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Fernando Parra
La sostenibilidad o sustentabilidad surge como intento de
adjetivar -como difuso epíteto antes que como preciso sustantivo-
y con ello de revalorizar, un concepto muy discutido y discutible
bajo las premisas ecológicas y ambientales: el desarrollo.
Así pues, desarrollo sostenible surge como una expresión
"políticamente correcta" y de concordia con la clara finalidad
de reconciliar, en el ámbito aparentemente superficial de la
semántica, y de forma calculadamente ambigua, dos términos en
gran parte irreconciliables, sobre todo, si se entiende,
explícita o implícitamente, el desarrollo como crecimiento
económico, con todo lo que inevitablemente implica en forma de
costes ambientales, alteraciones ecológicas y extermalidades
económicas. Algunos autores, como H. Daly, redefinen el
desarrollo sin crecimiento, soslayando así el problema.
De esta forma, sostenible, como epíteto calificador de
desarrollo, se limita a institucionalizar buenas intenciones sin
resolver, antes al contrario, las contradicciones que suponen
propugnar un aumento del consumo de recursos naturales y un
incremento de la producción de residuos en un mundo finito y con
una capacidad asimismo limitada de absorción de esos impactos.
En cambio, la sustentabilidad como sustantivo en lugar de como
adjetivo maquillador de la noción habitual de desarrollo, sí se
puede definir en términos netos ecológicos, termodinámicos y, en
definitiva, físicos; e incluso económicos, siempre que se supere
la crematística al uso y se recuperen nociones económicas
anteriores y más amplias (véase J.M. Naredo, entre otros).
La sostenibilidad puede considerarse como la viabilidad de una
actividad (o de un conjunto de actividades, de un proceso, de
toda una sociedad, etc.) en el tiempo, esto es, su posibilidad
de pervivencia en el futuro sin comprometerlo o situarlo en
condiciones precarias. En este sentido, viene a sustituir a otra
expresión en su día en boga, más imprecisa y de connotaciones
igualmente míticas, de los años setenta, el famoso antaño y hoy
algo olvidado "equilibrio ecológico".
Evidentemente, esa viabilidad depende de las limitaciones físicas
del marco finito y de funcionamiento de nuestro planeta. Son, por
tanto, globales en su marco de comprensión y en sus
implicaclones, y locales en la mayoría de los casos donde puede
ensayarse su aplicación. De aquí surge una de las principales
dificultades para evaluar buenas prácticas en relación a la
sostenibilidad y la frecuente confusión con otros atributos
deseables y relativamente afines como la habitabilidad.
De hecho, la noción de habitabilidad (o de su mejora) es más
intuitiva, se percibe fácilmente en el incremento de una serie
de parámetros deseables, pero una práctica que mejora la
habitabilidad sólo será sustentable si no transfiere la
degradación o los inconvenientes subsanados localmente a otros
territorios más o menos distantes; y esta distinción es tanto más
sibilina (y tanto más crucial a la par que difícil de detectar)
cuanto más lejana (en el tiempo y en el espacio) sea dicha
transferencla.
Una práctica sostenible es aquella que se atiene a la llamada
"producción económica en el consumo de recursos: no consume
"capital" natural, sino sólo intereses, excedentes productivos
o como los queramos llamar. E igualmente, se ciñe a la capacidad
recicladora o de absorclón del medio en la producción de
residuos.
Resulta finalmente evidente que tan buenos propósitos son
netamente incompatibles con la Economía de Mercado que propugna
al menos el denominado Pensamiento Unico. La mundialización e
internacionalización de la producción económica, la división y
especialización internacional del trabajo actúan en un sentido
de incremento entrópico opuesto a la sostenibilidad como concepto
global (el único real finalmente).
