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En términos generales se tiene muy asumido que la naturaleza humana busca una continua superación. Tan es así que los procesos de satisfacción de las necesidades están continuamente abiertos, connotados de un subjetivismo que viene marcado por la permanente emergencia de valores culturales en cada contexto y estadio de la evolución social, de tal forma que la satisfacción de una necesidad se viene a considerar como un punto de partida para acometer nuevas necesidades --aunque quizá, como veremos más adelante, más que de nuevas necesidades habría que hablar mejor de satisfactores, aspiraciones y deseos--. Deben, por tanto, considerarse en todo momento las transformaciones culturales, los cambios sociales y los nuevos valores que conllevan, pero además éstos no sólo se construyen tras la confirmación de nuevos retos, sino que también se construyen a partir de nuevos problemas que las externalidades del propio sistema social va generando.
Generalmente se suele hablar de la aparición de nuevas necesidades, cuando con toda propiedad habría que hablar de nuevas condiciones en permanente cambio que hace que las necesidades sean satisfechas de formas diferentes a como se satisfacían en períodos históricos anteriores o culturas menos occidentalizadas. Las nuevas relaciones de producción y su naturaleza inciden en las condiciones cambiantes que nos hacen pensar en nuevas necesidades, cuando en realidad se trata de los nuevos requerimientos necesarios para la reproducción del modelo económico. La división del trabajo y el sentido asignado a las innovaciones tecnológicas crean las condiciones ineludibles, inducidas unas veces, por dependencia otras, que hacen surgir nuevas problemáticas y nuevas formas de acceder a las necesidades humanas a la misma vez que despejan el camino para una conciencia del deseo ilimitado.
Persisten, por lo tanto, las necesidades de siempre, pero aparecen otras nuevas formas sociales. En realidad nuevas condiciones surgidas del cambio social que son recurrentes respecto de las necesidades, es decir, más que generar nuevas necesidades, las reproducen. Se establecen nuevos escenarios donde se precisan muy distintas maneras de satisfacer las necesidades humanas. En las sociedades desarrolladas las nuevas manifestaciones como la complejización de los ciclos familiares, la tendencia al envejecimiento poblacional, la incorporación de la mujer al trabajo, la inmigración de extranjeros, la crisis estructural del empleo, la crisis del modelo educativo, la crisis urbana, la crisis ambiental, la crisis de los modelos políticos, etc. son fenómenos que se suceden con rapidez y que implican la necesidad de crear y reconvertir estrategias institucionales y asistenciales. Pero también nuevos valores sociales y formas de vida --que cada vez más se expresan de forma activa por los nuevos movimientos sociales y múltiples iniciativas ciudadanas-- y que derivan en gran medida de esos fenómenos, precisan de nuevas formas de uso, de gestión de los recursos y de entendimiento de lo público.
Para desentrañar lo confuso que resulta establecer una concreción de lo que son las necesidades en ese proceso dinámico que se expresa en el cambio social procederíamos con algunas preguntas: ¿son necesidades todo lo que referenciamos como necesidades? ¿Son diferentes las necesidades de ahora con respecto a las del pasado, y serán diferentes con respecto a las del futuro? ¿Existen categorías de necesidades?, y si así fuese, ¿son unas necesidades más elevadas que otras? ¿Quiénes son los que definen las necesidades (o deben), quienes ejecutan la satisfacción de las necesidades (o deben)? ¿Hay distintos medios para lograr la satisfacción de una necesidad? ¿Podríamos denominar necesidad a actos que van contra esa necesidad, u otras necesidades, de otros individuos, en otros lugares o en otros momentos? ¿Debería haber unos valores éticos y universales en la satisfacción de las necesidades? Un autor como Toni Domenech (1985: 91), en apretada síntesis, responde a esas preguntas: «La moderna cultura burguesa ha despertado necesidades autodestructivas, incompatibles con la supervivencia de la especie --por motivos elementalmente ecológicos-- en un futuro nada remoto y con la justicia y la igualdad en el lacerante presente. Y lo que no es preocupante, ha arruinado la capacidad de los individuos para conocerse a sí mismos, para controlar sus deseos y formar buena parte de sus necesidades...».
Eso que bajo la inercia de la conducta llamamos nuevas necesidades son muchas veces revelaciones del deterioro social y ambiental de nuestro mundo, de la mayor complicación y de la menor complejidad. Esas nuevas necesidades, no son tales, son en todo caso nuevas expresiones del cómo satisfacer las necesidades humanas. Partimos de la idea de que las necesidades, aunque diversas, son interdependientes (sinérgicas), no así los satisfactores, las aspiraciones o las preferencias que se encuentran más circunscritos a estadios socio-culturales, a su vez determinados por estructuras económicas. Apuntamos, por tanto, una primera distinción entre necesidades y deseos, y también la oportunidad de un cierto sentido de las necesidades humanas orientado a la equidad y la reciprocidad. Queremos descender un escalón buscando el sentido de lo complejo en las necesidades, aspecto básico para el cometido de nuestra investigación, y para ello debemos sumergirnos en el dilema de las necesidades: ¿son universales o son relativas? ¿Son subjetivas, pueden objetivizarse? ¿Se satisfacen desde estrategias de Estado, o de Mercado? ¿Se satisfacen desde una escala macro, o desde una escala micro? La falta de acuerdo en un sentido teórico determinado nos obliga a aproximarnos a distintas perspectivas cuyo objeto de atención han sido las necesidades. Reflejamos una aproximación preliminar, pero esclarecedora, de aquellos autores que han tenido la intención de establecer categorías de necesidades, para posteriormente disponer las perspectivas más influyentes en ese debate controvertido del sentido de las necesidades.
Las distintas perspectivas que se sumergen en la teoría de las necesidades son casi tan diversas como las perspectivas sociales. Cada una de ellas puede contemplar derivaciones, desviaciones, matizaciones, en definitiva, distintos enfoques dentro de cada una de las perspectivas, incluso la conectividad entre las distintas perspectivas se produce con facilidad. No se trata aquí de afinar en cada uno de esos enfoques, más bien, nos interesa establecer aquellos trazos gruesos que nos aporten una base para el objeto del presente trabajo. Si bien, antes de desarrollar las distintas perspectivas parece pertinente hacer una primera aproximación de lo que han sido las principales maneras de clasificar los tipos de necesidades.
La categorización de las necesidades
Las necesidades pueden desgranarse conforme a múltiples criterios, y las ciencias sociales ofrecen en este sentido una extensa y diversa literatura. Recogemos aquí las que actualmente son más representativas y tienen especial interés desde la perspectiva de la presente investigación.
De la confusión reinante respecto del concepto necesidad derivan las dificultades intrínsecas a la hora de establecer categorías. Ese ejercicio es, en consecuencia, un esfuerzo de orden positivista dirigido a desenredar la complejidad. La cultura científica aboga por ello, otro aspecto será si estratégicamente y con posterioridad se procede a volver a enredarlo, es decir, a descubrir y establecer las interacciones entre las distintas categorías reconociendo la complejidad del concepto con el objeto de que la acción de los sujetos alcance una operatividad sinérgica. La categorización de las necesidades corre el riesgo de establecer esquemas de jerarquización, que suponen de facto un aislamiento de unas categorías de necesidades de otras, estableciendo, también, prioridades de unas sobre otras. En este sentido y por defecto, la reputada Teoría de las Necesidades de Maslow (1975 y 1982)[65] (del que se considera como el más influyente y exhaustivo autor en la categorización de las necesidades), incurre en estos supuestos.
