Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a007.html

Gestión habitacional


De acuerdo con lo señalado anteriormente, a comienzos de esta década las carencias habitacionales más graves en la región alcanzaban a entre 18 y 20 millones de viviendas, a las que se deben agregar otros 20 millones que requieren de urgentes mejoras. De acuerdo con las proyecciones, sólo para mantener el parque existente sería necesario producir sobre medio millón de viviendas por año, más las que demanden los hogares formados durante el mismo período, lo que sitúa las metas de construcción entre 2.3 y 3.2 millones de unidades anuales, sólo para que no aumente el déficit acumulado.

Figura 1: Gasto social en vivienda per cápita, en dólares de 1985.
Total ocho países de América Latina, 1980-1990
.


Figura 2: Gasto social en vivienda per cápita, en dólares de 1985.
Algunos países, 1980-1993
.


Estas cifras, contrastadas con el modesto desempeño histórico del sector, plantean la necesidad de revisar las políticas de vivienda a fin de incrementar la eficacia y la eficiencia de la gestión habitacional. Un primer aspecto es la necesidad de explorar nuevas formas de allegar mayores recursos para responder a las necesidades de vivienda, sobre todo de los sectores de menores recursos, y diseñar sistemas financieros evolutivos que permitan sostener una tendencia creciente del sector. Un segundo esfuerzo debería orientarse a modernizar aspectos de la oferta de bienes y servicios habitacionales e implantar mecanismos que favorezcan la accesibilidad y la focalización. Asimismo, es importante clarificar y precisar los objetivos directos de los programas habitacionales en función de las principales carencias que presentan los países, y lograr una mayor complementación entre las políticas habitacionales, las urbanas y aquellas políticas sociales que apuntan a aliviar la pobreza.


Figura 3: Participación del gasto en vivienda en el gasto social.
Algunos países, 1980-1991
.




La evolución del gasto social en vivienda

[1]

En América Latina la participación del gasto en vivienda dentro del gasto social global ha sido tradicionalmente inferior al resto de los sectores sociales y, a lo largo de la década de 1980, ha sufrido una importante reducción. Esta caída se aprecia con mayor claridad en aquellos países de la región que muestran los niveles de gasto social más bajos y que, a su vez, tienden a coincidir con aquellos que presentan menores grados de desarrollo, por lo que exhiben los más altos niveles de déficit social.

Como consecuencia de la crisis de los años ochenta, el gasto público en vivienda experimentó un deterioro tanto en términos reales per cápita como de su participación en el PIB (véanse los gráficos 1 y 2). Ese descenso reflejó no solamente la contracción a la que fueron sometidos el gasto público en general y el social en particular, con el objeto de ayudar a restablecer el equilibrio fiscal en la región, sino también la opción de proteger a otros sectores afines, como la salud y la seguridad social, a costa de la vivienda (véase el gráfico 3). En efecto, la evidencia indica que el sector más vulnerable durante el período de ajuste fiscal de los años ochenta fue precisamente el de la vivienda, que cayó persistentemente en forma más acentuada que el gasto social, sin volverse a recuperar cuando este último comenzó a acercarse a los valores registrados en los primeros años de la década de 1980. El gasto real per cápita en vivienda a comienzos de los años noventa en la mayoría de los países continúa siendo inferior al de principios de los ochenta.

Esta vulnerabilidad del sector de la vivienda ante los ajustes impuestos por una menor disponibilidad de recursos públicos se relaciona, en parte, con la interpretación social y política que se le da. A partir de la concepción desarrollista de los años sesenta y setenta se identifica a la vivienda, junto con la salud y la educación, como un sector social básico al que deben apuntar las políticas públicas para corregir las desigualdades derivadas de la distribución inequitativa del ingreso.

Los programas habitacionales cobraron gran importancia política y económica como la "muestra visible" del compromiso social de los gobiernos. Sin embargo, debido a la persistencia del concepto técnico de vivienda mínima aceptable, umbral que a menudo sobrepasaba la capacidad real de compra de los sectores pobres, los costos de producción de la vivienda social restringieron fuertemente la cobertura. Una atención crónicamente inferior a las necesidades ha llevado a aceptar que sería prácticamente imposible satisfacer la totalidad de la demanda habitacional, lo cual ha ido desplazando la atención hacia los temas de la previsión, la salud y la educación.

En ese contexto, un aumento del gasto en vivienda basado en la redistribución presupuestaria general o dentro del marco del gasto social no parece posible. Para justificar un incremento del gasto en vivienda a costa del destinado a sectores hacia los que parecen dirigirse las prioridades sociales, se requeriría de un consenso político que, en los actuales tiempos, parece difícil de lograr.

