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Calidad de Vida y Praxis Urbana
Julio Alguacil Gómez| Madrid (España), julio de 1998.
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3. La teoría del desarrollo

Introducción

Desde este trabajo se pretende demostrar la potencialidad que el concepto de Calidad de Vida tiene desde una perspectiva sistémica, más específicamente desde lo que se ha venido a denominar como «paradigma de la complejidad». Igualmente, también, se tiene la misma pretensión con los conceptos de Tercer Sector, Redes Sociales y Economía Social, pero estos últimos los desarrollaremos en capítulos posteriores y vendrían a completar, junto a la Calidad de Vida, la base epistemológica del presente trabajo.

Para aproximarnos a la complejidad necesitamos establecer unas bases conceptuales (epistemológicas) previas que nos permiten un acercamiento a través de etapas sucesivas. Esas etapas son teorías y enfoques resumidos en conceptos clave como pueden ser: el de Desarrollo, el de Sostenibilidad y el de Necesidades Humanas. Si bien, antes que nada cabe advertir cómo la definición de esos conceptos y de sus desenvolvimientos teóricos presentan una primera dificultad: habitualmente han sido utilizados, cada uno de ellos, de forma polisémica y en ocasiones, también, como sinónimos del propio concepto de Calidad de Vida.

El carácter multiuso, muchas veces de abuso y sobre todo de ambigüedad semántica de esos conceptos han llevado a reforzar cierto relativismo cultural en la mayoría de los enfoques teóricos, que en todo caso en nada ha favorecido el desarrollo de la fuerza operativa que tienen esos mismos conceptos. La multiplicidad de significados amparados bajo el mismo término (en nuestro caso nos interesan los términos como: Desarrollo, Necesidades y más recientemente en todo su apogeo el de Sostenibilidad) no sólo son resultado de la lógica evolución del pensamiento y su natural asunción por parte del lenguaje común, sino que también han marcado grandes diferencias entre las distintas construcciones teóricas, que dando sentidos determinados a los conceptos, justifican o interpretan la realidad social de forma diferenciada, a veces interesada y muchas otras de forma contradictoria en sí misma.

La simplicidad analítica que conlleva la fragmentación y segmentación del pensamiento se proyecta en la ambigüedad. Ambas, ambigüedad y simplicidad, van necesariamente acompañadas construyendo así la paradoja del pensamiento que se ha venido en denominar como único. La segmentación de la vida, en el tiempo, en los espacios y en los conocimientos, nos conduce a la distinción entre lo complicado y lo complejo. Lo complicado es confuso y difuso, ambiguo en una palabra, y produce una pérdida de las mínimas referencias y una desorientación en la praxis humana. Lo complicado precisa de una disposición continua, técnica y ejecutiva que es ajena al sujeto social, la acción humana queda en manos de especialistas y de elites que dominan las partes desde una perspectiva de conjunto, y al hacerlo lo totalizan. Mientras, desde la perspectiva de la complejidad se intenta descubrir la interacción entre los conceptos y los procesos dialécticos y dialógicos entre los fenómenos, en contra de lo que es una conceptualización indefinida y confusa, por indeterminación, por ambigüedad, por imprecisión, por indiferenciación. Lo complicado implica la incertidumbre vital, lo complejo implica la posibilidad del control del cambio y, por tanto, la seguridad vital.

Lo dialógico, y también lo ambiguo, viene marcado por el grado y la estructura de la interacción entre lo subjetivo y lo objetivo[34], por la relación entre el objeto y el sujeto. Así, si la relación entre los conceptos de sujeto y objeto se funden, suplantan uno a otro, hablaremos de ambigüedad, de lo complicado, mientras que si se descubren y desarrollan sus relaciones sinérgicas manteniendo cada concepto su esencia podremos establecer un proceso dialógico y de lo complejo. El sujeto objetivado, es el sujeto clasificado, cuantificado, encajonado, desintegrado. Separado del contexto social el sujeto deviene en impreciso e impersonal, en indiferenciado e indiferente. El objeto subjetivizado, es el objeto signo (Baudrillard, 1976) que pierde parte de su carácter de uso, mercantil y simbólico; y con ello enfatiza la separación del objeto económico y simbólico del sujeto social.

Los modelos, los enfoques, las disciplinas dominantes valorizan lo objetivo frente a lo subjetivo. Acomodan la conceptualización a su propia lógica utilizando el sentido de los significados en direcciones determinadas que restan esencia a los conceptos a la vez que desactivan las perspectivas de cambio y fragmentan la acción de la respuesta reflexiva. La forma diferenciada y separada de integrar los significados de los conceptos hace perder cualquier carácter transformador de la semiótica.

Los significados de esos conceptos siempre controvertidos presentan un sentido que es ambivalente bajo esa misma conceptualización. El sentido etimológico deja paso a un sentido lógico unidireccional dando lugar a una sinonimia conceptual (diferentes significantes comparten los mismos significados) en la que se suele disimular la cualidad de lo subjetivo y se deja a un lado su capacidad operativa. Así el sujeto se asimilará al objeto, el desarrollo será sinónimo de crecimiento, los deseos y aspiraciones serán consideradas como necesidades, la sostenibilidad[35] de los ecosistemas (y por tanto de los sistemas) precisará de un acompañamiento de adjetivos para poder distinguir entres sus diferentes contenidos (Norton, 1992). Se hace indispensable distinguir entre aquellos conceptos que obtienen un mayor significado desde el punto de vista del Sujeto, de aquellos otros que obtienen un mayor significado en relación al Objeto (como podemos observar en el Cuadro 1).


Cuadro 1: Sinónimos-antónimos (relativos)
SUJETOOBJETO
DesarrolloCrecimiento
NecesidadesDeseos
Sostenibilidad fuerteSostenibilidad débil
CALIDAD DE VIDABIENESTAR


Desde esa perspectiva de la complejidad se hace imperativa la recuperación de las cualidades de estos conceptos que poseen, a la vez, cierta carga de subjetividad y de potencialidad en la operatividad. Aspectos que, lejos de lo que pudiera parecer a simple vista, de ningún modo van reñidos. Precisamente su articulación viene reconocida a través de la dialógica recurrente entre sujeto y objeto. Es decir, se pretende en primer lugar restablecer la autonomía semiótica de los conceptos para poner de relieve, no sólo cómo los procesos sociolinguísticos que han supuesto la sustitución-devaluación de significados y la predominancia de otros significados han ido aparejados a los procesos sociales y los modelos dominantes que éstos sustentan, sino también para restablecer una terminología que es imprescindible para el desarrollo del presente trabajo.

Recuperar el significado del concepto desarrollo

La pérdida de nitidez del concepto de desarrollo debido a su sobre uso de manera contradictoria, lo ha devaluado y lo ha desvirtuado hasta el punto de que el intento de clarificación intelectual sobre su significado ha llevado a la creación de nuevos conceptos adjetivados que, aunque brevemente, merecen una reflexión por su ayuda clarificadora. Esos nuevos términos, o bien son alternativos al antónimo del término desarrollo o bien se ha optado por abandonar su potencialidad en el contenido, construyendo, en este caso, expresiones alternativas al sinónimo de desarrollo. En el primer sentido apuntado, como contraposición al término desarrollo, se utiliza más comúnmente el vocablo desarrollismo[36], también se ha generalizado el vocablo acuñado desde el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), maldesarrollo[37], que incorpora plenamente los aspectos relativos y las limitaciones impuestas por el medio ambiente. En la segunda dirección, como sustitutivo del propio término de desarrollo ya desechado dada su asimilación por la racionalidad económica imperante, y por tanto desde un posicionamiento más radical, puede reseñarse la expresión contradesarrollo[38]. Otro vocablo que además de poner el énfasis en los límites que la naturaleza impone al modelo de desarrollo dominante, se utiliza como sustitutivo del término desarrollo es el concepto de ecodesarrollo[39]. Más recientemente ha resurgido la polémica en torno a la palabra desarrollo ligada a algún adjetivo, y siempre en la medida que estos nuevos conceptos han ido siendo apropiados desde una lógica estrictamente económica. Ello ha sucedido con el concepto de desarrollo local y desarrollo endógeno, pero quizás el más emblemático de todos ellos ha sido el de «desarrollo sostenible», término que para aquéllos que se resisten a buscar un vocablo alternativo como Daly (1990) advertirán que el desarrollo sostenible sólo puede entenderse como «desarrollo sin crecimiento». Mientras los que han optado, desde la ecología política, por buscar un concepto sustituto prefieren denominarlo como «desarrollo sustentable» o «desarrollo ecológicamente fundamentado»[40].

Si bien, el término desarrollo es un concepto básico para esta investigación, es un concepto nodriza que sustenta la construcción teórica en aras de descubrir su potencialidad operativa desde una óptica sistémica o de pensamiento complejo. El diccionario nos da una primera pista del significado del término desarrollo y de sus diferencias con un concepto como el de crecimiento cuyo uso presenta una holgada flexibilidad que puede expresarse desde una condición de sinónimo, hasta desde una condición de antónimo del término que nos ocupa. El diccionario de María Moliner define desarrollo como «acción de desarrollarse». «Conjunto de estados sucesivos por que pasa un organismo, una acción, un fenómeno o una cosa cualquiera». Desarrollarse: «Aumentar en tamaño, importancia o grado de desenvolvimiento un organismo natural o social; Como una planta, una cultura o un pueblo». Mientras, crecimiento es definido como «la cantidad que ha crecido una cosa». «Acción y efecto de crecer» (Moliner, 1991). Una primera lectura comparativa de esas definiciones nos llevaría a considerar cómo el concepto desarrollo hace referencia a los organismos (por definición vivos, dinámicos, con partes en relación), por el contrario el concepto crecimiento se refiere a las cosas y cantidades (por definición estáticas, separadas, fragmentadas, autoaisladas). Dice Antonio Elizalde director del CEPAUR (Centro de Alternativas de Desarrollo) (Santiago de Chile) que «el desarrollo se refiere a las personas y no a los objetos. Este es el postulado básico del Desarrollo a Escala Humana» (Max-Neef et al., 1986: 25). A este respecto resulta clarificante la diferencia que entre ambos conceptos establece Daly (1993:27) para el que «crecer significa aumentar naturalmente de tamaño, al añadirse nuevos materiales por asimilación o crecimiento. Desarrollar es ampliar o realizar las potencialidades de algo; llevar gradualmente a un estado más completo, mayor o mejor. En resumen, el crecimiento es un incremento cuantitativo en la escala física, en tanto que el desarrollo es una mejora o despliegue cualitativo de las potencialidades. Una economía puede crecer sin desarrollo, o desarrollarse sin crecimiento, o tener ambas cosas o ninguna de ellas (...) La experiencia demuestra que puede darse, durante largos períodos de tiempo, un desarrollo cualitativo de sistemas sin crecimiento».