Maslow establece cinco categorías de necesidades que se suceden en una escala ascendente. Las organiza en dos grandes bloques que establecen una secuencia creciente y acumulativa de lo más objetivo a lo más subjetivo en tal orden que el sujeto tiene que cubrir las necesidades situadas a niveles más bajos (más objetivas) para verse motivado o impulsado a satisfacer necesidades de orden más elevado (más subjetivas). En el primer bloque de necesidades Maslow establece cuatro tipos:
En un segundo bloque se establece una quinta categoría escasamente desarrollada por Maslow, lo que denomina como necesidades de autorrealización o metanecesidades. Una vez cubiertas las demás necesidades en ese gradiente que establece Maslow, desde las necesidades más inferiores a las necesidades más superiores, estaremos en condiciones de recibir impulsos hacia metas inagotables --los sujetos siempre permanecen en un estado de insatisfacción relativa-- de corte espiritual e intelectual. Se contemplan en esta categoría una mezcla de valores que podrían ser contradictorios entre sí, o con las propias necesidades satisfechas que les han abierto la puerta: virtudes éticas, deseos y aspiraciones, desarrollo de capacidades, potencialidades, en suma, aspectos que vienen a instalarse en el campo de las necesidades considerado como concepto que termina situándose en última instancia en el campo de lo subjetivo y de lo relativo.
La concepción maslowiana (necesidades como motivación) de la universalidad de las necesidades queda en entredicho en la medida que se confunden las necesidades de las preferencias y deseos de los individuos. Esa linealidad en la jerarquía de las necesidades establecida por Maslow es puesta en evidencia por Doyal y Gough (1994: 64) que rechazan el enfoque de las motivaciones e impulsos de la conducta humana como base explicativa de las necesidades: «... aunque aceptamos la tipología de Maslow como exhaustiva --lo que está lejos de ser evidente-- su secuencia estrictamente temporal de motivaciones es sencillamente falsa. A algunas personas parece interesarles más su propia autorrealización que su seguridad... Asimismo, al reflexionar acerca de las múltiples alternativas que nos ofrece la vida, las categorías de Maslow aparecen entremezcladas o, a veces, en conflicto unas con otras».
Desde otra perspectiva, historicista y dialéctica, cabe reseñar la categoría de necesidades establecida por Agnes Heller (1978, 1980 y 1981). Las necesidades se desarrollan por la continua superación de estadios históricos. La dialéctica de las contradicciones en cada contexto se supera por la transformación de la sociedad en nuevas etapas donde se lograrían satisfacer las necesidades plenamente, un «nuevo modo de vida» que supere de una vez por todas la estructura de las necesidades de la sociedad burguesa. La principal autora de la Escuela de Budapest clasifica las necesidades según:
Las necesidades según Heller (1981: 148) «se refieren siempre a valores. Y son definibles sólo a partir de valores». Para Heller (1980: 38) «sólo podemos considerar como necesidades aquéllas de las cuales somos conscientes», hay valores negativos (necesidades malas) que hay que superar, y valores positivos (necesidades buenas) que hay que alcanzar. Se constituye, por tanto, una jerarquía de necesidades siempre relativas, ya que las necesidades universales se deben conseguir, pero sólo se pueden lograr tras una transformación revolucionaria del sistema capitalista. Las necesidades radicales cuya satisfacción conforma un definitivo estadio histórico, comportan una reestructuración universal de las necesidades y de los valores de un sistema en el que predominan las necesidades alienadas. Las necesidades radicales se expresan en términos de liberación como: la liberación del trabajo, la democratización de las instituciones, la mayor participación de los sujetos en las estructuras políticas y sociales.
Otros autores propugnan una categorización de las necesidades fundamentada en una base de universalización de las necesidades humanas, y para ello asignan un sentido estratégico inherente para alcanzar su satisfacción. Desde ese posicionamiento se realiza un esfuerzo por despejar las diferencias entre las necesidades, siempre consideradas universales, y las preferencias o deseos, circunscritas siempre a valores y rasgos culturales de contextos determinados. En este sentido, las necesidades humanas siempre representan objetivos comunes que persiguen todos los individuos en cualquier contexto social y cultural. Lo que varía son los medios y las formas de lograr las satisfacciones universales (lo que denominan unos como necesidades intermedias y otros como satisfactores). Entre estos autores, todos ellos teóricos integrantes de un enfoque que denominamos eco-humanista, habría distinguir a Galtung (1977), Max-Neef (1986), y Doyal y Gough (1994).
Galtung parte del supuesto de que por cada necesidad identificable existe algún medio que puede satisfacerla. Cuando no se puede disponer de medios suficientes, cabe hablar de carencia e insatisfacción, cuando se dispone de los medios suficientes se pueden cubrir las necesidades de mínimo social (básicas), pero se aspira a superar el nivel mínimo de satisfacción (necesidades no básicas) siempre sin comprometer la satisfacción de las necesidades básicas en otros lugares, colectivos o tiempos. Galtung distingue entre:
Galtung establece también, lo que denomina como «medios materiales de satisfacción» (comida, agua, vivienda, ropa, atenciones médicas, educación académica, medios de comunicación, medios de transporte...) cada uno de los cuales puede ayudar a cubrir distintas necesidades (básicas o no básicas, materiales o no materiales).
Por su parte, Max-Neef y el grupo CEPAUR distinguen entre necesidades, satisfactores y bienes económicos. «La interrelación --señalan Max-Neef et al. (1986: 41)-- entre necesidades, satisfactores y bienes económicos es permanente y dinámica. Entre ellos se desencadena una dialéctica histórica. Si, por una parte, los bienes económicos tienen la capacidad de afectar la eficiencia de los satisfactores, éstos, por otra parte, serán determinantes en la generación y creación de aquéllos».
Ambas categorías de necesidades interaccionan entre sí y pueden combinarse para definir los satisfactores posibles en un contexto cultural determinado[66].
Las cuatro primeras categorías, por ser habitualmente impuestas e inducidas desde arriba hacia abajo son consideradas como exógenas. Los satisfactores sinérgicos, en cambio, contemplan todas las categorías de necesidades interrelacionadas y se impulsan de abajo hacia arriba. Son endógenos, liberadores y contrahegemónicos.
Por último, Doyal y Gough (1994) dentro de su Teoría de las Necesidades Humanas sostienen que las necesidades humanas se construyen socialmente, pero también son universales, al mismo tiempo desestiman que las aspiraciones que se derivan de preferencias particulares de individuos y de su medio cultural puedan considerarse como tales necesidades.
La teoría de las necesidades de estos autores establece una distinción entre necesidades básicas y necesidades intermedias quedando clasificadas en dos grandes categorías:
La perspectiva naturalista: desde el mecanicismo neoclásico al utilitarismo neoliberal
El dilema entre individuo y colectividad, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre sistema cerrado y sistema abierto, entre el Mercado y el Estado, es ya clásico dentro de la consideración de una amplia perspectiva naturalista. Desde el mecanicismo de Walras (1952) al intervencionismo de Keynes (1946), en la economía, o desde el positivismo utilitarista de Durkheim (1967 y 1988) al estructural-funcionalismo de Parsons (1968), en la sociología, se han vertido ríos de tinta sobre cómo defender la estabilidad natural (con cambio o sin cambio) del sistema social.
No hay duda que en el contexto histórico actual donde triunfa la ideología naturalista radical, el neoliberalismo de libre mercado, éste impera sobre la concepción que defiende la existencia de unas necesidades absolutas que deben ser canalizadas por el Estado y ser satisfechas por el aparato productivo --representada por la figura de Keynes--, y también predomina sobre el funcionalismo que preconiza que a cada necesidad le corresponde una función y viceversa, y cómo no, supone un rechazo implícito de los «cuatro problemas funcionales» (estabilidad sobre normas, integración de valores comunes, adaptación del sistema a las condiciones materiales y orgánicas, prosecución de objetivos) establecidos por Parsons.
