intenso, pero flexible y versátil, no exclusivo, ni excluyente (tiene diversas utilidades según colectivos y momentos), y en consecuencia, ese uso deviene en hecho social y socializador, estamos ante procesos dinámicos de interacción del individuo con su medio, y de los ciudadanos entre sí a través de ese medio. Así, por medio de los procesos cognitivos y de identificación, en un entorno dominable geográficamente, se asientan las bases para el acceso social al espacio, en definitiva para la apropiación del lugar. La apropiación es, por tanto, la culminación de un proceso en el que el sujeto se hace así mismo a través de sus propias acciones (Korosec-Sefarty, 1986) y se encuentra en disposición de experimentar una práctica colectiva en el uso del espacio que hace de éste un objeto a defender, o por el contrario, en determinados momentos puede ser susceptible el desarrollo de procesos que se inclinan a una transformación consciente y deseada del mismo.

En todo caso, la apropiación del espacio ineludiblemente ligado a la posesión colectiva del mismo, remite a tener algo en común. Esto le da un cierto carácter que influye y refleja los sentimientos de la gente sobre la vida en él y los tipos de relaciones que establecen los residentes (Keller, 1971), y por tanto, implica unos procesos de sociabilidad, de relaciones diversas, de sistemas de comunicación, que tienen su correspondencia en la presencia de diversas redes sociales entrecruzadas e interconectadas.

1.4.8 El Barrio-Ciudad, un lugar para la multiplicidad de redes sociales

El medio urbano construido, si es adaptable, dominable y es apropiado por los sujetos que viven esos distintos espacios sirven como soporte para una autorregulación de la ocupación y del uso del mismo. Los valores compartidos y el arraigo de perspectivas comunes respecto de las áreas mediadoras, ya sean espacios públicos o comunitarios, abiertos o cubiertos, favorecen y posibilitan el contacto, el encuentro y el uso recíproco del espacio. Una densidad habitacional y de actividades adecuadamente integradas que conceden la facultad del trasiego por lugares y entornos permeables y reconocidos, aunque no sean el propósito del destino del desplazamiento, dan pie a encuentros imprevistos o a presenciar escenas espontáneas que tienen sus propias consecuencias personales, sociales y culturales, pero que recrean la vida urbana hasta un grado peculiar. En el espacio urbano se tejen gran parte de las redes sociales de una diversa naturaleza y por ello es fundamental priorizar un diseño y organización adecuado del espacio público urbano.

Por el contrario, las relaciones planificadas propias del modelo de urbanización que vienen a impulsar la consolidación de una accesibilidad sin densidad, ya sea mediante la movilidad motorizada, la telefonía o las denominadas autopistas de la información, «difícilmente pueden recrear la experiencia urbana en su plenitud» (Hannerz, 1986). El creciente predominio de la planificación de las relaciones sociales supone una selección en las mismas que refleja no sólo la desvinculación del sujeto del territorio, y la mayor despersonalización en las mismas relaciones, sino que también significa la no presencia del otro, y el desconocimiento e incomprensión de otros estilos de vida diferentes. Se quiebra la alteridad y con ello se restringen al máximo las constelaciones de redes sociales. Como diría Alexander (1980) la urbanización nos lleva a «la sociedad de baja comunicación».

La cohesión social, amortiguadora de conflictos y conveniente para la seguridad colectiva y personal, es inversamente proporcional a cuanto mayor distancia física y social se establezca, y a cuantos menores recursos para la coexistencia se conformen. La proximidad entre los ciudadanos que comparten espacios variados y servicios diversos, y la proximidad de las distintas funciones urbanas procuran el máximo de interacciones posibles. La mezcla de actividades y funciones junto a la coexistencia de distintas sensibilidades sociales significa una multiplicidad de redes sociales correlacionadas entre sí que en alguna medida permiten el establecimiento de categorías que no deben, ni tienen por qué ser excluyentes y ni exclusivas:

Efectivamente, las condiciones de coexistencias múltiples que vienen a definir lo que hemos denominado como ámbito de Barrio-Ciudad son susceptibles de establecer los medios de transmisión necesarios para que los sujetos puedan definirse a sí mismos y definir su propia territorialidad. Es decir, el tiempo de permanencia en un lugar, que potencia la mezcla de funciones del Barrio-Ciudad, retroalimenta su propia esencia, ya que la propia densidad de las redes sociales marcan la territorialidad de su capacidad de atención. La mezcla de funciones y de usos en un territorio físicamente abarcable y dominable permite que cada sujeto pueda participar de distintas redes de una forma simultanea poniéndolas así en una relación continuada, e incrementando igualmente el espesor de su densidad. En consecuencia, el efecto de retroalimentación entre el espacio reconducido a una escala humana y las redes sociales que en él se pueden desarrollar, hace que éstas se consoliden en términos de mayor frecuencia e intensidad en las relaciones, y mayor densidad y fuerza en los contenidos de la comunicación.