El desarrollo puede ser relativo, en un sentido psico-social, tanto a la persona individual como al sujeto colectivo, mientras que el concepto crecimiento establece una operatividad técnica a los objetos. Desde la perspectiva del desarrollo se está en disposición de objetivar la cualidad (objetivación de lo subjetivo, valorización de lo subjetivo, dar transcendencia al sujeto). Desde la perspectiva del crecimiento se está en disposición de objetivizar la cantidad (subjetivación de lo objetivo, valorización de lo objetivo, dar valor al objeto). Lo cuantitativo pone en relación los objetos, pero esa relación tiene límites. Lo cualitativo pone en relación a los sujetos y esa relación no tiene límites. Surgen dos grandes problemas: el primero se refiere a conocer y controlar el límite de las cosas. Y el segundo, que es el que enfatiza que los conceptos desarrollo y crecimiento contextualmente sean irreconciliables, se refiere a cuando se objetiviza al sujeto, o se considera al sujeto como objeto (se fragmenta, se aísla, se separa tanto de sí como del objeto).

Precisamente la consumación de esos dos grandes problemas, o lo que viene a ser lo mismo, la dominación de la lógica del crecimiento sobre una lógica del desarrollo es lo que conduce a adoptar un carácter contra-hegemónico a éste último. Desde esta perspectiva se construye lo que podríamos denominar como Nuevas Teorías del Desarrollo.

Las Nuevas Teorías del Desarrollo

Las Nuevas Teorías del Desarrollo se construyen como una respuesta y alternativa a los postulados y teorías del crecimiento. Las teorías sobre el desarrollo, como enfoque independiente de la economía aparecen en el inicio de la década de los años 50. Surgen inicialmente en el contexto del evidente distanciamiento entre los países del primer mundo y los países del tercer mundo y con la pretensión de atenuar esas diferencias. La cronología de ese nuevo movimiento intelectual podríamos dividirlo en dos períodos. La primera época correspondiente con un crecimiento económico y modernización propia de los años cincuenta y sesenta que dejaba al descubierto la desigualdad entre los países del centro y los países de la periferia. Una segunda época, ya en la década de los 70, refuerza una corriente del pensamiento proclive a un «crecimiento con equidad» (Eiccher Y Staatz, 1991) donde se aboga por definir el desarrollo no sólo en base a variables de corte económico, y sobre todo bajo la influencia de la Teoría General de Sistemas y la divulgación del concepto de Ecosistema, asientan las bases para una nueva teoría del desarrollo. Un sin fin de autores, desde diferentes disciplinas, y entre los que podríamos citar a: J. Schumpeter (1957); E.S. Mishan (1971); D.L. Meadows (1972); Goldsmith (1972); Galtung (1977); M. Nerfin (1978); Sampedro (1982), etc. han contribuido, aunque con enfoques matizados, a la creación de una teoría alternativa del desarrollo que se construye como una respuesta divergente a los postulados y teorías del crecimiento económico.

En todo caso, el sentido que damos aquí al concepto de desarrollo excluye todas aquellas teorías que se denominaran del crecimiento o del desarrollo, pero que se fundamentan en los enfoques provenientes de la economía ortodoxa (neoclásicos, mecanicistas, keynesianos, neoliberalismo...), y también del marxismo más o menos ortodoxo, que no contemplan en toda su dimensión las necesidades humanas y los límites del ecosistema.

La nueva teoría del desarrollo que se podría denominar de corte radical humanista ecologista, podemos ubicarla de forma más explícita en la Declaración de Cocoyoc, que entiende el desarrollo en el sentido de desarrollo de los seres humanos, no en el desarrollo de países, de la producción de objetos, de su distribución dentro de sistemas sociales ni de transformación de las estructuras sociales. Este último tipo de desarrollo puede constituir el medio de alcanzar un fin, pero no debe confundirse con ese fin, que es el desarrollo de la totalidad del ser humano y de todos los seres humanos. Igualmente se recoge el postulado básico del Ecodesarrollo que supondría satisfacer los límites interiores del hombre sin transgredir los límites exteriores, o, dicho en palabras de Galtung (1977: 37): «satisfacer las necesidades fundamentales, materiales y no materiales, de los seres humanos, sin destruir al mismo tiempo el equilibrio ecológico de la naturaleza, sino quizá incluso mejorándola».

La Declaración de Cocoyoc puede considerarse el origen de las nuevas teorías del desarrollo bajo la influencia de un grupo de consultores de Naciones Unidas como Ignacy Sachs. Si bien son varios los documentos posteriores de los que es autor o coautor Johan Galtung, los que podemos considerar como fundamentales en la consolidación de una nueva teoría del desarrollo. Entre éstos cabe reseñar como más relevantes: el primero elaborado por J. Galtung y A. Wirak (1976)[41], y el segundo por J. Galtung (1977)[42], también consultores de diversos organismos de Naciones Unidas. Junto a estos autores la nueva teoría del desarrollo obtiene aportes esenciales desde un grupo de investigadores latinoamericanos agrupados en torno al CEPAUR (Centro de Alternativas de Desarrollo) y que elaboran un documento con aportes complementarios a los anteriores[43].

Ambas elaboraciones teóricas parten de un análisis crítico de la racionalidad económica que marca la pauta del crecimiento económico, y confluyen en la idea de que el desarrollo sólo puede ser entendido como un proceso sostenido dirigido a la satisfacción de las necesidades humanas óptimas (por encima de un cierto mínimo), pero con criterios de sostenibilidad ambiental (sin explotar la naturaleza más allá de un cierto umbral máximo). El desarrollo orientado hacia las necesidades, junto a condiciones necesarias como: la autonomía económica, una base endógena y el equilibrio ecológico, construyen un todo conceptual, teórico y práctico, que va gradualmente sustituyendo el antiguo concepto orientado hacia el crecimiento económico.

Si bien, como veremos más adelante, Galtung y Wirack hacen más hincapié en las estructuras del sistema (sistema de relaciones entre relaciones) y en el papel de la tecnología en su relación con el medio ambiente, en un intento de restablecer las relaciones entre sistema y ecosistema, mientras que Max-Neff, sin olvidar lo anterior, pone el acento en la perspectiva de escalas (relación local-global) y en el análisis de la relación entre los distintos niveles institucionales (Estado-sociedad civil) y organizacionales.

Galtung establece como punto de partida lo que denomina como errores en la teoría y práctica del desarrollo convencional en aras de otro desarrollo:

Ni que decir tiene que esos tres graves errores se retroalimentan entre sí, en el sentido de que orientan una determinada racionalidad económica que en síntesis permite establecer un principio básico que combina los tres errores en uno solo: el desarrollo en su vertiente de producción, hace hincapié en el crecimiento cuantitativo de los objetos, sistemas y estructuras. Ese modelo de crecimiento económico bajo la divisa de la producción genera la necesidad inherente de reproducirse continuamente a través de una sociedad basada en el consumo, lo que supone una cada vez mayor rapidez en la producción y creación de objetos que no satisfacen necesidad ninguna y que atentan contra el primer objetivo que debería considerar el desarrollo: orientar la gestión de los recursos escasos en la consecución de la satisfacción de las necesidades humanas. En contraste a esa perspectiva del desarrollo productivo se contrapone un fundamento principal: el hombre es el sujeto central del desarrollo, mientras los objetos, sistemas y estructuras de la sociedad son únicamente medios para satisfacer las necesidades de los sujetos, con una limitación: la impuesta por el marco del ecosistema natural (Galtung (1977); Galtung y Wirak (1976)).

Los objetos son producidos y distribuidos en el sistema según modelos sustentados en estructuras, y todo ello a través de la tecnología[44]. Como indica Galtung (1977: 5-6) «la diferencia entre los ciclos ecológicos naturales y los ciclos económicos artificiales es la tecnología»..., dicho de otra manera: «los ciclos económicos sirven para el desarrollo pero no todos los ciclos económicos, ni todas las tecnologías, sirven para eso, ni favorecen necesariamente el equilibrio ecológico». La tesis principal de Galtung es que por cada tecnología existe una clase de estructuras que son compatibles, al mismo tiempo que existe otra clase de estructuras que no son compatibles, con las cuales la tecnología no puede funcionar. En la medida que se establezcan unos fines para satisfacer unas necesidades consideradas óptimas y se reconozcan unos límites ecológicos, la tecnología solo puede entenderse desde una estrategia de alcanzar dichos fines sin rebasar los límites exteriores, y conforme a estos fines y límites es donde han de aplicarse las técnicas adaptadas.

Sin embargo, los conocimientos en que se basa la tecnología constituyen una determinada estructura cognoscitiva, un marco mental, una cosmología social que Galtung considera dominante en la sociedad occidental y por ende en todo el mundo. Galtung utiliza, por tanto, la distinción entre cosmología social y la incorporación de la estructura en el comportamiento, o estructura social en un sentido más restringido.

Esa estructura total concebida no como un medio, sino como un fin en sí mismo conlleva una especialización y unas técnicas que enajenan (distribuyen de manera muy desigual la creatividad), que penetran (contrarrestan la identidad y la autonomía generando dependencia), fragmentan (dificultan la cooperación separando a los sujetos), marginalizan (excluyen cualquier proceso participativo) y segmentan (hacen incompatibles la autorrealización y la búsqueda de un sentido a la vida). En palabras de Galtung:

La visión total que se obtiene sería la de unas personas separadas entre sí, enajenadas de sí mismas y del producto de su trabajo --quizá también de lo que consumen--, cuya existencia social se divide en compartimentos relativamente estancos y no integrados, sumidos en estructuras ambiguas que les sitúan unas veces en los escalones superiores y en otras en los inferiores, en algunas ocasiones por encima de otra persona y en otras por debajo de ella, que viven en múltiples estructuras no sólo contradictorias, sino además separadas de la naturaleza, con objetivos impuestos desde fuera, que viven bajo la presión de crisis personales y colectivas. Todo esto debe tener el efecto de un rompehielos en la psique humana y, posiblemente, también alguna consecuencia para el soma humano.
Galtung, 1977: 121

Pero también esas estructuras y la aplicación de técnicas fragmentadas conllevan una especialización y el predominio de unas disciplinas sobre otras que desde diversos autores se consideran como efectos no deseados de La racionalidad económica (Doyal Y Gough (1994), Illich (1981), Max-Neef et al. (1986), Habermas (1987)). La técnica como instrumento para una rentabilidad de corto plazo deja al descubierto el dominio del pensamiento económico sobre otras disciplinas. El conocimiento compartimentado implica el dominio del especialista sobre el no especialista, desmoronándose así la base consensual y democrática de la comunicación (Habermas, 1987). Este argumento lo expresa Ivan Illich (1981: 12-18) del siguiente modo: «Consideramos el hecho de que los cuerpos de especialistas que hoy dominan la creación, adjudicación y satisfacción de necesidades constituyen un nuevo tipo de cártel o agrupación de control... Convierte(n) el Estado moderno en una corporación de empresas de control, que facilita la operación de certificarse sus propias competencias... el poder democrático es subvertido por la aceptación incondicional de un profesionalismo que todo lo abraza». Es en definitiva el predominio de las necesidades alienadas de las que hablaba Agnes Heller (de poder, de posesión, de ambición) y que suponían de facto una limitación de la satisfacción de las necesidades humanas. La lógica del poder conlleva la toma de decisiones para los sujetos pero sin los sujetos; sin la definición, diseño o participación de los sujetos sobre aquello sobre lo que se decide. Es la lógica en la que se mueve la especialización que haciéndose imprescindible construye su propia función legitimadora del poder a través de la determinación de las necesidades, mientras que el individuo deviene en sujeto dependiente.

