8. Criterios de sostenibilidad
Tal y como se ha explicado anteriormente del análisis de lo que se está
haciendo en la materia en las distintas Comunidades Autónomas (también de
sus carencias) tanto desde el punto de vista normativo como a través de
recomendaciones y manuales, de los informes de los expertos externos y de
la propia evaluación del grupo de trabajo, pueden deducirse algunos
elementos que deberían ser considerados para conseguir un planeamiento más
sostenible y sobre los que existe un consenso bastante amplio. Y ello
independientemente de las obligaciones y afecciones legales derivadas tanto
de la legislación como de la planificación ambiental sectorial. Algunos de
estos elementos ya han sido explicitados en puntos anteriores (como, por
ejemplo, el relativo a la participación ciudadana) pero a otros se les
puede dar forma de criterios o recomendaciones que deberían plasmarse en la
correspondiente normativa. Estos criterios o recomendaciones deberían ser
evaluados mediante indicadores adaptados al caso concreto de cada
territorio específico, y establecidos y acordados mediante un proceso
participativo en el que no sólo intervinieran los técnicos sino la sociedad
entera. Indicadores de los que ya existen ejemplos en algunas Comunidades
Autónomas.
Varios de los criterios de sostenibilidad que deberían ser
considerados en el planeamiento urbanístico son de carácter más
territorial, pero la propuesta del nuevo plan como un sistema intermedio
obliga a tomarlos en consideración aunque este informe se refiera al
planeamiento urbanístico:
- Reordenación de los usos agrícolas. No pueden seguir dedicándose
suelos de alta rentabilidad agrícola a la urbanización, ni reconvertir
hectáreas de secano a regadío a base de agotar los acuíferos
subterráneos con consecuencias frecuentemente nefastas, por ejemplo
para los humedales.
- Potenciación de la agricultura y ganadería periurbanas de proximidad.
La mayor parte de las áreas agrícolas tradicionales en torno a
nuestras ciudades más importantes están desapareciendo a la espera de
una recalificación que convierta estos terrenos en suelo urbano,
propiciándose un valor especulativo que deja en segundo plano su valor
de uso como suelo agrícola.
- En determinados casos habría que rentabilizar la vuelta a los usos
ganaderos tradicionales no estabulados. Un ejemplo tópico es el caso
de las dehesas que forman un auténtico ecosistema antrópico natural
con ventajas muy importantes desde el punto de vista de la
sostenibilidad del territorio.
- Resulta imprescindible la reordenación de los sistemas de distribución
y comercialización de los productos agrícolas y ganaderos,
particularmente en el tramo mayorista, con objeto de evitar en la
medida de lo posible las ineficiencias que conllevan los largos
recorridos de los productos. Podría potenciarse esta reordenación
estableciendo una tasa ecológica en proporción al número de kilómetros
recorridos por el producto hasta los lugares de venta al por menor.
- Reconversión de áreas agrícolas degradadas en zonas forestales. Todos
aquellos terrenos abandonados por la agricultura y la ganadería debido
a su mayor productividad normalmente acaban por convertirse en monte
bajo y, según las circunstancias, con una acusada tendencia a la
erosión que suele finalizar en la desertificación. Si a todos estos
terrenos unimos los que actualmente son eriales o están desprovistos
de cubierta vegetal se comprende la necesidad de las repoblaciones
forestales. Es por ello que parte de las subvenciones tanto de los
gobiernos como de la Unión Europea dedicadas a una agricultura no
competitiva deberían empezar a desviarse a la creación y mantenimiento
de áreas forestales lo que permitiría, además, recolocar los
excedentes de mano de obra agrícola.
- Dificultar el uso del territorio dedicado a un turismo basado en el
consumo del mismo. De los muchos tipos de turismo que se pueden
producir en la sociedad actual, aquellos basados en el contacto con
una naturaleza que cuente con determinados valores no antrópicos son
los más difíciles de gestionar. Sobre todo porque resulta
imprescindible mantener estos valores para hacerlo sostenible. En
general, la capacidad de carga del territorio para un uso de este tipo
es muy baja y nunca el turismo de naturaleza debería ser la base
económica de una región sino funcionar como una renta complementaria.
