Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p2/a010.html |
José Manuel Naredo y Salvador Rueda
Cabe resumir en los siguientes puntos las ideas más destacables
de esta reflexión sobre la "sostenibilidad" de las ciudades y el
modo de fomentarla.
No es tanto la novedad, como la controlada dosis de ambigüedad,
lo que explica la buena acogida que tuvo el propósito del
"desarrollo sostenible", en un momento en el que la propia fuerza
de los hechos exigía más que nunca ligar la reflexión económica
al medio físico en el que ha de tomar cuerpo. Sin embargo, la
falta de resultados inherente al uso meramente retórico del
término "sostenible", se está prolongando demasiado, hasta el
punto de minar el éxito político que acompañó a su aplicación
inicial: la insatisfacción creciente que ha originado esta
situación, está multiplicando las críticas a la mencionada
ambigüedad conceptual y solicitando cada vez con más fuerza la
búsqueda de precisiones que hagan operativa la meta de la
"sostenibilidad". El presente documento tratará de responder a
las mencionadas demandas de operatividad. Para ello se impone una
clarificación conceptual previa que pasa por identificar las
diferentes y contradictorias lecturas que admite el consenso
político generalizado de hacer sostenible el desarrollo. Porque
mientras la meta sea ambigua no habrá acción práctica eficaz, por
mucho que el pragmatismo reinante trate de buscar atajos afinando
el instrumental antes de haber precisado las metas.
La ambigüedad conceptual del término "sostenible" no puede
resolverse mediante simples retoques terminológicos o
definiciones descriptivas o enumerativas más completas de lo que
ha de entenderse por tal: el contenido de este concepto no es
fruto de definiciones explícitas, sino del sistema de
razonamiento que apliquemos para acercarnos a él. La lectura que
puede hacerse de este término desde la idea usual de sistema
económico, se traslada al universo de los valores monetarios en
el que tal sistema se desenvuelve, con las siguientes
recomendaciones: conseguir una valoración adecuada del "capital
natural" y hacer que la inversión en "capital natural" compense
holgadamente el deterioro del mismo. Pero el tratamiento de este
tema ha escindido las filas de los economistas. Muchos autores
advierten que la heterogeneidad de los elementos que componen esa
versión ampliada del capital y la irreversibilidad de los
procesos, limita las posibilidades de resolver el tema de la
sostenibilidad en el mero campo del valor y aconsejan abordarlo
desde las nociones de sistema que se aplican en ecología para
estudiar las relaciones de los organismos entre sí y con el medio
en el que se desenvuelven. De acuerdo con otros autores hemos
optado por denominar sostenibilidad débil a aquella que aborda
el tema desde la perspectiva monetaria propia de la economía
estándar y sostenibilidad fuerte desde la perspectiva material
propia de la ecología y las ciencias de la naturaleza a ella
vinculadas. En lo que sigue se razonará preferentemente desde el
punto de vista de la sostenibilidad fuerte, por adaptarse mejor
al estudio de esos sistemas concretos que son las ciudades,
aunque sin perder de vista los problemas de la valoración
monetaria.
Para aplicar la noción de sostenibilidad fuerte, hay que
identificar también los sistemas cuya viabilidad o sostenibilidad
se pretenden enjuiciar, así como precisar el ámbito espacial (con
la consiguiente disponibilidad de recursos y de sumideros de
residuos) atribuido a los sistemas y el horizonte temporal para
el que se cifra su viabilidad. Si nos referimos a los sistemas
físicos sobre los que se organiza la vida de los hombres
(sistemas agrarios, industriales,...o urbanos) podemos afirmar
que la sostenibilidad de tales sistemas dependerá de la
posibilidad que tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse
de residuos, así como de su capacidad para controlar las pérdidas
de calidad (tanto interna como "ambiental") que afectan a su
funcionamiento. Aspectos éstos que, como es obvio, dependen de
la configuración y el comportamiento de los sistemas sociales que
los organizan y mantienen.