Un posible test "en batería" para evaluar como sostenible la que
puede ser una "buena" práctica bajo otras perspectivas, como la
mentada habitabilidad es preguntarse si dicha práctica:
No "incita" a incrementar nuestro consumo de recursos
renovables por encima de la capacidad de los Sistemas Naturales
(Ecosistemas, agrobiosistemas o la Biosfera en su conjunto) de
reponerlos;
Las "buenas prácticas" en el área específica de Ciudad y Entorno
Natural son casi siempre excelentes ejemplos de incremento de la
habitabilidad, pero raramente son otra cosa que neutras con
relación a la sostenibilidad. Es decir, a menudo no transfieren
la degradación o los efectos indeseables a otros ámbitos, pero
tampoco contribuyen a no hacerlo. Pondremos un ejemplo genérico
extraído del conjunto de casos españoles propuestos, el caso más
habitual de lo que se ofrece como Buena Práctica en Ciudad y
Entorno natural.
En principio, la creación de un área verde, además de incrementar
la habitabilidad urbana tiene un efecto disuasorio de presión
sobre los entornos rurales, silvestres o naturales más frágiles
y a los que las masas urbanas suelen acudir no tanto como muestra
de aprecio de lo naturaI como de huida de la dureza urbana; en
este sentido, se trata de una práctica sostenible que "aligera
de presión" otros ámbitos. No obstante, el "cómo", el diseño y
mantenimiento real del área verde puede no ser sostenible bajo
el aspecto del consumo de agua o de otros recursos (éste no es
un supuesto teórico, insisto, sino "genérico", extraído de un
amplio catálogo de prácticas examinadas). La jardinería ampulosa
y de altos costes energéticos y de recursos está a la orden del
día en los proyectos urbanísticos habituales; lo raro es más bien
lo contrario, el propósito explícito de ser ahorrativo o de
reciclar ese recurso. España, situada en la región climática
mediterránea en su práctica totalidad, consume un 80 por 100 de
sus recurso hídricos en un regadío ineficiente que no es sólo
agrícola, sino en el que podemos incluir la mayoría de las
modernas prácticas de jardinería urbana.
En cualquier caso, de forma rigurosa, ninguna práctica actual
cumpliría todas y cada una de las condiciones que definen la
sustentabilidad, pero, en cambio y de modo más práctico, podemos
detectar "indicios", hablar de "tendencias", "talantes" o
"aproximaciones" a lo sostenible.
Las áreas urbanas de nuestro ámbito económico (Primer Mundo,
Occidente, "Centro" o como se desee denominarlo), político y
cultural se pueden caracterizar por ejecutar sistemáticamente una
transferencia neta de la degradación. En esas ciudades o, por
mejor decir Regiones Urbanas, de Occidente o de Extremo Oriente,
tanto da, se ha venido produciendo un continuo crecimiento
económico durante largo tiempo, aumentando la renta per cápita
y las asimismo personales cuotas de servicios y bienes
disponibles, se midan como se midan. Pero dicho bienestar ha
implicado profundas y graves alteraciones ambientales que,
inicialmente, hicieron casi inhabitables esas ciudades, durante
las fases pioneras de la Revolución IndustriaI, pero que
progresivamente han sido expulsadas, primero a la periferias más
o menos inmediatas de esas áreas urbanas, y luego a otros países
o regiones, como es el caso de los reisiduos de alto riesgo o,
como acertadamente señala García Novo, a sistemas naturales que
aparecen "mostrencos", sin dueño, como Ia atmósfera, el fondo de
los océanos o los ríos internacionales. Sistemas naturales
mostrencos o países más permisivos o menos afortunados (es lo
mismo) reciben así Ios residuos transferidos por este modelo de
desarrollo exportador, cuyos impactos se extienden hoy por toda
la biosfera y que tarde o temprano también revierten en las zonas
afortunadas de origen, pero que -no lo olvidemos- se han
permitido, en parte, gracias a esa transferencia y con apoyo de
ciertos ecologismos locales, en "mejorar" la apariencia de esas
mismas ciudades, su "medio ambiente".
El problema se complica por la fuerte plasmación o reflejo -por
ejemplo, en lo cartográfico en planes de ordenación
territoriales, urbanísticos etc.- de las "mejoras" en los focos
exportadores de degradación en tanto que se difumina mucho más
esa misma degradación exportada en sus zonas míseras de destino.
