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Megalópolis: Presunción y Estupidez, Alberto Magnaghi.
Europa es hoy triunfalmente urbana. El espacio rural y las
poblaciones rurales se reducen día a día, mientras se multiplica el
número de megalópolis, conurbaciones, comunidades urbanas,
tecnópolis y polos tecnológicos [...] ¿No ha llegado pues el
momento de admitir [...] la muerte de la ciudad tradicional y de
preguntarse sobre lo que la ha sustituido, esto es, sobre la
naturaleza de la urbanización y sobre la no-ciudad que parece
haberse convertido en el destino de las sociedades occidentales?
El Reino de lo Urbano y la Muerte de la Ciudad, Françoise Choay.
En general, se puede afirmar que la actividad económica, y en menor
medida la población, ha tendido en estos últimos años, a orientarse
hacia los espacios altamente urbanizados, reforzando tendencias
preexistentes. Es decir, se manifiesta un creciente protagonismo de
las grandes conurbaciones, y de sus "ciudades" centrales, en
términos económicos y no tanto poblacionales; una reactivación pues
del crecimiento de las metrópolis, y de su área de influencia, en
detrimento en general de las ciudades pequeñas o medianas aisladas
[CE , 1994]. En paralelo, la urbanización tiende a prolongarse a lo
largo de ejes o corredores que enlazan las principales metrópolis.
Esta pauta de extensión urbana que ya se venía manifestando en
determinados ejes de la UE (Rhin, Ródano, Sena, Loira, Poo...), se
afianza en este periodo en el territorio español, tal vez con
carácter más discontinuo, especialmente a lo largo del valle del
Ebro, del corredor mediterráneo, y del valle del Guadalquivir; y en
menor medida en las relaciones de Madrid con Andalucía a través de
Castilla-La Mancha, y con la región murciana y el área de Valencia
a través de Albacete. Asimismo tendencias similares se manifiestan
en la costa atlántica sur de Galicia, conectando con el area de La
Coruña a través de Santiago de Compostela, y en la Cornisa
Cantábrica, en concreto entre Cantabria y Euskadi, prolongando en
cierta medida su influencia hasta la costa asturiana (ver figura
5). En todos los casos, estos procesos se apoyan, y se han visto
incentivados, por la existencia de vías de alta capacidad
(autopistas y autovías, principalmente) en estos corredores.
Es preciso resaltar que este relanzamiento del crecimiento de las
conurbaciones metropolitanas se relaciona con el crecimiento
económico; y en concreto con el ciclo de crecimiento de la segunda
mitad de los ochenta. Y el crecimiento económico a su vez con los
procesos de ampliación de los mercados y globalización económica.
El crecimiento económico, en general, activa los procesos de
urbanización y en especial la concentración del crecimiento en el
sistema urbano superior. Además, debido al componente fuertemente
terciarizado que adopta el crecimiento -expansión de servicios
avanzados, sector financiero, seguros, nuevas formas de
distribución comercial, mercantilización del ocio, Fast Food,
actividades logísticas, turismo...; amén de la ampliación de la
administración pública hasta principios de los noventa- éste tiende
a orientarse de una forma más acusada hacia los espacios altamente
urbanizados.
En el caso español, entre 1981 y 1991 (ver cuadro 2), continúa la
pérdida generalizada de población en las áreas rurales y
semirrurales, incrementándose la población en los municipios
mayores de 10.000 habitantes, y en especial en los núcleos entre
50.000 y 500.000 habitantes, mientras que la población de los
núcleos mayores de 500.000 pierde ligeramente población. Esto es un
reflejo de la consolidación de áreas o regiones metropolitanas,
pues ese crecimiento se da en las áreas de influencia de estas
conurbaciones, cuyos núcleos principales en muchos casos pierden
población en sus zonas centrales. Esta tendencia se acentúa en el
periodo 1991-1996, en especial en lo que se refiere a la pérdida de
población de los grandes núcleos urbanos[1] (ver cuadro 5). Población
que tiende a desparramarse por las áreas de influencia de estos
núcleos (suburbanización del crecimiento), conformando extensas
regiones metropolitanas. Hecho que queda claramente patente en el
caso de Madrid y Barcelona, cuyas regiones metropolitanas alcanzan
los cinco millones de habitantes (ver figura 6).
Cuadro 5: Las 100 ciudades más pobladas
Padrón 1996 | Censo 1991 | Padrón 1996 | Censo 1991 | ||
1. Madrid | 2866850 | 3010492 | 51.Ourense | 107060 | 102758 |
2. Barcelona | 1508805 | 1643542 | 52. Jaén | 104776 | 103260 |
3. Valencia | 746683 | 752909 | 53. Mataró | 102018 | 101510 |
4. Sevilla | 697487 | 683028 | 54. Algeciras | 101907 | 101256 |
5. Zaragoza | 601674 | 594394 | 55. Barakaldo | 100474 | 105088 |
6. Málaga | 549135 | 522108 | 56. Marbella | 98823 | 80599 |
7. Bilbao | 358875 | 369839 | 57. Santiago de Compostela | 93672 | 87807 |
8. Las Palmas | 355563 | 354877 | 58. Dos Hermanas | 91138 | 78025 |
9. Murcia | 345759 | 328100 | 59. Reus | 90993 | 87670 |
10. Valladolid | 319805 | 330700 | 60. Torrejón de Ardoz | 88821 | 82238 |
11. Córdoba | 306248 | 302154 | 61. San Fernando | 85882 | 85410 |
12. Palma de Mallorca | 304250 | 296754 | 62. Avilés | 85696 | 85351 |
13. Vigo | 286774 | 276109 | 63. Lugo | 85174 | 83242 |
14. Alicante | 274577 | 265473 | 64. Teide | 84389 | 77356 |
15. Gijón | 264381 | 259067 | 65. Ferrol | 83048 | 83045 |
16. Hospitalet de Llobregat | 255050 | 272578 | 66. Alcobendas | 83031 | 78725 |
17. Granada | 245640 | 255212 | 67. Cornellá de Llobregat | 82490 | 84927 |
18. A Coruña | 243785 | 246953 | 68. Getxo | 82196 | 79954 |
19. Vitoria | 214234 | 206116 | 69. Palencia | 78831 | 77863 |
20. Badalona | 210987 | 218725 | 70. Sant Bol de Llobregat | 78005 | 77932 |
21. Santa Cruz de Tenerife | 203787 | 200172 | 71. Cáceres | 77768 | 74589 |
22. Oviedo | 200049 | 196051 | 72. Coslada | 76001 | 73866 |
23. Móstoles | 196173 | 192018 | 73. Pontevedra | 74287 | 71491 |
24. Elche | 191660 | 188062 | 74. El Puerto de Santa María | 72460 | 65517 |
25. Sabadell | 185798 | 189404 | 75. Talavera de la Reina | 70922 | 68700 |
26. Santander | 185410 | 191079 | 76. Girona | 70576 | 68656 |
27. Jerez de la Frontera | 182269 | 183316 | 77. Parla | 69163 | 69907 |
28. San Sebastián | 176908 | 171439 | 78. Lorca | 69045 | 65919 |
29. Leganés | 174593 | 171589 | 79. Ceuta | 68796 | 67615 |
30. Cartagena | 170483 | 168023 | 80. Guadalajara | 67108 | 63649 |
31. Pamplona | 166279 | 180372 | 81. Toledo | 66006 | 59802 |
32. Terrassa | 163862 | 158063 | 82. Manresa | 64385 | 66320 |
33. Fuenlabrada | 163567 | 144723 | 83. Zamora | 63783 | 64476 |
34. Alcalá de Henares | 163386 | 159355 | 84. Prat de Llobregat | 63255 | 64321 |
35. Burgos | 163156 | 160278 | 85. Ponferrada | 61575 | 59948 |
36. Salamanca | 159225 | 162888 | 86. Torrent | 60999 | 56564 |
37. Almería | 155120 | 155120 | 87. Alcoi | 60921 | 65514 |
38. Cádiz | 145595 | 154347 | 88. Linares | 60222 | 59249 |
39. León | 145242 | 144021 | 89. Pozuelo de Alarcón | 60120 | 48328 |
40. Albacete | 143799 | 130023 | 90. Melilla | 59576 | 56600 |
41. Getafe | 143153 | 139190 | 91. Ciudad Real | 59392 | 57030 |
42. Alcorcón | 141465 | 139662 | 92. La Línea de la Concepción | 59293 | 58315 |
43. Huelva | 140675 | 142547 | 93. Torrelavega | 58196 | 60023 |
44. Castellón de la Plana | 135729 | 134213 | 94. Sagunto | 58135 | 55457 |
45. Logroño | 123175 | 122254 | 95. San Sebastián de los Reyes | 57632 | 53707 |
46. Santa Coloma de Gramenet | 123175 | 133138 | 96. Gandía | 56555 | 51806 |
47. Badajoz | 122510 | 122225 | 97. Alcalá de Guadaira | 56313 | 52257 |
48. La Laguna | 121769 | 110895 | 98. Sanlúcar de Barrameda | 56006 | 56006 |
49. Tarragona | 112176 | 110153 | 99. Irún | 55216 | 53276 |
50. Lleida | 112035 | 112093 | 100. Segovia | 54287 | 54375 |
Esto es, se intensifica la movilidad poblacional intrarregional más
que interregional. Este proceso es más antiguo en las grandes
regiones metropolitanas europeas, lo cual es un indicador del
carácter más reciente del proceso urbanizador español, que sigue
tardíamente las pautas de "conurbación difusa" (o "urban sprawl"
anglosajón). En la actualidad uno de cada dos habitantes vive ya en
alguna de las 18 áreas o regiones metropolitanas existentes[2],
ocupando tan sólo el 4% del conjunto del territorio español [SEMAV
, 1996]. A finales del siglo XX casi el 75% de la población tiene un
carácter urbano, cuando esta proporción, como ya se apuntó, tan
sólo superaba ligeramente el 30% en 1900. Es decir, ha habido un
salto espectacular en el proceso urbanizador, con una población
total que más que duplica la existente a principios de siglo (pues
se ha pasado de 18,6 a 39,5 millones de personas)(ver cuadro 2). El
caso español es uno de los fenómenos de urbanización más rápidos
del continente. Este hecho cobra un relieve especial ante el hecho
de que la UE es la región más urbanizada del globo. El 79% de su
población tiene un carácter urbano, frente al 77% de Japón y al 76%
de EEUU. Y contrasta de forma manifiesta con la vecina Portugal,
donde tan sólo el 36% de su población tiene un carácter urbano.
