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Observaciones sobre la Parálisis de Diciembre de 1995, Enciclopedie
des Nuisances (edición española, editorial Virus)
Efectivamente, ha desaparecido de nuestro campo visual la idea de
futuro. [El futuro] ya no es el territorio imaginario en el que
habitan los proyectos, intenciones o sueños de la humanidad, sino
el lugar en el que lo que hay persevera en su ser [...] Los
sectores progresistas [...] han ido girando sus propuestas, de
manera creciente hacia el pasado. Como si no quedara más proyecto
posible que el de mantener lo mejor de lo que hubo. Como si nada
'otro' [que no sea terrorífico] pudiera ni tan siquiera ser
pensado.
El Futuro ha Muerto, ¡A por el Pasado!, Manuel Cruz
El AMI intenta dar respuesta también al hecho de que en la
actualidad más de la mitad de los flujos de inversión privada a
nivel mundial se orientan hacia los países de las Periferias Sur y
Este, y es en estos espacios donde en ocasiones existen un mayor
número de "trabas" a la libre circulación y actuación del capital
privado. Y es por eso por lo que aunque el AMI surge desde el seno
de los países del Norte -es preciso tener en cuenta que el 85% de
la inversión extranjera directa corresponde a la tríada: EEUU, UE
y Japón-, existe un interés manifiesto de incorporar esta especie
de "GATT de inversiones" a la OMC, con el fin de que sea de
obligado cumplimiento a escala mundial. Se podría decir que el AMI
supondrá la clave de bóveda de un orden económico global que se
viene edificando desde hace años, y cuya dinámica se está
acelerando rápidamente en los últimos tiempos, en donde los grandes
actores privados buscan operar por encima de los Estados-nación,
acceder a la propiedad estatal o comunal que hasta ahora les estaba
vedada, incorporar al ámbito mercantil a los servicios públicos de
todo tipo, y conseguir la máxima desregulación económica y
financiera, así como social y medioambiental, a escala planetaria,
con el fin de sacar el máximo provecho de la llamada competitividad
internacional [CEO , 1998]. Se podría decir que de esta forma el
capital privado consigue una auténtica desamortización global, esta
vez a nivel planetario.
Mientras este nuevo marco mundial desregulador se consolida, se
asiste a múltiples movimientos de expansión y afianzamiento de los
distintos mercados regionales planetarios, así como de concreción
de distintos grados de libre comercio entre los mismos. En el caso
de la UE destacan diferentes iniciativas. El inicio de la
ampliación al Este, sin duda el objetivo más ambicioso, que se hará
en dos etapas y que afectará a diez países[5]; proceso que ya se ha
abierto y que se concretará desde los primeros años del próximo
siglo. La instauración progresiva de una zona de libre comercio con
todos los países de la cuenca Sur y Este mediterránea, que deberá
estar finalizada para el año 2010. El establecimiento, entre otros,
de acuerdos de libre comercio con México y Mercosur, así como el
estrechamiento de relaciones comerciales con la APEC en el
Pacífico. Y el avance hacia una zona de libre comercio y flujos de
inversión entre las dos orillas del atlántico norte, entre la UE y
EEUU ("Transatlantic Economic Partnership" o "New Transatlantic
Market"); en las negociaciones al respecto, junto a la
representación institucional participan representantes de las
grandes empresas e instituciones financieras de ambos lados del
Atlántico [CEO , 1997]. E indudablemente la creación de la moneda
única: el euro, que ha empezado a funcionar desde el 1 de enero de
este año en 11 países de la UE. Este hecho culmina la creación del
Mercado Unico (MU), espacio económico que se consolidará
definitivamente con la proxima cristalización de mercados únicos en
materia de transportes, energía y telecomunicaciones.
La creación del Euro, reforzado por el llamado Pacto de
Estabilidad, acentuará las tendencias ya señaladas que propicia el
MU, en concreto la concentración de la actividad económica, y su
ubicación preferente en el espacio centroeuropeo, profundizando por
consiguiente los desequilibrios regionales intracomunitarios [CEO
, 1997]; y generará una auténtica revolución económico-monetaria en
el plano europeo y global. Hay que tener en cuenta que la zona
inicial de la moneda única es tan potente como la economía
estadounidense (la zona del euro representa aproximadamente el 20%
del PIB mundial, y el mercado de eurobonos será el mayor del mundo,
por encima del de EEUU). Esto puede provocar que el euro acabe
compitiendo con el dólar como divisa de reserva mundial, objetivo
claro que se busca con su implantación; aparte de que su puesta en
marcha permitirá desarrollar todas las potencialidades del MU por
parte de las grandes empresas que operan en distintos países. Pero
para ello será preciso construir unos mercados financieros más
grandes y más integrados, pues la UE tiene un mercado financiero
distribuido entre unas veinte capitales, lo que se ha apuntado que
requerirá quizás la centralización de la actividad financiera
europea en una capital física que desafíe a Nueva York. O bien
coordinar de tal forma las distintos mercados financieros europeos
que trencen un solo mercado virtual. Algo así se está fraguando a
partir de la iniciativa de interconexión entre las bolsas de
Londres y Frankfurt, que está arrastrando a otros mercados
europeos. Lo cual, aparte de otras dinámicas que generará el euro,
tendrá importantes implicaciones territoriales.
En todos estos procesos, intímamente interrelacionados, su hilo
conductor cabría buscarlo en la progresiva hegemonía que adquiere
la producción y distribución a gran escala que opera en los
mercados globales, así como el cada día más manifiesto poder que
desarrollan los mercados financieros en el condicionamiento y
evolución de la actividad económica planetaria, continental y
estatal (con el creciente predominio de la economía financiera
sobre la economía real). De esta forma, se va a alterar la escala
de funcionamiento de la actividad económica y productiva (real) y
el ámbito de los mercados sobre los que opera o se proyecta. Y al
mismo tiempo, el protagonismo de la economía financiera va a ser
cada vez más acusado, pues las reformas estructurales tienden a
autonomizar, cada día más, su funcionamiento de los circuitos de la
"economía real", condicionando al mismo tiempo la evolución de ésta
de una forma cada vez más patente. Ello está teniendo importantes
repercusiones espaciales, sociales y ambientales, que se
intensificarán sin duda en los próximos tiempos.
A nivel mundial, los procesos de urbanización se están acelerando
a resultas de la globalización económica [NNUU , 1994]. Hoy en día
el 50% de la población mundial habita en "ciudades" [NNUU , 1996][6].
Este crecimiento es especialmente importante, en términos
cuantitativos, en los países de la Periferia Sur, donde un mayor
porcentaje de la población está vinculada a la actividad agraria
tradicional o de pequeña escala (en algunos casos por encima del
60% ó 70% de su población activa: China, India, Nepal...). La
globalización económica, y especialmente la expansión del
agrobusiness en la actividad agrícola, con el desarrollo de la
agricultura de exportación en gran escala, está promoviendo una
intensificación sin precedentes de las migraciones campo-ciudad en
estos territorios periféricos. En algunas zonas (sudeste asiático,
determinadas áreas de América Latina...) a este proceso se suma la
deslocalización de la actividad manufacturera, que incide en el
mismo sentido. Ello hace que las proyecciones que realizan las
Naciones Unidas apunten a que para el 2025 más del 60% de la
población mundial (del orden de 5000 millones de personas de una
población global que se situará en el entorno de los 8000 millones)
habitará en áreas urbanas [NNUU , 1996].
En los países del Norte, y en concreto en la UE, la concentración
de la población en zonas o regiones urbanas también continuará
incrementándose, si bien a un menor ritmo debido al elevado grado
de urbanización ya existente. Las proyecciones actuales auguran
pasar del 79% de la población total viviendo en zonas urbanas de
mediados de los 90, al 83% para el 2005 a nivel comunitario [COE
, 1994]. Y eso a pesar de que la UE es ya hoy en día el espacio más
urbanizado del planeta. Sin embargo, el hecho a destacar es la
importante reestructuación territorial y urbana que implicarán los
procesos económico-monetarios en marcha. Las dinámicas de
especialización espacial económica y productiva se acentuarán,
produciéndose una dualización progresiva del territorio, con
regiones que evolucionan hacia una alta densidad y otras hacia unas
densidades bajas o muy bajas, debido a la marginación que
experimentarán algunas áreas o regiones [CE , 1994]. Se reforzarán
pues en el futuro los modelos de urbanización ya dominantes, pero
"no todos los pueblos y las ciudades encontrarán su nueva situación
tan ventajosa como la anterior" [RMOTUE , 1997]. Así, "es probable
que las áreas metropolitanas ubicadas en nudos estratégicos y bien
equipados adquieran una influencia considerable a expensas de los
centros urbanos más periféricos y peor equipados". Igualmente, "las
ciudades de tamaño medio sitas en el centro del territorio de la
Unión sacarán mayor provecho de la integración europea que las
ciudades de la periferia" [CE , 1997a].
"Las ciudades se ven hoy más expuestas a los cambios económicos
globales que antes [...] El mercado único y la liberalización del
comercio mundial están teniendo efectos espaciales muy
diferenciados. El resultado negativo de este fenómeno puede verse
ya en la ampliación de las diferencias regionales que se registran
en el interior de algunos Estados miembros [de la UE]. Para las
ciudades menos dotadas y [periféricas], el proceso actual de
liberalización puede implicar unos costes de ajuste muy
considerables" [CE , 1997a]. Asimismo, la introducción de la UEM
provocará "una aún mayor dualización [y desequilibrio] del
territorio de la UE, y un aumento de la marginación de las áreas
menos preparadas para esta competencia incrementada [...] Las
regiones, ciudades y territorios compiten entre sí para atraer
actividades económicas, empleo, infraestructuras... [...] Y esta
competición puede generar una polarización entre 'ciudades
perdedoras' y 'ciudades ganadoras'" [RMOTUE , 1997].
Al mismo tiempo, la posible aparición en el futuro en la "Europa"
del Euro de las llamadas "crisis asimétricas" (sobre las que ha
alertado el Parlamento Europeo), que afecten de manera diferencial
a distintos países y en concreto regiones de la Unión, y la no
existencia de ningún mecanismo compensatorio a escala de la UEM,
hará que estas crisis sean particularmente graves. El presupuesto
comunitario es muy limitado, si se compara por ejemplo con el
presupuesto federal estadounidense, y además los fondos
estructurales o de cohesión no son fondos coyunturales, sino actúan
en el medio o largo plazo. De esta forma, al haber perdido los
distintos países las posibilidades de adaptación a posibles crisis
que implica la utilización del tipo de cambio o de los tipos de
interés, sólo les quedará la posibilidad de dejar que actúe el
mercado de trabajo, con caída masiva de salarios o incremento
brusco del paro, como única vía de adaptación a la nueva coyuntura.
La UEM igualará precios pero no productividades, y las diferencias
en este sentido en el espacio comunitario son muy importantes, con
lo cual los shocks que genere la implantación de la moneda única
pueden llegar a ser muy considerables[7].
Además, la creación de las Redes Transeuropeas (de transporte,
energía y telecomunicaciones) para favorecer el mercado interior y
la competitividad, pues su objetivo es "integrar territorios en
competencia recíproca dentro de un espacio europeo globalmente
competitivo [...], [inducirá igualmente] un reforzamiento de las
desigualdades territoriales" [CE , 1994]. La creación de estas
redes, junto con los procesos de liberalización y privatización
correspondientes, favorecerán en costes a las grandes empresas
(bajada de precios de transporte, energía y telecomunicaciones para
los grandes usuarios, que no para los pequeños[8]), reforzando las
tendencias que ha propiciado el mercado interior de concentrar las
actividades económicas en las regiones más prósperas (el llamado
"Plátano Dorado")[9] o con ventajas competitivas. De esta forma, se
impulsará un crecimiento adicional de las grandes ciudades al
mejorar las conexiones entre las principales aglomerados urbanos.
Al tiempo que el crecimiento de las actividades de servicios, en
especial financieros y decisionales, más que de la industria
manufacturera, actuará en la misma dirección. Es preciso recordar
que el grueso de la actividad de I+D, un componente fundamental del
desarrollo tecnológico y del crecimiento actual, se localiza
también en la "Golden Banana".
