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Tras la aparición de Informe sobre Nuestro futuro común
(1987-1988) coordinado por Gro Harlem Brundtland en el marco de
las Naciones Unidas, se fué poniendo de moda el objetivo del
"desarrollo sostenible" entendiendo por tal aquel que permite
"satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas".
A la vez que se extendía la preocupación por la "sostenibilidad"
se subrayaba implícitamente, con ello, la insostenibilidad del
modelo económico hacia el que nos ha conducido la civilización
industrial. Sin embargo, tal preocupación no se ha traducido en
la reconsideración y reconversión operativa de este modelo hacia
el nuevo propósito. Ello no es ajeno al hecho de que el éxito de
la nueva terminología se debió en buena medida al halo de
ambigüedad que la acompaña: se trata de enunciar un deseo tan
general como el antes indicado sin precisar mucho su contenido
ni el modo de llevarlo a la práctica. En lo que sigue
recordaremos cual fué el caldo de cultivo que propició su éxito,
cuando otras propuestas similares formuladas con anterioridad no
habían conseguido prosperar. Propuestas que van desde la
pretensión de los economistas franceses del siglo XVIII, hoy
llamados fisiócratas, de aumentar las "riquezas renacientes" sin
menoscabo de los "bienes fondo", ... hasta las preocupaciones por
la "conservación" en la pasada década de los sesenta o por el
"ecodesarrollo" de principios de los setenta, a las que haremos
referencia más adelante. Anticipemos, pues, que no es tanto su
novedad, como su controlada dosis de ambigüedad, lo que explica
la buena acogida que tuvo el propósito del "desarrollo
sostenible", en un momento en el que la propia fuerza de los
hechos exigía más que nunca ligar la reflexión económica al medio
físico en el que ha de tomar cuerpo. Sin embargo, la falta de
resultados inherente a la ambigüedad que exige el uso meramente
retórico del término, se está prolongando demasiado, hasta el
punto de minar el éxito político que acompañó a su aplicación
inicial. La insatisfacción creciente entre técnicos y gestores
que ha originado esta situación, está multiplicando últimamente
las críticas a la mencionada ambigüedad conceptual y solicitando
cada vez con más fuerza la búsqueda de precisiones que hagan
operativo su uso.
El presente documento tratará de responder a las mencionadas
demandas de operatividad. Para ello se impone una clarificación
conceptual previa que pasa por identificar las diferentes y
contradictorias lecturas que admite el consenso político
generalizado de hacer sostenible el desarrollo. Porque mientras
la meta sea ambigua no habrá acción práctica eficaz, por mucho
que el pragmatismo reinante trate de buscar atajos afinando el
instrumental antes de haber precisado las metas. Sólo precisando
las metas se podrán elegir instrumentos de medida apropiados para
ver si nos alejamos o no de ellas y para evaluar las políticas
y los medios utilizados para alcanzarlas. Para poner en práctica
este esquema, se analizará primero el origen del término
"desarrollo sostenible" y la utilización que se ha venido
haciendo del mismo, para añadir después precisiones al propósito
de la "sostenibilidad" desde los distintos sistemas de
razonamiento que se contempla. Este esclarecimiento conceptual
permitirá avanzar más sólidamente tanto en la búsqueda de
aplicaciones operativas del mismo en el terreno que nos ocupa,
como en el enjuiciamiento y la presentación del catálogo de
buenas prácticas para una ciudad sostenible, que se abordan a lo
largo de este documento.
La aceptación generalizada del propósito de hacer más
"sostenible" el desarrollo económico es, sin duda, ambivalente.
Por una parte evidencia una mayor preocupación por la salud de
los ecosistemas que mantienen la vida en la Tierra, desplazando
esta preocupación hacia el campo de la gestión económica. Por
otra, la grave indefinición con la que se maneja este término
empuja a hacer que las buenas intenciones que lo informan se
queden en meros gestos en el vacío, sin que a penas contribuyan
a reconvertir la sociedad industrial sobre bases más sostenibles.