Otros países de la UE como Irlanda (con el 58%), Grecia (con el
64%) e Italia (con el 69%), muestran también un menor grado de
urbanización [CE , 1994].
Dentro del espacio europeo, se da una tendencia general a una
creciente localización de la población y, en menor medida, de la
actividad económica, hacia el Sur y hacia las zonas costeras (lo
que se conoce como "litoralización"), dentro de cada espacio
estatal. Esta tendencia se acentúa en la Europa meridional, y
especialmente en el caso español donde se intensifican las
dinámicas urbanizadoras en el Sur y el litoral Mediterráneo.
Especialmente porque en esas zonas tiende a localizarse asimismo la
actividad económica, la agricultura intensiva (de exportación) y en
concreto el turismo. En el resto del litoral, Galicia y Cornisa
Cantábrica, se produce asimismo una creciente concentración de la
actividad económica y urbanización en las áreas costeras,
especialmente en sus zonas más llanas; en buena medida también
debido a la construcción de segunda residencia. Todo ello dentro de
una dinámica global de lenta pérdida de peso poblacional del
conjunto de la zona (ver cuadro 6 y figuras 6 y 7), más acusado en
general en su interior, como consecuencia de la crisis industrial
y minera, así como de la agricultura tradicional que padece ese
espacio.
Cuadro 6: Variaciones de la población según Censo 81, Padrón 86,
Censo 91 y Padrón 96
Comunidad autónoma | Censo 81 | Padrón 86 | Censo 91 | Padrón 96 | Variac ión absolu ta Padrón 86/Cen so 81 | Variaci ón absolut a Censo 91/Padr ón 86 | Variac ión absolu ta Padrón 96/Cen so 91 | Variac ión relati va Padrón 86/Cen so 81 | Variaci ón relativ a Censo 91/Padr ón 86 | Variación relativa Padrón 96/Censo 91 |
TOTAL NACIONAL | 37682355 | 38473418 | 38872268 | 39669394 | 791063 | 398850 | 797126 | 2,10 | 1,04 | 2,05 |
Andalucía | 6440985 | 6789772 | 6940522 | 7234873 | 348787 | 150750 | 294351 | 5,42 | 2,22 | 4,24 |
Aragón | 1196952 | 1184295 | 1188817 | 1187546 | -12657 | 4522 | -1271 | -1,06 | 0,38 | -0,11 |
Asturias | 1129556 | 1112186 | 1093937 | 1087885 | -17370 | -18249 | -6052 | -1,54 | -1,64 | -0,55 |
Baleares | 655908 | 680933 | 709138 | 760379 | 25024 | 28205 | 51241 | 3,82 | 4,14 | 7,23 |
Canarias | 1367646 | 1466391 | 1493784 | 1606534 | 98745 | 27393 | 112750 | 7,22 | 1,87 | 7,55 |
Cantabria | 513115 | 522664 | 527326 | 527437 | 9549 | 4662 | 111 | 1,86 | 0,89 | 0,02 |
Castilla la Mancha | 1648548 | 1675715 | 1658446 | 1712529 | 27131 | -17269 | 54083 | 1,65 | -1,03 | 3,26 |
Castilla y León | 2583137 | 2582327 | 2545926 | 2508496 | -810 | -38401 | -37430 | -0,03 | -1,41 | -1,47 |
Cataluña | 5956414 | 5978638 | 6059494 | 6090040 | 22224 | 80856 | 30546 | 0,37 | 1,35 | 0,50 |
Comunidad Valencian a | 3546778 | 3732682 | 3857234 | 4009329 | 85904 | 124552 | 152095 | 2,36 | 3,34 | 3,94 |
Extremadu ra | 1064968 | 1086420 | 1061852 | 1070244 | 21452 | -24568 | 8392 | 2,01 | -2,26 | 0,79 |
Galicia | 2811912 | 2844472 | 2731569 | 2742622 | 32560 | -112803 | 10953 | 1,16 | -3,97 | 0,40 |
Madrid | 4686895 | 4780572 | 4947555 | 5022289 | 93677 | 166983 | 74734 | 2,00 | 3,49 | 1,51 |
Murcia | 955487 | 1006788 | 1045601 | 1097249 | 51301 | 38813 | 51648 | 5,37 | 3,86 | 4,94 |
Navarra | 509002 | 515900 | 519277 | 520574 | 6898 | 3377 | 1297 | 1,36 | 0,65 | 0,25 |
País Vasco | 2141809 | 2136100 | 2104041 | 2098055 | -5709 | -32059 | -5986 | -0,27 | -1,50 | -0,28 |
La Rioja | 254349 | 260024 | 263434 | 264941 | 5675 | 3410 | 1507 | 2,23 | 1,31 | 0,57 |
Ceuta | 85264 | 65151 | 67615 | 68798 | -113 | 2464 | 1181 | -0,17 | 3,78 | 1,75 |
Melilla | 53593 | 52388 | 56600 | 59576 | -1205 | 4212 | 2976 | -2,25 | 8,04 | 5,26 |
Mientras tanto, se sigue despoblando la "España interior", en especial Castilla-León, y el Sur y
Norte de Aragón, y en menor medida grandes zonas de Castilla-La Mancha y Extremadura (ver cuadro
6 y figuras 6 y 7). Creándose en muchos casos importantes vacíos de población (el 70% del territorio
estatal pierde población), sin parangón si se compara con otros países de la UE, y fundamentalmente
con los centroeuropeos. En éstos, son muy pocas las regiones que muestran pérdidas de población [CE
, 1994]. La densidad de población española se sitúa bastante por debajo de la media "los Quince" (78
hab/km2, frente a 115 hab/km2). Y eso que la media de la UE se ve lastrada hacia abajo por la
incorporación reciente de extensos países de muy baja densidad, tales como Finlandia (15 hab/km2)
o Suecia (20 hab/km2). Los principales países comunitarios manifiestan, en general, unas muy altas
densidades de población (Holanda: 376 hab/km2; Bélgica: 332 hab/km2; Reino Unido: 242 hab/km2;
Alemania: 228 hab/km2; Italia: 190 hab/km2...). Tan sólo Irlanda (con 52 hab/km2), si se exceptúan
Finlandia y Suecia, se sitúa por debajo de la media española. Incluso Grecia (con 157 hab/km2) o
Portugal (con 108 hab/km2) se encuentran por encima [Eurostat , 1996]. Pero lo que llama más la
atención en el caso español son los acusados contrastes entre unas zonas y otras. Las provincias
de mayor densidad (Madrid con 616 hab/km2; Barcelona con 602 hab/km2; y Vizcaya con 521 hab/km2),
multiplican por 50 ó 60 veces las densidades de las provincias más despobladas (Soria con 9,17
hab/km2; Teruel con 9,70 hab/km2; y Guadalajara con 11,92 hab/km2) [INE , 1994].
Por otro lado, en el contexto de la UE llama la atención cómo una muy gran parte del territorio
español (el 73%) está dentro de las llamadas regiones objetivo 1 (ver figura 8); todas las regiones
españolas salvo Madrid, La Rioja, País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón. Es decir, prácticamente
toda España salvo el triángulo noreste y la provincia de Madrid. Este extenso espacio, el más
periférico respecto de la UE, tiene una renta per cápita que no alcanza al 75% de la renta media
comunitaria. Es más, en 1990 ninguna región española alcanzaba la media comunitaria, siendo la
región más cercana a la misma las Baleares [Castells y Parellada , 1993]. En el espacio de la UE son
también, en general, los territorios más periféricos (Irlanda, los Highlands británicos y Alemania
del Este) y meridionales (Grecia y Portugal en su conjunto, el Mezzogiorno italiano, Sicilia y
Córcega y Cerdeña) los que manifiestan una situación similar [CE , 1994].
En definitiva, la población se está moviendo poco a poco, en términos globales, hacia los
territorios donde se concentra el crecimiento del PIB en los últimos años[3], pudiéndose constatar
estas tendencias si se comparan los censos del 81 y el 91, así como el padrón del 96 (ver cuadro
6). En general, se podría decir que hay un desplazamiento migratorio paulatino de la "España húmeda"
hacia determinadas zonas de la "España seca", en concreto el litoral mediterráneo y especialmente
el área insular. Los porcentajes más altos de crecimiento poblacional se dan en los dos
archipiélagos, seguidos de la zona de levante. Resaltando asimismo en el último periodo el caso de
Andalucía, que aparte de manifestar un mayor crecimiento vegetativo relativo se convierte en
receptora neta de población [SEMAV , 1996].
En el litoral español se concentra ya casi el 40% de la población española. Población que llega a
triplicarse en la época estival, de afluencia turística [SEMAV , 1996]. El turismo, tanto interior
como exterior, es de forma prioritaria un turismo de sol y playa, que se concentra fundamentalmente
en la costa mediterránea y en los archipiélagos balear y canario. La construcción de apartamentos,
segundas residencias, bungalows, hoteles, equipamientos, centros comerciales..., que se han
realizado a lo largo de los últimos cuarenta años, y en especial en la década de los ochenta, ha
adquirido tal dimensión, que, p.e., en la costa mediterránea, se puede hablar de una urbanización
prácticamente continua que va desde Port Bou a Tarifa. Y dentro de esta tendencia de progresiva
litoralización de la población, de la actividad económica y fundamentalmente de la actividad
turística, destaca, dentro de la península, el atolón demográfico de Madrid, que ve reforzado su
papel de centro rector de la economía española, y de elemento charnela de conexión con la UE y la
Economía Global. Esta conurbación va extendiendo sus tentáculos paulatinamente a las provincias
limítrofes, desbordando ya claramente el ámbito de la Comunidad de Madrid. Al igual que la región
metropolitana de Barcelona, que se desparrama por la costa en las provincias de Gerona y Tarragona,
al tiempo que se vacía el interior de su propia provincia, debido al carácter agreste de la misma.
Todo ello está haciendo que se intensifiquen las disparidades regionales, y en especial entre zonas
urbanas y rurales (especialmente del interior). La propia Comisión Europea señala, refiriéndose al
caso español, que "en términos generales, la inversión extranjera, a través de sus decisiones de
localización, ha aumentado las diferencias regionales y la especialización productiva de las
regiones, llegando a veces al desarrollo monosectorial, y ha reforzado las polaridades ya existentes
en un contexto de urbanización mal controlada". Y continúa diciendo que "son los riesgos derivados
del reforzamiento de los centros en detrimento de la periferia" [CE , 1994].
