Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p3/a012.html |
Antonio Estevan
La definición de las `Actividades Industriales' como un sector
con una problemática propia desde el punto de vista ambiental
suele ser aceptada sin discusión en el debate corriente sobre
estas cuestiones. Sobre la base de esta clasificación se
establecen regularmente políticas públicas y conjuntos de
normativa medioambiental para la industria, habitualmente
desarrollados y concretados por sectores o ramas industriales.
Sin embargo, no está de más recordar, al comienzo del presente
trabajo, que la coherencia y la precisión de esta clasificación
es sólo aparente.
La actividad económica ha sido siempre -y lo es cada vez más
conforme avanzan los procesos de desarrollo tecnológico,
descentralización productiva y cooperación entre empresas- una
densa red de límites imprecisos, en cuyos nudos se sitúan las
diversas unidades productivas que participan en el proceso
económico. Sobre esa red en continua transformación, se
superponen las clasificaciones económicas al uso, establecidas
de una vez por todas allá por los años treinta y mantenidas sin
apenas cambios desde entonces. La estadística que así se genera,
y sobre la que se basa en buena medida el conocimiento de la
actividad económica, resulta ser en general tan arbitraria como
lo es el sistema de clasificación, y deriva junto con éste en su
alejamiento cada vez más notorio de la realidad.
El ejemplo quizá más ilustrativo de las consecuencias de esta
creciente divergencia entre la realidad del sistema productivo
y la imagen estadística que ofrece a través de las herramientas
de clasificación económica, es el del fenómeno conocido como
`desindustrialización', o -visto desde el otro lado-
`terciarización' de la economía. En la generalidad de los países
desarrollados, la producción de manufacturas continúa aumentando
de modo regular a lo largo del tiempo, salvando los altibajos del
ciclo económico o las posibles situaciones específicas que pueda
presentar algún país en particular. Es también bien sabido que,
desde hace varias décadas, los diversos eslabones de esta cadena
de producción tienden a independizarse en empresas
especializadas, muchas de las cuales caen en las casillas
clasificatorias ubicadas en el rubro de los servicios.
Por ejemplo, si un fabricante de automóviles se ocupa, con sus
propios medios productivos, de las tareas de transporte,
comercialización y publicidad de los vehículos que produce, el
montante de tales actividades engrosa las cuentas de la industria
del automóvil. Pero en el momento en que el fabricante delega
estas funciones en empresas independientes especializadas,
aparece una nueva `producción' en estos tres rubros de servicios.
De este modo avanza la `terciarización' de la economía, a costa
de la temida `desindustrialización'. Fenómenos como éstos, que
en una considerable proporción son simples cambios en los
asientos estadísticos, acaban tomando carta de naturaleza como
muestra de las profundas transformaciones de la realidad
económica de nuestra época.
En el plano de las relaciones entre la actividad económica y el
medio ambiente, estas y otras distorsiones de la realidad que
fabrica la ciencia económica tienen también una considerable
incidencia. Aportan confusión en el establecimiento de las
consecuencias ecológicas de las distintas actividades económicas,
y de este modo facilitan la elusión de responsabilidades por
parte de algunos sectores, o el traspaso de las mismas entre unos
y otros. Aparecen así en el panorama económico actividades que
se presentan como auténticos `caballeros blancos' de la ecología,
frente a los inveterados villanos del medio ambiente.
Nadie duda, por ejemplo, de la escasa compatibilidad ecológica
de actividades como la siderurgia o la producción de cemento. En
cambio, otras actividades generalmente `de servicios', como el
turismo, suelen ser puestas como ejemplo de actividades
compatibilizables o sostenibles, siempre que se respeten ciertas
reglas en materia de densidad y tipología de los asentamientos
turísticos... que consisten básicamente en grandes acumulaciones
de hierro y cemento, a las que se accede a través de imponentes
infraestructuras de hierro y cemento, utilizando ingentes
cantidades de energía y pesados vehículos de transporte, etc.
El objeto de estas reflexiones no es, ni lejanamente, el de
intentar diluir las responsabilidades ambientales de los sectores
convencionalmente considerados como `industriales', sino el de
insistir en la necesidad de introducir profundas renovaciones
metodológicas en el estudio de las relaciones entre la actividad
económica y el medio ambiente. Los análisis basados en el enfoque
`de la mina al vertedero', cuya necesidad es escasamente
cuestionada, pero de los que existen muy escasos precedentes,
requieren unas bases de información que los sistemas estadísticos
vigentes están hoy por hoy muy lejos de ser capaces de
proporcionar.
La imprescindible delimitación temática que se requiere para
ordenar un trabajo con una perspectiva tan amplia como todos los
que se refieren a cuestiones urbanas, ha recomendado centrar la
presente área temática en las `Actividades Industriales'. Un
enfoque basado en el concepto de `Actividades Económicas', cuya
oportunidad se estuvo sopesando al comienzo del trabajo, hubiera
generado interferencias con muchas de los restantes áreas
temáticas, si no con todas.
El documento se ha escrito, por consiguiente, en clave
básicamente industrial. Pero dado que los capítulos
introductorios como el presente suelen ser escritos al término
del trabajo, aunque figuren al principio del mismo, se puede
poner ya sobre aviso al presunto lector sobre la ambigüedad
temática que encontrará a lo largo de todo el documento, porque
esa es la sensación que se ha experimentado durante su
elaboración. Quizá el empeño le resulte más fácil si parte desde
el comienzo con una acepción del término `industria' que esté más
próxima al concepto de negocio que a la imagen de la chimenea:
la industria del papel o del cemento, pero también la industria
turística, la industria del seguro o la industria
cinematográfica. Aunque hay que reconocer que, en materia de
industria y medio ambiente, la acepción idónea posiblemente siga
siendo la que puede hallarse en el Capítulo X de la Segunda Parte
del Quijote, donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para
encantar a la señora Dulcinea, y otros sucesos tan ridículos como
verdaderos.
Este proceso de adaptación comenzó a desarrollarse de manera
palpable en los países industrializados a finales de los años
sesenta, y tomó carta de naturaleza sobre todo a partir de la
Conferencia de Estocolmo de 1972, y de la aceptación por la OCDE,
en la misma época, del principio de `el que contamina paga'.
Desde entonces, todos los países industrializados han venido
acumulando una extensa normativa medioambiental para el control
de las actividades industriales, y en respuesta a la misma, la
tecnología y los métodos de producción industrial han intentado
adaptarse a las nuevas restricciones, aunque con decisión y
acierto muy variables por parte de las diferentes empresas, ramas
industriales y países.
Al margen de las innumerables insuficiencias, resistencias e
incluso retrocesos registrados a lo largo del camino,
globalmente se puede considerar que la industria ha tendido y
tiende a reorganizarse en la dirección de buscar una mayor
compatibilidad de sus actividades con el equilibrio ecológico.
En este proceso de reorganización cabe distinguir grandes fases
o etapas, que se caracterizan por el predominio, en cada una de
ellas, de un determinado enfoque o modo de actuación en la
búsqueda de esa compatibilidad. En esta perspectiva, el mayor o
menor avance de cada rama o sector de la industria en la
culminación de las sucesivas etapas de ese proceso puede ofrecer
una cierta medida o referencia del grado de sostenibilidad
ecológica con que realiza sus actividades productivas.
En un intento de delimitar las etapas características de este
proceso, se podrían deslindar cuatro grandes fases, aunque tanto
la definición de cada una de ellas como las fronteras entre unas
y otras distan de ser nítidas:
A. La reducción de la contaminación en la industria tradicional.
B. La renovación tecnológico-ambiental de los procesos
industriales.
C. La globalización industrial en el marco del desarrollo
sostenible.
