Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Documentos > Habitat II > http://habitat.aq.upm.es/aghab/aghabes.html

Volver al índice

2. Los nuevos conflictos de la ciudad y el territorio




Carácter del capítulo


La cuestión que se plantea es: ¿Cuáles son los problemas que se mantienen aun cuando se haya planteado su resolución como objetivo, y se esté actuando para conseguirlo?. Estos serán los que más interese abordar ya que, en muchos casos, no se consigue su resolución porque no se han identificado, adecuadamente, como problemas complejos, y se están aplicando políticas inapropiadas.

Por otro lado, ¿Hay otros problemas previsibles, aún no patentes pero identificables, que podamos atajar antes de que se desborden?.

En este capítulo, se pretende tan sólo enunciar conflictos conocidos o previsibles, sin hacer exposiciones analíticas que corresponden a otros estudios existentes, y a nueva información a recoger y analizar.

Una conclusión que debe extraerse, es la necesidad de fomentar el estudio de estos temas en los distintos niveles territoriales, para contrastar sus características, avanzar en su conocimiento y mejorar las propuestas de actuación.



El marco de los conflictos


La década de los noventa está introduciendo en Europa occidental una fase de rápidos cambios en el desarrollo de las ciudades, en base, fundamentalmente en la creación del Mercado Único en 1992, la apertura de las fronteras orientales, y los procesos de convergencia.

Estos factores específicamente europeos se producen en un marco de internacionalización de la economía, junto a otros procesos propios de la sociedad postindustrial, como son los efectos derivados de la revolución tecnológica, la entrada en un nuevo ciclo de transición demográfica, las nuevas tendencias en el estilo de vida, en el uso del tiempo y del espacio, y en los hábitos de consumo, relacionados todos ellos con los cambios en la movilidad de las personas, de los bienes y de la información.

Las ciudades españolas se encuentran ante la disyuntiva de asumir posiciones específicas, por acción o por omisión, en la red urbana europea y en el contexto mundial, ofreciendo condiciones de calidad de vida a sus ciudadanos y un ambiente productivo competitivo para las empresas.

Las actividades económicas son cada vez más interdependientes y la forma de integrarse en los mercados regionales, nacionales y mundiales, van a ser determinantes para la cohesión social y la sostenibilidad de cada ciudad.

Tras veinte años de cobertura de déficits y de procesos de modernización, la mayoría de las ciudades españolas se encuentra en condiciones de iniciar procesos de reconversión hacia el siglo XXI, articulando sus necesidades de competitividad, cohesión social y sostenibilidad. Para ello tienen que resolver algunos conflictos importantes.

A continuación se destacan los conflictos de las ciudades españolas que se consideran más significativos. Se trata de una problemática sobre la que ya se está actuando en diferentes grados, pero que requerirá redoblados esfuerzos en el futuro.

La presentación se estructura en siete grandes temas interrelacionados que, inevitablemente, se solapan en ocasiones:



En materia de sistema de ciudades y territorio.


Las aglomeraciones urbanas españolas (ciudades mayores de 50.000 hab), han pasado de 18,7 a 24,7 millones de habitantes en los últimos 20 años, representando ya el 62,6 % de la población. Es previsible que siga esta tendencia aproximándose en las próximas décadas al entorno europeo en el que la población urbana llega a alcanzar el 90 %. Las ciudades se concentran en algunas áreas del territorio español (un 50% de la población vive en un 3,6% del territorio), existiendo grandes zonas rurales y forestales muy poco pobladas, por lo que la densidad media española es baja (77 hab/ha) frente a la media europea (150 hab/ha). En los últimos quince años se ha multiplicado por trece la superficie de espacios naturales protegidos del país que, con cerca de 3 millones de hectáreas representa hoy más del 40% del total europeo.

El desarrollo de muchas áreas peninsulares se ve dificultado por la situación periférica en Europa del sistema urbano español, y por las distancias interiores entre sistemas urbanos, que se concretan en problemas de conectividad de las redes de infraestructuras, a pesar de las enormes inversiones realizadas, y sobre todo por la insuficiencia de las relaciones económicas e institucionales, entre otras.

