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En América Latina la participación del gasto en vivienda dentro del
gasto social global ha sido tradicionalmente inferior al resto de
los sectores sociales y, a lo largo de la década de 1980, ha
sufrido una importante reducción. Esta caída se aprecia con mayor
claridad en aquellos países de la región que muestran los niveles
de gasto social más bajos y que, a su vez, tienden a coincidir con
aquellos que presentan menores grados de desarrollo, por lo que
exhiben los más altos niveles de déficit social.
Como consecuencia de la crisis de los años ochenta, el gasto
público en vivienda experimentó un deterioro tanto en términos
reales per cápita como de su participación en el PIB (véanse los
gráficos 1 y 2). Ese descenso reflejó no solamente la contracción
a la que fueron sometidos el gasto público en general y el social
en particular, con el objeto de ayudar a restablecer el equilibrio
fiscal en la región, sino también la opción de proteger a otros
sectores afines, como la salud y la seguridad social, a costa de
la vivienda (véase el gráfico 3). En efecto, la evidencia indica
que el sector más vulnerable durante el período de ajuste fiscal
de los años ochenta fue precisamente el de la vivienda, que cayó
persistentemente en forma más acentuada que el gasto social, sin
volverse a recuperar cuando este último comenzó a acercarse a los
valores registrados en los primeros años de la década de 1980. El
gasto real per cápita en vivienda a comienzos de los años noventa
en la mayoría de los países continúa siendo inferior al de
principios de los ochenta.
Esta vulnerabilidad del sector de la vivienda ante los ajustes
impuestos por una menor disponibilidad de recursos públicos se
relaciona, en parte, con la interpretación social y política que se
le da. A partir de la concepción desarrollista de los años sesenta
y setenta se identifica a la vivienda, junto con la salud y la
educación, como un sector social básico al que deben apuntar las
políticas públicas para corregir las desigualdades derivadas de la
distribución inequitativa del ingreso.
Los programas habitacionales cobraron gran importancia política y
económica como la "muestra visible" del compromiso social de los
gobiernos. Sin embargo, debido a la persistencia del concepto
técnico de vivienda mínima aceptable, umbral que a menudo
sobrepasaba la capacidad real de compra de los sectores pobres, los
costos de producción de la vivienda social restringieron
fuertemente la cobertura. Una atención crónicamente inferior a las
necesidades ha llevado a aceptar que sería prácticamente imposible
satisfacer la totalidad de la demanda habitacional, lo cual ha ido
desplazando la atención hacia los temas de la previsión, la salud
y la educación.
En ese contexto, un aumento del gasto en vivienda basado en la
redistribución presupuestaria general o dentro del marco del gasto
social no parece posible. Para justificar un incremento del gasto
en vivienda a costa del destinado a sectores hacia los que parecen
dirigirse las prioridades sociales, se requeriría de un consenso
político que, en los actuales tiempos, parece difícil de lograr.
El incremento de la cobertura y la calidad de una política
habitacional parece depender entonces, por una parte, de la
incorporación de nuevos recursos provenientes, sobre todo, del
sector privado y, por otra, de avances transectoriales en el diseño
de los programas, de modo de focalizar mejor los recursos
disponibles y lograr niveles de productividad y eficiencia que
permitan ampliar y elevar el volumen y la calidad de la producción
de bienes y servicios habitacionales.
A continuación se abordan los diferentes aspectos de las políticas
habitacionales que deben revisarse para poder atender de mejor
manera el déficit acumulado y las necesidades de vivienda que
surgirán en los próximos años en la región.
Hasta los años ochenta, la obtención de créditos de la banca
internacional para la construcción de viviendas era la forma más
habitual de incrementar los presupuestos públicos. Esta modalidad
de financiamiento posibilitó avances en los campos del saneamiento
y la vivienda social; eventualmente, también permitió apoyar el
financiamiento habitacional privado. Al mismo tiempo, fue en gran
medida la causa de las marcadas fluctuaciones del volumen de
inversión, que impidieron un crecimiento gradual y sostenido del
sector en las últimas décadas. Si bien en general los organismos
multilaterales siguen dispuestos a incrementar los niveles de
crédito externo para programas habitacionales orientados a
segmentos en situación de pobreza en los diversos países, la
experiencia muestra que es necesario articularlos cuidadosamente
con instancias internas de fortalecimiento institucional y
financiero, para que su impacto se proyecte en forma sustentable.