Además, el tipo de crecimiento urbano de los últimos años está teniendo un importante impacto
ambiental. La propia Comisión Europea ha señalado que "el aumento de los fenómenos de litoralización
y de suburbanización ejerce una presión e impacto creciente sobre determinados espacios abiertos
y sobre zonas naturales sensibles" [CE , 1994]. Grandes extensiones húmedas costeras han desaparecido
y otras están amenazadas por nuevas urbanizaciones (caso de Doñana). En el caso español el impacto
del turismo es especialmente significativo, especialmente sobre unos ecosistemas frágiles donde
fundamentalmente centra su actividad. Los casi 200 campos de golf, los más de 200 puertos deportivos
y las casi 30 estaciones de esquí, junto a los más de 10.000 hoteles existentes, suponen una acusada
agresión ambiental, hasta ahora insuficientemente evaluada [EL PAIS , 20-11-1997].
Por otro lado, aparecen fenómenos nuevos como es la progresiva conexión y extensión de las
tendencias urbanizadoras en determinadas áreas limítrofes con los países colindantes. Por ejemplo,
creciente interdependencia e integración entre el Algarve y Andalucía Occidental, entre el sur de
Galicia y el Norte de Portugal, o entre Cataluña y el Rosellón. Lo cual, aparte de responder a
ciertas tendencias históricas, es una muestra de la paulatina desaparición de las fronteras
estatales como consecuencia del funcionamiento del MU. Lo mismo sucede, con diferentes ritmos e
intensidades, en espacios europeos similares. En algunos de ellos, especialmente en centroeuropa,
este fenómeno se viene dando ya desde hace tiempo, como resultado de su pertenencia anterior al
"proyecto europeo" y de las fuertes interrelaciones existentes.
En cuanto a la localización por estructura de edades, la población joven tiende a ubicarse en los
polos metropolitanos, y en general en la mitad Sur de la Península, mientras la población de más
edad y la mayor masculinidad (ratio de hombres sobre mujeres superior a la media) es predominante
en las áreas rurales[4], en especial en las áreas que experimentan un mayor abandono de población,
y fundamentalmente en la mitad Norte (ver figuras 9 y 10). El campo exporta jóvenes activos e
importa, en todo caso, jubilados. Esta tendencia que es general para toda la UE, se acentúa
especialmente cuando se considera el caso español, lo cual es un síntoma, como se verá más adelante,
de la pérdida de vitalidad del agro español. Por otro lado, un sector no despreciable de población
de edad avanzada tiende a concentrarse en las regiones de clima más benigno. Los jubilados han
incrementado, hasta ahora, su movilidad ocasional y duradera. Este fenómeno se ve considerablemente
reforzado en el caso español, al acoger nuestro territorio, en concreto el arco mediterráneo y los
archipiélagos, importantes contingentes de población jubilada comunitaria; más de un millón en los
últimos veinte años [Jurdao y Sánchez Elena , 1995b].
Por otro lado, la población inmigrante de terceros países no comunitarios, y especialmente de las
"periferias Sur y Este"[5], tiende a localizarse también, en general, en las áreas altamente
urbanizadas (principales metrópolis y corredor mediterráneo). Y, en ocasiones, en determinadas zonas
de agricultura intensiva (área de la fresa en Huelva, agricultura bajo plástico en Almería,
Maresme...), orientada a la exportación y cuya rentabilidad está basada, en gran medida, en el bajo
coste de la mano de obra. En España la aparición de este fenómeno es relativamente reciente, pues
se inicia a mediados de los 70, acelerándose durante los 80. En los 70, se pasa de ser un área
emisora de población, a ser una zona receptora de inmigración. De cualquier forma, la dimensión de
la población inmigrante de terceros países es baja, menos del 2% con respecto al total de la
población, en relación a otros países de la UE, donde destacan Francia o Alemania, con más del 4%
y casi el 7% respectivamente. Es curioso señalar cómo la población inmigrante en la UE tiende a
concentrarse fundamentalmente en la llamada Golden Banana, y fuera de ella también en los espacios
altamente urbanizados [CE , 1994].
Llama la atención que la movilidad duradera de población dentro de la UE es muy escasa. Menos del
2% de la población comunitaria vive en otro Estado miembro [CE , 1994]. Lo cual contrasta con la
movilidad que adquiere, progresivamente, la localización del empleo, que manifiesta pautas mucho
más ágiles en cuanto a su desplazamiento y reubicación, pues la movilidad de las empresas se
desarrolla cada vez más a escala transnacional, como resultado de la creación del MU. Los vínculos
lingüísticos y culturales, la ligazón a lo local -incluida la vivienda-, y el temor a perder la
protección que brindan los lazos comunitarios, ante la progresiva desaparición del Estado del
Bienestar, tienden a hacer que la fuerza de trabajo manifieste mucha menor disponibilidad a
desplazarse, que el capital transnacional.
Ello explica, entre otras cosas, de acuerdo con las tesis comunitarias, que subsistan diferencias
tan sustanciales en las tasas de paro entre los diferentes estados miembros de la UE, a pesar de
las "facilidades" que se han establecido en los últimos años para el libre desplazamiento de la
fuerza de trabajo (convenio Schengen, que en cualquier caso no está suscrito todavía por diversos
países de la UE). De todas formas, todavía existen restricciones que impiden un funcionamiento "más
transparente" del mercado de trabajo, como por ejemplo la diferente protección social que reciben
los ciudadanos de los distintos estados miembros, o los diversos obstáculos al asentamiento de la
propia población comunitaria en otros países de la UE. Esta situación contrasta con la existente
entre los diferentes estados de EEUU. La movilidad allí es considerablemente más alta que en la UE.
Lo que quizás pueda explicarse por la ausencia de restricciones administrativas a la movilidad
laboral, la existencia de una lengua común, de pautas culturales similares, la menor vinculación
a lo local, el carácter más desestructurado de las comunidades, y la mayor atomización social. De
todos modos, la población más móvil en el espacio europeo es, aparte de ciertos sectores de los
jubilados, con mucho, la mano de obra más cualificada, es decir aquella que está más ligada a la
gestión de la Economía Global [CE , 1994].
Parece que esa menor movilidad de la fuerza de trabajo, especialmente de los sectores menos
cualificados, y en relación con los trabajos menos remunerados y más penosos, se cubre con la mano
de obra inmigrante. Esta última tiende a ubicarse, pues, allí donde se orientan las pautas de
localización de la actividad productiva y del capital en general.
Todo ello hace que, de acuerdo con la CE (1993), el espacio comunitario no sea lo suficientemente
competitivo, y sea preciso profundizar en la desregulación laboral, poniendo a EEUU como ejemplo
a imitar[6], con el fin de abaratar costes de producción y conseguir la máxima movilidad geográfica
y funcional de la mano de obra. Además, la propia CE señala el hecho de que las redes de transporte,
energía y telecomunicaciones, tienen, en general, un diseño orientado principalmente a satisfacer
el funcionamiento de los mercados estatales, y que descuidan la "necesaria" dimensión comunitaria.
De ahí que tanto en el Tratado de Maastricht, como posteriormente en el Libro Blanco de Delors [CE
, 1993], así como en muchos otros documentos y declaraciones recientes de la CE, se recoja la
exigencia (y la urgencia) de la creación de las llamadas Redes Transeuropeas -de transporte, energía
y telecomunicaciones-, como vía para crear un espacio verdaderamente homogéneo, fluido y
competitivo, que permita aprovechar las ventajas potenciales del MU. Suprimiendo o venciendo todo
tipo de obstáculos geográficos -existencia de islas, cordilleras u otros tipo de barreras o
discontinuidades-, fronterizos, o administrativos. Lo cual permitirá conseguir la "integración de
territorios diversificados y en competencia recíproca, dentro de un espacio europeo globalmente
competitivo" [CE , 1994].
A continuación, se intentará profundizar en el entendimiento del funcionamiento de las diferentes
partes de este complejo puzzle que es la estructura territorial. Lo que contribuirá a comprender
mejor lo expresado aquí en términos generales, y a poder aventurar con más conocimiento de causa
cuáles pueden ser las tendencias futuras.
Estos elementos configuran una creciente reconversión de la agricultura campesina, más o menos
tradicional, hacia una agricultura de tipo industrial, o agrobusiness. Este proceso ha significado
de hecho la marginación del agricultor en el proceso de suministro de alimentos, y la creciente
hegemonía del capital transnacional en la economía agroalimentaria. El agricultor ha quedado
progresivamente reducido a "cliente" de productores de semillas, piensos compuestos, abonos e
insecticidas químicos... y de todo un paquete tecnológico cuidadosamente controlado por un número
cada vez menor de consorcios agroindustriales; y a proveedor de materia prima barata para la
industria alimentaria y las grandes cadenas de alimentación. Esta dinámica ha supuesto la
desaparición de sistemas productivos bastante adaptados a las limitaciones ambientales de cada zona,
y la ruptura de la tradicional relación (más o menos armónica) del campesino con su entorno, y de
los vínculos directos entre el productor y el consumidor. La consecuencia de todo ello está siendo
el despoblamiento del campo, la destrucción del equilibrio con los ecosistemas naturales, la
desaparición de la variedad de culturas campesinas y ganaderas, la pérdida de la diversidad agrícola
y biológica, la inversión del balance energético en la agricultura, el incremento de la
contaminación y el deterioro de la calidad y la seguridad alimentaria [Bermejo , 1995].
De un 50% de la población ocupada en la agricultura en 1950, y un 27% en 1970, se ha pasado a tan
sólo un 8% en la actualidad (la media de la UE es del 5% y la de EEUU del 3%); en 1985 cuando se
firma el acuerdo de adhesión a la CE, todavía existía un 17% de la ocupación dedicada a la
agricultura [Bermejo , 1995; Larrea , 1993; Eurostat , 1997]. Estos breves datos indican que un fuerte
terremoto está afectando a la actividad agrícola. Pero quizás sería conveniente situar escuetamente
algunos cambios que acontecen en el sector previo al ingreso en la CE, para entender mejor la
dinámica en la que estamos inmersos.