La base económica de muchas ciudades pequeñas, y territorios rurales, se encuentra en situaciones de declive o de transición, que requieren un nuevo enfoque de su tejido económico, impulsando la creación de actividad y la modernización de la existente, en apoyo de su competitividad en los mercados. Las ciudades medias españolas han sido las que han ganado más población en los últimos veinte años, en tanto que los núcleos menores de 50.000 habitantes han perdido algo de población.

La redes de ciudades medias, en muchas zonas, están faltas de una política que las impulse para completar una estructura espacial, de centralidades arraigadas y complementarias de su entorno territorial, mas sólida y equilibrada, que facilite los procesos de difusión y permita el desarrollo demográfico y de la actividad económica.

Las grandes ciudades presentan problemas de congestión y desbordamiento por ocupación extensiva con fuertes externalidades negativas. Se han realizado grandes esfuerzos para abordar estos problemas mediante operaciones estratégicas de modernización, actuaciones de descentralización equilibradora y de rehabilitación de su edificación e infraestructura urbana, renovando las áreas obsoletas y abandonadas; pero la actuación en las áreas congestionadas está resultando inadecuada y las estrategias no contemplan suficientemente los problemas de sostenibilidad y de cohesión social. En España, las 17 principales áreas metropolitanas incluyen 351 municipios con casi 19 millones de habitantes, lo que representa un 48% de la población.

El litoral español asienta el 36,5% de la población que, a su vez, llega a triplicarse en la época de afluencia turística, creándose situaciones de congestión y de difícil dotación de servicios, y ejerciéndose una desproporcionada presión ambiental sobre las costas y las áreas urbanas, especialmente en el litoral mediterráneo y las islas.

Se carece de un planteamiento global a nivel estatal, de actuación interadministrativa sobre el patrimonio natural. No se contabilizan ni se reponen las pérdidas de capital natural (recursos naturales) para futuras generaciones. Se carece de estrategias adecuadas para reducir los excesos de consumo, de explotación de recursos, y de emisiones y vertidos de residuos.

Asimismo se carece de una Política de Estado para las ciudades que desarrolle la cooperación interadministrativa. A pesar de los ejemplos desarrollados en los últimos años, se observa una falta de maduración administrativa para generalizar los procesos de cooperación en la formulación y ejecución de actuaciones territoriales, y de ciudades, de carácter concertado mediante consenso. Holanda y Francia, son ejemplos de países cercanos que presentan sistemas generalizados de actuación en esta materia.



En materia de la estructura de la ciudad


En las ciudades conviven diversos modelos de estructura (centros históricos, ensanches, polígonos, urbanizaciones y áreas de edificación dispersa), junto a nuevas tendencias de extensión y renovación. La ciudad tradicional española, como en el resto de los países de la cuenca mediterránea, ha sido de poblamiento denso, heterogénea en cada barrio, con áreas compactas, incluso en el norte y en las zonas de huerta, caracterizadas por crecimientos más dispersos.

El desarrollo de las ultimas décadas ha introducido una separación extrema de funciones por barrios, la urbanización discontínua y la ocupación extensiva del territorio. Estos cambios están creando problemas nuevos y más graves de habitabilidad y sostenibilidad, junto al despilfarro de suelo e infraestructura y la elevación de los costes de mantenimiento de servicios. Las grandes ciudades españolas han consumido más suelo en los últimos 30 años que en toda la historia anterior.

La producción de ciudad dirigida por el sistema inmobiliario, sin mayor control que los planes de usos del suelo, ha sido un factor determinante de esta situación, que ha estado favorecida por los modelos funcionalistas de ciudad que planteaban los planes de urbanismo de la época. El mercado de suelo no está siendo capaz de responder con solares adecuados a las necesidades económicas, sociales e infraestructurales. Las tendencias desreguladoras de los usos del suelo agravarán el problema si no se establece un liderazgo público de la construcción del modelo de ciudad, a través de mecanismos de gestión más dinámicos, que utilicen el propio mercado y la iniciativa pública, orientando la renovación de la ciudad.