En cualquier caso, históricamente, eI desplazamiento de esas
secuelas indeseadas del crecimiento económico ha ido aumentando
a distancias crecientes. Aquellas primeras, insalubres y
contaminadas casi inhabitables ciudades del XIX han dado paso a
las modernas de la sociedad de servicios que explota recursos en
todo el planeta y ha reducido su propia y aparente perturbación
ambiental -ha mejorado su medio ambiente, se suele afirmar, en
un claro ejemplo de miopía por falta de distancia de enfoque- o
la degradación ecológica local a costa de su exportación a zonas
cada vez más lejanas. La tendencia, en esta moderna,
internacional y propugnada división internacional del trabajo,
es a especializar a las zonas menos favorecidas -el Sur, local
o mundial, los "patios traseros'- como áreas vertedero/sumideros
mundiales. Las cosas son así, reconozcamos, por tanto, que la
mayoría de las mejoras "ambientales" introducidas en las ciudades
del Primer Mundo son, en el mejor de los casos, neutrales, y en
el peor, beligerantes en contra de la sustentabilidad global y,
por ende, de la propia mejora ambiental local de las zonas de
recepción de esa degradación. Con esta perspectiva, no nos
parecen tan severas ni exigentes ciertas cautelas a la hora de
evaluar buenas prácticas como sostenibles.
La primera conclusión que honestamente elevamos a recomendación
es que debemos plantearnos claramente si una "buena práctica"
localmente evaluable lo es también por que no transfiere a otros
ámbitos más o menos distantes lo supuestamente restaurado.
Podemos temernos que se está avanzando hacia modelos
territoriales mundiales reticulados; al menos en Occidente, con
los núcleos urbanos como nudos de concentración demográfica y de
servicios a modo de islas de cierta calidad ambientaI. Más
alejados se sitúan los ambientes degradados, los núcleos
industriales, extractivos y de acúmulo de residuos (vertederos),
y más allá todavía, fuera en muchos casos de las fronteras
nacionales en cuestión, o en "tierra de nadie" (fosas marinas,
v.gr.) o en desfavorecidos países receptores del Tercer Mundo,
los más peligrosos y poco deseables. En muchos casos, la
exportación de contaminación se realiza un paso antes, exportando
los procesos industriales poco deseados (el caso de las
industrias químicas en países del Sur como la India, por
ejemplo), para cerrar el círculo exportando la tecnologia
correctora anticontaminante; un prometedor sector económico a
juicio de numerosos adalides de este proceso de mundialización
económica y productiva.
En este panorama reticular (con retículas a diferentes escalas)
las infraestructuras configuran pasillos energéticos y de
transporte, de comunicación entre los núcleos.
Ocupando la matriz de la malla, el resto del territorio no
directamente urbano permanece en cierto olvido o segundo plano:
es el ámbito rural de la producción agraria (excedentaria y
subsidiada en nuestro entorno económico), del recreo y de la
conservación más o menos testimonial del paisaje y la naturaleza.
Sin embargo, esa matriz rural o "natural", crecientemente
valorada, apetecida y consumida de muy diversas formas por la
demanda urbana, es esencial para el mantenimiento de todas las
actividades protectoras del medio y ecológicas esenciales:
producción de aguas y aire limpio, retención de suelos,
regulación de la escorrentia y promoción de la infiltración y Ias
recargas y un largo etcétera no valorado desde el campo de lo
económico, pero esencial para el mantenimiento de todas las
actividades productivas, incluidas las más estríctamente urbanas,
además de proporcionar, como demuestra Ia sicología ambiental
moderna, un entorno emocionalmente correcto y aceptable.
Desde ese punto de vista, de uso y demandas urbanas de lo rural,
silvestre o natural, toda acción en el medio estrictamente urbano
que aligere la presión de esa demanda igualmente urbana, y de ese
consumo de lo rural funciona a favor de la sostenibilidad general
del modelo reticular local o regional, aunque puede hacerlo en
contra del modelo de sostenibilidad mundial. El incremento, por
tanto, de la habitabilidad de las ciudades actúa en dicho
sentido; por ejemplo, la creación de áreas verdes, parques
urbanos o metropolitanos y zonas urbanas de recreo.
Pero en nuestro contexto socioeconómico, y salvo tan honrosas
como testimoniales excepciones, las "Buenas Prácticas"
Sostenibles se plantean, consciente o, más a menudo,
inconscientemente, como objetivos alcanzables localmente, a costa
de transferir y concentrar el deterioro en otras áreas alejadas,
bien de la propia retícula territorial, bien de otras regiones
del Globo, condenadas al deterioro progresivo.