El incremento de la cobertura y la calidad de una política habitacional parece depender entonces, por una parte, de la incorporación de nuevos recursos provenientes, sobre todo, del sector privado y, por otra, de avances transectoriales en el diseño de los programas, de modo de focalizar mejor los recursos disponibles y lograr niveles de productividad y eficiencia que permitan ampliar y elevar el volumen y la calidad de la producción de bienes y servicios habitacionales.

A continuación se abordan los diferentes aspectos de las políticas habitacionales que deben revisarse para poder atender de mejor manera el déficit acumulado y las necesidades de vivienda que surgirán en los próximos años en la región.



Adecuación de los sistemas de financiamiento


La tendencia del gasto social, que en la mayoría de los países no ha retornado aún a los niveles que alcanzara antes de la crisis, no permite actuar, al menos en el mediano plazo, sobre la base de expectativas de ampliación del presupuesto público para recuperar el terreno perdido durante los años ochenta [2]. Por eso resulta necesario explorar otras fuentes de financiamiento, en especial para los programas de vivienda social.

Hasta los años ochenta, la obtención de créditos de la banca internacional para la construcción de viviendas era la forma más habitual de incrementar los presupuestos públicos. Esta modalidad de financiamiento posibilitó avances en los campos del saneamiento y la vivienda social; eventualmente, también permitió apoyar el financiamiento habitacional privado. Al mismo tiempo, fue en gran medida la causa de las marcadas fluctuaciones del volumen de inversión, que impidieron un crecimiento gradual y sostenido del sector en las últimas décadas. Si bien en general los organismos multilaterales siguen dispuestos a incrementar los niveles de crédito externo para programas habitacionales orientados a segmentos en situación de pobreza en los diversos países, la experiencia muestra que es necesario articularlos cuidadosamente con instancias internas de fortalecimiento institucional y financiero, para que su impacto se proyecte en forma sustentable.

En el nuevo escenario surgido hacia fines de la década pasada, los esfuerzos por lograr un manejo prudente de la política monetaria, controlar las presiones inflacionarias y liberalizar los flujos financieros, abren la posibilidad de canalizar nuevas inversiones hacia el sector habitacional. La competencia por atraer estos fondos ha determinado que, en muchos países, el esquema de manejo de recursos, que antes operaba en forma segmentada del resto del sistema financiero mediante una banca especializada en vivienda, se haya cambiado por sistemas financieros abiertos (multibanca); con frecuencia éstos han resultado ser más eficientes y transparentes, y se han ganado la confianza general, pero sobre todo de los potenciales inversionistas institucionales. Por su parte, en algunos países la banca especializada acoge con mayor propiedad los requerimientos específicos del sector habitacional, tanto para la captación como la colocación de recursos.

La creciente participación del sector privado en el campo habitacional se ha centrado, en una etapa inicial, en los segmentos de mayor rentabilidad. En particular, se ha estimulado el mercado de los instrumentos financieros a largo plazo, como las letras y los mutuos hipotecarios, con el fin de reducir sustancialmente sus costos de operación y aprovechar el alto potencial que tienen las compañías de seguros y los sistemas previsionales para derivar recursos hacia este tipo de instrumentos. En la tabla 1 del Anexo se muestran los cambios radicales que experimentó la composición del caudal de recursos financieros en Chile, a medida que el sector privado se incorporaba al financiamiento habitacional. En 1972, la proporción entre inversión pública y privada era de 72% la primera y 18% la segunda; en 1994 estos valores se invirtieron para quedar en 19% y 81%, respectivamente. Por otra parte, si se observa que la proporción de viviendas financiadas con fondos públicos es ahora mayor que en los años setenta, se puede concluir que un diseño adecuado del sistema financiero puede abrir espacio a los recursos privados sin que ello signifique reducir la presencia del sector público en la orientación y el apoyo a los grupos sociales que lo requieran.

La conveniencia y oportunidad de reemplazar el financiamiento "especializado" en el sector habitacional por otro que opere en un mercado financiero abierto ha sido un tema ampliamente debatido en la región. Una evaluación cuidadosa de la oferta financiera de la multibanca en relación con los montos, tasas y plazos que demandan las operaciones sectoriales, la existencia, ausencia o debilidad de los mecanismos de corrección monetaria, las condiciones de seguridad que ofrecen los mercados secundarios de hipotecas, las posibilidades de acceso de los diversos sectores sociales a mecanismos de ahorro y crédito, y la factibilidad política e institucional de un nivel aceptable de recuperación de deudas hipotecarias, permitirá decidir cuándo y cómo innovar, de modo que el perfeccionamiento de los mecanismos de financiamiento de la vivienda no afecte a las metas de producción y atención que requiere una evolución positiva del panorama habitacional.