Las Redes Transeuropeas, contempladas en el Tratado de Maastricht,
pretenden, en su capítulo de transporte, la creación de más de
12.000 kms nuevos de autopistas y autovías de dimensión comunitaria
(un tercio más sobre los ya existentes), y de 10.000 kms de
conexiones en alta velocidad ferroviaria que vincularán gran parte
de los principales núcleos urbanos, así como ampliar sensiblemente
la capacidad aeroportuaria de las mayores conurbaciones, y
construir superpuertos y grandes áreas de actividades logísticas
que permitan al mismo tiempo conectar a la economía europea con la
economía global [Fdez Durán , 1998a]. En lo que se refiere a las
redes de energía se busca conectar y reforzar las diferentes redes
estatales, privatizando y desregulando su funcionamiento, para que
las empresas abastecedoras puedan llegar a adquirir una verdadera
proyección comunitaria, al tiempo que se desarrollan nuevos enlaces
de abastecimiento con los territorios circundantes en el Sur y en
el Este, para garantizar las crecientes demandas energéticas. Y
finalmente, las correspondientes a telecomunicaciones, las llamadas
"autopistas de la información", conectarán prioritariamente los
puntos fuertes del territorio, donde se concentra la población y la
actividad económica, creando una infraestructura tecnológica de
comunicaciones de banda ancha que posibilite la transmisión
digitalizada simultánea, a larga distancia, de diversos tipos de
información (voz, datos, imágenes...), en grandes volúmenes.
El coste de ejecución de las Redes Transeuropeas es ingente, del
orden de 400.000 millones de euros [Hoedeman , 1996], siendo la
parte del león la correspondiente a transporte. La financiación de
dichas infraestructuras, que deberán completarse para el 2010, se
contempla que sea a través de distintas vías. Financiación pública,
comunitaria y estatal, a través de los fondos estructurales y de
cohesión y los presupuestos estatales correspondientes. Posible
financiación privada adicional. Créditos a bajo interés del Banco
Europeo de Inversiones (BEI). Y posible emisión de eurobonos;
mecanismo de financiación que, al menos hasta ahora, se había
descartado. Sin embargo, el limitado presupuesto comunitario, la
necesidad de cumplir los criterios de convergencia, y la dificultad
adicional para encontrar financiación privada en grandes volúmenes
(máxime tras el fiasco financiero del Eurotunel), está haciendo muy
complejo, por el momento, conseguir los recursos necesarios para
abordar, con la urgencia que propone la Comisión, la construcción
de las redes transeuropeas. Y eso a pesar de que parte de los
recortes en el gasto social (calificados como improductivos por el
FMI) se están orientando por los diferentes estados a la
construcción de infraestructuras (gastos productivos de acuerdo
también con el FMI). Es por eso por lo que se propone orientar los
futuros recortes en la PAC, como consecuencia de las nuevas
negociaciones en la OMC, a la construcción de estas
infraestructuras. O dedicar al mismo fin parte de las reservas de
divisas de los bancos centrales que quedan liberadas como
consecuencia de la implantación del euro.
Estas redes incentivarán, pues, una concentración adicional de la
población en grandes regiones urbanas, que se da junto con una
creciente dispersión espacial del crecimiento de dichas
conurbaciones. Todo lo cual hace que se incrementen sustancialmente
el espacio tocado por el proceso urbanizador y las necesidades de
transporte motorizado. En los últimos tiempos, el incremento de las
necesidades de transporte motorizado duplica prácticamente la
evolución del crecimiento del PIB [G.T. 2000 Plus , 1990]. La
globalización económica (con la paralela ampliación de los
mercados) y la explosión de la movilidad motorizada no son sino las
dos caras de una misma moneda. Además, debido al carácter cada día
más difuso de los procesos de urbanización en los territorios
metropolitanos, la expansión del transporte por carretera (y
privado) se convierte cada vez más en un imperativo. Al tiempo que
la creación de infraestructuras viarias de gran capacidad induce el
crecimiento urbano en "mancha de aceite", dificultando su servicio
por transporte colectivo. Por otro lado, "las telecomunicaciones
sirven efectivamente, dentro de un determinado contexto social,
económico y tecnológico, para sustituir algunas modalidades de
desplazamiento. Pero al mismo tiempo posibilitan nuevas formas de
reorganización de las actividades y de la propia movilidad que, de
hecho, refuerzan la demanda de transporte [...] [El desarrollo de
las telecomunicaciones va a permitir] otro paso de expansión de lo
urbano hacia el territorio circundante [...] Las telecomunicaciones
constituyen así la mezcla explosiva ideal para una nueva onda
expansiva de las metrópolis" [Sanz , 1997].
De igual modo, la ampliación de la UE al Este introducirá cambios
sustanciales, y afectará especialmente a las regiones más
vulnerables, situadas en el Sur de la Unión [CE , 1994]. De una
parte, la ampliación, junto con las dinámicas de la globalización
(OMC), está afectando ya al marco presupuestario de la Unión. La
llamada Agenda 2000 [CE , 1997b], la que define este nuevo marco,
establece que a partir de los primeros años del próximo siglo los
países del Este absorberán una parte creciente del presupuesto
comunitario, lo que sin duda afectará a los países receptores
netos, y especialmente a los países que se "benifician" de los
fondos de cohesión. A los que se endurece su acceso si no se cumple
con el llamado Pacto de Estabilidad. Al mismo tiempo, el ingreso de
los países del Este, a medio plazo, hará que baje la renta media
comunitaria, cuya media respectiva es un tercio de la de "los
quince", lo que provocará que muchas de las actuales regiones
objetivo 1 queden fuera y no tengan derecho a fondos comunitarios.
Además, las regiones que sean objetivo 1 no podrán disfrutar de
otro tipo de fondos (p.e., de ayuda al desempleo), lo que reducirá
adicionalmente el volumen de dinero que llega de Bruselas. Y los
fondos agrícolas se destinarán, en una abultada cuantía, a
reestructurar las agriculturas del Este, que acaparan todavía un
volumen de población ocupada del 22% de su población activa (en
comparación con el 5% de la actual UE), con el fin de que el shock
de la entrada en la PAC no sea traumático desde el punto de vista
social. Sobre todo, una vez reconvertidas y modernizadas las
estructuras agrarias de "los quince", y en concreto del Sur. De
hecho, los cultivos continentales se llevarán porcentualmente más
dinero de la PAC en el futuro y los mediterráneos menos. Hay
fuertes presiones para "renacionalizar" parte del gasto comunitario
en materia agrícola (se ha llegado a hablar hasta de un mínimo de
un 25%), hecho que puede ser especialmente gravoso para los países
meridionales y que mantienen aún un porcentaje mayor de su
población activa en la agricultura (el 8% en el Estado español,
frente al 5% en la UE). De hecho, la nueva PAC, y los marcos
presupuestarios respectivos, habrán de ser reelaborados nuevamente
una vez que acabe la Ronda del Milenio, debiendo adaptarse a las
presiones de un mercado mundial dominado fundamentalmente por EEUU,
en el sentido de reducir precios y subvenciones.
En paralelo, los países "ricos", y contribuyentes netos de la
Unión, Alemania, Holanda, Suecia y Austria (en general, los que más
se "benefician" del MU), reclaman cada vez con más fuerza una
reducción en su esfuerzo presupuestario a las arcas de la Unión, lo
que seguramente acentuará la regresividad de la distribución de la
renta comunitaria y las diferencias regionales. Todo ello va
configurando un entorno presupuestario nuevo, en el que los
actuales países receptores netos, y en concreto el Estado español,
el principal receptor hasta ahora con 900.000 millones (más del 1%
del PIB español), van a tener que hacer frente progresivamente
solos a las sacudidas del mercado, y en concreto del euro; en la
Agenda 2000 el Estado español ha sufrido un recorte de unos 200.000
millones de pts de media anual a lo largo del periodo[10]
(agudizándose el recorte conforme nos acerquemos al 2006). Las
perspectivas para más adelante son aún más oscuras por todo lo
anteriormente dicho. En la Agenda 2000 se contempla también una
reorientación de los fondos estructurales (que bajan
porcentualmente dentro del total del presupuesto comunitario) hacia
los espacios altamente urbanizados, con el fin de hacer frente a
los problemas sociales que se manifiestan también, cada vez con
mayor intensidad, en los barrios en crisis de las grandes
aglomeraciones. Lo que asimismo hará que dichos fondos se encaucen,
progresivamente, hacia los espacios más desarrollados de la UE. En
definitiva el Estado español va a ser uno de los grandes
perjudicados en el futuro en la recepción de fondos comunitarios,
cuando a lo largo de los últimos años ha sido uno de los grandes
"beneficiarios".
La ampliación al Este supone un incremento notable del área de
mercado de la UE. Más de 100 millones de nuevos consumidores
potenciales, que se sumarán a los 370 millones de la actual UE; eso
sí con una capacidad adquisitiva bastante inferior a la media
comunitaria. Pero el verdadero atractivo de la ampliación es el
acceso para las principales fuerzas económicas de la UE a amplios
recursos productivos, así como energéticos y naturales, y sobre
todo la posibilidad de utilizar una mano de obra cualificada con un
muy bajo coste laboral. Como ha expresado gráficamente la ERT
(European Round Table os Industrialists) es "como si se hubiera
descubierto [de repente] un nuevo 'sudeste asiático' en nuestro
patio trasero" [CEO , 1997]. Lo que sin duda contribuirá a una
creciente deslocalización productiva a medio plazo hacia este
amplio espacio geográfico. Todo lo cual hace que se prevea un muy
fuerte incremento de los volúmenes de transporte motorizado con
estos países, y que se esté dedicando un importante esfuerzo
inversor (auspiciado por el BM, el BERD, el BEI..., y que
incrementa la deuda externa de dichos estados) a reforzar las
conexiones en materia de infraestructuras, especialmente viarias,
con estos territorios [Fdez Durán , 1998a].
Lo mismo se podría decir de la creación de un área de libre
comercio en toda la cuenca mediterránea. La posibilidad de un
acceso más fluido (desarme arancelario) a una considerable demanda
adicional para los productos comunitarios en los territorios del
Sur y Este del Mare Nostrum, la capacidad de control de importantes
recursos naturales y energéticos por parte del capital europeo en
este espacio, la potencial utilización de una muy abundante y
barata mano de obra (en este caso, no cualificada) para la
elaboración de manufacturas intensivas en factor trabajo (textil,
calzado, juguete...), que se están deslocalizando ya (entre ellas
empresas españolas) desde el territorio de la UE hacia esta amplia
área geográfica, y sobre todo la intensificación de la actividad
agrícola de exportación (cítricos, hortalizas, frutales...) hacia
los mercados comunitarios, impulsadas por grandes empresas del
sector agroalimentario europeo, hacen enormemente atractivo para el
capital europeo la profundización de las relaciones comerciales con
las otras orillas del Mediterráneo.
Las exportaciones agrícolas, que se aprovechan también de unos
reducidísimos costes mano de obra, competirán, cada vez más, con la
agricultura meridional de los países del Sur de la UE. De esta
forma, se están fomentando, con financiación comunitaria,
importantes embalses en el Atlas marroquí para desarrollar grandes
proyectos de regadío, y lo mismo sucede en Egipto, Túnez y Turquía
(con la que se acaba de establecer una Unión Aduanera) [García Rey
y Martín Barajas , 1997]. Al tiempo que proliferan propuestas de
creación de grandes infraestructuras de transporte y energéticas en
todo este ámbito, con apoyo financiero del BM y del BEI. Todos
estos grandes proyectos incidirán también en un creciente
endeudamiento externo de estos países. En concreto, el faraónico
enlace entre Africa y el subcontinente europeo, e importantes redes
viarias para conectar los países del Magreb con dicho enlace, o con
los puertos que permitirán la exportación de mercancías hacia un
mercado comunitario cada vez más abierto al exterior.
