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La biosfera como un todo es un sistema abierto en el que los
circuitos acuosos, gaseosos y minerales intercambian sustancias
y disipan energía. Se puede considerar sin embargo, que el
sistema global está formado por subsistemas comprendidos en otros
subsistemas de manera que la definición de éste tiene,
intencionadamente, unos límites arbitrarios. El hombre, sus
máquinas, sus redes de comunicación y monetarias son parte del
ecosistema y forman parte, también, de sus diagramas energéticos
y de información.
La mayoría de las fracciones de un sistema que se estudian como
ecosistemas son también parte de otros ecosistemas mayores y, al
mismo tiempo, contienen partes más pequeñas que se pueden
estudiar como ecosistemas.
La comprensión de los ecosistemas está íntimamente relacionada
con las tasas de circulación dentro del sistema escogido; las
tasas de flujo energético y materiales que atraviesan las
fronteras hacia el interior y hacia el exterior del sistema
elegido; y el grado de información organizada que ha adquirido
y su flecha en el tiempo. Cuando se analizan estos flujos de
frontera, se describe el ambiente del ecosistema. Para entender
los mecanismos que explican el funcionamiento del sistema hay que
disponer tanto de los datos del sistema global como de sus
componentes principales.
La ciudad como sistema no se escapa a esta lógica. El campo de
la Teoría de Sistemas abarca cualquier realidad conocida, desde
el entorno hasta el universo, pasando por la molécula, la célula,
el organismo, el bosque o la ciudad.
La fuerza de esta teoría consiste en haber puesto en la noción
de sistema, no una unidad discreta, sino una unidad compleja, un
todo que no se reduce a la suma de las partes, haber concebido
la noción de sistema, no como una noción real, ni tampoco formal,
sino como una noción ambigua y haberse situado en un nivel
transdisciplinario que atraviesa todo aquello que se conoce
[Morin, E. , 1994].
Los ecosistemas son sistemas abiertos, son sistemas que requieren
energía exterior para el mantenimiento de su estructura y
pervivencia. Sin la energía suficiente el sistema no puede mas
que degradarse, sin este flujo energético se produce un des-
orden organizativo que representa una decadencia rápida.
Siguiendo a J.M.Rueda (1995), que un sistema sea abierto
significa que:
La realidad está, tanto en el vínculo como en la distinción entre
el sistema abierto y su ambiente. Este vínculo es relevante desde
el punto de vista epistemológico, metodológico, teórico y
empírico.
Los sistemas abiertos dependen de una alimentación material y
energética, pero también de información organizada. Los sistemas
abiertos, como tienen capacidad de aprovechar, seleccionar,
procesar la información del medio, evolucionan hacia sistemas más
complejos. Establecen cambios cualitativos. Por el contrario, si
por alguna razón del sistema o del entorno, este deja de
aprovechar, seleccionar o procesar la información, se simplifica
y se desestructura.
Comprender los sistemas urbanos y su carácter al mismo tiempo
determinante y aleatorio, quiere decir comprender la relación de
estos con los ecosistemas más amplios, relación que es de orden
material y energético y también de organización y de información.
Los sistemas más simples dependen más fuertemente de los nexos
energéticos y a medida que los sistemas se hacen complejos la
energía tiene un papel más secundario, hasta hacer que la energía
sea un soporte muy reducido en la construcción, mantenimiento y
cambios del propio sistema.
Dos de las características especiales de los ecosistemas urbanos
son, el volumen de energía que viaja por fuera de los organismos
vivos, la energía que hace funcionar el sistema y la enorme
movilidad horizontal que permite explotar otros ecosistemas a
distancias más o menos alejadas. Otra característica de las
ciudades es la gran complejidad que llegan a atesorar con la
inclusión de multitud de artefactos culturales portadores de
información.
La mayor parte de la energía endosomática (la que viaja por el
interior de los organismos vivos), se extrae de los sistemas
agrícolas, que hacen que los sistemas urbanos sean heterótroficos
desde el punto de vista de la producción.
El mantenimiento de la complejidad de los sistemas urbanos se
fundamenta en el ingente consumo de energía exosomática (la que
viaja por el exterior del cuerpo), se apoya también en la
explotación de recursos ubicados en espacios más o menos lejanos,
en la explotación de estructuras en principio menos complejas que
verán aumentar su simplicidad.
La explotación se concreta, entre otras cosas, en aportación y
concentración en el sistema de la materia y la energía necesarias
para su reproducción, y si es el caso, en el aumento de su
complejidad. El agua, los alimentos, la electricidad, los
combustibles fósiles, etc., harán, a veces, recorridos muy
lejanos, en ocasiones serán consumidos en la ciudad y en otras
serán transformadas antes de su consumo en el propio sistema o
en otros diferentes.
Las exigencias de alta energía concentrada por parte del hombre
y sus máquinas contrastan con el amplio y diluido campo de la
energía luminosa procedente del sol. La explotación industrial
y demográfica es fruto de la aceleración de la tasa de consumo
de combustibles fósiles.
Un análisis interesante, por tanto, es tratar de contemplar las
características energéticas de las ciudades basadas en este uso
masivo de combustibles fósiles que, sobre todo, generan flujos
de energía más concentrados. Tal como pusieron de manifiesto los
estudios de Howard y Elisabeth Odum (1980), las áreas urbanas
tienen una gran concentración de energía por unidad de superficie
comparativamente con un campo de cultivo o un ecosistema natural.
Las magnitudes correspondientes de estos nuevos flujos de
potencia comienzan a tener suficiente envergadura para alterar
los contrapesos y equilibrios del sistema en cualquier lugar
donde se concentren.
En las conurbaciones, la separación del espacio con funciones
diferentes y la segregación social con densidades elevadas de
gente con rentas, instrucción, etc, similares, obliga a un
aumento del metabolismo externo relacionado con la capacidad de
transporte y de control, para apaciguar las interacciones fuertes
y los conflictos entre espacios y grupos.
