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La repercusión territorial de los modelos preindustriales


Hace 15000 años se inicia la regresión de la última glaciación, con una dulcificación progresiva del clima, que se estabiliza en los valores actuales hace unos 5000 años. Durante este período, el nivel de los mares ascendió, a causa del deshielo, 110 metros, al ritmo aproximado de un metro por siglo. A este cambio climático corresponde una modificación sensible de la vegetación: los bosques boreales y las tundras que cubrían hasta entonces la mayor parte de la Península dan paso progresivamente a la vegetación mediterránea, adaptada a los veranos secos y calurosos que hacen secarse fuentes y arroyos y agostan rápidamente los pastizales, [Alonso Millán , 1995].

La Trashumancia como Reliquia del Paleolítico, Jesús Garzón.

Antes de abordar un sucinto recorrido sobre la impronta que los modelos productivos y sociales preindustriales dejaron sobre la Península, sería conveniente apuntar, aunque sea brevemente, las características diferenciales del territorio y de los principales ecosistemas peninsulares para mejor entender la actividad humana que se fue desarrollando sobre los mismos. Lo cual ayudará, en definitiva, a comprender la configuración y evolución de los diferentes modelos territoriales que posteriormente se fueron consolidando e interrelacionando entre sí.

La primera caracterización que cabría realizar del territorio peninsular sería la distinción de dos grandes espacios: la "España húmeda" y la "España seca". La "España húmeda" (más de 600 mm de precipitación promedio anual), coincide en términos generales con el Norte del territorio español, un área predominantemente abrupta, o muy abrupta; aunque también se registran altas precipitaciones en las principales cordilleras. La "España seca", la típicamente mediterránea, se extiende sobre el resto, esto es, la gran parte del territorio español. El gradiente pluviométrico disminuye de norte a sur, y de oeste a este. La división entre la "España húmeda" y la "España seca" coincide, aproximadamente, con los espacios abarcados por la flora eurosiberiana (bosques caducifolios), y mediterránea (bosques de tipo mediterráneo de hoja perenne). Los suelos de bosques húmedos (hayedos, robledales) son más ricos en materia orgánica, mientras que los suelos de vegetación mediterránea (encina, robledal) son, en general, más pobres y están sometidos a mayores peligros de erosión. Por otro lado, existen otras áreas que albergan vegetación intermedia (rebollares, melojares...), y también cabe resaltar que determinadas especies de pinos forman parte del bosque primitivo peninsular.

Asimismo, cuando se contempla el territorio de la "piel de toro" en el contexto europeo, llama la atención la dimensión del núcleo central mesetario, que abarca prácticamente a todo el interior peninsular. La pobreza en general de sus tierras ha hecho que la densidad de población en este amplio espacio siempre haya sido baja en comparación con los espacios costeros y principales valles fluviales (en especial el valle del Guadalquivir), salvo (de forma relativa) en determinados periodos históricos (baja Edad Media y siglos XV y XVI) y en ejes y localizaciones específicas (grandes valles fluviales -Ebro, Duero, Guadiana, Tajo...; y enclaves como, p.e., Madrid o Valladolid). En el Sur y Levante la densidad de población siempre ha sido (también en términos relativos) alta, y ello fue debido al temprano desarrollo de la agricultura de regadío, que permitió sustentar volúmenes de población que no eran factibles en otras partes del territorio. Por otra parte, en el Norte la riqueza de la tierra, la abundancia de pastos y frutos del monte, y el carácter agreste del territorio, facilitó el surgimiento de modelos de asentamientos de población muy diseminados.

Cuadro 1: Evolución de la presencia humana en la península ibérica

Fecha Tipo de sociedad Tamaño población*
De 1.000.000 a 100.000 años a.C. Era del oportunismo recolector y carroñero
De 100.000 al 8.000 a.C. Cazadores y recolectores especializados 500.000 individuos
De 8.000 al 500 a.C. Diversificación, agricultura y ganadería 5 millones
De 500 a.C. a 300 d.C. Modelo "antigüedad clásica" centralizado 7 millones
De 300 al 1.000 d.C. Modelo "siglos oscuros" descentralizado 7 millones
De 1.000 al 1.500 Intensificación medieval 9 millones
De 1.500 al 1.800 Un imperio ultramarino en la era preindustrial 12 millones**
De 1.800 al 1.900 Islotes de industrialización en una economía dual 18 millones**
De 1.900 a 1.950 Segunda revolución industrial 28 millones**
De 1.950-60 hasta el presente La gran intensificación 40 millones**
* Población aproximada al final del periodo
** Población española
Fuente: Jesús Alonso Millán (1995) y elaboración propia