Es importante resaltar ésto. Nuestras urbes del Primer Mundo
pueden llegar a ser ciudades localmente saludables, creciente y
nuevamente habitables, pero en tanto no cambien el modelo
económico y geopolítico imperante de intercambio desigual, a
costa de transferir emplazamientos industriales, energéticos y
extractivos indeseados, y de espacios degradados y contaminados.
El uso de tranvias eléctricos urbanos afecta inmediata y
positivamente el entorno local considerado, pero, aunque a menudo
ni siquiera se refleje en la cartografía de la Planificación
Territorial o Urbanística, el modelo de flujos de materia y
energia (ecosistémico u holístico) nos señala que en otra zona
más o menos distante un valle ha sido inundado para proporcionar
esa energía hidroeléctrica, o una central térmica está
consumiendo combustibles fósiles no renovables y emitiendo
contaminaciones lejanas pero globales. Valorar estas
transferencias, flujos difusos casi nunca considerados en la
planificación es esencial para tildar una acción, una práctica
o un proyecto de "sostenible", siquiera sea, como se ha apuntado
anteriormente, en forma de tendencia o aproximación.
Si insistimos en que lo que se muestra como sostenible a nivel
local lo es, en la mayoría de los casos, a costa de transferir
la degradación (entendida sensum latum, como efectos indeseados
sean los que sean), es por que aunque la sostenibllidad "fuerte"
o "dura" se define a nivel global, como una "solidaridad"
intergeneracional o temporal, la solidaridad territorial o
espacial (especialmente entre Norte y Sur, "nortes" y "sures",
"centros" o "periferias" que pueden, sin embargo, definirse a
cualquier escala, entre los barrios "altos" y "bajos" de una
misma ciudad, o entre países del Norte y el Sur geopolítico, sin
olvidar los aludidos sistemas naturales "mostrencos", sin dueño,
que cumplen ese mismo poco deseable papel), esa solidaridad
espacial, reitero, es también condición necesaria aunque no
suficiente para la sosteniblidad.
Y esto es así porque el modelo de transferencia de la degradación
no permite proseguir aumentando en escala dicho proceso. No se
puede, por el momento, enviar la "contaminación" de éste planeta
a otro cuerpo celeste que actúe como patio trasero de la Tierra,
como un contaminado satelite de residuos (entiéndase "residuos"
o "contaminación" como una generalización metafórica de toda
degradación, de modo que muchas de esas degradadaciones -como el
ruido o el calor, v. gr. ni siquiera son exportables).
En este sentido (y probablemente sólo en éste) sí que podemos
repetir cierto lenguaje políticamente vacuo: el planeta en su
conjunto y todos sus habitantes somos, bajo el punto de vista de
la sustentabilidad, "una unidad de destino en lo universal" (es
decir, en lo global); de precario destino.
Hay dos enfoques complementarios y distintos (sobre todo en
relación al tamaño o escala considerada) de analizar la
sustentabilidad en la relación Ciudad y Entorno Natural. Uno
"extrínseco" que generaliza el tema, que en términos anticuados
se enunciaba como la relación campo-ciudad y que hoy podemos
extender a diversas escalas hasta abarcar todo el Planeta. Es
decir, la relación, a través de flujos y transferencias a menudo
no siempre visualmente netos, difusos, de un área metropolitana
con el "exterior", definido este último con la amplitud que sea.
Esta relación es siempre de estricta explotación de la ciudad
hacia ese exterior y no de intercambio neutro y parejo; pero
entendiendo "explotación" en su sentido igualmente más neutral
o ecológico, esto es, como apropiación neta de materia y energía.
Si esa apropiación o consumo de recursos se realiza a más
velocidad de su reposición, o incumple alguno de los supuestos
reseñados en éste mismo documento, no podemos hablar de práctica
sustentable, aunque localmente y por el momento sea "benéfica".