En el nuevo escenario surgido hacia fines de la década pasada, los
esfuerzos por lograr un manejo prudente de la política monetaria,
controlar las presiones inflacionarias y liberalizar los flujos
financieros, abren la posibilidad de canalizar nuevas inversiones
hacia el sector habitacional. La competencia por atraer estos
fondos ha determinado que, en muchos países, el esquema de manejo
de recursos, que antes operaba en forma segmentada del resto del
sistema financiero mediante una banca especializada en vivienda, se
haya cambiado por sistemas financieros abiertos (multibanca); con
frecuencia éstos han resultado ser más eficientes y transparentes,
y se han ganado la confianza general, pero sobre todo de los
potenciales inversionistas institucionales. Por su parte, en
algunos países la banca especializada acoge con mayor propiedad los
requerimientos específicos del sector habitacional, tanto para la
captación como la colocación de recursos.
La creciente participación del sector privado en el campo
habitacional se ha centrado, en una etapa inicial, en los segmentos
de mayor rentabilidad. En particular, se ha estimulado el mercado
de los instrumentos financieros a largo plazo, como las letras y
los mutuos hipotecarios, con el fin de reducir sustancialmente sus
costos de operación y aprovechar el alto potencial que tienen las
compañías de seguros y los sistemas previsionales para derivar
recursos hacia este tipo de instrumentos. En la tabla 1 del Anexo
se muestran los cambios radicales que experimentó la composición
del caudal de recursos financieros en Chile, a medida que el sector
privado se incorporaba al financiamiento habitacional. En 1972, la
proporción entre inversión pública y privada era de 72% la primera
y 18% la segunda; en 1994 estos valores se invirtieron para quedar
en 19% y 81%, respectivamente. Por otra parte, si se observa que la
proporción de viviendas financiadas con fondos públicos es ahora
mayor que en los años setenta, se puede concluir que un diseño
adecuado del sistema financiero puede abrir espacio a los recursos
privados sin que ello signifique reducir la presencia del sector
público en la orientación y el apoyo a los grupos sociales que lo
requieran.
La conveniencia y oportunidad de reemplazar el financiamiento
"especializado" en el sector habitacional por otro que opere en un
mercado financiero abierto ha sido un tema ampliamente debatido en
la región. Una evaluación cuidadosa de la oferta financiera de la
multibanca en relación con los montos, tasas y plazos que demandan
las operaciones sectoriales, la existencia, ausencia o debilidad de
los mecanismos de corrección monetaria, las condiciones de
seguridad que ofrecen los mercados secundarios de hipotecas, las
posibilidades de acceso de los diversos sectores sociales a
mecanismos de ahorro y crédito, y la factibilidad política e
institucional de un nivel aceptable de recuperación de deudas
hipotecarias, permitirá decidir cuándo y cómo innovar, de modo que
el perfeccionamiento de los mecanismos de financiamiento de la
vivienda no afecte a las metas de producción y atención que
requiere una evolución positiva del panorama habitacional.
Es necesario que cambie la óptica de las políticas sectoriales para
que la vivienda social ya no se entienda como gasto, sino que se
destaque el apoyo que las políticas habitacionales pueden prestar
a una gestión macroeconómica coherente y estable, mediante el
aumento de la inversión y el ahorro. Las estrategias orientadas a
estimular y captar el ahorro familiar mediante el incentivo de
llegar a poseer una vivienda, así como la canalización hacia el
sector de otros recursos provenientes de inversionistas
institucionales, facilitan una complementariedad entre los clásicos
logros sociales de la política habitacional con otros de tipo
económico. Una política de vivienda bien encauzada puede acortar
plazos o eliminar barreras para que los beneficios del progreso
lleguen a la población más necesitada. Así, a través de este sector
se cumpliría una meta del desarrollo con equidad.