Esa lectura del utilitarismo radical incide en que las necesidades no son producidas socialmente, sino individualmente según la capacidad de consumo de cada uno. Como expresa Naredo (1987: 65) «Las construcciones utilitaristas apoyaron el desplazamiento que se produjo en la ideología global del homo ludens por el homo economicus al considerar el consumo en términos monetarios e identificarlo engañosamente con la satisfacción de necesidades y al bienestar de los individuos, encubriendo la pérdida de contenido que sufre tal identidad a medida que proliferan el fetichismo del consumo y las reacciones desviadas de comportamiento...». Desde esos postulados se construye una paradójica consecuencia: las necesidades son subjetivas y sólo se pueden objetivizar considerándolas como demandas (Culyer (1976), y Nevitt (1977)). Son los propios sujetos, individualmente, los que deciden qué es lo que necesitan, es decir, las demandas se construyen a partir de las preferencias y deseos individuales, pero que sólo el mercado es capaz de regular estimulándolas. La soberanía privada, el consumo privado y la propiedad privada serán el objetivo básico, y la competitividad el medio --bajo una supuesta igualdad de acceso a las oportunidades--.
En todo caso, independientemente de la mayor o menor radicalidad con respecto al grado en que debe desenvolverse el libre mercado en la definición de los deseos, y la mayor o menor aceptación que se pueda establecer en referencia a la existencia, o no, de determinadas instituciones de orden social «que regulen las relaciones humanas fundamentales y que, aunque las mismas pueden adoptar formas muy diferentes cumplen idénticas funciones en todas partes entre los hombres encaminadas a cumplir funciones básicas» (Mair, 1978)[67], la perspectiva naturalista tiene en común un rechazo implícito a una representación objetiva y universal de las necesidades humanas. Como señala Alonso (1991: 80), para el neoliberalismo «la necesidad como fenómeno social no tiene validez económica, si no presenta la forma de deseo solvente individual, monetarizable. Quedan así desasistidas todas aquellas necesidades que, por diferentes motivos históricos, escapan de la rentabilidad capitalista, marcando con ello los límites de su eficiencia asignativa, en la medida que el mercado únicamente conoce al homo economicus --que sólo tiene entidad de comprador, productor o vendedor de mercancías-- y desconoce al hombre en cuanto ser social que se mantiene y reproduce al margen de la mercancía».
Ahora bien, ese rechazo a las necesidades humanas tiene otras implicaciones que desde un pensamiento único orientado a legitimar la sociedad de consumo, esconde una marcada tendencia hacia el autoritarismo. Así lo evidencia Lechner (1986: 242) cuando argumenta que «para que el mercado funcione como tal autoridad impersonal es indispensable que los valores intrínsecos sean aceptados como condiciones técnicamente necesarias. Se trata pues, de restringir la zona de decisiones políticas (quiénes y sobre qué cuestiones cabe decidir) y de permitir el despliegue del automatismo del mercado».
La perspectiva marxista: la ambivalencia entre universalidad y relatividad
Tal y como defiende A. Heller (1978), es atribuible a Marx el origen de la teoría de las necesidades. Si bien el esfuerzo de Marx no parece dirigido conscientemente a tal menester, y así se podría deducir de la inexistencia de escritos que aborden con cierta exclusividad el tema de las necesidades. Más bien las reflexiones de Marx sobre las necesidades son un complemento de otros aspectos de su obra. Las referencias aisladas que Marx expresa, sobre las necesidades, a lo largo de su obra mantienen un marcado carácter ambivalente que se debate entre la universalidad de las necesidades y la subjetividad de las mismas, marcada por un contexto de modelo capitalista. De un lado, son innumerables las referencias de las que se derivan la objetividad de las necesidades humanas expresados a través de las denuncias de lo que suponía para los trabajadores el sometimiento al capital, así por ejemplo, queda expresado en un célebre pasaje del tercero de los Manuscritos de 1848:
El economista (y el capitalista; en general hablamos siempre de los hombres de negocio empíricos cuando nos referimos a los economistas, que son su manifestación y existencia científicas) prueba cómo la multiplicación de las necesidades y de los medios engendra la carencia de necesidades y de medios: 1.- Al reducir la necesidad del obrero al más miserable e imprescindible mantenimiento de la vida física y su actividad al más abstracto movimiento mecánico, el economista afirma que el hombre no tiene ninguna otra necesidad, ni respecto de la actividad, ni respecto del placer, pues también proclama esta vida como vida y existencia humanas. 2.- Al emplear la más mezquina existencia como medida (...), hace del obrero un ser sin sentidos y sin necesidades, del mismo modo que hace de su actividad una pura abstracción de toda actividad.Marx, 1979:158-159
Será la clase trabajadora, como sujeto revolucionario portador de la transformación social, la que llevará a la liberación de la humanidad y a la satisfacción de unas necesidades que parece que se invocase en términos de universalidad. En el Manifiesto Comunista de 1872, Marx y Engels (1977: 35), escriben: «El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa». Sin embargo, parece que la universalidad de las necesidades, la celebre frase «a cada cual según sus necesidades...», sólo podrá llegar en el momento ineludible de la superación del capitalismo, mientras tanto el modelo de producción imperante marca el sino de las necesidades de forma alienada.
En el siguiente fragmento de los Manuscritos de 1848 se deja de manifiesto la confusión del concepto de necesidades, al prescindir de las que podrían considerarse como objetivas, y mantener el carácter subjetivo de unas necesidades consideradas inherentes, producidas por un sistema social que las reconvierte y recrea de forma constante y continuada:
... su menesterosidad (la del individuo) crece cuando el poder del dinero aumenta. La necesidad de dinero es así la verdadera necesidad producida por la Economía Política y la única que ella produce. La cantidad de dinero es cada vez más su única propiedad importante. Así como él reduce todo su ser a su abstracción, así se reduce él en su propio movimiento a ser cuantitativo. La desmesura y el exceso son su verdadera medida... Incluso subjetivamente esto se muestra, en parte, en el hecho de que el aumento de la producción y de las necesidades se convierte en el esclavo ingenioso y siempre calculador de caprichos inhumanos, refinados, antinaturales e imaginarios. La propiedad privada no sabe hacer de la necesidad bruta necesidad humana; su idealismo es la fantasía, la arbitrariedad, el antojo.Marx, 1979:157
La primera tarea será, por tanto, el cambio social, y no la satisfacción de las necesidades universales. Sólo la transformación social creará las condiciones necesarias para satisfacer las necesidades de forma universal, así apostillará Engels en la última frase escrita en la obra Del socialismo utópico al socialismo científico de 1892: «Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad» (Engels, 1969:86).
Es esa lectura la que predomina y de la que se derivan los posicionamientos principales dentro de la(s) teoría(s) marxista(s) que conducen en gran medida a relativizar la existencia de necesidades humanas, y que fundamentalmente representaron autores como Marcuse (1968, 1972), y posteriormente Heller (1978), pudiéndose resumir en que:
Si bien, desde la idea de las necesidades radicales puede plantearse un nuevo dilema que viene de la mano de si se antepone la transformación del sistema para conseguir la satisfacción de las necesidades radicales, o si bien hay espacios de cambio de la vida cotidiana, en colectivos o ámbitos concretos que supongan una satisfacción parcial, y por tanto una cierta objetivación práctica, de las necesidades radicales.