D. La reinserción de la producción en su base ecológica local.
Las clasificaciones de este tipo no están exentas de una
considerable ambigüedad terminológica, y siguen estando sujetas
a amplias controversias en los medios especializados, acerca del
contenido exacto de cada uno de los conceptos arriba citados. No
obstante, su utilización puede ser útil a los efectos del
presente informe, asignando a cada una de las fases arriba
definidas, en síntesis, el contenido que se describe en los
apartados siguientes.
Constituye la etapa inicial en los procesos de compatibilización
ambiental de la industria, aunque diste mucho de estar culminada
en la mayoría de los países industriales, y ni siquiera comenzada
de modo significativo en muchos otros.
Su finalidad se limita a la corrección o minoración de los
principales impactos ambientales de la producción industrial,
básicamente mediante la introducción de dispositivos de captación
de contaminantes. Por lo general no incluye modificaciones en los
procesos de producción, ni mucho menos en la definición de los
productos o de sus formas de utilización. El entorno tecnológico
de esta etapa inicial corresponde a las llamadas Tecnologías de
Fin de Tubería, cuya puesta a punto y aplicación a los centros
y factorías productivas ha concentrado el grueso de la inversión
ambiental de la industria a lo largo del último cuarto de siglo.
Tomando como ejemplo la fabricación de pasta de celulosa en la
industria papelera, tradicionalmente considerada como una de las
más contaminantes, las actuaciones típicas de esta etapa inicial
se refieren al tratamiento de las aguas residuales (recuperación
de lejías negras, neutralización, tratamientos primarios o
secundarios, etc.), así como a la reducción de las emisiones a
la atmósfera (instalación de precipitadores electrostáticos y
lavadores, captación e incineración de mercaptanos, sulfuro de
hidrógeno y otros gases malolientes, etc.).
Dadas las limitaciones que presentan en muchos casos las
tecnologías de fin de tubería para lograr niveles satisfactorios
de reducción de la contaminación, así como sus considerables
costes de inversión y operación, desde hace años la ingeniería
medioambiental viene trabajando para lograr la sustitución de los
procesos industriales convencionales por otros que sean
intrínsecamente más compatibles desde el punto de vista
ambiental. Este es el campo de las llamadas Tecnologías Limpias
o, más genéricamente, de la Producción Limpia.
En general, se denominan tecnologías limpias a aquellas que
sustituyen la totalidad o partes sustanciales de los procesos
industriales tradicionales altamente contaminantes por otros
procesos de nueva concepción que, o bien no utilizan o producen
los agentes contaminantes anteriores, o bien los mantienen en
circuito cerrado, de modo que no se emiten al exterior en ninguna
fase del proceso productivo.
Siguiendo con el ejemplo de la fabricación de pasta de celulosa,
en esta etapa se incorporan nuevas tecnologías como la
sustitución del cloro por oxígeno y sus derivados (agua
oxigenada, etc.) para el blanqueo de la pasta, el tamizado en
circuito cerrado, la recirculación de condensados contaminados
mediante arrastre de vapor, el cambio de la base cálcica a base
magnésica en las pastas al bisulfito, etc.
Al endurecerse las exigencias de la normativa ambiental en
materia de control de emisiones, en muchos países resulta ya más
rentable introducir tecnologías limpias en diversos sectores de
la industria que seguir incrementando las dotaciones de equipo
de captación de contaminantes. De este modo, tanto en la
industria papelera citada como ejemplo, como en otros muchos
campos de la industria, las tecnologías limpias van sustituyendo
paulatinamente a las antiguas tecnologías dotadas con
dispositivos de fin de tubería.
Sin embargo, tanto en esta etapa como, por supuesto, en la
anterior, se sigue considerando a la industria como un sector
aislado desde el punto de vista medioambiental, que no se
responsabiliza ni del declive de las reservas de recursos
naturales que utiliza, ni del uso posterior de los productos
fabricados, ni de los problemas que plantea la conversión de
éstos en residuos. Para superar las limitaciones de estas dos
etapas iniciales, en las que todavía se encuentra actualmente,
en el mejor de los casos, el grueso de los problemas ambientales
de la industria, es necesario ampliar la perspectiva de las
relaciones entre la industria y el medio ambiente, incorporando
la consideración de los problemas que se ocasionan más allá del
propio recinto de la factoría y sus puntos de vertido directo.
Esta ampliación conduce a vislumbrar dos nuevas etapas en la
deseable evolución de la industria hacia una auténtica
compatibilidad ambiental. Dos etapas que deberían ser también
secuenciales, pero que por el momento están siendo divergentes,
y cabe temer que sigan siéndolo durante demasiado tiempo.
La primera es la que se encuadra en el marco conceptual del
`desarrollo sostenible', que asume la existencia y la gravedad
de la crisis ecológica global, y en consecuencia recomienda la
introducción de importantes transformaciones en el conjunto del
ciclo de la producción y el consumo, intentando aunar el
crecimiento de la producción con el equilibrio ecológico, y
contemplando ambos fenómenos en el plano global. La proposición
básica del desarrollo sostenible es la existencia de una estrecha
vinculación entre crecimiento económico y cuidado ambiental a
escala global: se asegura que sólo a través del crecimiento
económico global es posible obtener los recursos económicos
necesarios para afrontar y corregir la crisis ecológica global.
El paradigma industrial resultante de esta visión de las
relaciones entre la actividad económica y el medio ambiente
cabría denominarlo como Industria Sostenible.
La perspectiva ecológica del desarrollo sostenible, marcada por
la noción de globalidad, surge principalmente como respuesta a
los problemas ecológicos -y sus derivaciones sociales- que lleva
consigo el proceso de globalización de la economía. En la medida
en que se considera que la globalización económica constituye un
proceso inexorable por razones tecnológicas y geopolíticas, se
asume la necesidad de introducir instrumentos de control
ecológico de rango global, y ello implica examinar y regular la
influencia ambiental de las actividades industriales más allá de
sus efectos inmediatos en materia de contaminación.
Por supuesto, este enfoque de control ecológico global se
superpone a las medidas de regulación de la contaminación y otros
impactos locales, cuya necesaria culminación se da por supuesto,
con no poco optimismo en numerosas ocasiones, que debe
constituirse en un estándar de comportamiento generalizado en el
conjunto de la industria, al menos en los países más
desarrollados.
En el ejemplo de la industria papelera, esta visión implica, por
ejemplo, la aceptación por parte de la industria de determinadas
responsabilidades en los problemas de conservación del patrimonio
forestal a escala tanto local como global, en la medida en que
las corporaciones que operan en el sector están crecientemente
transnacionalizadas y sitúan sus plantas y obtienen sus recursos
a escala global. De esta perspectiva se derivan criterios de
actuación industrial que no cabía contemplar en las etapas
anteriores, centradas en el control de la contaminación
ocasionada directamente por los procesos industriales. Por
ejemplo, la consideración del reciclado de papel o de la
repoblación forestal como obligaciones a asumir por parte de la
industria papelera, que comienzan a establecerse en determinados
países, constituyen otros tantos instrumentos de regulación para
disminuir la presión que ejerce esta industria sobre las reservas
forestales globales.
En otras ramas de la industria se han producido ya cambios que
ejemplifican todavía más claramente las reorientaciones que
impone la aplicación de los principios del desarrollo sostenible
sobre la actividad industrial. El caso quizá más conocido es el
de los acuerdos internacionales que persiguen la rápida
eliminación de los gases CFC utilizados en los aerosoles, en los
sistemas de refrigeración y en otras actividades industriales,
a partir del momento en que se evidenciaron sus efectos
destructivos sobre la capa de ozono. En este caso, el impacto
ambiental no se produce en la etapa de fabricación de estos gases
ni tampoco en la etapa de aplicación de los mismos en los
diversos sectores industriales utilizadores (industria del frío,
cosmética, etc.), sino durante el consumo o incluso al término
de la vida útil de los productos o equipos que incorporan estos
gases. Además, sus efectos ambientales no están localizados
espacialmente, y se producen con un notable desfase temporal
respecto al momento de su fabricación y utilización.