Las técnicas fragmentan y los especialistas diseñan la orientación de las necesidades de los sujetos muchas veces sin haber llegado a identificar la dimensión de la complejidad de los ámbitos y contextos reales de los problemas. Ello incluso ha llevado a distintos autores a establecer categorías de las necesidades en función del foco emisor que las detecta o define. Así, por ejemplo es interesante la diferenciación de las necesidades que establece J. Bradshaw (1972): entre las necesidades definidas por los expertos (necesidad normativa), las derivadas de los sentimientos de carencia subjetiva de los individuos (necesidad experimentada) y de la necesidad experimentada por su puesta en acción (necesidad expresada), a lo que habría que añadir las necesidades comparadas entre formas diferentes de satisfacción de las necesidades en función del lugar o el sector. Sin embargo, como sostienen Max-Neef et al. (1986), «la persona es un ser de necesidades múltiples e interdependientes». Bajo las estructuras de la racionalidad económica dominante no parece posible conciliar esos dos ámbitos, ya que la progresiva fragmentación de las necesidades en partes cada vez más pequeñas y desconectadas, hace que el sujeto dependa cada vez más del especialista para combinar sus necesidades en un todo significativo. Esa ambivalencia, resumida por la incapacitación del ciudadano por el dominio del especialista y de la técnica sólo se sostiene por la ilusión del progreso (Illich, 1981: 21-23).

En consecuencia, la tesis de Galtung (1977: 46) mantiene que la maduración de la tecnología occidental no es condición suficiente, ni siquiera necesaria para alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas. Una nueva concepción del desarrollo, o si se prefiere la recuperación del desarrollo en su vertiente cualitativa, requiere de la superación de esos cinco elementos estructurales verticales y finalistas (explotación, dependencia/penetración, fragmentación, marginalización y segmentación), y la sustitución de éstos por sus antónimos de corte horizontal y mediático: equidad, autonomía, solidaridad, participación e integración. «Lo que debemos exigir a la tecnología --continúa Galtung-- es que produzca para la satisfacción de las necesidades materiales básicas de todos, conserve los equilibrios ecológicos fundamentales y contenga estructuras que también sean compatibles con la satisfacción de las necesidades básicas no materiales de todos. Para satisfacer todo esto, el razonamiento no tiene que partir de las técnicas; hay que partir de los fines y conforme a éstos, establecer las técnicas».

La alternativa que ofrece Galtung, trasladable también a otros autores como Max-Neef, son estructuras compatibles con la satisfacción de las necesidades humanas. Ahora bien, ¿cómo deben ser esas otras estructuras? Galtung distingue entre estructuras alfa[47] y estructuras beta[48]. Las primeras son incompatibles con la satisfacción de las necesidades humanas si siguen manteniendo una relación de dominación en la lógica de la racionalidad económica (sobre la naturaleza y sobre periferia), las segundas son compatibles con la satisfacción de las necesidades humanas pero su situación de subsidiariedad las deja, de momento, en estructuras potenciales.

Según Galtung (1977: 40) «la estructura alfa genera una percepción analítica, universal, científica y técnica, en la cual se basa; la estructura beta puede generar el tipo de percepción holística y particularista que se deriva de una mayor proximidad a la naturaleza y de una mayor liberación de la creatividad de la gente en general». La determinación clave de la estructura alfa es su esencia antiecológica, mientras que la seña de identificación de la estructura beta es su carácter autonomista. La gravedad de la determinación exclusivista de la estructura alfa es su capacidad de reproducirse a sí misma y las nuevas patologías que ello conlleva, es decir, es recurrente, ya que las soluciones dadas a los problemas surgidos bajo su dominación se basan en la generación de nuevas estructuras alfa, acotando así el margen de sus propios límites, o al menos reproduciendo o trasladando nuevos problemas a otro lugar, en otro momento, a otro sector... (consultar el esquema de las figuras alfa y beta representado en la Lámina 1)


Lámina 1. Esquemas de las Estructuras Alfa y Beta

Si bien, desde las nuevas teorías del desarrollo no se proclama una sustitución de un modelo de estructura por otro, cada uno puede cumplir su propio papel en el ecodesarrollo, y se reconoce que la estructura alfa tiene mayor potencia, por su mayor dimensión, como factor equilibrador a niveles de grandes escalas, y en caso de problemas con necesidad de intervención global. Más bien el aspecto fuerte de la propuesta va en el sentido de establecer una complementación adecuada de las estructuras alfa y beta, de tal forma que sea compatible con la definición de autonomía (en el sentido que fomentará tanto las estructuras independientes como las interdependientes), y con potencialidad para generar invulnerabilidad de la naturaleza en la relación de dominación de ésta por el hombre. Se trataría de incorporar unidades beta (creación y fortalecimiento de comunidades beta) en una estructura alfa para que esta última fuera lo más horizontal posible (modificación y debilitamiento de las estructuras alfa, se entenderían más como infraestructuras de apoyo a una extensa red de estructuras beta). El problema, como plantea Galtung, es cómo pueden integrarse estos dos estilos que deben cohabitar en el sistema posibilitando su apertura. Las posibilidades son múltiples, pero al menos debe establecerse una estrategia encaminada a impulsar esa interacción (que puede tener una amplio espectro de combinaciones alfa/beta) que inclinando la balanza hacia el extremo beta del espectro, como mínimo contrarreste en alguna medida, por pequeña que ésta sea, las actuales tendencias favorables al extremo alfa. Galtung aporta diversas sugerencias y ejemplos de tecnologías alfa modificadas y de tecnologías beta (re)creadas[49] y tres formas de integrar los sistemas alfa y beta:

  1. Funcionalmente: capacidad de decisión por parte de una sociedad de utilizar la tecnología alfa para solucionar determinados problemas irresolubles con tecnologías beta; y utilización de la tecnología beta para resolver aquellos otros problemas que sean susceptibles de resolverse bajo esas estructuras, sin ser de ningún modo mutuamente excluyentes.
  2. En el espacio: desarrollo de los recursos propios y de la mayor autonomía posible en los ámbitos locales, y orientación de las acciones globales a reforzar la reciprocidad de los esos ámbitos locales y optimizar la gestión de los recursos. Evitando en todo caso las acciones de colonización de los espacios centrales sobre los espacios periféricos.
  3. En el tiempo: permitir a los sujetos mayor libertad de movimiento entre los estilos de vida alfa y beta. Ello podría ir en la misma línea reflexiva de André Gorz en su propuesta de una «Sociedad del tiempo liberado» que permitiese a los individuos mayor autonomía a través de la liberación del trabajo[50].

Desde posicionamientos muy correlativos y complementarios a la tesis de Galtung, propone Max-Neef lo que denomina como un nuevo enfoque para el desarrollo, una nueva manera de contextualizar el desarrollo para superar el sistema cerrado que representa la racionalidad económica dominante. La opción superadora que apunta Max-Neef para definir el estilo de «desarrollo a escala humana» es una opción sistémica que parte de que las necesidades humanas son el motor del desarrollo y además éstas son múltiples, interdependientes y universales. Son las formas o los medios para satisfacer (a través de lo que denomina como «satisfactores») esas necesidades humanas las que varían en función de distintos contextos (culturales, espaciales, históricos, etc.), no las necesidades en sí que son universales, pero ello nos llevaría de súbito a la teoría de las necesidades que veremos más pausadamente. Siguiendo la que podríamos significar como «estrategia dual» iniciada por Galtung, lo que nos interesa poner de relieve son los procesos sinérgicos[51] que se deben de reconocer y potenciar, para satisfacer adecuadamente las necesidades humanas, en lo que Max-Neef designa como la articulación micro-macro.

«Es mediante la generación de autodependencia --señalara Max-Neef--, a través del protagonismo real de las personas en los distintos espacios y ámbitos, que pueden impulsarse procesos de desarrollo con efectos sinérgicos en la satisfacción de dichas necesidades» (Max-Neef et al., 1986: 57). El concepto de autodependencia tiene mucha correspondencia con el concepto de autonomía que desarrolla Galtung, se concibe como una función de interdependencia horizontal y en ningún caso como un aislamiento de partes del sistema. Si bien, Max-Neef da mayor profundidad al término insistiendo en los métodos participativos y lo entiende «como un proceso capaz de fomentar la participación en las decisiones, la creatividad social, la autonomía política, la justa distribución de la riqueza y la tolerancia frente a la diversidad de identidades, la autodependencia constituye un elemento decisivo en la articulación de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, de lo personal con lo social, de lo micro con lo macro, de la autonomía con la planificación y de la Sociedad Civil con el Estado»[52] (Max-Neef et al., 1986: 57).

Al igual que Galtung, Max-Neef aboga por una imprescindible complementación recíproca entre el nivel micro y el nivel macro, es decir una estrategia dual que necesariamente tienda a devaluar lo macro y valorizar lo micro. Sin la complementación entre procesos globales y procesos micro-espaciales que permitan el desarrollo de las potencialidades de estos últimos, persistirá la absorción de lo local por lo global, de lo micro por lo macro, del sujeto por el objeto. La complementariedad recíproca entre lo macro y lo micro (vertical) sólo es factible si se estimula la complementariedad recíproca entre los diversos micro-espacios (horizontal). Desde esa perspectiva ningún Nuevo Orden Económico Internacional podrá ser seguro y armónico si no está sustentado en la reformulación estructural de una densa red de Nuevos Ordenes Económicos Locales (Max-Neef et al., 1986).

Desde esa perspectiva Max-Neef pone especial atención en la articulación entre niveles organizativos[53] e institucionales y aplica la relación sinérgica a éstos en el sentido de que ninguno de los niveles organizativos o institucionales (internacionales, del Estado o de la Sociedad Civil) puede convertirse en el agente central ni imponer su cosmología a las partes ni al conjunto. La interacción dialéctica en las relaciones de poder debe orientarse desde su sentido vertical jerárquico a un sentido horizontal. Max-Neef expresa gran parte del pensamiento eco-humanista en su filosofía de la «democracia de la cotidianeidad»[54] como superación de la democracia política: «... solo rescatando la dimensión molecular de lo social (micro-organizaciones, espacios locales, relaciones a Escala Humana) tiene sentido pensar las vías posibles de un orden político sustentado en una cultura democrática» (Max-Neef et al., 1986: 17).

Bajo esos supuestos el Estado (nivel macro) debe asumir un papel estimulador de procesos sinérgicos a partir de los espacios locales y las pequeñas organizaciones, pero con estrategias de conglomerar el sistema social de tal manera que el reforzamiento de lo micro no atente en ningún caso contra la multiplicidad y diversidad que se pretende reforzar. «El rol del Estado y de las políticas públicas debe incluir --manifestará Max-Neef-- la tarea medular de detectar estos embriones, reforzarlos y promover su fuerza multiplicadora (se refiere a las micro organizaciones sociales). Es, por lo demás, en los espacios locales donde las personas se juegan la primera y última instancia en la satisfacción de las necesidades humanas» (Max-Neef et al., 1986: 61). Si bien la autodependencia solo será posible en la capacidad relacional y comunicacional de las micro-organizaciones, puesto que la autodependencia se concibe como un proceso de desarrollo que se construye a través de distintos niveles de constelaciones de redes societarias.