Estas dinámicas inciden cada vez más en el ámbito de lo social. Por
un lado, porque el crecimiento que impulsan favorece a la gran
producción y distribución, parca en factor trabajo y cada vez más
móvil, induciendo al mismo tiempo crecientes fusiones y absorciones
de estas mismas grandes empresas, con reducciones considerables de
empleo. Al tiempo que desarticulan las economías locales,
organizadas en gran medida en torno a la pequeña actividad
productiva tradicional, más intensiva en la utilización de trabajo
humano (en muchos casos de tipo autónomo o no asalariado). Y en
paralelo, concentran a la población en espacios crecientemente
urbanizados incrementando su grado de dependencia de un trabajo
asalariado cada día más escaso y precario, generando el fenómeno de
lo que se ha venido a llamar los "working poors" (trabajadores que
no ganan lo suficiente para salir del nivel de pobreza). Por otro
lado, el desmontaje del Estado del Bienestar que todos estos
procesos, junto con la aplicación de políticas neoliberales,
generan, con el recorte del gasto social correspondiente, hace que
esa población vulnerable o directamente sobrante, excluida a su
pesar de un mercado de trabajo crecientemente degradado, y que se
condensa prioritariamente en las metrópolis, tenga que hacer frente
a sus necesidades vitales cada vez con menos ayudas públicas. De
esta forma, se expande la exclusión, la vulnerabilidad y las
diferencias sociales en el seno de las regiones urbanas, lo que
amenaza la cohesión social de dichos espacios. Las Naciones Unidas
han caracterizado este fenómeno como "urbanización de la pobreza"
[NNUU , 1996]. En el interior de las grandes regiones metropolitanas
se expande el universo de los "sin": "sin techo", "sin papeles"
(inmigrantes), "sin trabajo", "sin ayuda social"..., configurando
una compleja geografía de la exclusión, en muchos casos codo con
codo con enclaves conectados a la Economía Global.
La creación de la UEM intensificará estos procesos en el espacio
comunitario y en especial en los países más débiles y periféricos.
"Los Estados miembros competirán por tener los impuestos, los
salarios y el gasto público más bajo posible, con el fin de
aumentar su competitividad y atraer capital y empresas" [Thorlund-Jepsen , 1998]. Aparte de que se verán obligados a ello por las
condiciones que impone el llamado Pacto de Estabilidad, aprobado en
la Cumbre de Amsterdam. El déficit público tiene que tender
progresivamente a cero, a medio plazo (para el 2002), hecho que
junto a la progresiva desfiscalización de las rentas del capital
que impone la globalización económica, el incremento de su
movilidad y capacidad de refugio en "paraísos fiscales", la
reducción de la base fiscal de las rentas del trabajo, la
reorientación del gasto público hacia la creación de
infraestructuras y a su mantenimiento, el creciente gasto público
que implica el funcionamiento de los espacios altamente
urbanizados, etc., "obligará" a recortar el gasto social, recayendo
el peso del ajuste sobre los sectores más débiles. So pena de verse
expuestos a multas que pueden llegar a suponer hasta el 0,5% del
PIB del país en cuestión. Unos 400.000 millones de ptas en el caso
español.
En otro orden de cosas, el impacto ambiental, continental y
planetario, de la evolución del actual modelo productivo y
territorial no hace sino agravarse, y la expansión del mercado
europeo y la globalización económica no hará sino acentuar los
actuales desequilibrios ecológicos. La propia UE reconoce una
progresiva degradación del entorno ecológico comunitario y que sus
políticas ambientales "no son suficientes para mejorar la calidad
ambiental en general, y menos aún para avanzar hacia la
sostenibilidad [...] Con las medidas adoptadas hasta la fecha no se
conseguirá [...] el desarrollo sostenible" [AEMA , 1995]. Y las
recomendaciones de la "Conferencia para una Europa Sostenible"
[FOEE , 1995] indican que "los cálculos basados en el concepto de
'espacio ecológico' -o 'huella ecológica'- sugieren que, en general
en Europa, debemos reducir nuestro consumo de recursos naturales,
en algunos casos hasta un orden de magnitud diez veces menor,
equivalente a una reducción del 90% sobre los niveles actuales",
para no seguir importando sostenibilidad del exterior. Al mismo
tiempo que señalan que "el bienestar de la gente y calidad de la
vida han ido declinando desde 1970, aunque los indicadores de
bienestar económico (PIB) se hayan incrementado", para concluir que
"el presente paradigma de desarrollo occidental es insostenible, y
no debe ser promovido ni en el Este ni en el Sur".
Si existe una variable en la cual se pudiera sintetizar la
insostenibilidad del actual modelo económico, ésta sería sin lugar
a dudas el consumo de energía, por el carácter finito de los
combustibles fósiles de los que ésta depende de forma mayoritaria,
por los importantes efectos medioambientales que su uso conlleva[11],
y por su carácter central en el mantenimiento de la dinámica del
actual modelo productivo y territorial. Pero teniendo en cuenta que
la extenuación de recursos y los impactos que se derivan del
consumo energético, es sólo una parte, eso sí muy importante,
dentro de la enorme variedad de agotamiento de otros recursos no
renovables, y de desequilibrios ecológicos, que propicia el
despliegue del actual modelo. De esta forma, las proyecciones
existentes [CE , 1995] indican que el consumo de energía directo en
el espacio comunitario manifiesta un crecimiento continuo, y eso a
pesar del incremento en la eficiencia energética, y de la reducción
del peso de la actividad industrial en las cifras del PIB de la UE;
y por supuesto sin considerar el consumo energético indirecto que
induce el consumo y la actividad económica europea en los espacios
periféricos[12].
Ello hará que para el 2020 se acentúe la dependencia energética de
la UE respecto de terceros países, pasando el grado de dependencia
del 50% actual al 70-75% para dicho horizonte. En el caso del
petróleo el grado de dependencia será considerablemente superior:
llegará al 90%. Una de las razones principales, que no la única, de
este creciente consumo energético radica en la vertiginosa
evolución de las necesidades de transporte[13]. De esta manera, el
sector transporte que en la actualidad es el responsable del 30%
del consumo energético a escala comunitaria, se situará en torno al
45% para el horizonte mencionado [CE , 1995]. Todo lo cual hará
enormemente difícil, por no decir imposible, que la UE pueda p.e.
cumplir los más que tímidos compromisos de reducción de emisiones
de CO2 adquiridos en la Cumbre de Kyoto para intentar hacer frente
al cambio climático en marcha. Además, el hecho de que las reservas
probadas mundiales de petróleo tengan una duración de unos 40-50
años, y de que "la curva en ascenso de consumo de crudo se espera
que cruce la [futura] curva en descenso de la producción en algún
momento entre el año 2000 y el 2010", hará que muy probablemente el
coste de este recurso energético se dispare al alza, lo que tendrá
un efecto muy importante sobre un modelo alimentario-productivo y
territorial que se basa en la energía barata y en la movilidad
motorizada, hasta el punto de llegar a poner en cuestión la
expansión continuada del mismo [Reese , 1998].
Ante este estado de cosas, las propuestas que se van perfilando en
el horizonte, no son un cambio en las tendencias actuales para
hacer frente a la insostenibilidad, sino como ya se ha apuntado se
insiste en una profundización en los procesos de globalización
económica que no hacen sino agudizarlas. Además, ello va acompañado
también de una demanda de creciente desregulación y desarrollo de
los mecanismos de mercado (incluido el comercio de emisiones) como
vía más adecuada, se dice desde las instancias institucionales,
para hacer frente a los desequilibrios ecológicos. Más mercado, y
menos Estado. Así, tanto el marco fijado a escala mundial por la
Ronda Uruguay, como la nueva ronda de negociaciones que se va a
abrir en el seno de la OMC, y sobre todo la futura aprobación del
AMI (o sus clones), pueden hacer que los acuerdos multilaterales de
carácter medioambiental (convenio de Montreal sobre CFC's,
Protocolo de Kyoto, convenio CITES sobre especies protegidas,
convenio de Biodiversidad...; e in extremis hasta la propia
política medioambiental comunitaria) lleguen a ser denunciados ante
el tribunal de apelaciones de la OMC como un freno al libre
comercio mundial [WWF , 1996]. Del mismo modo, el nuevo Tratado de
Amsterdam, a escala europea, establece que la CE puede llegar a
bloquear legislación ambiental de los diferentes estados miembros
que suponga una restricción al funcionamiento del MU.
La gran industria comunitaria está imponiendo un cambio de énfasis
en las políticas ambientales. Se hace hincapié en que es preciso
abandonar la obligatoriedad de estándares y el intervencionismo
estatal para la resolución de conflictos ecológicos, y que se debe
caminar hacia "acuerdos voluntarios" con las grandes empresas para
reducir los impactos ambientales. Se propugna que es preciso
orientar la política ambiental hacia un modelo neoliberal tipo
EEUU, crecientemente desregulado, al igual que en materia de
mercado laboral. Y, en este sentido, se aboga por una
simplificación administrativa de los procedimientos de
intervención. En concreto se habla abiertamente de reducir y
agilizar los Estudios de Impacto Ambiental, y las declaraciones
correspondientes, para acelerar, entre otros grandes proyectos de
inversión, la construcción de las Redes Transeuropeas de
Transporte. En definitiva, se apunta que para impulsar el
crecimiento económico en la UE, y para poder competir abiertamente
en el mercado mundial, es preciso liberar a "Europa" de
restricciones sociales y ambientales [EEB , 1996].
Recapitulando, se podría afirmar que la aceleración de la
globalización económica fomenta una creciente urbanización a escala
europea y mundial, y un desarrollo imparable de la movilidad
motorizada. Hasta la propia CE reconoce que "esta expansión urbana
aumenta los costes de las infraestructuras urbanas, el tráfico y el
consumo de energía, y tiene efectos negativos sobre la calidad del
entorno natural y del medio ambiente". Para continuar afirmando que
este tipo de desarrollo "va totalmente en contra del desarrollo
sostenible" [RMOTUE , 1997]. O bien que "las grandes ciudades
absorben cada vez más recursos y producen cada vez más emisiones
tóxicas y desechos que imponen una pesada carga medioambiental en
el entorno próximo y no tan próximo" [CE , 1994]. Pero al mismo
tiempo, y quizás en una actitud esquizofrénica, la concentración y
el desarrollo urbano se considera, por parte de la CE, como un bien
en sí mismo, y no se hace más que recalcar el papel fundamental que
juegan las zonas urbanas para la competitividad de toda la UE en el
mercado mundial [RMOTUE , 1997] [CES , 1996]. Al igual que las
propias Naciones Unidas, que después de caracterizar bastante
fielmente los problemas que enfrentan las grandes conurbaciones en
la actualidad, terminaban difundiendo el mensaje en la Cumbre
Habitat ll de Estambul de que "hay que preparar a la comunidad
internacional para la vida en una tierra urbanizada" [NNUU , 1996].
O el propio ministro de vivienda alemán que, de cara al mismo foro,
señalaba que "tenemos que considerar el desarrollo urbano como una
oportunidad para el desarrollo sostenible" [NNUU , 1995]. Cuando
"las ciudades ocupan sólo el 2% de la superficie de la tierra, pero
usan alrededor del 75% de los recursos y producen porcentajes
similares de desechos" [Gurardet , 1996].
Si bien lo que parece que verdaderamente acontece es que "en los
próximos años este tumultuoso proceso de urbanización avanzará de
forma aún más rápida y exasperada, se acelerará este proceso de
artificialización global del planeta, que utiliza la tierra como
puro soporte inanimado de una máquina de asentamiento que encuentra
en sí, en la propia autorreferencia, su autonomía total [...]
[Pues] el modelo de asentamiento de la metrópoli contemporánea
expande invasivamente funciones en el territorio sin relación con
la naturaleza y con la historia" [Magnaghi , 1996]. Y esta
urbanización-metropolitanización de la actividad económica no es
producto de la eficiencia, sino de los subsidios masivos y de la no
internalización de los crecientes costes sociales y ambientales,
que genera la progresiva hegemonía de la actividad económica a gran
escala que opera en los mercados globales. Ya que un mayor grado de
urbanización traerá más beneficios para la gran producción y
distribución, pues las poblaciones urbanas, y especialmente los
"arrecifes humanos" de las megalópolis, deberán utilizar recursos
y mercancías globales (que controlan dichos agentes económicos),
más que de pequeña escala y locales, para poder desarrollar y
garantizar su existencia.