Desde los años 50 hasta la entrada en la CE, se produce una fortísima mecanización agraria[7], un
considerable incremento del tamaño medio de las explotaciones (por concentración parcelaria, por
arriendos, por compra de terrenos de agricultores que abandonan el campo...), y una transformación
profunda de las prácticas agrícolas (incorporación de las tecnologías ligadas a la llamada
"revolución verde"), que implican un fuerte incremento de la productividad a corto plazo. Se pasa
cada vez más de producir para el autoconsumo, el intercambio directo o los mercados locales, a
producir para mercados estatales -en especial para la demanda de las grandes aglomeraciones urbanas
en periodo de expansión demográfica-, e internacionales (fundamentalmente europeos). Sin embargo,
en ese proceso la eficiencia energética de la agricultura se divide por diez[8], y el coste ambiental
en términos de consumo de recursos no renovables (en especial, petróleo) se multiplicó por treinta
[Alonso Millán , 1995]. Pero para lo que sí es "eficaz" la nueva forma de producción agraria, es para
alimentar a una población urbana en constante aumento, y para incorporar a la lógica del mercado
y la acumulación una actividad que, en mayor o menor grado, se desarrollaba en general al margen
de la misma.
Pero desde los años 50 tienen lugar asimismo otros cambios muy importantes que se relacionan también
con la actividad agraria. Cambios en gran medida inducidos desde dos de los principales polos de
la Economía Mundo en gestación: EEUU y la CEE. Desde finales de los 50 empiezan a entrar masivamente
en el mercado español importantes contingentes de maíz y soja[9] (destinados de forma prioritaria al
alimento de ganado) fuertemente excedentarios en el mercado estadounidense, que se introducen en
España de la mano de los acuerdos suscritos con EEUU. A lo que acompaña posteriormente todo el
paquete tecnológico de los híbridos norteamericanos (y en menor medida comunitarios), que fomenta
una creciente dependencia de la industria del agrobusiness. Lo cual corre paralelo con la promoción
de un cambio en la dieta mediterránea, rica en proteínas vegetales (provenientes prioritariamente
de legumbres y cereales), por la dieta americana, rica en proteínas de origen animal. La producción
de carne verdaderamente se dispara en este periodo[10], lo que obliga al cambio de la ganadería
extensiva por la ganadería intensiva, estabulada, por la imposibilidad del medio físico de sustentar
tamaño incremento de cabaña ganadera, con todos los problemas que ello implica.
Ello induce a la necesidad de impulsar importantes extensiones de nuevos regadíos, orientados en
buena medida a la producción de cultivos forrajeros y cereales pienso para ganadería[11], con el fin
de complementar las importaciones de pienso. Es preciso recordar que para producir una caloría de
origen animal se necesitan otras siete de origen vegetal [Soto , 1986]. De esta forma, se pasa de
1,5 millones de Has de regadío en los 50 a 3 millones a mediados de los ochenta [SGDRCN , 1995]. Un
fortísimo incremento que se ha mantenido prácticamente constante hasta la actualidad. Al mismo
tiempo se produce un profundo cambio en la produccion agraria final. La superficie dedicada al
cultivo de leguminosas se reduce a la cuarta parte en los últimos cuarenta años (una muestra clara
del cambio en los hábitos alimenticios). La superficie dedicada a trigo cae a la mitad, la de cebada
más que se duplica (en ello incide también la sustitución que se opera de vino por cerveza en los
hábitos de bebida). Y el girasol, de ser prácticamente inexistente, pasa a tener dos millones de
Has, al tiempo que se levanta una superficie considerable de olivo [Larrea , 1993].
Mientras tanto, los abultados excedentes de grasas animales y vegetales (mantequillas y margarinas,
principalmente), que se generan en la CEE como consecuencia de las subvenciones de la PAC a la
agricultura de tipo continental, se orientan en parte a los mercados mediterráneos, entre ellos el
español [García Rey , 1997]. De cualquier forma, el grueso de estas exportaciones va a los países
de la periferia, a precios de dumping, desarticulando las producciones propias y creando dependencia
alimentaria de los mercados mundiales. Aquí, también, se incentivan cambios culturales y culinarios,
pues es un área fundamentalmente consumidora de aceite de oliva, con el fin de ganar cuota de
mercado.
Todo ello provoca alteraciones importantes en la balanza agroalimentaria. A finales de los 50, ésta
era claramente positiva. Desde principios de los sesenta el saldo comercial agroalimentario empieza
a adquirir un tono francamente negativo; hasta que en 1975 las exportaciones cubren tan sólo la
mitad del valor de las importaciones. Posteriormente, se va recuperando hasta casi igualarse
importaciones y exportaciones en 1985; en ello juega a favor la alta cotización del dólar por aquel
entonces, y el incremento de exportaciones que propicia el Acuerdo Preferencial con la CEE, ayudado
por las nuevas explotaciones de frutas y cítricos[12], y hortalizas (que hace factible la agricultura
bajo plástico del Campo de Dalías). A partir de entonces, es decir desde nuestra entrada en la CE,
el deterioro de la balanza comercial agrícola es muy acusado, cambiando en cierta medida esta
tendencia en 1992, como consecuencia de las sucesivas devaluaciones de la peseta [Larrea , 1993].
¿A qué se debe este brusco deterioro? Sencillamente a las condiciones de ingreso en la CE en el
capítulo agroalimentario, al propio marco de funcionamiento de la PAC, y especialmente al hecho de
tener que competir en mercados cada vez más amplios y a la "colonización" por las cadenas
agroalimentarias transnacionales.
Gran parte del Estado español, esto es, amplias zonas de la llamada "España interior" y la Cornisa
Cantábrica, tiene (o quizá cabría mejor decir, tenía) una producción agropecuaria de tipo
continental: carne, leche, cereales, remolacha, patatas... Dicha estructura productiva, basada en
gran medida en la pequeña actividad productiva, se está viendo muy seriamente afectada por la
agricultura del mismo signo de la Europa comunitaria. Pues los excedentes que genera la PAC en este
terreno, a un menor coste monetario (aunque con un alto "coste" energético y ambiental), con
unidades de explotación mayores y elevados rendimientos (debido a los mejores suelos), y con una
climatología más propicia, junto con las duras condiciones que se establecieron para el ingreso en
la CE (cuotas de producción, tasas y congelación de precios...), han determinado una cada día mayor
penetración de estos productos en el mercado español[13].
El impacto está siendo especialmente grave en aquellas áreas especializadas en estas producciones,
en muchas de las cuales, y a pesar de la fuerte desarticulación del mundo agrario habida en ellas
desde el ingreso en la CE, aún se encuentra un porcentaje importante de población activa vinculado
a la actividad rural (Galicia -el 24%-, Castilla-León -el 13,4%-, Asturias -el 11,9%-, Cantabria
-el 11,5%-...) [INE , 1997]. Máxime cuando se están fomentando jubilaciones anticipadas y la
concentración de explotaciones, con el fin de "modernizar" este sector. Así no son de extrañar las
declaraciones del ex-titular de Agricultura, Pedro Solbes, que al filo de la década de los noventa
decía, sin ningún pudor, que en el campo español "sobraban" nada más y nada menos que 700.000
agricultores. Aproximadamente la mitad de los que había por aquel entonces.
Los agricultores fueron incurriendo en un progresivo endeudamiento para mantenerse en el mercado,
debido a la creciente mecanización y tecnificación de los procesos a que les impele la
competitividad, y a que cada vez son necesarias explotaciones más grandes para subsistir; con la
creciente especialización y expansión de monocultivos, y la pérdida de diversidad biológica, que
ello supone. Así como más inputs externos -fertilizantes, herbicidas, plaguicidas...- para mantener
iguales rendimientos. Pues el resplandor de la "revolución verde" se va diluyendo, conforme se
agotan y contaminan los suelos, y proliferan las plagas, si no existe un creciente y costoso aporte
exterior. Lo que agrava la dependencia externa de las nuevas formas de explotación agraria.
A lo anterior habría que añadir las dificultades que conlleva la, en general, abrupta orografía
española. El Estado español es el segundo en Europa (después de Suiza) con mayor altitud media: 20%
del territorio se encuentra por encima de los 1000 m. sobre el nivel del mar, y un 40% entre 500
y 1000 m. de altitud. Mesetas altas y pendientes acusadas dificultan la actividad agraria en grandes
zonas del país, acentuando la fragilidad de los suelos y el peligro de erosión. A estas ya de por
sí graves limitaciones, hay que añadir la pobreza de los suelos, reduciéndose los de buena calidad
para la agricultura a las zonas aluviales de los valles y franja costera, y cuencas de sedimentación
del terciario [Bermejo , 1995]. Es decir, la agricultura en las zonas menos favorables sólo puede
sobrevivir si funciona para abastecer los mercados locales, lo que ha venido haciendo hasta hace
poco. No si intenta -o se ve obligada a- competir en mercados cada vez más amplios, donde dominan
las grandes explotaciones, altamente mecanizadas, que operan sobre suelos más fértiles, con alto
aporte de fertilizantes químicos, con un elevado nivel de precipitaciones, y además fuertemente
subvencionadas[14].
En estas condiciones, es sencillamente imposible competir. No es pues de extrañar el acusado
abandono de población que se está produciendo en casi toda la "España interior" y el paulatino
descenso demográfico que se manifiesta en la Cornisa Cantábrica. Al tiempo que se profundiza el
desequilibrio de la balanza agroalimentaria, y que se incrementan las necesidades de importación
de petróleo.
Mientras tanto, la única agricultura capaz de bandearse, hasta ahora, en los mercados comunitarios
ha sido la agricultura de corte mediterráneo (cítricos, cultivos hortofrutícolas...) que se ha ido
intensificando crecientemente en las últimas décadas, para orientarla cada vez más a la exportación.
Recurriendo a costosos e impactantes trasvases, como el del Tajo-Segura, que empieza a operar a
finales de los setenta. O a la agricultura bajo plástico principalmente en la zona de Almería, donde
se han desarrollado del orden de 30.000 Has, en especial en el Campo de Dalías, extrayendo agua de
los limitados acuíferos de la zona. En los últimos años se ha venido desarrollando también de una
manera espectacular el cultivo bajo plástico de fresón en Huelva (existen ya unas 15.000 Has),
arrasando en muchos casos áreas forestales y sobreexplotando igualmente las aguas del subsuelo. Una
parte muy importante de esa producción se destina también a la exportación. Hoy en día el 70% del
mercado comunitario de la fresa es cubierto por las exportaciones que salen de Huelva [Nicholson
, 1997], que chocan con los intereses de los agricultores en otras partes del continente. En este caso
se observa el conflicto reflejado al revés.