Es justamente la indicación del ámbito espacio-temporal de
referencia la que da mayor o menor amplitud a la noción de
sostenibilidad (fuerte) de un proyecto o sistema. Hablaremos,
pues, de sostenibilidad global, cuando razonamos sobre la
extensión a escala planetaria de los sistemas considerados,
tomando la Tierra como escala de referencia, y de sostenibilidad
local cuando nos referimos a sistemas o procesos más parciales
o limitados en el espacio y en el tiempo. Así mismo, hablaremos
de sostenibilidad parcial cuando se refiere sólo a algún aspecto,
subsistema o elemento determinado (por ejemplo, al manejo de
agua, de algún tipo de energía o material, del territorio) y no
al conjunto del sistema o proceso estudiado con todas sus
implicaciones. Evidentemente a muy largo plazo tanto la
sostenibilidad local como la parcial, están llamadas a converger
con la global. Sin embargo, la diferencia entre sostenibilidad
local (o parcial) y la global cobra importancia cuando, como es
habitual, no se razona a largo plazo.
Para que los ciudadanos quieran vivir en la ciudad las
condiciones de habitabilidad y calidad de vida tienen que
satisfacer sus expectativas y deseos. El problema es que las
ideas dominantes, los propósitos conscientes que conforman la
calidad de vida de los individuos están basados en la
competitividad, en el poder, en la individualidad y en la cultura
del objeto, relegando cada vez más aquellas ideas basadas en la
cooperación, en la dependencia y en la solidaridad.
La calidad de vida de los ciudadanos es un reflejo de las
expectativas sociales, siendo los propósitos dominantes en
nuestra sociedad los mismos que antes hemos mencionado. La
aplicación de estos propósitos por parte de las actividades, sean
estas económicas o no, y de las instituciones, utilizando las
tecnologías actuales y en un contexto de globalización, provoca
una transformación en los ecosistemas de la Tierra claramente
insostenible.
El funcionamiento milenario de la biosfera ofrece un ejemplo
modélico de sistema que se comporta de modo globalmente
sostenible y del fenómeno de la fotosíntesis que ha posibilitado
este comportamiento. Las transformaciones de materiales y energía
que se operan en el caso de la fotosíntesis resultan ejemplares
con vistas a una gestión sostenible de recursos desde los cuatro
puntos de vista siguientes:
Uno es que la energía necesaria para construir o producir
(añadiendo complejidad a los enlaces que ligan a los elementos
disponibles) procede de una fuente que a escala humana puede
considerarse inagotable, asegurando así la continuidad del
proceso. A la vez que tal utilización no supone un aumento
adicional de la entropía en la Tierra. Otro, es que los
convertidores (las plantas verdes) que permiten la transformación
de la energía solar en energía de enlace, se producen utilizando
esa misma fuente de energía renovable. Un tercer aspecto es que
el proceso de construcción mencionado se apoya fundamentalmente
en sustancias muy abudantes en la Tierra. Una cuarta
característica a destacar viene dada porque los residuos
vegetales originados, tras un proceso de descomposición natural,
se convierten en recursos fuente de fertilidad, cerrándose así
el ciclo de materiales vinculado al proceso. La especie humana
supo poner a su servicio, mediante los sistemas agrarios, la
productividad de la biosfera sin grave menoscabo de su
sostenibilidad, como atestigua en muchos casos su funcionamiento
secular.
Hasta épocas muy recientes no cabía separar la sostenibilidad
local y la sostenibilidad global de los asentamientos humanos.
Ya que ambas eran solidarias de la sostenibilidad de los sistemas
agrarios y extractivos locales de los que dependían tales
asentamientos. Tal sostenibilidad local y global se podía
producir tanto con formas de habitat más o menos disperso o
concentrado. La clave de la misma estaba en evitar que la presión
sobre el territorio de los usos y actividades de la población,
originara en el mismo procesos de simplificación y deterioro
tales que hicieran dicha presión localmente insostenible. Y esto
no ocurrió de forma generalizada hasta épocas relativamente
recientes.