Es necesario que cambie la óptica de las políticas sectoriales para que la vivienda social ya no se entienda como gasto, sino que se destaque el apoyo que las políticas habitacionales pueden prestar a una gestión macroeconómica coherente y estable, mediante el aumento de la inversión y el ahorro. Las estrategias orientadas a estimular y captar el ahorro familiar mediante el incentivo de llegar a poseer una vivienda, así como la canalización hacia el sector de otros recursos provenientes de inversionistas institucionales, facilitan una complementariedad entre los clásicos logros sociales de la política habitacional con otros de tipo económico. Una política de vivienda bien encauzada puede acortar plazos o eliminar barreras para que los beneficios del progreso lleguen a la población más necesitada. Así, a través de este sector se cumpliría una meta del desarrollo con equidad.



Accesibilidad de la vivienda


Se han creado diversos instrumentos financieros, normativos e institucionales para dar acceso real y sostenido a la vivienda a las familias que requieren de ella. Diferentes tipos de subsidios corrigen los impedimentos que enfrentan los grupos de menores recursos para comprar una vivienda. Gradualmente, el subsidio a la demanda ha ido reemplazando el esquema original de un subsidio orientado a la oferta, que asumía la forma de exenciones tributarias o créditos preferenciales para la producción de vivienda.

Parece concordarse en que los subsidios directos a las familias que compran su vivienda son, en general, más propicios al establecimiento de sistemas justos y objetivos de acceso a este bien. Al ser claramente dimensionables, estos subsidios permiten un manejo eficiente del presupuesto sectorial, así como la progresividad, si se otorgan por montos inversamente proporcionales al valor de la vivienda correspondiente. La tendencia a la eliminación de subsidios indirectos y encubiertos también es deseable. No obstante, en la práctica los países han constatado que una producción suficiente, adecuada y oportuna de viviendas sociales puede exigir apoyos a la oferta o subsidios generales, al menos en algunas etapas o situaciones. Particularmente en el caso de los programas de vivienda mínima, la experiencia de la región permite señalar que los modelos abstractos de subsidios deben ajustarse con pragmatismo a la luz de la verdadera prioridad, que es suministrar viviendas a los que las necesitan. Así, por ejemplo, para proveer de viviendas a localidades menores o sectores rurales, puede ser necesario dar un sustancial apoyo a la oferta de modo que se extienda más allá de los centros urbanos.

Un sistema de acceso a la vivienda es más que un conjunto de subsidios. Hace falta un paquete complejo de mecanismos financieros e instrumentos normativos, institucionales y comunicacionales para posibilitar la consecución de una vivienda a aquellos que la necesitan. Con el fin de reducir los costos y riesgos de una gestión financiera a cargo de las instituciones públicas de vivienda, se tiende a manejar en la banca abierta el ahorro previo acumulado por el postulante, así como la deuda que contrae para complementar el precio de la solución habitacional.

En cuanto a las condiciones que se establecen para postular a la vivienda, se ha subrayado la necesidad de reglas claras, objetivas y transparentes, que fomenten la credibilidad del sistema de asignación habitacional entre la población. Más allá de los criterios de selección, también se privilegia la estabilidad en el tiempo de los sistemas de postulación y asignación, de modo que las familias puedan conocerlos y manejarlos a pesar de su considerable complejidad. La atmósfera institucional y administrativa puede ser importante para facilitar el acceso de las personas al sistema, así como para dotarlas de información suficiente, que les permita tomar decisiones correctas en cuanto a la obtención de una vivienda.

La objetividad de las reglas del juego no implica que el Estado deba abstenerse de orientar la política habitacional. Interesantes experiencias que ponen el acento, por ejemplo, en la renovación urbana, la densificación predial o la postulación asociativa, entre otras metas, demuestran que las políticas habitacionales pueden lograr, mediante adecuados sistemas de acceso, objetivos que les resultan prioritarios.

Dado el predominio urbano entre los hogares de la región, y los desafíos en cuanto a movilidad social y geográfica que genera un escenario de transformación productiva, parece conveniente diseñar sistemas integrados de acceso a la vivienda, en los cuales las familias puedan optar según sus necesidades, posibilidades y preferencias, entre diferentes productos habitacionales. Un mercado habitacional moderno tenderá a la autofocalización por la vía de un conjunto concertado de programas en que el sector público preste un apoyo directo diferenciado a los diversos tramos de ingreso. Asimismo, el premio al ahorro preliminar y al pago responsable de las deudas contraídas puede ser un incentivo importante para que las familias internalicen conductas positivas que serán indispensables en un escenario de transformación productiva auténtica en la región.