La perspectiva culturalista: La no resuelta vinculación entre lo micro y lo macro
Abordamos esta perspectiva en un sentido amplio donde la puesta en común se atribuye al inherente carácter cultural de las necesidades. Desde postulados críticos se despoja a las necesidades tanto de cualquier determinismo económico, como de cualquier individualismo a ultranza. Las necesidades se construyen culturalmente, pero desde ese supuesto se abren muy diferentes posibilidades, en la medida que la dimensión de lo cultural es compleja y diversa, y esto tiene su traslado en la configuración de distintos enfoques. Se conjugan los enfoques macro-culturales y micro-culturales. Designamos aquí, en un apretado repaso, las aportaciones más significativas:
Baudrillard radicaliza y lleva hasta sus últimas consecuencias los postulados críticos de Marcuse: el origen y desarrollo de la necesidad es coetáneo e inseparable del poder, haciéndose imposible la transformación del poder en el que se sustenta el modelo, ya que es éste el que determina, programa y canaliza todas las necesidades de la abundancia (del deseo). Los signos-objetos deseados son patrimonio de las clases dominantes y los demás colectivos sociales sufrirán una ansiedad permanente en el deseo sublimado de alcanzar igual status, lo que a su vez hace permanecer al sistema productivo y perpetuar los mecanismos de poder. Sólo hay necesidades (de deseo) producidas, porque el sistema las necesita para su reproducción, concluirá Baudrillard. Tal nivel de subjetivización de la objetividad supone no sólo la determinación de las necesidades por rasgos macro-culturales inductores, sino que también puede llevar a la negación de las necesidades mismas.
Para los etnometodólogos las necesidades son construidas socialmente, a través de las interacciones de la vida cotidiana, pero a la misma vez son dinámicas y subjetivas, en función de los condicionantes del entorno y de la cultura específica de cada estructura micro. Los métodos conversacionales y los discursos de los grupos concretos son la manera de revelar las necesidades que producen y reproducen esos mismos grupos, y no a través de los análisis macroestructurales de la sociedad.
Desde esta perspectiva el investigador adopta una función de compromiso con los colectivos sociales que estudia, cuestionando la tradicional ruptura entre técnicos y usuarios, considerado como un acto de dominación de los especialistas sobre los demás. Los agentes humanos son competentes en cuanto al conocimiento de su sociedad y sólo ellos saben realmente cuáles son sus necesidades. La metodología del investigador será aportar la racionalización y organización reflexiva de los comportamientos sociales, el papel del investigador puede llegar a consistir en implicar a los propios afectados en el descubrimiento y definición de las necesidades, ya que desde la propia subjetividad de las necesidades, y según el tipo de interacción --más o menos distanciada-- del técnico con los usuarios, las necesidades se manifestarán de una forma o de otra.
Son muy diversas las críticas realizadas a la perspectiva etnometodológica, siendo la objeción más común aquella que pone en evidencia la falta de contemplaciones respecto de las implicaciones que las macroestructuras ejercen sobre las microestructuras. La omisión de la presencia del poder y de la fuerza coercitiva de las instituciones sobre la vida cotidiana es una de los principales olvidos que imposibilitan cualquier intento de establecer un equilibrio entre los niveles macro y micro del sistema, y en consecuencia, se hace irrealizable cualquier intento de objetivación de las necesidades.
La perspectiva eco-humanista: Hacia la difícil vinculación entre lo micro y lo macro
Se encuentra representada por un conjunto de autores como Galtung (1977), Max-Neef (1986), Doyal y Gough (1994) que desde distintas disciplinas y ámbitos, introducen nuevas perspectivas y elementos de análisis tan significativos como el ecologismo, pero también rescatan, a la misma vez que cuestionan, distintos aspectos de las otras perspectivas, aunque su objetivo confesado es combatir el neoliberalismo imperante. Hay un intento por superar los problemas irresueltos en las otras perspectivas (la vinculación micro-macro, los límites al crecimiento, la interculturalidad y la alteridad...), y en general, se rechaza todo lo que de relativismo podemos encontrar en ellas (cualquier relativismo según Doyal y Gough beneficia directa o indirectamente a las tesis neoliberales que cuestionan el Estado del Bienestar), y se refuerza toda la potencialidad liberadora que puedan presentar.
La idea que se tiene de las necesidades se vincula estrechamente con el Desarrollo Humano[70], por lo que las necesidades humanas tienen un carácter universal que es equivalente para todos los seres humanos. Ello no excluye la idea de que las necesidades se construyen socialmente. De una parte, la universalidad de las necesidades no implica la imposición etnocentrista de las culturas dominantes y espacios centrales sobre las otras culturas y las periferias. De otra, la construcción social de las necesidades no implica la no-existencia de iguales necesidades para todos. La explicación a esta presumible paradoja se expresa a través de la diferenciación que se hace entre las necesidades y los satisfactores de éstas, que son precisamente las formas y medios de satisfacer esas necesidades, que en definitiva son lo que varía de unos contextos históricos y culturales a otros.
Hay, en consecuencia, desde el eco-humanismo un empeño por buscar un concepto operativo de la necesidad, y de la satisfacción de la necesidad, que se debate entre los vericuetos de la heterogeneidad (social, espacial, cultural). Anteriormente vimos cómo todos los autores citados establecen una categoría de necesidades y satisfactores con potencialidad como para orientar la acción humana desde una estrategia dual (capaz de encontrar el equilibrio entre extremos). La resolución de las interacciones micro-macro viene orientada desde esa estrategia dual que se manifiesta en forma de propuesta: complementar de forma óptima lo macro con lo micro, las estructuras alfa con las estructuras beta, la centralización con la descentralización... una estrategia que algunos han denominado como gestión pluralista del Estado de Bienestar (Rodríguez Cabrero, 1991). Se propone una tercera vía entre el Estado y el Mercado, entre socialismo y capitalismo... un Tercer Sistema que desde la sociedad civil implique la máxima participación social y el máximo control democrático.
En otro orden de cosas, la perspectiva eco-humanista, desde la distinción entre las necesidades básicas universales objetivas (escasez) y los deseos de consumo relativos (los artículos de lujo no satisfacen las necesidades y no son generalizables), acepta en sus términos más genuinos la idea de sostenibilidad ecológica que viene a significar la confluencia de la solidaridad diacrónica (con las generaciones venideras) y sincrónica (con los excluidos de las periferias sociales). Se trata de limitar, y evaluar, social y ambientalmente las consecuencias del exceso de consumo, la redistribución adecuada de los recursos y el tándem pobreza-externalidades ambientales. La complementación de la idea de equidad con la idea de moderación nos lleva a la cuestión sobre los límites que implican el desarrollo de las formas de satisfacer las necesidades. Se propone, en definitiva, responder a la doble pregunta: ¿qué es universalizable en términos de consumo? ¿Qué es universalizable en términos de necesidades básicas?
En el apartado anterior hemos tenido la oportunidad de repasar los aspectos más fundamentales de las distintas perspectivas cuyo interés se ha centrado en la idea de las necesidades. A través de ellas hemos podido comprobar el sentido paradójico del concepto de necesidad, y la falta de acuerdo sobre su definición y naturaleza. Hemos entrado en un debate inacabado como ningún otro, y quizá por ello, tan dinámico como sugerente. Precisamente la contrariedad, la dialéctica, la dialógica del concepto viene a reflejar la potencialidad del mismo, que ya resulta imprescindible en cualquier campo analítico de las ciencias sociales.
Ese análisis nos permite recoger y relacionar aquellos aspectos y variables de las teorías de las necesidades que nos son útiles para abordar otras dimensiones de la complejidad en las cuales nos interesa adentrarnos. En este momento nuestra labor consistirá fundamentalmente en la construcción de las relaciones entre aquellos aspectos que nos sirven para conectar la idea de necesidades con la idea de Calidad de Vida.