El control de los CFCs constituye un intento de regulación global
sobre un problema ambiental típicamente global. Los acuerdos
internacionales conseguidos entre los países desarrollados para
eliminar estas sustancias han sido presentados como el primer
éxito palpable de la aplicación de la filosofía del desarrollo
sostenible. Sin embargo, en estas presentaciones se suele omitir
el dato de que tales acuerdos son sólo parciales, y no han sido
suscritos por países de grandes dimensiones (China, India, etc.),
ni por la generalidad de los restantes países del Sur. De hecho,
la producción y utilización de CFCs continúa aumentando en estos
países, y los sustitutivos crecientemente aplicados en el Norte
son también dañinos para la capa de ozono, aunque en menor escala
que los anteriores. La realidad es que la capa de ozono ha sido
ya destruida en buena proporción, y se sabe que va a continuar
debilitándose durante varias décadas.
La única posibilidad de que a mediados del siglo próximo pueda
asistirse a una recuperación de la capa de ozono estriba en
lograr a corto plazo una prohibición mundial de la emisión de
toda clase de sustancias dañinas, algo que parece completamente
inalcanzable. Cabe preguntarse si el resultado final del
problema, que no es otro que la pérdida de una fracción
sustancial de la capa de ozono al menos para esta generación y
para varias de las que le sigan, constituye en realidad el éxito
ambiental que se pregona, o si más bien estamos ante un grave
fracaso ambiental.
Ante estos y otros hechos mucho más preocupantes en el panorama
ambiental, en menos de una década desde la aparición del concepto
del desarrollo sostenible, y sobre todo a partir de su
consagración internacional en la Conferencia de Río de Janeiro
de 1992, han comenzado a difundirse profundas dudas sobre la
operatividad de estos planteamientos para frenar el proceso de
declive ecológico, tanto en el plano global como en los
diferentes planos locales. Existen ya datos concretos que
cuestionan las posibilidades reales de llegar a una
generalización de los principios y las normas de conducta propias
del desarrollo sostenible al conjunto de la escena mundial, en
las condiciones geopolíticas y económicas realmente existentes.
En un contexto global idealmente caracterizado por un cierto
grado de igualdad económica internacional o al menos por una
tendencia clara hacia esa igualación, cabría imaginar la
posibilidad de establecer acuerdos internacionales que fueran
equiparando progresivamente las exigencias ambientales a imponer
a la industria en todas las regiones del mundo, en el sentido de
hacerlas sistemática y coordinadamente más estrictas en todas las
regiones del globo. De este modo cabría esperar que, antes de
llegar a un grado de declive dramático de las bases ecológicas
globales, se podría conseguir la generalización de los principios
del desarrollo sostenible en el conjunto del planeta.
Esta era de hecho la visión del futuro que contemplaba el Informe
Brundtland, que lanzó a la arena internacional el concepto del
desarrollo sostenible, y que precisamente por lo atractivo de su
propuesta, consiguió en su momento, y aún lo mantiene, un elevado
grado de aceptación en toda clase de instituciones y en el
conjunto de la opinión pública.
Sin embargo, la evolución de las relaciones económicas
internacionales viene mostrando persistentemente, desde hace
varias décadas, tendencias exactamente opuestas a las
contempladas en el Informe Brundtland, y en general, a las que
teóricamente podrían facilitar la consolidación de un proceso
global de desarrollo sostenible.
En efecto, el proceso de globalización económica está generando,
ostensiblemente, una profundización de las desigualdades
económicas internacionales. En los últimos años se han acumulado
estudios oficiales que demuestran esta tendencia con datos
fehacientes, de modo que los debates sobre esta cuestión se
centran actualmente en el análisis de los mecanismos subyacentes
a este proceso, pero no cuestionan el hecho bien contrastado de
las tendencias vigentes hacia la ampliación de las diferencias
económicas internacionales.
En estas condiciones reales, cae por su base la hipótesis central
del concepto de desarrollo sostenible entendido como proceso
global de equilibrio entre la actividad económica y el medio
ambiente. Los niveles o grados de impacto ambiental de las
actividades económicas, que el desarrollo sostenible tendería
supuestamente a frenar conforme los niveles de bienestar material
de los diferentes países se fueran elevando y aproximándose
paulatinamente entre sí, no son datos científicamente
objetivables, sino construcciones sociales contingentes. Una
sociedad determinada, en un momento determinado de su evolución
socioeconómica, considera aceptable o inaceptable un cierto grado
de deterioro ambiental derivado de las actividades económicas en
función de una multiplicidad de razones, entre las cuales ocupan
un lugar preeminente sus propios niveles de bienestar material.
Y a su vez, y más allá de situaciones de pobreza extrema
objetivamente insoportables, las condiciones de bienestar
material, en las diferentes comunidades de una sociedad mundial
crecientemente interconectada y culturalmente uniformizada, se
definen cada vez más a través de la comparación de sus
respectivos estándares e indicadores cuantitativos de tipo
económico.
En consecuencia, los representantes de los países o comunidades
más desfavorecidos económicamente están en condiciones de rebajar
activa o pasivamente las exigencias ambientales que consideran
aceptables para las actividades económicas que se realizan en su
propio territorio, y se ven asistidos para ello por una panoplia
de indicadores económicos desfavorables, que justifican la
minusvaloración de los impactos ambientales que se generan en su
propio contexto territorial.
Pero en un sistema económico crecientemente globalizado, en el
que la localización espacial de las actividades económicas cuenta
con grados de libertad crecientes, ello conduce, en primer
término, a la emigración de las actividades más destructivas
hacia los lugares en los que se registra una menor valoración de
los impactos ambientales. En segunda instancia, cuando los
procesos de deslocalización comienzan a afectar severamente a la
actividad y el empleo en las localizaciones originarias, la
necesidad de retener la actividad y el empleo conduce también en
éstas a una reducción de la valoración de los impactos
ambientales, y por tanto a una mayor permisividad ecológica. Esta
es exactamente la situación que se viene observando en los
últimos años en países como Estados Unidos, o en diversos países
europeos, en los que se ha registrado, en la práctica o incluso
a veces en el plano normativo, una relajación de las exigencias
ambientales en diversos sectores de la actividad económica.
De este modo, el círculo virtuoso preconizado por el desarrollo
sostenible, que liga la preocupación ambiental al grado de
desarrollo económico, y éste a la obtención de mayores recursos
que permitan a su vez un mayor cuidado ambiental, se troca, en
las condiciones de globalización económica realmente existentes,
en un círculo vicioso que liga el endurecimiento de la
competencia y la consecuente ampliación de las desigualdades
económicas, a una mayor permisividad ambiental, y ésta a nuevos
endurecimientos de la competencia económica, que retroalimentan
el proceso. El desarrollo sostenible se convierte así, en la
práctica, en un proceso de deterioro sostenido.
Este círculo vicioso encuentra además uno de sus mayores
estímulos en la propia aceptación universal del concepto del
desarrollo sostenible. En la medida en que éste se propone como
un sólido mecanismo para garantizar la viabilidad ecológica del
proceso de globalización económica, actúa como inhibidor de las
crecientes preocupaciones ecológicas que, en un proceso de
análisis más sereno y libre de interferencias publicitarias,
suscitaría el proceso de globalización de la economía.
