Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a005.html |
En las últimas décadas se ha producido un clima favorable a la
descentralización, especialmente en lo que se refiere a la
autonomía de los niveles locales para la organización y gestión de
los servicios [Peñalva y Grossi , 1989] [Boisier , 1995] [de Mattos
, 1995] [Aghón , 1995]. Los países latinoamericanos muestran una
tendencia a transferir competencias, recursos y personal en una
perspectiva de desconcentración territorial. Bolivia, Chile,
Colombia y Perú llevaron a cabo reformas descentralizadoras en la
década de 1980; Brasil, que ya estaba descentralizado, fortaleció
los gobiernos locales [Nunes , 1994] [Aghón , 1995].
Se ha recalcado que en la mayoría de los países no existe una clara
definición de la naturaleza y las funciones de los gobiernos
urbanos más allá de los planteamientos formales expresados en las
leyes. Los procesos de descentralización son aún incipientes y el
gobierno local está lejos de constituir un actor relevante en la
gestión del desarrollo urbano. Los municipios siguen ligados a las
tareas tradicionales de administración y fiscalización territorial
y prestación de algunos servicios locales [Trivelli , 1995].
Con frecuencia el nivel municipal de operación y administración no
coincide con las unidades territoriales que efectivamente componen
las ciudades. Ciertas grandes ciudades están fragmentadas en muchas
administraciones, concebidas cuando aún se trataba de poblados
dispersos, lo que produce ineficiencia, duplicación de funciones o
descoordinación entre autoridades cuyas jurisdicciones se
traslapan. En otros casos, los municipios se ven sobrepasados por
el crecimiento de nuevos centros urbanos en su territorio, a
distancias de la cabecera comunal que hacen difícil un gobierno
local eficiente. La articulación de los territorios comunales y la
coordinación operativa son fundamentales para evitar ineficiencias
que emanan de la superposición de funciones y competencias entre
las autoridades locales, regionales y nacionales [Peñalva y Grossi
, 1989].
El centralismo mantiene una gran fuerza en países federales como
Argentina, Brasil, México o Venezuela, y también en otros unitarios
como Chile, Colombia, Ecuador o Perú. La fuerza del centralismo se
debe a la condensación de diversas tendencias en lo político,
económico e institucional que explican que, a pesar del clima
favorable a la descentralización, poco se haya avanzado en términos
reales [de Mattos , 1989].
Si bien la mayoría de los países reconocen las bondades de la
descentralización _de hecho el principio está consagrado en varias
constituciones_, opera una centralización de facto, que dificulta
la aplicación práctica de estos principios. Un punto crucial en tal
fenómeno es la fragilidad de los recursos municipales y su
dependencia de recursos fiscales transferidos desde otros niveles
de gobierno. En esas condiciones de precariedad financiera, sólo
los municipios con más recursos pueden hacer viables sus
competencias, lo cual tiende a agravar las distancias entre
municipios ricos y pobres. Si la distribución del ingreso recaudado
es muy despareja, el proceso descentralizador acentuará las
desigualdades, especialmente si no va acompañado de mecanismos
efectivos de compensación fiscal entre los municipios.
La capacidad de gasto eficiente tiene cada vez más importancia en
la gestión urbana. Los gobiernos locales revelan limitaciones en el
manejo eficiente de los recursos públicos en comparación con las
agencias centralizadas o la empresa privada [Aghón , 1995]. De tal
manera, las políticas encaminadas a fortalecer los organismos de
gobierno urbano son decisivas para mejorar su capacidad de gestión
tecnificada.
Para financiar los programas urbanos se recurre a diversas fuentes:
el sector público, los agentes privados y la propia comunidad. La
creación de condiciones favorables para esta operación puede
facilitar la movilización y combinación de amplios volúmenes de
recursos: aportes comunitarios (tiempo, voluntad, capacidad de
trabajo, compromiso y organización), apoyo financiero del sector
privado y aportes públicos en recursos presupuestarios, modalidades
de regulación y gestión de programas de desarrollo local.
El papel del sector privado en la gestión urbana debe considerarse
cuidadosamente. La "privatización" de los servicios urbanos se ha
convertido en un mecanismo recomendado con frecuencia para
financiar su dotación y operación. Resulta destacable el interés
del sector privado en participar en la solución de los problemas de
infraestructura y servicios de las ciudades. La experiencia de
algunas privatizaciones, sin embargo, muestra que la capacidad del
Estado para regular la operación de los mercados es aún
insuficiente, lo que afecta a la calidad y el costo del servicio
prestado. Los municipios no siempre han logrado desarrollar
mecanismos de control y regulación adecuados a la operación de las
empresas privadas que gestionan los servicios en su territorio.