Las necesidades son (tienen sentido), si se consideran universales
No podemos entender la reproducción de la especie humana y de sus formas societarias sin la existencia de aquellos mecanismos que posibilitan permanentemente la satisfacción de las necesidades humanas. Ahora bien, tenemos que establecer una diferencia entre necesidad (ausencia o carencia de algo imprescindible) y el hecho de satisfacerla (proceso a través del cual desaparece la ausencia o carencia). Un aspecto son las necesidades en sí, y otro, el cómo se satisfacen. La no distinción entre ambos aspectos da pie a equívocos sobre el concepto de necesidad que le llevan por los derroteros del relativismo cultural y de la confusión entre las necesidades y las preferencias. La ausencia o carencia de algo que constituya un tipo de daño o de perjuicio grave es igual para todos los seres humanos (Doyal Y Gough, 1994) sin distinciones de orden diacrónico (histórico) o de orden sincrónico (cultural). En ese sentido, las necesidades no se construyen socialmente según el contexto, más bien se satisfacen socialmente (de una forma o de otra, con unos medios u otros, según el uso y abuso de recursos...).
La relación entre las necesidades en sí y la satisfacción de las mismas viene marcada por una tensión dialéctica, forman una unidad siendo la una el reverso de la otra. Esa doble condición, contrariedad entre polos estrechamente interrelacionados, se debate permanentemente entre la carencia (necesidad en sí) y la potencia, o proyecto, como conceptualizara Sartre. «En el primer caso --en palabras de Agnes Heller (1980: 39)-- sólo tenemos la conciencia de la existencia de la necesidad, en el segundo se trata de la conciencia de las formas de satisfacción de las necesidades y de la actividad consciente dirigida a su satisfacción». La visión aislada de cada una de las vertientes por separado conlleva implicaciones equívocas sobre las necesidades, una segmentación ideológica y estratégica que se encuentra muy extendida. Si consideramos en primer lugar la necesidad exclusivamente como cualidad de la privación, nos inscribimos en el ámbito que la acepta como estado natural y cuya solución, exógena para los implicados, significa la institucionalización de la carencia. En esta lógica el papel del Estado sería determinante para la satisfacción de las necesidades. En esa cultura de la carencia, la satisfacción de las necesidades se hace inconsciente en la medida que el sujeto se encuentra separado de los procedimientos y es incapaz de identificar las necesidades. Las necesidades son algo técnicamente justificado y dado desde instancias ajenas al sujeto.
Por el contrario, si consideramos aisladamente la necesidad como posibilidad ilimitada (aspiración) se requiere de una intervención del aparato productivo que también es ajena a los individuos y se produce una mercantilización de las aspiraciones (deseos). El papel del mercado sería el determinante para la satisfacción de los deseos. Sin embargo, la desigual accesibilidad al consumo hace de la satisfacción de las aspiraciones una quimera. «La discriminación radical del sentido que consumir tiene en cada clase social se hace evidente en el marco de la reproducción ideológico-simbólica: las clases dominantes se presentan como el deseo ideal de consumo, pero debido a la innovación, diversificación y renovación permanente de las formas-objeto este modelo se hace constantemente inalcanzable para el resto de la sociedad; en el primer caso consumir es la afirmación, lógica, coherente, completa y positiva de la desigualdad, para todos los demás colectivos consumir es la aspiración, continuada e ilusoria de ganar puestos en una carrera para la apariencia de poder que nunca tendrá fin» (Alonso, 1986: 28). En esa cultura del consumo es concluyente la pérdida del sentido de los límites de las aspiraciones y de las vinculaciones de los sujetos con los sujetos, y de los sujetos con la naturaleza. «Se proclama la soberanía completa del ser humano entendido como individuo que no acepta lazos que limiten la búsqueda sin fronteras de su propia satisfacción (con la consiguiente entronización de la idea absoluta de propiedad individual). Y se rechaza la legitimidad de los límites que puedan imponerse a la acción humana» (Sempere, 1988: 46).
La síntesis, es decir, las necesidades entendidas simultáneamente (en un sentido sistémico) como carencias y como potencia, remiten a una dimensión de consciencia, de proyecto real de transformación. «Hay que recuperar esa dimensión --en expresión de Víctor Renes (1993a: 302)--, porque en esas necesidades está el ejercicio más pleno de lo humano. Y pasamos de ser un ser inerme y pasivo, a un ser activo, que puede construir, pues pueden surgir la actividad y la posibilidad. Y de ella podrá surgir, el protagonismo, la participación». La tensión entre la acción del Estado y la acción del Mercado, entre la necesidad en sí, y las formas y medios de satisfacerse, precisan de una complementación que abra vías a nuevas estructuras que permitan la acción consciente y responsable de los sujetos. El hecho de descubrir las necesidades, de gestionar los recursos y medios para satisfacerlas, por los propios sujetos y colectivos afectados, en un proceso de hacerse, es lo que se ha identificado por algunos teóricos como «la nueva organización de la comunidad» (Marchioni, 1985).
Ese es nuestro objeto de estudio en este trabajo y ese es nuestro afán por demostrar cómo las necesidades son objetivas cuando las objetivizan los propios sujetos a través de procesos de participación activa, y son subjetivizadas cuando quedan fuera de su control, cuando son normativizadas por élites políticas y administrativas separadas de los individuos y/o inducidas por los mecanismos del mercado.
Las necesidades humanas son objetivas, intemporales, invariables, identificables, dependientes unas de otras, limitadas y universales, todo ello en cuanto que su reconocimiento teórico y empírico puede ser libre de las preferencias individuales condicionadas por la sociedad de consumo. La condición subjetiva en la teoría de las necesidades viene marcada por la satisfacción de las mismas. Lo que varía, en términos perceptivos, diacrónicamente y sincrónicamente, son los medios por los cuales se satisfacen estas necesidades, sus satisfactores (Max-Neef et al., 1986).
Identificamos las necesidades humanas fundamentales con una combinación híbrida de las dos categorías de necesidades básicas desarrolladas por Doyal y Gough y las nueve necesidades humanas fundamentales establecidas por Max-Neef; las necesidades básicas y universales serían:
La optimización en el grado de satisfacción de las necesidades en ambos grupos, considerando la mayor intensidad posible de sinergias entre sus componentes (cada una de las necesidades obtendría un nivel de satisfacción óptimo con la concurrencia de las demás), nos llevaría a evitar, con el mínimo riesgo, privaciones que se consideren una limitación fundamental y prolongada de la participación social. A su vez, como proceso de ida y vuelta, la participación social es fundamental para evitar, con el mínimo riesgo, daños graves a las personas.
El acotamiento de las necesidades humanas y de los satisfactores, y las interacciones sinérgicas entre ambas dimensiones puede representarse con una matriz elaborada por Max-Neef y el grupo CEPAUR que le confiere un alto grado de operatividad (Cuadro 3).