Y dos, un segundo enfoque, que podríamos denominar "intrínseco",
que se refiere a la relación local (del área urbana de que se
trate) e interna de la estructura y la integración de zonas
naturales, áreas verdes, asilvestradas, seudorurales, etc., en
el propio diseño urbano. Si el primer enfoque tenía una
reminiscencia bajo el viejo lema de las relaciones
"campo-ciudad", éste segundo también lo tendría en el resucitable
debate de la ruralización de las ciudades, como se verá más
adelante.
Bajo el primer aspecto, que quizá algunos autores califican de
sostenibilidad "fuerte", prácticamente ninguna práctica o ejemplo
de los presentados y analizados podría definirse como sostenible.
Los aludidos flujos y transferencias más o menos difusos, la
solidaridad espacial o territorial a cualquier escala, etcétera,
simplemente son ignorados, no considerados, con la excepción, que
no afecta a este área pero sí a otras, de la reducción de la
movilidad, la peatonalización, el reciclado de residuos y otras.
Y esto es así aún renunciando al análisis más global o de menor
escala de reticula: el mundial o geopolítico, pues tampoco se
cumple a escalas propias de la retícula regional del propio país.
Sencillamente la no transferencia de la degradación no es un
criterio que se incluya en las propuestas de buenas prácticas.
Eso explica, igualmente, la omnipresente degradación de las
periferias urbanas.
Hay, eso si, una relativa salvedad: la creación de áreas verdes
internas al tejido urbano o en su inmediata periferia, diseñadas
con la clara finalidad de aligerar la presión de zonas naturales
exteriores, de restos de la matriz general donde se sitúa la
retícula territorial, que, o bien son frágiles, o la presión
sobre éllas es incompatible con el cumplimiento de las funciones
protectoras a las que aludíamos anteriormente.
El segundo aspecto es nuevo sólamente en su formulación actual,
casi en su semántica. Se trata de "ruralizar" (o rurizar) Ia
ciudad como propugnaban los viejos higienistas y los excelentes
urbanistas apresuradamente calificados de utópicos (Ildefonso
Cerdá o Arturo Soria, por poner sólo ejemplos nacionales) en
contra de la tendencia económica preponderante de "urbanizar" los
ámbitos rurales (urbanizar en su sentido más amplio y
etimológico, de transferir los usos y demandas urbanas al
"campo", incluyendo, claro está, la urbanización propiamente
dicha: la conversión del campo en ciudad o, lo que es mucho peor,
en burdos remedos de ciudad: las urbanizaciones ). No es difícil
argumentar que la sostenibilidad -o, al menos, sus tentativas-
se alinean con la primera opción: ruralizar la ciudad, y se
contradicen con la segunda: urbanizar el entorno rural; puesto
que los procesos físicos (ecològicos) esenciales de mantenimiento
de los sistemas (ecosistemas) a nivel local, regional y global,
dependen de la existencia "liberada" de esos terriorios de
"matriz" no ocupados, dedicados a las tareas protectoras (con la
terminología de los técnicos forestales para referirse a
funciones de los bosques o montes no de estricta producción
monetaria, pero de igual o mayor interés económico en su sentido
profundo) de "producción" de aire y aguas limpias, de control de
suelos, ciclo hídrico, etcétera.
Bajo los criterios anteriores podemos afirmar que el Area de
Ciudad y Entorno Natural es concebida, las más de las veces, en
forma de "maquillaje" verde. Sistemáticamente confundida la
sustentabilidad con nociones más o menos próximas como las de
habitabilidad, no se contemplan las transferencias de degradación
a otras zonas, cercanas o remotas. Este hecho se agudiza en el
momento en que analizamos la prácticas a escalas distintas de las
locales o regionales en que nos son presentadas. Finalmente, hay
que resignarse a moderar nuestra exigencia en la valoración,
ateniéndonos a dos cuestiones: de un lado, la relativización de
la sustentabiIidad en el sentido de valorarla como aproximación
o tendencia, no como meta. De otro, valorar conjuntamente con
nuestra área las buenas aproximaciones en otras; es decir, tener
en cuenta los procesos sinérgicos en transporte, actividades
industriales, residuos, etc.
Fundamentalmente, las prácticas presentadas son agrupables en dos
tipos: uno, la creación de áreas verdes (s.a.), y dos la
"adecuación" de la ciudad a su entorno rural o natural más
próximo.