El transporte es un factor muy importante en la organización y
el desarrollo de los ecosistemas. De hecho en la frontera el
transporte de materia tiene más energía asociada cuando va en la
dirección de la periferia (suburbio, campo) a la ciudad, que
cuando va en dirección contraria. El exceso de energía usado por
el transporte se mantiene porque proporciona el control sobre los
sistemas periféricos, que pueden considerarse explotados. Las
interacciones fuertes para una determinada especie están atadas
a su capacidad de transporte.
Se desprende de todo esto que la extensión de las vías de
transportes, del tamaño y los flujos de circulación como las
proyectadas en los planes de infraestructura españoles, suponen
una invasión del espacio rural y una disminución de la biomasa
y la biodiversidad de todos los ecosistemas naturales, por las
interacciones fuertes que el sistema de movilidad impondrá. El
hombre explota así a la naturaleza e impide que ésta se organice
más.
El flujo neto de energía, de la naturaleza al hombre, puede
considerarse proporcional al gradiente de organización entre el
hombre y la naturaleza y cuanto más toma el hombre de la
naturaleza, más desorganizada o controlada la mantiene.
Se pueden considerar diversas fronteras, pero es probable que en
todas ellas prevalezca el mismo tipo de relaciones. Quizá el
último subsistema o compartimiento, en el lado de la organización
máxima, puede tener una posición especial de control, o mejor,
no tener controladores.
El hombre es el organismo más poderoso, pues, en el uso de la
energía externa para mover materiales, especialmente sobre el
plano horizontal. La contaminación es una consecuencia del
transporte y si se quiere, una enfermedad del transporte, pero
constituye algo que es perfectamente natural en los ecosistemas.
En las ciudades, la información está organizada de diversas
maneras y se manifiesta de forma compleja. Así como la materia
y la energía pueden medirse en unidades sencillas y objetivables,
no sucede lo mismo en el momento de aprehender información. Los
intentos de medir la información y sus flujos a través de las
unidades monetarias y/o energéticas o incluso los que se derivan
de la misma teoría de la información, no han tenido resultados
suficientemente satisfactorios.
La información es un concepto muy importante que no es fácil
medir. Los límites de la información total disponible son
difíciles de estimar. La información está distribuida en
diferentes estratos, envuelta sobre sí misma, jerarquizada
[Margalef, R. , 1991].
En el sistema, podemos examinar el número de trayectorias
posibles. Su recuento es una medida de complejidad y también de
la incertidumbre inherente a una situación que tenga esta
complejidad.
La descripción de los sistemas urbanos requiere la especificación
de las unidades funcionales, muchas de ellas son variables
discretas (especies), cada una en una proporción diferente del
total.
Hay una incertidumbre -y por lo tanto información- en la
posibilidad que las proporciones de las diferentes variables sean
diferentes, además de la organización de las diferentes
trayectorias.
Algunos autores han propuesto modelos explicativos que tienen en
la energía y más concretamente en la potencia energética, el hilo
conductor. De hecho, cualquier trabajo realizado, cualquier
intercambio de energía, implica un aumento equivalente de
información potencial [Margalef R. , 1991].
Howar T. Odum en "Ambiente, Energía y Sociedad" plantea que los
fenómenos de la biosfera, incluso la naturaleza y el hombre, se
pueden medir y representar a través de trayectorias de potencia
que forman sistemas susceptibles de representación con diagramas
de flujos de energía. Mide los flujos de potencia económica,
política y social como los flujos del mundo físico y químico.
Compara las magnitudes de los procesos utilizando la Kcal/m2 día
como unidad. Las leyes energéticas básicas de la conservación,
la degradación, la selección de la potencia máxima, la
proporcionalidad del flujo y las fuerzas son aplicadas a los
sistemas humanos [Odum, H.T. , 1980].
En relación a la información, considera que sus trayectorias, a
pesar de su poca energía, continúan siendo corrientes de energía,
y se pueden indicar en los diagramas energéticos conjuntamente
con las trayectorias de más potencia. Las pequeñas corrientes
energéticas con grandes factores de ampliación tienen un valor
proporcional a las energías que controlan.
Otros autores como Shannon[1] y Wiener miden la información
en dos pasos: primero, miden la complejidad de aquello que se
examina (el mensaje, el sistema, la configuración, la asociación
de especies o la asociación de profesiones, etc.); segundo, se
especifica la complejidad de la combinación concreta, si es
conocida. En ecología, son muy útiles los estudios introducidos
por Margalef del contenido de la información asociado a la
composición de las especies. La información específica se utiliza
como un índice de la diversidad (H)[2].
La cantidad de información aumenta con el número de unidades
contenidas en el sistema. Para medir el grado de concentración
de la información, se puede dividir la información calculada por
el número de unidades individuales implicadas. El segundo paso
en el proceso de indicar la cantidad de información útil consiste
en especificar las partes que son combinaciones controladas y que
se sabe que están organizadas.
En los cálculos del contenido de información de las combinaciones
de especies en los sistemas naturales, los valores pueden superar
los 5 bits de información por individuo a causa de las muchas
combinaciones posibles. El número resultante, a pesar de que se
le denomine información, no indica si la complejidad está
organizada en una combinación útil o si es una situación
aleatoria no especificada. El contenido de información calculado
como el logaritmo de las combinaciones indica la cantidad útil
que se tendría si el sistema estuviera organizado formando un
mensaje útil o indica la cantidad de confusión si no está
organizado [Margalef , 1991].
Como dice el mismo Margalef cuando se proponen medidas de la
información para un propósito limitado y definido, es más honrado
y realista utilizar un número de menos compromiso como es la
complejidad. A nivel del ecosistema urbano, la complejidad sería
una expresión del conjunto de variables discretas con contenido
significativo de información, de sus abundancias respectivas y
de sus interacciones y cómo se integran en el tiempo y el
espacio.