Con la revolución industrial se inicia un cambio cualitativo,
en el comportamiento, y cuantitativo, en la escala territorial,
de los sistemas urbanos y, por derivación, en los procesos
industriales, extractivos y agrarios que los nutren. El nuevo
comportamiento ha culminado en la actuales "conurbaciones",
término éste acuñado por Patrick Geddes para designar esa
urbanización sin freno que se difunde por el territorio de forma
errática e incontrolada, perdiendo la noción de centro y de
unidad en el trazado que era propia de las antiguas ciudades. El
"gigantismo sin forma" resultante se apoya en el establecimiento
de redes que facilitan el transporte horizontal de
abastecimientos y residuos desde y hacia áreas cada vez más
alejadas del entorno local e incluso regional de los
asentamientos concentrados de población. Los sistemas urbanos se
han erigido así en los principales motores y beneficiarios de los
masivos flujos horizontales de materiales, energía e información
que caracterizan a la civilización industrial respecto a las que
la precedieron. Con lo que también se han se han divorciado la
sostenibilidad local y la global de tales sistemas. Teniendo que
diferenciar entre la antigua sostenibilidad local autónoma, es
decir, que se resolvía con los propios recursos locales, y
aquella otra dependiente, es decir, que se mantiene con cargo a
una entrada neta de recursos foráneos, recurriendo a un
transporte horizontal de energía y materiales a distancias cada
vez mayores.
La dimensión que adquirieron las actuales concentraciones de
población exigió que solucionaran toda una serie de problemas de
salubridad urbana, de abastecimiento, de vertido, de
desplazamiento, etc., para alcanzar unas condiciones de
habitabilidad razonables. Pero estos problemas se fueron
solucionando desde ópticas parciales que permitían paliar a corto
plazo los desarreglos de ciertas áreas o procesos a base de
desplazarlos, normalente acrecentados, hacia áreas y procesos más
alejados espacial y temporalmente. Lo que explica la creciente
separación antes indicada que se observa entre la versión local
y a corto plazo de la sostenibilidad y la consideración global
o a largo plazo de la misma.
El análisis de la anatomía y la fisiología propias de las
conurbanciones, permite concluir, así, que su comportamiento
resulta mucho más exigente en territorio y en recursos y mucho
más pródigo en residuos que el de las antiguas ciudades. Pero
además su organización y su tamaño les hizo perder la cohesión
propia de éstas. Cuando las "huellas" de las conurbaciones llegan
hoy hasta sus antípodas, este alejamiento propicia la desatención
por el deterioro ocasionado en los territorios las abastecen o
recogen sus detritus. Se plantea así la paradójica existencia de
un organismo colectivo que funciona físicamente sin que los
individuos que lo componen conozcan ni se interesen por su
funcionamiento global y, en consecuencia, sin que tal engendro
colectivo posea órganos sociales responsables capaces de
controlarlo. Se trata en suma de un organismo en cuyo metabolismo
fallan los feed back de información necesarios para corregir su
expansión explosivamente insostenible.
El objetivo de reconvertir las conurbaciones actuales hacia
la meta de la sostenibilidad global exige, para que sea
realizable, reavivar la conciencia colectiva, no sólo en lo
local, sino también en lo global. Es decir, que exige, ligar en
el renacimiento la antigua conciencia ciudadana con otra que
abrace un nuevo geocentrismo que trate de evitar que las mejoras
locales se traduzcan en deterioros globales, conociendo y
controlando la "huella" de la ciudad. La meta de la
sostenibilidad global exige revisar, relajar y condicionar la
presión que han venido ejerciendo las ciudades sobre el resto del
territorio, transformando las relaciones de simple explotación
y dominio unidireccional hombre-naturaleza o ciudad-campo, en
otras de mutua colaboración y respeto, conscientes de la
simbiosis que a largo plazo está llamada a producirse entre ambos
extremos. Lo cual supone alcanzar un nivel de racionalidad
superior al que hasta ahora ha venido imperando en los sistemas
urbanos, que debe plasmarse en el establecimiento de marcos
institucionales y analíticos adecuados.