La mayoría de las áreas verdes, ya sean Parques Metropolitanos,
Jardines histórico-artísticos, bulevares arbolados, etc de
interés en las ciudades españolas son heredados de otras épocas,
pero incluso las más banales entre los de reciente creación
tienen el valor antes aludido de ejercer como zonas disuasorias
de la presión urbanística ("semsum latum") de la ciudad sobre su
entorno más o menos natural.
En cualquier caso, y puesto que el paso del tiempo establece
valores añadidos a las áreas verdes (formas de ajardinamiento del
pasado: jardines clásicos, histórico-artísticos; o bien arbolado
de época) imposibles de improvisar (dada la manía
seudocuantitativa de muchos municipios y ayuntamientos, que
suelen aludir a "ratios" o relaciones entre metros cuadrados de
áreas verdes y personas; o número de árboles por hectárea, etc.,
sería de agradecer, aI menos, que eligieran mejor los parámetros,
uno de ellos a título de ejemplo, es el del año-árbol que da
cuenta de la importancía del arbolado antiguo, precisamente),
sería conveniente que el diseño de esas áreas de nueva creación
estuviera inspirado por criterios más objetívos y elegidos sus
emplazamientos por algo más que la mera oportunidad en la
disponibilidad de terrenos.
El establecimiento de toda nueva área verde debería ser así una
oportunidad para completar una trama verde urbana interna
diseñada para ser operativa en su conjunto y sobre el conjunto
metropolitano o urbano. La Biología de la Conservación como
ciencia aplicada a los Espacios Naturales, pero perfectamente
aplicable igualmente a estos casos, y en especial los modelos
extraídos de la biogeografía penínsular pueden establecer una
serie de criteros que a veces son percibidos intuitivamente, pero
nunca tenidos expresamente en cuenta; en concreto dos:
El tamaño (área o superficie) viable, de forma que muchas
isletas y ajardinamientos de hecho no son operativos mas que
sobre la cartografía de planeamiento, así como pasillos verdes
excesivamente estrechos.
La interconexión por medio de corredores de las nuevas y
viejas áreas entre sí que permitan un efecto de archipiélago del
conjunto.
Junto a lo anterior, relativo al tamaño, escala relativa e
interconexión, que nos proporcionaría un primer indicador de su
viabilidad y de su virtualidad, existen criterios de diseño, en
el sentido, sobre todo, de incremento de la complejidad.
Por otra parte, la realización de esa trama verde, integrando los
elementos heredados o preexistentes y los de nueva creación,
basada en cualquier caso en espacios "verdes" internos conectados
por corredores reales y permeables con el entorno exterior, no
se invocan nunca a la hora de establecer una nueva área verde.
Evidentemente, la superación de la dialéctica campo-ciudad,
supondría la inversión de la lógica unidireccional del sentido
de la explotación (exportación o apropiación de materia y
energía) antes aludida; lo que no depende del diseño y creación
de tramas verdes sólo, pero siempre tendería a paliar algunos de
sus efectos más obvios sobre el entorno más próximo a esas
ciudades. Rurizar o ruralizar la ciudad no implica tampoco y
sólamente plantar árboles o crear jardines o áreas o parques
metropolitanos semirurales, sino otro tipo de acciones más
discretas pero igualmente eficientes tendentes, por ejemplo, a
disminuir la función de bomba de calor, la disminución igualmente
del efecto albedo, el incremento de la infiltración frente al
drenaje directo o la escorrentía (lo que a su vez supone aumentar
los suelos permeables frente a las superficies impermeables; o
dicho de otra forma, volver en muchos casos al casi unánimemente
odiado suelo terrizo frente al asfalto, los enarenados en lugar
del empedrado, etc.), una relación más favorable de la
evapotranspiración, la no intercepción de vientos limpiadores,
etc., etc.
Ruralizar la ciudad es, además, un objetivo resultante de
acciones sinérgicas muy diversas en las que, por ejemplo, la
peatonalización puede tener un efecto mayor que la creación de
algunas áreas ajardinadas; la segregación o más drásticamente la
expulsión de vehículos de motor y, en general, la disminución de
la "hostilidad" de la ciudad (sea esta o no medible) frente a Ia
oportunista y superficial tendencia a "teñir de verde", poniendo
macetas o arbolando isletas, tando da; cuando la naturaleza en
la ciudad se favorece mucho más poniendo en marcha grupos de
acciones sinérgicas y aparentemente indirectas.