La complejidad (la idea de complejidad se asocia fácilmente a la
idea de probabilidad) de los sistemas urbanos puede analizarse,
en parte, haciendo uso del concepto de diversidad. Los organismos
vivos, y sobre todo el hombre y sus organizaciones, son
portadores de información y atesoran de forma dinámica en el
tiempo, características que nos indican el grado de acumulación
de información y también la capacidad que tienen para influir
significativamente en el presente y controlar el futuro.
En los sistemas naturales, una especie es una población que se
mantiene aislada y separada por diferentes medios. La separación
de especies se mantiene gracias a los diferentes mecanismos que
impiden el cruce de unas con otras y la mezcla de genes, pero el
propósito perseguido con esta multiplicidad de especies consiste
en dotar de la mayor eficacia posible el sistema con la
especialización, la división del trabajo y otras clases de
circuitos de regulación y control. Un sistema con muchas especies
y por tanto con más organización, tiene un número mayor de
circuitos concebidos para regular y estabilizar la función global
del sistema. De hecho, la diversidad que se puede encontrar en
un sistema vendrá dada por el número de especies diferentes en
relación al número de individuos de cada una de ellas.
Las variables discretas en los sistemas urbanos, las que hacen
el papel de las especies en los sistemas naturales, son
esencialmente atributos que tienen los individuos o las
actividades que atesoran la información dinámica con relaciones
multivariadas (de cooperación, de competencia, etc.) con otros.
Este dinamismo en el posicionamiento respecto a otros individuos
y actividades, es el que diferencia las variables que se
interconectan con los artefactos cargados de información,
(libros, revistas, etc.) pero que son estáticos.
Los atributos son elementos diferenciadores cargados de
información que condicionan las relaciones y las trayectorias de
las corrientes de materia, energía e información. Crean diversas
redes donde cada atributo proporciona especialización, división
de trabajo y otros circuitos de regulación y control. En los
sistemas urbanos es el hombre quien proporciona parte de los
atributos, el que atesora parte de la información diferente y
quién permite, partiendo de las diferencias, la multiplicación
de circuitos de regulación. Un mismo hombre posee diferentes
atributos (titulación académica, profesión, edad, renta, etc.)
con los cuales se relaciona con otros atributos que poseen otras
personas (sean de hecho o jurídicas). Buscando un símil
geométrico, el hombre sería un poliedro en el que cada cara es
un atributo que estaría conectado e intercambiaría información
con otros atributos de otros poliedros.
El hombre, sin embargo, crea organizaciones y actividades
económicas o no, con atributos diferentes que desarrollan
actividades también especializadas y que hacen posible la
división del trabajo. Estas organizaciones cubren en este
análisis un valor equivalente al que cobra cualquiera de la
variables discretas atribuidas al hombre. De hecho, la mayoría
tiene personalidad jurídica propia con unos objetivos que se
imponen, en las horas de trabajo, a los propósitos de los
individuos miembros de la organización.
Como decíamos anteriormente la complejidad de los sistemas
urbanos puede analizarse en parte, haciendo uso del concepto de
diversidad (H). Los organismos vivos y sobretodo el hombre y sus
organizaciones son portadores de información y guardan en un
determinado espacio, y de forma dinámica en el tiempo,
características que nos indican el grado de acumulación de
información y también de la capacidad para influir
significativamente en el presente y controlar el futuro. Podemos
establecer el grado de organización de un territorio así como su
potencialidad de intercambio informativo, en parte, a través del
análisis de la diversidad para diferentes realidades urbanas.
Sabiendo la cantidad de portadores de información diferentes que
se dan cita en un espacio concreto, nos permite saber, en
momentos temporales sucesivos, si la organización aumenta o
disminuye y en qué partes de la ciudad lo hace.
En los sistemas urbanos, hay también, además de los portadores
de información, unas densas redes que posibilitan el intercambio
de materia, energía e información entre estos portadores. Las
redes de intercambio de información de materia y energía
constituyen una parte importante de la organización del sistema.
Estas redes tienen mucho que ver con la complejidad de las
relaciones económicas, la movilidad de personas, materia y
energía, y el movimiento de información a través de las
tecnologías de comunicación. Las redes tienen un efecto
multiplicador del intercambio, en consecuencia, en la complejidad
del sistema. Aunque las redes tienen una complejidad mesurable
se considera que actúan como factores vinculadores de las
relaciones entre los portadores de información dinámica y menos
como portadores estrictos de información.
Todos los ecosistemas tienden al aumento de la complejidad y a
estadios más maduros de la sucesión[3]. En los ecosistemas
urbanos también sucede, y así está comprobado que la complejidad
tiene tendencia al aumento en su conjunto, (por ejemplo la
complejidad de Barcelona y su área metropolitana en conjunto, es
mayor que la ciudad de Barcelona y su conurbanización en los años
cincuenta); no obstante, también se comprueba que, a causa de
diversos factores ligados a la planificación funcionalista y el
mercado, buena parte de los territorios constituyentes de la
ciudad tienen una diversidad baja y una alta homogeneidad en sus
componentes.
Continuando con la misma línea teórica y en un afán de incluir
en la misma función la materia, la energía y la información, son
sugerentes los valores que puede adquirir en momentos diferentes
el cociente: [Margalef, R. , 1986].
Energía total consumida/(Biomasa total + portadores de
información)
Los ecosistemas tienen en la diversidad y en el cociente
indicado, buenas expresiones para indicar el estado conseguido
en la sucesión. El numerador expresa la energía consumida que
puede ser endosomática (alimentos) o exosomática y que fluye por
fuera del cuerpo. La energía externa aumenta el control del
hombre sobre los competidores. El control sobre el medio local
y sobre la naturaleza es sustancial y hoy se utilizan buena parte
de los excedentes energéticos, exosomáticos, para ganar
(determinar que ha de hacer el otro) en la competencia entre los
grupos humanos.
El denominador quiere expresar la obra construida o también es
la materialización de esta en organización biológica o cultural.
Lo que es importante reflejar con los valores obtenidos del
cociente, es si la organización aumenta con un mismo consumo de
energía, lo cual nos aportará un valor de eficiencia del sistema
y, en consecuencia, su valor en tiempos diferentes nos puede
indicar la tendencia positiva o negativa hacia la madurez.