Fuente: Max-Neef Y Cepaur (1986: 42)
Necesidades según categorías saxiológicas | Necesidades según categorías existenciales | |||
SER | TENER | HACER | RELACIONES | |
SUBSISTENCIA | 1-Salud física, salud mental, equilibrio, sentido del humor, adaptabilidad | 2-Alimentos, cobijo, trabajo | 3-Alimentarse, procrear, descansar, trabajar | 4-Entorno vital, marco social |
PROTECCIÓN | 5-Asistencia, adaptabilidad, autonomía, equilibrio, solidaridad | 6-Sistemas de seguros, ahorros, seguridad social, sistemas sanitarios, derechos, familia, trabajo | 7- Cooperar, prevenir, planificar, ocuparse de curar, ayudar | 8- Espacio vital, entorno social, vivienda |
AFECTO | 9-Autoestima, decisión, generosidad, receptividad, pasión, sensualidad, sentido del humor, tolerancia, solidaridad, respeto | 10-Amistades, relaciones familiares, relaciones con la naturaleza | 11-Hacer el amor, acariciar, expresar emociones, compartir, ocuparse de cultivar, apreciar | 12- Vida privada, intimidad, hogar, espacios de unión entre personas. |
COMPRENSIÓN | 13-Conciencia crítica, receptividad, curiosidad, asombro, disciplina, intuición, racionalidad | 14-Literatura, maestros, método, políticas educativas, políticas de comunicación | 15- Investigar, estudiar, experimentar, educar, analizar, meditar | 16- Marcos de interacción formativa, escuelas, universidades, grupos, comunidades, familia |
PARTICIPACIÓN | 17-Adaptabilidad, receptividad, solidaridad, disposición, decisión, dedicación, respecto, pasión, sentido del humor | 18- Derechos,responsabilidades deberes, privilegios, trabajo | 19- Afiliarse, cooperar, proponer, compartir, disentir, obedecer, relacionarse, estar de acuerdo, expresar opiniones | 20- Marcos de relaciones participativas, partidos, asociaciones, iglesias, comunidades, barrios, familia |
CREACIÓN | 21- Pasión, decisión, intuición, imaginación, audacia, racionalidad, inventiva, autonomía, curiosidad | 22- Habilidades, oficios, método, trabajo | 23- Trabajar, inventar, construir, diseñar, componer, interpretar | 24- Marcos productivos y de reaprovechamiento de información, seminarios, grupos culturales, espacios para la expresión, libertad temporal |
RECREO | 25- Curiosidad, sentido del humor, receptividad, imaginación, temeridad, tranquilidad, sensualidad | 26- Juegos, espectáculos, clubes, fiestas, paz mental | 27- Divagar, abstraerse, soñar, añorar, fantasear, evocar, relajarse, divertirse, jugar | 28- Privacidad, intimidad, espacios de encuentro, tiempo libre, ambientes, paisajes |
IDENTIDAD | 29- Sentimiento de pertenencia, consistencia, diferenciación, autoestima, afirmación | 30- Símbolos, lenguaje, religión, hábitos, costumbres, grupos de referencia, sexualidad, valores, hormas, memoria histórica, trabajo | 31- Comprometerse, integrarse, enfrentarse, decidir, conocerse a uno mismo, reconocerse a uno mismo, realizarse, crecer | 32- Ritmos sociales, marcos de la vida diaria, ámbitos de pertenencia, etapas de madurez |
LIBERTAD | 33- Autonomía, autoestima, decisión, pasión, afirmación, amplitud de miras, audacia, rebeldía, tolerancia | 34- Igualdad de derechos | 35- Discrepar, elegir, ser diferente de, asumir riesgos, desarrollar consciencia, comprometerse, desobedecer | 36- Plasticidad espacio-temporal |
Los satisfactores: como límite, o como potencia
La oscuridad que envuelve el análisis de las necesidades humanas acaece por la deficiencia en la diferenciación básica entre lo que son propiamente necesidades y lo que son satisfactores de esas necesidades. Siguiendo a Max-Neef, es indispensable establecer una distinción entre ambos conceptos. Mientras que la necesidad viene determinada por nuestra propia esencia, es decir, son atributos esenciales que evolucionan al ritmo de la evolución de la propia especie, los satisfactores son la forma de hacerse presente la necesidad diacrónicamente, y evoluciona al ritmo de la evolución cultural. Los satisfactores se refieren a todo aquello que, por representar formas de ser, tener, hacer y estar, contribuyen a la satisfacción de las necesidades básicas. Se refiere a un conjunto de elementos instrumentales materiales y no materiales: a todos los objetos, actividades, relaciones, estructuras, prácticas, normas, soportes... que median en la satisfacción de nuestras necesidades y, por tanto, no se refieren exclusivamente a los bienes económicos materiales. Así pues, podemos dividir a los satisfactores en:
Los satisfactores se inscriben en contextos históricos y culturales que les confieren un gradiente de relativismo según las condiciones específicas creadas. Hay algunos de esos elementos instrumentales que se encuentran vinculados universalmente a la prevención de daños graves, mientras que otros no lo están (Doyal y Gough, 1994). Por ello, la coherencia de la distinción entre necesidades y deseos. Cuando hablamos de satisfactores de actualización y apoyo a las necesidades universales, como necesidades intermedias que dirían Doyal y Gough, hablamos de potencia. Cuando hablamos de los satisfactores como medios que se convierten en fines en sí mismos (sistema de consumo) habría que introducir el concepto de límite. Los deseos son a la vez ilimitados y limitadores (subjetivización de lo objetivo). Las necesidades son a la vez limitadas y de potencia continuada (objetivización de lo subjetivo).
El que un satisfactor pueda tener efectos contrarios, de limitación o de potenciación, depende no sólo del propio contexto, sino también en buena parte de los bienes que el sistema crea, de cómo los produce y de cómo organiza el consumo de los mismos. Los satisfactores como potencia, o si se prefiere como proyecto humano, deben ser susceptibles de aplicación en cualquier contexto cultural de tal forma que desarrollen las cualidades de los bienes y estructuras tendentes a satisfacer la salud física y la autonomía en todas las culturas. Los satisfactores como proceso de potencia tienen objetivos focales (Doyal y Gough, 1994) que al mismo tiempo sirven de medio hacia otros muchos fines diversos, es decir, son sinérgicos en el sentido de que la potencia emerge en función de la interacción de distintos satisfactores.
Por el contrario, se pueden desarrollar satisfactores que en vez de potenciar la satisfacción de las necesidades humanas, las desvirtúan, al desplegar las necesidades que el propio sistema productivo tiene para reproducirse. Cuando la forma de producción y consumo de bienes conduce a erigir los bienes en fines en sí mismos, entonces se abona el terreno para la confirmación de una sociedad alienada que se embarca en una carrera productivista sin sentido humano. La vida se pone al servicio del aparato productivo en vez de establecer un modelo de desarrollo al servicio de la vida.
Los satisfactores limitativos son exógenos, inhibidores, aniquiladores (Max-Neef, 1986) y compensatorios[74], en la medida en que determinan una limitación de las necesidades humanas globalmente, tanto en un sentido diacrónico, como sincrónico. Joaquín Sempere (1988: 47-53) establece tres límites del sistema de necesidades que apuntan a la quiebra del mismo:
«De la existencia de estos límites --señala Sempere (1988: 51)-- puede resultar un cambio en el sistema de necesidades, única garantía de supervivencia civilizada de la especie humana; pero sólo a condición de que la intervención consciente de los protagonistas enderece las cosas». De aquí surge el interrogante, pero ¿cómo procurar que la cosmología social occidental --que denominaba Galtung-- rectifique unas estrategias que encaminadas a un desarrollo ilimitado, se basan en la creación de satisfactores limitativos de las necesidades? Tres principios se pueden contraponer a los tres limites del «sistema de necesidades dominante»: Equidad-solidaridad, Sostenibilidad-moderación y Participación social-cooperación.
Desde el principio de equidad se trata de crear «las condiciones objetivas para que los hombres puedan preferir, saber y ser en vez de poseer» (Barho, 1979: 325). Se plantea una dimensión ética de las necesidades básicas que considerándolas legítimas para todos los humanos (universales) las hace extensibles a todos ellos. El reconocimiento de las necesidades de otras existencias humanas (alteridad) remite a una solidaridad sincrónica.