Este modelo tendencial de urbanización (estructura de ciudad y sistema promotor), a pesar de los esfuerzos planteados por algunos planes urbanísticos y por la gestión de muchos municipios, tiene las siguientes consecuencias en distintos aspectos del funcionamiento de la ciudad y el territorio:



En materia de economía urbana


Las economías locales, y nacionales, se han abierto y cada ciudad, por acción o por omisión, es cada vez mas interdependiente del resto. Sin embargo se carece, en general, de planes para orientar el desarrollo de las ciudades y regiones. Los PDR no se consensúan socialmente ni se instrumentan concertadamente entre las administraciones, los planes territoriales de las Comunidades Autónomas carecen de la suficiente globalidad para ser estrategias de desarrollo, y los planes estratégicos municipales carecen de operatividad,siendo además de mera promoción de la competitividad sin enmarcarse en criterios de desarrollo sostenible.

En todo caso, se observa una tendencia en las administraciones a valorar la planificación estratégica y la cooperación, aunque no tanto la problemática del desarrollo sostenible.

Muchas decisiones sobre infraestructuras que fomentan la competitividad y la localización de actividad económica se toman, en las ciudades (o sus barrios), como acciones sectoriales para la atracción de inversiones, sin analizar los impactos que se producen sobre la estructura económica, social y urbana, y sobre la sostenibilidad ambiental, creando problemas encadenados a corto y largo plazo.

La gestión del desarrollo económico es incompleta y deficiente en la mayoría de las ciudades españolas. Los procesos de adecuación y ajuste, con los mercados local, regional, europeo y mundial, son estados dinámicos que requieren esfuerzos continuados. No están extendidas las políticas de desarrollo local, orientadas a la creación de ambiente productivo y de capacidad empresarial para dar respuesta a los mercados, peligrando las ventajas de muchas ciudades en materia tecnológica, de cualificación laboral y de organización social, por no responder suficientemente a la apertura de la economía.

La reestructuración económica, dominada por la globalización, dificulta en muchos casos el mantenimiento y desarrollo de tejidos empresariales locales, que son fundamentales para la dotación de empleo y para que las ciudades cuenten con ambientes productivos atractivos en un contexto de descentralización productiva como el actual. La insuficiencia de redes flexibles de producción, contribuye a que cuando se produce crecimiento económico no se genere suficiente empleo, ni se difunda adecuadamente por distintos sectores y segmentos empresariales.

Las nuevas dinámicas económicas no afectan tampoco por igual a todo el territorio de las áreas urbanas. La nueva inversión empresarial se concentra en ciertas zonas de la ciudad, mientras otros barrios pierden su actividad económica y, poco a poco, van concentrando todas las consecuencias negativas de los procesos de globalización. Las políticas de desarrollo de la competitividad no consiguen conectar la dinámica de las áreas de oportunidad con las zonas que quedan descolgadas del proceso. Las políticas específicas para las zonas retrasadas se estructuran más como actuaciones reactivas a problemas sociales crecientes que como planteamientos globales de desarrollo. La ciudad competitiva, cohesionada y sostenible, no se está plasmando como modelo en las políticas actuales.

Los procesos de globalización e internacionalización están dando lugar a la aparición de un mercado de trabajo progresivamente dualizado. Al lado de los nuevos puestos de trabajo altamente tecnificados y cualificados en el sector de servicios, se detectan procesos de desarrollo de una nueva economía informal. La economía informal encuentra su raíz en al menos cuatro procesos diferenciados:



En materia de integración social.


El crecimiento económico de las ciudades va acompañado en la actualidad de un aumento de la exclusión social, al quedar una parte importante de la población fuera del sistema económico. La exclusión se da no sólo en determinados grupos sociales (pobreza, raza, edad, mujeres con cargas, etc) sino que se hace especialmente visible en muchos barrios. Unos y otros son las partes perdedoras de la ciudad. El numero de hogares españoles por debajo de la línea de pobreza (50% de los ingresos medios) se ha mantenido en los últimos 20 años en torno al 20%, con grandes diferencias entre regiones. Los hogares con estas características a cargo de una mujer superan a los sustentados por varones.