El cociente antes indicado, que relaciona la energía y la
organización del sistema puede permitir señalar la dirección
evolutiva de éste. De hecho, el cociente de la energía dividida
por la biomasa más los portadores de información se configura
como la función guía que tiende a minimizarse en el tiempo en
aquellos sistemas que maximizan la recuperación de entropía en
términos de información y minimizan la proyección de entropía en
el entorno por un menor consumo de energía, es decir, una flecha
con tendencia a una situación ideal más estabilizadora, más
madura. Se podría esperar que la evolución de la ciudad haga que
la nueva cambie menos energía por unidad de información soportada
por la estructura.
La dificultad de hacer operativa la función mencionada, nos
obliga a hacer ciertas simplificaciones que nos permitan conocer,
al menos, algunas de las particularidades evolutivas del sistema;
de aquí que, a partir de la función guía, se hayan extraído
partes del denominador, las correspondientes a las unidades
estructurales por su imposibilidad de adicionarlas. La función
simplificada es E/H.
Las ciudades compactas y diversas maximizan la recuperación de
la entropía en términos de información.
Ilya Prigogine centró sus elaboraciones sobre el estudio de los
sistemas termodinámicamente abiertos, que intercambian materia
y energía con el mundo exterior, de manera que adquieren y
mantienen estructuras.
Razonó que el término general de la entropía puede dividirse en
dos partes. La primera refleja los intercambios entre el sistema
y el mundo exterior y la segunda describe qué cantidad de
entropía se produce dentro del mismo sistema. La segunda ley de
la termodinámica exige que la suma de estas dos partes sea
positiva, excepto en el estado de equilibrio, el primer término
será tan positivo que, aún siendo negativo el segundo término,
la suma seguirá siendo positiva. Esto significa que, sin violar
la segunda ley, los sistemas muy alejados del equilibrio pueden
experimentar una disminución de la entropía local. Para los
sistemas, esta disminución se manifiesta como un impresionante
aumento de organización interna. Para destacar la conexión entre
los procesos autoorganizativos y la gran producción de entropía,
Prigogine llama a tales relaciones sistemas "disipativos"
[Nicolis i Prigogine , 1977]. Al utilizarla para hacer notar la
aparición espontánea de la estructura organizada, Prigogine
destacó el importante papel positivo que puede desarrollar la
producción de entropía [Hayles, N.K , 1993].
Ningún acontecimiento pasa sin dejar huella. Si por un lado se
contabiliza como un aumento de la función entrópica, se puede
reconocer, por otro lado, bajo la forma de alguna modificación
en la estructura material donde se ha producido el cambio
irreversible, es decir, la creación de historia [Margalef, R.
, 1995].
En los ecosistemas, son necesariamente complementarios los
aspectos disipativos y los autoorganizativos capaces de
recuperar, en información persistente, una fracción
progresivamente creciente del equivalente de la entropía
producida [Margalef, R. , 1995]. Margalef establece que en los
sistemas se dan cita dos subsistemas que se acoplan: el
disipativo y el que acumula información. El subsistema disipativo
se renueva más rápidamente, y es el diferencial entrópico
utilizado para sustentar las estructuras más o menos próximas,
con una tasa de renovación más baja. Cuando este principio se da
entre dos sistemas, se dice que el sistema con más información
organizada explota al que presenta una menor complejidad.
La tasa de conversión del entorno en organización es diferente
según los sistemas. En los sistemas vivos y en los ecosistemas
naturales, hay una tendencia a maximizar la recuperación de
entropía en términos de información. Esta tendencia se manifiesta
tanto en la evolución (secuencia de generaciones en una especie)
como en la sucesión (secuencia temporal en la organización de un
ecosistema).
En los ecosistemas urbanos también se produce un aumento de
organización del sistema pero sin maximizar la recuperación de
entropía en términos de información. El abandono de este
principio posiblemente tiene su explicación en los excedentes de
energía fósil y en la capacidad de utilizar recursos en la
"creencia", al menos de facto, que estos son ilimitados.
El actual comportamiento de los sistemas urbanos, en competencia
voraz entre ellos, aunque como cualquier otro sistema de la
tierra siga las reglas y las leyes de la física, actúan como si
la "máquina" no tuviera que depender de los recursos ni de los
flujos residuales. Es una máquina en movimiento contínuo y,
además, acelerado. Como dice Margalef (1995), cuando el aumento
de la entropía contribuye muy poco a la autoorganización, porque
hay muchos recursos, se manifiesta la estrategia del despilfarro.
Este es el principio que L.Van Valen llamó en el año 1973 de la
Reina Roja, que toma su nombre de un personaje de Alicia en el
país de las maravillas, y que declara que se ha de correr todo
lo posible para mantenerse en el mismo lugar. Esta carrera
significa generar más entropía y en consecuencia aumenta la
incertidumbre del entorno.
El caso es que se actúa como si los recursos no tuvieran límite,
ni tampoco los tuvieran los contenedores donde van a parar los
residuos y la disipación energética. Cuando la competencia se
manifiesta por caminos apartados de la maximización en la
recuperación de entropía, únicamente la escasez de recursos
esenciales o la reducción drástica de la flexibilidad de alguna
variable del entorno, puede parar esta carrera de velocidad en
aumento. El peligro no es competir sino competir sin tener en
cuenta el aumento de entropía.
Mientras los sistemas humanos han estado sustentados sobre la
base energética proveniente del sol, la aceleración de los
cambios se limitaba por la propia eficiencia de la captación. La
resultante ha sido una parsimonia en la transformación mientras
que la entropía no era significativamente más alta que la
esperada por la propia dinámica de disipación a los ritmos que
los sistemas marcaban con su funcionamiento y la muerte de sus
individuos.