Esto se puede conseguir de muchas maneras pero la más sencilla es
mediante el control de accesos. No siempre la mejora de las
comunicaciones o de la capacidad de alojamiento es un elemento
beneficioso para su mantenimiento a lo largo del tiempo. En este
sentido algunas comunidades autónomas están dando pasos importantes,
sobre todo las insulares.
Otro conjunto de criterios se pueden agrupar atendiendo a su carácter
más urbano y deberían constituir el núcleo central del plan estratégico de
la ciudad. Se han recogido solamente aquellos sobre los que existe un
auténtico consenso en la doctrina, en la normativa, o según los informes de
los expertos consultados.
- Reducir significativamente el consumo de suelo. Existen varios trabajos
que constatan el creciente consumo de suelo urbano por habitante. Además
este aumento del consumo del suelo no sólo se produce por el aumento de la
superficie edificada destinada a vivienda o a la construcción de locales.
Se produce básicamente por el aumento de la superficie urbanizada necesaria
para dar servicios a estas viviendas, particularmente por las
infraestructuras de comunicaciones y atención al tiempo libre en la
naturaleza. En general, puede decirse que parte de la causa está en que la
mayor parte de los equipamientos e infraestructuras están
sobredimensionados y mal situados. Si se exceptúa el caso de las zonas
verdes que es un tanto especial y al que también nos referiremos más
extensamente, una parte importante de los equipamientos deberían cumplir
una serie de condiciones que casi nunca se plantean: de mínimos, pequeños,
multiuso, gestionados por los propios vecinos y distribuidos por todo el
tejido urbano. Y respecto a las infraestructuras: prioridad al transporte
colectivo con carriles de uso exclusivo y sistema combinado de alta
velocidad y pocas paradas con los de baja velocidad y muchas paradas;
diseño del viario para el transporte privado basado en las horas valle y
nunca en las horas punta; utilización del subsuelo si la ciudad es lo
bastante compacta.
- Evitar la dispersión. La actual configuración urbana, basada en esparcir
la ciudad por el territorio y posible sólo gracias al automóvil, resulta
nefasta desde el punto de vista de la racionalidad. Los largos
desplazamientos en kilómetros (no necesariamente en tiempo) entre la
residencia, el trabajo, el comercio o el ocio, impiden realizarlos andando
o en bicicleta lo que supone un mayor consumo de energía, mayor
contaminación, utilización de más suelo y mayor segregación social y
espacial. Para conseguirlo parece necesario cambiar el tipo de planeamiento
en el sentido en que se ha explicado anteriormente: un plan marco, mezcla
de territorial y urbanístico, que permita imponer limitaciones de forma
clara y duradera y que concrete el suelo del suelo, pero de forma más ágil
y menos permanente que en la planificación territorial actual. De ahí se
pasaría a un planeamiento de desarrollo mucho más ejecutivo, que implicaría
un conocimiento continuo del medio y su evolución, a través de una serie de
indicadores pactados por la población y un observatorio permanente.
- Complejizar las áreas urbanizadas. Ya hace más de treinta años que
Christopher Alexander escribió un artículo que se titulaba «La ciudad no es
un árbol». La hipótesis se refería a la forma de organización arborescente
de la ciudad que tradicionalmente ha venido proponiendo el planeamiento
urbanístico: una ciudad de estructura jerarquizada basada en una separación
estricta de usos y constituida por una sucesión en cascada de centros y
subcentros que se encargaban de distribuir equipamiento, infraestructuras y
dotaciones de forma simétrica por toda la ciudad. Frente a ella oponía la
tradicional de la ciudad histórica: la semireticulada, en el cual cada
elemento podía depender a la vez de varios conjuntos o subconjuntos dando
lugar a una estructura mucho más flexible y eficiente. Conseguir ciudades
complejas con el actual sistema de estándares es difícil pero se puede
intentar incrementando tanto las interacciones como la variedad de los
elementos. Esto es casi imposible de conseguir en la ciudad fragmentada. Se
puede alegar que considerando toda el área urbana hay variedad suficiente,
sólo es una cuestión de escala. El equipamiento diferente, la clase social
diferente, la vivienda diferente no hay más que buscarla a seis, quince o
veinte kilómetros. Esto sería verdad si existieran los espacios de
interacción que permitieran la mezcla de los distintos. Pero aún en este
caso el simple coste de los desplazamientos en consumo de suelo, energía y
aumento de la contaminación son insostenibles.