Una vez apuntadas, de forma esquemática, estas características diferenciales del territorio español, se pueden intentar esbozar las diferentes etapas de poblamiento humano de la península ibérica (ver cuadro 1). La evolución de dicho poblamiento, y de su expresión territorial, tiene una relación directa con la ubicación geográfica del territorio peninsular, su orografía y las peculiaridades de sus distintos ecosistemas. E indudablemente tiene que ver también con las particularidades de los flujos humanos que alcanzaron en distintas etapas históricas el espacio ibérico, su dependencia o no de otros sistemas de dominio externo, su devenir propio, y su relación de intercambio con el resto del mundo.

Los primeros homínidos hacen su aparición en la Península hace probablemente un millón de años. Estos homínidos tuvieron un comportamiento recolector y carroñero más que cazador. Pero el Homo sapiens sapiens, es decir los primeros seres propiamente humanos, no alcanzan el territorio ibérico hasta hace unos 100.000 años. Huellas de su actividad perduran todavía en distintas partes de la geografía, siendo las más conocidas las existentes en diferentes puntos de la Cornisa Cantábrica (p.e., las cuevas de Altamira). En todo el período que va hasta el advenimiento de los primeros vestigios del neolítico, con la introducción de la agricultura, hace aproximádamente unos 10.000 años, el ser humano sobrevive en base a la caza especializada y a la recolección de frutos, en un entorno de muy alta diversidad biológica (abundante fauna y flora). Situación facilitada asimismo por el clima existente en aquel entonces; de hecho, hace unos 12.000 años la gran fauna empieza a escasear como resultado del cambio climático [Garzón , 1992]. Se estima que al final de este periodo unos 500.000 individuos habitaban la Península, con una densidad de un habitante por km2, aproximadamente.

El paso a la agricultura, y a la ganadería doméstica, fue un proceso complejo, y compartido en muchos casos con actividades de caza y recolección, y no se dio de forma homogénea en el conjunto del territorio. Este cambio se plasmó prioritariamente, en un primer momento, en el sur y el levante, probablemente por las mejores relaciones de estos espacios con las culturas de oriente próximo. Al igual que fue en esa zona donde se llevaron a cabo muy tempranas transformaciones humanas para impulsar la agricultura de regadío, hace ahora unos 5000 años, con el fin de incrementar la productividad agraria en un clima ya seco, especialmente durante la época estival. Lo cual hace que la población se concentre fundamentalmente en estas zonas. Más tarde, con un retraso en ocasiones considerable, estas transformaciones se extienden de forma paulatina, con sus peculiaridades agrícolas y ganaderas propias, al resto de la Península. "El crecimiento de la población asociado al modelo agrícola y ganadero fue explosivo en comparación con la estática estructura demográfica asociada al modelo cazador-recolector" [Alonso Millán , 1995]. La población en este periodo, hasta la irrupción de la dominación romana, se multiplica por diez y alcanza los cinco millones de habitantes (ver cuadro 1).Lo que equivale a una densidad de unos 10 habitantes por km2.

De esta forma, cuando llegan los romanos se encuentran incipientes núcleos urbanos (de los pueblos íberos y tartesos), que se habían ido desarrollando principalmente en el levante y en el sur (en torno al valle del Guadalquivir), a partir de las posibilidades que brindaba un desarrollo agrícola que combinaba el secano con el regadío. Desarrollo que permitía generar excedentes suficientes para destinar parte al intercambio comercial, una vez garantizado el abastecimiento urbano. En el interior y en el norte los asentamientos humanos (celtibéricos) existentes tenían un carácter prioritariamente rural y una dimensión en general muy limitada, debido al carácter seminómada en ocasiones de la población [Caro Baroja , 1991]. De hecho, en la meseta, vestigios de trashumancia se apuntan hacia esa época, ligada a los movimientos estacionales de la fauna silvestre provocados por el cambio de clima[1]; fauna que posteriormente sería domesticada [Garzón , 1992]. La irrupción de la dominación romana impone un nuevo orden de tipo colonial sobre el sistema territorial previo, con el objetivo de extraer recursos agrícolas (trigo, aceite, vino, esparto...) y mineros (de forma prioritaria oro y plata) para orientarlos fundamentalmente a cubrir las demandas de la "metrópoli" (es decir, de Roma), mediante la utilización de abundante mano de obra esclava. "Los sistemas romanos de regadío se superpusieron, ampliándolos y reforzándolos, sobre los ya existentes, [...] en el sur y el levante principalmente" [Alonso Millán , 1995].