La rápida y contundente forma en que se ha evidenciado la
inviabilidad práctica de la dualidad `globalización económica con
sostenibilidad ecológica', que constituye la esencia de la teoría
del desarrollo sostenible, induce a pensar en la existencia de
profundas debilidades en la propia teoría, que irían mucho más
allá de las supuestas dificultades que estaría presentando su
aplicación en un entorno global que resultaría desfavorable por
el hecho de estar defectuosa o insuficientemente regulado. Esta
constatación está dando lugar, en los últimos años, a nuevos
planteamientos acerca de las relaciones entre la actividad
económica y la naturaleza, que tratarían de buscar salidas a la
aceleración del proceso de deterioro ambiental que está siendo
propiciada por la universalización del concepto del desarrollo
sostenible.
Según la filosofía de control ecológico de la globalización
económica propia del desarrollo sostenible, determinados impactos
ambientales locales deben ser asumidos para garantizar el
crecimiento económico global, cuyos beneficios serán distribuidos
entre la población según criterios que son propios de la esfera
socio-política, no de la ambiental. Para alcanzar la
sostenibilidad, estos impactos deberán ser compensados o
corregidos mediante la aplicación a este fin de una parte de los
recursos económicos obtenidos en los procesos de valorización de
los recursos naturales, que obviamente son los que ocasionan los
impactos.
En los casos en que se trate de impactos con efecto global, no
se considera necesario que esta compensación se produzca en el
plano local en el que se generan los daños, sino que basta con
que se aseguren los correspondientes equilibrios globales
mediante intervenciones correctoras que pueden plasmarse en otros
lugares. Tales intervenciones deben determinarse en el contexto
de una economía globalizada, esto es, de una economía globalmente
regulada, o globalmente desregulada y por tanto sabiamente
autoregulada, dependiendo de las convicciones políticas de los
diversos defensores del desarrollo sostenible.
En esta visión de la capacidad de generación autónoma de
`riqueza' infinitamente transformable y trasladable que se le
otorga al sistema económico, reside el primer y principal agujero
de la teoría del desarrollo sostenible, ciertamente heredado de
sus largos antecedentes en el pensamiento económico oficial.
Hasta el momento nadie ha demostrado el supuesto de que cualquier
proceso de valorización económica de recursos naturales puede ser
tecnológicamente organizado de modo que, contabilizando todos los
flujos monetarios y materiales involucrados en cada caso, sea
posible obtener beneficios económicos suficientes para atender
de inmediato a la plena regeneración in-situ o a la compensación
lejana de la función ecológica del recurso afectado, disponiendo
finalmente de un saldo monetario positivo nuevamente
transformable en bienes económicos de mayor utilidad que los
consumidos, y materializables en cualquier lugar. La obtención
de este resultado neto positivo es la única situación que cabría
denominar rigurosamente como `creación de riqueza ecológicamente
neta', y sólo su mantenimiento y universalización certificaría
la existencia de un proceso de desarrollo sostenible.
Lo que sí existe es un amplio y sólido conjunto de aportaciones
en sentido contrario, debidas a la corriente no oficial de
pensamiento económico que asume que la aplicación del segundo
principio de la termodinámica es pertinente en la economía. En
ellas se demuestra que ese saldo positivo sólo es posible cuando
los procesos de transformación se mantienen dentro de los límites
de la capacidad de autoregeneración de la Naturaleza. En todo
proceso de transformación que no respete estos límites, el
declive de la base de recursos es inevitable. Huelga señalar que
la generalidad de los sistemas y técnicas de producción puestas
a punto a partir de la revolución industrial han ignorado e
ignoran esos límites.
Los teóricos del desarrollo económico, antes y después de haber
aceptado el adjetivo de la sostenibilidad, han venido desdeñando
estas críticas alegando que el desarrollo tecnológico brinda
infinitas posibilidades de sustitución de los recursos naturales,
sin caer en la cuenta de que el desarrollo tecnológico no es sino
un proceso más de transformación de los recursos naturales, y las
leyes de la Naturaleza le afectan del mismo modo que a los
restantes. Quizá el carácter aparentemente inmaterial del
funcionamiento del complejo ciencia-tecnología, que se percibe
comúnmente como un proceso de esfuerzo intelectual organizado,
dificulta la comprensión de su verdadero carácter, sobre todo
para quienes lo observan desde dentro, como suele ocurrir en
cualquier sistema u organización. En realidad este sector se
dedica, al igual que cualquier otro, a la producción de ciertos
bienes y servicios -en este caso científico/tecnológicos-,
aplicando para ello determinados recursos humanos, monetarios y
materiales. La única diferencia con otros sectores más
típicamente `productivos' estriba en que el edificio
tecno-científico descansa sobre el resto de la organización
económica, y por ello su relación con los recursos naturales es
menos directa y menos visible, pero no por ello menos real.
Si se supera la fantasía tecnológica y se acepta que el declive
de las bases ecológicas es inevitable cuando los procesos de
transformación de origen humano desbordan la capacidad de
autoregeneración de la Naturaleza, el debate se traslada de
inmediato hacia el ritmo en que este declive se produce, el cual
depende del modo en que se organicen los procesos de
transformación.
Aunque con frecuencia se idealiza la capacidad de las culturas
tradicionales para utilizar sus recursos locales de modo estable,
lo cierto es que, en conjunto, las sociedades humanas siempre han
mostrado una marcada tendencia a extraer de la Naturaleza más de
lo que ésta puede suministrar de modo permanente. Ciertos grupos
humanos han logrado crear estructuras socio-culturales que se han
mantenido en aceptable equilibrio con su medio natural durante
largos períodos de tiempo, y su observación desde la perspectiva
actual, constatando su imperceptible ritmo de cambio, puede hacer
pensar en una estabilidad indefinida. Pero si se contemplan con
una suficiente perspectiva temporal, todas las culturas parecen
tender a sobreexplotar y finalmente a agotar, más o menos
deprisa, la base de recursos sobre la que se organizan y se
sustentan.
Al mismo tiempo, o quizá como consecuencia obligada de esa
tendencia, las sociedades humanas muestran una notable capacidad
de adaptación cultural ante los cambios en su base de recursos,
pero esta capacidad de adaptación presenta limitaciones, y cuando
la velocidad y la profundidad de los cambios se percibe
socialmente como excesiva para lograr una adaptación
satisfactoria, aparece la conciencia social de crisis ecológica,
que bajo sucesivas denominaciones e interpretaciones, es tan
antigua como la humanidad. Los mecanismos para superar esta
situación o sensación de crisis han sido y son enormemente
variados: cambios en el reparto y la asignación del tiempo
social, cambios en la propia estructura social, revalorización
social de recursos antes ignorados, perfeccionamiento o invención
de nuevas técnicas e infraestructuras, conquistas territoriales,
rapiña de bienes o recursos de otras comunidades, etc., etc.. El
conjunto de estas adaptaciones puede ser globalmente contemplado
como una transformación cultural, que vendría impulsada por las
nuevas circunstancias o condiciones ecológicas. Cuando los
cambios son excesivamente violentos y la adaptación no se
consigue, la cultura en cuestión simplemente declina, y puede
llegar hasta la extinción.
Lo que actualmente se denomina `crisis ecológica' no es sino la
percepción social de la fase actual del proceso secular de
declive de la base de recursos, que muestra un alcance doblemente
inusitado, por su aceleración temporal y por su proyección
global. El debate ecológico actual, y los intentos de adaptación
de las infraestructuras y las técnicas productivas a las nuevas
circunstancias ecológicas que se han descrito más arriba (lucha
contra la contaminación, producción limpia, desarrollo
sostenible, etc.), son algunas de las reacciones concretas -entre
otras muchas- que están surgiendo en el marco del proceso de
transformación cultural que resulta imprescindible para intentar
una adaptación satisfactoria a la situación ecológica que la
Revolución Industrial está dejando tras de sí en extensas zonas
del planeta, e incluso en el conjunto del mismo.