Reflexionemos sobre el origen de este término, para hacerlo luego
sobre su contenido.
El extendido uso del epíteto "sostenible" en la literatura
económico-ambiental se inscribe en la inflación que acusan las
ciencias sociales de términos de moda cuya ambigüedad induce a
utilizarlos más como conjuros que como conceptos útiles para
comprender y solucionar los problemas del mundo real. Como ya
había advertido tempranamente Malthus en sus "Definiciones en
Economía Política" (1827), el éxito en el empleo de nuevos
términos viene especialmente marcado, en las ciencias sociales,
por su conexión con el propio statu quo mental, institucional,
y terminológico ya establecidos en la sociedad en la que han de
tomar cuerpo. El éxito del término "sostenible" no es ajeno a
esta regla, sobre todo teniendo en cuenta que nació acompañando
a aquel otro de "desarrollo" para hablar así de "desarrollo
sostenible". Recordemos las circunstancias concretas que
propiciaron el éxito de este término y que enterraron aquel otro
de "ecodesarrollo" que se empezaba a usar en los inicios de los
setenta.
Cuando a principios de la década de los setenta el Primer Informe
del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, junto con
otras publicaciones y acontecimientos, pusieron en tela de juicio
la viabilidad del crecimiento como objetivo económico planetario,
Ignacy Sachs (consultor de Naciones Unidas para temas de
medioambiente y desarrollo) propuso la palabra
"ecodesarrollo"como término de compromiso que buscaba conciliar
el aumento de la producción, que tan perentoriamente reclamaban
los paises del Tercer Mundo, con el respeto a los ecosistemas
necesario para mantener las condiciones de habitabilidad de la
tierra. Este término empezó a utilizarse en los círculos
internacionales relacionados con el "medioambiente" y el
"desarrollo", dando lugar a un episodio que vaticinó su suerte.
Se trata de la declaración en su día llamada de Cocoyoc, por
haberse elaborado en un seminario promovido por las Naciones
Unidas al más alto nivel, con la participación de Sachs, que tuvo
lugar en l974 en el lujoso hotel de ese nombre, cerca de
Cuernavaca, en Méjico. El propio presidente de Mejico,
Echeverría, suscribió y presentó a la prensa las resoluciones de
Cocoyoc, que hacían suyo el término "ecodesarrollo". Unos días
más tarde, según recuerda Sachs en una reciente entrevista
[Sachs, I. , 1994], Henry Kissinger manifestó, como jefe de la
diplomacia norteamericana, su desaprobación del texto en un
telegrama enviado al presidente del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente: había que retocar el vocabulario
y, más concretamente, el término "ecodesarrollo" que quedó así
vetado en estos foros. Lo sustituyó más tarde aquel otro del
"desarrollo sostenible", que los economistas más convencionales
podían aceptar sin recelo, al confundirse con el "desarrollo
autosostenido" (self sustained growth) introducido tiempo atrás
por Rostow y barajado profusamente por los economistas que se
ocupaban del desarrollo. Sostenido (sustained) o sostenible
(sustainable), se trataba de seguir promoviendo el desarrollo tal
y como lo venía entendiendo la comunidad de los economistas. Poco
importa que algún autor como Daly matizara que para él
"desarrollo sostenible" es "desarrollo sin crecimiento",
contradiciendo la acepción común de desarrollo que figura en los
diccionarios estrechamente vinculada al crecimiento.
Predominó así la función retórica del término "desarrollo
sostenible" subrayada por algunos autores [Dixon, J.A. y Fallon,
L.A. , 1991], que explica su aceptación generalizada: "la
sostenibilidad parece ser aceptada como un término mediador
diseñado para tender un puente sobre el golfo que separa a los
`desarrollistas' de los `ambientalistas'. La engañosa simplicidad
del término y su significado aparentemente manifiesto ayudaron
a extender una cortina de humo sobre su inherente ambigüedad"
[O'Riordan, T. , 1988]. En fin que parece que lo que más
contribuyó a sostener la nueva idea de la `sostenibilidad' fueron
las viejas ideas del `crecimiento' y el `desarrollo' económico,
que tras la avalancha crítica de los setenta necesitaban ser
apuntaladas.