Pero tras el pretendido fulgor de estas últimas[15], se adivina un gigante con pies de barro, pues
los escasos recursos hídricos se agotan, contaminan y salinizan. A pesar de todo, las importaciones
hortofrutícolas desde la Europa comunitaria han pasado de 200.000 a un millón de tms en diez años
[Lamarca , 1995], destinando a vertedero parte de la producción propia como exigencia de Bruselas
para controlar precios. Gran parte de estos productos hortofrutícolas provienen de Holanda, a 2000
kms de distancia, donde se logran tres y cuatro cosechas anuales, calefactando los invernaderos bajo
plástico. Esto es, se logra reproducir artificialmente el clima mediterráneo a costa de un gran
derroche energético.
Los beneficiarios de esta agricultura de exportación son las grandes empresas de intermediación y
distribución (muchas de ellas grandes operadores europeos), que compran barato, en origen, e
intentan vender, en destino, al precio más alto que les permite la competitividad con otras áreas
mediterráneas. Tanto de aquellas pertenecientes a la UE, Italia o Grecia, como de aquellas
extracomunitarias, Israel o Marruecos, con más dificultades, hasta el momento, para acceder al
mercado de "los Quince". Y también en ese paisaje artificial rural que es el Campo de Dalías,
florece el negocio de los bancos y de las industrias del agrobusiness, mientras proliferan el
desarraigo, los suicidios, la delincuencia, el racismo con la mano de obra inmigrante y la muerte
prematura de los trabajadores que laboran en los invernaderos manipulando productos altamente
tóxicos. Presentándose un grave problema adicional: qué hacer con las 500.000 tms de plástico que
se desechan anualmente en ese territorio.
En el valle del Guadalquivir, uno de los territorios más fértiles de la UE, se impulsa una
agricultura intensiva en energía y capital (en gran medida foráneo), de grandes explotaciones,
acorde con la estructura latifundista de la tierra en dicho ámbito. Una parte cada día más
importante de su producción se orienta igualmente a los mercados exteriores, en especial
comunitarios, en detrimento de la cobertura de las necesidades propias. "La industria
agroalimentaria ["andaluza"] ha pasado de satisfacer el 70,3% de la demanda interna en 1980, a sólo
un 39,9% en 1990" [Delgado Cabeza , 1996]. A lo largo de las últimas décadas se ha incrementado de
forma acusada su productividad mediante la extensión de regadíos y la intensificación de la
mecanización. Esta dinámica genera excedentes adicionales de fuerza de trabajo en el campo,
sumándose a un ya muy importante contigente de jornaleros desempleados, que por ahora permanecen
aparcados en las áreas rurales por la existencia del PER (Plan de Empleo Rural). Pero que pueden
invadir los principales núcleos urbanos andaluces, si se reducen dichos fondos, engrosando la
abultada población en paro que sobrevive a duras penas en éstos. No por casualidad las tasas más
altas de paro se manifiestan en Andalucía y Extremadura (ver figura 11).
Otra dinámica que se refuerza en estos años de pertenencia al proyecto europeo, es la compra de
tierras por el capital foráneo. Hasta mediados de los 80 las compras de tierra habían quedado
principalmente circunscritas al área de influencia turística de la costa mediterránea y los
archipiélagos. Fenómeno que había tenido un considerable impacto en la desarticulación y abandono
de la actividad agraria en la franja del litoral. Sencillamente las rentas agrarias no podían
competir con las abultados ingresos que proporcionaba la venta de parcelas de terreno para su
desarrollo inmobiliario. Este proceso ha continuado intensificado en estos años como resultado de
la avalancha turística y de construcción de segunda residencia que se ha manifestado en el área
costera mediterránea e insular. Baleares, p.e., se dice popularmente que ya es de los alemanes.
Sin embargo aparecen fenómenos nuevos, por un lado la irrupción de dinero negro que se refugia en
la compra de tierras rurales y, por otro, la llegada de dinero extranjero, agilizada por la libre
circulación de capitales, interesado en comprar bienes raíces, y en concreto grandes extensiones
de suelo. En muchos casos con fines cinegéticos o exclusivamente de ocio. Ahora se venden fincas
en los Montes de Toledo, la Sierra de Cazorla, Sierra Morena... Se podría decir que toda España está
en venta. En 1989, el I Salón de inversiones inmobiliarias del Mediterráneo, celebrado en Valencia,
tenía como eslogan "Se vende el Mediterráneo". Sintomático de la cultura de una época [Jurdao y
Sánchez Elena , 1995 a][16].
Al mismo tiempo, están aumentando los embargos de tierras y propiedades entre los agricultores que
no pueden pagar sus deudas. Y éstas pasan a manos de bancos y cajas de ahorros. El mercado, pues,
está propiciando una reestructuración profunda y silenciosa de la propiedad de la tierra. Una
reestructuración que tiende a concentrar la propiedad de la misma, que desplaza su pertenencia desde
manos autóctonas que la trabajan, a manos foráneas (absentistas) que la vislumbran, en general, como
activo inmobiliario o propiedad de recreo. Y en todos esos procesos se pierden, quizás para siempre,
formas de agricultura y culturas campesinas que poseen, en muchos casos, una especial sabiduría
ecológica.
En otras ocasiones, los agricultores de mayor edad venden las tierras, pues en general no hay
jóvenes que quieran continuar con ellas, cogen las jubilaciones y se retiran a ciudades pequeñas
cercanas a vivir sus últimos años, en pisos de reciente construcción. Llama la atención la gran
cantidad de patrimonio edificado nuevo que se ha levantado en ciudades medianas y capitales de
provincia, destinada a la tercera edad del campo, mientras decae el patrimonio edificado tradicional
en los pequeños pueblos, donde habitaban cuando explotaban el campo.
Por otro lado, la industrialización de la agricultura y la ganadería ha roto la tradicional
integración agro-silvo-pastoral, y su adecuación diversa a las distintas condiciones y ecosistemas
naturales de la geografía española, alterando de forma considerable la variedad del paisaje
tradicional. A este respecto, cabe señalar también las importantes transformaciones acontecidas a
lo largo de los últimos cincuenta años en relación con el carácter y gestión de las áreas
forestales. Las masas arbóreas densas ocupan en la actualidad menos de un 10% del territorio
español, y de esta superficie tan sólo la mitad es bosque natural original. El resto corresponde
a repoblaciones que se han orientado a especies de crecimiento rápido, como resultado de la
especialización productiva industrial de la explotación forestal [CSCB , 1992]. Estas repoblaciones
se impulsan principalmente después de la Guerra Civil, mediante el sistema de consorcios impuestos
en los montes comunales por parte del Estado a través del ICONA. Esta política, por su dimensión[17],
se puede entender como la tercera gran desamortización de la historia. Su finalidad era el
aprovisionamiento de madera barata -en plantaciones del más corto turno posible- a la industria
papelera, altamente contaminante, apoyada y calificada de "utilidad pública" por el régimen
franquista [Groome , 1990].
El ingreso en la CE, profundiza estas tendencias. La CE importaba en esos años el 60% de la madera
que consumía; como materia prima que se importaba sólo la superaba en términos económicos el
petróleo. Era pues un producto de carácter estratégico. De esta forma, a la hora del ingreso en la
CE, se contempla el territorio español como posible reserva forestal de la CE, de cara a ayudar a
cubrir su déficit celulósico. Se identificó especialmente la Cornisa Cantábrica, y en menor medida
las áreas de la "España interior" que generaban productos excedentarios en la CE (en especial
Castilla-León), como aquellos espacios más acordes para cumplir esa función. A ello ayudaba también
su régimen de precipitaciones. De hecho, la PAC incentiva el abandono de terrenos cultivados o
pastoreados y su destino a la plantación de especies de crecimiento rápido. En el mismo sentido
juega la fuerte demanda de papel que se ha experimentado en el territorio español, que se multiplicó
por tres en tan sólo quince años [Cobos y Fuertes , 1989].
Esta política tiene importantes repercusiones ambientales y sociales. Allí donde se aplica se
trastoca la armonía en general existente entre antiguos usos humanos, agrícolas y ganaderos, con
el bosque natural, se asiste a una pérdida muy considerable de su diversidad biológica, y se
empobrecen los suelos. Se altera pues el equilibrio existente con la población que habita en esas
áreas, produciéndose un despoblamiento paulatino de las mismas al perder su base económica propia,
en muchos casos de carácter comunal. Aparte de que la "preparación" de los suelos que conllevan las
repoblaciones, normalmente con bulldozers, trastoca la estructura del suelo, acelera la erosión,
y altera gravemente el paisaje y los flujos hídricos (escorrentía).
Igualmente, la introducción de especies de turno rápido incrementa de forma significativa el riesgo
de incendios, especialmente en climas mediterráneos como el nuestro. "El incremento exponencial de
los incendios no puede desligarse de la política de repoblación con especies pirófitas [...] La
superficie forestal quemada y el dinero invertido en la lucha contra los incendios forestales en
el Estado español ha llegado a superar ampliamente a la superficie repoblada y el dinero invertido
en plantaciones en los últimos años" [Groome , 1990]. Si en el centro y norte de Europa los bosques
están amenazados principalmente por la "lluvia ácida", en nuestro territorio éstos están en peligro,
prioritariamente, por los incendios. Al ritmo actual, los bosques del territorio español habrán
desaparecido antes de 75 años [MOPT , 1992]. De cualquier forma, los incendios forestales tienen
también, en nuestro caso, otras causas: la presión inmobiliaria y especulativa; la utilización de
la madera quemada (barata) por parte de la industria maderera; el incremento de los riesgos de
combustión que comporta el desarrollo de matorral por la disminución de la ganadería extensiva, como
resultado de su estabulación; y la falta de control de los incendios que conlleva el creciente
despoblamiento rural.
La progresiva desparición de los bosques puede afectar seriamente a la climatología española,
reduciendo las precipitaciones e incrementando los periodos secos. Asimismo, otra repercusión de
la política repobladora es su impacto a posteriori acelerador de la erosión, pues el empobrecimiento
de los suelos que supone la introducción de especies de crecimiento rápido, incrementa su
vulnerabilidad al perder capacidad de retención. No es pues de extrañar el incremento de los daños
ocasionados por riadas e inundaciones en territorios repoblados, y la colmatación de embalses que
en muchos casos esto implica. Este es un factor añadido que agrava aún más la fragilidad del suelo
en los climas mediterráneos frente a la erosión. Una cuarta parte del territorio español sufre una
erosión fuerte, en especial el cuadrante sureste peninsular, lo que le convierte en el espacio
europeo que más gravemente sufre este fenómeno [CSCB , 1992].