Pero aparte de esta creciente metropolitanización, o creación de lo
que se ha denominado "segunda piel artificial" [Magnaghi , 1996],
física, cuya expansión y reconfiguración se ve incentivada por los
procesos de globalización económica productiva, se está
desarrollando desde hace años otra "tercera piel artificial", en
este caso prioritariamente inmaterial, cuya consolidación y
desarrollo repercute también en la dinámica de la "segunda piel
artificial". Esta "tercera piel artificial" (virtual), que sería el
cúmulo de conexiones y flujos inmateriales que propician las nuevas
tecnologías (y redes) de información y telecomunicación, estaría
posibilitando la construcción de "una 'nueva ciudad' que está en
plena expansión y que tiende a ser planetaria ('telépolis' o
'ciudad virtual'). Dicha 'ciudad' se superpone a los Estados,
naciones y ciudades existentes y se caracteriza porque sus
ciudadanos interactúan a distancia, rompiendo el principio de
vecindad y de territorialidad que ha caracterizado a los
asentamientos urbanos" [Echevarría , 1994]. A través de estas redes
inmateriales los que principalmente interactúan son las grandes
empresas, aparte de cierta categoría de ciudadanos -los
"inforicos"-, y éstas están utilizando ya Internet para acceder
comercialmente a la capacidad de consumo de los cibernautas. Pero
los agentes que verdaderamente usan todo el potencial de estas
redes virtuales, especialmente las que conectan con los principales
mercados financieros, y estos entre sí en todo el mundo, son los
grandes inversores institucionales (fondos de pensiones, de
inversión...).
Es a través de estas redes como se acrecienta por momentos el poder
del dinero, cuyo volumen crece continuamente como resultado de la
expansión de la economía monetaria en todo el planeta. Ello va
alimentando una burbuja especulativa, crecientemente desvinculada
de la economía real, que funciona non-stop, 24 horas el día, y que
circula a la velocidad de la luz por el ciberespacio. Y en este
trasiego de grandes volúmenes de dinero (virtual), que se produce
en muchas ocasiones a través de simples mensajes de ordenador, se
pueden desatar crisis financieras que condicionan el devenir de
amplias áreas del planeta, transfiriendo grandes volúmenes de
riqueza de unas zonas a otras, y trastocando bruscamente el poder
adquisitivo de poblaciones enteras. La crisis financiera mundial
que se inició en Tailandia en el verano de 1997 -probablemente
cerrada en falso- es un buen ejemplo de ello. Dicha crisis ha
afectado profundamente a todo el sudeste asiático, Japón y Rusia,
y amenaza con extenderse poco a poco a América Latina, a través del
epicentro brasileño, al tiempo que la situación financiera del
gigante asiático, China, se fragiliza, lo que representa una grave
amenaza nacional [Fdez Durán , 1998b]. El crecimiento de EEUU se
mantiene por ahora debido a la revalorización del dólar y al efecto
riqueza que provoca la exuberancia (irracional) de las cotizaciones
de Wall Street, generando un déficit comercial sin precedentes y
difícilmente mantenible en el tiempo, de acuerdo con la opinión del
propio FMI [El País , 22-4-99]. Por otro lado, la caída del
crecimiento de la UE es más acusada, tanto por la repercusión de la
caída del crecimiento mundial como por la depreciación continuada
del euro respecto del dólar y la menor revalorización de sus
bolsas.
En esta Tierra miniaturizada por las redes inmateriales donde la
información y especialmente los flujos financieros circulan a la
velocidad de la luz, en el que se asiste a la pérdida de la
conciencia de distancia y a la muerte de la geografía, donde el
tiempo global único se impone a la multiplicidad de tiempos
locales, donde el mundo propio se pierde en beneficio del mundo
virtual, existe el riesgo de perder el pasado y el futuro al
convertirlo todo en un presente (omnipresente, valga la
redundancia) sin alternativa posible. "El tiempo mundial y el
presente único [...] reemplazan al pasado y al futuro (diversos)"
[Virilio , 1997]. Pero este mundo virtual, este ciberespacio
dominado prioritariamente por el poder del dinero y los mercados
financieros, está amenazado probablemente por el colapso. La
creación de 'riqueza' monetaria (especulativa) a partir
prácticamente de la nada[14], que funciona como el juego de la
pirámide, puede que esté tocando a su fin ("inesperado"), como han
estado anunciando voces muy cualificadas en los últimos tiempos[15].
La potencial crisis del Casino Financiero Global en el que estamos
inmersos, la temida deflación-recesión planetaria, puede arrastrar
tras de sí a toda la economía mundial, debido a las fuertes
interrelaciones existentes, alterando bruscamente la estructura
productiva, las dinámicas sociales y la expresión espacial de todos
estos procesos. Si esto llega a ocurrir, se asistirá
previsiblemente, y no sin agudas convulsiones sociales, a un
resurgir de la pluralidad de lo local contra la tiranía
homogeneizadora de lo global, de la producción en pequeña escala
contra la producción transnacionalizada, a una fuerte contracción
del comercio mundial y de la economía monetaria, así como de la
movilidad motorizada a todos los niveles, y a una vuelta de lo
rural en detrimento de lo urbano. Quizás sea éste también un
escenario a tener en cuenta.
La movilidad creciente del capital productivo (aparte del puramente
especulativo) que facilitan los procesos de expansión de los
mercados y de globalización económica, puede llegar a afectar de
forma importante a la actividad industrial "española". Además de la
reestructuración productiva ya mencionada que implica el MU y que
profundizará la creación del euro, las tensiones de deslocalización
productiva hacia espacios más competitivos (en términos de coste de
la fuerza de trabajo, menores restricciones ambientales o reducción
de impuestos) pueden acentuarse. Tanto hacia los espacios
periféricos de la actual UE (países del Este y mediterráneos), como
a escala mundial. Por lo que cada vez será más necesario establecer
atractivos suficientes (desde ayudas públicas de todo tipo, hasta
un mercado de trabajo absolutamente desregulado y menores
exigencias "ecológicas", pasando por una menor fiscalidad) para su
permanencia en suelo patrio. Un sector como la industria del
automóvil puede verse tentado, quizás, a medio plazo, cuando se
amortizen suficientemente las inversiones realizadas, a ubicarse en
los países del Este (de hecho, está ocurriendo ya), especialmente
en aquellos que ingresarán antes en la UE. Lo que puede tener una
importante incidencia en la balanza comercial (un tercio de las
exportaciones corresponde a la industria de la automoción), y sobre
la actividad económica de determinadas áreas urbanas (Zaragoza,
Valladolid, Vigo, Valencia, Barcelona, Madrid, Sevilla...). Hecho
que puede alcanzar especial trascendencia allí donde estas
industrias son una especie de monocultivo.
La industria básica continúa, en general, su proceso de
desmantelamiento afectando a comarcas y regiones enteras (Bahía de
Cádiz, Asturias, Euskadi...). En este caso, también, la
desaparición de este tipo de industria puede poner en cuestión el
futuro de núcleos urbanos que se desarrollaron al calor de la misma
(Mieres, Gijón, Ferrol, Puerto Real, Reinosa...). Por otro lado,
tejidos productivos muy dinámicos, como toda la pequeña industria
que se ubica en el sur de Valencia y gran parte de la provincia de
Alicante [Díaz Orueta , 1995], pueden verse afectados por la
deslocalización productiva hacia el Magreb. Y la desaparición de
determinadas industrias del sector agroalimentario (azucareras,
p.e.), está repercutiendo de forma importante en la actividad de
determinadas zonas del interior peninsular (León, Palencia...).
Igualmente, en los grandes Polos Químicos de Huelva y Tarragona, se
producen abandonos, hacia zonas, p.e., como Marruecos, para eludir
las inversiones a realizar con el fin de reducir el impacto
ambiental de su actividad, y ello a pesar de que gozan de
subvenciones comunitarias y estatales para reducir su nocividad.
Ante esta situación, el estado está utilizando diversas vías para
atraer a la industria transnacional. Una de ellas es la preparación
y ofrecimiento de suelo industrial en buenas condiciones de
mercado, y en algunos casos casi hasta gratuitamente (caso de
General Electric en Cartagena, Dupont en Asturias...); lo que se
realiza a través del SEPES (agencia estatal de preparación de
suelo), o de agencias regionales de desarrollo. De cualquier forma,
la privatización del sector público productivo rentable y la
liquidación del que tiene pérdidas, que se quiere plasmar para
antes del año 2000, implicará una destrucción progresiva del empleo
industrial a corto y medio plazo. Todo parece indicar, pues, que el
sector industrial seguirá perdiendo peso en el conjunto de la
actividad económica, y en todo caso que la producción industrial
que se realice se llevará a cabo con una cantidad de empleo cada
día más reducida, más precaria, y en muchos casos hasta sumergida
(confección, calzado, juguete...), si quiere seguir siendo
competitiva.
En cuanto al sector agrario, se augura que el millón de personas
activas que hoy en día todavía permanece vinculada al campo (8% del
total) podría llegar a encogerse hasta unos 500.000 (4% del
total)[MIMAM , 1998], o quizás menos; convirtiéndose todos ellos en
"asalariados"[16] del sector del agrobusiness. Tanto la reforma de
la PAC, como el nuevo marco mundial del comercio agroalimentario,
presionan en ese sentido. La liberalización del comercio mundial en
este terreno (vía OMC) obliga a reducir los precios, y a acometer
la reforma de la PAC, que implica una subida de las ayudas directas
que es inferior a la pérdida de ingresos derivada de dicha bajada.
Además, esas ayudas se concentran cada vez más en las producciones
estratégicas y más competitivas a escala europea y mundial,
favoreciendo cada día de forma más acusada a las grandes
explotaciones[17] [Maté , 1998a]. En relación con la agricultura de
tipo continental, se ha llegado a afirmar que "en el triángulo
comprendido entre Aquitania, Dinamarca y el sureste del Reino Unido
se pueden producir a menor coste los alimentos necesarios para
todas las demás regiones, importando [eso sí] productos para el
alimento del ganado" [CE , 1994]. Este nuevo marco entrañará la
intensificación del desmantelamiento de la agricultura (y
ganadería) del mismo signo de la Cornisa Cantábrica y de la "España
Interior", incapaz de competir en mercados cada día más abiertos,
en condiciones cada vez más difíciles y con menos ayudas, en
especial las pequeñas explotaciones. Todo lo cual supondrá un
verdadero ciclón (adicional) sobre la estructura territorial
previa.
La apertura de la UE al mercado mundial agroalimentario propiciará
un aún mayor levantamiento de superficie de viñedo, ante la
imposibilidad de poder competir con el vino de Chile, Argentina,
Australia o California, que entrará cada vez más fácilmente en el
espacio de la Unión. Al tiempo que incentivará el aplicar el
regadío a este cultivo tradicionalmente de secano, incrementando la
demanda de recursos hídricos, con el fin de aumentar su
productividad y competitividad. Asimismo, posibilitará la entrada
sin restricciones de la producción bananera centroamericana y
caribeña, en detrimento del plátano canario o de los países de la
ACP. E igualmente, la reforma de la PAC, para adaptarse a estos
cambios, podría reducir la superficie de girasol a la mitad. Este
cultivo desaparecerá de las zonas de secano y probablemente de
ambas mesetas [Maté , 1998a], siendo sólo rentable en el futuro si
se cultiva en regadío. Estos cultivos están cada vez más dominados
a nivel global por la industria del agrobusiness, de procedencia
principalmente estadounidense, y la UE tiene que adaptar su
política en este campo, lo cual tendrá importantes repercusiones
económicas, sociales, territoriales y ambientales sobre el espacio
español.
A la tendencia en ascenso de propiciar el regadío (se contempla la
creación de más de un millón de nuevas Has, subvencionadas en gran
medida por la UE y el estado) para incrementar la productividad de
los cultivos, hecho particularmente impactante para un territorio
en gran medida árido como el español, se une la "necesidad" de
reestructurar el regadío existente para que sea competitivo a nivel
internacional. Así, en el Avance del Plan Nacional de Regadíos, se
señala que los regadíos tradicionales y estatales (casi dos
terceras partes del total -más de 3,5 millones de Has-) están
caracterizados por una excesiva parcelación, y que "el reducido
tamaño de las explotaciones constituye un freno a la
competitividad" [SGDRCN , 1995]). Por ello se propone la
modernización de este tipo de regadíos, propiciando su
concentración, y la orientación en el futuro de la producción
agraria hacia aquellas producciones estratégicas en las que el
territorio español sea más competitivo.