De esta manera, veinte años después de que el Informe del Club
de Roma preparado por Meadows sobre los límites del crecimiento
(1971) pusiera en entredicho las nociones de crecimiento y
desarrollo utilizadas en economía, estamos asistiendo ahora a un
renovado afán de hacerlas "sostenibles" asumiendo acríticamente
esas nociones que se habían afianzado abandonando las
preocupaciones que originariamente las vinculaban al medio físico
en el que se encuadraban. La forma en la que se ha redactado y
presentado en 1992 un nuevo Informe Meadows, titulado "Más allá
de los límites" [Meadows, D.H. y D.L. , 1991] constituye un buen
exponente de la fuerza con la que soplan los vientos del
conformismo conceptual en el discurso económico. El deterioro
planetario y las perpectivas de enderezarlo son bastante peores
que las de hace veinte años, pero los autores, para evitar que
se les tilde de catastrofistas, se sienten obligados a estas
alturas a escudarse en la confusa distinción entre crecimiento
y desarrollo económico, para advertir que, "pese a existir
límites al crecimiento, no tiene por qué haberlos al desarrollo"
[Meadows, D.H. y D.L. , 1991] y a incluir el prólogo de un
economista tan consagrado como es Tinbergen, y galardonado además
con el premio Nobel, en el que se indica que el libro es útil
porque "clarifica las condiciones bajo las cuales el crecimiento
sostenido, un medio ambiente limpio e ingresos equitativos pueden
ser organizados".
Sin embargo, a la vez que se extendió la utilización banalmente
retórica del término "desarrollo sostenible", se consiguió
también hacer que la idea misma de `sostenibilidad' cobrara vida
propia y que la reflexión sobre la viabilidad a largo plazo de
los sistemas agrarios, industriales... o urbanos tuviera cabida
en las reuniones y proyectos de administraciones y universidades,
dando lugar a textos como el que estamos elaborando que pretenden
avanzar en la clarificación y aplicación de esta idea.
Con todo, frente a la tendencia todavía imperante entre políticos
y economistas a asumir acríticamente la meta del crecimiento (o
desarrollo) económico, se acusa también la aparición reciente de
algunos textos marcadamente críticos y clarificadores del
propósito de moda del desarrollo sostenible. Entre éstos destacan
el "Diccionario del desarrollo", dirigido por Wolfgang Sachs y
el libro de Richard B. Norgaard titulado "El desarrollo
traicionado". En la introducción al primero de ellos Sachs señala
que " la idea del desarrollo permanece todavía en pie, como una
especie de ruina, en el paisaje intelectual... Ya es hora de
desmantelar su estructura mental. Los autores de este libro
tratan conscientemente de trascender la difunta idea del
desarrollo con el ánimo de clarificar nuestras mentes con nuevos
análisis" [Sachs, W. , 1992]. Por su parte Norgaard subraya la
inconsistencia de unir las nociones de sostenibilidad y
desarrollo, concluyendo que "es imposible definir el desarrollo
sostenible de manera operativa con el nivel de detalle y de
control que presupone la lógica de la modernidad" [Norgaard,
R.B. , 1994]. Y, en el reciente Congreso Internacional sobre
"Technology, Sustainable Development and Imbalance", que tuvo
lugar en Tarrasa (14-16 de diciembre de 1995) se levantaron voces
críticas señalando que el objetivo de la sostenibilidad se
revelaba incompatible con el desarrollo de un sistema económico
cuya globalización origina a la vez la homogeneización cultural
y la destrucción ambiental [Norgaard, R.B. , 1996]. Llegándose
incluso a calificar a la "cultura del silencio" sobre estos temas
que propició la retórica del "desarrollo sostenible", de
verdadera "corrupción de nuestro pensamiento, nuestras mentes y
nuestro lenguaje" [M'Mwereria, G.K. , 1996]. Es en el fondo esta
"corrupción mental" la que ha impedido la clarificación
conceptual y la revisión crítica del statu quo que reclamarían
los avances significativos en favor de la sostenibilidad global.