En este período se van consolidando muchos de los principales núcleos urbanos que existen hoy en día (ver figura 1) [2]. En especial en todo el arco mediterráneo, en torno al curso del Guadalquivir, y en menor medida en relación con el valle del Ebro y del Guadiana. Fuera de esos ámbitos la presencia romana fue menos intensa, a pesar de la importante red de vías de transporte (puentes y calzadas romanas) que se construyó durante esta época y de los distintos núcleos, de mayor o menor importancia, que las jalonaban (Toledo, Segovia, Alcalá de Henares..., en sus acepciones actuales), que en muchos casos incorporaban importantes obras hidráulicas (p.e., el acueducto de Segovia). Y hubo zonas, en concreto el norte cantábrico (habitada por galaicos, astures, vascones, cantabros...), que prácticamente permanecieron fuera de la influencia romana, quizás debido a su carácter agreste y de difícil acceso, y tuvieron que esperar hasta casi los albores de la Edad Media para contar con un embrión de sistema de ciudades. La razón principal que permite explicar el mayor desarrollo del levante y el sur peninsular es su mayor accesibilidad por mar de cara a las relaciones que se establecían con el centro del imperio. Es preciso recordar que el transporte terrestre presentaba muchísimas más dificultades en esa época (y era por lo tanto bastante más costoso) que el marítimo y fluvial.

Cuando se produce el progresivo colapso del imperio romano, a partir del siglo III, se va pasando a un modelo más autárquico, de grandes propiedades, antecesor directo del modo de producción medieval. Se entra en un proceso de progresiva ruralización, y autosuficiencia local, perdiendo las ciudades importancia como centros de organización del territorio. Hecho que coincide con la desaparición de la moneda (romana) como instrumento de cambio común, y su sustitución por el oro, que sólo los grandes propietarios podían acumular. La concentración de la propiedad de la tierra, por primera vez sometida a una regulación legal, había sido más acusada, si bien limitada, allí donde la presencia romana había sido más intensa, en especial en el valle del Guadalquivir. En gran medida la estructura de grandes pueblos andaluces tiene sus antecedentes directos en la estructura territorial de la dominación romana. Más tarde, tras el paréntesis visigodo (época en que se crea una aldea en el centro de la península de nombre Matrice -Madrid-), cuando parece que se produjo una inflexión en el crecimiento poblacional, el Islam haría su aparición en la Península ibérica, dejando una acusada huella en su territorio.

La cultura islámica afectó a gran parte del territorio peninsular: Levante, Andalucía, La Mancha, valle del Ebro, Extremadura y la Castilla al sur del Duero. Su presencia en suelo ibérico volvió a impulsar la intensificación agrícola y los procesos de urbanización, en concreto allí donde éstos ya habían tenido lugar previamente. Especialmente durante el Califato de Córdoba, cuando esta ciudad adquirió su mayor esplendor y llegó a situarse en torno a los 100.000 habitantes, en los mejores tiempos de Al-Andalus, lo que la convertía en la mayor ciudad del occidente europeo [Torres Balbás , 1992]. Los árabes desarrollan una importante tecnología hidráulica, sin duda la más avanzada de su tiempo, mejorando sustancialmente las regulaciones del recurso agua alcanzadas en épocas anteriores. Esa cultura se extiende de forma prioritaria por todo el sur y el levante, y dentro de éste especialmente por el área murciana y la zona de Valencia. El Tribunal de las Aguas de Valencia es una supervivencia casi directa del sistema andalusí de gestión de las aguas de la época.

A partir del siglo XI se inicia lentamente el declive de la dominación musulmana. Se asiste pues a la fragmentación del estado único islámico en reinos de taifas, y a la aparición de un influjo cristiano que provenía del norte de la península, resultado de la progresiva fusión política de los pueblos que habitaban dicho espacio, generándose unidades de poder cada vez más fuertes que presionaban hacia el Sur. "Por primera vez, la húmeda franja cantábrica y pirenaica tomó la iniciativa en la intensificación" [Alonso Millán , 1995]. Durante muchos años el conflicto entre ambos dominios se materializó prioritariamente en tierras de Castilla, mientras que el área abarcada por la dominación musulmana iba retrayéndose hacia el sur. En el avance de las fuerzas cristianas se procedió a un auténtico proceso de colonización y reparto de los territorios conquistados, siendo la actual estructura de la propiedad de la tierra en buena parte una herencia del periodo de la "Reconquista". Esa es la razón fundamental de la concentración de la propiedad de la tierra que se observa de manera manifiesta en la mitad sur de la península (especialmente en Extremadura y Andalucía).