Precisamente son las redes sociales lo que Max-Neef concibe como recursos no convencionales[55] que el Estado y otros agentes externos pueden ayudar a promocionar el desarrollo de sus potencialidades. Mientras los recursos convencionales que se encuadran en la órbita de la racionalidad económica se extinguen en la medida que se consumen, los recursos no convencionales se malogran sólo en la medida que no se desarrollan. Es en este aspecto donde se puede identificar el sentido operativo de la complementariedad en la articulación macro-micro, en la medida que se busque un equilibrio entre la gestión de los recursos convencionales y la gestión de los recursos no convencionales. En esa dirección Max-Neef y sus colaboradores realizan una serie de propuestas y exponen una serie de casos ilustrativos en distintos países[56] que proyectan y apoyan la fundamentación de la nueva teoría del desarrollo. En nuestro caso se trata de detectar las experiencias e iniciativas que se inscriben bajo estos supuestos en el ámbito de estudio escogido (el municipio de Madrid), por tanto en un contexto de gran ciudad con pretensiones de globalidad, y establecer el grado de complementación entre el nivel micro-macro, alfa-beta que se pueda estar generando.

Sostenibilidad versus desarrollo sostenible

En la década de los años ochenta se produce una inflexión en la percepción y análisis de la problemática ambiental. La constatación y la profundización de los problemas ambientales globales (cambio climático --efecto invernadero y extensión de la desertización--, disminución de la capa de ozono, incertidumbre sobre los residuos nucleares, lluvias ácidas, etc.) y sus efectos objetivos y subjetivos sobre la pérdida de calidad ambiental en territorios concretos (escasez y pérdida de calidad del agua, deforestación, contaminación atmosférica, contaminación acústica, etc.), han contribuido de forma decisiva a la aceptación generalizada de la presencia de una auténtica crisis ambiental. El impacto ambiental del modelo social de crecimiento imperante, ligado irremediablemente a una producción y consumo continuado, no puede ya ocultarse.

Ello tiene sus propias consecuencias sobre los valores, las culturas y las corrientes de pensamiento, y supone un mutuo aproximarse entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Ya no se pueden obviar los efectos que las estructuras y modelos sociales tienen sobre los ecosistemas, igualmente tampoco se pueden olvidar las leyes que rigen los ecosistemas. Aparece una irrevocable relación entre el subsistema económico y el sistema ecológico.

Esa relación se ha plasmado en la construcción de la idea de desarrollo sostenible donde el concepto de sostenibilidad proclama la dependencia de los sistemas sociales sobre la forma en que sus componentes se abastecen de los recursos naturales y se desprenden de los residuos, así como de su capacidad de mantener su existencia sin menoscabo de la calidad de la misma. Esto significa una impregnación de los factores ambientales por parte del sistema social en la medida que a éste último le corresponde la organización y mantenimiento del medio ambiente. De hecho se ha puesto en evidencia la estrecha relación entre la estructura social y la crisis ambiental. La tendencia hacia una extrema polarización social, entre abundancia y pobreza, lleva aparejado, por un lado, la detracción de recursos por sobreestímulos de consumo de los afortunados del plantea; y por otro, la devastación de recursos por la privación de medios y estrategias de acceso a la alimentación de los pobres de la tierra. De esos nuevos escenarios surgen nuevos interrogantes: «Si la destrucción ecológica se produce cuando la gente tiene demasiado o muy poco, debemos preguntarnos. ¿Qué nivel de consumo puede soportar la Tierra? ¿Cuándo deja de contribuir de manera apreciable el tener más a la satisfacción humana?» (Durning, 1991: 244).

Si bien la idea de sostenibilidad da pie a diferentes interpretaciones del cambio social en ciernes. El nuevo dilema que se plantea en la relación entre la economía, como ciencia dominante, y la naturaleza, como sistema dominado por el hombre, es si la crisis ecológica puede reconducirse desde el paradigma de la racionalidad económica, o si por el contrario, la permanencia humana sobre el planeta se encuentra cuestionada incluso bajo un modelo de crecimiento más controlado y atenuado. Expresado de otra manera, o bien podemos considerar al medio ambiente como variable dependiente de la economía, o por el contrario la economía puede ser considerada como una parte del medio ambiente.

Orígenes del concepto desarrollo sostenible

Las primeras constataciones de la crisis ecológica a nivel planetario fueron puestas en evidencia desde el interés de distintas organizaciones e instituciones vinculadas a los problemas del desarrollo y el medio ambiente a principios de la década de los años setenta. El primer informe del Club de Roma preparado por Meadows (1972) anuncia «los limites del crecimiento», y muy poco después en la primera reunión del consejo de administración del PNUMA de 1973 fue formulado por Maurice Strong el concepto de ecodesarrollo como alternativa a los limites del crecimiento sostenido (Riechmann, 1995a). Ese mismo concepto fue propuesto y aceptado en las resoluciones de la Conferencia de Cocoyoc1974 por Ignasy Sachs que le confirió un mayor contenido a través de dos principios básicos: el de solidaridad sincrónica (interterritorial) y el de solidaridad diacrónica (intergeneracional) (Galtung, 1977). El potencial alternativo del concepto ecodesarrollo y el término mismo fue activamente desaprobado por la diplomacia norteamericana lo que supuso un desplazamiento de las cuestiones medioambientales desde las instituciones especializadas en la conservación del medio natural hacia otras relacionadas más directamente con la gestión económica (Naredo, 1995 y 1996). Resultado de ese proceso, en vistas de la imposibilidad de dar la espalda a la crisis ecológica, es el concepto de desarrollo sostenible, más asumible por la economía convencional, el que es finalmente consagrado por el denominado Informe Brundtland (1987). El Informe Brundtland adopta la definición de desarrollo sostenible establecido por la CNUMAD (Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo):

El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Encierra en sí dos conceptos fundamentales: el concepto de necesidades, en particular las necesidades esenciales de los pobres, a las que se debería otorgar prioridad preponderante; la idea de limitaciones impuestas por el estado de la tecnología y la organización social entre la capacidad del medio ambiente para satisfacer las necesidades presentes y futuras.
Informe Brundtland (1987:67)

Posteriormente la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992 otorgó una difusión al concepto que le ha impulsado hasta ser un referente imprescindible en cualquier discurso sobre la relación entre desarrollo y medio ambiente.

Sin embargo, la definición del concepto del Informe Brundtland, lejos de establecer las estructuras sociales y políticas necesarias, y más que identificar criterios operativos y establecer estrategias, abre interrogantes. La ambigüedad respecto de lo que son las necesidades básicas y de cómo se satisfacen hace que el concepto de desarrollo sostenible no este exento de críticas[57] y haya suscitado una fuerte controversia a la hora de interpretar el sentido de la propia esencia de la sostenibilidad, lo que también en gran medida a contribuido a un continuado enriquecimiento del concepto. Pero antes de reseñar el grueso de las interpretaciones sobre el concepto de desarrollo sostenible nos parece conveniente dar un mínimo repaso a los fundamentos básicos de la sostenibilidad.

Fundamentos de la sostenibilidad

Es indispensable incluir en primer lugar, básicamente, el razonamiento de dos autores que han explicado los fundamentos de la sostenibilidad con la intención de desarrollar su potencial operatividad desde la perspectiva que viene a considerar a la economía como una parte de la ecología. Se trata de Herman E. Daly (1993) y Michael Jacobs (1996). En ambos autores se puede identificar como un punto de partida el establecimiento de las tres funciones económicas de la biosfera o del medio ambiente:

Los tres tipos de funciones de la biosfera están rigurosamente interrelaccionadas[58] a través de las dos primeras leyes de la termodinámica. Como señala Jacobs «estas interconexiones no son simplemente una demostración general de la totalidad de la biosfera, aunque esta lección es muy importante. Son, además, un aspecto crucial de la relación entre el medio ambiente y la economía» (Jacobs, 1996: 58). Las leyes de la termodinámica representan el apartado de la física que establece las normas que gobiernan el comportamiento metamórfico de la materia y la energía. La primer ley de la termodinámica o «principio de conservación de la energía» establece que la materia y la energía ni se crean, ni se destruyen, tan sólo se transforman. En términos de las funciones del medio ambiente, respecto del uso de los recursos, significa que la actividad humana (económica) sobre los recursos lo que hace es convertirlos en residuos. Igualmente la energía utilizada en el proceso económico tiene que terminar como output en forma de calor no utilizable. La unidad de materia o energía que entra en el sistema de producción irremediablemente tiene que salir en forma de unidad de residuo (materia) o energía (calor). Las funciones económicas del medio ambiente referentes al uso de los recursos se muestran como una relación cuantitativa: a más recursos utilizados, más residuos tienen que ser asimilados por el ecosistema. Por tanto, el agotamiento de recursos y la contaminación son las dos vertientes del mismo problema.

La segunda ley de termodinámica o «principio de la entropía» ofrece la dimensión cualitativa del problema ambiental en ese aspecto esencial que es la asimilación de residuos provenientes del uso de los recursos. Según este principio la materia y la energía se degradan continua e irrevocablemente desde un estado disponible a un estado de no disponibilidad, o de una forma ordenada a una forma de desorden, independientemente de que sea utilizada o no. Cuando decimos de recursos en estado natural, o cuyo uso no suponga problemas en la asimilación del ecosistema, estaremos refiriendo a un estado de baja entropía. Por el contrario cuando se constata la existencia de un alto grado de residuos que el ecosistema es incapaz de asimilar y regenerar (materiales dispersos y energía disipada) se incrementa el desorden, es decir, se produce una alta entropía que también significa una decreciente disponibilidad de materia y energía.

La entropía es una expresión del desorden y éste presenta una tendencia a incrementarse en los sistemas cerrados. El sistema económico contemporáneo de la racionalidad económica es un sistema cerrado de alta entropía que introduce una cantidad creciente de unidades de material y de unidades de calor no asimilables por la biosfera. El principio de la entropía dispone que mientras no haya flujos externos de energía la entropía siempre se incrementa. Así, mientras el sistema económico es un circuito cerrado (el flujo de materia y energía circula por el subsistema económico global, y es reintegrado al ecosistema global en forma de residuos y de calor), la biosfera es un sistema cerrado en materiales, pero abierto en energía, que recibe un ininterrumpido flujo de energía procedente del Sol, y es precisamente este aporte el que permite la tercera función de la biosfera (como soporte de la vida). De acuerdo con esto último, el actual sistema económico tendría que establecer una relación de reciprocidad con el ecosistema que en términos generales viene a significar una reconversión del actual sistema económico que debería dirigirse hacia una «economía de los sistemas abiertos» (Naredo, 1995), que implique una decreciente utilización de los recursos no renovables y una creciente utilización de los flujos energéticos exógenos a la biosfera (energía solar).

Precisamente cuando hablamos de la sostenibilidad nos referimos a la perdurabilidad de los sistemas físicos que son soporte de la actividad humana y a las funciones que encaminadas adecuadamente lo hacen posible. La infinita perdurabilidad o sostenibilidad de tales sistemas dependerá de la posibilidad que tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse de residuos, así como de su capacidad para controlar las pérdidas de calidad (tanto interna como ambiental) que afectan a su funcionamiento (Naredo, 1996). La organización social depende de los recursos naturales y éstos son por tanto un problema de organización social. Los recursos naturales son en definitiva el soporte de la actividad humana, pero tienen una capacidad limitada de carga o una capacidad de sustentación[59]. «Para cada elemento --en palabras de Jacobs-- de la capacidad medioambiental --para cada recurso, para cada descarga de residuos en el medio ambiente-- puede identificarse un nivel máximo de stock o de flujo, más allá del cual esa capacidad empieza a decaer. Para una economía que apunte a la sostenibilidad, estos máximos vienen a ser efectivamente restricciones, si la actividad económica los sobrepasa, ya no se logra la sostenibilidad» (Jacobs, 1996: 183).