Existen amplias zonas de vulnerabilidad, en barrios con falta de oportunidades, accesibilidad y habitabilidad degradada, que recogen población en situación precaria de empleo, con formación inadecuada, en un medio social desmotivador, etc. Estas situaciones dificultan la instrumentación y efectividad de las políticas, especialmente las sectoriales, y pueden facilitar la extensión de problemas agudos si se mantienen las procesos desequilibradores. Algunos barrios en los que se acumulan estos procesos se convierten en enclaves desconectados socialmente de la ciudad. Paralelamente se mantiene en muchos barrios una alta cohesión social, a pesar de su degradación ambiental y declive económico, manteniéndose mecanismos de integración social que, a veces, tienen escasa expresión organizativa.

La concentración de pobreza y de situaciones de marginalidad agudas conlleva procesos de delincuencia importantes que afectan a la ciudad en general, y también a los ciudadanos de las propias áreas marginadas. La delincuencia está en gran parte relacionada con la drogodependencia, el paro juvenil y los focos de marginalidad social. Según las estadísticas el número de delitos cometidos en España había disminuido entre 1989 y 1992, apreciándose un cambio en el carácter y tipo de los mismos. En proporción, cada vez hay más delitos contra la propiedad y se cometen en las grandes ciudades.

A pesar de los datos que avalan la disminución de delitos, se observan tendencias preocupantes como el aumento de la delincuencia juvenil y la proliferación de nuevas formas de delincuencia como las bandas juveniles, el desarrollo de la delincuencia organizada, y los delitos asociados al incremento de inmigrantes ilegales que no encuentran trabajo. La segregación espacial produce áreas dominadas por determinados grupos sociales en las que se reproducen una serie de problemas sociales de difícil solución sectorial.

La base de gran parte de la pobreza, marginalidad y delincuencia de las ciudades españolas se encuentra en la dificultad de acceso al trabajo. El empleo es en la actualidad uno de los bienes más escasos y es, al mismo tiempo, uno de los pocos mecanismos existentes de integración y vinculación social. A pesar del crecimiento económico espectacular de algunos de los años de la década de los ochenta, el desempleo continua siendo el principal problema del desarrollo español. Entre 1980 y 1990, la población activa creció en dos millones de personas, pero sólo la mitad pudo encontrar empleo, incorporándose al paro el millón restante, y ello a pesar de que en la segunda mitad de la década se crearon más puestos de trabajo que en ningún otro país europeo. La tasa de paro es muy desigual por regiones, e incluso las cifras globales por regiones o ciudades esconden la realidad de grandes diferencias entre los distintos barrios de una misma aglomeración llegando en algunas barriadas concretas a cifras de paro cercanas al 50% de la población. El desempleo se concentra en aquellos trabajadores de industrias tradicionales que han sufrido un fuerte procesos de reestructuración, y especialmente en el colectivo de mujeres y de jóvenes que no logran incorporarse al mercado de trabajo.

A estos problemas se añaden los derivados de los cambios sociodemográficos. El envejecimiento progresivo, el descenso de la fecundidad, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la desestructuración de la familia tradicional, el incremento de la movilidad poblacional desde los países del tercer mundo, etc., son algunas de las presiones añadidas a una estructura urbana poco cohesionada. El envejecimiento progresivo de la población, debido al incremento de la esperanza de vida, ha aumentado en muchas ciudades españolas que ya tienen una población mayor de 65 años superior al 15%, y con tendencia a aumentar considerablemente. A medida que crece la esperanza de vida, aumenta la proporción de personas sólas -más mujeres que hombres- requiriendo todo tipo de servicios sociales, sanitarios, personales, de relación, etc., lo que influye en un crecimiento del sector servicios.

La desestructuración familiar no hace sino agravar estas situaciones. La falta de cohesión familiar que ayude a paliar las situaciones de pobreza, abandono, enfermedad, etc., se deja sentir cada vez con más fuerza. Los servicios sociales y la solidaridad ciudadana no dejan de crecer, pero las necesidades parecen evolucionar a ritmos superiores. La desestructuración familiar tiene un reflejo muy claro en el incremento de hogares monoparentales. En 10 años, Barcelona ha pasado de tener un 5,8% de hogares monoparentales en 1981 a un 7,5% en 1991, llegando Madrid al 10,9% y Valencia al 9,8. La mayoría de estos hogares están encabezados por mujeres en precaria situación laboral.

