Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a004.html |
Los hogares pobres son víctimas del hecho de que la región de
América Latina y el Caribe tenga la peor distribución del ingreso
en el mundo. En 12 países latinoamericanos, que comprenden más de
360 millones de personas, el 20% más rico obtiene un ingreso 8.1 a
32.1 veces mayor que el 20% más pobre [PNUD , 1994]. Jamaica,
Uruguay y Venezuela presentan el menor nivel de diferencia (8 a 10
veces), aunque tal relación está muy por encima de la de los países
de Europa (6.1) o América del Norte (6.7). Honduras, Guatemala,
Brasil y Panamá se ubican en el otro extremo, dado que triplican la
relación _ya elevada_ de los países con menor desigualdad de
ingresos en la región.
Un balance de los cambios distributivos de largo plazo que han
tenido lugar en América Latina evidencia que en seis de ocho países
se han producido retrocesos muy significativos respecto de
comienzos de los años ochenta. Únicamente Uruguay y Colombia
exhiben actualmente una distribución del ingreso más equitativa que
a finales de los años setenta, y los avances en la distribución del
ingreso urbano conseguidos en años recientes en países como
Argentina, Brasil, Costa Rica, México, Panamá y Venezuela no bastan
para contrarrestar los aumentos de la desigualdad registrados a lo
largo de la década pasada. El predominio de estructuras
distributivas del ingreso muy concentradas, junto con niveles
medianos de ingreso por habitante, revelan que una parte importante
de la pobreza urbana es consecuencia de esa inequidad o, por lo
menos, lo es el incremento de la pobreza observado durante el
primer quinquenio de 1980, cuando se produjeron los retrocesos más
marcados en materia distributiva.
En la mayoría de los países de la región aumentó la incidencia de
la pobreza, especialmente en las zonas urbanas. Para un contingente
importante de los hogares pobres, las mejoras alcanzadas desde
mediados de los años ochenta o durante los primeros años de los
noventa no compensaron las fuertes disminuciones del ingreso
ocurridas durante la crisis y los procesos de ajuste y de
reestructuración de las economías. En la mayoría de los países, la
recuperación del ingreso por habitante no permitió remontar, al
menos no en su totalidad, el empeoramiento de la distribución del
ingreso provocado por la recesión. En consecuencia, actualmente los
porcentajes de pobreza son, en general, más altos que al iniciarse
la crisis, lo cual afecta a las posibilidades de integración social
e individual. Por eso resulta de importancia explorar las posibles
conexiones entre ciertos aspectos de las ciudades y los factores
que inciden en la reproducción de la pobreza, a fin de establecer
las formas de neutralizar sus efectos negativos.
Tabla 1 Porcentaje de hogares pobres según área de residencia, América Latina, alrededor de 1990 |
|||||||||||
Hogares bajo la línea de pobreza (a) | Hogares bajo la línea de indigencia | ||||||||||
Urbano | Urbano | ||||||||||
País | Total |
Total urb. |
Zona metrop. |
Resto Urbano |
Rural | Total |
Total urb. |
Zona metrop. |
Resto urbano |
Rural | |
Argentina | - | - | 16 | - | - | - | - | 4 | - | - | |
Bolivia | - | 50 | - | - | - | - | 22 | - | - | - | |
Brasil | 43 | 39 | - | - | 56 | - | 22 | - | - | - | |
Chile | 35 | 34 | 30 | 38 | 36 | 12 | 11 | 9 | 13 | 15 | |
Colombia | - | 35 | - | - | - | - | 12 | - | - | - | |
Costa Rica | 24 | 22 | 20 | 25 | 25 | 10 | 7 | 5 | 6 | 12 | |
Guatemala | - | - | - | - | 72 | - | - | - | - | 45 | |
Honduras | 75 | 65 | - | - | 84 | 54 | 38 | - | - | 66 | |
México (b) | 39 | 34 | - | - | 49 | 14 | 9 | - | - | 23 | |
Panamá (b) | 38 | 34 | 32 | 42 | 48 | 18 | 15 | 14 | 20 | 25 | |
Paraguay | - | - | 37 | - | - | - | - | 10 | - | - | |