Lámina 2. Impactos ambientales y la frontera de sostenibilidad

En el diagrama que refleja la figura de impactos ambientales y la frontera de sostenibilidad, elaborado por Jacobs (Lámina 2), se pone de relieve cómo la economía sostenible es aquella cuyo círculo de impacto ambiental queda dentro de la frontera de sostenibilidad. «Aquí la actividad económica está dentro de los limites de lo que la biosfera puede tolerar, sin perjudicar los intereses de las generaciones futuras» (Jacobs, 1996: 184).

Como apunta Martínez Alier (1992) aparece una incertidumbre sobre el funcionamiento de los sistemas ecológicos que impide radicalmente la aplicación del análisis de las externalidades[60] (Martínez Alier, 1992). Dado que el sistema económico es entrópico y tiene una traducción directa en efectos negativos para la pervivencia humana, en el planeta surge el interrogante de si es posible dar valor a tales efectos. Precisamente lo fundamental de las divergencias entre enfoques se viene a centrar en esto.

Desde consideraciones de partida semejantes, Herman E. Daly (1989), ha proclamado la necesidad de un sistema económico abierto de estado estacionario, de tal forma que la satisfacción de las necesidades básicas de una población constante sería mantenido por un flujo estacionario o decreciente de materia y energía que fuera compatible con la capacidad de sustentación o capacidad de carga de la biosfera, para lo que sería necesario un cambio de la organización social. Para que ello sea posible Daly propone una traducción de la sostenibilidad en principios operativos del desarrollo sostenible con capacidad para establecer criterios cualitativos de medición[61] sobre el funcionamiento del mismo. Para ello es preciso establecer objetivos apropiados que definan la sostenibilidad y hay que establecer criterios de evaluación para determinar si nos acercamos o si por el contrario nos distanciamos de esas metas.

Según Daly (1993), en primer lugar, para la gestión de los recursos renovables hay dos principios básicos de desarrollo sostenible: por una parte, que el nivel de explotación de los recursos no exceda la capacidad del nivel de regeneración natural de los ecosistemas (rendimiento sostenido). De otro lado, que los niveles de emisión de residuos no excedan o sean equivalentes a las capacidades de asimilación natural por parte de los ecosistemas receptores de dichos residuos. Las capacidades de regeneración o reposición y de asimilación o absorción deben considerarse capital natural, y el fracaso en el mantenimiento de dichas capacidades debe considerarse consumo de capital y, por tanto, no sostenible. Respecto a los recursos no renovables serán utilizados a un ritmo en el que la cantidad de residuos que generen pueda ser absorbida por la naturaleza y sólo durante el período imprescindible de espera para que puedan ser sustituidos por recursos alternativos: renovables e inagotables.

En segundo lugar, la mejora de la calidad de vida puede desvincularse del crecimiento económico a través del desarrollo considerado como la optimización de la eficiencia ambiental y social. En este sentido no es sólo necesaria la ecologización de la economía sino que también es importante una vinculación de la economía a la política como única forma de establecer criterios de equidad y de distribución que reduzcan los fuertes desequilibrios interterritoriales que son considerados como un elemento de alta entropía, tan culpable de la insostenibilidad ambiental como la insostenibilidad en una versión estrictamente económica.

Si bien como se apuntaba anteriormente, las estrategias para afrontar la profunda crisis ecológica difieren sensiblemente pudiéndose distinguir entre las múltiples interpretaciones de la sostenibilidad dos grandes enfoques, que en todo caso no siempre se interpretan en su estado puro, como enfoques totalmente enfrentados, más al contrario, desde el punto de vista teórico se busca una cierta complementariedad entre ambos como veremos seguidamente.

Dos grandes enfoques en torno al concepto de desarrollo sostenible

La constatación de la extensión de la crisis ecológica es motivo de una preocupación creciente entre instituciones responsables de políticas económicas, y no sólo por los efectos negativos que se derivan del modo de producción para con la calidad de vida, sino también porque estos efectos son realmente la comprobación que viene a cuestionar la propia pervivencia de este modelo basado en la racionalidad económica. Desde ámbitos ecomarxistas se ha puesto en evidencia lo que O`Connor (1991) ha denominado como «la segunda contradicción del capital», es decir de cómo el agotamiento de algunos recursos y los altos niveles de contaminación derivados de la producción creciente de desechos, han reducido la dotación relativa de valores de uso naturales, elevando sus precios, e incrementando los costos de producción del capital (Leff, 1986). Si bien, aceptando que no es adecuado hablar de precios en el medio ambiente, al no ser motivo de la incorporación de externalidades negativas como estipulan los economistas de la ecología (Alier y Schlüpmann, 1992), sí podemos hablar de un grave deterioro de las condiciones para la reproducción de las actividades económicas en el modelo actual. Precisamente del intento de conciliación entre ambas preocupaciones --pervivencia de la biosfera como soporte de la vida sobre el planeta, por un lado, y la continuidad del modelo de crecimiento aunque disminuyendo el deterioro de la base de los recursos naturales, por otro-- se deriva lo que se ha dado en llamar el enfoque de la economía ambiental y que algunos prefieren denominar como sostenibilidad débil (Norton, 1992), adjetivando el propio objeto de atención (la sostenibilidad). De acuerdo con esos autores hemos optado por denominar sostenibilidad débil a aquella que aborda el tema desde la perspectiva monetaria propia de la economía clásica y sostenibilidad fuerte a la que adopta la perspectiva física propia de las ciencias de la naturaleza (Naredo y Rueda, 1996).

  1. El enfoque de la Sostenibilidad Débil o de la Economía Ambiental. Tras la revolución neoclásica de finales del siglo XIX la economía ortodoxa se encamina por unos derroteros que culminan en una clara ruptura con las leyes que rigen la naturaleza. Con Walras y sus Elementos de Economía Política Pura se consagra la idea de que Producto es lo mismo que Riqueza de tal manera que los recursos naturales, que se consideran como yacimientos inagotables, quedan excluidos de los inventarios de bienes económicos. La economía ortodoxa de finales del siglo XX se ve obligada a revisar esos postulados en su versión pura ante la realidad de la grave crisis ambiental y las afecciones que ésta tiene sobre el propio sistema productivo. Destacados analistas vinculados con las grandes corporaciones económicas (Pearce, 1989) establecen como necesidad primordial acoger la idea de desarrollo sostenible como estrategia para frenar una de las causas directas que llevan a los ritmos decrecientes de la rentabilidad de las actividades económicas. Se empieza a contemplar también la idea de desarrollo socialmente sostenible, como ampliación del primero, debido a la estrecha vinculación que se constata entre los fenómenos de crisis ambiental (insostenibilidad) y los procesos de crisis social (dualización social del sistema urbano industrial que conlleva fenómenos de ingobernabilidad).

    Si bien, la denominada Economía Ambiental no abandona los postulados neoclásicos, opta eso sí, por la incorporación del medio ambiente como variable dependiente, como factor de corrección. Más que de una ecologización de la economía se pretende una economización de la ecología que sea capaz de incorporar los factores ambientales en términos de costes, dando valores monetarios a los recursos naturales en el cálculo contable. Desde esta perspectiva es el propio crecimiento económico, aplicando correctamente las capacidades de inversión implícitas en sus mecanismos, el que cuenta con los suficientes recursos como para poder establecer soluciones a la crisis ecológica.

    En un primer momento se considera que el mercado libre es capaz de regular la actividad económica, pero no así los denominados bienes libres, que por no ser bienes intercambiables han sido ignorados por las leyes del mercado (Bermejo, 1995a). Esto puede solucionarse desde la perspectiva económica clásica. La propuesta consistirá en internalizar los efectos externos medio ambientales (externalidades), considerando a éstos como costes, y por lo tanto se les supone su capacidad de dar valores monetarios a los impactos ambientales para poder así incorporarlos a la lógica de la competitividad del mercado.

    Desde ese postulado básico se desarrollan distintos argumentos que se pueden considerar como características de las propuestas (a veces con posiciones matizadas) de la economía ambiental:

    1. La economía ambiental parte del principio de que todo efecto externo y, por extensión, todo recurso utilizable puede recibir un precio económicamente justificado (internalizarse), y ello puede producirse evolutivamente en función del desarrollo tecnológico y del crecimiento económico. Desde ahí se desarrolla lo que podríamos considerar la posición más maximalista representada por el premio novel Coase (1981), quien viene a plantear la plena privatización (para que un bien tenga valor de mercado es necesario que sea valorable, apropiable e intercambiable) de los recursos y derechos ambientales (a través de las denominadas ecotasas e impuestos ambientales), convencido de que sus propietarios los intercambiarán en el mercado a precios estipulados por la libre competencia, lo que redundará finalmente en un efecto autoregulador respecto a las agresiones al medio ambiente.
    2. La sostenibilidad se puede alcanzar a través de una estrategia adecuada de inversión (Solow, 1992). El propio sistema de crecimiento económico producirá los recursos financieros suficientes que permitan afrontar los costes de las externalidades ambientales. Ello significa que la degradación o agotamiento de determinados recursos naturales puede ser compensada a través de la creación de nuevos recursos o por medio de la renovación u optimización de la utilización de los recursos disponibles, para lo que hay que asignar precios adaptados de todos los recursos naturales y a todos los impactos externos actualmente no contabilizados (Pearce, 1989).
    3. El argumento precedente lleva a un segundo argumento que Georgescu-Roegen (1989) ha denominado como la teoría de la sustituibilidad ilimitada que resuelve que el agotamiento de los recursos no supone un problema insalvable, ya que la evolución de la ciencia muestra una capacidad para establecer ritmos en función de los requerimientos del sistema productivo y la elevación de los precios de los recursos escasos. Se puede ir, por tanto, progresivamente sustituyendo unos recursos crecientemente caros por otros recursos alternativos.
    4. En todo caso en la medida que un recurso muestre síntomas de agotamiento su precio tenderá a elevarse paulatinamente, debido a lo cuál su esperanza de vida se aplazará hasta que deje de tener una capacidad de rendimiento económico y sea sustituido por otro recurso, lo que implicaría en consecuencia una infinita perdurabilidad.
    5. Por último, desde el punto de vista de la tendencia a la dualidad social y como problema que es vinculado a los criterios de desarrollo sostenible, la estrategia de la economía ambiental vuelve a insistir en la necesidad de un crecimiento que permitiendo el acceso a estadios de sostenibilidad lleva aparejada una redistribución de las riquezas generadas que en todo caso se sitúa en un futuro impreciso y sólo en la medida que el sistema se aproxime a esos criterios de sostenibilidad. Mientras, se reforzarán las condiciones de desigualdad en la medida que las dificultades de acceso a bienes cada vez más escasos vengan determinadas por el mayor precio de esos recursos.
  2. El enfoque de la sostenibilidad fuerte o economía ecológica. La economía ecológica enfrenta la problemática de la gestión de los recursos y de la biosfera desde una perspectiva teórica sustancialmente distinta a como lo hace la economía ambiental, independientemente de que cada uno de estos grandes enfoques recoja aportaciones de su oponente. La perspectiva de la sostenibilidad fuerte asume en todas sus consecuencias el principio de la entropía y viene a enfatizar la incompatibilidad entre el crecimiento económico y la sostenibilidad. Cada uno de estos conceptos «se refiere a niveles de abstracción y sistemas de razonamientos diferentes: las nociones de crecimiento (y de desarrollo) económico encuentran su definición en los agregados monetarios homogéneos de producción y sus derivados que segregan la idea usual de sistema económico, mientras que la preocupación por la sostenibilidad recae sobre procesos físicos singulares y heterogéneos», afirmará Naredo (1996: 24). Es decir, esclavizada por su esencia, la racionalidad económica es una racionalidad separada, sin perspectiva posible y sin información asimilable sobre las leyes que rigen el mundo de lo físico que pretende dominar. El mundo de lo físico tiene sus límites que le impiden crecer indefinidamente por mucho que un subsistema económico, y en función de su organización social, se empeñe. Si es así ese subsistema económico, por definición cerrado, estará provocando unos altos niveles de entropía con algún límite de tolerancia de la biosfera.
El resultado de todo esto --en expresión de J.M. Naredo-- es la obligada convivencia de dos enfoques de lo económico que pretenden ocuparse del entorno físico-natural desde dos formas diferentes de ver la naturaleza: una desde la idea de medio ambiente y otra desde la noción de biosfera. El primero de estos enfoques, que podríamos calificar de analítico-parcelario, en cuanto al método, y de individual-competitivo, atendiendo a su filosofía, parte de la idea de mercado para orientar la gestión del medio ambiente. El segundo que podríamos identificar como sistémico, en cuanto a método, y global-cooperativo, en su filosofía, considera la naturaleza como un conjunto ordenado de ecosistemas cuyo funcionamiento hay que conocer para bien orientar la gestión (y el mercado).
Naredo, 1995:40