La creación de mercados donde previamente no existían, como en el
caso de los servicios urbanos, es un tema de relevancia en el
futuro regional. A este respecto, las instituciones encargadas del
gobierno urbano deben estudiar medidas adecuadas de transición, ya
que no basta la voluntad para que aparezcan los mercados. Gran
parte del costo social de las políticas de reestructuración
económica obedece a que no se ha previsto la transición de un
esquema de fuerte intervención del sector público a una asignación
de recursos a cargo del mercado.
Ya se trate de áreas urbanas consolidadas o de ciudades intermedias
en expansión, la gestión de los servicios urbanos exige una alta
capacidad operativa de los agentes respectivos. Aun en los casos en
que los servicios urbanos estén a cargo de empresas privadas, ello
no libera a dichos agentes de la responsabilidad en cuanto a la
entrega y calidad del servicio. En este contexto, la capacidad
operativa del gobierno local ya no se refiere tanto a la
implementación del servicio como a la consideración de los
elementos técnicos y empresariales que inciden en su prestación, a
fin de establecer bases adecuadas para el traspaso de funciones al
sector privado y seleccionar las mejores opciones de privatización.
Resulta necesario además promover desde el gobierno local la
innovación tecnológica y operativa en el campo de los servicios
urbanos, para lograr una mayor calidad, disminuir los costos y
mejorar las condiciones ambientales de la ciudad.
La pobreza urbana amplía la diferencia entre los costos del suelo
urbano y las necesidades de localización de viviendas para familias
de menores recursos. El acceso al suelo mediante la ocupación
masiva o gradual de terrenos al margen de la legalidad o con
modalidades no convencionales de fraccionamiento se dificulta por
la mayor formalización de la tenencia y la valoración acumulativa
y especulativa de los terrenos aledaños a las ciudades.
Las familias que se asientan en las ciudades buscan conseguir, por
una parte, una adecuada accesibilidad a sus servicios y empleos y,
por otra, una permanencia segura por períodos razonables. Las
políticas habitacionales han tratado de responder a las necesidades
de estas familias con programas de regularización del dominio del
terreno a través de la radicación o erradicación. Con frecuencia,
la radicación de los asentamientos precarios ha ido acompañada de
programas de saneamiento que han permitido el progreso gradual de
sus habitantes. En cambio, los resultados de los procesos de
erradicación de asentamientos irregulares no han sido siempre
satisfactorios para las familias y la ciudad. Dada la alta
prioridad que las familias asignan a la accesibilidad urbana, a
menudo prefieren permanecer en zonas de riesgo natural, por ejemplo
laderas o lechos de río, o de riesgo ambiental, como basurales e
inmediaciones de vías, en lugar de trasladarse a poblaciones, que
pueden ser más seguras pero dificultan o encarecen su acceso a los
servicios y empleos.
La experiencia de los países indica que el mercado del suelo ha
limitado el alcance de las políticas habitacionales. Los programas
que persiguen una cobertura adecuada deben inclinarse
necesariamente por los suelos de menor precio, situados lejos de
los centros urbanos, de mala calidad o con carencias de servicios.
En esta forma se favorece la expansión urbana y la segregación, y
las familias deben incurrir en costos altos para acceder a los
servicios urbanos o el empleo.
Aun cuando ya estaría completándose el proceso de urbanización en
la región, perdura una fuerte demanda de suelos, porque subsisten
fenómenos migratorios de las ciudades menores a las intermedias y
metropolitanas, sumados a los desplazamientos de la población que
obedecen a los nuevos escenarios de globalización de la economía.
Las ciudades latinoamericanas, por su parte, ya tienen una masa
poblacional que por el solo efecto de su propia dinámica
demográfica interna demanda anualmente grandes extensiones de suelo
(véase la tabla 5 del Anexo). Si no se toman precauciones para
aumentar las densidades relativamente bajas que caracterizan el
crecimiento de los asentamientos latinoamericanos, será preciso
incorporar unas 800 000 hectáreas adicionales a las ciudades
existentes, con el fin de albergar a los 40 millones de nuevos
habitantes urbanos que tendrá la región en los próximos cinco años.
Si se opta por densidades cercanas a los 200 habitantes por
hectárea, los requerimientos se reducirán a 200 000 hectáreas en
ese lapso, lo cual de todos modos significa construir anualmente el
equivalente a la superficie de ciudades como Santiago de Chile o
Santafé de Bogotá en el conjunto de asentamientos de la región. La
adopción decidida de patrones de ocupación del suelo más compactos
parece inevitable a la luz de estas cifras.