Cualquier intento serio de reorientar el comportamiento de las
actuales conurbaciones hacia bases más sostenibles en el sentido
fuerte y global antes apuntado, pasa por modelizar su
funcionamiento para replantearlo y seguir después con datos en
la mano los cambios que se operen en a las cantidades de recursos
y de territorio que se venían inmolando directa o indirectamente
en aras de la sostenibilidad local de las mismas. Para hacer
operativo el objetivo propuesto, hace falta definir algún marco
de información generalnente aceptado que nos indique si una
ciudad camina o no hacia una mayor sostenibilidad local y global
o en qué aspectos una ciudad es más sostenible que otra.
Cuestiones éstas previas para poder clasificar y evaluar las
prácticas que se dicen "sostenibles", precisando si simplemente
tratan de apuntalar la sostenibilidad (y habitabilidad) locales
de sistemas que se revelan cada vez más globalmente
insostenibles, o si realmente apuntan a mejorar la sostenibilidad
global de tales sistemas. La modelización del comportamiento de
los sistemas urbanos y el establecimiento de baterías de
indicadores que faciliten su comparación y seguimiento, deben de
apoyarse mutuamente. La literatura disponible (a la que se hace
refrencia en este documento) ofrece ya aplicaciones y propuestas
razonables en los dos sentidos indicados. Pero la modelización
y el seguimiento más elemental de los sistemas urbanos y de su
relación con el entorno, propuestos como medio indispensable para
dar sentido práctico a la preocupación por su sostenibilidad,
deben complementarse con elaboraciónes teóricas de más largo
alcance dirigidas a formular, para estos sistemas, las relaciones
entre estabilidad y complejidad que la ecología plantea para los
sistemas naturales, cuya adecuada comprensión y formalización
debe ayudar a dotar al "metabolismo urbano" de los feed back
necesarios para corregir su actual deriva globalmente
insostenible.
Adoptando un efoque ecológico, las ciudades son ecosistemas
y como tales son sistemas abiertos que requieren de materia y
energía para mantener su estructura compleja. Desde el punto de
vista de la producción es un sistema heterótrofo. Por otra parte
la ciudad genera residuos sólidos, líquidos y gaseosos fruto de
la transformación de los materiales y la energía utilizados para
su estructura y funcionamiento. Los materiales y la energía
transportados desde el exterior del sistema urbano sufren un
cortocircuito en él, causando procesos de contaminación que
deberán ser desplazados, en buena medida, al exterior para
preservar las condiciones mínimas de habitabilidad y calidad de
vida.
Como todo ecosistema el aporte de materiales y energía redunda
en un aumento de complejidad. El problema es que este aumento no
se fundamenta en el principio de maximizar la recuperación de
entropía en términos de información ni minimizar la entropía
proyectada al entorno. El aumento de complejidad se consigue
compitiendo sin tener en cuenta la entropía. La consecuéncia de
ello es un aumento en el consumo de recursos naturales (suelo,
materia y energía) consiguiendo unos equivalentes en información
organizada mínimos: es el principio de la Reina Roja.
La conurbación dispersa acumula mucha información en su conjunto
pero no en sus partes, donde el valor de H es muy reducido y el
cociente E/H es muy elevado. Se trata de competir sin tener en
cuenta la capacidad de carga de los sistemas en explotación.