Uruguay | - | 12 | 7 | 17 | - | - | 2 | 1 | 3 | - | |
Venezuela | 34 | 33 | 25 | 36 | 38 | 12 | 11 | 7 | 12 | 17 | |
América Latina | 39 | 34 | - | - | 53 | 18 | 13 | - | - | 30 | |
FUENTE: CEPAL, Panorama social de América Latina, edición 1994 (LC/G.1844), Santiago de Chile, 1994, pp. 158 y 159. | |||||||||||
a Incluye a los hogares bajo la línea de indigencia o de extrema pobreza. b 1989. c Promedio entre las ciudades de Rio de Janeiro y Sào Paulo. |
A medida que se ha moderado el ritmo de crecimiento de las
grandes metrópolis de América Latina, éstas ofrecen un cierto
acceso a servicios urbanos adecuado a sus habitantes. Hoy los
antiguos asentamientos precarios en las afueras de las ciudades
se han transformado en barrios consolidados, que cuentan con
electricidad, agua potable, locomoción y otros servicios propios
de la vida urbana. Sin embargo, la pobreza no desaparece, sino
que tiene otras manifestaciones. Los bajos ingresos de los
habitantes urbanos producen un deterioro creciente en los
recursos humanos, que es una de las formas que asume la pobreza
urbana. Las enfermedades no atendidas impiden mantener una salud
adecuada y el ingreso temprano a la fuerza de trabajo reduce la
permanencia en la escuela. La confluencia de estos factores
condiciona y reproduce una participación desmedrada en el mercado
de trabajo, y contribuye a perpetuar un circuito que alimenta la
pobreza.
La caracterización de la ciudad latinoamericana como un
territorio segregado, en términos espaciales, tiene su origen en
la imagen que surgió en el período de urbanización acelerada, de
una ciudad tradicional sobrepasada primero, y cercada después,
por las masas de migrantes de las áreas rurales. Dicha
caracterización se recogió más tarde en el concepto de
marginalidad desarrollado en la región en los años sesenta. Si
bien luego se cuestionó la "simetría" postulada en ese entonces
entre sectores marginales (pobres) urbanos y áreas residenciales
periféricas y deterioradas, la evolución posterior de las
ciudades confirma la relación entre las dimensiones social y
espacial de la pobreza urbana latinoamericana. No obstante, hoy
es evidente que no todos los habitantes de la denominada "ciudad
periférica" son pobres, y que no todos los pobres urbanos viven
necesariamente en esa "otra" ciudad. Aun cuando se haya difundido
ampliamente la imagen de polarización espacial, es difícil
encontrar ciudades de América Latina donde la segregación del
espacio coincida plenamente con las desigualdades socioeconómicas
[Portes Itzigsohn y Dore-Cabral , 1994]. En la actualidad la
cercanía entre los distritos más pobres y más ricos parece ser
mayor que lo que señala el estereotipo de la ciudad
latinoamericana, y se advierte la complejidad de las relaciones
entre el espacio urbano y la desigualdad socioeconómica.
La segregación del espacio puede acentuarse cuando existe un
esfuerzo deliberado en las políticas urbanas por homogeneizar
zonas de la ciudad en términos socioeconómicos, como sucedió en
el caso de Santiago de Chile [Morales y Rojas , 1987] en la década
de 1980, en que se produjo un enérgico proceso de radicación y
erradicación. Sin embargo, en la mayoría de las ciudades de la
región, las cifras y tendencias de distribución del ingreso
señalan que inevitablemente los grupos minoritarios de ingreso
alto deberán acomodarse espacialmente con una creciente mayoría
pobre. A la luz de su cartografía socioeconómica, la imagen de
la urbe latinoamericana debería transformarse: en lugar de la tan
internalizada idea de la ciudad acomodada con "bolsones de
pobreza", debería pensarse en una ciudad pobre con "bolsones de
riqueza" [Portes , 1989] [Portes, Itzigsohn y Dore-Cabral , 1994]
[Villasante , 1994].