Parece concordarse en que los subsidios directos a las familias que
compran su vivienda son, en general, más propicios al
establecimiento de sistemas justos y objetivos de acceso a este
bien. Al ser claramente dimensionables, estos subsidios permiten un
manejo eficiente del presupuesto sectorial, así como la
progresividad, si se otorgan por montos inversamente proporcionales
al valor de la vivienda correspondiente. La tendencia a la
eliminación de subsidios indirectos y encubiertos también es
deseable. No obstante, en la práctica los países han constatado que
una producción suficiente, adecuada y oportuna de viviendas
sociales puede exigir apoyos a la oferta o subsidios generales, al
menos en algunas etapas o situaciones. Particularmente en el caso
de los programas de vivienda mínima, la experiencia de la región
permite señalar que los modelos abstractos de subsidios deben
ajustarse con pragmatismo a la luz de la verdadera prioridad, que
es suministrar viviendas a los que las necesitan. Así, por ejemplo,
para proveer de viviendas a localidades menores o sectores rurales,
puede ser necesario dar un sustancial apoyo a la oferta de modo que
se extienda más allá de los centros urbanos.
Un sistema de acceso a la vivienda es más que un conjunto de
subsidios. Hace falta un paquete complejo de mecanismos financieros
e instrumentos normativos, institucionales y comunicacionales para
posibilitar la consecución de una vivienda a aquellos que la
necesitan. Con el fin de reducir los costos y riesgos de una
gestión financiera a cargo de las instituciones públicas de
vivienda, se tiende a manejar en la banca abierta el ahorro previo
acumulado por el postulante, así como la deuda que contrae para
complementar el precio de la solución habitacional.
En cuanto a las condiciones que se establecen para postular a la
vivienda, se ha subrayado la necesidad de reglas claras, objetivas
y transparentes, que fomenten la credibilidad del sistema de
asignación habitacional entre la población. Más allá de los
criterios de selección, también se privilegia la estabilidad en el
tiempo de los sistemas de postulación y asignación, de modo que las
familias puedan conocerlos y manejarlos a pesar de su considerable
complejidad. La atmósfera institucional y administrativa puede ser
importante para facilitar el acceso de las personas al sistema, así
como para dotarlas de información suficiente, que les permita tomar
decisiones correctas en cuanto a la obtención de una vivienda.
La objetividad de las reglas del juego no implica que el Estado
deba abstenerse de orientar la política habitacional. Interesantes
experiencias que ponen el acento, por ejemplo, en la renovación
urbana, la densificación predial o la postulación asociativa, entre
otras metas, demuestran que las políticas habitacionales pueden
lograr, mediante adecuados sistemas de acceso, objetivos que les
resultan prioritarios.
Dado el predominio urbano entre los hogares de la región, y los
desafíos en cuanto a movilidad social y geográfica que genera un
escenario de transformación productiva, parece conveniente diseñar
sistemas integrados de acceso a la vivienda, en los cuales las
familias puedan optar según sus necesidades, posibilidades y
preferencias, entre diferentes productos habitacionales. Un mercado
habitacional moderno tenderá a la autofocalización por la vía de un
conjunto concertado de programas en que el sector público preste un
apoyo directo diferenciado a los diversos tramos de ingreso.
Asimismo, el premio al ahorro preliminar y al pago responsable de
las deudas contraídas puede ser un incentivo importante para que
las familias internalicen conductas positivas que serán
indispensables en un escenario de transformación productiva
auténtica en la región.
El afinamiento de la focalización presupone identificar claramente
a la población objetivo y disponer de mecanismos y programas que
garanticen que esa población sea atendida. Es necesario emprender
un esfuerzo explícito por determinar cuáles subsidios y programas
adolecen de filtraciones hacia grupos que no los necesitan.
La diversidad de las actuales carencias hace que no sea conveniente
restringir las políticas de vivienda a esquemas rígidos de
focalización: se requiere de programas diseñados específicamente
para grupos diferentes cuyas características y problemas son
también singulares. En la práctica, un esquema que provea
soluciones diversificadas incluye desde programas muy focalizados
hasta otros que, sin estar dirigidos a segmentos en situación de
extrema pobreza, también pueden beneficiar a los estratos de
menores recursos gracias a su efecto en el empleo, la actividad
local o el mejoramiento del entorno urbano y rural.