Una de ellas es indudablemente el olivar. Pero aquí también se
observa como prima la lógica productivista que impera en el libre
comercio mundial. Desde el hecho de que se va imponiendo
progresivamente el riego de este cultivo de secano, hasta que el
nuevo marco regulador (la reforma Fischler) prima a las grandes
explotaciones más productivas, al tiempo que penaliza las pequeñas
explotaciones, o aquellas menos competitivas. De esta forma, muchas
explotaciones deberán cesar su actividad, fundamentalmente en las
peores zonas de Andalucía y en la casi totalidad del resto de las
regiones con olivos de baja producción en secano, propiciando el
abandono poblacional de zonas de agricultura mediterránea. Además,
el que se reconozca por la UE un volumen de producción bastante
inferior al real, y el que no existan precios de garantía, hará que
las "penalizaciones [multas por exceso de producción] golpeen
especialmente a las explotaciones familiares, históricamente la
columna vertebral del sector" [Maté , 1998b]. Al tiempo que la
introducción de máquinas vibradoras en las grandes fincas del Valle
del Guadalquivir (las más competitivas) hará que la demanda de mano
de obra para la recolección de la aceituna disminuya bruscamente,
con graves consecuencias en una zona de elevadísimo nivel de paro
y jornaleros sin tierra. Mientras que se permitirá la entrada de
aceite de Túnez o Turquía[18], comercializado por grandes empresas
del sector agroalimentario, y se autorizará la mezcla del aceite de
oliva con otros aceites, práctica hasta ahora prohibida en el
territorio español [García Rey , 1997].
Asimismo, la mayor penetración en el futuro de productos de
agricultura mediterránea (hortalizas, cítricos y frutales), debido
a la creación del área de libre comercio en el Mediterráneo,
impactará (debido a sus reducidos costes de mano de obra) sobre las
explotaciones menos competitivas de este tipo, que hasta ahora
disponían además de un acceso más favorable al mercado comunitario.
Aquí también se observa cómo se va terminando paulatinamente con la
llamada "preferencia comunitaria". Al tiempo que el incremento de
productividad que impulsará la extensión de la ingeniería genética
(un salto adelante sobre la llamada "revolución verde"), y la
consiguiente proliferación de alimentos transgénicos, inducirá una
mayor destrucción de población activa agraria, aparte de impactos
sobre el entorno (biodiversidad) y la salud, de consecuencias
imprevisibles. Las rentas agrarias se concentrarán pues en las
grandes explotaciones y en las de mediana dimensión y alta
productividad, mientras que la importante proporción de
agricultores que en la actualidad todavía mantienen una agricultura
de subsistencia en explotaciones "marginales" probablemente
desaparecerá. Es decir, la industria del agrobusiness se extenderá
por las zonas más fértiles, llanas y con ventajas competitivas,
consumiendo abundantes cantidades de energía fósil (derivados del
petróleo) y agua, relegando las zonas menos productivas, y de
orografía más movida, en todo caso, a espacios de ocio ("turismo
rural") al servicio de unos pocos privilegiados de las áreas
altamente urbanizadas. Todo ello coexistirá con un agravamiento del
déficit agroalimentario (y energético), que propiciará la
liberalización agroalimentaria de la OMC y la reducción de las
subvenciones (especialmente para las explotaciones "marginales")
como consecuencia de la reforma de la PAC. La balanza comercial
(especialmente en su componente industrial y agrícola) seguirá,
pues, deteriorándose (se ha incrementado el déficit en un 30% en el
98), hecho que puede afectar al hasta ahora superávit de la balanza
por cuenta corriente y capital, a pesar del superávit de la balanza
de servicios (ingresos vía turismo, ver más adelante). El propio
gobernador del Banco de España ha alertado ya en este sentido.
Todo indica por tanto que se acelerará el componente terciario
(altamente precario) de la actividad económica, que se seguirá
localizando especialmente en las metrópolis. Dentro de éste, el
empleo relacionado con el sector público sufrirá probablemente un
proceso de adelgazamiento y precarización, como resultado de la
reducción del gasto público y de las dinámicas privatizadoras en
marcha en diferentes ámbitos de los servicios públicos y de la
propia administración. La gran actividad comercial experimentará
una aún mayor extensión (liberalización total a partir del año
2000), pero no generará empleo neto en el subsector, pues continúa
a ritmo acelerado la desaparición del pequeño comercio tradicional.
Las actividades de ocio para las clases medias con poder
adquisitivo se expandirán. El terciario decisional, ligado a las
actividades globales, y los servicios que arrastran (hoteles,
centros feriales y de convenciones...) acentuará su localización en
las principales metrópolis, si bien su capacidad de generar empleo
neto está en cuestión debido a los procesos de fusiones en marcha.
Y dentro de él, la actividad financiera se verá sacudida
especialmente por las dinámicas de concentración bancaria que
impulsará la creación del euro, con importantes repercusiones en
sus plantillas laborales.
A este respecto, cabría resaltar el impacto que tendrá la
reestructuración de las Cajas de Ahorro, que suponen un 50% del
sistema financiero español. Su previsible concentración,
privatización (conversión en S.A.'s) y absorción por el actual
sistema bancario tendrá importantes repercusiones económicas y
territoriales. Se producirá una reorientación del ahorro popular,
en buena medida no metropolitano, con un importante componente
rural, que se canalizaba hasta ahora a través de dichas
instituciones sin ánimo de lucro, y que revertía en la financiación
local de proyectos de pequeña escala y actividades de carácter
social. Este ahorro se invertirá cada vez más en el apoyo de la
gran actividad económica, y se proyectará a la búsqueda de la
máxima rentabilidad hacia los mercados financieros planetarios, muy
lejos de donde se captaron esos pequeños capitales. Y ello derivará
en una mayor centralización de la actividad financiera en las
grandes conurbaciones, y en concreto en Madrid.
En cuanto al turismo, sector como ya se ha visto clave para
mantener los equilibrios macroeconómicos externos, el devenir del
"proyecto europeo" y la pertenencia española al área del euro puede
llevar aparejada una serie de problemas. La inmensa mayoría del
turismo que acude al territorio español proviene del espacio
comunitario. Pero las clases medias de la UE se están encogiendo
poco a poco, al tiempo que disminuye su poder adquisitivo, como
resultado de las políticas comunitarias. De esta forma, el mercado
turístico británico, donde el mercado laboral se ha precarizado
más, muestra síntomas los últimos años de una creciente debilidad
[NEXO , 1997]. Además, el hecho de no poder proceder ya a la
devaluación de la divisa, al pertenecer al euro, puede significar
una reducción de la capacidad de atracción turística. El fuerte
crecimiento turístico reciente se debe, en gran medida, a las
sucesivas devaluaciones de la peseta de primeros de los noventa y
a la guerra en el territorio de la ex Yugoslavia, que ha eliminado
destinos turísticos alternativos. De ahí el énfasis en la necesidad
de atraer el "turismo de calidad", de mayor poder adquisitivo, con
la creación de nuevas ofertas turísticas (campos de golf,
urbanizaciones de lujo en las cercanías de espacios naturales de
alto valor, nuevos desarrollos turísticos y pistas de esquí en
áreas de montaña...).
El impacto territorial en el espacio español de la nueva vuelta de
tuerca en los procesos de globalización e integración europea, y su
repercusión sobre el aparato productivo español, hasta aquí
sucintamente descritos, va a ser en el futuro muy profundo. El
abandono de las áreas rurales y semirurales se agudizará,
especialmente en la "España interior", en el interior de la Cornisa
Cantábrica y en general en general en las áreas de montaña que no
sean destinos turísticos. Este amplio espacio perderá poco a poco
su fisonomía tradicional y sus pueblos quedarán probablemente
transformados en un simple decorado inanimado del paisaje, muchos
de ellos vacíos, sin ningún tipo de vida propia de carácter
permanente, y amenazado su patrimonio edificado por un deterioro
irreversible. La migración y envejecimiento de sus poblaciones
harán que, cuando desaparezcan las últimas personas que los
habitan, acabe la actividad que los caracteriza. En todo caso,
algunos de ellos, aquellos más o menos cercanos a los espacios
metropolitanos (pero fuera de su área de influencia directa),
conservarán una cierta vitalidad (virtual) como lugar de estancia
de fin de semana, o de períodos de vacaciones, manteniendo parte de
su caserío tradicional y quizás incorporando nuevo patrimonio para
estos fines, pero prácticamente sin ningún tipo de relación
productiva (rural) con el entorno en el que se insertan.
Paradójicamente, "lo sostenible resulta ahora insostenible"
[Araujo , 1997].
Pero este declive no alcanzará tan solo a los núcleos rurales o
semirurales, sino que afectará muy probablemente a muchas ciudades
medianas, que han absorbido población de su área de influencia, y
que hasta ahora se encontraban al margen de los procesos de
decadencia. Como ya se mencionaba al comentar los procesos
urbanizadores a escala europea, en el nuevo contexto altamente
competitivo que se perfila habrá "ciudades ganadoras" y "ciudades
perdedoras", y muchos núcleos urbanos medianos (y no tan medianos)
españoles, zarandeados por la quiebra de su base productiva, o que
se ubican al margen de los principales ejes o corredores de
"desarrollo", esto es, de carácter periférico, serán incapaces de
mantener su actividad propia y resistir durante mucho tiempo la
atracción de regiones metrópolitanas que disponen de una alta
densidad de equipamientos de telecomunicaciones, y de importantes
infraestructuras de comunicaciones terrestres o aéreas. Lo que
supondrá el inicio de una profunda crisis social y urbana de dichos
núcleos de graves consecuencias.
El resultado de todo ello será algo así como una intensificación
del crecimiento en no más del 20% del territorio estatal, allí
donde se concentra la actividad económica más competitiva. Madrid
y su área de influencia, la costa de Cataluña, el resto del arco
mediterráneo, el valle del Guadalquivir, Asturias central y costa,
el triángulo vasco, la costa gallega, el eje del Ebro, y poco más.
Y aún así, parte de estas conurbaciones, o corredores, no tiene
garantizada la permanencia, a medio plazo, por las razones ya
apuntadas, de las actividades que les dotan de impulso
"vitalizador"; aparte de las crisis internas que afectan, y
afectarán aún más en el futuro, a muchas de sus piezas internas. La
razón de ello es su carácter excéntrico (y quizás no competitivo,
en el futuro próximo) respecto de las dinámicas centrales
(económicas y espaciales) que impone la fase actual de la
"construcción europea" y la globalización económica.
Es por eso por lo que las diferentes regiones y espacios
metropolitanos intentan ver cómo se posicionan mejor de cara a los
nuevos escenarios, analizando de qué forma atraen a un capital
productivo crecientemente móvil y que opera teniendo en cuenta los
mercados europeos y mundiales, y no los mercados locales. Llama la
atención la serie de conferencias y encuentros habidos en los
últimos tiempos en las diferentes comunidades autónomas,
organizadas por importantes consultoras internacionales
(Coopers&Lybrands, Arthur Andersen o Price Waterhouse), para
analizar qué tiene que ofrecer cada una de ellas al capital
transnacional y cómo articulan su actividad con la economía global
o la "Europa" del euro. En estos debates, la cuestión de las
infraestructuras de interconexión con los mercados comunitarios y
mundiales siempre es una cuestión central. Y en la planificación
estratégica[19] que se deriva de ellos, en especial para los espacios
metropolitanos, la búsqueda de especialización y acaparamiento para
sí, en detrimento de otros núcleos urbanos, de actividades
productivas y terciarias globales, a través de multiples
incentivos, es trascendental para intentar mantener el liderazgo en
las áreas geográficas en las que se ubican [Martínez López , 1998].
En el planeamiento estratégico de las principales conurbaciones
españolas destaca la importancia que se confiere a la dotación de
infraestructuras de transportes y telecomunicaciones, así como de
actividades logísticas de distribución de productos de la economía
global. En los últimos tiempos estos planes estratégicos incorporan
siempre la necesidad urgente de grandes ampliaciones aeroportuarias
(normalmente más que duplicando su capacidad actual) y portuarias
(p.e., superpuerto de Bilbao); creación de nuevas autovías de
interconexión y de nuevos accesos viarios de alta capacidad y
nuevas grandes vías de circunvalación, en algunos casos previstas
bajo la modalidad de peaje, como atractivo para que el capital
privado participe en su construcción; ejecución de conexiones en
alta velocidad ferroviaria; dotación de importantes espacios para
las actividades logísticas[20]; etc.