La participación de los sujetos en distintas redes de naturaleza muy diversa: laborales, de conocimiento personal, categoriales, funcionales, nos lleva a otras dimensiones del hecho urbano o humano. La existencia de múltiples redes consolidadas y duraderas pueden facilitar el crecimiento y extensión de múltiples actividades, crear y sostener recursos, y establecer medios de comunicación propios como periódicos locales, televisiones y radios locales. Los contactos directos unido a las mayores posibilidades de aplicación que ofrece el desarrollo tecnológico en el campo de las comunicaciones ofrece la potencialidad de instaurar nuevos vehículos de comunicación que operen con mayor agilidad las múltiples interacciones, que acerquen los administradores a los administrados, que ofrezcan mayor capacidad de participación pública, mayor densidad de comunicación y mayor capacidad de decisión.

Pero ello se inscribe en otra dimensión que debe intervenir en la definición del Barrio-Ciudad, aunque eso sí, se parte de la presencia de iniciativas que se desarrollan desde un tejido asociativo que a su vez tendrá mayor expresividad y potencia cuanto mayor sea la cohesión social y, por tanto, mayor densidad obtenga el tejido social.

1.4.9 La participación ciudadana en la recreación del Barrio-Ciudad

El modelo de urbanización tiene su correlato con un determinado modelo de organización que despunta hacia una estructural dualización social en las ciudades. El distanciamiento cada vez mayor entre los sectores con mayores rentas y mayores oportunidades para la promoción social y acceso a los mejores puestos y servicios, frente a otros sectores más descualificados y excluidos de los procesos generadores de rentas induce también contradicciones y conflictos entre las instituciones y los ciudadanos. La preocupante devaluación del sistema democrático tiene su origen en la cada vez mayor desconexión entre lo institucional y los grupos animadores ciudadanos, así como una desconexión entre éstos y el conjunto de los ciudadanos. Se han perdido referentes en un proceso histórico de rápidos cambios sociales y políticos, que en gran medida se han traducido en una, también, pérdida de la cultura participativa en las ciudades y no porque no se quiera participar, sino que muchas veces los sujetos ya no saben cómo canalizar sus aspiraciones e inquietudes, manifestando, unas veces con el desinterés y otras con síntomas de conflicto, su impotencia y desconfianza respecto a las ofertas institucionales.

Elevar el estatus de mero residente, consumidor de mercancías y usuario de servicios a la categoría de ciudadano pasa por la asunción de ciertas cotas de responsabilidad social y de participación política en los asuntos que atañen a la convivencia urbana.

Participar es un término polisémico que auna significados:

En el contexto de un modelo de Barrio-Ciudad enunciar participación supone instalarse en la dimensión de una triple confluencia que articula la réplica a la visión de una participación por irrupción (desde el conflicto) o invitación (desde la deformación): descentralización + capacidad de gestión + capacidad de decisión.

Para que la participación, en el sentido reseñado, pueda establecer y ser un mecanismo que permita una profundización en la democracia y para que sea una realidad se precisan de unas condiciones urbanas que hemos querido identificar con aquellas que vienen a definir el concepto de Barrio-Ciudad. Fundamentalmente cabe reseñar, al menos, tres aspectos que son indispensables para poder desarrollar mecanismos participativos que posibiliten la autoimplicación responsable de los ciudadanos con su entorno más inmediato:

1.5 Reconsiderar los equipamientos desde la calidad de vida

La teoría clásica de los equipamientos se ha inscrito en la lógica del Estado del Bienestar, si bien cabe diferenciar entre distintos enfoques que en rasgos generales dejan al descubierto una bifurcación en la reflexión sobre los mismos, según se incida en la función del Estado o en los objetivos de la política de Bienestar.