Esta forma de proceder, aplicando para los nuevos asentamientos
urbanos el modelo de conurbación anglosajón, ha traido consigo
una explosión urbana dispersa en los últimos veinte años, que ha
ocupado más espacio (fundamentalmente suelo fértil) que en los
dos mil años anteriores. El uso masivo del vehículo y sobretodo
la red de movilidad horizontal han sido los precursores de la
urbanización difusa en el territorio, a la vez que lo han
cuarteado, desestructurando y simplificando los sistemas
naturales de periferias cada vez más alejadas.
Al despilfarro de suelo se ha de añadir el despilfarro generado
por los actuales estilos de vida que tienden a hacerlo todo
obsoleto en períodos temporales cada vez más cortos.
En las conurbaciones difusas se han separado los usos y las
funciones, ocupando territorios amplios, conectándolos a través
de una tupida red de carreteras para transporte motorizado y de
unas redes de servicios técnicos. El transporte se ha convertido
así en la actividad con un mayor consumo de energía del conjunto
de actividades consumidoras de ésta. Además de la separación de
funciones, se ha segregado socialmente a la población atendiendo
a los niveles de renta, lo que ha provocado una merma de
estabilidad y de cohesión social. La segregación social y la
separación de funciones han dado lugar a un puzzle territorial
con pocos portadores de información en cada pieza dando lugar a
una gran homogeneidad y empobrecimiento de esos espacios. La
ciudad se diluye y se difumina convirtiéndose en asentamientos
urbanos dispersos.
La esencia de la ciudad, es decir, el contacto, la regulación,
el intercambio y la comunicación, proyectada en el espacio
público (calles y plazas) se va perdiendo, para ser substituido
por la casa, un papel cada vez más preponderante de las redes,
y los espacios privados de ocio, compra, transporte, etc. En la
nueva conurbación se han perdido las bases epistemológicas que
llenan de sentido a la ciudad.
La conurbación difusa se aleja de la sostenibilidad en la
medida que, para mantenerse, necesita de un mayor consumo de
recursos, requiriendo superficies cada vez mayores (decenas de
veces la suya propia) para suministrarse de los elementos básicos
para su subsistencia (alimentos, madera, intercambio gaseoso,
etc...). Puesto que la ciudad es un sistema artificioso cargado
de intencionalidad, para dirigirnos hacia la sostenibilidad sería
conveniente buscar aquellos modelos urbanos que proporcionen, por
una parte, el contacto, el intercambio y la comunicación,
aumentando la densidad de información organizada y disminuyendo,
a su vez, el consumo de recursos naturales para mantener la
organización compleja, y por otra, que reduzcan las disfunciones
ambientales, sociales y económicas más importantes que las
conurbaciones presentan en la actualidad.
Uno de los modelos que, en principio, se acomoda mejor a los
propósitos mencionados, con los ajustes necesarios, es el que ha
mostrado ese tipo de ciudad mediterránea compacta y densa, con
continuidad formal, multifuncional, heterogénea y diversa en toda
su extensión. Es un modelo que permite concebir un aumento de la
complejidad de sus partes internas, que es la base para obtener
una vida social cohesionada y una plataforma económica
competitiva, al mismo tiempo que se ahorra suelo, energía y
recursos materiales, y se preservan los sistemas agrícolas y
naturales.
Este modelo puede encajar perfectamente con el primer objetivo
de la ciudad, que es aumentar las probabilidades de contacto,
intercambio y comunicación entre los diversos (personas,
actividades, asociaciones e instituciones) sin comprometer la
calidad de vida urbana y la capacidad de carga de los sistemas
periféricos, regionales y mundiales.
Dicho esto, el modelo de ordenación del territorio que se propone
es el mantenimiento de una cierta estructura y un nivel de
explotación sostenible de los sistemas no urbanos (rurales y
naturales) y una ciudad compacta y diversa en todas sus partes
en los sistemas urbanos.