Esta concentración de la inversión pública y privada en materia de
infraestructura en los espacios altamente urbanizados, la inyección
de una parte importante de la riqueza monetaria especulativa (en
activos inmobiliarios por parte de los fondos de pensiones y de
inversión) para dinamizar el crecimiento urbano, el efecto
"riqueza" para las clases medias altas urbanas que supone el actual
modelo de crecimiento (revalorizaciones de activos financieros),
junto con el nuevo papel que se quiere hacer cumplir a los espacios
altamente urbanizados, agrandará todavía más las esferas
funcionales y geográficas de influencia de las principales
conurbaciones. En el caso de Madrid, p.e., se prevé que la futura
región metropolitana crezca tan sólo un 10% de población, pero que
ocupe un 50% más de suelo [Prats , 1996]. Esta dispersión espacial
del nuevo crecimiento urbano puede llegar a ser aún más acusada
como resultado de las modificaciones en la legislación del suelo (y
de costas) habidas recientemente[21]. De hecho, estudiosos de estos
procesos auguran que "pueden consumir en los próximos 30 años tanto
suelo como el que actualmente ocupan si se mantiene el modelo
urbanizador actual" [Arias , 1996]. Y eso que en los últimos 30 años
se había duplicado ya el espacio tocado por el proceso urbanizador;
eso sí con un crecimiento poblacional de las principales
concentraciones bastante mayor que el que previsiblemente se dé en
el futuro.
A ello contribuirá también la proliferación de grandes complejos de
actividades de ocio en las periferias metropolitanas en forma de
parques temáticos, controlados por las multinacionales del
"entretenimiento". En la actualidad hay distintos parques temáticos
en marcha que implican importantes volúmenes de inversión pública
y privada. El que tiene previsto llevar a cabo Time Warner en la
periferia metropolitana lejana madrileña, supone una inversión de
casi de 50.000 millones de pesetas, en más de 300 Has; de ella, una
parte considerable es inversión pública, a fondo perdido, en
preparación de suelo y creación de infraestructuras, para
garantizar su ubicación y el acceso a sus instalaciones. Bancos,
constructoras y grandes superficies están apostando claramente por
estas iniciativas, por el negocio inmobiliario y comercial que se
prevé en los entornos de los mismos. Su factor de atracción, para
aquellos sectores con poder adquisitivo, es tratar de reproducir
(falsamente) lo que ya no queda, y además cobrar por ello, al
tiempo que se ofrece un espacio seguro y acotado, sin la presencia
de indeseables. Estos espacios son diseñados "con el fin de que
cualquier pobreza o peligro quede fuera del campo de visión del
visitante, que ha pagado para no ver nada de eso" [Davis , 1998].
De esta forma, la lengua de lava del crecimiento metropolitano
seguirá engullendo el espacio "rural" cercano a las grandes
conurbaciones, alterando su estructura, carácter e idiosincrasia,
y generando un territorio crecientemente anónimo, homogéneo y
dependiente[22]: lo urbano (antítesis de la ciudad). Carente de
identidad visual y, por consiguiente, con una gran dificultad de
apropiación cultural, al perder los referentes simbólicos propios.
Lo urbano se configura cada vez más como un reino de lo extraño. Y
en su interior, los cascos urbanos históricos seguirán sufriendo
también una profunda transformación, social y funcional, pues tanto
la población tradicional como las actividades que se localizaban en
los mismos experimentan intensos cambios, inducidos, asimismo, por
los procesos de ampliación de los mercados y la globalización
económica. En ellos, también, aparte de las funciones globales,
empiezan a desarrollarse miniparques temáticos [Davis , 1998], o
áreas monofuncionales para la vida nocturna, espacios de bares "de
copas", transformando las "ciudades" cada día un poco más en una
vasta área de ocio y comercial (de franquicias), donde prolifera
asimismo el "todo a cien".
Mientras tanto, más allá de este universo urbano sin forma,
progresivamente análogo [Verdaguer , 1998], donde el espacio público
de "la calle" va desapareciendo paulatinamente, el espacio rural se
va configurando también, como otro universo sin identidad, cada vez
más monofuncional, o en muchos casos abandonado, salpicado de
algunas áreas de gran valor donde la naturaleza queda reducida a
simple escenario: los parques naturales o nacionales. Este
acotamiento de las reservas naturales, va a servir en un futuro
para mercantilizar igualmente estos últimos lugares recónditos,
para su disfrute por la población de mayor nivel de renta y el
"turismo de calidad". Ya está en marcha en muchos casos su gestión
por empresas privadas, al tiempo que se contempla la posibilidad de
establecer tarifas para regular su acceso y goce (esto es, se
"ponen puertas al campo"), y empiezan a proliferar urbanizaciones
de lujo en sus contornos (p.e., Costa de Doñana). Los parques
naturales se van a convertir, a medio plazo, en verdaderos "parques
de atracciones" donde se venderá el valor de "lo natural" en un
mundo donde predominan los espacios artificializados,
convirtiéndose "lo natural" en otro producto "artificial" de nuevo
cuño, y las poblaciones que los habitan y sus núcleos en un nuevo
reclamo turístico. El parque de Covadonga, y los proyectos en
marcha dentro del mismo, es un buen ejemplo de ello, pero ni mucho
menos único.
El análisis a vuelapluma de algunas políticas sectoriales, quizás
permita completar algo más este encuadre general del futuro modelo
territorial, hasta ahora tan sólo esbozado. En lo que se refiere al
transporte, la apuesta es prácticamente doblar el viario de alta
capacidad existente, pasando de los 8.500 kms existentes en 1998,
a más de 15.000 para el 2010 (en correc este parentesis no existe:
[MOPTMA , 1994]. Lo que crearía una malla que permitiría acceder
prácticamente a cualquier región de la geografía española, al
tiempo que se refuerzan los principales corredores y se facilitan
las conexiones con la UE. Ello mejoraría las posibilidades de
acceso de los productos comunitarios (y globales) a todo el sistema
de ciudades español, donde está la capacidad de compra principal,
al tiempo que garantizaría la salida hacia los mercados europeos y
mundiales de aquella producción más competitiva. Está previsto
crear una red de alta velocidad ferroviaria (y velocidad alta) de
unos 2500 ó 3000 kms, para esa fecha también, que enlazaría entre
sí las mayores conurbaciones, principalmente de la mitad este
peninsular[23]. La inversión interurbana prevista para todo ello se
sitúa en más de 10 billones de pesetas, aparte de la que se
contempla a nivel de los diferentes espacios metropolitanos (unos
cuatro billones). Esto es, una cifra verdaderamente gigantesca. Si
bien estas cantidades se revisan continuamente al alza.
En lo que se refiere al ferrocarril convencional, la concentración
de las inversiones en la alta velocidad ferroviaria (y ancho
europeo) supondría con toda seguridad el fin, al menos, de más de
la mitad de la red actual. Esto es, de la llamada red secundaria
que alcanza casi a 6000 kms. Pues la dedicación de las inversiones
a dichos corredores, está hipotecando la inversión necesaria para
el mantenimiento del conjunto de la red convencional [Estevan y
Sanz , 1996]. Hecho que dejaría sin servicio ferroviario a gran
número de ciudades medias, principalmente de la "España interior"
(las dos Castillas y Extremadura), del noroeste peninsular
(Galicia, Asturias y Cantabria), y de Andalucía oriental. Lo que
agravaría la decadencia de los núcleos urbanos que se localizan en
esas zonas. Además, la alta deuda acumulada por Renfe, del orden de
un billón de pesetas, y el que deban de cesar en unos años las
subvenciones al ferrocarril, tal y como demanda Bruselas,
acelerarían este abandono (planificado) de la red convencional.
Ello coexistiría con la privatización de las líneas rentables de
larga distancia de pasajeros (y algunas de cercanías
metropolitanas), y la introducción, asimismo, de grandes operadores
privados de mercancías para las principales conexiones
ferroviarias. Exigencias que, por otro lado, se derivan de la
creación de un mercado único del transporte ferroviario a escala
comunitaria.
En definitiva, la política de transporte reforzará las tendencias
territoriales apuntadas previamente. Pues la creación de una amplia
red viaria de alta capacidad a escala estatal no incidirá en un
crecimiento espacial más homogéneo, sino que, como la propia
Comisión Europea reconoce [RMOTUE , 1997], reforzará el "efecto
succión" y agravará aún más las diferencias regionales, al
concentrar adicionalmente el crecimiento en las regiones más
"desarrolladas"[24]. Y a ello se suma el que las actividades que se
localizan a lo lar8go del viario de alta capacidad, en las llamadas
"áreas de descanso", controladas en general por grandes empresas
petrolíferas (BP, Elf, Repsol...), tienden a desarticular la
pequeña actividad de servicios (comercios, restaurantes...), de
carácter local, que anteriormente se localizaban en los pequeños
núcleos que atravesaba la red viaria tradicional. Y los beneficios
que se derivan de su funcionamiento no revierten localmente, sino
que se proyectan asimismo hacia las regiones más desarrolladas. Del
mismo modo, la red ferroviaria de alta velocidad acentuará el
crecimiento de las principales metrópolis, al tiempo que inducirá
el decaimiento de los núcleos pequeños y medianos por los que
pasará de largo sin dar servicio.
Efectos similares se derivarán de las políticas en materia de
telecomunicaciones. La concentración de las inversiones en el
cableado de las grandes conurbaciones, del orden de un billón de
pesetas en los próximos 10 ó 15 años, de las cuales más de 300.000
millones serán sólo en la provincia de Madrid, agudizarán los
contrastes en este terreno entre las regiones "inforricas" y las
"infopobres" [Martín , 1996]. La búsqueda de rentabilidad de las
inversiones en materia de telecomunicaciones, debido a su alto
coste (en particular, la fibra óptica), y como consecuencia también
de su liberalización y privatización, tiende a orientar las mismas
allí donde se da mayor densidad de población y actividad económica.
Lo que incitará, a su vez, a una mayor capacidad de atracción de
las funciones globales hacia los (centros de los) espacios
metropolitanos principales, en paralelo con una mayor
descentralización de las actividades subsidiarias hacia las
periferias de las regiones urbanas. Igualmente, los avances en
materia de telecomunicaciones, y en concreto la telefonía móvil,
permite una mayor capacidad de control sobre los territorios no
metropolitanos (o periféricos) desde los espacios centrales. Por
otro lado, la desregulación y progresiva privatización del servicio
de correos, puede poner en peligro el servicio universal en amplias
zonas rurales, de baja densidad de población, siendo un elemento
más que acentúe su abandono.
La modificación del marco normativo en el ámbito de los recursos
hídricos, va a tener igualmente importantes repercusiones. La Ley
de Aguas de 1985, en la que se reconocía el agua como bien escaso
y esencial, y la unidad del ciclo hidrológico del agua, y en la que
se establecía el dominio público de los recursos hídricos
continentales, pasará a mejor vida como figura obsoleta del
intervencionismo estatal. En el nuevo marco legal, que prima los
mecanismos de mercado, la prioridad de los usos del agua (y su
gestión) va a venir definida por su rendimiento económico, y no por
su interés social o ambiental. Ello primará la utilización del agua
por las actividades más rentables según las zonas (sector agrícola
exportador, industria, turismo...), al coste más bajo posible,
agudizando conflictos en torno a su uso, descargando el resto de
costes (económicos y "externos") sobre la población y el medio
ambiente, e incentivando un uso cada vez más monofuncional del
territorio. Lo cual hará que proliferen los conflictos entre el
abastecimiento a poblaciones (pueblos y nucleos urbanos) y
agricultura; éstos ya se dan en la actualidad en determinadas zonas
de Andalucía y Castilla-La Mancha (incluida, en ocasiones, una
ciudad como Albacete) [Pérez Pena , 1997]. O bien, entre el
abastecimiento al turismo (en Baleares, Canarias...), y actividades
que lo acompañan (campos de golf, p.e.), y a la población o a la
agricultura local[25].
La eliminación del dominio público hidráulico, a pesar de las
dificultades que ha habido para su instrumentación, acelerará con
toda seguridad la explotación de muchos acuíferos hasta su
extinción, al hacer que prime el máximo rendimiento posible a corto
plazo. Igualmente, la privatización de los recursos hídricos
ocasionará que las compañías eléctricas puedan vender el agua que
regulan, comprometiendo (o encareciendo) los abastecimientos
humanos y el necesario caudal ecológico aguas abajo de sus embalses
[CODA , 1997][26]; aunque esta posibilidad parece que, por el momento,
ha quedado fuera del marco legal. Asimismo, la privatización de los
abastecimientos urbanos implicará serias dificultades para
disminuir el nivel de consumo de las poblaciones, pues ello
reduciría los beneficios de explotación; y en paralelo conllevará
una degradación de la calidad de aguas depuradas, debido a los
altos costes de tratamiento para reducir los niveles de
contaminación existentes, lo que incrementará el impacto ecológico.