En años recientes se aprecia la incorporación de inmigrantes de países en desarrollo a las poblaciones urbanas españolas. Casi tres cuartas partes de los inmigrantes que proceden del Magreb, Africa central, Latinoamérica o Asia, son trabajadores de servicios no cualificados o trabajadores agrarios. Estos grupos de población se asientan, muchas veces ilegalmente, en áreas segregadas sin recibir atención suficiente para su integración en la sociedad y con riesgo serio de segmentación permanente. El porcentaje de extranjeros de cualquier origen, residentes en España es menor del 4% en prácticamente todas las ciudades peninsulares, aunque han de añadirse los ilegales de difícil estimación.



En materia de sostenibilidad ambiental


La sostenibilidad ambiental es una de las problemáticas más agudas en el territorio español como consecuencia de los procesos históricos de urbanización y desarrollo, que han producido fuertes impactos ambientales en los sistemas naturales. Las ciudades son ecosistemas dependientes de los intercambios con el exterior del territorio que ocupan, necesitando para su funcionamiento tener garantizada la aportación de suministros externos, su distribución y utilización interna, y la expulsión posterior de productos y residuos al exterior.

Los problemas de la sostenibilidad se centran en: los valores vigentes que no reconocen la insostenibilidad de las actuales pautas de producción y consumo, el despilfarro de recursos por la organización urbana actual, y la explotación excesiva de los ecosistemas.

La organización del espacio urbano y de las actividades que se realizan en el seno de una ciudad debe tener condiciones adecuadas para la habitabilidad de sus ciudadanos, asegurando también el mantenimiento de esas condiciones para los futuros habitantes. En muchos casos la habitabilidad interna se mejora a costa de incrementar impactos ambientales lejanos, o de la innecesaria destrucción de recursos en su propio área. En la actualidad las ciudades españolas sufren graves problemas de sostenibilidad local y global, derivados de las formas de organización urbana, de una gestión inadecuada, y de unas pautas de consumo incontroladas (sólo controladas por el precio) e inconscientes (se desconocen los efectos), especialmente en las áreas de mayor riqueza.

La presión ejercida sobre el medio urbano, y los ecosistemas que lo sustentan, por los procesos de urbanización es cada vez mayor, sin que se establezcan controles adecuados respecto a la proporción de actividades que deben asentarse en distintos lugares, ni límites de capacidad de carga en determinadas áreas. El consumo en masa, por grandes poblaciones y con pautas despilfarradoras, conduce a la pérdida de capital natural, sin que haya políticas adecuadas de control, mejora de lo existente y renovación o sustitución de lo consumido.

Los riesgos naturales a que está sometido un territorio pueden producir, al igual que la actuación del hombre, consecuencias negativas sobre los ecosistemas. En España se dan un gran número de riesgos naturales -terremotos, erupciones volcánicas, sequías, corrimientos de tierra, inundaciones, procesos erosivos, etc.-, aunque con grados de intensidad muy variables. Los corrimientos de tierras representan, por ejemplo, importantes pérdidas económicas valoradas en 5.000 M ptas anuales en el período 1990-92, principalmente en carreteras y núcleos urbanos en distintas zonas del país. Las inundaciones, por su lado, son frecuentes en numerosas zonas del país -País Vasco en 1983, Comunidad Valenciana en 1987, Málaga en 1989, Cataluña en 1994, o las más recientes de 1995 en el suroeste peninsular- y suponen tanto pérdidas en vidas humanas como materiales, que el CCS cifró en más de 15.000 millones de pesetas anuales para el período 1989-92. Las pérdidas económicas producidas por todos estos fenómenos en conjunto oscilaron en el período 1990-92, entre el 0,14% y el 0,20% del PIB, siendo las sufridas por la agricultura las más importantes (81.355 millones de pesetas).

La explotación excesiva de los ecosistemas sobrepasa su capacidad de carga tanto por consumo de recursos, como por trasiego de actividades o por contaminación, que alteran el equilibrio de los ecosistemas provocando procesos de degradación que pueden llegar a ser practicamente irreversibles. Según diversos expertos, una gestión adecuada con participación ciudadana puede reducir en un 50% el consumo doméstico de energía y agua, y la producción de residuos, y análogamente se puede reducir sustancialmente el consumo de energía y la producción de residuos en actividades como el tráfico y la industria. Las situaciones de sobrecarga de los ecosistemas más habituales son las siguientes:



En materia de habitabilidad urbana y calidad de vida.