Es, por consiguiente, en el contexto cultural actual en el que
interesa analizar la virtualidad del desarrollo sostenible para
erigirse como alternativa de reorganización del sistema
productivo ante la nueva situación ecológica. Y el contexto
cultural actual, entendido en un sentido suficientemente amplio,
está presidido por el proceso general de globalización, uno de
cuyos aspectos es la globalización económica.
Por eso el desarrollo sostenible no se puede separar del proceso
de globalización económica. Ciertamente, como se explicaba más
arriba, ha surgido como una reacción a las consecuencias
ecológicas del proceso de globalización. Pero esta no es en
absoluto una característica circunstancial. No cabe hablar de
desarrollo sostenible fuera del contexto de la globalización de
la economía. El desarrollo es, aquí y ahora, la globalización de
la economía, y el intento de hacerlo sostenible es el intento de
hacer sostenible la globalización de la economía. Si se tratase
de buscar algún sinónimo al desarrollo sostenible, el más
ajustado sería indudablemente el de "globalización sostenible".
Aquí reside el segundo y no menos intaponable agujero de la
teoría del desarrollo sostenible. Las razones de la inviabilidad
ecológica del desarrollo sostenible en su marco inseparable de
la globalización de la economía son de carácter profundamente
estructural. La globalización de la economía fuerza la
especialización local de las actividades económicas, así como su
forma de organización concreta en cada lugar, en función de las
exigencias de los mercados mundiales, y no de las condiciones de
regeneración de la Naturaleza en cada espacio concreto de
producción. Poco importa si las actividades productivas impuestas
en una determinada zona por las reglas de la competencia
internacional esquilman los recursos naturales locales, siempre
que el beneficio esperado hasta el declive definitivo de esa base
de recursos sea mayor que el de una oportunidad de producción
similar, disponible en el mismo momento en cualquier otro lugar.
El desarrollo sostenible simplemente añade a este mecanismo de
funcionamiento la idea de utilizar una parte de los réditos
económicos obtenidos, para reconstituir el recurso dañado o para
compensar su posible función en el ecosistema global con
intervenciones en otro lugar. Pero ya se ha visto que eso es
globalmente imposible, si no se respetan las condiciones
naturales de producción de cada lugar elegido. En consecuencia,
el saldo final de recursos será globalmente inferior al inicial.
Un proceso de este tipo puede avanzar durante un tiempo mientras
sólo afecte a una fracción limitada de los recursos globales,
pero cuando se extiende a más y más regiones mundiales, pronto
comienza a revelarse como intrínsecamente inviable.
Pero además, al contemplar el desarrollo sostenible como el
intento de impulsar una globalización económica sostenible, que
es lo que realmente es, aparece un problema sorprendente: los
esfuerzos para garantizar la sostenibilidad reparando sobre bases
globales (esto es, con tecnología, recursos económicos, materias
primas, etc., acopiados a escala global) lo previamente destruido
en los diversos planos locales, constituyen en sí mismos nuevos
procesos de transformación del entorno, que están sujetos a las
mismas leyes entrópicas que cualquiera de los restantes. Para
reparar artificialmente un daño causado en un lugar, es necesario
causar daños siempre algo mayores en otro o en otros lugares, que
de nuevo será necesario reparar.
Intentar construir el desarrollo sostenible sobre las bases
tecnológicas no adaptadas a los límites ecológicos, que
constituyen el acervo tecnológico acumulado a lo largo de toda
la Revolución Industrial hasta la actualidad, significa entrar
en una cadena indefinida de
destrucción-reparación-destrucción-reparación a escalas cada vez
mayores y más lejanas, esto es, a escala cada vez más global. Y
no es ocioso recordar que no hay otra forma de intentarlo, dada
la naturaleza intrínsecamente desbordadora de los límites
naturales con la que se plantean las transformaciones de recursos
en el marco del concepto vigente de `tecnología', y que no hace
sino acentuarse en la actual etapa de globalización del
desarrollo.
Hay infinidad de ejemplos que lo demuestran. Imaginemos, por
ejemplo, que el alcalde del pueblo, imbuido por la noción del
desarrollo sostenible, promete en la próxima campaña electoral
restaurar la horrible cantera que quedó en el monte más hermoso
de la zona cuando la vieja fábrica de cemento fue clausurada. Si
se empeña en cumplir su promesa, será necesario acarrear grandes
cantidades de materiales de relleno, emplear maquinaria pesada
fabricada y transportada desde algún lejano lugar, consumir
ingentes cantidades de energía extraída, procesada y acarreada
a lo largo de todo el globo, y finalmente, sustraerle la tierra
fértil a otra porción de suelo en un sitio más escondido, para
sembrar encima el césped y las palmeras ya crecidas que
garanticen una inauguración a salvo de cualquier crítica
ciudadana.
Cuanto más se intensifique y acelere el proceso de globalización
económica, y cuanto más arduamente se intente hacerlo
`sostenible' desde las bases tecnológicas que le son propias, más
rápidamente crecerá el saldo negativo global de recursos
naturales. La globalización sostenible, lejos de suponer un paso
adelante en el proceso de adaptación ambiental de las actividades
productivas, conduce irremisiblemente a un agravamiento y una
aceleración de la crisis ecológica. Esta conclusión concuerda
plenamente con la situación ambiental observable en el conjunto
del planeta, así como en una abrumadora mayoría de los planos
locales, excepto en algunos reductos que, en algunos de los
aspectos parciales más visibles de su estructura ecológica, han
sido reparados a cualquier coste para ejemplificar el desarrollo
sostenible.
La única forma de enfrentarse de modo consistente a estos hechos
es la imposición de severas restricciones a las actividades
productivas a realizar en cada espacio concreto, establecidas de
modo que aseguren el mantenimiento de las bases ecológicas
locales, así como la reducción, y no la ampliación, de los daños
ecológicos globales. Sólo es posible construir una auténtica
`sostenibilidad ecológica' sobre el concepto de autolimitación
ecológica, expresada en una multiplicidad de planos: territorial,
técnico, productivo, mercantil, competitivo, y en definitiva,
cultural.
Cuando se plantean recomendaciones o simplemente reflexiones de
esta índole en cualquier foro de discusión, los partidarios del
libre comercio claman asegurando que ello equivaldría a autorizar
el establecimiento generalizado de trabas a la libre competencia,
y echaría por tierra los principios básicos en los que descansa
el proceso de globalización económica, y con ellos la propia
continuidad del desarrollo, el crecimiento económico y, en
definitiva, el Progreso. Indudablemente tienen razón, y al
tenerla están reconociendo implícita, pero muy claramente, la
inviabilidad ecológica del proceso de globalización económica.
El temprano fracaso del desarrollo sostenible ha demostrado que
no existen medios para conciliar la globalización económica con
el equilibrio ambiental, ya sea a escala global, o a una escala
local sistemática y universalizada, que viene a ser lo mismo.
Las salidas a esta situación que se vienen preconizando en medios
institucionales y políticos muy diversos desde comienzos de la
presente década, -aunque entronquen con líneas de pensamiento que
se remontan muy atrás en el tiempo-, se encuadran hoy por hoy en
la confluencia de los planteamientos de la economía ecológica y
la economía local. La vertiente `industrial' de estos enfoques
podría ser denominada indistintamente Producción Ecológica o
Producción sostenible en el ámbito local. En realidad, también
podría ser llamada por su nombre, que es, simplemente, el de
Producción Natural, si no se hubiera abusado tanto hasta del
nombre de la Naturaleza en los últimos años.