De hecho, en la actualidad muchas depuradoras en núcleos urbanos
pequeños (e incluso medianos) no funcionan, o están abandonadas,
debido a los altos costes de tratamiento y mantenimiento. Además,
el agua de boca (embotellada) se convertirá en un suculento negocio
adicional, desincentivando costosos tratamientos para hacer potable
el agua del abastecimiento urbano, al disponer de una demanda
cautiva que está dispuesta a pagar para satisfacer esta necesidad
básica. La gestión (privada) del agua se configura, pues, como un
área de fuerte negocio potencial de cara al futuro, y ello hace que
las principales empresas del sector, muchas de capital
transnacional (Lyonnaise des Eaux, Compagnie Generale des Eaux -Vivendi-...), estén desembarcando desde hace algunos años,
haciéndose cargo del abastecimiento de importantes poblaciones.
Además, la venta de las empresas públicas de abastecimiento urbano,
les supone a las corporaciones locales un "balón de oxígeno" para
hacer frente, momentáneamente, a sus problemas de liquidez.
La pérdida de peso de las Confederaciones Hidrográficas, y el hecho
de que los promotores y beneficiarios de las obras hidráulicas que
se ejecuten (p.e., las desaladoras) sea la iniciativa privada que
las lleve a cabo (algunas de ellas con posible apoyo comunitario),
hará que la gestión del agua esté dominada cada vez más por
criterios mercantilistas. De esta forma, los trasvases que se
prevén para atender el fuerte incremento de consumo de agua
previsto, ya no solamente se contemplan desde la "España húmeda" a
la "España seca"[27], sino que proyectos "faraónicos", como el
trasvase Ródano-Ebro, empiezan a abrirse camino ante las
perspectivas de negocio que su ejecución y gestión comportaría. Al
igual que el importante volumen de construcción que supondrá la
obligatoriedad de depuración de las aguas urbanas antes del 2005,
que significará un fuerte aumento del precio del agua para los
pequeños usuarios, especialmente residenciales, con el fin de no
dañar las actividades más competitivas, que son normalmente las más
contaminantes, tal y como recogen las directivas europeas del agua.
Además, el nuevo marco legal contempla la posibilidad de
privatización de estas aguas residuales, por parte de las empresas
que acometan la construcción de las depuradoras, con el fin de
atraer capitales privados. Hecho que puede comprometer otros usos
y el caudal de nuestros ríos [CODA , 1997].
Por otro lado, en lo que se refiere a los cambios que se prevén en
el marco social, cabría apuntar en primer lugar la orientación
futura del mercado de trabajo, como condicionante de primer orden
de la vida de un porcentaje creciente de una población activa
todavía en aumento (la tasa de asalarización podría pasar en pocos
años del casi 76% actual, al 80% o 85%, debido a las tendencias
señaladas), con una componente además progresivamente urbana. Todo
apunta a una inclinación cada día más acusada a la precariedad
laboral: demandas del FMI en este sentido para la UE (y para España
en concreto), exigencias de la Europa del Euro, desregulación
social que promueve la globalización económica... A este respecto,
tanto el Tratado de Amsterdam, que confiere nuevas competencias a
la CE en general, y en este terreno en particular, como la Cumbre
extraordinaria sobre el "Empleo" de Luxemburgo, donde se ha
concretado la nueva filosofía, han dejado muy claro cual es el
camino a seguir. Y ese camino no es otro que el que permita
alcanzar la tan ansiada competitividad de la actividad económica
comunitaria a nivel mundial. Se acuña el nuevo concepto de
"empleabilidad", como forma de garantizar la creación de empleo en
el futuro. Ello se traducirá en un nuevo salto en la desregulación
laboral, con el fin de conseguir una mano de obra más barata,
móvil, flexible, y en proceso continuo de formación
(Lifelonglearning), que posibilite adaptarse a las exigencias
constantemente cambiantes del mercado y la producción, máxime para
un espacio periférico (a escala comunitaria) como es el caso
español. Es por eso por lo que se anuncian nuevas y más profundas
reformas laborales para el próximo futuro, para adecuarse a las
exigencias de los nuevos tiempos.
Se avanza, pues, hacia un entorno laboral cada día más precario. La
inestabilidad se convertirá en norma. La protección social al
desempleo tenderá a reducirse como vía también para garantizar la
"empleabilidad". El gasto social en su conjunto se irá limitando
progresivamente para hacer factible el rigor monetario (Plan de
Estabilidad). Obligado también por un entorno en que el gasto
estatal tiende a reducirse para adecuarse a los menores ingresos
públicos que implicará la menor imposición fiscal directa, y el
aligeramiento de las cotizaciones empresariales a la Seguridad
Social. Seguridad Social que se quiere desvincular totalmente de
los presupuestos generales del Estado. Estas tendencias aventuran
un marco social caracterizado por unas tasas de desempleo altas,
que ni siquiera la creciente precariedad y desarrollo de empleos a
tiempo parcial (que propicia la última reforma laboral) conseguirán
reducir. Y eso si se mantienen altas las tasas de crecimiento, pues
en los periodos recesivos, o en las posibles crisis asimétricas, el
paro (y la caída de salarios) se disparará rápidamente, debido a la
alta eventualidad del empleo, sin prácticamente costes para las
empresas. Asimismo, el repunte de la inflación que se viene
manifestando en relación con la media de los países del euro,
implicará una pérdida de competitividad en relación a los mismos,
repercutiendo en una caída del crecimiento.
Cada vez existirá un porcentaje más amplio de la población
vulnerable, en especial en las metrópolis. Hoy en día, aparte de la
población excluida de forma extrema, los "sin techo", van
proliferando en los espacios urbanizados los llamados barrios
vulnerables, al igual que en otras metrópolis europeas, y del Norte
en general. En un estudio realizado recientemente se han
caracterizado casi 400 barrios "desfavorecidos" (como se les
denomina oficialmente), en poblaciones de más de 50.000 habitantes
donde viven más de cuatro millones de habitantes (es decir, un 20%
de la población total de dichos núcleos). En ellos la tasa de paro
alcanza un valor medio del 31% (frente al 19% de la tasa media de
dichos municipios), superándose en muchos de ellos, o en partes de
los mismos, el 50% de paro. En estos barrios "perdedores" se van
acumulando progresivamente los procesos de exclusión [Hernández
Aja , 1997], [Arias , 1998]. Pero esta vulnerabilidad tenderá a
extenderse, y a cronificarse en determinadas zonas, por la
permanencia y posible incremento del paro (en especial de larga
duración), por la generalización de la precariedad en el trabajo,
por la reducción de los niveles salariales, por la disminución de
la protección social, por el previsible incremento del coste de la
vida en los espacios urbanos (agua, teléfono, electricidad,
vivienda, transporte...)[28], y especialmente metropolitanos, y por
la creciente desintegración social en determinados barrios
estigmatizados, donde es difícil encontrar redes de apoyo social.
La población "normal" que habita en dichos barrios tiene en muchos
casos problemas para encontrar "trabajo", tan sólo por decir en
donde vive.
Por otro lado, el progresivo envejecimiento de las poblaciones
metropolitanas, pues más de un 15% de las poblaciones es mayor ya
de 65 años [Arias , 1996], la reducción de las cuantías de las
pensiones contributivas (Pacto de Toledo), la creciente
imposibilidad de acceder a las mismas para un sector importante de
la población en un futuro, la probable desaparición a medio plazo
de las pensiones no contributivas, o su reducción a la mínima
expresión, el encarecimiento del tratamiento sanitario para la
población de mayor edad, debido a la progresiva privatización y
mercantilización del sistema público sanitario y de atención a la
tercera edad, la creciente dificultad (y debilidad) de las
estructuras familiares para hacerse cargo de sus mayores, etc, hará
también que un factor adicional de creciente vulneralibilidad sea
la edad. Barrios enteros donde se "almacena" la población más
envejecida pasarán a ser probablemente barrios en crisis.
La vulnerabilidad se acrecentará especialmente de forma dispersa,
pero también concentrada, para la mujer. Los mayores niveles de
paro que se ve obligada a soportar, el carácter más precario
(trabajo a tiempo parcial) de los empleos a los que accede
normalmente, los aún más reducidos niveles salariales que
"disfruta", las cargas familiares a las que normalmente se ve
obligada a hacer frente, su absoluta preponderancia al frente de
hogares monoparentales, su menor movilidad (debido también a su
protagonismo en las tareas de cuidado familiar), y su mayor
vulnerabilidad también de cara a espacios urbanos degradados en los
que se expanden los comportamientos desordenados y violentos,
delictivos y patológicos o desviados, hará que sea un sector social
especialmente afectado por la desintegración social creciente que
se va instalando en las metrópolis.
Esta desintegración social queda fielmente reflejada por el
importante incremento de la población reclusa, que se ha
multiplicado por tres en tan sólo quince años, situándose ya en
unos 50.000 presos, un 90% de los cuales son hombres [García Rey
, 1998] [Fdez Durán , 1993]. La procedencia de la población reclusa,
la geografía del delito (perseguido), corresponde mayoritariamente
a los barrios marginados, que se ubican de forma principal en las
periferias metropolitanas, donde se acumulan todo tipo de
carencias. Mientras tanto, las fuerzas policiales no hacen sino
incrementarse de forma paralela, especialmente las de carácter
privado, que han experimentado un boom espectacular también en los
últimos 15 ó 20 años[29]. Todo lo cual dispara el gasto público (y
privado) en materia de seguridad (cárceles, funcionarios de
prisiones y juzgados, plantillas policiales, equipos de
seguridad...), consumiendo cada vez más recursos económicos y
humanos para mantener la "seguridad ciudadana".
El espacio urbano, pues, se endurece. El Centro se va convirtiendo
en un territorio protegido y excluido, salvo determinados lugares
muy específicos que se toleran como islas de degradación vigilada.
Y el resto de enclaves donde habitan las clases medias, y los
sectores dominantes, se van transformando en espacios
progresivamente controlados y vigilados, especialmente en las
urbanizaciones periféricas, que se convierten muchas veces en
verdaderas fortalezas. Se va configurando poco a poco una creciente
segregación y dualización espacial y social en las metrópolis, al
tiempo que se apodera de los diferentes espacios, en especial donde
se ubican las rentas altas, una "ecología del miedo" (miedo a las
"clases peligrosas") [Davis , 1992].
Ello coexiste con una cada día mayor criminalización de la pobreza.
En los últimos tiempos se asiste a una proliferación de intentos de
erradicar la mendicidad, casi manu militari, en muchas de las
principales aglomeraciones urbanas. Desde detenciones de pobres (en
Santander), a sanciones y requisamientos de limosnas a los que
piden (en Cartagena y Murcia), pasando por envíos de mendigos en
avión a la Península (en Las Palmas), prohibición de la venta
ambulante (Madrid, Córdoba...), etc, como forma de quitarse
indigentes y pobres de enmedio. Lo cual ha provocado que hasta el
propio Defensor del Pueblo se haya visto obligado a exigir a los
alcaldes (que actúan bajo la presión de las principales sectores
económicos de sus "ciudades") que dejen de perseguir a los pobres
[Ordaz , 1996]. Pero estas actuaciones se inscriben, entre otras
estrategias al respecto, en la necesidad de gestionar la creciente
ingobernabilidad ("esa especie de guerra de todos contra todos por
la supervivencia"), con el fin de garantizar el orden (jerárquico)
interno y para que no se comprometa la imagen social de la ciudad,
de cara a atraer al capital transnacional. "La viabilidad de la
metrópoli depende de su gobernabilidad [...] [Es decir, esa]
comunión entre la ciudad del privilegio y la ciudad del ghetto, sin
deslegitimar la estrategia de la competitividad [...] Paradoja que
pretende que la propia dinámica que provoca la exclusión se
proponga como su único remedio" [López Sánchez , 1997].