Durante este período se produce una intensificación de la actividad agrícola en todo el interior peninsular para abastecer a una población en ascenso, despues de su estancamiento durante varios siglos. La mayor pobreza de estas tierras, que obligaba en muchos casos a formas de cultivo al tercio[3], lo que exigía un amplio espacio tocado, así como la presión demográfica con la consiguiente demanda creciente de leña, fueron causas que determinaron el encogimiento de las masas forestales en el interior mesetario. A ello se sumó a partir del siglo XIII la presión que supuso la fuerte expansión del ganado lanar como resultado de la institucionalización de la Mesta[4] que operó básicamente en la meseta (figura 2), y del crecimiento de las ciudades, y de sus demandas derivadas. En estos años se produce un fuerte desarrollo del sistema de ciudades del interior, que ven florecer su actividad como resultado del progresivo dominio de los reinos de León y de Castilla (León, Zamora, Burgos, Segovia, Toledo...; y en menor medida Magerit, primer nombre cristiano de la actual Madrid[5]. Aún así su tamaño fue bastante limitado y no tuvieron ni con mucho la dimensión de las grandes ciudades del sur o levante. Mientras tanto las ciudades de la Cornisa Cantábrica eran extremadamente pequeñas; siendo muchas de ellas puertos de una incipiente actividad pesquera que empezaba a explotar recursos lejanos. Barcelona vive en esa época un importante desarrollo, si bien su tamaño no alcanzaba todavía los 50.000 habitantes. Es curioso constatar que gran parte de todo este desarrollo y de sus necesidades de transporte gravitaba en gran medida sobre el sistema viario romano, cuyas resistentes calzadas perduraron durante siglos.

"Las islas Canarias constituyen un mundo aparte. Entraron en contacto con los sistemas sociológicos peninsulares en el siglo XV, y su colonización constituyó un ensayo general del exterminio de los pueblos locales y de los cambios en los ecosistemas que un siglo después empezarían a tener lugar a gran escala en América" [Alonso Millán , 1995]. Por ejemplo, los que acontecieron con la introducción de los monocultivos del azúcar y del tabaco en el Caribe.
    
En el siglo XV, la ciudad de Sevilla se conforma como el principal núcleo de la Península, con más de 100.000 habitantes, consolidando su primacía urbana tras el "Descubrimiento" de América, por la función que cumple de charnela entre la periferia colonial y el centro del imperio español. El primer imperio en la historia de proyección mundial con carácter preindustrial. Era a través de esta ciudad como se canalizaba la expansión del capitalismo comercial de la época, y por donde circulaban las corrientes de oro y plata que, extraídos del "Nuevo Mundo", se orientaban luego hacia Europa para la compra de mercancías, o que se dedicaban al costoso mantenimiento de los ejércitos que sostenían el imperio. Lo cual ha hecho que muchos historiadores hayan llegado a afirmar que, durante la existencia del imperio, España nunca se desarrolló. En definitiva, "en los mejores momentos del Imperio, Sevilla que nunca llegó a ser área metropolitana en el sentido más urbanístico del término, fue metrópoli mundial" [López Groh , 1988].

Esta supremacía planetaria duraría lo que auge del imperio español, es decir los siglos XV y XVI. Más tarde, con el lento declinar de la hegemonía española, se asiste a la decadencia de la capital del Guadalquivir, y a un cierto declive urbano general, así como a un menor crecimiento poblacional global, si bien más adelante se van afianzando paulatinamente la mayoría de las capitales provinciales actuales y otros núcleos de importancia. En 1561, durante el reinado de Felipe ll, la capital se traslada a Madrid, hecho que iba a incidir en su paulatino despegue, a pesar de las dificultades que suponía estar situada en la mitad de la Meseta. Por otro lado, algunas ciudades como Barcelona, Málaga, La Coruña, Valencia y en concreto Cádiz, adquieren una dinámica propia por su especial relación con las colonias. Las ciudades de esa época eran principalmente centros de intercambio comercial, así como de servicios bastante rudimentarios, derivados de ser sede local de la estructura de poder existente, con una base productiva más bien artesanal.