Desde la revolución industrial, la energía del sol almacenada en
períodos geológicos anteriores se consume a ritmos crecientes,
sumándose la disipación de ésta a la disipación energética que
la radiación incidente procedente del sol aporta en el momento
presente. El excedente de energía consumida aumenta la cantidad
de energía disipada y crea una aceleración de la transformación,
una espiral de consumo energético-cambio
científico-técnico-complejidad-aceleración en la
transformación-mayor consumo energético-cambios
científicos-técnicos-mayor transformación..., basado en el
despilfarro de recursos, que parece más un intento de impedir que
otros utilicen los recursos y posicionarse mejor que los
competidores, que un intento de aumentar el orden y la
estabilidad de los sistemas. Parece también una carrera donde los
participantes quieren llegar al "final" con un botín y en unas
condiciones más ventajosas. Es lo que los economistas han llamado
el crecimiento económico, a la vez que han buscado primero
hacerlo "sostenido" y ahora "sostenible" (Naredo J.M., vid Cap.
I)
La flecha del crecimiento sostenido provoca que la idea de
obsolescencia sea consustancial con la propia mercancía y así un
coche no puede durar más de un determinado tiempo o un número de
kilómetros, una pieza de ropa no ha de durar mucho más de una
temporada por la calidad de la ropa o por la moda, que los
productos vayan con envases de usar y tirar, etc. Hoy se tienen
suficientes indicios para pensar que la obsolescencia se ha
extendido también a las áreas construidas (López de Lucio, R.).
En Cataluña el número de rótulos de alquiler y venta de los
apartamentos construidos en la costa en los últimos años es una
muestra; el abandono de muchas viviendas en las ciudades
compactas para ocupar casas en la ciudad difusa es otra. Se
observan así, paralelamente, zonas en declive y áreas en fase de
"colonización", con el consiguiente deterioro de un patrimonio
consolidado, a la vez que se invierte en la creación de otro de
nueva planta. (Naredo, J.M.)
La renovación de cualquier mercancía, incluyendo los productos
del mercado del suelo es una de las características sobre las que
se sustenta el actual modelo de crecimiento. Las empresas de
construcción, los agentes inmobiliarios y los estrategas de la
banca, etcétera, en las últimas décadas, han dinamizado y
acelerado la actividad constructora de infraestructuras y
arquitectónica, con lo que han aproximado la lógica de la venta
de sus productos a la de los bienes de gran consumo. El recurso,
el suelo en este caso, es un recurso no renovable y queda
inmobilizado.
En los ecosistemas no humanos, la evolución hacia organizaciones
relativamente estables y de competencia intensa conduce a un gran
ralentización de los procesos de transformación de la materia y
la energía, en una especie de evolución de estructuras y formas
de organización que minimizan la entropía no aprovechada para
conseguir el mismo nivel de información.
Como hemos dicho anteriormente, todos los ecosistemas presentan
también partes diferenciadas con ritmos diferentes tanto en
acumulación de información, como en la disipación de energía.
Esta diferenciación de funciones, permite a la estructura más
organizada recuperar una parte de la información relacionada con
el proceso disipativo periférico que es el que proporciona la
energía necesaria para el cambio. En un trayecto imaginario entre
el centro de una ciudad y su periferia, la complejidad es
diferente hasta llegar a cotas reducidas. Estas consumen gran
parte de los recursos de manera acelerada, pasando una parte de
la información para mantener y aumentar la estructura más
compleja del centro, o dicho de otro modo, para mantener o
aumentar la diversidad potencial de comportamientos del centro
(en el centro hay de todo y mucho). La periferia se puede alargar
tan lejos como se quiera, a Almería que nos provee de productos
alimentarios, o a Argelia que nos proporciona gas natural. El
centro es el que determina qué hace o qué ha de hacer la
periferia, desde el centro se envía la orden de crear y aprobar
una urbanización, un centro comercial o de explotar una cantera.
Pero, en la economía global, el centro y la periferia de la
ciudad, son también periferia de otros centros, que disponen los
modelos y los estilos de vida que debemos adoptar, que determinan
y condicionan dónde aplicar una nueva inversión para instalar una
actividad industrial o, en sentido inverso, para desmantelar una
actividad ya existente.
Los sistemas, para ser explotables, se han de mantener abiertos
y simplificados [Margalef , 1995]. La explotación que se ejerce
sobre grandes zonas del territorio que han estado ocupadas en un
proceso acelerado de urbanización es elevada. El mantenimiento
del sistema es a base de un consumo energético y de materiales
que los habitantes del territorio difuso tendrán que pagar
suplementariamente.
La simplificación de las diversas zonas del territorio urbano
provocado por el funcionalismo se realiza necesariamente con un
consumo mayor de materia y energía. La parte disipativa del
sistema la constituye, sobre todo, la periferia de la ciudad, que
es comparable a un campo de cultivo en términos de explotación.
Si en el caso del campo lo que se necesita son plantas de
crecimiento rápido, en el caso de los sistemas urbanos, se trata
de crear una estructura de mayor consumo y más acelerado. Se
trata de ir creando nuevas superficies urbanizadas poco diversas
y recoger frutos de una organización nueva y simplificada. Son
subsistemes de crecimiento acelerado con unas tasa E/H elevadas
y, como en los sistemas naturales, los excedentes producidos en
los sistemas urbanos permiten el aumento relativo de los
componentes menos productivos.
Como ya se ha comentado, los explotadores pueden estar muy lejos
del lugar de la explotación. De hecho no es una casualidad que
los estilos de vida despilfarradores de suelo, materia y energía
sean cada vez más homogéneos en amplios territorios del globo;
mantener y aumentar grandes áreas-región en sistemas abiertos y
simplificados no deja de ser una estrategia de explotación de los
que tienen poder para hacerlo. Los mecanismos para conseguir la
mencionada simplificación son diversos y hoy es probable que en
nuestro país se desregulen los usos del suelo para poder aumentar
la tasa de ocupación urbanizada o que los centros vayan perdiendo
diversidad para que puedan ser ocupados por servicios y
actividades similares.