El argumento central de la economía ecológica se refiere a la imposibilidad de dar un valor crematístico a la externalidades generadas por los procesos de alta entropía. Tanto los efectos de los impactos ambientales, como también los efectos derivados de las políticas en favor del medio ambiente tienen una proyección a largo plazo y son de consecuencias muy heterogéneas, lo que imposibilita de facto el establecimiento de valoraciones monetarias. A ello además hay que añadir las múltiples externalidades desconocidas actualmente, y las que tienen un carácter social que acompañan a los efectos de impacto ambiental. Martínez Alier (1992, 1993) es uno de los autores que más ha insistido en la tesis de inconmensurabilidad económica de las externalidades tanto ambientales como sociales. En palabras de Martínez Alier (1993) «las evaluaciones de las externalidades son tan arbitrarias que no pueden servir de base para políticas medioambientales racionales», y pone como claros ejemplos: «el calentamiento global como externalidad invalorable» y «la dudosa contabilidad de la Energía Nuclear», si no ¿cómo valorar los costes de la gestión de los residuos generados por el uso de la energía nuclear durante quizá miles de años?, ¿Cómo valorar los costes derivados de las enfermedades producidas por el desastre de Chernobyl, si ni siquiera es posible determinar el número de víctimas que se verán afectadas durante los próximos decenios en gran parte del continente europeo? ¿Cómo valorar una vida humana en peligro por cualquier desastre ecológico?

Desde esa proposición de la inconmensurabilidad de las externalidades ambientales se construye una crítica que intenta responder a los argumentos de la economía ambiental:

Desde ese posicionamiento de crítica a la economía ambiental se construyen lo que podríamos identificar como los principios que vienen a definir la sostenibilidad fuerte:

  1. La biosfera tiene límites fijos para el crecimiento, pasados los cuales se presentan irremediablemente daños ecológicos de una magnitud imprevisible. El reconocimiento de la existencia de esos límites ecológicos se opone frontalmente a la reproducción infinita de los recursos naturales por capital y trabajo, noción sobre la que se sostiene la economía ortodoxa. Se precisa, en función de lo anterior, abrir un período de transición capaz de generar las condiciones que posibiliten los cambios y restricciones en los procesos económicos con el objetivo de no traspasar dichos límites.
  2. Se adopta un análisis sistémico y abierto. El análisis sistémico postula la integración de todos los valores monetarios, sociales y ambientales en un único esquema conceptual. Ningún recurso o valor presente en el mundo físico puede ser considerado como externo a este modelo de representación. En este sentido, hay que aceptar la existencia simultánea de diferentes sistemas de valores, cada uno de los cuales contiene recursos heterogéneos que deben ser medidos en sus propias magnitudes físicas y deben ser gestionados con objetivos y criterios específicos. En este conjunto de sistemas, el monetario es uno más, junto a los sistemas social y ambiental (Vázquez Espí, 1996).
  3. La economía ecológica niega la universalidad en la asignación de valores monetarios a los recursos naturales, a las externalidades ambientales y a las externalidades de orden (más bien de desorden) social que en gran medida se derivan de la crisis ecológica. Pero además se considera imposible conocer el valor que las generaciones futuras otorgaran a los recursos naturales. «Sólo cabe asignar imputaciones fundamentadas cuando el grado de incertidumbre respecto a sus posibles utilidades actuales o futuras, o respecto a las consecuencias de su alteración, está estrechamente acotada» (Estevan, 1995a: 73).
  4. Los recursos naturales son de titularidad colectiva. El respeto a los límites ecológicos sólo podrá ser viable en contextos de democracia real donde las estrategias se inscriban y se apoyen en el principio de que los recursos naturales son patrimonio colectivo, y por consiguiente se asuma socialmente como prioridad el garantizar un acceso equitativo a la gestión de los mismos. La equidad debe ser entendida en un doble sentido, intergeneracional e interterritorial, y siempre desde la perspectiva final de la satisfacción de las necesidades humanas.
  5. Complementariamente al principio anterior, la gestión económica desde la perspectiva ecológica tiene que apoyarse en sólidos procesos de amplio consenso social, establecidos democráticamente a la escala local, regional o global, en que se manifiesta cada problema. Esta constatación conduce nuevamente a la exigencia de equidad en el reparto de los recursos, pues sólo de ese modo puede lograrse el consenso social.

Ahora bien, es evidente que la economía ecológica no está exenta de grandes dificultades. El obstáculo principal estriba en hacer operativos esos principios, desde el momento en el que se establece un rechazo de los métodos cuantitativos propios de la economía ortodoxa. De una parte, tal y como señala A. Estevan (1995a: 76), la economía ecológica «al denunciar la presunta objetividad de las evaluaciones monetarias, las conclusiones y recomendaciones de los análisis practicados en base a los enfoques ecológicos tiene que apoyarse en un referente moral», del que derivan propuestas principalmente encaminadas a la introducción de cambios o restricciones en los procesos económicos (otros valores de consumo que impliquen una reducción, políticas de ampliación del medio ambiente. etc.), con la finalidad de respetar los límites impuestos por la finitud de la biosfera sin menoscabo de mantener e incluso mejorar la Calidad de Vida, pero también con el objetivo de introducir estrategias redistributivas encaminadas a construir un modelo equitativo y a reducir los extremos desequilibrios existentes en el mundo actual. Pero de otra parte, no pueden obviarse las dificultades que ello lleva implícito en las actuales circunstancias marcadas por la racionalidad económica, por lo que cualquier avance significativo, en ese sentido, necesita abrir un período de transición que necesariamente implica una cierta complementariedad con el enfoque de la economía ambiental (Naredo, 1993). Nuevamente y continuamente resurge la idea de estrategia dual que ya señalara Johan Galtung.

El camino de la complementariedad sólo puede venir de la mano de un dominio de lo político sobre lo económico como método que permita la subordinación de la esfera de lo económico a los factores limitativos de carácter ecológico. En este sentido resulta interesante la argumentación de J. Riechmann (1995b: 84): «Es fundamental tener presente que las valoraciones monetarias no son necesarias en las prohibiciones o prescripciones de producción (y prohibir la fabricación y comercialización de cierto producto es sin duda una manera de valorarlo). Y sobre todo hay que tener en cuenta que en general los estímulos económicos de todo tipo pueden también vincularse a magnitudes físicas, y en particular existen métodos para determinar los tipos impositivos en un sistema de tributos ecológicos que no dependen de la imperfecta internalización de los costes externos». En ese sentido, la economía ecológica antepone criterios de coste-eficacia para la satisfacción de las necesidades, frente a criterios coste-beneficio inscritos en la lógica de la competitividad. Siguiendo la argumentación de J. Riechmann la idea es que los instrumentos para mantener y ampliar la calidad de vida (calidad ambiental y satisfacción de las necesidades humanas) se determinan políticamente y en función de esas líneas estratégicas se establecen los instrumentos económicos[62] para lograr los objetivos perseguidos.

Estrategias dialógicas (convergentes y también divergentes: lo operativo es múltiple)

Es preciso partir de la base de que es necesario determinar cuál es la idea de eficiencia en un marco acotado por la consideración de los factores entrópicos, que a la vez sea capaz de permitir la satisfacción de las necesidades humanas. Es urgente, desde esa perspectiva de la sostenibilidad fuerte, la construcción de conceptos apropiados y de nuevos diseños instrumentales capaces de responder a cuáles son los procedimientos de decisión adecuados y de cuáles son las unidades espaciales sobre las cuáles deben establecerse criterios de eficiencia en función de la diversidad de contextos socioterritoriales.

No se puede entender la aplicación de instrumentos operativos desde un único procedimiento, ni desde una sola escala territorial de intervención donde se apliquen unos modelos tecnológicos universalizados. Los cambios necesarios para alcanzar un estado de sostenibilidad no son posibles con estrategias exclusivas y excluyentes. Recordemos al respecto la argumentación de J. Galtung (1977: 6): «para cada tecnología existe una clase de estructuras compatibles», por nuestra parte añadiríamos a esa argumentación, que para cada escala territorial existen unos procedimientos operativos y tecnológicos compatibles.

La interrelación entre la crisis ecológica global y las crisis ecológicas en unidades territoriales de escala pequeña es cada vez mayor. No se pueden entender las afecciones, de por ejemplo el efecto invernadero, sin entender que su origen se encuentra en el consumo energético de demanda local, ni se pueden entender las afecciones en el territorio, de por ejemplo la tendencia decreciente en la disponibilidad de agua, sin las consecuencias que tienen los efectos globales del cambio climático sobre ámbitos determinados. Esa interrelación de los problemas derivados de la crisis ecológica en las distintas escalas tiene su origen en el divorcio entre la sostenibilidad local y global de los sistemas urbanos considerados éstos como el núcleo principal del comportamiento del modelo de crecimiento[63] (Naredo, 1996). Tal y como señala Naredo (1996: 36) «las ciudades han dejado de ser tributarias de la sostenibilidad de las actividades agrarias y extractivas locales, para convertirse en motor de la gestión de los recursos naturales a escala planetaria por mediación de los sistemas que hoy los ponen directa o indirectamente a su servicio, a la vez que el creciente proceso de urbanización refuerza la incidencia ambiental de este cambio. Siendo así las ciudades las principales protagonistas de los desarreglos ambientales planetarios». Las ciudades son colonizadoras de territorios y emisoras de calor y contaminación (generadoras de alta entropía), a la vez que son receptoras de las afecciones que producen esas emisiones. La globalización de la problemática medio ambiental viene a significar la generación de efectos perversos para las propias ciudades que se materializa en una pérdida de la calidad de vida ciudadana y que se manifiesta en las dificultades para mantener un ambiente urbano a unos niveles de calidad aceptables para los valores que proclama la propia sociedad de consumo.