En primer lugar y desde una perspectiva de critica del sistema social, de naturaleza más radical (Fourquet y Murard, 1978), los equipamientos colectivos se incluyen en una lógica de reproducción del sistema capitalista como mediadores para «la integración e incorporación a la totalidad del sistema», en donde el sector público ostenta la facultad de garantizar las condiciones generales de la reposición ampliada de la fuerza de trabajo. Reposición que en una sociedad postindustrial obtiene un temperamento que atraviesa y es atravesado por factores de índole cultural y simbólico de tal forma que en una sociedad del consumo, está se reproduce sobre sí misma legitimándose ideológicamente, al sostener y dar significado a diferentes soportes de distinta naturaleza sistémica (residenciales, productivos, culturales, consumo). En ese sentido los equipamientos colectivos son un agregado, «han representado —en palabras de Fernando Roch (1985)— siempre un aspecto marginal en la práctica del planeamiento urbano y de su ejecución. Algo que venía después, como un complemento necesario y mínimo, de haber diseñado la maquinaria principal productiva de la ciudad».

Una segunda perspectiva, desde una lectura más cercana a la visión de los usuarios, más desde el aspecto de las necesidades sociales, intenta superar ese carácter complementario de los equipamientos claramente simplificador. Se introduce la concepción del equipamiento como salario social indirecto pretendiendo paliar las desigualdades de la economía de mercado, mediante la distribución generalizada de los servicios básicos del estado del bienestar, como son la salud o la enseñanza, a lo que se vienen a sumar los servicios asistenciales especializados para segmentos más desfavorecidos o claramente excluidos. La aspiración de los ciudadanos por su incorporación al sistema urbano en unas condiciones que vayan más allá de los mínimos sociales imprescindibles dan lugar a una cultura de la reivindicación que, sin superar las condiciones de enajenación de los usuarios de la gestión de los servicios, vienen a complejizar las estructuras sociales y la naturaleza de los conflictos urbanos. Mientras, la dinámica proclive a mantener el control y la regulación de las necesidades sociales en el ámbito exclusivo del dominio institucional conlleva una búsqueda de la eficacia igualitaria y de una simplificación de los instrumentos técnicos que se traduce en el principio de aislamiento funcional y administrativo entre las diversas categorías de intervención social y de éstas con los soportes de la estructura urbana. En este sentido los recursos públicos destinados a los servicios se han encontrado sujetos a los instrumentos y criterios cuantitativos y parcelarios propios del pensamiento positivista científico, dando soluciones simples a problemas no puestos en relación.

La separación de los servicios en categorías funcionales simples han precisado del establecimiento de estándares normativizados, a la vez que una estratégica clasificación de los usuarios, permite realizar correspondencias de cada una de las categorías sociales con cada uno de los tipos de servicios. La consolidación de una cultura distributiva sin más dificultará el reconocimiento de la interdependencia entre los problemas y las necesidades. La razón de la cantidad tiende a subrogar la razón de la cualidad, como dice Clementi (1979), «la especialización de equipamientos corresponde a una estructura administrativa atomizada, acostumbrada a encargarse de necesidades seleccionadas específicamente según categorías... y sin esbozar soluciones que requieran una coordinación funcional y de gestión de las diferentes equipamientos. Las consecuencias son una escasa eficiencia económica y un bajo rendimiento social».

Pero además, también, el papel de los equipamientos varia según los contextos sociales e históricos. En un momento marcado por una crisis continuada y constatable desde distintas perspectivas (económica, social, ambiental...) surgen nuevos problemas y nuevas necesidades que precisan de otros instrumentos y de otros modelos de intervención sobre el hecho urbano. La creciente fragmentación social no puede ir acompañada de una mayor sectorialización de los servicios y equipamientos. La mayor complejidad social precisa de análisis complejos y debe ir acompañada de modelos integrales de intervención capaces de revelar permanentemente las necesidades cambiantes, y de establecer modificaciones de las estructuras de definición y de gestión de los equipamientos actuales, lo que pasa necesariamente por una mayor implicación de los sujetos en el descubrimiento y definición de sus propias necesidades, y en la decisión sobre los mecanismos adecuados para satisfacerlas.

Las necesidades en forma de deseos se construyen por tanto en función de dimensiones más desde las cualidades, más estructurales, más determinados por valores emergentes y modelos culturales al uso. Si el análisis ha discurrido tradicionalmente sobre la ausencia de recursos que ha impedido la cobertura de mínimos aceptables y la distribución de los mismos, ahora también lo es el cómo satisfacer nuevas necesidades que superando esos mínimos no supongan una degradación del medio ambiente más allá de un determinado límite máximo, y con ello quiebren la satisfacción de otras necesidades, de la satisfacción de las necesidades básicas de determinados colectivos o en otro lugares. Se trata de reconstruir el concepto de necesidad desde la sostenibilidad, no exclusivamente desde la carencia relativa.