En la ciudad compacta la diversidad puede aumentar. El aumento
de H da idea de una mayor proximidad, porque concentra en el
espacio unidades de características diferentes. Las hace más
próximas, y en consecuencia se reducen las distancias físicas de
los portadores de información. El tiempo para que contacten los
diversos se acorta y la energía dedicada a la movilidad será
sustancialmente más pequeña. Hoy, la actividad que consume más
energía en la ciudad es el transporte mecanizado; en
consecuencia, la reducción de la distancia y la velocidad para
mantener el mismo número de contactos y de intercambios significa
reducir sustancialmente la energía consumida por el sistema.
Por otra parte, la inestabilidad que genera la ciudad dispersa,
la ha de contrarrestar con una mayor aportación de energía y de
recursos, ya que los circuitos de regulación se han de crear
expresamente, cosa que no sucede en la ciudad compacta y diversa.
Como ya se ha comentado, los sistemas compuestos por partes
heterogéneas comprenden más circuitos recurrentes reguladores.
El hecho de que las partes constituyentes de la ciudad dispersa
sean más homogéneas, obliga a ocupar un espacio significativo
mayor que la ciudad compacta y diversa para obtener un valor de
H similar.
Aparte de la tendencia al aumento de la diversidad (H), el modelo
se fundamenta también en la reducción del cociente E/H,
entendiendo que una disminución del mismo representa una mayor
eficacia en el empleo de recursos para mantener una información
organizada determinada. Parece que la planificación del
territorio que se basara en acciones que disminuyeran el valor
del cociente E/H permitiría corregir, en parte, las disfunciones
del sistema actual y hacer flexible alguna de las variables que
hoy más condicionan el funcionamiento del ecosistema urbano y del
entorno. Su lógica interna incluye: el aumento de la complejidad
en espacios relativamente reducidos; la disminución en la
ocupación del suelo realizando las mismas funciones; la reducción
del tiempo para contactar entre los diversos; la reducción de
energía consumida para mantener y hacer más complejo el sistema;
y por último, reducir la inestabilidad porque proporciona un
mayor número de circuitos reguladores recurrentes.
Por otra parte, el cociente E/H nos informa también sobre la
dimensión máxima aconsejable de la ciudad. La ciudad como
proyecto razonable de convivencia empezaría a ver limitado su
interés por el crecimiento cuando aumenta E/H, es decir, cuando
se requieren gastos energéticos cada vez más elevados para
obtener aumentos de diversidad cada vez menores.
El poder de explotación de un espacio (P) sobre otro es una
función de su información organizada y su consumo de energía. En
otras palabras, podríamos decir que es una función de las
probabilidades de contacto entre los portadores de información
que tiene un espacio determinado y la energía que consume. Entre
dos espacios que interactúan, donde el poder de explotación de
un espacio (P1) es mayor que el poder de explotación de otro
(P2), parece que el flujo neto de materiales y/o de energía y/o
de información irá en la dirección de mantener o aumentar la
complejidad de P1 y de simplificar o reducir la complejidad de
P2.
De hecho, la competitividad de una ciudad está basada en su
capacidad de explotación y, en consecuencia, está basada en su
complejidad y al mismo tiempo en su capacidad de consumir
energía. Cada ciudad tiene su estrategia para mantenerse y tener
un mayor poder de explotación en relación a las otras ciudades
que compiten por los mismos recursos. La tendencia de la
conurbación actual, entre los dos factores citados (la
complejidad y la energía), escoje la energía, es decir, sigue una
estrategia ligada a la cantidad, al consumo de ingentes
cantidades de suelo, de energía y de materiales, entendiendo que
las unidades de información que entran en sistemas mayores gozan
de ventajas. Ahora bien, esta estrategia se ha mostrado
globalmente insostenible, e incluso en ocasiones también lo es
localmente cuando la estrategia del aumento cuantitativo ocasiona
deterioros tales en su entorno que repercuten en pérdidas de
calidad interna que merman su competitividad y sus posibles
aumentos de diversidad y ganancias de estructura.