En el caso de los programas para aliviar la extrema pobreza, la
capacidad de autofocalización constituye un requisito deseable que
puede realzarse mediante el diseño de soluciones y programas que,
por el tipo de producto entregado, tengan mayor potencial para
servir a los más pobres. Este esquema puede ser particularmente
relevante en países con restricciones para reforzar la selectividad
habitacional por medio de sistemas informatizados de clasificación
socioeconómica de la demanda.
En el caso de los programas masivos de vivienda mínima o económica,
que suponen mayores niveles de actividad constructiva y
movilización de recursos, una selectividad adecuada exige sistemas
de postulación estables, pero también en permanente ajuste a lo
largo del tiempo. En algunos países los sistemas de estadísticas
sociales han permitido una mejor focalización en las familias de
menores recursos, a la vez que constituyen elementos útiles para
establecer criterios objetivos en la asignación de beneficios
habitacionales [3].
En la actividad habitacional no es frecuente que se considere una
adecuada complementación con programas en otras áreas. En esta
perspectiva, la focalización territorial ofrece una herramienta
útil para movilizar recursos de diversos sectores hacia comunas y
vecindarios postergados en cuanto a participación en las
inversiones públicas y privadas, así como a sus expectativas de
desarrollo.
Al considerar el déficit acumulado y las metas de producción que se
fijan a partir del acelerado aumento anual de hogares, el primer
desafío tecnológico parece ser una ampliación sustancial y
sostenida de las escalas de producción habitacional en la mayoría
de los países. Para ello es necesario establecer un marco
institucional y financiero que favorezca la consolidación de la
oferta, entendida no sólo como producción de viviendas
convencionales, sino en forma amplia, como generación y
distribución de un abanico de componentes tecnológicos,
productivos, financieros y administrativos orientados al
mejoramiento del hábitat. En este contexto aumenta la importancia
de los aspectos de gestión con respecto a los de construcción hasta
ahora predominantes.
Más de 50% del déficit regional de construcción e inversión en las
áreas residenciales urbanas y rurales de América Latina y el Caribe
es de tipo cualitativo, por lo que será importante que, en el
futuro, la política tecnológica se oriente hacia el mercado del
mejoramiento habitacional. La producción y distribución de módulos
prefabricados permitirá ampliar viviendas que en su mayoría tienen
sólo dos o tres recintos. Para reponer muros, techos y pisos
resulta necesario estandarizar materiales y componentes y,
simultáneamente, buscar mecanismos simples de financiamiento, tales
como créditos automáticos, créditos rotatorios, sistemas de
tarjetas de crédito especializadas y bancos de materiales y
componentes.
Un mejor uso de los recursos es necesario para rebajar los costos
de la vivienda y permitir una focalización en los hogares de
menores recursos. La revisión o simplificación de los
procedimientos burocráticos, de modo de acortar los plazos de
ejecución de obras, y el perfeccionamiento de los sistemas de
adjudicación y control de las mismas, harían posible rebajar en
forma importante los costos directos e indirectos y situar las
utilidades que se perciben en las diversas etapas de producción en
niveles razonables y transparentes.
En general, una gestión descentralizada puede contribuir a reducir
los costos y aumentar la eficiencia, al reforzar la capacidad de
gestión local y hacer posible un mayor control sobre la oferta
habitacional. Por eso resulta necesario compatibilizar las ventajas
de operar con volúmenes de producción que permitan economías de
escala, con el traspaso creciente de responsabilidades al nivel
local. La incorporación de tecnologías más avanzadas tanto en las
industrias de materiales y componentes como en la construcción
misma, influye en los costos directos, indirectos y financieros. En
este campo interesa destacar los efectos de economía de escala que
podría general la estandarización dimensional y cualitativa de
viviendas, componentes y materiales tanto en el mercado de la
vivienda nueva como en la actividad de mejoramiento de viviendas
existentes.
Finalmente, se debe subrayar que el desarrollo futuro de la
tecnología habitacional deberá considerar con mayor atención
aspectos tales como la durabilidad y los costos de mantenimiento y
operación de la vivienda, y los efectos ambientales y urbanos que
implican las diversas modalidades de producción habitacional.