En segundo lugar, el principio de sostenibilidad introduce una nueva dimensión de la ética. La ética ecológica remite a una moderación en el consumo de los recursos naturales y una nueva gestión que no quiebre la armonía con los mismos, de tal manera que no se produzcan daños irreparables en los ecosistemas, o lo que es equivalente, que no se produzca una pérdida de la calidad de vida de cualquier ciudadano en cualquier parte del planeta, en el presente y en el futuro. Los recursos naturales entendidos como un patrimonio colectivo a nivel planetario implican una solidaridad diacrónica.
El tercer principio de participación social, considerando también que tiene su equivalencia en una óptima democratización y descentralización política, remite a cómo los deberes implican derechos sólo en base a la existencia de unos valores éticos que desde la legitimidad de la autonomía individual y colectiva deben permitir la autonomía y la praxis política de los demás, y deben poseer la facultad emocional de actuar en consecuencia (Doyal y Gough, 1994). Se confiere al individuo el papel de portador de responsabilidades en un contexto que implica una solidaridad orgánica.
Se trataría, como es obvio, de una profunda transformación que signifique el abandono del carácter limitativo de los satisfactores para pasar a desarrollar su carácter sinérgico, es decir, entendiendo a éstos como potencia y posibilidad. Ese cambio radical es en esencia un cambio de valores éticos a los que se puede acceder a través de múltiples condiciones que podemos agrupar en torno a tres conceptos clave: conocimiento, consciencia y libertad de acción (autonomía). Cada uno de esos conceptos nos hace posible el reconocimiento del resto, es decir, no es concebible la experiencia cognitiva sin libertad de acción, no es concebible la libertad sin el devenir consciente, no es concebible el devenir consciente sin una experiencia cognitiva. Sólo a través del conocimiento, la consciencia, y la libertad se accede al reconocimiento de la necesidad, o lo que es lo mismo, sólo a través de la experiencia en la satisfacción de las necesidades se pueden reconocer éstas.
El contenido ético de los satisfactores de los que hablamos sería el de ser contraposición activa al concepto dominante de necesidades. La aceptación de la responsabilidad social, en términos plenos de derechos y de deberes, nos lleva a una idea de satisfacción óptima de las necesidades que va más allá de los propios postulados del Estado del Bienestar.
La participación social como expresión de la optimización de las necesidades
Si recordamos desde los postulados desarrollados por Agnes Heller se defendía que sólo podemos considerar como necesidades aquéllas de las cuales somos conscientes, y ese devenir de la consciencia es el factor que nos lleva a lo que Heller denomina como necesidades radicales. La aportación de Agnes Heller nos resulta de gran utilidad, si bien las necesidades radicales no serán otra cosa para nosotros que la optimización de las necesidades básicas. Las necesidades son y están, se satisfacen o no, de una forma o de otra, independientemente del nivel de consciencia que los sujetos tienen sobre ellas y los procesos en los que se genera la satisfacción o no de unas necesidades que ya hemos considerado como universales.
La experiencia vivida produce efectos multiplicadores o reductores en la satisfacción de las necesidades, según los casos. La ausencia de experiencia y la imposibilidad en consecuencia de construir representaciones a través de la praxis condiciona el nivel de consciencia sobre las necesidades. El «silencio de las necesidades» (Pinçon, 1978) como estado en el que los sujetos «no resienten las necesidades» por motivos de carencia de referencias, de falta de autoestima, de opresión, marginación o exclusión..., no son óbice de la inexistencia de las mismas. Más bien, es el escaso nivel de consciencia la expresión de condiciones no favorables para la satisfacción de unas necesidades que están presentes.
El acceso a mayores niveles de consciencia social viene de la experiencia y el aprendizaje obtenido a través de ésta. El grado de comprensión de uno mismo depende del entendimiento que posea de los conocimientos y normas de la cultura en el que se inscribe el sujeto y por tanto se realiza en base a la interacción con los otros sujetos y sus propias experiencias durante períodos sostenidos. El aprendizaje individual sobre los procesos sociales juega un doble papel: de una parte puede facilitar el conocimiento lingüístico y las pautas de comportamiento social de su propia realidad, de otra puede obtener los recursos conceptuales suficientes para examinarla y poder establecer referencias y comparaciones respecto de otras realidades y posibilidades sociales diferentes. Pero ese proceso es social en la medida que ha de aprenderse de los demás y verse reforzado nuestro aprendizaje por ellos. Ese es ya un proceso tendente a la optimización de las necesidades básicas en el que la autonomía va ganando espacio de crítica y con ello se tiende a optimizar también, sinérgicamente, la salud física. Comprensión y capacidad psicológica serían las aptitudes que las enmarcan, pero también son necesarias las oportunidades para la praxis. Más allá de la autonomía que consiste en poseer la capacidad de elegir opciones, está el adecuado grado de autonomía que nos permita actuar en consecuencia con nuestros niveles de comprensión, en definitiva: de formular, practicar y utilizar los instrumentos precisos para desarrollar proyectos con estrategias y objetivos propios.
Hay tres variables clave, o tres momentos, que señalan los niveles de autonomía y que en conjunto nos permiten determinar la optimización de ésta:
Siguiendo con las confirmaciones de Doyal Y Gough (1994), para que la autonomía individual alcanzara una optimización, o lo que es lo mismo obtuviera una capacidad crítica, deben estar presentes dos tipos distintos de libertad: la libertad de acción y la libertad política. Gutmann (1980) (citado por Doyal y Gough, 1994: 182) configura cuatro argumentos clásicos para la optimización y equiparación de oportunidades participativas en el proceso político: protegerse a sí mismo y al propio grupo contra la tiranía de otros, para lograr una mejora política mediante la implicación en el proceso de toma de decisiones de todos aquellos a quienes afecten éstas, para estimular el desarrollo de la persona y su capacidad de juicio político y para garantizar una dignidad equitativa a todos los ciudadanos. La fuerza de todas estas razones tomadas en conjunto motivan la adición de un cuarto principio que coincide con la idea de necesidades radicales definida por Agnes Heller como deseo consciente de una distribución social del poder: «dispersar el poder político en el grado máximo consistente con su principio de justicia distributiva» (Gutmann, 1980: 178-181, 197-203).
La emergencia de iniciativas de base, en los últimos tres lustros, como proyectos conscientes y con voluntad de dar una respuesta activa a la satisfacción de sus propias necesidades precisan, para tener legitimidad y potencia en vigor, de una división social del poder y sus instituciones, en definitiva una distribución social del poder o desarrollo de necesidades radicales. De aquí apremian otras orientaciones políticas que fueran dirigidas hacia una descentralización política en distintos niveles, desde los gobiernos centrales hacia los gobiernos regionales, de éstos hacia los gobiernos locales y de éstos a su vez a las expresiones, iniciativas y proyectos de la ciudadanía, de tal forma que se aprovechen óptimamente y sean capaces de complementar los recursos exógenos y los recursos endógenos (conocimientos y energías de las realidades cotidianas) contribuyendo así a la creación de satisfactores adecuados a las necesidades.
Para ello se necesita de la concurrencia de otro tipo de Estado al que conocemos. El Estado alternativo habría de ser un estado sensible a una máxima descentralización y a una profunda cultura democrática hasta llegar al limite de cuestionar su propia pervivencia como estructura de poder, un «Estado social solidario» (Alonso, 1991). «La alternativa al Estado providencia no es, en principio de orden institucional, es principalmente social. Se trata de hacer existir una sociedad civil más densa y de desarrollar espacios de cambio y de solidaridad que puedan ser encajados en su seno y no exteriorizados y proyectados hacia los dos únicos polos del mercado o del Estado» (Rosanvallon, 1985: 115). Se confiere al Estado un papel de descubridor, promotor, articulador y reforzador de iniciativas sociales participativas, más que de inhibidor o controlador de las mismas.