Maximizar los intercambios, aumentar hasta el máximo, en espacios
reducidos y compactos, los miembros diversos con capacidad de
relación, es decir, hombres, sociedades y organizaciones y
organismos vivos, añadiendo las redes que hacen posible el
intercambio de bienes y de información (red económica, red de
movilidad física y red de movilidad de información), es aumentar
su diversidad potencial de comportamientos. Si este aumento de
complejidad se hace intentando maximizar la recuperación de
entropía en términos de información, el modelo de crecimiento se
acerca a la idea de sostenibilidad, mientras que el modelo que
se sustenta maximizando la entropía que se proyecta en el
entorno, se aproxima a la idea de crecimiento sostenido.
Se ha indicado que la reducción de la complejidad del entorno,
iba supeditada a un aumento de la complejidad del sistema urbano.
Se ha puesto de manifiesto que el aumento actual de la
complejidad del sistema urbano se efectúa a costa de aumentar la
entropía generada, que se proyectará en el entorno y aumentará
a la vez incertidumbre. Es por ello que el único aumento de la
complejidad que puede reducir la incertidumbre del entorno, es
aquella que sigue los principios de minimización entrópica que
se proyecta en el entorno.
Perseguir la minimización de la entropía, al mismo tiempo que
maximizamos la complejidad de nuestros sistemas urbanos,
maximizando la entropía que convertimos en información, obliga
a volver a recalificar los intercambios, a reconceptualizar
muchas variables y poner valor a otras con la voluntad de
aumentar la capacidad de anticipación del sistema. El sistema
económico, o también el intercambio de bienes, tendría que
acomodar sus instrumentos al máximo aprovechamiento de los
recursos y la minimización (en cantidad y peligrosidad) de los
residuos, al mismo tiempo que la energía de transformación se
hace depender cada vez más de la radiación solar (única fuente
que no aumenta la entropía del planeta). El aprovechamiento
máximo de los recursos y de minimización de residuos a escala
local quiere decir establecer un grado de explotación máximo de
los sistemas naturales y agrícolas respetando su permanencia en
el tiempo.
El proceso de implantación de nuevos espacios urbanizados es
necesariamente lento para poder encajar e interrelacionar los
diversos componentes que lo configuran en una flecha temporal
dirigida al aumento de la complejidad.
En aquellas partes de la ciudad o en aquellos núcleos urbanos que
se han hecho lentamente y de manera ininterrumpida, sin
perturbaciones importantes, consolidando y renovando las
estructuras que las sostienen, ha ido aumentando la diversidad
de sus componente (Hi) y, en consecuencia, han ido aumentado los
depósitos de información organizada proporcionadora de
estabilidad y oportunidades, en contra de un aumento excesivo de
nueva estructura sostenida en un despilfarro del suelo, de la
energía y del tiempo y en el creciente consumo de recursos.
Los crecimientos explosivos, como el que ha sucedido en los
últimos 25 años en las regiones metropolitanas, proporcionan una
aportación mayor de energía y más oportunidades para las nuevas
colonizaciones y reinicializaciones. Pero, en estructuras más
maduras, las oportunidades son menores aunque aumenten también
la diversidad y se cree una mayor estabilidad. Los sistemas más
maduros tienden a preservar testimonios más numerosos del pasado
en el mismo lugar, incluyendo información suplementaria
[Margalef, R. , 1992].
En una interpretación dinámica e histórica de la ocupación del
espacio urbano, el proceso generador se ve condenado a perder
ímpetu, a medida que va quedando encajado en un aumento gradual
de estructuras o motivos que proliferan cada vez con más detalle,
y en los que parece ser que la indeterminación se va
introduciendo. Las posibilidades que tiene un espacio virgen y
la determinación de las estructuras y las funcionalidades en sus
orígenes son mayores que las que pueden encontrarse en fases
avanzadas de conformación de la urbanización.
Del mismo modo, cuando se aplica energía masivamente en el
desarrollo de la planificación, o se introducen actividades
económicas que impactan sobre el tejido de actividades ya
estructurado, se presentan perturbaciones capaces de destruir
información; esto es lo que acontece, normalmente, en situaciones
discontínuas en el tiempo y en el espacio, y como consecuencia
de acontecimientos que se puedan considerar originados en
sistemas más amplios o envolventes.
En cualquier sistema, los primeros colonizadores del suelo,
suelen ser oportunistas, para pasar posteriormente a ser
colonizados por actividades más especializadas y de calidad. El
diseño de la nueva urbanización y/o remodelación de la existente,
deberá incluir los espacios para desarrollo de actividades
mezcladas y de usos diversos; también debería incluir las
actividades industriales. El crecimiento de los nuevos espacios
urbanizados y la renovación de los ya existentes debería basarse
en la calidad (menos en la cantidad), en el aumento de la
información organizada, la eficiencia energética y en la
reducción en el consumo de recursos.
Cada espacio, por pequeño que sea, debería ser tratado con la
atención necesaria para convertirse en un espacio de calidad y
de identificación positiva. La insania que proyectan las áreas
degradadas por efecto de la acción humana se incrusta en el
inconsciente colectivo en la misma medida que la propia
degradación. Incorporar nuevos espacios para nuestra
satisfacción, sustrayéndolo a los usos que la naturaleza hacía,
parece que habría de tener un significado alejado de la lógica
lineal que prescinde de otro objetivo que no sea el propio de la
acción de transformación, para insertarse en una lógica sistémica
(lógica en circuito) donde el espacio, recurso escaso, ocupa una
función propia, pero al mismo tiempo unida formalmente con el
resto de componentes del sistema. La acción de transformación ha
de concebir la búsqueda de la calidad, incluso de las partes más
mínimas. Es el peaje formal que reclama todo espacio a
transformar. Lo contrario es el despilfarro actual del espacio,
que ofrece espacios atractivos limitados, espacios que suelen
coincidir con zonas reducidas de una gran complejidad, o bien
espacios para hacer una función única, pero que la presencia deja
de tener sentido cuando la función se ha realizado. Los espacios
intersticiales entre los espacios funcionales, la mayoría, suelen
padecer una manifiesta degradación.
