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Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro
Manfred Max-Neef - Antonio Elizalde - Martín Hopenhayn | Santiago (Chile), otoño de 1986.
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XI. La problemática no resuelta de la articulación micro-macro

Respuestas pendientes

El problema de la articulación micro-macro aún está por resolver, tanto en la teoría económica como en las políticas de desarrollo. Tan lejos está, en efecto, de haber alcanzado una solución satisfactoria que incluso resulta legítimo preguntarse si acaso se trata de un problema real y, en caso de serlo, si acaso tiene solución. En relación al asunto, hay que tener claro que la propia historia de la teoría económica ha sido una historia de opciones y no de soluciones.

Los vaivenes de la teoría económica

La primera visión del mundo de la economía en cuanto disciplina propiamente tal, el mercantilismo, fue una visión macroeconómica. La crisis del mercantilismo trajo como consecuencia que las tres revoluciones económicas siguientes —representadas sucesivamente por los fisiócratas, los clásicos y los neoclásicos— correspondieran a visiones microeconómicas, cuyas diferencias entre sí estaban fundamentalmente determinadas por criterios divergentes respecto de la noción de valor.[9]

La cuarta revolución, el keynesianismo, volvió a entender la economía como macroeconomía, dando origen, entre muchos aportes hoy difíciles de descartar, a los indicadores agregados.

Los post-keynesianos, los neo-keynesianos y los monetaristas actuales, por mucho que traten de desligarse del pasado inmediato, siguen habitando el edificio macroeconómico que Keynes construyó. Pero la mera crisis replantea el dilema una vez más: ¿La economía es macroeconomía o microeconomía? Tal vez no haya respuesta porque es posible que después de casi 400 años acabemos por concluir que el problema no radica en que no hemos encontrado una respuesta, sino en que no hemos sabido plantear la pregunta.

Las teorías, políticas, estrategias y estilos de desarrollo surgidas con posterioridad a la segunda posguerra han sido influidas determinantemente por la teoría económica reinante. Si ésta ha sido macroeconómica, el desarrollo también se ha entendido como macrodesarrollo y los indicadores del desarrollo han sido preferentemente los indicadores agregados que aporta la macroeconomía keynesiana. La articulación micro-macro no resuelta por las teorías económicas tampoco ha encontrado, por lo tanto, solución visible en los procesos de desarrollo.

El problema de la agregación

El desconcierto que caracteriza la situación actual se manifiesta en debates y tomas de posición bastante extremas las unas de las otras. Por una parte, los economistas de la escuela neo-austríaca afiliados al individualismo metodológico sostienen que todo comportamiento es entendible sólo en términos individuales y que, por lo tanto, no existen entidades colectivas como comunidades, sociedades y gobiernos cuyas propiedades sean distintas de las de los individuos. Al revivir el supuesto del homo economicus, que actúa racionalmente al utilizar los medios más eficientes para el logro de sus fines, se concluye que la nueva teoría económica debiera concentrarse específicamente en el nivel microeconómico, único nivel real y concreto.

Por otra parte, encontramos argumentos que justifican la existencia de ambos niveles en cuanto entes reales, a partir de constataciones paradojales sustentadas tanto en evidencias empíricas como en demostraciones matemáticas. En este sentido, se ofrecen ejemplos en que lo que cada individuo persigue como mejor para sí mismo, puede, a nivel de agregación, resultar en una situación que nadie desea. De tales evidencias se concluye que no se pueden agregar las decisiones individuales y suponer que la totalidad sea la simple suma de las mismas, ya que, más allá de un determinado umbral crítico, las consecuencias agregadas pueden acabar negando por completo las intenciones individuales.

Una interpretación dialéctica

Sin ánimo de fabricar soluciones eclécticas, es preciso reconocer, a nuestro juicio, que hay elementos de fuerza en los dos argumentos que hemos escogido como ejemplos extremos. Parece sensato aceptar, por una parte, que los comportamientos entendibles y observables ocurren efectivamente en planos individuales; es decir, a nivel micro. Del mismo modo, habría que aceptar la existencia real de situaciones macro, lo cual no implica, sin embargo, poder hablar de comportamientos macro.

Quizás lo más acertado sea sugerir, entonces, una interacción dialéctica entre estados macro y comportamientos individuales, de tal suerte que, aun cuando se influyan recíprocamente, ni los unos ni los otros son predecibles mecánicamente a partir de la sola observación de su opuesto. En otras palabras, lo que postulamos es que un determinado estado macro (político, económico, ambiental, etc.) influye en los comportamientos individuales, y éstos, a su vez, influyen en los cambios de estados macroscópicos. Pero como los sistemas humanos no son mecánicos, las interacciones no lineales entre los microelementos de un sistema pueden dar origen a diversos estados macroscópicos compatibles con las interacciones microscópicas.

La imposibilidad de la predicción mecánica en el caso de sistemas humanos obliga a asumir la tarea y el esfuerzo de trabajar con nociones tales como la inestabilidad, el azar, la incertidumbre, los umbrales, las desadaptaciones, las catástrofes y los efectos perversos.