En consecuencia, el papel de los equipamientos, definidos éstos como satisfactores de necesidades, debe ser también cambiante adecuándose a los requerimientos de los cambios sociales. Las nuevas necesidades y la aparición de colectivos emergentes necesitan para satisfacerse y desarrollarse de una correspondencia en la creación de equipamientos emergentes capaces de dar respuestas tanto a las viejas como a las nuevas aspiraciones sociales, pero también a los nuevos retos.

Se trata de superar lo meramente cuantitativo para introducir también los aspectos cualitativos. Se trata de asumir la complejidad incorporando nuevas lógicas capaces de superar la visión simplista de la lógica del bienestar por una perspectiva compleja de calidad de vida. El concepto de calidad de vida permite el análisis de la complejidad. Es decir de cómo el exceso de satisfacción de unas necesidades relativas en términos cuantitativos puede ir en detrimento del medio ambiente y de la identidad cultural, por lo que se introduce en la construcción del concepto de la calidad de vida el efecto autorregulativo que implica la sostenibilidad del desarrollo.


Cuadro 6: Papeles de los equipamientos

Tradicionales Emergentes

Reposición de la fuerza de trabajo. Desarrollo social y económico.
Legitimación ideológica. Identidad cultural.
Organización funcional de la ciudad. Movilidad. Red de espacios públicos. Accesibilidad.
Reducción de las desigualdades. Satisfacción de las necesidades.
Evitar conflictos. Permitir el consenso.
Dar información-tramitación. Comunicación transversal.
Integración social. Vertebración social.
Dar servicios Participar, autogestionar.
Clasificar, sectorializar. Reconstruir las relaciones sociales. Convivencialidad.

Bienestar Calidad de vida


1.5.1 El concepto de calidad de vida

La calidad de vida es un constructo social relativamente reciente que surge en un marco de rápidos y continuos cambios sociales. Es fruto de los procesos sociales que dirigen la transición de una sociedad industrial a una sociedad postindustrial. Tras la consecución, relativamente generalizada en Occidente y socialmente aceptada de las necesidades consideradas como básicas (vivienda, educación, salud, cultura), se vislumbran aquellos efectos perversos provocados por la propia opulencia del modelo de desarrollo económico. Externalidades de carácter ambiental producen nuevas problemáticas de difícil resolución bajo los presupuestos de la economía ortodoxa, pero también a las tradicionales externalidades sociales (pobreza, desempleo) hay que añadir otras de carácter psico-social derivadas de los modelos de organización y de gestión en la relación del hombre con la tecnología y las formas de habitar. Las grandes organizaciones y la enajenación del individuo de los proceso de decisión, la impersonalidad de los espacios y de los modelos productivos, la homogeneización de los hábitos y de la cultura a través de los medios de comunicación que refuerzan estilos de vida unidimensionales, de individuación, de impersonalidad, producen la pérdida de referentes sociales de pertenencia y de identidad. Mientras que a la vez emergen nuevas posibilidades en relación a la mayor disponibilidad de tiempo libre que hace posible desarrollos personales y la emergencia de nuevos valores sociales, otras dimensiones de la relación con la naturaleza y con los demás.

Precisamente el concepto de calidad de vida en su vertiente más cualitativa, subjetiva, emocional o cultural surge como contestación a los criterios economicistas y cuantitativistas del que se encuentra impregnado el denominado Estado del Bienestar. El concepto de calidad de vida retoma la perspectiva del sujeto, superando y envolviendo al propio concepto de bienestar. Por ello es difícil acotar un concepto que se construye socialmente como una representación social que un colectivo puede tener sobre su propia calidad de vida. De ahí la necesidad de profundizar en los aspectos más emocionales que se derivan del concepto, y más concretamente en los procesos de desarrollo de la identidad social. El sentimiento de satisfacción y la realización personal no pueden entenderse sin introducir la noción de apropiación y la idea de la dirección controlada conscientemente por los propios sujetos. Así autores como Levi y Anderson (1980) describen como calidad de vida «una medida compuesta de bienestar físico, mental y social, tal y como lo percibe cada individuo y cada grupo, y de felicidad, satisfacción y recompensa [...]. Las medidas pueden referirse a la satisfacción global, así como a ser componentes, incluyendo aspectos como salud, matrimonio, familia, trabajo, vivienda, situación, competencia, sentido de pertenecer a ciertas instituciones y confianza en los otros». Que llevan a Pol (1989) a la afirmación que «esta definición nos acota una concepción de calidad de vida como un constructo complejo y multifactorial, sobre el que pueden desarrollarse algunas formas de medición objetivas a través de una serie de indicadores, pero en el que tiene un importante peso específico la vivencia que el sujeto pueda tener de él».