En este proceso, como ya se ha apuntado, se asiste a un nuevo crecimiento de las grandes
conurbaciones, fundamentalmente espacial más que demográfico. Y a una profunda reestructuración del
funcionamiento interno de estos espacios, para adecuarlos al nuevo papel que se les asigna dentro
de las dinámicas de ampliación de los mercados y globalización económica y financiera. Todo ello
es facilitado, y reforzado, por la política territorial oficial que ha pivotado en torno a los
principales núcleos urbanos, así como a su interconexión (física y telemática), hacia donde se ha
orientado un elevadísimo componente de inversión pública, directa e indirecta, en la última década.
Y es ayudado, al mismo tiempo, por la política urbanística, que se adapta ya totalmente a (y
promueve) las exigencias que imponen las dinámicas de "europeización"-mundialización sobre estos
espacios[18].
En estos años, existe una clara "apuesta" política por integrar a las principales conurbaciones
estatales, en nuestro caso las regiones metropolitanas de Madrid y Barcelona, en el lugar más
destacado posible dentro del sistema europeo y mundial de ciudades, como polos claves de conexión
con los circuitos económicos internacionales y de atracción de inversiones foráneas. Se busca, de
forma explícita, que lleguen de alguna forma a desempeñar el papel que las llamadas Ciudades
Globales [Sassen , 1991], y dentro de ellas las europeas -Londres, París, Frankfurt-, cumplen a
escala comunitaria y en la Economía Mundo. Pero indudablemente una cosa son los deseos y otra cosa
es la realidad. Y la realidad es que ambas metrópolis cumplen un papel bastante discreto dentro del
sistema europeo y planetario de grandes conurbaciones, como no podía ser de otro modo por el papel
de "Periferia del Centro" (europeo) que desempeña la economía española.
De hecho, se "evidencia la escasa importancia de Madrid, y de España, como sede de las principales
empresas transnacionales: sus sedes se agrupan en París, Londres, Países Bajos y descienden por
Alemania hacia Suiza y el Norte de Italia. Sin embargo, Madrid tiene una importancia cierta como
centro de instalación de filiales de esas empresas europeas para trabajar en España" [Naredo , 1993].
Durante este periodo, pues, se realza aún más la función central que ejerce Madrid, como centro
terciario y decisional, sobre el conjunto estatal. Es decir, como polo de conexión de la economía
española con la UE y la Economía Mundo. Barcelona, mientras tanto, aunque intenta desempeñar (y
ciertamente desempeña) un papel importante dentro del mediterráneo occidental, no logra desplazar
la función de la capital del reino como principal centro terciario decisional, y especialmente
financiero, de la economía española[19]. Así, el 66% de la población ocupada en la provincia de Madrid
trabaja en los servicios, frente al 51% en la provincia de Barcelona; en el caso de la industria
es al revés, 22% frente al 36% [INE , 1997].
De esta forma, Madrid experimenta un muy acusado incremento de la demanda de espacio de oficinas
en la segunda mitad de los años ochenta, tras el ingreso en la CE. Así, se pasa de una demanda anual
de 80.000 m2 en edificio exclusivo en la primera mitad de la década, a más de 500.000 m2 anuales en
la segunda mitad. Esta presión de nuevo espacio terciario, que se manifiesta prioritariamente en
ubicaciones más o menos centrales, junto con la paralela ocupación de espacio residencial por parte
de actividad terciaria que no necesita, o no busca, inmuebles exclusivos (un 40% de la demanda total
de nuevas oficinas) [CPT , 1991], así como otras dinámicas que se mencionan más adelante, están en
la base del fuerte abandono poblacional de la llamada "almendra central" de la conurbación
madrileña. En la década de los ochenta el Municipio de Madrid perdió unos 250.000 habitantes -una
población como La Coruña- [Fdez Durán , 1993], y en la primera mitad de ésta del orden de 150.000
(ver cuadro 5). Para el año 2000, es decir en sólo veinte años, su espacio central habrá expulsado
aproximadamente medio millón de habitantes hacia la periferia de la región metropolitana.
El resto de las principales conurbaciones españolas, cumplen un papel, mas o menos importante, según
los casos, de cabecera de la actividad económica que se desarrolla en el área de influencia regional
respectiva; y actúan, asimismo, como elementos de enlace (en estructura de red) de esta actividad
con la economía comunitaria y mundial, utilizando normalmente a Madrid como nodo intermedio de
articulación de las relaciones con esos ámbitos supraestatales; aunque a veces los enlaces puedan
ser directos, debido a las potencialidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y
comunicación. De esta manera el conjunto del sistema queda interconectado a escala global [Castells
, 1997]. Sin embargo, y a pesar de esas diferencias notables en cuanto a la función que cumplen cada
una de las regiones metropolitanas dentro del ranking de espacios altamente urbanizados, interesa
señalar aquí algunos rasgos generales que informan los procesos de urbanización más recientes en
esta época de globalización económica. Y que manifiestan también ciertos paralelismos, salvadas por
supuesto las distancias, con procesos similares en otras metrópolis mundiales.
Se había señalado como una de las características principales de los procesos de urbanización en
este periodo su activación, especialmente en torno a los principales núcleos urbanos, su creciente
dispersión espacial en "mancha de aceite" y su reestructuración interna. Esta metamorfosis, y en
especial su extensión espacial periférica, obedece a una serie de factores que se suman, o
refuerzan, unos a otros:
"La movilidad [por carretera y] privada se erige en exigencia radical, auténtica condición de
supervivencia en el nuevo territorio urbano extenso, disperso y fragmentado, compuesto por piezas
monofuncionales conectadas entre sí por el viario [...] La movilidad es la esencia de la nueva vida
urbana: 'habitar la distancia' [...] Las grandes infraestructuras viarias y los grandes
intercambiadores de transporte (aeropuertos, terminales de autobuses o de ferrocarriles), auténticos
"no lugares" en el sentido que otorga Marc Augé (1992) al término, se erigen como los únicos
espacios públicos reconocibles y reconocidos de la ciudad: espacios de paso, lugares de tránsito,
escenarios de velocidad [...] Son lugares de silencio, por eso hay música ambiental, [donde se
manifiesta] la individualidad solitaria, lo provisional, lo efímero" [López de Lucio , 1995].
Las tendencias de reubicación y reestructuración espacial se expresan, pues, consumiendo importantes
extensiones de territorio, y se manifiestan principalmente fuera de los espacios previamente
construidos, de carácter más compacto, disolviéndose los límites de la "ciudad". "La dimensión de
la periferia de la megalópolis es tal, que rompe cualquier relación existente [semántica, cultural,
urbanística] con la ciudad a la que topográficamente pertenece. La periferia crece con reglas
propias, uniformes, homologantes, destructivas del espacio urbano; no guarda memoria de la historia
del lugar, ni de su identidad. La periferia de la megalópolis es la negación de la ciudad"
[Magnaghi , 1996].
Parecería como si la actual organización espacial de las grandes conurbaciones, inducida por los
procesos de ampliación y globalización de los mercados, fuera como una segunda naturaleza -o piel-
artificial, que trata a la "primera" piel artificial -la ciudad y el territorio tradicional o
histórico- como simple fondo o soporte. Y camina, por primera vez en la historia, hacia una total
independencia, o autonomización, respecto de los lugares sobre los que se implanta, negándoles
peculiaridad, diferencia e identidad. En suma, destruyendo el paisaje y los lugares preexistentes.
Al tiempo que la uniformización de los sistemas y materiales de construcción, producidos
industrialmente, ya no guardan relación con el tipo de territorio y las cualidades ambientales y
climáticas del mismo. Esta segunda piel sería como la lengua de lava de la nueva erupción
metropolitana, que se apoya en estratos antiguos y frágiles, generando un efecto 'geológico'
devastador e insostenible" [Magnaghi , 1996].
A nadie se le escapa que el nuevo modelo territorial que origina esta "segunda piel" es
sustancialmente más consumidor de recursos, y por supuesto de energía, que otros modelos anteriores.
Y que por lo tanto la "huella ecológica" que genera, trasciende con mucho las "huellas ecológicas"
de modelos urbanos y aún metropolitanos previos. Es fácil de intuir que las grandes ciudades
españolas que han consumido más suelo en los últimos 30 años que en toda su historia anterior
[SEMAV , 1996], han exigido un aporte de recursos de tal calibre, que el impacto cercano y remoto
de tal crecimiento se ha intensificado sustancialmente[23].
Pero dentro, o debajo, de esta "segunda piel" no todos sus elementos están conectados por igual al
proceso "europeizador"-globalizador, si bien todos están afectados por él. Dentro de su estructura
compleja existen piezas que están intensamente vinculadas, a través de una alta densidad de nuevas
tecnologías de la información y comunicación, con los circuitos económicos internacionales; de forma
prioritaria los enclaves donde se ubica el terciario financiero y decisional, es decir, las
funciones globales. Y ello coexiste, en ocasiones codo con codo, con áreas crecientemente
desconectadas y marginadas del proyecto modernizador en su fase actual, espacios que se van
convirtiendo poco a poco en disfuncionales. La dualización creciente se instala como una
característica clave del nuevo proceso urbanizador. Como dice López Sánchez (1992) al analizar este
fenómeno para la región metropolitana de Barcelona: "se sedimentan dos Barcelonas en una. Una la
Barcelona competitiva conectada a la Ciudad Global y que participa de la riqueza que inyecta la
modernización. Otra, la Barcelona residual, desconectada de la Ciudad Global y que participa de la
miseria que evacua la modernización".
Por otro lado, en los nuevos territorios urbanos periféricos el barrio (multifuncional) se convierte
en "zona residencial". Y este nuevo espacio deja de ser un lugar de sociabilidad, para convertirse
simplemente en un recinto segregado y homogéneo, y por lo tanto de exclusión de la diversidad
social. De manera simétrica se transforma la vivienda: el barrio pierde el significado de antaño
y el papel central pasa a desempeñarlo la casa, que "intenta" acoger las relaciones sociales
sustraidas a los espacios públicos tradicionales -la calle y la plaza-. Espacios públicos que son
progresivamente arrollados en la ciudad histórica por la movilidad motorizada (privada), y que en
los nuevos desarrollos pasan también a destinarse, de forma exclusiva y excluyente, a la función
de transportarse. Lo que refuerza la tendencia al refugio de la "sociabilidad" en la intimidad del
espacio residencial privado. Por otro lado, los nuevos "espacios públicos" son los que cobijan los
grandes centros comerciales privados de la periferia. Estos espacios son de uso colectivo, pero de
propiedad, diseño, conservación y vigilancia privada, y están indisolublemente unidos a la gestión
empresarial del consumo y ocio de masas. Y en ellos está desterrada la posible acción colectiva,
ya que son de dominio y control privados [López de Lucio , 1995]. Convirtiéndose en el paradigma de
la "ciudad hipermercado" [López Sánchez , 1997].