En cualquier caso, estos enfoques, además de insistir en la
urgencia de moderar el volumen global de la producción y el
consumo en los países desarrollados, preconizan la necesidad de
reducir la escala y desconcentrar la producción y la distribución
de bienes, vinculándolas crecientemente a entornos de proximidad,
y en general, la necesidad de adaptar las características
técnicas y organizativas de cada sistema productivo a las
especificidades y condiciones de regeneración de su propia base
ecológica local.
Estos enfoques expresan el convencimiento de que los equilibrios
ecológicos globales sólo pueden construirse de modo
suficientemente estable mediante la suma de equilibrios
ecológicos locales. Los intentos de operar a la inversa, esto es,
intentando corregir en el plano global la acumulación de
infinitos desequilibrios locales considerados imprescindibles en
aras del crecimiento económico mundial, aparecen desde esta
perspectiva irremediablemente condenados al fracaso.
Huelga señalar que por el momento apenas se ha avanzado en el
ámbito industrial en esta dirección. Hoy por hoy, la búsqueda de
ejemplos de verdadera `producción ecológica' conduce casi siempre
hacia sistemas productivos locales de corte tradicional no
`modernizados', esto es, que no han incorporado plenamente los
principios tecnológicos y organizativos propios del concepto
moderno de `industria'. Ciertamente es posible extraer notables
enseñanzas del funcionamiento de los variados sistemas de este
tipo que perviven y prosperan en numerosos lugares del mundo, y
que tendrían una larga vida por delante si no se interfiriese en
su evolución. Pero en el debate corriente sobre industria y medio
ambiente se suele contemplar estos casos como vestigios de otras
épocas, cuyas soluciones carecerían de utilidad frente a las
necesidades y los problemas de la industria moderna.
No obstante, si -en un alarde de optimismo- se ha representado
esta visión como una nueva o próxima etapa en el proceso de
compatibilización de las actividades productivas con el medio
ambiente, es porque comienza a observarse en los momentos
actuales en algunas instituciones una cierta curiosidad por las
posibilidades que ofrecen estos nuevos enfoques. Ciertamente, el
atractivo del concepto del desarrollo sostenible es todavía
demasiado intenso y reciente como para que pueda comenzar ya a
ser cuestionado de modo general. La práctica totalidad de las
instituciones económicas, y sus representantes en todo el mundo,
prácticamente acaban de profesar, en los últimos tres o cuatro
años, como adeptos de la nueva `Iglesia de la Sostenibilidad',
que en realidad no es sino el producto del aggiornamento
ecológico de la Iglesia del Desarrollo, que mostraba ya una
imagen demasiado integrista.
Sin embargo, la otra cara de la divinidad del desarrollo
sostenible, esto es, la de la globalización económica, está
comenzando a perder en los momentos actuales la adhesión
incondicional o la resignada aceptación que inspiraba en los
distintos segmentos de la opinión pública hasta hace muy poco
tiempo. Aunque la generalidad de las instituciones siguen
predicando la imposibilidad de frenar el proceso de
globalización, lo cierto es que este proceso sería tan fácilmente
controlable desde lo político como fácil ha venido siendo
impulsarlo. Por citar sólo un aspecto del problema, la misma
tecnología que se dice que fuerza irreversiblemente el proceso
de globalización sería hoy más capaz que nunca de controlarlo,
y por supuesto de invertirlo. Comentarios en esta dirección ya
están apareciendo en la prensa de calidad de amplia difusión, en
los países en que existe este tipo de medios.
Cabe esperar, por consiguiente, que las instituciones más
sensibles a los problemas reales, y menos sometidas a los
imperativos de la gestión política cotidiana, comiencen a
trabajar en los años inmediatos en la exploración de las
posibilidades que ofrece la reorganización de las actividades
productivas sobre bases de proximidad y compatibilidad ecológica
local.
Se trata probablemente de la única vía de escape practicable y
segura ante el insoluble dilema globalización-sostenibilidad, y
no está desprovista de atractivo si es interpretada
correctamente. No contiene nada de retroceso histórico, ni de
estancamiento, ni de declive técnico o económico. Antes al
contrario, la construcción de sistemas productivos capaces de
alcanzar la plena adaptación a su propio sustrato físico, de
establecer nuevas formas de interconexión con lo lejano tan
satisfactorias como ambientalmente compatibles, y de conciliar
ambos logros en sistemas suficientemente estables en el plano
ecológico, pero en continuo perfeccionamiento material y moral,
constituye un empeño mucho más arduo, y que requiere mucho más
esfuerzo e inteligencia humana -más industria, en suma, en el
sentido cervantino-, que la lucha en la batalla de la
competitividad por un puesto de honor en la economía global
capitalista, para rodar con ella hacia el abismo ecológico.
La técnica lineal utilizada para la narración ecológica del
capítulo anterior puede resultar útil por su posible capacidad
ilustrativa, así como por las correlaciones que resulta posible
establecer entre las sucesivas etapas descritas y determinadas
situaciones directamente observables en diferentes lugares y
momentos de la actividad industrial. Sin embargo, es necesario
reconocer que por lo que se refiere a sus posibilidades de
aplicación directa a la evaluación de experiencias concretas en
el ámbito industrial -tarea que constituye el objeto del presente
documento-, presenta ciertas limitaciones.
En primer lugar, normalmente no es fácil determinar con precisión
a qué etapa concreta cabe asignar cada una de las experiencias
examinadas. Todas suelen tener componentes característicos de
etapas diferentes del proceso de adaptación. Además, hay que
recordar que el criterio central de evaluación a aplicar en el
trabajo es el de la aportación de cada experiencia a la
sostenibilidad de la actividad industrial. Tomando el criterio
de sostenibilidad en sentido estricto (sostenibilidad fuerte, en
la terminología general utilizada en el presente proyecto, que
correspondería a la cuarta fase de las descritas en el capítulo
anterior), es prácticamente imposible encontrar experiencias
industriales que lo satisfagan plenamente y que tengan un
carácter poco más que anecdótico.
En efecto, sin desdeñar el valor de las innumerables
intervenciones puntuales realizadas en España en el campo de las
tecnologías de `fin de tubería', ni menos aún el de las mucho más
escasas incursiones contabilizables en el plano de la `producción
limpia', lo cierto es que ni unas ni otras parecen por sí solas
capaces de brindar ejemplos consistentes de sostenibilidad
ambiental en sentido estricto, y en la amplia mayoría de los
casos tampoco en sentido restringido (sostenibilidad débil). En
el otro extremo, el de la `producción ecológica' o `natural', ya
se ha indicado que apenas cabe hallar casos significativos que
vayan más allá de métodos de producción tradicionales o
artesanales, que no suelen admitirse como auténticas referencias
`industriales'.
Por consiguiente, las experiencias que en principio parece que
podrían ofrecer un interés mayoritario para el público
especializado al que pueden ir destinadas las reflexiones y
conclusiones del trabajo, habría que intentar encontrarlas en la
tercera fase, esto es, en la correspondiente a la `industria
sostenible'. Pero a la luz de las reflexiones expuestas en el
capítulo anterior, entre la infinidad de intervenciones de mejora
ambiental en la industria que se vienen acogiendo a la etiqueta
de la sostenibilidad, habría que identificar aquéllas que de
algún modo estuvieran mostrando su disponibilidad para asumir un
cierto grado de autolimitación en el volumen o en el alcance
territorial de sus actividades productivas -y no sólo de sus
emisiones o vertidos contaminantes- cuando esa necesidad se
desprenda de la aplicación de criterios ambientales.