Para ello habría que bajar del pedestal que hoy ocupa la propia
idea del crecimiento económico como algo globalmente deseable e
irrenunciable y advertir que la sostenibilidad no será fruto de
la eficiencia y del desarrollo económico, sino que implica sobre
todo decisiones sobre la equidad actual e intergeneracional.
Cuando el término "desarrollo sostenible" está sirviendo para
mantener en los países industrializados la fé en el crecimiento
y haciendo las veces de burladero para escapar a la problemática
ecológica y a las connotaciones éticas que tal crecimiento
conlleva, no está de más subrayar el retroceso operado al
respecto citando a John Stuart Mill, en sus Principios de
Economía Política (1848) que fueron durante largo tiempo el
manual más acreditado en la enseñanza de los economistas. Cuando
se aceptaba que la civilización industrial estaba abocada a
toparse con un horizonte de "estado estacionario", este autor
decía hace más de un siglo: "no puedo mirar al estado
estacionario del capital y la riqueza con el disgusto que por el
mismo manifiestan los economistas de la vieja escuela. Me inclino
a creer que, en conjunto, sería un adelanto muy considerable
sobre nuestra situación actual. Confirmo que no me gusta el ideal
de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de
los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que
aplastar, dar codazos y pisar los talones al que va delante,
característicos del tipo de sociedad actual, e incluso que
constituyen el género de vida más deseable para la especie
humana... No veo que haya motivo para congratularse de que
personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser, hayan
doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún
placer, excepto como representativos de riqueza,... sólo en los
países atrasados del mundo es todavía el aumento de producción
un asunto importante; en los más adelantados lo que se necesita
desde el punto de vista económico es una mejor distribución...
Sin duda es más deseable que las energías de la humanidad se
empleen en esta lucha por la riqueza que en luchas guerreras,...
hasta que inteligencias más elevadas consigan educar a las demás
para mejores cosas. Mientras las inteligencias sean groseras
necesitan estímulos groseros. Entre tanto debe excusársenos a los
que no aceptamos esta etapa muy primitiva del perfeccionamiento
humano como el tipo definitivo del mismo, por ser excépticos con
respecto a la clase de progreso económico que excita las
congratulaciones de los políticos ordinarios: el aumento puro y
simple de la producción y de la acumulación". Sin embargo, los
afanes que concita el simple aumento generalizado de éstos
permanecen bien vivos, mientras que el problema de exceso de
residuos predomina hoy sobre el ocasionado por la falta de
recursos que, hace un siglo, se veía como el principal freno que
impondría al sistema un horizonte de "estado estacionario". La
situación actual se revela más problemática porque, en que en vez
de toparse la expansión del sistema con el límite objetivo que
impone la falta de recursos, esta expansión está provocando un
deterioro ecológico cada vez más acentuado, con lo que la
moderación y reconversión del sistema no sólo habría que
aceptarla, como hacía J.S.Mill viendo su parte positiva, sino
incluso promoverla para evitar que prosiga el mencionado
deterioro. Es decir, hace falta que la sociedad reaccione a las
señales de deterioro en las condiciones de habitabilidad de la
Tierra, corrigiendo el funcionamiento del sistema económico que
lo origina.