Cada país de América Latina y el Caribe presenta un cuadro
diferente en cuanto a la gravedad de sus carencias de vivienda y el
ritmo de formación de nuevos hogares. Estos hechos deberán orientar
la forma en que se encare, en cada caso, la tarea de absorber el
déficit cuantitativo.
Por una parte, en países como Paraguay y Perú, que durante su
último período intercensal han debido absorber un rápido aumento
del número de hogares y donde actualmente existe escasa
disponibilidad de viviendas adecuadas en comparación con la
presente demanda, se requiere de ingentes esfuerzos de construcción
para atender tanto el déficit habitacional acumulado como la
significativa cantidad de hogares que se crean anualmente. En dicho
escenario, la producción de viviendas constituye un tema
prioritario, que exige el concurso de los diferentes sectores y
actores vinculados a la actividad de la construcción.
En otros países el ritmo de crecimiento de la demanda también fue
alto, pero el último censo los encontró con una dotación de
viviendas más abundante (como en el caso de México y Panamá).
Probablemente su preocupación hoy se centre, sobre todo, en
asegurar una provisión suficiente de alojamientos para los nuevos
hogares, lo que ya en sí constituye una meta difícil de alcanzar.
Un tercer grupo es el integrado por aquellos países en los que la
tasa de incremento de hogares fue comparativamente más reducida
durante la última década (menos de 3% anual en promedio). Ésta es
la situación de países como Argentina, Brasil y Chile, que
comparados con otros cuentan con un parque de viviendas aceptables
más satisfactorio (superior a las 130 unidades adecuadas por cada
mil habitantes), por lo que se encuentran menos presionados por
construir nuevas casas, en la medida en que mantengan una
producción acorde con el incremento de los hogares.
La consolidación de sociedades predominantemente urbanas en la
región hace necesario implementar sistemas de producción
habitacional capaces de diversificar su oferta y atender la demanda
de nuevos segmentos, tales como jóvenes, mujeres jefas de hogar y
ancianos. A esto se suma el hecho de que la elevación de las
expectativas relacionadas con los estándares de vivienda que
acompaña el mejoramiento de los niveles de vida puede originar
también una rápida obsolescencia funcional de segmentos importantes
de la dotación habitacional urbana, lo que exigiría dar prioridad
a las mejoras cualitativas y prestar atención a la creciente
exigencia de movilidad que se advierte en materia de vivienda.
Por otra parte, el segmento rural del déficit debe encararse con
programas adecuados a la realidad geográfica, económica y cultural
de ese sector. Los costos vinculados a la infraestructura y la
vivienda rural están condicionados por la dispersión residencial.
Si se considera que la pobreza es más acentuada en las zonas que
presentan mayor dispersión, puede ser conveniente recurrir a
intervenciones que favorezcan un mayor agrupamiento espacial de las
familias campesinas, de modo de lograr economías de escala. En este
caso, será necesario considerar los efectos de la relocalización
sobre la forma de subsistencia de la población rural, de modo de
evitar un desarraigo que finalmente fomente la migración.
Conforme en la región descienden las tasas migratorias y
demográficas y, en algunos casos, se agravan los problemas sociales
generados por la segregación urbana, aumenta el interés en atender
el déficit cualitativo.
La importancia relativa de los problemas de cantidad y calidad de
la vivienda varía de un país a otro. En aquellos que presentan
cuadros de agudo déficit cuantitativo, combinado con deficiencias
cualitativas menos intensas (como El Salvador y Venezuela), parece
razonable mantener el modelo imperante en la región, que privilegia
la construcción de viviendas nuevas. Sin embargo, aun allí las
intervenciones para mejorar el parque existente pueden reducir el
empuje de la demanda de viviendas nuevas, al retener en casas
rehabilitables a población que, de otra manera, presionaría para
que se aumentara la construcción de unidades habitacionales.
En otros países existe, simultáneamente, una fuerte demanda de
viviendas nuevas (que corresponde a más de 20% de los hogares), y
de mejoramientos, requeridos para más de 20% del parque
habitacional. En estos países, entre los que se cuentan Bolivia y
Perú, la experiencia parece señalar que tales insuficiencias pueden
abordarse con mayor realismo mediante estrategias en que la
rehabilitación de viviendas subnormales (por precariedad u
obsolescencia) complemente la construcción de viviendas nuevas.