Esta distinción, por borrosa que pueda parecer para su aplicación
práctica, conduce a descartar las posibilidades de ejemplaridad
de la gran mayoría de las intervenciones ambientales que se
vienen realizando en el ámbito industrial, y que regularmente se
vienen amparando en los últimos años bajo el concepto de
sostenibilidad. En el ámbito industrial, como en el conjunto de
la economía, se ha asumido universalmente la filosofía oficial
del desarrollo sostenible como garantía para la continuidad
indefinida de la expansión de las actividades productivas en el
contexto del proceso de globalización. Dado que este
planteamiento conduce a la aceleración de la inviabilidad
ecológica del sistema productivo global, la presentación como
experiencias ejemplares de intervenciones de esta clase
resultaría contraproducente, además de contradictoria.
Para abordar con este enfoque el estudio de casos, se ha
intentado establecer un mínimo conjunto de criterios que permitan
verificar el grado en que una determinada intervención de
adaptación ecológica de la industria puede ser ubicada en ese
ámbito diferenciado de la `sostenibilidad'. El conjunto de
criterios propuesto es el siguiente:
En España no es posible encontrar ejemplos bien desarrollados de
sistemas industriales que hayan asumido el cumplimiento de todos
o de la mayoría de los criterios anteriores. De hecho, en la
literatura especializada sólo se citan contados casos
-localizados en los países nórdicos o en Estados Unidos- de
complejos o sistemas industriales explícita y conscientemente
orientados en esa dirección, y aún un examen detenido de los
mismos pronto revela sus múltiples contradicciones y
deficiencias.
Las referencias españolas quedan limitadas a procesos
incipientes, en los que algunas instituciones y sectores
industriales locales parecen estar adoptando y poniendo en
práctica algunos de los criterios arriba señalados. A los efectos
del presente trabajo se han seleccionado tres de estos casos, que
si bien no pueden ser considerados estrictamente como ejemplos
de intervenciones industriales sostenibles en el sentido señalado
en el capítulo anterior, al menos han realizado ciertos avances
en esa dirección y, sobre todo, muestran determinadas
características comunes que pueden otorgar a su estudio un cierto
valor ejemplificador y didáctico:
Pero además, los tres están situados en el interior o en áreas
de influencia directa de zonas declaradas por la UNESCO como
Reservas de la Biosfera. Aunque su denominación como `Reservas'
induce frecuentemente a confusión con la red de reservas
naturales de carácter científico diseminadas por todo el mundo,
que normalmente se intenta mantener intocadas por su singularidad
ecológica, las Reservas de la Biosfera son zonas de especial
valor ecológico en las que se pretende explícitamente ensayar la
compatibilización de las actividades humanas con el equilibrio
del medio natural. En las Reservas de la Biosfera, la actividad
humana no sólo no se contempla como una hipoteca o amenaza a
controlar o reducir, sino que su mantenimiento y cualificación
en armonía con el medio natural forma parte esencial de la
experiencia de gestión que se pretende desarrollar en cada una
de ellas.
Es por su inserción en estos contextos territoriales y en sus
respectivos procesos de ordenación, más que por su estricto
contenido técnico individual, por lo que resultan de particular
interés las experiencias seleccionadas. Los tres planes de
descontaminación industrial están insertos en programas de
ordenación más amplios, que afectan a unidades territoriales en
las que se está intentando que las actividades económicas, tanto
industriales como de otros sectores, se desenvuelvan en
condiciones de aceptable equilibrio ambiental con su propio
sustrato físico, y en las que se han emprendido ya acciones
consistentes para avanzar en esa dirección. Estos programas
establecen limitaciones globales, fundamentadas en criterios
ecológicos, para el desenvolvimiento de las actividades
económicas en su propio contexto territorial, algunas de las
cuales afectan a las actividades industriales.
Las características básicas de estas tres experiencias pueden ser
brevemente reseñadas del modo siguiente:
En la Reserva de la Biosfera de Urdaibai (Bizcaia), se mantiene
una actividad industrial, pesquera, agrícola, forestal y
turística relativamente intensa, pero en condiciones de notable
equilibrio ambiental, que se viene intentando consolidar desde
1989 con una regulación territorial bastante estricta. En el
campo de la actividad industrial en particular, se ha puesto en
marcha en la zona un Plan de Minimización y Gestión de Residuos
Industriales de la zona sur de Urdaibai, que persigue la
reducción en origen de los residuos, el tratamiento de los mismos
y su reutilización en los casos en que ésta resulta factible.
En la Reserva de la Biosfera de Menorca puede hallarse una
situación similar, de mantenimiento de una actividad
diversificada (industrial, agraria, pesquera y turística) con un
nivel de equilibrio ambiental todavía razonable pero visiblemente
amenazado a medio plazo. El proceso de regulación está menos
avanzado que en el caso de Urdaibai. No obstante, la industria
bisutera, que junto con el calzado y las industrias lácteas
constituyen lo esencial de la estructura industrial insular, ha
puesto en marcha en 1994 la Estación Central de Depuración, un
sistema colectivo de tratamiento de las aguas de los baños de
galvanizado, que presentan un elevado contenido de metales
pesados de elevada toxicidad.
Enfrente, ría por medio de la Reserva de la Biosfera de las
Marismas del Odiel, en la ría de Huelva, se encuentra una de las
mayores concentraciones de industria química del país. A
diferencia de las dos anteriores, la Reserva del Odiel deja fuera
de sus límites la mayoría de los asentamientos permanentes de
actividad humana de la comarca, pero los vertidos industriales
en sus proximidades contribuían, junto con otros factores, a la
degradación de los ecosistemas de la Reserva. En 1987 se puso en
marcha un Plan Corrector de Vertidos recientemente culminado, que
ha logrado reducir en casi un 95% los vertidos de ácidos y ha
logrado también reducciones muy importantes de otros agentes
contaminantes. El plan fue diseñado de modo que buena parte de
los residuos pudieran ser reutilizados como subproductos para
diversas aplicaciones comerciales, evitando la necesidad de
producir estas sustancias en los mismos o en otros lugares.
Si se examinan con detenimiento las tres iniciativas
seleccionadas, se observará que, aunque desde el punto de vista
técnico no difieren sustancialmente de otras actuaciones de
corrección de la contaminación industrial que vienen siendo
realizadas en los últimos años en España, presentan determinadas
características que les otorgan un especial interés en el
precario contexto medioambiental español. Para comprobarlo vale
la pena examinar brevemente algunos elementos de la actual
política española en materia de industria y medio ambiente.
El programa que mejor resume la actividad española en los últimos
años en materia de adaptación ambiental de la industria es
indudablemente el PITMA (Programa de Creación de una Base
Industrial y Tecnológica Medioambiental), que fue lanzado por el
Ministerio de Industria en 1989 y recibió apoyo comunitario vía
FEDER, a través del Programa Operativo de Medio Ambiente y
Recursos Hídricos.
La filosofía de fondo del programa es de carácter industrial,
mucho más que ambiental. El programa reconoce las importantes
inversiones que necesita realizar la industria española en
materia medioambiental para adaptarse a la normativa ambiental
de la Comunidad Europea, y señala que el sector de equipos y
tecnologías medioambientales español `no alcanza el grado de
desarrollo suficiente para beneficiarse plenamente de la demanda
derivada de las inversiones de adaptación necesarias'. En
consecuencia, el primer objetivo del programa es el del `Fomento
de una base industrial y tecnológica medioambiental', que quiere
decir fomento de la industria medioambiental. El objetivo
ambiental en sí mismo queda relegado al segundo lugar, y
expresado en forma de `apoyo a la industria española en su
proceso de adaptación al marco jurídico ambiental'.