Focalización de los programas habitacionales


En estudios sobre el impacto del gasto social realizados en algunos países se señala que el gasto en vivienda tiende a ser regresivo [Cominetti y di Gropello , 1994]. Las evidencias sugieren que parte importante de los recursos destinados a programas convencionales de vivienda mínima se desvían hacia sectores menos necesitados. Dichas transferencias fueron propias de un esquema universal de provisión de bienes y servicios por parte del Estado que debe ser revisado a la luz de la restricción de recursos y la prioridad adquirida por los problemas de la pobreza.

El afinamiento de la focalización presupone identificar claramente a la población objetivo y disponer de mecanismos y programas que garanticen que esa población sea atendida. Es necesario emprender un esfuerzo explícito por determinar cuáles subsidios y programas adolecen de filtraciones hacia grupos que no los necesitan.

La diversidad de las actuales carencias hace que no sea conveniente restringir las políticas de vivienda a esquemas rígidos de focalización: se requiere de programas diseñados específicamente para grupos diferentes cuyas características y problemas son también singulares. En la práctica, un esquema que provea soluciones diversificadas incluye desde programas muy focalizados hasta otros que, sin estar dirigidos a segmentos en situación de extrema pobreza, también pueden beneficiar a los estratos de menores recursos gracias a su efecto en el empleo, la actividad local o el mejoramiento del entorno urbano y rural.

En el caso de los programas para aliviar la extrema pobreza, la capacidad de autofocalización constituye un requisito deseable que puede realzarse mediante el diseño de soluciones y programas que, por el tipo de producto entregado, tengan mayor potencial para servir a los más pobres. Este esquema puede ser particularmente relevante en países con restricciones para reforzar la selectividad habitacional por medio de sistemas informatizados de clasificación socioeconómica de la demanda.

En el caso de los programas masivos de vivienda mínima o económica, que suponen mayores niveles de actividad constructiva y movilización de recursos, una selectividad adecuada exige sistemas de postulación estables, pero también en permanente ajuste a lo largo del tiempo. En algunos países los sistemas de estadísticas sociales han permitido una mejor focalización en las familias de menores recursos, a la vez que constituyen elementos útiles para establecer criterios objetivos en la asignación de beneficios habitacionales [3].

En la actividad habitacional no es frecuente que se considere una adecuada complementación con programas en otras áreas. En esta perspectiva, la focalización territorial ofrece una herramienta útil para movilizar recursos de diversos sectores hacia comunas y vecindarios postergados en cuanto a participación en las inversiones públicas y privadas, así como a sus expectativas de desarrollo.



Tecnología habitacional


Las políticas tecnológicas que se apliquen para aumentar la productividad del sector habitacional incidirán en el potencial de la región para ampliar la cantidad y mejorar la calidad de su producción habitacional. En términos generales, se comprueba que los materiales, componentes, maquinarias y herramientas empleados en la construcción (valor agregado previo a la obra) representan algo más de la cuarta parte del costo para el comprador, mientras que la incidencia del diseño y el valor agregado de la construcción alcanza a algo menos de una cuarta parte. A su vez, la gestión de proyectos (menos de 10%) y los costos financieros de corto y largo plazo representan la otra mitad del valor de la vivienda [4]. De acuerdo con estos parámetros de costos, el desarrollo tecnológico del sector atañe a diferentes rubros de la construcción y la gestión habitacional que aún presentan un importante rezado tecnológico.

Al considerar el déficit acumulado y las metas de producción que se fijan a partir del acelerado aumento anual de hogares, el primer desafío tecnológico parece ser una ampliación sustancial y sostenida de las escalas de producción habitacional en la mayoría de los países. Para ello es necesario establecer un marco institucional y financiero que favorezca la consolidación de la oferta, entendida no sólo como producción de viviendas convencionales, sino en forma amplia, como generación y distribución de un abanico de componentes tecnológicos, productivos, financieros y administrativos orientados al mejoramiento del hábitat. En este contexto aumenta la importancia de los aspectos de gestión con respecto a los de construcción hasta ahora predominantes.