Según los resultados de un inventario detallado de zonas
subnormales (IZS) realizado en Colombia entre 1990 y 1993, al
momento de la medición el déficit cualitativo (referido a
superficies, calidades y servicios mínimos) afectaba a un
total de 1 719 183 viviendas, número que aproximadamente
triplicaba el déficit cuantitativo, que era de 524 777
viviendas. Esta constatación puso en evidencia que el tema de
la subnormalidad habitacional y urbana era, y seguramente
continúa siendo, de altísima prioridad. Además, el mismo
inventario demostró que el gasto requerido para normalizar la
dotación existente, con todos los problemas sociales que esto
supone, exige inversiones dos veces inferiores al costo del
déficit cuantitativo.
Con frecuencia se observa que la progresiva tugurización y
segregación urbana presentes en muchas ciudades de la región
no afectan mayormente el diseño de las políticas públicas; a
su vez, en éstas no se impulsan, de acuerdo con el nuevo papel
facilitador del Estado, acciones sencillas orientadas a abrir
el acceso al crédito para mejoramiento (como podría serlo la
venta, con crédito incluido, de módulos estandarizados, la
instauración de sistemas de crédito rotatorio para la
adquisición de materiales y componentes, las tarjetas de
crédito especializadas para materiales y el acceso a bancos de
materiales y componentes, entre otras), la rotación
(facilitada por el Estado) de la dotación existente, la
titulación y legalización masiva y la prefabricación de
componentes estandarizados. Cabe destacar que, como sujeto de crédito, resulta más conveniente quien posee una propiedad que quién no cuenta con este respaldo, ya que una relación deuda/garantía ventajosa permite al sector privado diseñar un esquema eficiente de producción y financiamiento, con bajo nivel de riesgo, dada la vocación de tenencia en propiedad que caracteriza a los habitantes de la región. |
A su vez, en países que, dentro del panorama de la región,
presentan cuadros menos críticos respecto de ambos componentes del
déficit habitacional (Uruguay, Argentina, Cuba y Chile), y en
aquellos que, sin ser los más afectados por la escasez de
viviendas, se registra una incidencia importante de los problemas
de calidad material (como en el caso de Brasil, Paraguay y
Colombia, entre otros), poner mayor énfasis en el mejoramiento
puede ser un imperativo en materia de atención habitacional. En tal
contexto resulta posible aplicar una política que aborde,
simultáneamente, la construcción de viviendas nuevas y el control
del déficit cualitativo crítico de los segmentos de población más
vulnerables, en los ámbitos rural y urbano.
Las acciones en las áreas del agua potable y el saneamiento también
inciden considerablemente en el logro de los objetivos de equidad
y calidad de vida en los asentamientos humanos. Por eso es
importante incluir entre los programas de mejoramiento habitacional
las intervenciones específicas para ampliar la infraestructura
sanitaria hacia los segmentos del parque que no cuentan con ella.
Las graves carencias en materia de saneamiento que existen en la
región indican que los programas de infraestructura debieran
intensificarse para elevar el nivel habitacional. Aun en los países
en que la cobertura de servicios es alta se necesita de acciones de
saneamiento en asentamientos irregulares o precarios.
Si se desea que los programas de saneamiento logren una cobertura
amplia y equilibrada en términos espaciales, se tendrá que prestar
mucha consideración al financiamiento de la operación futura de
estos servicios [5]. Esto, a su vez, dependerá fuertemente de que los
programas de saneamiento se combinen con otros de regularización de
títulos de dominio, para incentivar la consolidación de los
asentamientos y, con ello, la contribución de los hogares al
financiamiento de los consumos. Contar con gobiernos locales
eficientes en cuanto a la administración y mantenimiento de la
infraestructura ayudará asimismo a garantizar una mayor
replicabilidad y continuidad de los proyectos de saneamiento.
Para ampliar la cobertura por medio de una mayor participación del
sector privado en el campo del abastecimiento de agua y saneamiento
se requiere de incentivos financieros explícitos que alienten a las
empresas a atender áreas en que se perciben mayores riesgos
respecto de la recuperación de costos y una menor disposición de
las personas a pagar los servicios. En ausencia de estos incentivos
para que el sector privado extienda el abastecimiento a las zonas
urbanas de bajos ingresos, los pobladores deben comprar el agua
potable a un costo muchísimo mayor que las tarifas de los sistemas
públicos [OPS , 1994].