Los requerimientos de suelo se distribuyen en cada país según su
forma de asentamiento territorial. Las demandas más importantes
parecen darse en las ciudades de tamaño intermedio, donde el
mercado de la tierra con frecuencia es aún más rígido que en las
grandes ciudades [1]. De este modo, la densificación no es una tarea
reservada a las grandes ciudades, sino que debe emprenderse también
en aquellos centros más pequeños.
La escasa disponibilidad de suelos que permitan la expansión de las
ciudades es un factor crítico para el desarrollo de los
asentamientos humanos en muchos países insulares de la subregión
del Caribe. Gran parte de estas islas son de origen volcánico y
topografía abrupta, por lo que sólo algunas partes de las franjas
costeras resultan adecuadas para el asentamiento de población o el
desarrollo económico. Así, las políticas urbanas y de vivienda se
ven limitadas por el alto costo de la tierra, atribuible a su
escasez y a las presiones por dedicarla a usos alternativos más
rentables, como el turismo. En estos países, donde no siempre se
puede establecer una clara distinción entre áreas urbanas y
rurales, la gestión urbana supone prestar especial atención a que
los escasos suelos disponibles se utilicen en forma económica,
social y ambientalmente eficiente.
Los habitantes de las ciudades latinoamericanas usan buena parte de
sus ingresos para adquirir automóviles, lo cual produce demandas
viales que resultan inmanejables. En los principales centros
urbanos del continente hay una marcada preferencia por el uso del
automóvil en vez del transporte público, lo que causa congestión y
otras formas de contaminación ambiental. En los últimos 10 o 15
años los automóviles han mejorado y abaratado su precio, al tiempo
que han subido los ingresos. En el Perú, por ejemplo, la adopción
de una política macroeconómica neoliberal fue acompañada de un alza
de las importaciones de autos de 12 millones de dólares en 1990 a
171 millones al año siguiente [2].
Tabla 1 Costos de los diferentes medios de transporte público urbano, por pasajero-kilómetro |
|||
Costos por pasajero-kilómetro (en dólares de 1994) |
|||
Medio de transporte | Operación más gastos financieros | Operación más depreciación | Costo total |
Autobús (tránsito mixto) | 0,03-0,07 | ||
Autobús en pistas exclusivas | 0,03-0,07 | ||
Autobús en vías segregadas | 0,07-0,11 | ||
Ferrocarril subterráneo | 0,13-0,27 | 0,27-0,34 | |
Ferrocarril suburbano | 0,07-0,13 | 0,11-0,27 | |
FUENTE: Costos actualizados de Alan Armstrong-Wright, "Urban transit systems: Guidelines for examing options", World Bank Technical Paper, N. 52, Washington, D.C., Banco Mundial, 1986. |
Los metros y sistemas de trenes suburbanos han resultado caros de construir y operar. En el mejor de los casos, los
ingresos comerciales cubren los costos operacionales, tal como en el Metro de Santiago, pero en Brasil, por ejemplo,
los subsidios operacionales para los trenes suburbanos han ascendido a más de diez veces el valor recaudado por
concepto de venta de boletos de pasajeros. En muchos casos no hace falta el ferrocarril subterráneo, ya que los
sistemas de autobuses pueden ser mucho más baratos y mejores, porque ofrecen servicios más convenientes para los
usuarios.
Brasil es uno de los países más progresistas en el área de la operación de los buses en pistas o vías segregadas, que
pueden acomodar hasta a 20.000 personas por hora, pista y sentido, a una velocidad de unos 20 km/h, incluidas las
paradas (en Porto Alegre). El caso más conocido es el de Curitiba, donde se implantó un sistema de buses
biarticulados, con una capacidad máxima de unas 300 personas cada uno, que circulan sobre una red de vías exclusivas
mundialmente famosas. Algunas de las líneas del Metro de México, el pre-metro de Buenos Aires, el tren eléctrico de
Lima, la línea 2 del metro de Santiago o el pre-metro de Rio de Janeiro quizás no se habrían construido si se
hubiesen comparado con las alternativas que ofrecen los buses.