Incluye un grupo aún más numeroso de casos presentados. Todos
ellos indican la emergencia de nuevas sensibilidades de
integración (paisajística o visual) con el entorno, a menudo
olvidado. Es el caso de Gerona y su ribera fluvial o de Barcelona
y la fachada marítima, por ejemplo. Pero, insistimos, los
criterios de sustentabilidad de esas acciones no suelen existir,
aún en el caso de mejorar, como sucede a menudo, otras cualidades
como la habitabilidad o la propia calidad urbana y
arquitectónica.
A la inversa de lo que sucede con la implantación de nuevas áreas
verdes (que de alguna forma, al menos por sus efectos disuasorios
contribuyen a esa sustentabilidad regional, disminuyendo la
presión sobre espacios naturaIes más o menos próximos), éstas
"integraciones visuales" o paisajísticas a menudo contradicen
incluso elementales criterios de sustentabilidad. Por ejemplo,
el río Guadalquivir ("Integración urbana del río Guadalquivir;
Ayuntamiento de Sevilla"), que pese a su excelsa calidad
arquitectónica en muchas de sus obras parciales, puentes, etc.,
y a la efectiva restauración visual de un área antaño marginal
y degradada, en definitiva ha "asfaltado" la isla de la Cartuja
que es un suelo de clase I en la clasificación agrológica europea
(máxima productividad agrícola; suelos aluviales), ha consagrado
una "corta" de meandro, disminuyendo la capacidad de carga del
propio río y, finalmente, ha tratado las riberas fluviales,
incluso ajardinándolas, disminuyendo su capacidad de
infiltración, sus posibilidades de actuar como "tamponamiento"
de situaciones extremas (avenidas); ha artificializado y hecho
más frágil, en definitiva, el sistema fluvial a su paso por la
ciudad: menos sostenible, en cualquier caso. Probablemente y de
momento, Sevilla puede permitírselo, pero, como ya se ha indicado
genéricamente, a costa de transferir esa degradación eliminada
"in situ" a otras zonas (en especial aguas abajo, hacia el Delta
de Doñana).
En el área de Ciudad y Entorno Natural se han examinado más de
30 "Prácticas" o casos, procedentes de unas 25 localidades, desde
áreas metropolitanas, como Madrid, Barcelona, Sevilla y Zaragoza,
hasta pequeños núcleos en zonas rurales, como Allariz (Orense)
o San Martín del Rey Aurelio (Oviedo); desde zonas netamente
turísticas, como Jávea (Alicante), Marbella (Málaga), Salou y
CambrilIs (Tarragona), hasta áreas industriales, extractivas o
urbanas muy degradadas, como Huelva; pasando por núcleos urbanos
de tamaño medio, como Gijón, Gerona, Vitoria, San Sebastián o
Palma de Mallorca; y aún menores, como Olot y Ubeda.
En cuanto a la naturaleza de las prácticas, incluye desde Ia
creación de áreas verdes de diverso tipo (Huertos de Ocio, como
los de la Candamia en León; Parques más convencionales, pero que
incluyen también Huertos de ese tipo, como el Parque de
Miraflores en Sevilla), hasta la restauración de áreas urbano
industriales muy degradadas (Ría de Huelva; vertederos de Olot).
Abundan en especial los casos que hemos calificado como de
integración de las ciudades con su entorno: recuperaciones de
frentes marítimos (Poble Nou en Barcelona, Paseos marítimos en
Jávea, Marbella, Cambrills, Adeje (Tenerife) y otras zonas que
sufrieron la degradación de un turismo de masas y
urbanísticamente poco escrupuloso. Integración de frentes o
riberas fluviales (Girona; Allariz en un entorno más rural).
Recuperación de playas, como en San Sebastián con la Gross o las
de Salou.