De todo lo sugerido sólo cabe desprender que, si bien es cierto que entre lo micro y lo macro existe una indisoluble relación, no es menos cierto que ello de ninguna manera implica una articulación.

Llegamos así al planteamiento de las dos preguntas fundamentales, a saber: ¿en qué consistiría propiamente la articulación micro-macro? y ¿es realmente posible lograrla?

Articulación micro-macro

Entendemos la articulación como la efectiva complementación entre los procesos globales y los procesos micro-espaciales de autodependencia, sin que se produzca la cooptación de lo micro por lo macro. Esta complementariedad vertical la entendemos acompañada, además, de una complementariedad horizontal entre los diversos micro-espacios, a fin de estimular el potenciamiento recíproco entre procesos de identidad socio-cultural, de autonomía política y de autodependencia económica.

Lo anterior no es, ciertamente, una definición. Somos conscientes de que se trata más bien de una manifestación de «deber ser». En tal sentido, se trata de un «debe ser» que no se da en la realidad latinoamericana observable. Más aún, basándonos en las evidencias acumuladas, solo cabe concluir que la articulación micro-macro, en el contexto de los estilos económicos actualmente dominantes en nuestros países, no es posible. Esta conclusión es bastante drástica, pero nos parece, a la vez, difícilmente refutable.

Cualquier articulación posible trasciende ampliamente las causalidades y los supuestos mecanicistas en que se sustentan tanto la teoría económica como las estrategias de desarrollo aplicadas hasta ahora. Implica necesaria e inevitablemente una transformación profunda en los comportamientos y modos de interacción social. Exige, en la realidad, la transformación de la persona-objeto en persona-sujeto y, en la teoría, la sustitución de la racionalidad competitiva maximizadora del homo economicus por la racionalidad solidaria optimizadora del homo sinergicus.

Articulación, protagonismo y flexibilidad

Una sociedad articulada no surge mecánicamente; se construye. Su construcción sólo es posible a partir de la acción de seres protagónicos, y el protagonismo, a su vez, sólo se da en los espacios a escala humana donde la persona tiene presencia real y no se diluye en abstración estadística. De allí que todo proceso articulador debe organizarse desde abajo hacia arriba, pero promovido por sujetos cuyo comportamiento consciente conlleve una voluntad articuladora. Es decir, por personas capaces de actuar sinérgicamente. El programa no es simple, pero por complejo que sea, no vislumbramos otra alternativa.

En última instancia, la articulación se hace posible cuando se construye un sistema social capaz de desarrollar su capacidad de adaptación. Es decir, un sistema capaz de internalizar orgánicamente la innovación, la novedad y el cambio cualitativo, aun cuando éstos sean imprevisibles e impredecibles. En este sentido hay que tener presente que la capacidad de adaptación de un sistema es inversamente proporcional a los grados de rigidez de su estructura, entendidas esas rigideces ya sea como jerarquías fosilizadas, como marcadas desigualdades sociales, como autoritarismos o como burocracias inerciales. De ahí que protagonismos e interdependencias reales construidas desde la base social hasta su superestructura representan la única posibilidad de mantener una estructura flexible capaz de articularse.

Es necesario tomar conciencia de la complejidad que encierra la eventual solución del problema planteado, aún cuando se rehuya su aplicación. Sirve al menos para desmitificar intentos que, por ubicarse en contextos mecanicistas convencionales, parecen condenados a la frustración desde la partida.

Articulación y direccionalidad del sistema

El panorama latinoamericano nos presenta un conjunto de sociedades profundamente desarticuladas. Incluso en periodos pasados, en que varios países presentaron tasas elevadas y sostenidas de crecimiento del Producto, la desarticulación no se resolvió. Prueba de ello es la tasa de crecimiento más sostenida de todas: la de la pobreza (como se ha definido en este documento) en que se debaten las grandes mayorías de nuestro continente.

Se han planteado muchas razones para explicar esta dramática contradicción. No pretendemos invalidar ninguno de los argumentos hasta aquí esgrimidos. Sólo pretendemos agregar otro que ha sido, quizás, el menos examinado. Lo planteamos en términos de hipótesis: toda direccionalidad, a priori, que se imponga a un sistema socio-económico desarticulado, inhibe sus posibilidades de articulación. Dicho en otras palabras: no es la direccionalidad impuesta la que logrará la articulación, sino, al reves, será la articulación la que determinará la direccionalidad deseable.

Dadas las condiciones actuales, no tiene sentido forzar la dirección de un sistema. La prioridad es clara. Lo que se precisa es verter todos los esfuerzos para articular la interrelación de las partes del sistema. Sólo un sistema articulado puede aspirar a ser un sistema sano. Y sólo un sistema sano puede aspirar a la autodependencia y a la actualización de los sujetos que lo integran.


Notas


[9]: Cierto es que los neoclásicos trabajan con nociones macro que, sin embargo, se sustentan en postulados de agregación bastante ingenuos.


Edición del 19-12-2010
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