A pesar del gran esfuerzo realizado por muchas ciudades, para crear o reacondicionar espacios públicos, se detectan grandes deficiencias que se concentran fundamentalmente en los cascos antiguos y en los barrios residenciales populares. La habitabilidad de estos barrios presenta condiciones bastante generalizadas de degradación del espacio, que conducen al desarraigo y falta de identificación con sus barrios por parte de los vecinos y usuarios. Las causas fundamentales son los defectos de diseño y falta de complejidad de usos, la escasa integración de los barrios en áreas mas extensas y la intrusión del vehículo motorizado, estacionado o en circulación, así como la escasa cooperación vecinal en su diseño y gestión.

En las condiciones actuales de las ciudades, el medio ambiente urbano se ha degradado notablemente. Existen numerosos aspectos en los que se refleja esta pérdida de calidad de vida a pesar de que muchas ciudades han desarrollado políticas de protección y recuperación de distintos aspectos relacionados con el medio ambiente urbano.

Las causas fundamentales de esta pérdida de habitabilidad son:

El índice de motorización esta creciendo vertiginosamente en España, habiendo pasado de 202 a 350 vehículos/1000 hab entre 1980 y 1994 (424 en ciudades mayores de 1 millón de habitantes y 373 en núcleos menores de 50.000 habitantes). El tráfico ocupa en las ciudades aproximadamente un 80% del espacio viario y éste supone del orden de un 20-30% del suelo de la ciudad, aunque solo aproximadamente un 20% de la población se mueve en coche.

La movilidad motorizada aumenta constantemente, previéndose un incremento del 300% al 500% en el sur de Europa para el año 2000, según el informe de Ciudades Sostenibles de la Unión Europea. Los viajes son más largos en distancia y tiempo, al tiempo que las velocidades medias de circulación urbana disminuyen constantemente.

Según la OCDE, la congestión cuesta aproximadamente entre un 2 y un 3% del PIB. Las tendencias en la próxima década en España, son hacia el aumento sustancial de la motorización y la movilidad, dadas las características de las ciudades, por lo que se incrementarán todos sus impactos sobre la ciudad y el medio ambiente. Las políticas fundamentales que han seguido las administraciones, con fuertes inversiones en la ampliación de la capacidad de la infraestructura viaria para los coches, no es la solución a la movilidad. Ofrecen mejores perspectivas otras políticas que se han iniciado en algunas ciudades para mejorar el transporte público y para apoyar actividades de proximidad con acceso peatonal.

La circulación rodada, a través de los barrios, es uno de los principales factores de degradación de su habitabilidad, además de la principal barrera para el uso peatonal de calles y plazas, y, a la vez, causa de un alto número de accidentes. Los coches quitan espacio de las plazas y aceras para aparcamiento, legal e ilegal, reduciendo el espacio para estar o pasear, a pesar de que, por ejemplo en Madrid, una ciudad bastante motorizada dada su extensión, un 48% de los viajes se hacen a pie. Los cruces peatonales son difíciles y la velocidad de circulación peligrosa para la convivencia con el peatón; según estudios realizados, la mortalidad peatonal en accidentes entre coche y peatón cuando los coches circulan a 60 km/h es del 95% y desciende al 5% a 30 km/h. El numero de accidentes en zona urbana se ha incrementado un 23% entre 1983 y 1992, en tanto que disminuían los accidentes por carretera. Algunos ayuntamientos han iniciado actuaciones para calmar el tráfico, peatonalizar áreas y mejorar la habitabilidad de los barrios, en lo que sería el germen de una nueva política.