Y si los problemas de la sostenibilidad ambiental a escala planetaria no son ajenos a los sistemas territoriales y locales, las estrategias encaminadas a instituir un desarrollo sostenible están llamadas a establecer procesos de convergencia entre la sostenibilidad en la escala local y la sostenibilidad global. Los instrumentos operativos y los criterios eficientes necesarios para lograr la sostenibilidad presentan así una doble vertiente en la que buscar soluciones. Una de carácter interna a los núcleos urbanos, se encamina a superar la degradación del medio tanto físico como social. Y otra de carácter externa que incide, en primera instancia, sobre el medio natural adyacente, pero también sobre otros ecosistemas más alejados hasta la propia biosfera.

Sin embargo, normalmente la preocupación por la globalidad de la crisis ha llevado a desarrollar las estrategias globales en forma de instrumentos para la protección del medio ambiente (Jacobs, 1996) en el que los instrumentos operativos para la sostenibilidad local quedan incluidos y mediatizados por la percepción global, y en consecuencia se han minimizado sus potencialidades. A su vez los instrumentos de protección del medio ambiente podríamos considerarlos en dos dimensiones, por un lado los criterios operativos de contenido establecidos por Daly (ver el Cuadro 2), por otro, los instrumentos establecidos por Jacobs que se refieren más a las categorías de los procedimientos. Jacobs establece cuatro grandes instrumentos:

  1. Mecanismos voluntarios: incluirían todos aquellos aspectos referentes al desarrollo local y los identifica en la necesidad de establecer una transferencia de la propiedad o del control sobre recursos naturales en un proceso de profunda democratización política.
  2. Regulación: todas aquellas medidas de planificación, administrativas, normativas y legislativas tomadas por el Estado dirigidas a la protección de la biosfera.
  3. Gasto gubernamental: las acciones públicas que implican un coste en la protección del medio ambiente y que, por tanto, es asumido por los contribuyentes en su conjunto. Pueden adquirir forma de subvenciones, subsidios, préstamos baratos o rebajas fiscales.
  4. Incentivos económicos: estímulos diseñados para que las actividades ambientalmente dañinas sean menos atractivas por resultar costosas y, por tanto, menos competitivas. Impuestos, tasas y tributos serán los instrumentos dirigidos en la lógica de internalizar las externalidades ambientales.


Cuadro 2: Criterios operativos para el desarrollo sostenible:

Fuente: Elaboración de los criterios de Daly realizada por J. Riechmann (1995: 27).

  1. Principio de irreversibilidad cero: reducir a cero las intervenciones acumulativas y los daños irreversibles.
  2. Principio de recolección sostenible: las tasas de recolección de los recursos renovables deben ser iguales a las tasas de regeneración de estos recursos.
  3. Principio de vaciado sostenible: es cuasi-sostenible la explotación de recursos naturales no renovables cuando su tasa de vaciado sea igual a la tasa de creación de sustitutos renovables.
  4. Principio de la emisión sostenible: las tasas de emisión de residuos deben ser iguales a las capacidades naturales de asimilación de los ecosistemas a los que se emiten esos residuos (lo cual implica emisión cero de residuos no biodegradables).
  5. Principio de selección sostenible de tecnologías: han de favorecer las tecnologías que aumenten la productividad de los recursos (el volumen de valor extraído por unidad de recurso) frente a las tecnologías que incrementen la cantidad extraída de recursos (eficiencia frente a crecimiento).
  6. Principio de precaución: ante la magnitud de los riesgos a que nos enfrentamos, se impone una actitud de vigilante anticipación que identifique y descarte de entrada las vías que podrían llevar a desenlaces catastróficos, aun cuando la probabilidad de éstos parezca pequeña y las vías alternativas más difíciles u onerosas.


Ahora bien, la adopción de un nivel macro lo suficientemente extenso, tiene que ir acompañado de un amplio consenso mundial con capacidad para implementar políticas eficientes y de control a nivel planetario. Ello de por sí lleva muchas dificultades implícitas que no es el momento de abordar, aún así consideremos que se alcanzan niveles suficientes de universalidad en ese sentido. Si la estrategia global es entendida como una estrategia exclusiva que relega la potencialidad de la corresponsabilidad local, parece que por sí sola está abocada al fracaso en la medida que adopte políticas lineales impositivas y pierda capacidad para desarrollar múltiples tecnologías y diseñar múltiples instrumentos adaptados y viables a las posibilidades y limitaciones que ofrecen las características de cada territorio específico.

Del otro lado, es decir desde la perspectiva de estrategias exclusivamente desarrolladas a un micronivel, resultarían ser irrelevantes desde la perspectiva de la eficiencia. Lo micro por si solo, en un contexto de competencia y desigualdad entre naciones, regiones y ciudades, perdería los referentes de la crisis global y sus actuaciones encaminadas a la sostenibilidad serían pocas y se encontrarían aisladas.

Si no se puede descartar que determinados objetivos ambientales deben establecerse a nivel global para poder alcanzar grados de eficiencia y de equidad interterritorial, tampoco se puede omitir que la aplicación instrumental de esos mismos objetivos presenta mayores cotas de eficiencia si son determinados y asumidos a un nivel local. Es a través de los procesos en los que las decisiones políticas son colectivas y responsables con el medio ambiente como se podrán alcanzar cotas óptimas de sostenibilidad.

La corresponsabilidad, sería el concepto clave que podría hacer de nexo de unión en la aplicación de estrategias operativas diversas de carácter micro y macro. Pero, ¿qué significado tiene la corresponsabilidad desde la perspectiva de la eficiencia para la sostenibilidad? La definición de corresponsabilidad para con el medio ambiente tiene múltiples implicaciones y condiciones.

En primer lugar, la democracia: la corresponsabilidad no es posible sino bajo el principio de democracia que sugiere que la práctica política sobre el medio ambiente sólo puede producirse a la escala más pequeña que es la que permite la operatividad respecto de los impactos ambientales que afectan a ese ámbito. La gestión ecológicamente responsable será posible si va acompañada de una descentralización administrativa y unos procesos de participación ciudadana que impliquen una mayor autonomía política.

En segundo lugar, la información: el origen de esos impactos locales, en gran medida, será ajeno a los colectivos afectados por lo que la corresponsabilidad se construye desde la retroalimentación en los procesos de comunicación entre las distintas escalas territoriales, niveles administrativos y agentes implicados en los procedimientos. Hace falta definir algún marco de información generalmente aceptado que permita conocer (como devenir consciente) las consecuencias de la insostenibilidad global en los ámbitos locales, a la vez que permita desarrollar los instrumentos operativos que impliquen que las mejoras del medio ambiente a nivel local tengan sus consecuencias positivas sobre la biosfera. Igualmente, son necesarios los instrumentos evaluativos que nos indiquen si ese ámbito se dirige o no hacia hacia una mayor sostenibilidad local y global.

En tercer lugar, la tecnología adaptada: la adopción de una determinada tecnología produce efectos sobre el ecosistema y sobre el subsistema económico. De ahí la necesidad de la necesidad de identificar las posibles interacciones y contradicciones de la aplicación tecnológica. Caminar hacia la sostenibilidad requiere la identificación del espacio tecnológico, definido por Jiménez Herrero (1989: 303-304) como «el conjunto de restricciones y condiciones que debe satisfacer una tecnología para responder a una o varias necesidades». De esa definición se deducen los requerimientos para obtener un conocimiento sobre la potencialidad del medio y los recursos disponibles, de tal forma que cualquier cambio tecnológico respete las exigencias sociales y ambientales, y potencie los efectos multiplicadores y sinérgicos en la satisfacción de las necesidades humanas. En ese sentido incrementar la dependencia de la tecnología respecto de los recursos locales (tecnología endógena) puede reafirmar la corresponsabilidad sobre el significado de la sostenibilidad. La tecnología de carácter intermedio, extrapolable fácilmente y controlable a escala local permite, frente al rendimiento sin más de los recursos (crecimiento), establecer un incremento de la productividad de los recursos sin destruir la base de los mismos (desarrollo sostenible).

En cuarto lugar, una economía de escala: una economía basada en un desarrollo sostenible es esencialmente un modelo económico descentralizado y autocentrado. Descentralizado porque se fundamenta en una revalorización de los recursos locales (humanos, naturales y técnicos) y autocentrado porque establece la capacidad para definir metas y tomar decisiones adaptadas a las necesidades locales. Excluye dependencias de influencias exteriores y de poderes que pueden convertirse en presión política (Ekins, 1989) y en presión de la producción sobre los recursos locales. La sustitución de bienes importados por productos y servicios locales tiene sus consecuencias sociales en una intensificación en trabajo y en el reforzamiento de los mecanismos de participación democrática de los ciudadanos, y unas consecuencias ambientales al apostar por la restauración frente a la sustitución, y frenar los procesos de mundialización de la economía.

En quinto y último lugar, la cooperación como integralidad: la articulación de las implicaciones anteriores da a la idea de corresponsabilidad la mayor magnitud de su significado. La competencia entre sujetos, empresas, ciudades y naciones es el más claro síntoma, como causa-efecto, de la crisis global. La interdependencia de los problemas ambientales a escala local y global (ver Lámina 3)hacen de la sostenibilidad un concepto clave para la cooperación que no puede construirse sino desde la integralidad (retroalimentación de los procesos). Las nuevas orientaciones dirigidas a las sostenibilidad, tanto a nivel local como a nivel global, exigen el reforzamiento de la cooperación haciendo más compatibles la calidad de vida en el interior de las ciudades con los ecosistemas naturales, haciendo más compatible la satisfacción de las necesidades humanas, sólo posible a través de estrategias más equitativas y distributivas, con el mantenimiento de la base de los recursos naturales. Habría que reflexionar sobre modelos urbanos integrados[64] que proporcionen la máxima complejidad interna (intercambio, máxima densidad de información, participación democrática, economía de escala...) y las formas de reciprocidad con el exterior.


Lámina 3. Interdependencia de los problemas ambientales a escala global, regional y local

Los criterios operativos que la propuesta de la economía ecológica, o enfoque de la sostenibilidad fuerte, apuntan a una compatibilización de los análisis macro y micro, y sobre todo desde este último --que nos interesa especialmente como perspectiva del desarrollo a escala humana--, aporta nuevos elementos a la idea de complejidad y nos ofrece nuevos criterios para afrontar la teoría de las necesidades humanas y su imbricación con el concepto de calidad de vida. A esto último nos referiremos en las próximas secciones.