Para las entropías no termodinámicas también podríamos hablar de
producción de entropía de manera similar a como se hace con la
entropía termodinámica. En este caso, las fuerzas y flujos
implicados también están relacionados con procesos irreversibles
en la línea temporal que marca la sucesión del ecosistema.
Después de la formulación del conocido "principio de Margalef",
llamado así por K. Matsuno en 1978, que postula que en los
sistemas la parte con menos información, en relación con la
velocidad con que aumenta o se "produce" entropía, alimenta a la
parte que ya se caracterizaba por una mayor densidad de
información, el principio de la entropía no sería un factor de
uniformización del universo sino todo lo contrario: sería
garantía de su diferenciación y de su progresiva organización
[Margalef, R. , 1995].
El mantenimiento y/o aumento de la complejidad de un espacio
ocupado por un sistema se desarrolla a costa de disminuir y
simplificar otros espacios. Hay un flujo neto de materiales,
energía y al menos, información desde el espacio menos maduro
(menos complejo) al espacio más maduro (que tiene más
complejidad). En este caso la complejidad (la información
organizada) sería la fuerza y el flujo estaría constituido por
el tráfico de materia, energía e información de un ecosistema
menos maduro a un espacio más complejo. Es lo que se llama
explotación de un espacio sobre otro. Esto es así también en los
ecosistemas urbanos pero con un añadido diferencial, ya que el
hombre tiene la facultad de actuar de manera intencionada y
consciente.
El poder de explotación de un espacio sobre otro, o simplemente
el poder que atesora un espacio podría venir determinado por la
expresión P = I . E o mejor P = f(I.E), donde el poder sería una
función de la información organizada en el espacio I y de su
consumo de energía E. Entre dos espacios que interactuan donde
P1 > P2 parece que el flujo neto de materiales y/o de energía y/o
información irá en la dirección de mantener o aumentar la
complejidad de P1 y de simplificar o reducir la complejidad de
P2. Puede suceder también que el flujo de materiales o incluso
de energía se invierta, pero en este caso se ha de enmarcar en
el papel que este flujo tiene en el aumento o disminución de la
complejidad de los dos sistemas. Por ejemplo, la aportación de
materiales residuales de un espacio más maduro a otro menos
complejo, no deja de ser un flujo de materia que puede parecer
invertido; no obstante, este flujo libera de un cierto impacto
al espacio más complejo y degrada el espacio más simplificado.
La clave de la sostenibilidad global está en ver hasta qué punto
la organización del espacio más simplificado es capaz de utilizar
los residuos para enriquecer su estructura, por ejemplo usando
los residuos orgánicos para potenciar la fotosíntesis. El flujo,
por lo tanto, se ha entender en el contexto de creación o
reducción de estructura y organización.
Conocer todo el contenido de I y la influencia que sus diferentes
componentes tienen sobre los cambios en el tiempo y las
dimensiones potenciales que seguirá el sistema, tiene el mismo
significado que intentar conocer toda la información en el
ejemplo del demonio de Laplace, donde se pone de manifiesto la
dificultad de concebir, incluso teóricamente, la determinación
de un conjunto de números que representaran, con precisión
infinita, el valor de las condiciones iniciales de un sistema.
Como señala Wagensberg la idea de una información infinita nos
proporcionaría una trayectoria única para el sistema en donde no
hay lugar para el azar, y en el caso del uso de abstracciones
matemáticas relacionadas con la probabilidad de sucesos, nos
proporcionaría una familia, acotada si se quiere, de infinitas
trayectorias donde existe un margen para el azar.
En consecuencia, una aproximación más operativa de P, vendría
dada por la sustitución de I por H de manera que se pudiera
obtener una medida de la complejidad del sistema. Aunque la
sustitución representa renunciar prácticamente al orden funcional
del sistema, por lo menos nos permite aproximarnos a una
complejidad posicional o arquitectual de éste. Quizá sería más
correcto que se corrigieran los valores de cada uno de los
componentes de H en función de su capacidad de influencia sobre
el futuro.
La medida de H, como dice Margalef nos da una cierta medida del
barroquismo necesario para que exista cierta estabilidad en una
comunidad de especies. En nuestro caso los componentes de H se
sitúan no solamente en la existencia de especies diferentes sino
también, puesto que estamos hablando de un ecosistema urbano, en
la existencia de categorías de información que poseen los
individuos (titulación, profesión, renta, etc.) y las actividades
y organizaciones significativas que se crean y que, de una manera
u otra, influyen en el futuro.
Hace un tiempo salía en las páginas del diario "La Vanguardia"
un artículo de Ricardo Bofill donde se preguntaba entre otras
cuestiones, cuales eran las ciudades poderosas del mundo y qué
había de hacer Barcelona para situarse en el ranquing de las
ciudades más poderosas del planeta. Postulaba que para empezar
a ser alguna cosa, en este concierto de ciudades poderosas, se
debía de aumentar la población de Barcelona hasta que consiguiera
una cantidad cercana a los 12 millones. Este número permitiría
tener la masa crítica de consumo de materiales, de energía, de
suelo etc. para conseguir los servicios que proporcionan
suficiente poder en este concierto de ciudades. En el mismo
artículo exponía que en el mismo nivel de las ciudades poderosas
están los centros universitarios de prestigio mundial como
Harvard. Lo único que hacía Bofill era una constatación de estas
dos realidades tan diferentes pero no analizaba cual era el
factor que proporcionaba el poder en uno y en el otro caso.
De entrada, se puede entender que el poder de los dos sistemas,
el de una ciudad, pongamos por caso Nueva York, y el de un centro
universitario, pongamos por ejemplo Harvard, se sustenta en dos
estrategias diferentes. En el primer caso el poder se sustentaría
en la complejidad de la estructura de intercambio de bienes y de
información; en el segundo caso su poder estaría basado,
fundamentalmente, en la complejidad de la información organizada.