Más de 50% del déficit regional de construcción e inversión en las áreas residenciales urbanas y rurales de América Latina y el Caribe es de tipo cualitativo, por lo que será importante que, en el futuro, la política tecnológica se oriente hacia el mercado del mejoramiento habitacional. La producción y distribución de módulos prefabricados permitirá ampliar viviendas que en su mayoría tienen sólo dos o tres recintos. Para reponer muros, techos y pisos resulta necesario estandarizar materiales y componentes y, simultáneamente, buscar mecanismos simples de financiamiento, tales como créditos automáticos, créditos rotatorios, sistemas de tarjetas de crédito especializadas y bancos de materiales y componentes.

Un mejor uso de los recursos es necesario para rebajar los costos de la vivienda y permitir una focalización en los hogares de menores recursos. La revisión o simplificación de los procedimientos burocráticos, de modo de acortar los plazos de ejecución de obras, y el perfeccionamiento de los sistemas de adjudicación y control de las mismas, harían posible rebajar en forma importante los costos directos e indirectos y situar las utilidades que se perciben en las diversas etapas de producción en niveles razonables y transparentes.

En general, una gestión descentralizada puede contribuir a reducir los costos y aumentar la eficiencia, al reforzar la capacidad de gestión local y hacer posible un mayor control sobre la oferta habitacional. Por eso resulta necesario compatibilizar las ventajas de operar con volúmenes de producción que permitan economías de escala, con el traspaso creciente de responsabilidades al nivel local. La incorporación de tecnologías más avanzadas tanto en las industrias de materiales y componentes como en la construcción misma, influye en los costos directos, indirectos y financieros. En este campo interesa destacar los efectos de economía de escala que podría general la estandarización dimensional y cualitativa de viviendas, componentes y materiales tanto en el mercado de la vivienda nueva como en la actividad de mejoramiento de viviendas existentes.

Finalmente, se debe subrayar que el desarrollo futuro de la tecnología habitacional deberá considerar con mayor atención aspectos tales como la durabilidad y los costos de mantenimiento y operación de la vivienda, y los efectos ambientales y urbanos que implican las diversas modalidades de producción habitacional.



Producción de nuevas viviendas


Pese a que los países destinan hoy la mayor parte de sus esfuerzos tecnológicos y financieros en materia de vivienda a incrementar su parque habitacional, los volúmenes de producción alcanzados son muy inferiores a los que se requieren para absorber el déficit acumulado, reponer los alojamientos irrecuperables u obsoletos, y dar un techo a los hogares que se van formando anualmente.

Cada país de América Latina y el Caribe presenta un cuadro diferente en cuanto a la gravedad de sus carencias de vivienda y el ritmo de formación de nuevos hogares. Estos hechos deberán orientar la forma en que se encare, en cada caso, la tarea de absorber el déficit cuantitativo.

Por una parte, en países como Paraguay y Perú, que durante su último período intercensal han debido absorber un rápido aumento del número de hogares y donde actualmente existe escasa disponibilidad de viviendas adecuadas en comparación con la presente demanda, se requiere de ingentes esfuerzos de construcción para atender tanto el déficit habitacional acumulado como la significativa cantidad de hogares que se crean anualmente. En dicho escenario, la producción de viviendas constituye un tema prioritario, que exige el concurso de los diferentes sectores y actores vinculados a la actividad de la construcción.

En otros países el ritmo de crecimiento de la demanda también fue alto, pero el último censo los encontró con una dotación de viviendas más abundante (como en el caso de México y Panamá). Probablemente su preocupación hoy se centre, sobre todo, en asegurar una provisión suficiente de alojamientos para los nuevos hogares, lo que ya en sí constituye una meta difícil de alcanzar.

Un tercer grupo es el integrado por aquellos países en los que la tasa de incremento de hogares fue comparativamente más reducida durante la última década (menos de 3% anual en promedio). Ésta es la situación de países como Argentina, Brasil y Chile, que comparados con otros cuentan con un parque de viviendas aceptables más satisfactorio (superior a las 130 unidades adecuadas por cada mil habitantes), por lo que se encuentran menos presionados por construir nuevas casas, en la medida en que mantengan una producción acorde con el incremento de los hogares.

La consolidación de sociedades predominantemente urbanas en la región hace necesario implementar sistemas de producción habitacional capaces de diversificar su oferta y atender la demanda de nuevos segmentos, tales como jóvenes, mujeres jefas de hogar y ancianos. A esto se suma el hecho de que la elevación de las expectativas relacionadas con los estándares de vivienda que acompaña el mejoramiento de los niveles de vida puede originar también una rápida obsolescencia funcional de segmentos importantes de la dotación habitacional urbana, lo que exigiría dar prioridad a las mejoras cualitativas y prestar atención a la creciente exigencia de movilidad que se advierte en materia de vivienda.