Notas


[34]: Siguiendo el Diccionario de uso del español de María Moliner (1991) se define como objetivamente: desde el punto de vista del objeto. Con relación al objeto. Subjetivamente: bajo sujeto. Subjetivo: se aplica a lo que se refiere al sujeto que piensa, siente, etc., y no a lo exterior de la mente de él. Se dice de lo que depende de cada sujeto y no es igual para todos.
[35]: El término de sostenibilidad por su carácter de reciente creación y su rápida evolución ha precisado por parte de algunos teóricos de adjetivos añadidos al propio concepto (sostenibilidad fuerte, sostenibilidad débil) que ayudaran a discernir entre paradigmas diferentes como puede ser el representado por la denominada economía ambiental y la economía ecológica (Norton, 1992; Naredo, 1996). Pero también el término desarrollo ha precisado de un término de acompañamiento que mostrara determinadas esencias o sentidos del mismo. Por ejemplo desarrollo social, desarrollo local, desarrollo endógeno, desarrollo sostenible, desarrollo a escala humana (Max-Neef, 1986). Mientras que con respecto al concepto de necesidades se han establecido múltiples tipologías que difícilmente logran escapar de un relativismo cultural poco favorables a desarrollar una acción humana operativa (Doyal y Gough, 1994).
[36]: El sufijo en este caso se utiliza en un sentido peyorativo de exceso, de atropello, de abuso, de desorden, sin tener consideración de otras variables.
[37]: Cabría formular una definición de maldesarrollo en lenguaje del PNUMA: «todo modelo que no satisface los límites internos del hombre y/o transgrede los límites externos de la naturaleza» (Galtung, 1977: 13).
[38]: Desde una óptica contrainstitucional como la que representa Ramón Fernández Duran (1996: 212-213) «se hace preciso, a nuestro entender, empezar a hablar de ``contradesarrollo'' para poder abordar la resolución de los graves problemas económicos, sociales y ambientales, que el proyecto modernizador ha generado. Cada día es más perentoria la necesidad de desembarazarse del ``pensamiento único'' que elaboran los grandes centros rectores del capitalismo mundial, que difunde urbi et orbi el poder mediático, y que de una u otra forma destilan todos los aparatos institucionales».
[39]: El término adquiere un relieve internacional a partir de la emblemática Declaración de Cocoyoc (Cuernavaca, Méjico 1974) en un encuentro organizado por Naciones Unidas y donde Ignasy Sachs (1978) como consultor de ese organismo propone el término de ecodesarrollo que es asumido por la citada declaración. Este término posteriormente censurado por la administración de los EE.UU., alcanzará un enorme interés entre aquellos autores preocupados por resolver la contradicción entre el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental.
[40]: Acuñado por distintas corrientes del ecologismo político: Verdes, Ecosocialistas, etc.
[41]: Human needs, human rights and the theories of development. Documento preparado para la Conferencia de la UNESCO sobre indicadores del cambio social y económico, celebrada el 23 de abril de 1976.
[42]: El desarrollo, el medio ambiente y la tecnología. Hacia una tecnología autonómica. Estudio preparado para la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) con apoyo del PNUMA.
[43]: CEPAUR, es una organización profesional no gubernamental de proyección internacional, dedicada, mediante investigaciones de tipo transdisciplinario y proyectos de acción, a reorientar el desarrollo a través de la promoción de formas de autodependencia local y de la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales y, en un sentido más general a promover un Desarrollo a Escala Humana (Max-Neef et al., 1986). Los autores del documento Desarrollo a Escala Humana. Una opción para el futuro son: M. Max-Neef, A. Elizalde, M. Hopenhayn, F. Herrera, H. Zemelman, J. Jatobá y L. Weinstein.
[44]: La definición de tecnología que utiliza Galtung (1977: 16) es la que sigue: «... la tecnología es igual a técnica más estructura. La técnica constituye la punta visible del iceberg: las herramientas y los conocimientos técnicos (especialidades y conocimientos). La estructura constituye la relación social o modo de producción dentro de la cual las herramientas pasan a ser operacionales, y la estructura cognoscitiva dentro de la cual los conocimientos técnicos pasan a tener sentido».
[45]: Los términos occidental y no occidental los trata Galtung como tipos generales de tradiciones intelectuales, filosóficas y culturales que rigen el carácter de las sociedades existentes por lo que no pueden interpretarse en un sentido estrictamente geográfico. Tanto el centro es diverso (contiene periferias), como la periferia (es diversa, también contiene lo occidental).
[46]: Adoptamos a partir de ahora el término Racionalidad Económica, en el sentido desarrollado por A. Gorz, y acuñado por Habermas (Gorz, 1995): como concepto que contiene la doble vertiente: operativa (económica) e ideológica, cognitivo-instrumental que diría Habermas. En gran media podría ser sinónimo de lo que en una extensa literatura puede aparecer como neoliberalismo, desarrollismo, productivismo, capitalismo, moderno sistema económico, etc.
[47]: Alfa se correspondería a la organización del Estado moderno.
[48]: Beta es una estructura que consta de muchas unidades más pequeñas, que guardan menos relación o que incluso no la tienen entre sí (pero cuando la tienen, ésta es más simétrica), en términos espaciales o de escala estaríamos hablando del ámbito local.
[49]: Galtung (1977) desarrolla un cuadro con diversas sugerencias, organizadas sectorialmente, relativa a la combinación alfa/beta de tecnología. El citado cuadro y las formas de integrar alfa/beta pueden consultarse en Galtung (1977: 48-50).
[50]: Al respecto ver la obra de A. Gorz (1995): La metamorfosis del trabajo, donde se distingue entre el concepto de liberación del trabajo, del concepto liberación en el trabajo.
[51]: Adoptamos la definición de sinergia que establecen Max-Neef et al. (1986: 45): «Sinergia significa el comportamiento de un sistema completo, que resulta impredecible a partir del comportamiento de cualesquiera de sus partes tomadas aisladamente. Fueron los químicos los primero en reconocer la sinergia, cuando descubrieron que toda vez que aislaban un elemento de un complejo, o separaban átomos o moléculas de un compuesto, las partes separadas y sus comportamientos singulares jamás lograban explicar el comportamiento de todas las partes asociadas. En este sentido la sinergia connota una forma de potenciación, es decir, un proceso en el que la potencia de los elementos asociados es mayor que la potencia sumada de los elementos tomados aisladamente».
[52]: La distinción en cursiva se debe a los propios autores.
[53]: A este respecto y desde la Sociología de las Organizaciones es interesante también la perspectiva específica aportada por Ch. Perrow (1992). Perrow mantiene que las organizaciones son el fenómeno clave de nuestro tiempo, convirtiendo en variables dependientes a la economía, la tecnología, la política... El hilo argumental establece cómo las grandes organizaciones han absorbido a la sociedad, han convertido a las organizaciones en sustitutos de la sociedad a través de la dependencia salarial, las externalidades ambientales y sociales (costes sociales) y la burocracia industrial. La disolución de la sociedad en las grandes organizaciones requiere una desconstrucción de la sociedad que discurriendo gradual y pacíficamente desde las grandes organizaciones de empleados hasta pequeñas organizaciones autónomas y grupos informales establezca un fuerte sistema regulador a nivel local y nacional para prevenir la explotación laboral y las externalidades provocadas por ese modelo.
[54]: Como nuevo orden basado en la articulación de la democracia política y la democracia social que suponga una desconcentración económica, una descentralización política, el fortalecimiento de las instituciones auténticamente democráticas y autonomía creciente de los movimientos sociales emergentes (Max-Neef et al., 1986).
[55]: Max-Neef et al. (1986: 77) establece un listado de recursos no convencionales como: conciencia social; cultura organizativa y capacidad de gestión; creatividad popular; energía solidaria y capacidad de ayuda mutua; calificación y entrenamiento ofrecido por instituciones de apoyo; capacidad de dedicación y entrega de agentes externos.
[56]: Estas propuestas y ejemplos ilustrativos se pueden consultar en la op. cit. (Max-Neef et al., 1986: 78-86).
[57]: El sentido crítico de la idea de desarrollo sostenible construida en el Informe Brundtland ha sido puesto en tela de juicio al no explicitar la incompatibilidad entre crecimiento y sostenibilidad, o lo que es lo mismo al confundirse el término desarrollo con el término crecimiento que ha significado un mantenimiento de la idea de crecimiento sostenible. Así, entre otros, Naredo (1990) mantiene que el desarrollo sostenible lo que realmente intenta es «hacer sostenible el desarrollo económico corriente». En esa misma línea Martínez Alier (1992) afirma que el crecimiento económico implícito en el Informe Brundtland «puede llevar a infravalorar las necesidades futuras y a una mayor degradación ambiental», justo lo contrario de su enunciado. Estevan (1995a) añade que es una apuesta por la adaptación de los problemas ambientales al modelo global neoliberal en ningún caso proclive a la redistribución de la riqueza (solidaridad diacrónica), Norgaard (1994) señala la imposibilidad de definir la operatividad del desarrollo sostenible desde de la lógica de la modernidad, mientras que De la Court (1990) critica la omisión de las contradicciones sociales que genera el sistema industrial y que inciden directamente sobre la crisis ecológica.
[58]: Es evidente, por ejemplo, que el agotamiento de los recursos renovables puede estar relacionado directamente con el agotamiento de los recursos no renovables (deforestación por efecto de las lluvias ácidas o por la desertización), que a su vez esta incidiendo en una disminución de los servicios ecosistémicos (pérdida de calidad de ambiental que puede tener sus efectos sobre la salud y por tanto llevarnos claramente a una pérdida de calidad de vida).
[59]: La definición de la Capacidad de Sustentación, recogida por Martínez Alier (1992) , es la siguiente: capacidad de sustentación de un territorio concreto significa el máximo de población de una especie dada, que puede ser mantenido de manera indefinida, sin que se produzca una degradación en la base de los recursos que pueda significar una reducción de la población en el futuro.
[60]: La palabra externalidad describe el traslado de costes sociales inciertos a otros grupos sociales (ya sean extranjeros o no) o a las generaciones futuras. En realidad Martínez Alier se refiere a externalidades negativas que según Jacobs (1996) a medida que aumentan son acumulativas e interactúan entre sí.
[61]: Para una interesante ampliación sobre los principios de Daly es recomendable la consulta de la reflexión realizada por Jorge Riechmann (1995a).
[62]: En concreto en el tema de las denominadas ecotasas o tasas ambientales, A. Estevan (1995a: 77) propone que éstas deben cumplir al menos tres condiciones básicas: «que su diseño y aplicación promueva activamente el objetivo prioritario de la equidad nacional e internacional, que no solucionen ciertos problemas ambientales sustituyéndolos por otros o trasladándolos a emplazamientos alejados en el espacio o en el tiempo, y que en ningún caso sean teóricamente identificadas con supuestos valores monetarios de efectos externos o recursos naturales afectados por la incertidumbre ecológica».
[63]: Las responsabilidades ambientales de los sistemas urbanos se ponen de relieve cuando algunas estimaciones establecen que los mismos absorben las tres cuartas partes de los recursos mundiales (Prats, 1996).
[64]: Nuestra propia aportación, más desarrollada, sobre los rasgos esenciales que definen a los modelos urbanos integrados se desarrolla a lo largo de la última parte del presente trabajo.


Edición del 30-5-2006
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Documentos > http://habitat.aq.upm.es/cvpu/acvpu_5.html
 
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