En el primer caso, se sigue una estrategia unida a la cantidad,
al consumo de ingentes cantidades de suelo, de energía y de
materiales, siguiendo la máxima "The big is powerfull", y
entendiendo que las unidades de información que entran en
sistemas más grandes gozan de ventajas (son sistemas complejos
en su conjunto, no en sus partes); en el segundo caso, la
estrategia es de calidad entendiendo que su complejidad
informativa le confiere ventajas sobre otros sistemas con una
menor complejidad informativa, puesto que la información no se
suma sino que se multiplica.
Estas dos estrategias, las podríamos cuantificar a través de la
ecuación P = I .E, en el caso de Nueva York su poder iría ligado
sobre todo al valor de E y menos de I; en el caso de Harvard el
valor de P tendría en el factor información el valor más elevado.
Si para los ecosistemas esto es así, entonces es cuando se abre
un camino para establecer estrategias de planificación en los
ecosistemas urbanos, basadas más en el aumento de complejidad de
éstos y menos en el consumo despilfarrador de recursos.
Todo proceso de explotación representa sacar alguna cosa de un
ecosistema, alguna cosa que sería capitalizada por aquél y
utilizado en hacer avanzar la sucesión, llegando a nuevas etapas
de organización. Existe, pues, una oposición íntima entre
explotación y sucesión. Una conservación total nada más es
posible en la falta completa de explotación. Pero, muchas veces,
cuando se habla de conservación es en sentido relativo, sin
pretender llegar al clímax, sino, por ejemplo, mantener un
ecosistema con cierta estructura y cierto nivel de explotación
sostenible. Sin embargo todavía esto puede ser difícil. La mayor
parte de las áreas que en la actualidad se proponen para ser
conservadas son áreas residuales que no habían estado utilizadas
desde hace tiempo por su mala calidad o situación. Todos los
parques naturales están en la montaña o en las marismas, terrenos
que antiguamente se habían conceptuado como inhóspitos.
El modelo de ordenación del territorio que se propone es el
mantenimiento de cierta estructura y de un cierto nivel de
explotación sostenible de los sistemas no urbanos (rurales y
naturales) y una ciudad compacta y diversa en todas sus partes
en los sistemas urbanos. El modelo contaría, en un trayecto
imaginario, con dos extremos de una fuerte diversidad
constituidos por la ciudad compacta, densa y diversa y en el otro
lado por un bosque (o un ecosistema natural) de tamaño
suficiente, también diverso y con una tasa de renovación P/B
relativamente reducida. En el centro, el "campo" de juego,
cultivos, pastos, vallados, donde las interacciones del hombre
y de algunos organismos del bosque son fuertes y se mantiene
reducida la diversidad biótica de las comunidades.
En los extremos (la ciudad compacta, el bosque), en teoría, el
número de especies puede aumentar casi indefinidamente, y ser la
densidad de cada una de ellas relativamente baja y la intensidad
de las interacciones, también. Esto puede facilitar la
especialización, y es probable que pase en ambientes estables a
lo largo de la sucesión, que iría acompañada por una atenuación
de todos los cambios posibles.
De acuerdo con Margalef (1992), en Europa la explotación
tradicional de la tierra se basaba en granjas que organizaban el
espacio a su alrededor como un mosaico de campos de cultivo,
vallados, pastos, y fragmentos de bosques, siguiendo una
organización del campo, más o menos relacionada con las cuencas
de recepción. Se ha comprobado que este mosaico resulta un
instrumento de conservación muy eficaz; de esta manera ha
mantenido e incluso aumentado la diversidad de las comunidades
vegetales. La fitosociología se ha enriquecido con muchas
comunidades organizadas por la acción del hombre. El mecanismo
básico que ha conducido hacia una estructura de este tipo es el
grado diferente de explotación que se ha mencionado
anteriormente, es decir, la explotación fue más intensa allí
donde el sistema era ya más productivo y más suave en las
regiones agrestes y los suelos más pobres. Parece que este
paisaje es "razonable" desde cualquier punto de vista ecológico.
Se relacionan las cuencas con la estructura indicada. De hecho,
el modelo de explotación heterogénea se relacionaba, también en
cuanto al tamaño, con las características topográficas.
Las estructuras reticuladas son comunes en los sistemas naturales
heterogéneos. Los subsistemas menos organizados y menos
productivos suelen ser puntiformes y se encuentran inmersos en
una retícula de sistemas más organizados o más maduros. La
principal causa es que las perturbaciones que suponen las
regresiones a partir de un estadio final más estable se suelen
dar en puntos discretos. La distribución en manchas del plancton
da soporte a este punto de vista de estructura reticulada donde
los sistemas más maduros forman un retículo que envuelve manchas
productivas y explotadas. Es un tipo de estructura natural que
se desarrolla espontáneamente, y que pude ser especialmente
persistente ante factores de destrucción heterogéneos [Margalef,
R. , 1992].
Hayles, N.K (1993) "La evolución del caos. El orden dentro del
desorden en las ciencias contemporáneas" (Gedisa Editorial.)
Margalef, R. (1986) "Ecología" (Editorial Omega.)
Margalef, R. (1991) "Teoría de los sistemas ecológicos". (Entidad
Editora Universitat de Barcelona.)
Margalef, R. (1992) "Ecología" ((Edición revisada). Editorial
Planeta.)
Margalef, R. (1992) "Planeta Azul, Planeta Verde" (Prensa
Científica, S.A.)
Margalef, R. (1995) "La ecología entre la vida real y la física
teórica" (Investigación y ciencia. Ed. Prensa Científica.)
Morín, E. (1994) "Introducción al pensamiento complejo" (Gedisa
Editorial.)
Nicolis, G. y Prigogine, I. (1977) "Self-Organization in
Nonequilibrium Systems: From Dissipative Structures to order
through Fluctuations" (New York: Wiley)
Odum, H.T. y Odum, E.C. (1980) "Energy basis for man on nature"
(Mc Graw Hill inc. New York.)
Rueda, J.M. (1995) "Sistema: Conceptualización y Metodología"
(Diputació de Barcelona. Servei de Serveis.)
Fecha de referencia: 30-06-1997
Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p2/a008.html |