- Controlar los estándares y densidades. Una de las tradiciones más
acendradas en el planeamiento es la de los estándares. A lo largo de la
historia del urbanismo y la planificación urbana se ha ido creando un
corpus que intenta limitar básicamente la congestión y la voracidad del
urbanizador que trata por todos los medios de sustraer espacios colectivos
para convertirlos en apropiables. Sin embargo se ha llegado a un punto en
el cual que la fijación de un solo límite (además de forma indiscriminada y
no caso a caso) ha conducido a perversiones y dilapidación de recursos
llegándose así al dimensionamiento de espacios e infraestructuras
inadecuados e infrautilizados. Otro tanto sucede con los densidades. Ya
existen sin embargo, algunos planes o leyes del suelo de algunas
Comunidades Autónomas donde se incluyen densidades máximas y mínimas que
posibilitan la rentabilidad de infraestructuras básicas de transporte
colectivo, por ejemplo o permiten la instalación de dotaciones con un uso
suficiente. Es imprescindible contar con servicios e infraestructuras
dimensionados para que el ciudadano pueda desarrollar sus capacidades, pero
también que no se desperdicien ni suelo ni recursos. Por tanto, en la
mayoría de los casos será necesario que estándares y densidades cuenten con
una horquilla de valores y no exclusivamente con uno de mínimos como hasta
el momento.
- Rehabilitar. La puesta en carga de la ciudad existente debería ser un
objetivo prioritario a conseguir. Se suele alegar que los costes de la
rehabilitación son siempre superiores a los de nueva creación pero es sólo
porque no se tienen en cuenta los mayores consumos de combustible, la mayor
contaminación o la creación de nuevas redes sociales derivadas del aumento
de la superficie urbanizada. Para poner en carga la ciudad existente
normalmente resulta imprescindible adaptarla para mejorar sus condiciones
de habitabilidad. Y esta adaptación debe cumplir un requisito nuevo que en
la anterior vuelta a la ciudad tradicional que se produjo en los años
setenta del pasado siglo XX no era esencial: la eficiencia. Es decir, los
edificios por supuesto que han de ser rehabilitados con criterios de
eficacia (han de hacer posible una vida moderna de calidad) sino que,
además, han de hacerlo eficientemente: consiguiéndolo con el menor consumo
de energía posible y produciendo la menor contaminación. Si se quiere
conseguir una ciudad más competitiva este requisito es imprescindible. Esto
que no era tan evidente en la vuelta a los centros que se produjo en los
años setenta ahora se ha vuelto crucial. Ya no se puede rehabilitar como
antes, simplemente con criterios de eficacia (en muchos casos incluso muy
discutibles) que hay que dar por supuestos ya que, de lo contrario, es
imposible la eficiencia, sino que se impone una rehabilitación con
criterios de sostenibilidad. Y los criterios de sostenibilidad no son tan
sólo criterios de mejora del ambiente local, sino que son criterios de
huella ecológica. Es decir, criterios relacionados con el mantenimiento del
planeta. Además también resulta necesario un aumento de calidad del entorno
urbano. Sería una equivocación pensar que la adecuación a los nuevos
tiempos de una vivienda o de un edificio de oficinas termina de puertas
para dentro. Cada vez más el entorno urbano se entiende como una
prolongación del espacio privado habitado. Sin embargo, el concepto de
espacio público está cambiando de forma muy acelerada y en este apartado es
muy difícil generalizar. Quizás lo único que se pueda decir en un
acercamiento al problema como éste, es que las preocupaciones más
relevantes acerca del espacio público en el momento actual tienen que ver
con la seguridad ciudadana. Abordar este problema resulta también necesario
para conseguir ciudades más sostenibles y en el planeamiento deberían ser
considerados criterios de este tipo. En definitiva: rehabilitación
ecológica tanto de los edificios como del espacio público.