Las necesidades de abastecimiento alimentario de una población en lento ascenso, las crecientes demandas de consumo energético (a partir de leña) que manifestaba la proliferación de forjas y pequeños hornos por todo el territorio, la exigencia de madera que provenía de la creciente construcción de buques que demandaba el mantenimiento y las relaciones con el imperio ultramarino, y las necesidades alimenticias (y por consiguiente de tierras de labor) que se derivaban de un número en ascenso de mulas, necesarias para solventar las necesidades de transporte y abastecimiento de las ciudades de la época, como consecuencia de la difícil orografía española, fueron la causa de que "a mediados del siglo XVII gran parte de la piel de toro estuviera ya desollada" [Alonso Millán , 1995].

Asimismo, desde el siglo XV, con el aumento de la población en el interior mesetario se empieza a dar un conflicto cada vez más manifiesto entre agricultores y grandes ganaderos trashumantes. "Durante casi 500 años, los labradores pelearon contra los privilegios de los ganaderos. Conflicto que enfrentó al modelo agrícola y ganadero comunal con el de ganadería trashumante especializada, centralizada y comercial [...] Los documentos sobre pleitos entre la Mesta y los campesinos llenan buena parte de las estanterías en los archivos de la Real Cancillería de Valladolid. Los ganaderos conocieron épocas de auge, desde la constitución de la Mesta en el siglo XIII, hasta bien entrado el siglo XVI. Pero después fueron lentamente derrotados, [...], hasta la práctica desaparición de su poder en el siglo XVIII" [Alonso Millán , 1995].

A lo largo del siglo XVIII, la costa cantábrica adquiere un considerable dinamismo, manifestándose por primera vez como una de las zonas de mayor crecimiento de toda la Península. Su especial relación con las colonias, incluidas las corrientes migratorias hacia ellas, la incorporación dentro de su producción agraria de nuevos alimentos provenientes de las Indias (como el maíz, de forma prioritaria en Galicia), y la expansión de su flota pesquera por lejanos caladeros (Terranova y El Labrador), que abastecían de proteínas (p.e., bacalao en salazón) al interior de la Península, hacen que sus ciudades experimenten un importante crecimiento en esta época. Al mismo tiempo, durante esos años se aborda la construcción de una red radial de carreteras que convergía en Madrid, lo que realza el papel de la capital del Reino, hasta ese momento considerablemente aislada en el interior de la meseta. Como parte de ese esfuerzo se mejoran los pasos por los principales puertos o travesías de montañas (Guadarrama, Somosierra, camino real de Reinosa, paso de Orduña...)[6], que permiten solventar, sólo en parte, los principales obstáculos a la expansión del transporte. En paralelo, al calor del empuje de la Ilustración, se aborda la construcción de importantes obras hidráulicas como el Canal de Castilla o el Canal Imperial de Aragón, que buscan mejorar tanto las condiciones de transporte, intentando emular (con poco éxito) el importante (y barato) transporte fluvial que se daba en amplios territorios de otros países europeos, como ampliar las capacidades de riego.

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Ramón Fernández Durán

Fecha de referencia: 25-07-2000


1: "En estos desplazamientos periódicos de los cazadores siguiendo a las manadas, que se movían de acuerdo con la estacionalidad de los pastos, está sin duda el origen de la trashumancia" [Garzón , 1992].
2: Cádiz (Gades), Sevilla (Hispalis), Córdoba (Corduba), Huelva (Onuba), Cartagena (Cartago Nova), Valencia (Valentia), Tarragona (Tarraco), Zaragoza (Caesaraugusta), Mérida (Emerita Augusta), Astorga (Asturica Augusta), Málaga (Malaca)...
3: Una porción de tierra se cultivaba, en general con cereal, con una rotación de uno cada tres años; esto es, se cultivaba un año y se le dejaba descansar dos, para que recuperase la fertilidad perdida, ayudando en este proceso los nutrientes que aportaba el ganado ovino al pastar sobre ellas.
4: La Mesta era, en un principio, una estructura asociativa igualitaria impulsada por los propios pastores, individuos libres que no estaban afectados por la gleba. Hasta las mujeres tenían voto en sus asambleas. Más tarde, cuando Alfonso X la institucionaliza y le confiere una serie de privilegios, que irían más tarde en ascenso, se inicia un creciente predominio en su seno de los grandes ganaderos conectados con los intereses de la Corona de Castilla-León [Sánchez Belda y Sánchez Trujillano , 1984].


5: Madrid tenía un tamaño entre los 5.000 y 10.000 habitantes en tiempos de los Reyes Católicos [Terán , 1992].

6: Se acondicionaron estos pasos para carros, con el fin de no hacer necesaria su travesía con mulas.

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