El modelo de Curitiba tiene otras características muy interesantes, tales como la integración entre el uso del suelo
y la red de transportes y entre las distintas líneas de buses y el sistema tarifario y de financiamiento de las
empresas. Sin embargo, para adaptarlo a otras ciudades, habría que introducirle modificaciones importantes. Los
principios adoptados en Curitiba representan una de las opciones disponibles para producir resultados mejores; otra
opción, posiblemente preferible, es mejorar el funcionamiento del mercado. FUENTE: Banco Mundial, Staff Appraisal Report: Sáo Paulo Metropolitan Transport Decentralization Project, Informe 10012-BR, Washington, D.C., marzo de 1992. |
Las demandas de movilización pueden obligar a construir
ferrocarriles subterráneos. En ciudades como Brasilia, Caracas,
Lima, México, Santiago y São Paulo se realizan fuertes
inversiones en este rubro. Con las tecnologías aplicadas hasta
ahora, este medio de transporte resulta de alto costo directo,
como se señala en la tabla 1. En el futuro, la opción entre
diversas alternativas de transporte público dependerá de los
avances tecnológicos logrados y de los costos ambientales
correspondientes en cada caso.
La tarificación vial parece concitar acuerdo en cuanto a que es
la manera más eficiente de controlar la congestión. De probada
eficacia en Singapur, es una opción que debería ser evaluada por
los gobiernos latinoamericanos.
Existen diversas otras medidas más o menos eficaces para aliviar
la congestión. En los controles sobre los estacionamientos, por
ejemplo, no se distingue entre los vehículos que llegan por rutas
congestionadas y los que utilizan otras vías; ni tampoco entre
los que viajan en horas más o menos congestionadas. Otras
opciones son:
Si bien estas medidas mejoran también la circulación de los
vehículos de la locomoción colectiva, podría convenir, en algunas
circunstancias, implantar sistemas destinados a privilegiar la
circulación de buses, mediante la designación de pistas
exclusivas, la construcción de vías segregadas, la preferencia
a los buses en las fases de los semáforos, entre otras medidas.
Es necesario que en la gestión urbana se preste especial
consideración al manejo cauteloso de los recursos hídricos, para
poder dotar de agua suficiente a los asentamientos humanos de la
región, en particular a las grandes ciudades y a aquellos
emplazados en zonas donde el agua escasea. Esto último ocurre en
muchos países del Caribe, que enfrentan serios problemas para
satisfacer las necesidades de agua de su población. A su vez, el
tratamiento y reciclaje de residuos es una tarea prioritaria, no
sólo en los grandes centros urbanos de la región, que producen
cuantiosos desechos, sino tambien en asentamientos menores; así,
por ejemplo, en aquellos países insulares caribeños para los
cuales la actividad turística es de especial relevancia, existe
el gran desafío de instalar, renovar o ampliar los sistemas para
la administración y disposición de desechos sólidos y líquidos,
con vistas a no dañar sus frágiles ecosistemas.
Las deficiencias de infraestructura tienen impactos negativos
directos sobre la productividad de la inversión y actúan como
freno al crecimiento económico. Este fenómeno es particularmente
apreciable en el sector del transporte. Los servicios de
ferrocarriles, aeropuertos, puertos y vialidad urbana e
interurbana arrojan serios déficit que inciden en las relaciones
comerciales, culturales y sociales. Asimismo, los servicios
eléctricos, de telecomunicaciones o sanitarios (aguas servidas,
desechos sólidos) tienen un impacto directo en la calidad de la
vida urbana y el mejoramiento de los recursos humanos, pero como
tampoco se distribuyen equitativamente, contribuyen a acentuar
las diferencias de oportunidades entre los diversos grupos
sociales. De allí que imprimir un sesgo redistributivo en estas
políticas constituya un aporte sustancial en pro de la equidad.
Aliviar las carencias de infraestructura implica generar los
recursos necesarios para superar ese déficit. Tradicionalmente
se suponía que el sector público asumía la inversión, operación
y mantenimiento de la infraestructura; así ocurrió en la región
entre los años cincuenta y setenta. La acción estatal entregó
obras de gran envergadura e impacto social y económico, que
sirvieron de base para posteriores políticas de desarrollo [IEU
, 1994]. Las infraestructuras vial, portuaria, ferroviaria, de
generación eléctrica y riego contribuyeron a mejorar la
productividad de la industria y la agricultura, con los
consiguientes beneficios para el empleo y el ingreso.