Cuando nos referimos al concepto de calidad de vida estamos haciendo referencia a una diversidad de circunstancias que incluirían, además de la satisfacción de las viejas necesidades, el ámbito de relaciones sociales del individuo, sus posibilidades de acceso a los bienes culturales, su entorno ecológico-ambiental, los riesgos a que se encuentra sometida su salud física y psíquica, etc. Es decir, se esta haciendo referencia a un término que es sinónimo de la calidad de las condiciones en que se van desarrollando las diversas actividades del individuo, condiciones objetivas y subjetivas, cuantitativas y cualitativas. La pieza central de la calidad de vida es la comparación de los atributos o características de una cosa con los que poseen otras de nuestro entorno (Blanco, 1988). Es un concepto que, por tanto, se encuentra sujeto a percepciones personales y a valores culturales, pero que hace referencia también a unas condiciones objetivas que son comparables.

Por tanto, la diversidad de aspectos sectoriales y globales que pueden incidir en la falta de calidad de vida hace que cada uno de ellos obtenga su propia carta de naturaleza. Así, por ejemplo, la calidad residencial o urbana, es por tanto, un aspecto parcial como otros con los que se encuentra relacionado, pero en ningún caso es periférico dentro de la calidad de vida.

La delimitación del concepto de la calidad de vida no tiene, por tanto, un único sentido. Su construcción precisa de la autoimplicación de tres grandes perspectivas lógicas que se pueden representar bajo una forma triangular (trilogía):


trilogia.jpg

Figura 1: Concepto de calidad de vida como trilogía


La relación solapada que se establece entre los distintos vértices del triángulo nos marca diversas disciplinas en el tratamiento de la calidad de vida. Igualmente el planteamiento complejo incide en la idea de sostenibilidad en la medida que hay que buscar puntos de equilibrio que no supongan una degradación de cada una de las perspectivas:

  1. Relación entre calidad ambiental y bienestar: ecología urbana.
  2. Relación entre calidad ambiental e identidad cultural: antropología urbana.
  3. Relación entre bienestar e identidad cultural: desarrollo urbano.

A su vez cada una de las perspectivas, siguiendo con la representación triangular, las podemos desgranar en fragmentos que se ponen en contacto entre sí y que según giremos a modo de caleidoscopio podremos encontrar sus elementos de autoimplicación:


Cuadro 7: Dimensiones de la calidad de vida

Calidad ambiental Bienestar Identidad cultural

Habitacional Empleo Tiempo disponible
Residencial Salud Participación-apropiación
Urbana-territorio Educación Relaciones sociales


La relación entre las distintas perspectivas nos abren distintas dimensiones de la calidad de vida:

Pero no sólo pueden circunscribirse al interior de sus perspectivas de calidad sino que también pueden buscarse ejemplos de relaciones complejas multidimensionales, por ejemplo:

Desde ese carácter multidimensional de las perspectivas de la calidad de vida se sugieren nuevas vías de incisión en el desarrollo de los equipamientos que introducen nuevos formas y contenidos, los hemos llamado equipamientos emergentes.

1.6 Nuevos equipamientos y equipamientos emergentes

De los nuevos retos (nuevas externalidades sociales) del Estado de Bienestar se derivan la necesidad de nuevos servicios y equipamientos. Pero también desde ahí y desde la vertiente de las necesidades más radicales aparecen nuevas posibilidades que desde lo local den respuesta a problemáticas globales. Frente a los equipamientos clásicos (para la reproducción, producción y la distribución) que requieren de una única función y unos instrumentos de gestión que resuelven efectos primarios y se encuentran enajenados del sujeto, son necesarios nuevos instrumentos capaces de afrontar los efectos secundarios (desvertebración social, simplicidad urbana, incomunicación, distanciamiento de los ciudadanos de las instituciones, crisis ambiental, crisis de empleo...) desde una vertiente cualitativa. Se trata de rellenar espacios de actividad social, recuperación y ampliación ambiental mediante herramientas que recreen los sentimientos de pertenencia y de identidad, que permitan la apropiación de los espacios y la participación en la toma de decisiones. En definitiva, completar la trilogía del concepto de la calidad de vida afrontando problemas sectoriales autoimplicados con y para el sujeto, en donde la sociabilidad se inscribe como un factor de primordial importancia.