En materia de vivienda


Un factor importante de calidad de vida es la habitabilidad del parque edificado. Las condiciones de los edificios, y en particular de las viviendas, son inadecuadas en muchas ocasiones debido a diferentes causas:

La calidad de vida de los ciudadanos requiere la disponibilidad de una vivienda adecuada cuando se necesite. El aumento de los precios de la vivienda y el predominio del régimen de tenencia de propiedad hacen que difícilmente se puedan cubrir las necesidades de jóvenes y sectores populares en el mercado. Entre 1985 y 1990 se produjo un aumento muy importante de los precios inmobiliarios de la vivienda usada, cifrado en un 149% frente a un incremento del IPC del 60%, lo que implica un fuerte incremento del esfuerzo de los hogares en la adquisición de la vivienda. En los últimos cinco años, el precio de la vivienda nueva en España ha tenido como media un aumento anual del 1,2%, aunque si se amplía el período de cómputo incluyendo el período 1985-90, el aumento medio anual es del 11,7% para todo el territorio nacional. En definitiva, desde 1985 el precio en el mercado de la vivienda nueva se ha triplicado.

El esfuerzo económico para la adquisición de una vivienda nueva suponía en 1985, 3,1 veces la renta familiar disponible; en 1990, 5,2 veces, y en 1995 se había reducido a 4,3 veces, pero continúa siendo muy elevado. Los altos precios y las diferencias entre distintos núcleos urbanos y distintos barrios han dado lugar a unos procesos de migraciones internas en las áreas metropolitanas en busca de las mejores condiciones de vivienda en términos de calidad y coste, ya que las diferencias de precio por m2 en distintas zonas dentro de una ciudad pueden situarse entre el 400 y 600 %, en algunos casos.

En España, la mayoría de las viviendas son de propiedad (un 78,4%), mientras que sólo el 15% son de alquiler y el resto, un 6,6% corresponde a viviendas cedidas, gratuitas o de otro tipo. Las zonas donde el régimen de propiedad es menor corresponden a las zonas turísticas y las grandes ciudades (Madrid 78,7% y Barcelona 71,1%), siendo un índice muy alto en relación a otras ciudades europeas. Asimismo son de destacar otras dos características del parque residencial español que muestran la ineficacia del mercado, de la fiscalidad, y consecuentemente la mala asignación de recursos: las altas tasas de viviendas vacías (15%) y viviendas secundarias (12%) que duplican las de muchos países europeos. Puede considerarse que solo el 60% de las viviendas construidas en la ultima década resuelven problemas de alojamiento de las familias.

La vivienda va a ser un bien muy demandado en las ciudades españolas en la próximas décadas, si se mantiene un cierto crecimiento de la renta familiar. Contribuirán a ello la demanda embalsada actualmente, el gran tamaño de los estratos de población entre 15 y 25 años que se emanciparán de sus familias en los próximos años, y la tendencia a la disminución del tamaño familiar que actualmente es de 3,3 y puede descender por debajo de 2 personas/familia como en otros países europeos. También contribuirá el mayor consumo de suelo edificado por habitante, ya que los españoles tienden a mejorar su calidad de vida aumentando la superficie de sus viviendas, de forma que en la década de los ochenta la superficie útil por persona aumento de 23 m2 a casi 26 m2, y las viviendas nuevas ocupadas en 1994 alcanzan los 28 m2, cifras bastante bajas en relación con otros países europeos.



En materia de gobernabilidad


Las políticas para las ciudades y el territorio suelen carecer de un enfoque global que permita plantear estrategias consensuadas e integrar objetivos y decisiones sectoriales. Faltan a todos los niveles planes directores y estratégicos, de carácter continuo y con observatorios y seguimiento de los procesos, y de algunos espacios y temas especificas. Los planes de este tipo, que se han realizado a distintos niveles de la Administración, suelen quedar en esfuerzos coyunturales que quedan obsoletos en poco tiempo. En general suelen resultar más determinantes para las ciudades y el territorio las decisiones tomadas desde los criterios y objetivos de las políticas sectoriales, ante la escasez de otras diseñadas e instrumentadas desde una visión integral, que apenas existen mas allá de la planificación urbanística (por otro lado excesivamente centrada en los usos del suelo y escasamente eficiente en su instrumentación).