La optimización de las necesidades sólo predominará cuando el estado se vea limitado a actuar de forma que persiga los objetivos relacionados con la necesidad. Estos objetivos sólo se alcanzarán con una continuada movilización social de los ciudadanos. «Sin una movilización de la ciudadanía y la acción del estado, cualquier intento de mejora de la satisfacción de las necesidades de la mayoría de las personas se topará con la hostilidad de los intereses patronales que defienden objetivos sectoriales» (Doyal y Gough, 1994: 355). «En resumidas cuentas --siguiendo las manifestaciones de Doyal y Gough--, lo que requiere la optimización de la satisfacción de necesidades es una estrategia dual que incorpore tanto la generalidad del estado como la particularidad de la sociedad civil» (Doyal y Gough, 1994: 361).
La complementación o articulación equilibrada entre Estado y Sociedad Civil presenta una estrategia dual en una triple vertiente:
En definitiva, la participación social plena sólo es posible a una escala reducida donde los sujetos pueden constituir y controlar las interacciones sociales (las redes sociales), donde los ciudadanos pueden formar parte de pleno derecho de estructuras organizativas (instituciones y asociaciones), donde los individuos pueden reconocer fácilmente el espacio y gestionar los recursos propios, donde se puede llegar a una disposición del uso y reparto del tiempo...
Composición final: Recapitulación de eslabones transitivos
En resumen, interesa retener, desde las nuevas teorías del desarrollo y desde la teoría de las necesidades, algunos aspectos que aparecen como básicos para la maduración del presente trabajo, pero que también nos permiten introducirnos en otras dimensiones en la escala de proposiciones complejas que pretendemos, y de forma específica nos da paso al concepto de Calidad de Vida.
La corresponsabilidad (autorresponsabilidad respecto de uno mismo, del resto de los sujetos, y de las generaciones futuras) se encuentra conformado por cuatro aspectos básicos:
Ese modelo de corresponsabilidad reposa, en primer lugar, sobre sus propias fuerzas, es decir sobre los recursos locales, físicos e intelectuales que sean capaces de desarrollar y gestionar por ellos mismos. Si bien, eso sólo es posible con procesos que se encaminen a una descentralización de las estructuras socio-políticas (profundización en los valores democráticos) y a una desconcentración de las estructuras socio-económicas (extensión de la igualdad social y la equidad redistributiva). Ambos aspectos de moralidad y equidad sólo pueden mantenerse de modo estable sobre un consenso social que se inscribe como una relación convergente entre el Estado y la Sociedad Civil (sensibilidad del Estado frente a modelos participativos entendidos como la implicación en los procesos de toma de decisiones de todos aquellos a quienes afecten éstas), y de las macro-organizaciones con las micro-organizaciones, que asignen la pérdida de competencias de aquéllas, en favor de las redes de pequeñas organizaciones, hasta el límite de la compatibilidad entre ambas.
Como conclusión de esto que podemos considerar eslabones transitivos desarrollados, nos interesa retener cómo es desde la optimización de las necesidades --como procesos que conllevan el conocimiento, la consciencia y la libertad de acción-- que se está en condiciones de visualizar formas operativas de las necesidades radicales, lo que nos sitúa en una perspectiva de movimiento. Los movimientos sociales y las corrientes de pensamiento crítico adoptan un sentido positivo de creación cultural renovada, cuestionando el sistema cultural y social, y sugiriendo formas de intervención directa, que a veces desarrollan con éxito. El nivel de conocimiento y de conciencia, y las formas que adopta la acción de estas iniciativas lleva implícito --desde la ética de la satisfacción de las necesidades humanas a nivel universal, desde la ética de la relación con la naturaleza y desde la ética de la responsabilidad social-- una superación del concepto de bienestar; quizá habría que adoptar, como haremos en el siguiente apartado, términos más cualitativos como el de Calidad de Vida.
[65]: Un buen resumen de la Teoría
e las Necesidades de Abraham Maslow
puede consultarse en Setién M.L. (1993): Indicadores Sociales de Calidad
de Vida: Un sistema de medición aplicado al País Vasco.
[66]: Al respecto
Max-Neef et al. (1986: 42) elabora una matriz que manifiesta una prolija
y extensa lista de satisfactores, y que
reproducimos en el Cuadro 3.
[67]: Mair
hace referencia a la teoría funcionalista de Malinowski (1970) sobre
instituciones y necesidades.
[68]: «El término posmoderno esta ligado al hecho de que la sociedad en
que vivimos es una sociedad de la comunicación generalizada, la sociedad de
los medios de comunicación» (Vattimo, 1994: 9). Fascinado por el desorden
mediático y la enorme inflación de objetos, el posmodernismo extrae ideas
de una vasta gama de pensamientos, ideologías y disciplinas que en términos
generales suponen una renuncia a cualquier tipo de compromiso, a cualquier
nivel ideológico o político, y una apuesta, a la vez, por el relativismo y
el pluralismo.
[69]: El posmarxismo desarrolla ideas en el ámbito del posmodernismo a
la vez que las conjuga con ideas prestadas de pensadores marxistas.
[70]: Ver al respecto el apartado sobre las Nuevas Teorías del
Desarrollo (Apartado 3.3) desarrollado anteriormente en este mismo trabajo.
[71]: La OMS (Organización Mundial de la
Salud) concibe la salud física
en un sentido amplio como «estado de total bienestar, físico, mental y
social». Doyal y Gough (1994: 220), consideran la salud física como reducción al mínimo
de la discapacitación, la enfermedad y la muerte prematura.
[72]: Doyal y Gough (1994: 220) conciben la Autonomía como reducción al mínimo de
los desordenes mentales, la privación de conocimientos y la limitación de
facultades.
[73]: La necesidad de identidad se incluye en ambas categorías ya que su
potencialidad tiene implicaciones tanto desde la salud física (por ejemplo
en satisfactores como la autoestima, sexualidad o ritmos
sociales...), como
desde la autonomía (por ejemplo, en satisfactores respecto a la
diferenciación, afirmación, grupos de referencia...).
[74]: Adorno ha llamado
satisfacciones compensatorias a aquellas que
proclaman una existencia llena de elementos de frustración (Adorno, T.W.;
Horkheimer M., 1979).
[75]: Las teorías de la dependencia comienzan a desarrollarse a finales
de la década de los 60 en el ámbito de la CEPAL (Comisión Económica para América
Latina) de la mano de Raúl Prebisch que inicia un análisis
sistémico del comercio internacional, basado en las relaciones de asimetría
entre los países del centro y los países de la periferia. Posteriormente
los escaso éxitos de la CEPAL dieron análisis matizados y más extremos
(ponen el acento, o al menos parten de la idea de que el desarrollo en los
países de centro se sostiene gracias al mantenimiento del subdesarrollo en
los países periféricos), como los que puedan representar autores como
Cardoso y Faletto (1969), Samir Amin (1974),
Gunder Frank (1971), Sunkel (1986).
[76]: Entendemos por pobreza aquellas
situaciones (condiciones de vida)
referidas a personas y colectivos cuyos recursos son tan limitados que les
imposibilitan un acceso a la satisfacción de las necesidades básicas. La
carencia expresada como nivel pésimo.
Documentos > http://habitat.aq.upm.es/cvpu/acvpu_6.html |