La participación de los usuarios en las decisiones respecto de los
servicios así como en su mantenimiento, contribuye a la eficiencia,
sobre todo cuando se utilizan sistemas integrados de colectores,
tanques sépticos y letrinas; así lo demuestran experiencias en
ciudades de Bolivia, Brasil, y comunidades pequeñas de Colombia y
Perú [OPS , 1994].
La mujer, que en la vivienda es la principal usuaria de la
infraestructura de servicios, está más consciente de los beneficios
que acarrea su disponibilidad. Cuando se la hace participar en el
manejo del saneamiento, mejoran los resultados en el ámbito de la
salud doméstica y el progreso de la vivienda, y ella se siente
estimulada a actuar en otras esferas del desarrollo de las
comunidades locales [CNUAH , 1986].
Los programas de dotación de infraestructura sanitaria inciden
positivamente en múltiples aspectos económicos, sociales y
culturales de la pobreza. Por eso constituyen un campo fértil para
establecer vínculos institucionalizados más fuertes con otros
sectores sociales y relacionar los avances específicos de las
políticas de vivienda con efectos más amplios en la calidad de vida
y las expectativas de desarrollo de la población [UNICEF , 1993].
Existe cada vez más claridad respecto de la coordinación que debe
existir en el tratamiento de los problemas habitacionales y urbanos
[Bombarolo , 1995]. La creciente dificultad de las políticas de
vivienda para satisfacer la demanda de terrenos e infraestructura
en las ciudades se agravará si se intenta aumentar la producción en
el futuro. Para aumentar la cobertura de los programas, y llegar
efectivamente a los sectores más necesitados, en muchos casos
parece inevitable seguir construyendo cada vez más lejos y
concentrar las viviendas sociales en aquellas extensiones de
terreno cuyo costo aún permita utilizarlo para estos fines; por
consiguiente, aumenta la segregación, se dificulta el acceso a
servicios y empleos, y se coarta la eficiencia de la gestión
urbana.
Por otra parte, esta misma magnitud de la demanda ha llevado en
muchos países a constatar que, de hecho, la configuración de sus
ciudades finalmente no ha sido determinada por su política urbana,
sino por la habitacional. Ésta, al concentrarse casi exclusivamente
en la producción masiva de vivienda nueva de bajo costo en la
periferia urbana, parece tener objetivos contradictorios con los
del desarrollo urbano; muchas veces la política habitacional
acentúa los problemas de dotación de servicios en los barrios
populares ya consolidados, al localizar en ellos una nueva masa
poblacional que también compite por el escaso equipamiento
existente.
La implementación intensiva de proyectos más pequeños de vivienda
en terrenos intersticiales, el otorgamiento de subsidios
diferenciados para densificar zonas de desarrollo prioritario, o el
uso de tipologías acordes con una demanda diversificada, son
algunas de las estrategias que se han aplicado en el esfuerzo por
reemplazar los grandes conjuntos de vivienda que, en décadas
pasadas, no favorecieron el desarrollo urbano.
Así como las políticas habitacionales consideran hoy con mayor
atención las características de las ciudades para definir la
localización y el diseño de las viviendas, las políticas urbanas se
preocupan cada vez más por acoger los proyectos que surgen a nivel
local en los planes generales de desarrollo de las ciudades. Si una
gestión urbana eficiente es posible en la medida en que los
habitantes de la ciudad se sientan involucrados en ella, la manera
en que se resuelven los problemas relativos a sus viviendas y
vecindarios resulta importante para mejorar la ciudad en su
conjunto.
Una política habitacional que contribuya efectivamente a mejorar y
expandir el acceso de la población de América Latina y el Caribe a
las oportunidades de progreso que se abren para el próximo milenio,
debería procurar no sólo aumentar su eficacia en términos de
producción de viviendas, sin además legitimarse como un buen
instrumento para el desarrollo armónico de los asentamientos
humanos.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Fecha de referencia: 30-04-1997
Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a007.html |