Por otra parte, el segmento rural del déficit debe encararse con programas adecuados a la realidad geográfica, económica y cultural de ese sector. Los costos vinculados a la infraestructura y la vivienda rural están condicionados por la dispersión residencial. Si se considera que la pobreza es más acentuada en las zonas que presentan mayor dispersión, puede ser conveniente recurrir a intervenciones que favorezcan un mayor agrupamiento espacial de las familias campesinas, de modo de lograr economías de escala. En este caso, será necesario considerar los efectos de la relocalización sobre la forma de subsistencia de la población rural, de modo de evitar un desarraigo que finalmente fomente la migración.



Mejoramiento y saneamiento


Al examinar los componentes del déficit regional de vivienda resalta la necesidad de que los países asignen mayor importancia al objetivo de mejorar su parque habitacional, lo que requiere que en el diseño de sus políticas consideren acciones para elevar los niveles generales de habitabilidad como componente sustancial de la calidad de vida; la inversión en mejoramientos (renovación o rehabilitación del parque habitacional) puede redundar en operaciones muy productivas, ya que en general sus costos unitarios son menores que los de la construcción de viviendas nuevas.

Conforme en la región descienden las tasas migratorias y demográficas y, en algunos casos, se agravan los problemas sociales generados por la segregación urbana, aumenta el interés en atender el déficit cualitativo.

La importancia relativa de los problemas de cantidad y calidad de la vivienda varía de un país a otro. En aquellos que presentan cuadros de agudo déficit cuantitativo, combinado con deficiencias cualitativas menos intensas (como El Salvador y Venezuela), parece razonable mantener el modelo imperante en la región, que privilegia la construcción de viviendas nuevas. Sin embargo, aun allí las intervenciones para mejorar el parque existente pueden reducir el empuje de la demanda de viviendas nuevas, al retener en casas rehabilitables a población que, de otra manera, presionaría para que se aumentara la construcción de unidades habitacionales.

En otros países existe, simultáneamente, una fuerte demanda de viviendas nuevas (que corresponde a más de 20% de los hogares), y de mejoramientos, requeridos para más de 20% del parque habitacional. En estos países, entre los que se cuentan Bolivia y Perú, la experiencia parece señalar que tales insuficiencias pueden abordarse con mayor realismo mediante estrategias en que la rehabilitación de viviendas subnormales (por precariedad u obsolescencia) complemente la construcción de viviendas nuevas.


Tabla 1
Rehabilitación del parque habitacional

Según los resultados de un inventario detallado de zonas subnormales (IZS) realizado en Colombia entre 1990 y 1993, al momento de la medición el déficit cualitativo (referido a superficies, calidades y servicios mínimos) afectaba a un total de 1 719 183 viviendas, número que aproximadamente triplicaba el déficit cuantitativo, que era de 524 777 viviendas. Esta constatación puso en evidencia que el tema de la subnormalidad habitacional y urbana era, y seguramente continúa siendo, de altísima prioridad. Además, el mismo inventario demostró que el gasto requerido para normalizar la dotación existente, con todos los problemas sociales que esto supone, exige inversiones dos veces inferiores al costo del déficit cuantitativo.

Con frecuencia se observa que la progresiva tugurización y segregación urbana presentes en muchas ciudades de la región no afectan mayormente el diseño de las políticas públicas; a su vez, en éstas no se impulsan, de acuerdo con el nuevo papel facilitador del Estado, acciones sencillas orientadas a abrir el acceso al crédito para mejoramiento (como podría serlo la venta, con crédito incluido, de módulos estandarizados, la instauración de sistemas de crédito rotatorio para la adquisición de materiales y componentes, las tarjetas de crédito especializadas para materiales y el acceso a bancos de materiales y componentes, entre otras), la rotación (facilitada por el Estado) de la dotación existente, la titulación y legalización masiva y la prefabricación de componentes estandarizados.

Cabe destacar que, como sujeto de crédito, resulta más conveniente quien posee una propiedad que quién no cuenta con este respaldo, ya que una relación deuda/garantía ventajosa permite al sector privado diseñar un esquema eficiente de producción y financiamiento, con bajo nivel de riesgo, dada la vocación de tenencia en propiedad que caracteriza a los habitantes de la región.