Un factor a destacar en la gobernabilidad actual de las ciudades y el territorio español, es la insuficiente coordinación entre niveles de la administración y dentro de ellos. En algunos casos se acude a supuestos conflictos de competencias concurrenciales para imponer criterios y evitar la coordinación o concertación, o incluso para aplazar indefinidamente actuaciones necesarias. Recientemente, sin embargo, se está avanzando de forma considerable en la concertación entre administraciones para actuaciones concretas a través de Convenios, Consorcios, Sociedades mixtas, Mancomunidades, Contratos programa, etc. Estas practicas administrativas de cooperación son comunes en los estados modernos, especialmente en los descentralizados, pudiendo encontrarse ejemplos cercanos de gran interés en Holanda, Francia y otros países europeos.

Para conseguir el salto del enfoque sectorial individualizado a un enfoque global concertado, o como mínimo coordinado, se impone un cambio en la cultura de trabajo de las administraciones. Es necesario aumentar la capacidad técnica y organizativa de las administraciones, y en particular de los ayuntamientos que por proximidad tienen una mayor carga de actuación y gestión en el territorio urbano. La modernización y reforma de la administración conlleva también la promoción de nuevas formas de producción de ciudad y de prestación de servicios públicos. En algunas ocasiones, la impulsión de empresas públicas para la promoción de infraestructura urbana y para la gestión de servicios públicos, es una forma de flexibilización y de aumento de la incidencia en la organización de la ciudad. Algunas experiencias de consorcios y empresas mixtas con incorporación de sector financiero o industrial podrían facilitar la mejora de la ciudad.

Las administraciones no son los únicos agentes productores y gestores de la gobernabilidad de la ciudad. El papel del mercado en la creación y gestión de la infraestructura de la ciudad se está reconsiderando en muchos sectores, si bien en España es todavía escasa la iniciativa privada interesada en, y capaz de, proveer infraestructuras como el suelo urbanizado o de gestionar servicios de carácter social. A diferencia de otros países europeos, y quizás como consecuencia de la juventud de la democracia y el Estado del bienestar español, la concertación con el sector privado en operaciones de riesgo y actuaciones sociales, como la rehabilitación de barrios excluidos, no se produce, o su participación es meramente testimonial. A la falta de iniciativas y capacidades del sector mercantil se le añade la inexistencia en España de un sector sin ánimo de lucro potente, capaz de llevar a cabo operaciones urbanas de alto nivel técnico y financiero. El sector no lucrativo urbano se centra básicamente en procesos reivindicativos y de ayuda mutua, siendo muy reciente el desarrollo de un sector asociativo urbano con claro impacto en la prestación de servicios sociales y en la construcción de ciudad.

El rápido crecimiento urbano ha llevado a la formación de ciudades plurimunicipales. La gestión del desarrollo y funcionamiento de estas áreas urbanas es un tema pendiente de resolución. Las administraciones no cooperan adecuadamente en las ciudades plurimunicipales, estando, además, los ayuntamientos demasiado centralizados, por lo que los centros de decisión quedan alejados de las comunidades locales afectadas. Los mecanismos de representación en las grandes ciudades son insuficientes, por lo que las políticas que aplican los gobiernos municipales carecen, en muchos casos, de la legitimidad necesaria en los barrios.

La participación ciudadana en la vida municipal es muy escasa, salvo en los pequeños municipios, siendo necesario un mayor acercamiento al ciudadano. Los mecanismos de representación ciudadana con distrito único municipal, no reflejan las necesidades de las distintas comunidades de barrio. Es necesario replantear los mecanismos de participación ciudadana que en muchas ocasiones se limitan a ser meros instrumentos de información y comunicación sin capacidad real de incidencia sobre la decisión final. Las políticas de barrios, especialmente en los más desfavorecidos, precisan del apoyo de los ciudadanos que habitan en ellos, para aumentar la integración social y lograr la viabilidad de las actuaciones. Algunas experiencias de descentralización municipal han sido positivas pero el camino de la democratización de la vida municipal y la participación de los barrios, apenas se ha iniciado.

< anterior | índice | siguiente >

Félix Arias Goytre
Isabel Velázquez Valoria

Fecha de referencia: 28-02-1997

Documentos > Habitat II > http://habitat.aq.upm.es/aghab/aghabes.html
 
Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid Universidad Politécnica de Madrid
Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad
Departamento de Estructuras y Física de la EdificaciónDepartamento de Urbanística y Ordenación del Territorio