De todos esos proyectos de integración de la ciudad en su
entorno, los más emblemáticos y de mayor peso son la recuperación
del frente marítimo de Poblenou, separado del resto de Barcelona
por la linea costera de Ferrocarril, y la Integración urbana del
Guadalquivir en SeviIla, igualmente aislado y marginalizado por
una serie de antiguas infraestructuras, incluido también el
ferrocarril. Esas zonas es muy cierto que han sido "recuperadas"
urbanísticamente para sus respectivsas ciudades, pero
curiosamente -y como se ha argumentado suficientemente ya- no
pueden considerarse Prácticas de Sostenibilidad o Buenas
Prácticas bajo dicha perspectiva, aunque lo sean desde la óptica
más convencional; es decir, aunque se trate de buenos ejemplos
urbanísticos. De hecho ambas incumplen el criterio de
sostenibilidad de no transferir la degradación a otras zonas.
En menor medida, se podrían poner objeciones a la recuperación
de la playa de Gros y de la fachada y paseo marítimo de Zurriola
en San Sebastián; y aún más acertado nos parece el tratamiento
de integración de la Ribera fluvial en Girona. Pero, en ningún
caso, los criterios de sostenibllldad, considerados a priori o
no, han sido especialmente tenidos en cuenta, cuando no los
contradicen abiertamente, como en los casos de Barcelona y
Sevilla.
Otro gran grupo de actuaciones lo constituyen la creación de
nuevas áreas verdes. Es el caso del parque de Miraflores en
Sevilla (que además constituye un buen ejemplo de participación
ciudadana, en contraste con el proyecto del Guadalquivir de
planificación "desde arriba") y que incluye zonas menos
convencionales como los Huertos de Ocio. El Parque de Juan Carlos
I en Madrid contraviene no ya los criterios de sustentabilidad
sino las más elementales normas de ahorro y control de
mantenimientos. Olot (Girona) ha emprendido un acondicionamiento
general de sus áreas verdes que hubiera podido constituir una
buena oportunidad de replantearse su conjunto operativamente,
pero no ha sido así. Los casos de Ubeda (Adecuación para parque
de la Cañada Real El Paso), Zaragoza (Recuperación del galacho
de Julisbol) y Allariz son más bien actuaciones de integración
de Espacios NaturaIes rurales o próximos e integrables en
pequeñas poblaciones. Los Huertos de Ocio de la Candamia en León
son una actuación encomiable, pero difícilmente novedosa.
En algunos casos las propuestas son ejemplares pero demasiado
restringidas en su ámbito, como las de Gijón de defensa de un
árbol monumental (el "carbayón de La Coía) o la Torre de Roces.
En otros casos se trata de planes especiales, indicadores de
sostenibilidad que pueden evaluarse como aportaciones teóricas,
pero no como "Prácticas" estrictamente.
Finalmente, otro gran capítulo lo constituyen las restauraciones
de áreas degradadas por actividades extractivas, industriales o
urbanas. Son el revés en negativo de lo que en positivo
representaban las prácticas de integración paisajística, pero
frecuentemente transfieren esa degradación o la "maquillan"
visualmente, no la reasumen bajo criterios de sostenibilidad. Son
el caso de la Ría de Huelva, de la restauración de minas a cielo
abierto en San Martin del Rey Aurelio (Oviedo), de los diversos
vertederos de Olot y otros.
Este panorama puede parecer desolador en exceso (o excesivamente
severo por parte del experto evaluador), pero simplemente
denuncia una ausencia, la de los propios criterios de
sostenibilidad a la hora de emprender los diversos proyectos.
Como señalábamos al principio, el adjetivo sostenible, como
epíteto prestigioso y poco comprometido, se derrumba en cuanto
analizamos la sostenibilidad, como sustantivo con contenidos
precisos en forma de limitaciones físicas y ecológicas.
Resumiendo, sólo la convergencia, más o menos sinérgica de
acciones confluyentes de otras áreas (transporte, industria,
residuos, etc) puede hacernos señalar como adecuadas ciertas
ciudades. Es el caso de Vitoria y de Girona, por citar dos casos;
pero ambos son también exponentes de buenas situaciones heredadas
de un pasado inmediato no demasiado degradante o "duro".
Fecha de referencia: 30-06-1997
Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p3/a015.html |