Desde esos presupuestos más teóricos parece conveniente reseñar aquí una muestra de algunas experiencias e iniciativas ciudadanas que ejemplifican la emergencia de otras formas de concebir los equipamientos colectivos, con una cultura de la gestión y de la intervención más integral y participativa. Si bien, el marco expuesto precisaría de un sólido compromiso de las administraciones públicas que ponga a la gente en primer lugar, adecuando recursos humanos y características del entorno con los nuevos requerimientos en el campo de las necesidades sociales y ambientales del ámbito local. Al respecto habría que decir que la inexistencia de una política estratégica desde el sector público hacia el apoyo y la creación de una economía social de amplio espectro dirigida a determinados sectores, en espacios con características determinadas, hace que estas iniciativas, en unos casos dependan en exceso de voluntades políticas particulares, y en otros que se encuentren en situación permanente de improvisación, confiriéndole en ambos casos una situación de fragilidad que dificulta la superación de los estadios iniciales.

1.6.1 Periferia sur de la ciudad de Madrid

Apuntamos aquí una red de iniciativas sociales con ciertos niveles de conexión entre sí que establecen una línea de incisión sobre un territorio que sin haber superado la crisis urbana del período desarrollista ha sufrido una persistente crisis social y ambiental.

El Aula Tomillo

En primer lugar el Aula Tomillo (Villaverde-Móstoles) nace con el objetivo de suplantar la escasez de empleadores por medio de la generación de mecanismos de autoempleo juvenil y aplicación de fórmulas de trabajo asociado. Este planteamiento se basaba en la creación de un empleo de mano de obra de carácter intensivo con escaso respaldo de capital. Creación de empleo que se traducía en la creación de empresas que tras un período de consolidación ganan un estatus de independencia en el que el Aula Tomillo pasa a jugar un papel de asesoramiento y apoyo a la gestión.

Posteriormente la necesidad de establecer una diversidad de actividades hace que se introduzcan nuevos elementos como la formación profesional y la información sobre las ofertas privadas e institucionales referentes a empleos, cursos, becas, talleres, siempre dirigido a los jóvenes de la periferia sur de Madrid. El Aula Tomillo está, por tanto, en una continua evolución de adaptación a las nuevas posibilidades y realidades cambiantes. En todo caso el aprendizaje y la experiencia en el campo de la economía social ha acotado una política empresarial que se fundamenta en la participación de un capital social generado por tres entidades asociativas (Fundación Tomillo, Asociación Juvenil FPT Villaverde y Asociación Juvenil EE Móstoles), que capitaliza las empresas creadas a través de sus mecanismos de gestión con la intención de asegurar el carácter social de las empresas que directamente asesora, ya que este carácter social entendido como la reproducción de la economía social no queda asegurado con la mera creación de un modelo de trabajo asociado.

La estructura interna del Área Social de la Fundación Tomillo se ha ido dotando de departamentos de análisis con capacidad de decisión para afrontar nuevos proyectos y asegurar de todos los que se han puesto en funcionamiento.

Esa batería de servicios tiene su colofón en la creación de Sociedades Laborales que intentan cubrir el aspecto de apoyo al autoempleo juvenil a través de una estrategia encaminada a crear empresas de economía social para jóvenes. Se trata de consolidar iniciativas viables y cuyos beneficios reviertan en la propia reproducción del modelo formativo y de autoempleo. Los excedentes empresariales, innecesarios en estos casos, pueden dedicarse a un trabajo más cuidadoso y menos ahorrativo en mano de obra. Ese es el caso de las sociedades laborales que en gran medida Tomillo ha logrado estabilizar. Por otro lado, en buena parte, esas experiencias de autoempleo juvenil se apoyan y han apoyado los procesos formativos y sobre todo las Casas de Oficios.

Huerto Escuela La Semilla

Una segunda iniciativa a reseñar es el Huerto Escuela La Semilla de San Fermín. Se trata de una experiencia que surge como iniciativa de la Asociación de Vecinos La Cooperativa de San Fermín en el año 1983. Tras la ocupación de un espacio degradado, popularmente llamado El Huerto, se inician un proceso de autovaloración ciudadana. En un principio el contenido del Huerto Escuela era fundamentalmente educativo y se dirigía a los alumnos de la educación compensatoria, aunque contaba con un uso y asistencia permanente de los colegios públicos del barrio. No obstante el objetivo del proyecto era mucho más ambicioso y complejo, objetivo al que se han ido aproximando a medida que han podido disponer de más medios.