"La impronta del consumo en la redefinición de la metrópoli como ciudad-empresa se debe igualmente
a que los territorios urbanos han dejado de ser preferentemente fábrica para la producción para
pasar a constituirse básicamente en el espacio económico de la realización del capital, a partir
de la circulación de los productos de una cadena productiva dilatada territorialmente [...] El
consumo se propone como eje en torno al cual debe girar el mundo de la vida, además de perfilarse
como el vehículo integrador de una sociedad atomizada y dispositivo de gestión del sistema [...]
La forma mercancía ha logrado la ocupación total de la vida social [...] Ir de compras ya no es una
tarea necesaria o doméstica, se ha convertido en una actividad de ocio, pues hoy impera un 'consumo
deseante'. [Y] no sólo ha cambiado el consumo en la metrópoli [...], sino que su compleja
reterritorialización ha afectado decisivamente al habitar urbano" [López Sánchez , 1997].
Del orden del 50% de la distribución comercial se efectuaba a mediados de los noventa a través de
lo que se conoce como grandes superficies -grandes centros comerciales, hipermercados o grandes
supermercados- [Bermejo , 1995]. Para tener una idea más clara de la reestructuración comercial
llevada a cabo, cabe apuntar que a mediados de los setenta se abría en Madrid el primer Hiper. Y
desde mediados de los 80 han desaparecido, a escala estatal, un millón de puestos de trabajo en el
comercio tradicional [MCLEDM , 1996]. Estos cambios han tenido lugar primordialmente en los espacios
altamente urbanizados, y en nuestro caso han sido promovidos en gran medida bajo la égida del
capital europeo, y más en concreto francés. Y su desarrollo ha reforzado la dependencia de la
actividad agrícola de las grandes estructuras de distribución, que se hallan (salvo el caso
emblemático de El Corte Inglés) en manos fundamentalmente del capital transnacional[24].
Cada día más, los espacios altamente urbanizados (especialmente del Norte) se convierten en
territorios amorfos, crecientemente uniformes, salpicados de emplazamientos donde rige
exclusivamente la lógica comercial o mercantil. Y un número cada vez mayor de sus habitantes pasa
a desempeñar actividades o "trabajos" relacionados con la comercialización y venta de productos o
servicios: publicidad, marketing, venta directa, venta a domicilio... Además, proliferan desde los
llamados "comerciales", a aquellos que embuzonan la propaganda en los domicilios privados, o la
reparten a la salida de los metros, pasando por los que pegan carteles anunciadores de todo tipo,
y llegando hasta el último escalón: los inmigrantes o marginados, cuya forma de ganarse la vida
consiste en la venta subrepticia en la vía pública, subterráneos o semáforos, de productos
provenientes de la Fábrica Global.
Es más, el papel de la nueva metrópoli de cara al exterior, para atraer inversiones foráneas, claves
para el mantenimiento de sus constantes vitales, pasa por desarrollar todo tipo de actividades de
city-marketing. Se crean sociedades públicas especializadas en vender la imagen de la ciudad en los
mercados mundiales, a través de campañas específicas. Y ello se complementa con la creación de
macroespacios para congresos y exposiciones (Palacio Municipal de Bofill de Madrid, Palacio de
Congresos de Valencia de Norman Foster, Palacio Kursaal de Moneo de S. Sebastian...), grandes
contenedores de actividades culturales (la Opera de Madrid, el Palau de la Música de Valencia,
teatro de la Maestranza de Sevilla...), y la construcción de edificios u obras emblemáticas (el
Guggenheim de Bilbao, los distintos puentes en grandes ciudades de Santiago Calatrava...), de
arquitectos de primera línea en el panorama mediático internacional, que pretenden servir también
como imagen de marca para "vender" la ciudad al capital transnacional. Y hasta la ciudad tradicional
sobre la que aposenta, convertida ya en mero decorado urbano de lo que antaño fue la urbe, se
aprovecha para su venta en los mercados internacionales para atraer al turismo portador de divisas.
Se podría decir que la nueva metrópoli intenta convertirse toda ella en metamercancía [López
Sánchez , 1997].
De hecho, los fastos del 92 -Expo en Sevilla, Olimpiadas en Barcelona y Capitalidad Cultural en
Madrid- fueron diseñados como una perfecta operación de Estado de city-marketing, que posibilitó
la consecuención de varios objetivos al mismo tiempo. Por un lado permitió justificar, de cara a
la opinión pública estatal, la dedicación de cuantiosísimos recursos públicos a estas conurbaciones;
recursos que se destinaron prioritariamente a la realización de las infraestructuras, de transporte
y telecomunicaciones, necesarias para desarrollar las demandas espaciales que exigen los procesos
de "europeización"-globalización. Por otro, facilitó la "venta" de la imagen de las tres "ciudades"
de cara al capital transnacional, al tiempo que se le ofrecía a éste suficientes atractivos para
su ubicación en territorio español y en concreto en esos espacios. Y por último, legitimó de cara
a los habitantes de esas regiones metropolitanas, la necesidad de acometer fuertes remodelaciones
internas, con el fin de reforzar el carácter terciario y elitista de las áreas centrales, que
hubiesen chocado con más resistencia popular caso de no existir estos proyectos pretendidamente
"colectivos" [Fdez Durán , 1993].
A mediados de los ochenta, en paralelo con la entrada en la CE, se produce un cambio trascendental
en la política de vivienda. A partir de entonces, la vivienda es definida como un sector prioritario
para la inversión, y se establecen las condiciones (de desregulación, liberalización y
privatización) para hacer más atractiva la inversión privada en el mismo, convirtiéndose desde ese
momento en un área privilegiada de operación para el capital nacional y foráneo. Asimismo, justo
previo al ingreso en el "proyecto europeo", se produce una liberalización en el mercado de
alquileres, a través del llamado Decreto Boyer, que iba a desatar una espiral alcista de éstos, al
tiempo que, entre otras cuestiones, introducía la precariedad en los contratos de arrendamiento.
Igualmente, la explosión especulativa del mercado inmobiliario se dispara a partir de la integración
europea. ¿A qué responden todos estos factores y cuáles son sus consecuencias?
"El sistema inmobiliario moderno se desarrolla durante la construcción de las grandes aglomeraciones
urbanas "fordistas" [...] Ello supone la presencia de un modelo productivo [...] que garantiza su
funcionamiento [...] Son sus características el pleno empleo, la existencia de una relación salarial
fija casi universal y una fuerte estabilidad del universo familiar convertido en unidad básica y
estándar de consumo, garantizada por la presencia del Estado del Bienestar. [Lo cual fue
favoreciendo paulatinamente] la institucionalización del crédito familiar hipotecario como mecanismo
básico de capitalización de rentas seguras [...] Con el tiempo se ha consolidado un sector
inmobiliario que exige el mantenimiento de sus condiciones de existencia desde su posición
preeminente" [Roch , 1995].
Estas condiciones, indudablemente, se alteran bruscamente a primeros de los ochenta. El incremento
sustancial del paro, la aparición de la precariedad en el empleo, el freno del crecimiento
poblacional metropolitano, etc, hace que entre en una profunda crisis el sector inmobiliario y de
la construcción. Hacían falta pues medidas que volvieran a impulsar de nuevo la actividad del
sector, si se quería seguir promoviendo el crecimiento y la acumulación. Por otro lado, la creciente
vigencia de las políticas desreguladoras de corte neoliberal exigía una menor intervención estatal
en el área de la vivienda, para posibilitar la expansión del llamado mercado libre en este sector,
creando las condiciones para hacer atractivas las condiciones de inversión al capital privado. Y
en paralelo, se asiste, a nivel mundial, como resultado de la creciente desregulación de los
mercados financieros, a un crecimiento sin precedentes de la llamada "burbuja financiera
especulativa" que busca activos donde aposentarse. Y entre éstos, los activos inmobiliarios iban
a jugar, en todo el mundo, y muy en concreto en la España de los ochenta, un papel trascendental.
Así, a mediados de los 80, se incrementa sustancialmente la masa de capitales especulativos que
planea sobre el sector inmobiliario[25], que se orienta prioritariamente hacia los grandes núcleos
urbanos. Esta situación se acentúa a partir del ingreso en la CE y del resultado del referéndum de
la OTAN, debido a la seguridad que aportaba a la inversión extranjera la vinculación definitiva del
Estado español a las estructuras económicas, políticas y militares del mundo occidental. Desde
entonces se produce una fuerte entrada de capital foráneo interesado en la compra-venta de activos
inmobiliarios, provocando una increíble espiral alcista en los precios[26].
En paralelo, se desata una intensa demanda de oficinas (debido a la reestructuración productiva -y
terciaria- que auspicia el ingreso en la CE), en gran medida en edificio exclusivo, que presiona
también fuertemente al alza sobre los precios de los productos inmobiliarios en las áreas centrales
de las metrópolis. Especialmente en las grandes conurbaciones, y muy en concreto en Madrid (ver
figura 12) [27]. Lo cual repercute de una forma aún más importante sobre el precio del suelo [CPT
, 1989]. Esto, a su vez, y como si la onda de una piedra lanzada al agua se tratara, arrastra tras
de sí al precio de los inmuebles en las áreas de influencia metropolitana. Y de forma adicional,
influye la desregulación del mercado hipotecario que se produce en esa época, con la irrupción en
el mismo de la banca privada.
En todo este contexto se produce el cambio de la política oficial de vivienda. En 1987 se formula,
a golpe de decreto, un nuevo régimen de protección de la vivienda, donde se elimina la llamada
vivienda de promoción pública directa -VPP-, al tiempo que se establece un marco enormemente
favorable para la inversión privada, ampliándose los beneficios fiscales relacionados con la
adquisición de viviendas, con el fin de reforzar el atractivo de la inversión en el sector. La
compra de una vivienda se transforma, automáticamente, para aquellos sectores sociales ya
propietarios de viviendas y con elevadas rentas, en una inversión sumamente provechosa, pues a la
revalorización del mercado, ya de por sí impresionante en dichos años, se suma la rentabilidad
fiscal. Se permite deducir más a quien más cara compra una vivienda, independientemente, además,
del número de viviendas que se adquieran.