- Renovar partes de la ciudad. Probablemente, en algunos casos, la
rehabilitación no sea al solución más adecuada. En determinados edificios
concretos (incluso piezas urbanas enteras) la solución más adecuada será su
derribo y reconstrucción posterior. Puede ser el caso, por ejemplo, de
bloques situados en zonas periféricas y construidos en unos momentos en que
fue necesario alojar en las ciudades a miles de inmigrantes que llegaban de
otras localidades más pequeñas o de las aldeas, y en los que resulta muy
difícil que superen los mínimos necesarios para cumplir decentemente los
objetivos de un alojamiento digno. Aún así, se trata de terreno urbano
consolidado, totalmente antropizado cuyos costes de devolución al medio
natural, en general, son superiores a los beneficios. En estos casos habrá
que tirar y reconstruir con criterios de sostenibilidad. Como en el caso de
la rehabilitación se trata de un tipo de operaciones difíciles en las que
existe siempre el peligro de que renovar signifique, en realidad, sustituir
cuerpos sociales complejos por otros de iguales y, generalmente,
correspondientes a capas sociales de mayor poder adquisitivo. Hacer bien
una operación de renovación o de rehabilitación urbana exige un cuidado
exquisito por parte del planificador y sería un error dejar la dirección de
la misma exclusivamente en manos del constructor o de las empresas
promotoras.
- Favorecer la vivienda en alquiler. El problema, denunciado muchas veces
y por distintos autores, es que una parte importante del ahorro español se
invierte en productos inmobiliarios lo que trae consigo que una parte del
parque inmobiliario esté formado por viviendas desocupadas y cerradas. La
puesta en el mercado de una parte importante de estas viviendas, a ser
posible en régimen de alquiler, disminuiría la presión sobre sectores muy
importantes del territorio ahora en el punto de mira de constructores y
urbanizadores. La administración parece que ya está dando pasos en este
sentido, después de intentar de forma infructuosa durante el período de
vigencia de la Ley de 1998 bajar el precio de la vivienda bajando el precio
del suelo a través de un aumento de la cantidad de suelo clasificado como
urbanizable. Sin embargo la evolución del régimen de tenencia no nos invita
al optimismo: si en el año 1970 la vivienda en alquiler representaba el 30%
de los 8.504.326 de viviendas censadas, en 1981 ya sólo era el 20,8% del
parque de 10.430.895 y en 1991 el 15,2% de un total de 11.736.376. La
necesidad de aumentar el porcentaje de vivienda en alquiler es básico,
desde una perspectiva sostenible, no sólo por la puesta en carga de todas
las áreas urbanas sino por los problemas de fijación territorial que supone
la vivienda en propiedad. La discrepancia entre movilidad en el empleo e
inmovilidad residencial trae consigo de forma inevitable el aumento en la
generación de viajes, muchos de ellos en automóvil privado. Existen
multitud de estudios que lo atestiguan.
- Diseñar con criterios bioclimáticos. Se trata de un criterio realmente
importante para conseguir ciudades más eficientes y no solamente porque el
planeta no soporta el continuo despilfarro que se produce de sus recursos
sino porque, además, está demostrado que el ser humano responde mejor a
elementos construidos de acuerdo al ambiente en el que están situados, que
ante aquellos otros que se establecen como un elemento extraño a ese
ambiente. Y, por supuesto, además, por simples criterios de higiene urbana
contrastados y puestos en práctica a raíz de los problemas creados por la
ciudad de la Revolución Industrial. Esta exigencia ya se está produciendo
tanto en el ámbito nacional como en el autonómico e, incluso, en el local.
La aprobación del Código Técnico de la Edificación o de Ordenanzas
Bioclimáticas en diferentes Ayuntamientos repartidos por toda la geografía
nacional así lo atestiguan. Sin embargo parece necesario darle un mayor
impulso por parte de ciertas Comunidades Autónomas que se están quedando
atrás en esta materia. También en este caso el Diseño Bioclimático no
debería ser exclusivo de los edificios sino que también habría que
aplicarlo a los espacios urbanos. En el diseño de aceras, plazas o zonas
verdes la consideración del entorno parece fundamental para conseguir
ciudades más sostenibles. En particular en el caso de las zonas verdes su
consideración como área ajardinada que requiere cuidados periódicos
constantes, utilización de abonos, riego, sistemas de poda y control de
plagas, debería de reducirse al mínimo imprescindible. Además a las
consideraciones de sostenibilidad estricta y de defensa del medio natural
se unen los costes de mantenimiento de forma que la racionalidad debería
imponerse. La sustitución de esta forma de entender la zona verde por otra
que atienda más a criterios forestales y de automantenimiento (como ya se
está haciendo en algunos ayuntamientos) parece necesaria.