La financiación de la Consejería de Integración Social y la ampliación de la superficie de sus instalaciones permitida por el Ayuntamiento de Madrid vienen a garantizar la consolidación de la experiencia. En un primer momento la iniciativa logró incorporarse al proyecto Ingreso Madrileño de Inserción (IMI), siendo uno de los siete proyectos aprobados en la Comunidad de Madrid, del que participan veinte jóvenes del barrio y varios animadores-monitores. La iniciativa tiene el propósito de ser el origen, como una experiencia piloto, para un desarrollo endógeno adaptado y adecuado al entorno futuro del Parque Lineal del Manzanares y al mantenimiento de las zonas ajardinadas del barrio de San Fermín.

En un complejo entramado de actividades reivindicativas unas y otras de acción directa en gran medida en torno al tramo sur del río Manzanares (marchas ecologistas, manifestaciones, ocupación de locales públicos, educación de adultos, campamentos internacionales de verano, plantación de árboles etc.) cabe destacar una nueva estrategia de crear empleo utilizando como soporte su propio espacio y una forma de gestionar un proyecto con mentalidad empresarial.

Cornisa de Orcasitas

Otra experiencia es la de Cornisa de Orcasitas, pequeño barrio que resulta del proceso de remodelación de barrios de Madrid, proceso en el que tuvieron un especial protagonismo las entidades ciudadanas a finales de los 70 y principios de los 80 (VV. AA., 1989). La citada remodelación incluía, gracias a la presión vecinal, equipamientos urbanos de los que carecían los núcleos originarios. Es el caso del Centro Socio-Cultural Mariano Muñoz cuyo nombre se debe a uno de los más significativos animadores del proceso y cuya autogestión por parte de los propios usuarios ha sido posible debido a la presión y práctica ocupación de unos locales que llevaban meses cerrados, atrapados en la burocracia administrativa. El Centro se ha convertido en el soporte-eje de un proyecto socio-comunitario de barrio que, basado en la participación e implicación de la comunidad vecinal, pretende dar respuesta a las necesidades y demandas planteadas en el mismo. Distintos sectores e iniciativas confluyen en un espacio polivalente y multifuncional donde se demanda y se ofrecen diversos proyectos de economía social, de autoempleo, de formación, de estudio, de cultura, de apoyo técnico... Pero además con la intención de trascender solidariamente mucho más allá de este pequeño barrio con la creación de una ONG Vecinos/as Sin Fronteras cuyo objetivo es respaldar proyectos que se están realizando en el tercer mundo.

FEDEKAS

Finalmente el autodenominado proyecto de desarrollo local de Vallecas surge en un barrio de referente muy popular en el que persiste una identidad colectiva que se manifiesta en sentimientos de pertenencia y apropiación del espacio urbano por parte de sus habitantes además de unas redes sociales y movimientos urbanos muy consolidados (Alcázar y Alguacil, 1991 y Denche y Villasante, 1991). Muchas son las carencias y muchas las potencialidades. Integrar, por un lado, todos los sectores implicados y potenciales en una estrategia de desarrollo local y, por otro, las distintos sectores problematizados (vivienda deteriorada, accesibilidad a la vivienda, cultura popular, salud ambiental, medio ambiente urbano, empleo, comunicación...) son los objetivos de la Federación de Asociaciones para el Desarrollo comunitario de Vallecas (FEDEKAS). Muchos y muy variados son los proyectos que forman parte del todo, pero entre los que han superado las primeras fases (de estudio, implicación técnica, de apoyos) y son en buena medida una realidad en marcha cabe destacar:

1.6.2 Periferia noreste de Sevilla

Un claro ejemplo de una nueva cultura de la intervención es el Proyecto de Reforestación y Acondicionamiento del Parque de Miraflores, mediante el que se propone una actuación integral en uno de los espacios naturales más significativos de los situados en suelo urbano sevillano. Se pretende la recuperación socioambiental de un espacio de 69 hectáreas con unas características singulares (laguna natural, trazado fluvial, riqueza histórica y antropológica —aljibe de origen árabe, torre árabe, villa rural romana—, cortijo de Miraflores) generando un parque ruralizado de servicio urbano (espacio de transición entre el campo y la ciudad en el que se recuperen antiguos usos rurales, creación de huertos urbanos, se regenere la vegetación autóctona, se recuperen los hitos naturales —laguna y trazado fluvial— y se mantengan, y rehabiliten los enclaves artísticos y antropológicos).