A su vez, en países que, dentro del panorama de la región, presentan cuadros menos críticos respecto de ambos componentes del déficit habitacional (Uruguay, Argentina, Cuba y Chile), y en aquellos que, sin ser los más afectados por la escasez de viviendas, se registra una incidencia importante de los problemas de calidad material (como en el caso de Brasil, Paraguay y Colombia, entre otros), poner mayor énfasis en el mejoramiento puede ser un imperativo en materia de atención habitacional. En tal contexto resulta posible aplicar una política que aborde, simultáneamente, la construcción de viviendas nuevas y el control del déficit cualitativo crítico de los segmentos de población más vulnerables, en los ámbitos rural y urbano.

Las acciones en las áreas del agua potable y el saneamiento también inciden considerablemente en el logro de los objetivos de equidad y calidad de vida en los asentamientos humanos. Por eso es importante incluir entre los programas de mejoramiento habitacional las intervenciones específicas para ampliar la infraestructura sanitaria hacia los segmentos del parque que no cuentan con ella. Las graves carencias en materia de saneamiento que existen en la región indican que los programas de infraestructura debieran intensificarse para elevar el nivel habitacional. Aun en los países en que la cobertura de servicios es alta se necesita de acciones de saneamiento en asentamientos irregulares o precarios.

Si se desea que los programas de saneamiento logren una cobertura amplia y equilibrada en términos espaciales, se tendrá que prestar mucha consideración al financiamiento de la operación futura de estos servicios [5]. Esto, a su vez, dependerá fuertemente de que los programas de saneamiento se combinen con otros de regularización de títulos de dominio, para incentivar la consolidación de los asentamientos y, con ello, la contribución de los hogares al financiamiento de los consumos. Contar con gobiernos locales eficientes en cuanto a la administración y mantenimiento de la infraestructura ayudará asimismo a garantizar una mayor replicabilidad y continuidad de los proyectos de saneamiento.

Para ampliar la cobertura por medio de una mayor participación del sector privado en el campo del abastecimiento de agua y saneamiento se requiere de incentivos financieros explícitos que alienten a las empresas a atender áreas en que se perciben mayores riesgos respecto de la recuperación de costos y una menor disposición de las personas a pagar los servicios. En ausencia de estos incentivos para que el sector privado extienda el abastecimiento a las zonas urbanas de bajos ingresos, los pobladores deben comprar el agua potable a un costo muchísimo mayor que las tarifas de los sistemas públicos [OPS , 1994].

La participación de los usuarios en las decisiones respecto de los servicios así como en su mantenimiento, contribuye a la eficiencia, sobre todo cuando se utilizan sistemas integrados de colectores, tanques sépticos y letrinas; así lo demuestran experiencias en ciudades de Bolivia, Brasil, y comunidades pequeñas de Colombia y Perú [OPS , 1994].

La mujer, que en la vivienda es la principal usuaria de la infraestructura de servicios, está más consciente de los beneficios que acarrea su disponibilidad. Cuando se la hace participar en el manejo del saneamiento, mejoran los resultados en el ámbito de la salud doméstica y el progreso de la vivienda, y ella se siente estimulada a actuar en otras esferas del desarrollo de las comunidades locales [CNUAH , 1986].

Los programas de dotación de infraestructura sanitaria inciden positivamente en múltiples aspectos económicos, sociales y culturales de la pobreza. Por eso constituyen un campo fértil para establecer vínculos institucionalizados más fuertes con otros sectores sociales y relacionar los avances específicos de las políticas de vivienda con efectos más amplios en la calidad de vida y las expectativas de desarrollo de la población [UNICEF , 1993].



Las políticas de vivienda y la ciudad


De manera congruente con el alto nivel de urbanización de América Latina y el Caribe, tanto los hogares como el parque de vivienda se concentran en las ciudades. Queda claro entonces que los desafíos cuantitativos y cualitativos que la gestión de la vivienda deberá asumir en los años venideros tendrá un marco predominantemente urbano.

Existe cada vez más claridad respecto de la coordinación que debe existir en el tratamiento de los problemas habitacionales y urbanos [Bombarolo , 1995]. La creciente dificultad de las políticas de vivienda para satisfacer la demanda de terrenos e infraestructura en las ciudades se agravará si se intenta aumentar la producción en el futuro. Para aumentar la cobertura de los programas, y llegar efectivamente a los sectores más necesitados, en muchos casos parece inevitable seguir construyendo cada vez más lejos y concentrar las viviendas sociales en aquellas extensiones de terreno cuyo costo aún permita utilizarlo para estos fines; por consiguiente, aumenta la segregación, se dificulta el acceso a servicios y empleos, y se coarta la eficiencia de la gestión urbana.