No es sorprendente que en el Programa PITMA no aparezca la
palabra `sostenible', dado que su elaboración es anterior a la
consagración oficial del concepto, que se produciría pocos años
después. Sin embargo, su primer criterio de actuación es el de
dar `prioridad al enfoque global de los problemas
medioambientales'. En el mismo plano de los principios, el
Programa PITMA se encuadra claramente en el marco de la
Producción Limpia. En este sentido se manifesta explícitamente
el segundo de sus criterios de actuación, que expresa el `apoyo
a las tecnologías limpias frente a la corrección a final de
línea'. La realidad de la industria española, que presentaba y
presenta un notable retraso respecto a la de otros países
europeos que sirvieron de referencia en la elaboración del
programa, ha acabado poniendo las cosas en su sitio, de modo que
del orden del 90 por ciento de las inversiones acogidas al PITMA
se han concentrado en proyectos denominados de `Tipo A:
corrección de la contaminación', netamente orientados, en su
mayoría, hacia las tecnologías de fin de tubería.
En síntesis, pese a sus intenciones de enfoque global, el PITMA
mantiene un enfoque sectorial, y más concretamente un enfoque de
promoción de la oferta de equipos y sistemas de protección
medioambiental. No se plantea la consecución de objetivos
concretos de compatibilización medioambiental en la industria,
ya sea en el conjunto del sector, o en ramas industriales
concretas, o en las principales concentraciones territoriales de
actividad industrial. En este sentido, el PITMA es un buen
reflejo de la política ambiental española en relación con la
industria, y aún del conjunto de la política ambiental del país,
con las honrosas excepciones de rigor.
En el contexto ambiental español, caracterizado por estas y otras
muchas limitaciones e insuficiencias, las experiencias
seleccionadas pueden ser situadas entre los proyectos con un
concepto más globalizador y avanzado de la gestión medioambiental
en la industria. Como se puede comprobar en las respectivas
fichas, todas ellas han asumido, a instancias de los propios
grupos o sectores de empresas responsables del problema, buena
parte de los criterios de evaluación establecidos en el capítulo
anterior: diseño integrado de procesos y productos, implantación
de ciclos cerrados, simbiosis industrial, autolimitación en el
uso de ciertos recursos locales, producción sistemática de
información ecológica, etc.
Además, contempladas en su propio contexto territorial, las tres
experiencias ganan un mayor relieve. En Urdaibai, los estrictos
criterios de uso del suelo introducidos por el Gobierno Vasco a
través de la Ley de Protección y Ordenación de la Reserva de la
Biosfera, el Gobierno Vasco implican de hecho determinadas
limitaciones para la expansión de la actividad industrial, que
han sido aceptados por la industria local, o al menos por una
fracción muy representativa de la misma. En Menorca, antes de que
los responsables del Gobierno Insular comenzaran a valorar la
posibilidad de estabilizar la actividad turística para frenar el
deterioro de la calidad ambiental de la isla, la industria
bisutera tradicional puso en marcha su propio plan de depuración
de residuos, que no se ha detenido en el control de los vertidos
concentrados, sino que intenta avanzar hacia la gestión de los
residuos diluidos en circuitos cerrados. En Huelva se ha
intentado dar solución a problemas históricos de contaminación
de grandes dimensiones, en una zona que muchos daban
definitivamente por perdida, pero en la que cabe contemplar
actualmente como viable la consolidación de la Reserva de la
Biosfera de las Marismas del Odiel.
Evidentemente, las tres experiencias analizadas también presentan
importantes limitaciones. En Urdaibai, el programa de
minimización de residuos industriales avanza más lentamente de
lo que debiera, frente a lo ambicioso del objetivo final (metales
pesados cero en Urdaibai). En Menorca, los lodos altamente
tóxicos que genera la Estación Central de Depuración se envían
a la península a través de empresas especializadas en gestión de
residuos tóxicos, y su destino final no se conoce con exactitud.
Sin embargo, la industria bisutera está comenzando a
responsabilizarse también de este aspecto del problema, y ha
comenzado a investigar las posibilidades de recuperación de
estos residuos. En Huelva, el acuerdo sobre la eficacia global
de las actuaciones realizadas dista mucho de ser general, y no
todas las industrias del polo industrial se han comprometido de
igual modo en la búsqueda de soluciones.
Sin embargo, pese a estas y otras limitaciones, en los tres casos
se observa la implicación activa -y no obstructiva- de la
industria local en la viabilización de unos proyectos como los
de las Reservas de la Biosfera, cuyos planteamientos son todavía
en ocasiones percibidos como amenazas para la prosperidad de la
industria y de la economía, y no sólo desde la perspectiva
industrial tradicional, sino incluso desde posiciones que se
reclaman defensoras del desarrollo sostenible.
Las fábricas del Polo Industrial de Huelva han sido responsables
durante mucho tiempo de una importante contaminación, tanto
atmosférica como de las aguas del estuario. Recientemente se han
reducido notablemente estas emisiones y vertidos tras la
finalización del Plan Corrector puesto en marcha por la industria
química onubense y la Agencia de Medio Ambiente de Andalucía.
Según los datos facilitados por este último organismo, los
vertidos ácidos a la ría disminuyeron entre 1987 y 1993 en un
94,4%. Además, el control medioambiental de la industria química
de Huelva se completa con una serie de puntos de vigilancia de
vertidos industriales, calidad de las aguas, emisiones
atmosféricas y calidad del aire, implantados en el marco del
Centro de Información y Decisión Medio Ambiental (CIDMA),
teniendo algunos de los puntos de vigilancia equipos de
transmisión de datos en tiempo real a dicho organismo.
Dentro del conjunto de estas actuaciones puede reseñarse en
particular el programa de reducción de residuos altamente
contaminantes llevado a cabo por la factoría de Tioxide Europe,
S.A. El 100% del capital de esta empresa pertenece al grupo
multinacional de raíz británica Imperial Chemical Industries
(ICI). ICI es el primer productor europeo de bióxido de titanio,
de cuyo mercado posee el 16% del total mundial. El bióxio de
titanio tiene amplias aplicaciones en las industrias de pinturas,
plásticos, cerámica, papel, textil, tintas y otras.
La factoría de Tioxide en Huelva comenzó a operar en 1973, y
produce unas 64.000 Tm. anuales de bióxido de titanio "vía
sulfato", usando como materia prima la ilmenita. Los vertidos
originados en este proceso, que hasta ahora se venían arrojando
directamente a la ría y al mar, son altamente contaminantes por
contener diversos residuos peligrosos, así como un 13% de ácido
sulfúrico.
El programa corrector ha permitido, además de reducir
drásticamente los vertidos tóxicos a la ría y al mar, recuperar
importantes cantidades de sub-productos útiles que ya no es
necesario producir en otro lugar. Entre ellos destacan entre
150.000 y 170.000 Tm/año de Caparrosa, una sal férrica con
aplicaciones agrícolas e industriales, unas 50.000 Tm/año de
Ferriclar w45, producto que tiene aplicaciones industriales y en
el tratamiento de aguas, y unas 50.000 Tm/año de otros productos
férricos con diversas aplicaciones. Esta recuperación constituye
un ejemplo práctico de la aplicación del principio de la
"simbiosis industrial", al que se hace referencia en la memoria
que precede al estudio de casos industriales, como uno de los
criterios que definen el avance hacia una industria sostenible.
El programa de la empresa Tioxide Europe ha sido galardonado con
el Premio Príncipe Felipe a la Excelencia Empresarial, apartado
Gestión Medioambiental, que otorga el Ministerio de Industria y
Energía. La inversión total ha superado los 8.000 millones de
Pts.
Fecha de referencia: 30-06-1997
Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p3/a012.html |