El nuevo régimen de protección favorece, pues, el mercado libre de la vivienda, lo que incrementa
la promoción privada, al tiempo que prácticamente desaparece la vivienda social para los sectores
de población con más bajos ingresos. Ello supone que se deje sin apenas posibilidad de solución las
necesidades de alojamiento de la llamada demanda insolvente. Todo lo cual provoca una reactivación
selectiva del mercado de vivienda. La construcción de viviendas se orienta principalmente a la
satisfacción de las demandas de la población de más altos ingresos, aquella que se beneficia del
crecimiento del periodo. De esta forma, la edificación residencial se concentra en la creación de
viviendas unifamiliares o similares -es la época del boom del chalet adosado-, y en la construcción
de segunda residencia, en las periferias lejanas metropolitanas y especialmente en las áreas
costeras o turísticas (ver figura 13). Dándose la paradoja de que a través de las nuevas figuras
de protección oficial, se apoya, en muchos casos, la construcción de chalets adosados o de segunda
residencia en las zonas turísticas [Fdez Durán , 1993].
Al mismo tiempo, se abre la posibilidad para la participación de cooperativas relacionadas con las
organizaciones sindicales y vecinales, como parte de la política de "consenso social" que se trata
de impulsar, con el fin de vehicular hacia el mercado a aquellos sectores menos solventes de la
demanda, pero con empleo fijo y un cierto poder adquisitivo[28], a las que las Comunidades Autónomas
y ayuntamientos ceden, en ocasiones, suelo propio para su desarrollo. Aún así, las viviendas que
se construyen de acuerdo con esta modalidad, suponen un esfuerzo económico muy considerable para
dichos sectores de población. Y de cualquier forma, esta modalidad deja absolutamente desatendidas
las necesidades de los sectores sociales más desfavorecidos y precarizados.
Y se contempla también el que la protección oficial pueda beneficiar a la vivienda usada o ya
terminada, con el fin de poner en circulación el elevado stock existente al principio de los noventa
(cerca de medio millón de viviendas finalizadas y sin vender) [PPLV , 1995]. Al tiempo que se amplia
la capacidad de que la protección oficial alcance a sectores sociales de altas rentas salariales
(viviendas a precios tasado), hasta siete veces el Salario Medio Interprofesional, que anteriormente
quedaban claramente fuera de las ayudas estatales. Ayudas que, en cualquier caso, se destinan a la
subvención de intereses de créditos concedidos por el sistema bancario, lo que permite a éste
continuar con la captación de rentas seguras que se comentaba anteriormente. En definitiva, los
fondos estatales se consumen en ayudas a las rentas altas y medias, mientras permanecen sin resolver
las necesidades de nuevo alojamiento de importantes sectores de la población.
Los sectores sociales más beneficiados por todo este proceso inversor y especulativo han sido los
propietarios de suelo o de más de una vivienda, el sector de la construcción, y en concreto los
grandes operadores inmobiliarios y el capital español y foráneo. Y el resultado del mismo es que
se ha creado una creciente brecha entre estos sectores y el resto de la sociedad, produciéndose una
profunda transferencia de rentas de los últimos a los primeros, lo que está significando un
auténtico seísmo dentro de las estructuras sociales de las grandes aglomeraciones urbanas.
Por otro lado, el llamado Decreto Boyer, no sólo no logra ampliar la oferta de las viviendas en
alquiler -objetivo en teoría del mismo, y cuya aplicación se decía que redundaría en una bajada de
las rentas-, sino que altera absolutamente la estabilidad de los inquilinos, al eliminar la prórroga
forzosa de los contratos, posibilitando al mismo tiempo un alza espectacular de los alquileres. El
porcentaje de vivienda en alquiler en España ha caido sustancialmente a lo largo de los últimos
cincuenta años[29], situándose en torno al 15% del parque total a primeros de los noventa [SEMAV
, 1996]. Una cosa si logra el decreto, la conversión de viviendas en las áreas centrales de las
grandes regiones metropolitanas en oficinas, al hacer posible tal transformación. Hecho que permite
acoger a parte de la fuerte demanda de localización terciaria que se produce en el periodo; aquella
de menor tamaño y que no se plantea su ubicación en un edificio exclusivo. Esta demanda, junto con
la derivada de la búsqueda de residencia por parte de los ejecutivos de empresas transnacionales
que afluyen en estos años, ambas capaces de pagar altas rentas, es la que tira hacia arriba los
precios de los alquileres de la oferta de más calidad, lo que repercute posteriormente en el
conjunto del mercado de arrendamiento.
Esta situación contrasta con la realidad de otros países de la Europa comunitaria, donde existe un
importante parque de vivienda pública y en alquiler -cerca de la mitad del parque total de
viviendas-, gran parte de él de carácter social. El Estado español es el que tiene la proporción
más baja de toda la UE de vivienda pública y en alquiler, en particular social (sólo el 1,5% del
total de viviendas en alquiler). Y el que dedica un gasto estatal más bajo en materia de vivienda,
el 0,5% del PIB frente al 2% de media comunitaria. Además, la situación española contrasta
doblemente, pues es el país de la UE con un parque de viviendas más joven, con un porcentaje más
alto de viviendas vacías (16% del parque total) y secundarias (13% del total), y aquél en que el
sector de la construcción adquiere una importancia más alta dentro de las cifras del PIB
(aproximadamente el doble de la media comunitaria). Y eso que el tamaño medio familiar todavía es
alto si se le compara con la media de la UE [SEMAV , 1996], [Fdez Durán , 1993]; [PPLV , 1995]. La
importancia relativa del sector de la construcción es un reflejo de la debilidad de la estructura
productiva española, y del peso que adquiere en nuestro territorio, entre otras cuestiones, la
actividad de la construcción orientada hacia el sector turístico.
Dentro de esta importante construcción edificatoria y residencial, llama la atención las
características que han presidido a lo largo de los últimos años el diseño del abundante patrimonio
edificado. Un diseño en gran medida homogéneo y para nada adaptado a las condiciones climáticas del
territorio español. En la mitad del espacio estatal se podría conseguir, debido a la elevada
radiación del astro rey, y sin ningún coste adicional, eliminar las necesidades de calefacción,
simplemente recurriendo a la energía solar pasiva[30]. Y en el resto, el sobrecoste alcanzaría entre
un 3% y un 8% del coste total de construcción [De Luxán , 1996]. Asimismo, en toda la geografía
española se podría hacer frente a las necesidades de agua caliente sanitaria exclusivamente con
energía solar activa; en el territorio español hay solamente unos 300.000 m2 de paneles solares,
mientras que en Grecia, p.e., con una población sustancialmente inferior, existen dos millones
[Ruiz , 1996].
Igualmente, en el diseño de edificios de oficinas y de diferentes equipamientos, predominan
materiales de construcción que son importantes devoradores de energía. Y su funcionamiento es de
igual modo muy poco eficiente desde el punto de vista energético, por su diseño, debil capacidad
de aislamiento, y fuerte dependencia de los sistemas de aire acondicionado. Lo que hace que el
patrimonio edificado realizado en los últimos años sea muy energívoro, siendo un factor adicional
que acentúa la situación de dependencia energética, en concreto de combustibles fósiles, de las
grandes conurbaciones. Ello incide en un mayor coste tanto para el usuario residencial, como para
las propias empresas y administraciones, acrecentando al mismo tiempo el impacto ambiental.
En los últimos años, desde el 91-92, el alza de los precios de los productos inmobiliarios en
general se ha contenido, en pesetas constantes, debido a la incapacidad de la demanda de responder
a la evolución alcista de los precios. Pero ello no ha derivado en una mejora de la situación, pues
en paralelo se ha producido un incremento del paro (sobre todo en el 93 y 94), una creciente
precarización laboral y una caída de gran parte de los salarios. Lo que imposibilita a amplísimos
sectores sociales resolver sus necesidades de alojamiento a través del mercado. Es más, la
progresiva dificultad para hacer frente a los créditos hipotecarios contraídos por parte de
importantes colectivos en proceso de precarización, a pesar de las bajadas de los tipos de interés,
está derivando en un creciente número de desahucios, en especial en las principales regiones
metropolitanas[31], allí donde la vivienda es más cara y por lo tanto el problema del alojamiento es
más grave (ver figura 12).
Hecho que se suma a otras dinámicas de marginación y exclusión social, y que fomenta un incremento
constante del número de los "sin techo" en dichos espacios, en concreto en Madrid y Barcelona. Este
fenómeno aún tiene un desarrollo incipiente si se le compara con otros países de Centro -en especial
EEUU, pero también, en menor grado, Francia o Gran Bretaña-. Ello es debido a la mayor cohesión que
todavía existe dentro de la estructura social española, y a la fortaleza que aún mantiene la
institución familiar. Pero tanto la creciente atomización social, en especial en las grandes
conurbaciones, como las situaciones límites que muchas familias tienen que enfrentar, pueden tener
consecuencias sociales muy graves a medio y largo plazo. Y pueden derivar en una fuerte expansión
del colectivo de los "sin techo" en el próximo futuro. Están dadas todas las condiciones para que
así sea. En el mismo sentido puede incidir la nueva ley de arrendamientos urbanos, que no hace sino
precarizar la situación de los inquilinos y favorecer a los propietarios, alterando gravemente las
condiciones de las viviendas de alquiler antiguo, en los cascos históricos, donde residen sectores
sociales de edad avanzada y, en general, ingresos muy reducidos.
Mientras tanto, paradójicamente, se acentúa el abandono y la destrucción de una parte importante
del patrimonio rural, especialmente significativo en muchas zonas de la "España interior"; es decir,
en aquellas áreas cada día más marginadas por el actual proceso de "desarrollo", pues su
rehabilitación o mantenimiento no ofrece posibilidades de lucro o acumulación de capital. En dichos
espacios abundan los pueblos abandonados o en proceso rápido de desertización. Y una vez abandonados
tales núcleos es muy difícil su rehabilitación. En el mejor de los casos, parte de las viviendas
de estos núcleos son rehabilitadas como vivienda de vacaciones o de fin de semana, en muchas
ocasiones por la propia población que abandonó estos pueblos y que hoy en día habita en las grandes
conurbaciones.
Fecha de referencia: 25-07-2000
Documentos > Globalización, territorio y población > http://habitat.aq.upm.es/gtp/arfer3.html |