La desaparición de las fronteras externas, que induce la
globalización económica y el "proyecto europeo" (al menos de cara
al libre tránsito de mercancías y capitales, que no de personas,
sobre todo en lo referente a las relaciones Centro-Periferia), está
derivando en una proliferación de las fronteras (materiales e
inmateriales) en el interior de nuestras sociedades, especialmente
en los territorios metropolitanos. En la actualidad, en ciertos
sectores, tienden a predominar los contactos a distancia en
detrimento de los contactos locales, con lo que ello supone de
deterioro de la vida urbana. Se va imponiendo, para la población
más ligada a los procesos globales, el sentimiento de estar más
cerca del que está lejos que del que se encuentra al lado. Lo que
acentúa la perdida del mundo propio en beneficio de un mundo
virtual, en el que las relaciones se establecen de forma cada vez
más solitaria, y recluida, a través de la pantalla. "El espacio
virtual desplaza a la ciudad real" [Virilio , 1997]. Hecho que
agrava adicionalmente la desintegración social en los espacios
urbanos, y por ende la gobernabilidad de los mismos. E induce una
creciente penetración de los valores urbanos (o mejor dicho
metropolitanos) en los espacios rurales y semirrurales, lo que
provoca la minusvaloración y marginación de sus propias formas
culturales, contribuyendo de esta forma también a su
desarticulación y colonización. De cualquier forma, la vida urbana
(mediterránea), aún en nuestros espacios metropolitanos, en crisis,
es todavía sustancialmente más rica, en especial en lo que se
considera la "ciudad tradicional", que en otras conurbaciones de
territorios más septentrionales.
El consumo de energía primaria (en tm equivalentes de petróleo), se
ha multiplicado 1,7 veces desde 1976 hasta 1996, cuando la
población tan sólo se multiplicó por 1,1 en ese periodo, y mientras
que el total de la población ocupada bajó ligeramente durante el
mismo; y eso a pesar de la mayor eficiencia energética conseguida
y de la fuerte reducción del peso del PIB industrial, especialmente
de la industria básica (el sector más consumidor de energía),
dentro del conjunto del PIB, y de la consiguiente caída
experimentada en esos años en el empleo industrial, casi una
tercera parte (ver cuadro 3 a y b). En el periodo anterior
(1960-1976), de fuerte crecimiento industrial (e importante
creación de empleo en este sector), acusada mecanización agraria,
y considerable aumento de población (casi un tercio de crecimiento)
el consumo de energía había crecido casi cuatro veces. Lo cual
indica que el actual modelo de crecimiento consume cada vez más
energía (especialmente en transporte), lo que incidirá
adicionalmente sobre la balanza comercial (sobre todo si sube el
precio del petróleo), y genera cada día menos empleo (asalariado o
dependiente). Eso sin considerar, como ya se apuntó, el consumo de
energía que induce en otros espacios debido a los alimentos o
productos manufacturados que se ve obligada a importar, y las
necesidades de transporte que todo ello provoca, lo que de tenerse
en cuenta multiplicaría estas cifras sensiblemente. Hecho que pone
seriamente en cuestión la sostenibilidad del actual modelo.
De acuerdo con Eurostat, España emitió en 1995 un 17% más de CO2
que en 1990 [EL PAIS , 8-12-1997]. Tendencia que se prevé que
continúe en el futuro próximo, contraviniendo las recomendaciones
de la comunidad científica de reducción de emisiones de CO2, para
intentar atajar el cambio climático en marcha. Y eso, aparte de una
falta de solidaridad internacional, para hacer frente al principal
problema ecológico que enfrenta la Humanidad, es un boomerang de
incalculables consecuencias para el propio espacio español, que
puede verse afectado en mayor medida que otros territorios por el
cambio climático. La Agencia de Medio Ambiente Europea apunta que
el clima en la Europa mediterránea será más seco en el futuro, con
alteraciones importantes en el régimen hídrico [EEA , 1997]. Lo que
puede acentuar aún más los problemas de escasez de agua existente
en la "España seca", hacia donde orienta la mayoría de actividades
el actual modelo de "desarrollo"; actividades que como se ha visto
reclaman cada día más agua. Y agudizar los problemas erosivos, que
también asolan a dicho espacio, al incrementarse la irregularidad
y concentración de las precipitaciones (torrencialidad de las
lluvias que se produzcan), haciendo avanzar el desierto sobre
importantes áreas de la Península. En gran medida, allí donde se
localizan los principales procesos de concentración urbana. En un
informe emitido por la Comisión Nacional del Clima (1994), se
reconocían estos posibles impactos, y otros aún más graves[30], y se
afirmaba que "la necesidad de actuar puede ser una cuestión de
supervivencia". Pero parece que, a pesar de esas recomendaciones,
los vientos soplan en otra dirección.
Resumiendo, los procesos de globalización económica e "integración
europea" están configurando un modelo productivo y territorial en
el espacio español que cada vez consume más recursos de todo tipo
(agua, energía, suelo...), que induce un creciente impacto
ambiental local, estatal y planetario (contaminación, residuos[31],
reforzamiento del cambio climático...), que cada día es capaz de
generar menos empleo asalariado o dependiente, que incentiva una
profundización en los desequilibrios regionales y en las
desigualdades sociales de todo tipo, y que agudiza la dependencia
del exterior, ampliando la "huella ecológica". Al tiempo que su
expansión desarticula otras formas productivas y territoriales
menos consumidoras de recursos, de menor impacto ambiental, más
intensivas en actividad humana, más acordes con las características
de los espacios sobre los que se asentaba y, por consiguiente, más
autosuficientes. Todo esto apunta a que el modelo que se está
plasmando, con un componente urbano-metropolitano en proceso de
intensificación, tenga un carácter crecientemente insostenible.
Al mismo tiempo, la expansión de este modelo no cabría entenderla
sin considerar cómo es impulsada, a través de diferentes vías, por
las estructuras político-administrativas vigentes (subvenciones y
apoyos institucionales de distinto tipo a la gran actividad
productiva[32]; creación de infraestructuras de transporte,
telecomunicaciones y energéticas que facilitan su despliegue;
reformas estructurales que establecen el marco idóneo para la
expansión de la producción transnacionalizada; etc), que adaptan
cada vez más sus estrategias de intervención a los nuevos
mecanismos de regulación supraestatal que imponen las dinámicas de
mundialización. En paralelo, las estructuras estatales se ven
obligadas a hacer frente a los costes en ascenso que implica el
funcionamiento del modelo productivo y territorial. Desde los
costes de funcionamiento, gestión y gobernabilidad de los espacios
metropolitanos, a los derivados del mantenimiento (y reposición) de
las infraestructuras de todo tipo que garantizan su pulso "vital".
El gasto de mantenimiento de la red viaria en su conjunto se prevé
que para mediados de la próxima década se multiplique por tres, en
pts constantes, pasando de algo más de 100.000 millones, a
principios de los 90, a unos 300.000 millones para esa fecha, como
resultado del progresivo deterioro de la red [Estevan y Sanz
, 1996]. Muchos de los embalses habrán perdido quizás para entonces
su operatividad, debido al aterramiento que experimentan, siendo
preciso abordar complejas y costosas obras de reparación. Esto está
ocurriendo ya en distintos países del mundo [IRN , 1997]. Y
probablemente para esos horizontes se deba proceder al
desmantelamiento del parque nuclear existente, pues se habrá
agotado su vida útil, lo que supondrá asimismo elevados costes
(sólo el cierre de Vandellós se estima en unos 100.000 millones de
pesetas). Igualmente, el coste del tratamiento de los residuos
radiactivos se ha llegado a estimar en 1,2 billones de pts [ENRESA
, 1995]. Al tiempo que sucesivos accidentes o desastres ecológicos:
contaminación de suelos, deterioro de hábitats..., obligan a
administraciones y aseguradoras a hacer frente a elevados costes e
indemnizaciones económicas; el caso de Boliden y Doñana en este
sentido ha sido paradigmático. Poco a poco "los costes" del
presente modelo de "desarrollo" están irrumpiendo en escena.
Todo lo cual está provocando un progresivo endeudamiento de las
estructuras político-administrativas (estado, CCAA, ayuntamientos),
a pesar de la reestructuración del gasto público que se acomete,
acorde con las estrategias de globalización, y que inciden
especialmente en el recorte del gasto social que llegó a
caracterizar al Estado de Bienestar. Este endeudamiento en ascenso
ha quedado ligeramente maquillado en estos dos últimos años debido
a la venta de empresas y servicios públicos y como resultado de la
contabilidad creativa. Este proceso se puede ver agravado en el
futuro como resultado de la reforma fiscal en marcha, y las que se
pronostican para más adelante, que mermarán ingresos públicos y
acentuarán el desigual reparto de la riqueza ya existente[33], al
tiempo que inducirán un mayor desmantelamiento de los mecanismos
reequilibradores (sociales y territoriales) que, al menos en las
últimas décadas, han caracterizado parte de la intervención
estatal[34]. Sobre ello incidirá, agravando este escenario,
determinadas reformas estatales, como p.e. la creación del ejército
profesional, que puede suponer un gasto público adicional de unos
500.000 millones de pts anuales; o el endeudamiento diferido que se
está acumulando, como consecuencia de la financiación de
construcción de infraestructuras de acuerdo al llamado "modelo
alemán" (que permite pagar las obras una vez finalizadas,
retrasando la ejecución de los pagos, con el fin de cumplir los
criterios de convergencia para acceder al euro) o al conocido como
"peaje en la sombra" (la iniciativa privada acomete la
infraestructura y posteriormente recibe pagos por parte de la
administración de acuerdo al número de vehículos que la utilizan).
Estos mecanismos están siendo utilizados de manera indiscriminada
por las distintas administraciones públicas, y están comprometiendo
ya seriamente los presupuestos futuros. El endeudamiento estatal se
está convirtiendo, también, en un instrumento adicional de
generación de desigualdad, pues son los sectores sociales menos
favorecidos, aunque no excluidos, los que participan principalmente
en su financiación, a través de su contribución a las Haciendas
Públicas, mientras que los que se benefician de su existencia son
los sectores sociales más desahogados (internos y externos)
detentadores de la deuda pública.
A esto se suma: que las previsiones de ingresos públicos futuros se
basan en altas tasas de crecimiento económico, que es posible que
no se materialicen; que los mecanismos coyunturales que han ayudado
a reducir el déficit público (a través también de la "contabilidad
creativa") y a realzar la inversión estatal, es decir, la venta de
empresas y servicios públicos, desaparecerán en el futuro al
haberse liquidado las "joyas de la corona"[35]; que la deuda de las
CCAA ha crecido en los últimos años más rápidamente que la del
estado, curiosamente en muchas de las CCAA donde más crecimiento se
ha experimentado[36]; que determinadas reformas, como la de la Ley
del Suelo, mermarán los ingresos (y aumentarán los gastos) de las
corporaciones locales[37], cuando muchas de ellas se encuentran en
una situación financiera ya crítica; y que, además, la fuerte
reducción previsible de fondos europeos en los próximos años
redundará probablemente en una caída del crecimiento. Se
configuran, pues, unos escenarios ciertamente complejos, dentro de
la camisa de fuerza que supone el cumplimiento del Pacto de
Estabilidad, que derivará muy probablemente en un empeoramiento
adicional de las tendencias señaladas más arriba. Además, en el
área del euro, si la deuda de un país crece excesivamente, no
recibirá ningún tipo de ayuda de sus socios, y tendrá que optar por
subir los tipos de interés (con el permiso, por supuesto, del Banco
Central Europeo) para atraer financiación suficiente. La
complejidad de los escenarios podía oscurecerse aún más ante la
aparición de posibles crisis asimétricas, o de una recesión
profunda que pudiera sobrevenir como resultado de una potencial
recesión-deflación mundial.
En suma, el presente modelo de "desarrollo" es capaz de generar, en
el corto plazo, una gran acumulación de riqueza monetaria privada,
pero induce unos desequilibrios económicos, sociales, territoriales
y ecológicos, que hacen difícil su viabilidad o gobernabilidad, a
medio y, sobre todo, a largo plazo. Y ello, pensamos, a pesar de
que se intente garantizar su continuidad recurriendo a mecanismos
coercitivos, si fallan los mecanismos de consenso y legitimación
actuales. Si bien todo ello queda enmascarado a los ojos de la
opinión pública, pues la realidad virtual que confeccionan
artificialmente los mass media, y en general la capacidad de
reflexión del entramado científico-técnico y académico, oculta o
desvirtua la comprensión global de estos procesos.
Fecha de referencia: 25-07-2000
Documentos > Globalización, territorio y población > http://habitat.aq.upm.es/gtp/arfer7.html |