La estrategia de aumentar la complejidad, sin necesidad de
aumentar substancialmente el consumo de materiales, suelo y
energía es la alternativa al actual modelo, que basa su
competitividad en aumentar la periferia disipativa. La misma
competitividad, o mayor, se puede conseguir aumentando la
información organizada de los núcleos actuales sin necesidad de
despilfarrar más espacio, y haciendo más eficiente la
organización y los procesos de consumo energético. En la
estrategia de aumentar la complejidad de los ecosistemas urbanos
se ha de tener en cuenta que la adición de una cantidad similar
de información en dos sistemas diferentes enriquece más a
aquellos sistemas que para empezar ya tenían más información,
puesto que las informaciones no se suman sino que se multiplican.
Esta es una estrategia que marca un posible camino en la
competencia entre sistemas urbanos, una competencia que, en este
caso, tendría como factor implicado a la entropía.
Resolver los problemas en el seno de la ciudad supone mejorar
la habitabilidad y con ella, la calidad de vida. La calidad de
vida de los ciudadanos depende de factores sociales y económicos
y también de las condiciones ambientales y físico-espaciales. El
trazado de las ciudades y su estética, las pautas en el uso de
la tierra, la densidad de la población y de la edificación, la
existencia de los equipamientos básicos y un acceso fácil a los
servicios públicos y al resto de actividades propias de los
sistemas urbanos tienen una importancia capital para la
habitabilidad de los asentamientos urbanos. Por lo tanto, para
que se cubran las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos
respecto a la habitabilidad de los barrios y la ciudad entera es
aconsejable que se oriente el diseño, la gestión y el
mantenimiento de los sistemas urbanos de modo que se proteja la
salud pública, se fomente el contacto, el intercambio y la
comunicación, se fomente la seguridad, se promueva la estabilidad
y la cohesión social, se promueva la diversidad y las identidades
culturales, y se preserven adecuadamente los barrios, los
espacios públicos y edificios con significado histórico y
cultural.
Para orientar el cambio de enfoque arriba mencionado, se ha
de insistir en que, además de preocuparse por mejorar la
eficiencia en el uso de los recursos, reduciendo así los
residuos, hay que fijarse también en el origen de aquellos y el
destino de éstos. Todo lo cual presupone replantear la antigua
política de salubridad y calidad mermante urbana, que dió lugar
a los "estándares" formulados hace más de un siglo, a fin de
referirlos ahora al conjunto del territorio, a la luz de
criterios como los antes extraidos del ejemplo de la biosfera y
los sistemas agrarios. Criteros cuya aplicación no suele arrojar
soluciones generales, ya que los proyectos y artefactos deben
adaptarse a las posibilidades y limitaciones que ofrecen las
características de cada territorio. Este es el caso de la
edificación bioclimática, que ocupa un lugar central entre las
actividades a potenciar.
Pero la viabilidad de las mencionadas modelizaciones y
sistemas de indicadores globales o completos como instrumento
útil para orientar la gestión de las actuales conurbaciones, no
depende tanto de las dificultades conceptuales o estadísticas que
su diseño plantea, como de los problemas mentales e
institucionales que imposibilitan su adecuada utilización en la
sociedad actual, relegándolos comúnmente al nivel de meros
ejercicios o propuestas sin valor práctico, o bien derivando sus
pretensiones iniciales de globalidad hacia aplicaciones
sectoriales o parciales. Para comprender los escollos que
dificultan la puesta en marcha de la indicada reconversión hacia
la sostenibilidad global, hay que recordar que la configuración
de los asentamientos humanos ha sido y sigue siendo un reflejo
de la propia configuración de la sociedad. Por lo que no cabe
modificar el modelo actual de urbanización dominate con simples
planteamientos técnocientíficos, si no se modifica también el
statu quo mental e institucional que lo había generado. La
racionalización de los problemas es condición necesaria, pero
requieren también cambios en las actitudes y en las instituciones
lo suficientemente capaces de aportar los medios para
resolverlos.