Sin embargo, ya desde la década de 1970, el esquema del Estado
empresario reveló limitaciones para proveer y mantener las obras,
así como para producir y distribuir los servicios. Estas
limitaciones se referían más que nada a la gestión de la
infraestructura, pues el Estado asumió enteramente el costo de
mantenimiento y aun subsidió el consumo. Como no se previeron los
costos de operación y mantenimiento, las obras acabaron en
condiciones de obsolescencia y deterioro. A la vez, el
crecimiento de la población urbana generó una gran demanda de
servicios que, para el Estado empresario, resultaba cada vez más
difícil de atender.
El panorama deficitario que se apreciaba en la década de 1970
tuvo efectos negativos sobre la productividad de la economía y
la calidad de vida en las ciudades. Muchos servicios urbanos
colapsaron debido a su obsolescencia y a la multitud de
mecanismos ilegales que desarrollaron los habitantes privados de
acceso. Las redes de electricidad, agua y teléfonos, por ejemplo,
se han visto a menudo sobrecargadas por los "colgados",
"pinchados" u otras denominaciones que identifican a quienes
tienen acceso irregular al servicio [Gligo , 1995].
El esquema del Estado proveedor de infraestructura también entró
en crisis por los requisitos de equilibrio macroeconómico que se
impusieron los gobiernos de la región en los años ochenta y que
los llevaron a adoptar políticas fiscales más austeras. En
consecuencia, la inversión en infraestructura sufrió notables
reducciones en la década de 1980 debido a que, al retirarse el
sector público, el sector privado no lo reemplazó en forma clara
e inmediata.
El enfoque de los años noventa con respecto a la creación de
infraestructura se ha desplazado desde la visión de ésta como
mera creación de capital físico a otra que la concibe como la
prestación de un servicio (Banco Mundial, 1991; La era urbana,
1994). Desde este punto de vista, el criterio básico para evaluar
la calidad de una obra es la satisfacción de los usuarios con la
calidad del servicio. Se supone que el usuario estará dispuesto
a pagar por la creación o mantenimiento de una obra que mejore
su calidad de vida.
Este cambio de enfoque tiene al menos dos consecuencias
importantes. La primera es que plantea el tema de las tarifas
como la contraparte de los costos vinculados a la prestación de
un servicio. En esta forma, el pago de los usuarios contribuye
a mantener el flujo de servicios en un estándar de calidad
adecuado, ampliar o mejorar obras y contratar personal idóneo.
La segunda consecuencia es que, como los servicios recuperan sus
costos y son rentables, facilitan la entrada de recursos privados
a la producción y gestión de infraestructura.
Las experiencias actuales de trasladar aspectos de la gestión de
infraestructura del sector público al privado han adoptado tres
modalidades principales: contrato de servicios, privatización y
concesiones [IEU , 1994]. En el régimen de contrato de servicios,
como ocurre típicamente con la recolección domiciliaria de
residuos, el organismo público paga al proveedor del servicio de
acuerdo con normas y estándares establecidos. La privatización
es el traspaso de la propiedad y la gestión al sector privado.
El régimen de concesiones combina la propiedad estatal con la
operación privada en proyectos socialmente rentables, donde los
operadores reciben pago de los usuarios.
Aunque el cobro de tarifas puede considerarse una carga para los
sectores más pobres, cabe recordar que los sectores desprovistos
de servicios urbanos gastan ingentes sumas para compensar esta
deficiencia. Si bien la carencia de servicios genera regresividad
asociada a la operación de mercados desregulados, los subsidios
o las tarifas tan bajas que no permiten recuperar costos también
son regresivas ya que limitan la cobertura. La adecuada
tarificación de los servicios puede tener costos políticos
iniciales; sin embargo, si redundan en el pronto mejoramiento de
la calidad del servicio, la ampliación de la cobertura y la
satisfacción del usuario, tales costos tienden a diluirse en el
tiempo [Heisecke , 1994].
La búsqueda de rentabilidad en la prestación de servicios a
través de la participación del sector privado también puede
generar distorsiones. En tal sentido, por ejemplo, antes de
privatizar servicios caracterizados por situaciones de monopolio
natural, deben fortalecerse los esquemas de regulación para
garantizar la calidad del servicio, el nivel de cobertura, las
metas de inversión, la competencia en el sector y la capacidad
del regulador para supervisar efectivamente la estructura
tarifaria y de costos.
Para reponer o ampliar la infraestructura de las ciudades
latinoamericanas, además de allegar nuevos recursos, se requiere
de sistemas de gestión eficientes, con un encuadre institucional
idóneo. En este marco resulta importante el fortalecimiento
técnico y financiero de los gobiernos locales y la implementación
de servicios descentralizados públicos o privados, adecuados a
las particularidades regionales y urbanas.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Fecha de referencia: 30-04-1997
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