Por otra parte, esta misma magnitud de la demanda ha llevado en muchos países a constatar que, de hecho, la configuración de sus ciudades finalmente no ha sido determinada por su política urbana, sino por la habitacional. Ésta, al concentrarse casi exclusivamente en la producción masiva de vivienda nueva de bajo costo en la periferia urbana, parece tener objetivos contradictorios con los del desarrollo urbano; muchas veces la política habitacional acentúa los problemas de dotación de servicios en los barrios populares ya consolidados, al localizar en ellos una nueva masa poblacional que también compite por el escaso equipamiento existente.

La implementación intensiva de proyectos más pequeños de vivienda en terrenos intersticiales, el otorgamiento de subsidios diferenciados para densificar zonas de desarrollo prioritario, o el uso de tipologías acordes con una demanda diversificada, son algunas de las estrategias que se han aplicado en el esfuerzo por reemplazar los grandes conjuntos de vivienda que, en décadas pasadas, no favorecieron el desarrollo urbano.


Figura 4: Disponibilidad de viviendas adecuadas por mil habitantes.


La localización de los conjuntos habitacionales debería ser motivo de creciente preocupación en los programas del sector. Una relación más expedita entre las zonas habitacionales y las fuentes de empleo, los servicios o los centros urbanos podría favorecer la productividad de la mano de obra al acortar los tiempos de viaje y liberar tiempo y esfuerzo para el desempeño laboral o el perfeccionamiento, si se presta una adecuada consideración a la vialidad y el transporte. A nivel comunal y vecinal, la accesibilidad de los servicios educacionales y de salud será fundamental para mejorar la calidad de vida y las posibilidades de progreso de las familias. El trabajo de la mujer se vuelve más viable si los hijos pueden acudir a escuelas cercanas en forma segura, o si el barrio ofrece seguridad mientras ella está fuera del hogar. La localización de las viviendas en la ciudad determina en gran medida las posibilidades que tiene la familia de acceder al trabajo, los equipamientos y los servicios urbanos.

Así como las políticas habitacionales consideran hoy con mayor atención las características de las ciudades para definir la localización y el diseño de las viviendas, las políticas urbanas se preocupan cada vez más por acoger los proyectos que surgen a nivel local en los planes generales de desarrollo de las ciudades. Si una gestión urbana eficiente es posible en la medida en que los habitantes de la ciudad se sientan involucrados en ella, la manera en que se resuelven los problemas relativos a sus viviendas y vecindarios resulta importante para mejorar la ciudad en su conjunto.

Una política habitacional que contribuya efectivamente a mejorar y expandir el acceso de la población de América Latina y el Caribe a las oportunidades de progreso que se abren para el próximo milenio, debería procurar no sólo aumentar su eficacia en términos de producción de viviendas, sin además legitimarse como un buen instrumento para el desarrollo armónico de los asentamientos humanos.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)

Fecha de referencia: 30-04-1997


1:  Para una revisión completa de la evolución del gasto social, véase Cominetti y di Gropello (1994).
2:  Este gasto difícilmente podría incrementarse a partir de un aumento de la carga tributaria, ya que ésta ha registrado una tendencia decreciente a lo largo de los años ochenta. El alza del impuesto territorial ha mostrado suscitar fuertes resistencias políticas y, en todo caso, parece más pertinente canalizarlo hacia las crecientes demandas de servicios urbanos y vecinales.
3:  En Chile se utiliza el sistema de las encuestas CAS para determinar los estratos socioeconómicos y guiar, dentro de la red de subsidios estatales, la asignación de beneficios de los diversos programas de vivienda dirigidos a los sectores de bajos ingresos, así como de otros cuyo objetivo es el mejoramiento de barrios precarios. Esta metodología se caracteriza por permitir un procesamiento uniforme y una aplicación descentralizada desde los municipios. El sistema de información FES implementado en Costa Rica para canalizar los subsidios estatales presenta rasgos similares (CEPAL, 1995).
4:  En el marco del proyecto "Propuestas para la transformación productiva de la vivienda en América Latina y el Caribe" se realizó un estudio de casos sobre la composición del costo de la vivienda en varios países de la región.
5:  Véase el capítulo IV.

Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a007.html
 
Ciudades para un Futuro más Sostenible
Búsqueda | Buenas Prácticas | Documentos | Boletín CF+S | Novedades | Convocatorias | Sobre la Biblioteca | Buzón/Mailbox
 
Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid Universidad Politécnica de Madrid
Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad
Departamento de Estructuras y Física de la EdificaciónDepartamento de Urbanística y Ordenación del Territorio