El acercamiento entre barrios de condiciones socioeconómicas
diferentes podría ser consecuencia, por una parte, de la
urbanización no planificada y, por otra, de la resistencia de los
barrios, una vez consolidados, a las dinámicas de desalojo del
negocio inmobiliario. En su época de mayor expansión, las
ciudades incorporaron nuevas tierras al tejido urbano, muchas
veces sin orden ni concierto. Si bien los asentamientos más
pobres tendían a ubicarse "fuera del mercado", también lo hacían
en terrenos aledaños a los sectores de mayor ingreso. Así por
ejemplo, en Santafé de Bogotá o en Rio de Janeiro, las
operaciones de regularización de asentamientos han consolidado
barrios pobres cercanos a zonas de alto ingreso. La propia
expansión de los barrios de mayor ingreso los llevó a conectarse
a poblados o sectores ya establecidos, cuyos habitantes tenían
diversos niveles socioeconómicos. En ciudades como Santafé de
Bogotá o Kingston se aprecia la instalación de grupos de mayor
ingreso en barrios más pobres que adquieren atractivo por su
localización y menor precio [Portes , 1989] [Portes, Itzigsohn y
Dore-Cabral , 1994].
Esta evolución de las ciudades hacia estructuras territoriales
más complejas no equivale a integración; las enormes
desigualdades socioeconómicas perduran y tienden a fragmentar los
espacios urbanos, ya que impiden las relaciones de integración
social y provocan una creciente desvalorización de los espacios
públicos. La existencia de grandes desigualdades origina
actitudes defensivas de "egoísmo solidario". La violencia, la
criminalidad, la drogadicción y otras patologías sociales, sin
ser componentes naturales de la vida urbana ni productos de la
segregación, encuentran un campo propicio para su desarrollo en
la fragmentación del espacio.
El empleo urbano tiene cada vez más importancia en un continente
donde la mayor parte de la población vive en ciudades. En los
años setenta, el tema del empleo urbano se consideraba un
problema de baja productividad vinculado a la expansión del
sector informal de la economía. En el contexto de una creciente
migración rural-urbana, los recién llegados autogeneraban empleos
de baja productividad o informales, que bajaban la productividad
media de las ciudades. Posteriormente los estudios de la dinámica
del sector informal en los años ochenta contribuyeron a aclarar,
por ejemplo, que no se trataba necesariamente de un sector
desvinculado de la economía formal, relacionado con prácticas de
sobrevivencia familiar, sino que podía formar parte de una cadena
productiva vinculada a la economía formal.
Al reactivarse las economías en la segunda mitad de los años
ochenta, se incrementó el empleo; de finales de los años ochenta
a comienzos de los noventa, el desempleo abierto urbano se redujo
significativamente (véase la tabla 2). En ocho países alcanzó
niveles cercanos o inferiores a 7% hacia fines de 1992, y en
cinco a 5% o menos. Las cifras disponibles indican que hacia 1993
la desocupación urbana seguía baja o había descendido con
respecto al año anterior en Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica,
Guatemala y Venezuela. En 1994, sin embargo, el desempleo urbano
aumentó levemente en Bolivia, Brasil y México y algo más en otros
cinco países, alcanzando a valores de dos dígitos en Nicaragua,
Panamá y Argentina. La crisis ocurrida a fines de 1994 en México
agudizó esta situación, particularmente en ese país y en
Argentina. En todo caso, aun con los resultados de 1993, la tasa
de desempleo continuaba superando a la de los años setenta. Los
incrementos del PIB alcanzados en la mayoría de los países aún
resultan insuficientes para reducir la tasa de desempleo a los
niveles históricos.
El desempleo abierto en las zonas urbanas de América Latina
afecta principalmente a hombres y mujeres jóvenes. En 10 de los
11 países para los cuales se dispuso de información [CEPAL
, 1994a], alrededor del año 1992, las tasas de desocupación entre
la población de ambos sexos de 15 a 24 años de edad duplicaban
las tasas globales y las correspondientes a la población mayor
de 24 años. Los datos demográficos reflejan el aumento de la
población joven en la mayoría de los países de la región y el
incremento de su participación en la actividad económica,
especialmente de las mujeres jóvenes. Por otra parte, se advierte
una segmentación de género: en los tres países donde, a comienzos
de los años noventa, el desempleo abierto alcanzaba a los niveles
más altos, las mujeres eran las más afectadas.