El objetivo es conseguir para la zona en concreto y para la ciudad en general, un parque que ayude a regenerar las condiciones medioambientales y colabore en la educación y participación ciudadana en la naturaleza. En ese sentido el proceso de intervención (se ha acometido cerramientos, movimientos de tierras, eliminación de escombreras, recuperación de sistemas de riego, rehabilitación de construcciones y reforestación) se ha gestado desde el principio con la apropiación y participación de los ciudadanos a través de la Asociación Comité Pro-Parque Educativo Miraflores que desde 1990 viene interviniendo y utilizando las zonas de huertas, mientras que la escuelas-taller aportan los recursos humanos y técnicos para la restauración de las edificaciones. La complementación entre lo ciudadano y lo institucional se ha materializado en una apuesta decidida desde las instancias públicas que ha supuesto tras la calificación del suelo como sistema general la adquisición pública de la casi totalidad del suelo.

1.6.3 Pamplona

Uno de los aspectos más relevantes que caracterizan la sostenibilidad de la calidad de vida es el referente a los servicios de tratamiento de los residuos sólidos urbanos. Desde esta perspectiva es reseñable la experiencia de Traperos de Emaús de Pamplona, colectivo formado por 70 personas todas con contrato laboral vigente cuya actividad laboral se centra en la planificación, recogida selectiva, selección-manipulación y recuperación de objetos y materiales considerados como residuos sólidos urbanos (voluminosos, papel, vidrio, textiles, pilas...) todos ellos con distintos sistemas y metodologías de recogida.

Esta actividad se realiza como prestación de servicios en siete mancomunidades de la Comunidad de Navarra y tiene la virtualidad de haber desarrollado un proceso que ha procurado una alta concienciación-formación ciudadana en torno al problema de los residuos, la eliminación de vertidos incontrolados, la reutilización de una amplia gama de residuos y la creación de puestos de trabajo, en especial de colectivos desfavorecidos, complementando por tanto, la resolución de externalidades sociales (la inserción frente a la exclusión social) con la resolución de externalidades ambientales (el tratamiento de los residuos).

1.6.4 Barcelona

La experiencia participativa en la ciudad de Barcelona en torno a la sostenibilidad de la ciudad es un ejemplo de consenso urbano entre institución pública y red ciudadana de entidades en el empeño por intervenir sobre el entorno social, económico y ambiental de la ciudad de Barcelona.

La Plataforma Ciudadana Barcelona Estalvia Energia integrada por muy diversas asociaciones de Barcelona (15 entidades con más de 100.000 socios), mediante el reglamento de participación ciudadana de esta ciudad, que permite a aquellas asociaciones que reúnan un mínimo de diez mil firmas, o acrediten un número equivalente de socios y socias residentes en el municipio, presenta públicamente sus alternativas de sostenibilidad ecológica para Barcelona consiguiendo en buena medida compromisos por parte del ayuntamiento. La consolidación del papel de interlocutor de esa red asociativa ha permitido, además de la apertura de un modelo de consenso social entre administración y los ciudadanos sobre su ciudad, la adhesión de Barcelona a la Carta de Amsterdam Ciudades para la protección del Clima, la adhesión a la Declaración de Aalborg Ciudades Sostenibles y a VeloCity.

De ese proceso participativo surge el primer programa de actuación del Ayuntamiento de Barcelona y la consiguiente declaración de Barcelona Estalvia Energia que hace un estricto seguimiento de la actuación municipal. Entre los aspectos asumidos por el ayuntamiento caben destacar:


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Figura 2: Nuevos equipamientos y equipamientos emergentes. Huertos de ocio (Torrejón, Madrid)


Finalmente la plataforma ha lanzado otra iniciativa más amplia: la constitución de un Foro Cívico Barcelona Sostenible, integrado por expertos provinientes de muy diversos campos, para elaborar un panel de indicadores de sostenibilidad de una ciudad, aplicado a Barcelona. El proyecto pretende ofrecer a la opinión pública unos criterios de medida para evaluar, desde diversos parámetros, si la evolución de la ciudad se acerca o se aleja del objetivo regulador de la sostenibilidad.


Edición del 14-11-2013
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