La configuración de las conurbaciones actuales y la mayor
parte de sus problemas han sido fruto combinado del despliegue
sin precedentes de una racionalidad científica parcelaria y de
una ética individulista insolidaria, que alcanzan su síntesis en
las visiones atomistas de la sociedad y en las divisiones
administrativas de todos conocidas. De ahí que, además de los
cambios mentales e institucionales necesarios para romper las
actuales visiones parcelarias de técnicos y administraciones, se
han de revisar también los actuales planteamientos de la
competitividad y la valoración económica.
En los últimos tiempos, en vez de subrayar la cooperación que
reclama el objetivo de la sostenibilidad global, se puso de moda
hablar de competencia, no sólo entre individuos y empresas, sino
también entre ciudades. Lo cual ha reforzado más el afán
dominador de las ciudades, que su responsabilidad hacia el
conjunto del territorio sobre el que intervienen. Se impone,
pues, reconducir tales afanes de competencia desde sus actuales
orientaciones expansivas y colonizadoras de mercados y
territorios externos a la ciudad, hacia la calidad, la
creatividad y el disfrute internos a la misma, más compatibles
con el reforzamiento de la cooperación que exigen las nuevas
precupaciones por la sostenibilidad global.
Tampoco podemos dejar de subrayar que el cálculo económico
ordinario valora los bienes que nos ofrece la naturaleza por su
coste de extracción y no por el de reposición. Por ello se ha
primado sistemáticamente la extracción frente a la recuperación
y el reciclaje (cuyos costes se han de sufragar íntegramente) y
distanciado enormemente el comportamiento de la civilización
industrial de los modelos de sostenibilidad que nos han venido
ofreciendo la biosfera y los sistemas agrarios y asentamientos
tradicionales. Esta tendencia valorativa es la que se proyecta
sobre el territorio ordenando éste en núcleos más densos de
población e información y áreas de apropiación y vertido, que se
refleja a escala planetaria en el conflicto Norte-Sur.
La corrección de esta segregación territorial que se encuentra
en la base de las presentes conurbaciones, para reorientarla con
vistas a la sostenibilidad global de los procesos y sistemas que
en ella se desenvuelven, pasa por revalorizar el "patrimonio
natural", corrigiendo la mencionada tendencia valorativa y
reequilibrando la disparidad territorial de ingresos que de ella
se deriva. Hay que destacar la coincidencia que en este punto se
observa entre el planteamiento de la sostenibilidad fuerte y
global desde el que estamos razonando y el de la sostenibilidad
débil. En el documento se esboza un marco de información objetiva
y cuantitativa que podría ser de utilidad para discutir en foros
internacionales la reconversión del actual sistema de precios
hacia otro acorde con una sociedad más sostenible y solidaria.
Pues sabido es que tras la "mano invisible" del mercado se
encuentra la mano bien visible de las instituciones que
condiciona sus resultados, al influir sobre costes, precios y
beneficios y, por ende, sobre las cantidades de productos
intercambiados y de residuos emitidos y sobre el modelo
territorial resultante.
Mientras tales cambios mentales e institucionales se van
madurando, se sugiere profundizar en el análisis y modelización
del funcionamiento de los sistemas urbanos, para que los seres
humanos puedan considerarlos como un proyecto sobre el que pueden
incidir y no como algo ajeno que escapa a su control. El
conocimiento y la discusión transparentes del funcionamiento
integrado de la ciudad como proyecto y de su "huella" sobre el
territorio, es el principal medio para acometer la necesaria
reformulación conjunta de las metas de habitabilidad y
sostenibilidad y proceder a la revisión de los actuales
estándares y normativas para hacerlos acordes con los nuevos
propósitos.
Fecha de referencia: 30-06-1997
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