Tabla 2 América Latina (13 países): tasas de desempleo urbano y PIB por habitante, 1980-1992 |
||||
1980 | 1992 | |||
País |
Desempleo urbano (%) |
PIB por habitante (en dólares de 1980) |
Desempleo urbano (%) |
PIB por habitante (en dólares de 1980) |
Argentina | 2,6 | 4.110 | 6,6 | 3.786 |
Bolivia | 7,1 | 785 | 5,8 | 628 |
Brasil | 6,4 (a) | 1.879 (a) | 5,9 | 1.839 |
Chile | 9,0 | 2.315 | 6,0 | 2.774 |
Colombia | 9,7 | 1.225 | 9,1 | 1.473 |
Costa Rica | 9,1 (b) | 1.471 (b) | 4,2 | 1.516 |
Guatemala | - | - | 6,1 | 945 |
Honduras | 8,8 | 705 | 5,1 | 657 |
México | - | - | 4,3 | 2.491 |
Panamá | 11,6 (a) | 1.592 (a) | 18,6 (c) | 1.357 (c) |
Paraguay | - | - | 5,0 | 1.279 |
Uruguay | 6,7 (b) | 2.289 (b) | 8,4 | 2.426 |
Venezuela | 6,8 (b) | 3.905 (b) | 7,3 | 3.714 |
FUENTE: CEPAL, Panorama social de América Latina, edición 1994 (LC/G. 1844), Santiago de Chile, 1994, 1994, pp. 127 y 128. | ||||
a 1979. b 1981. c 1991. |
Hoy las ciudades de la región deben aumentar significativa y
urgentemente la capacidad de generar empleo para sus habitantes.
En este contexto habría que identificar las áreas en que cada
centro urbano en particular ofrece mayor potencial. Es importante
tener en cuenta que el peso relativo del empleo improductivo es
menor en las ciudades mayores de cada país que en el resto de las
áreas urbanas. Tal es el ejemplo de São Paulo (35.6%), comparado
con el resto urbano de Brasil (52.7%). En consecuencia, los
principales problemas de productividad se concentrarían en las
ciudades menores, hacia las cuales deberían orientarse
preferentemente los esfuerzos por generar más empleo (véase la
tabla 4 del Anexo).
La acumulación de capital humano exige romper los circuitos que
perpetúan la pobreza intergeneracional, los cuales incluyen
elementos culturales, sociales, institucionales y económicos. En
tal sentido, el crecimiento económico por sí solo no garantiza
automáticamente la superación de la pobreza. En la medida en que
los pobres actúen como receptores pasivos de los eventuales
beneficios de tal crecimiento, aumentará, entre otros, el riesgo
de desnutrición infantil, que afecta al rendimiento escolar, con
las consiguientes tasas de repetición altas, rezago y, por
último, deserción temprana de la escuela. Así pues, los hijos de
los pobres estarán en desventaja, pues habrán vivido en esa
condición casi toda su vida anterior a la adultez.
El desempeño educacional es un aspecto clave en la formación del
capital humano. Más de la mitad de los logros en esta esfera se
relacionan con el clima educacional del hogar, vale decir, el
promedio de años de estudio con que cuentan las personas de 15
años y más que residen en él. A este factor le sigue en
importancia la capacidad económica del hogar, que explicaría
entre 25% y 30% de los logros. En conjunto, la infraestructura
física de la vivienda y la organización familiar determinan del
20% al 25% restante [CEPAL , 1994a].
Mejorar el clima educacional del hogar parece una tarea difícil
en el corto plazo, ya que requiere que alguno de sus miembros
alcance un grado de educación muy superior al promedio del resto
o que todos participen del incremento de la escolaridad. El clima
educacional pobre debe compensarse con intervenciones centradas
en los otros factores que también inciden en la formación de
capital humano. Las políticas sociales que mejoren la calidad de
la vivienda y reduzcan el hacinamiento incidirán positivamente
en el logro escolar, del mismo modo que las destinadas a
favorecer la productividad de los adultos. Por lo tanto, un rasgo
innovador de las políticas sociales podría consistir en "simular"
climas educacionales estimulantes en aquellos casos en que la
inserción social y la estructura familiar no lo proveen. Las
iniciativas de este tipo parecerían estar muy ligadas a temas
como el equipamiento comunitario, la vivienda, el saneamiento y
la organización de la comunidad. Afinar propuestas en esta línea
constituye un desafío para que las políticas urbanas se conciban
de un modo más articulado con las políticas económica y social.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Fecha de referencia: 30-04-1997
Alojar para el desarrollo: una tarea para los asentamientos humanos > http://habitat.aq.upm.es/iah/cepal/a004.html |