Poca voluntad, se aprecia, de hacer planes de reconversión de la
sociedad actual hacia bases más sostenibles o físicamente
viables, por mucho que las referencias a la sostenibilidad
aparezcan en multitud de publicaciones y declaraciones. Si
hubiera verdadero afán de aplicar ese propósito habría que
empezar por romper ese "cajón de sastre" de la producción de
valor, para enjuiciar el comportamiento físico de las actividades
que contribuyen a ella. Esto es lo que con poca fortuna
pretendieron los autores hoy llamado fisiócratas cuando, hace más
de dos siglos, proponían aumentar la producción de riquezas
"renacientes" (hoy diríamos renovables) sin detrimento de los
"bienes fondo" o de los stocks de riquezas preexistentes, siendo
descalificados en este empeño por los economistas posteriores,
que erigieron el mencionado "cajón de sastre" del valor como
centro de la ciencia económica, separándolo del contexto físico
y social en el que se desenvolvía. Vemos, pues, que no se trata
tanto de "descubrir la pólvora" de la sostenibilidad como de
desandar críticamente el camino andado, volviendo a conectar lo
físico con lo monetario y la economía con las ciencias de la
naturaleza.
La mayor parte de la indefinición vigente procede del empeño de
conciliar el crecimiento (o desarrollo) económico con la idea de
sostenibilidad, cuando cada uno de estos dos conceptos se
refieren a niveles de abstracción y sistemas de razonamientos
diferentes: las nociones de crecimiento (y de desarrollo)
económico encuentran su definición en los agregados monetarios
homogéneos de "producción" y sus derivados que segrega la idea
usual de sistema económico, mientras que la preocupación por la
sostenibilidad recae sobre procesos físicos singulares y
heterogéneos. En efecto, la idea de crecimiento (o desarrollo)
económico con la que hoy trabajan los economistas, se encuentra
desvinculada del mundo físico y no tiene ya otro significado
concreto y susceptible de medirse que el referido al aumento de
los agregados de Renta o Producto Nacional. Es decir, de
agregados monetarios que, por definición, hacen abstracción de
la naturaleza física heterogénea de los procesos que los generan,
careciendo por lo tanto de información y de criterios para
enjuiciar la sostenibilidad de estos últimos: para ello habría,
como se ha indicado, que romper la homogeneidad de ese "cajón de
sastre" de la producción de valores pecuniarios para analizar la
realidad física subyacente.
En primer lugar hay que advertir que la ambigüedad conceptual de
fondo no puede resolverse mediante simples retoques
terminológicos o definiciones descriptivas o enumerativas más
completas de lo que ha de entenderse por sostenibilidad (al igual
que ocurre con las nociones de producción o de desarrollo, que
encuentran implícitamente su definición en la propia idea de
sistema económico): a la hora de la verdad, el contenido de este
concepto no es fruto de definiciones explícitas, sino del sistema
de razonamiento que apliquemos para acercarnos a él.
Evidentemente si, como está ocurriendo, no aplicamos ningún
sistema en el que el término sostenibilidad concrete su
significado, éste se seguirá manteniendo en los niveles de
brumosa generalidad en los que hoy se mueve. Sin que las brumas
se disipen por mucho que intentemos matizarlo con definiciones
explícitas y discutamos si interesa más traducir el término
inglés originario sustainability por sostenibilidad, durabilidad
o sustentabilidad.
Por lo tanto, clarificar la situación exige, en primer lugar,
identificar cual es la interpretación del objetivo de la
sostenibilidad que se puede hacer desde la noción usual de
sistema económico, cuáles son las recomendaciones para atenderlo
que se extraen dentro de este sistema de razonamiento y cuáles
son las limitaciones de este planteamiento. Afortunadamente estas
cuestiones han sido ya respondidas por un economista tan
altamente cualificado para ello como es Robert M. Solow. Este
autor, que había sido galardonado con el premio Nobel en 1987
precisamente en razón de sus trabajos sobre el crecimiento
económico, se tomó la molestia de definir la sostenibilidad
"desde la perspectiva de un economista" [Solow, R. , 1991] y en
hacer las oportunas recomendaciones al respecto [Solow, R.
, 1992]. Tras advertir que si queremos que la sostenibilidad
signifique algo más que un vago compromiso emocional, Solow
señala que debemos precisar lo que se quiere conservar,
concretando en algo el genérico enunciado del Informe de la
Comisión Brundtland arriba mencionado. Para Solow lo que debe ser
conservado es el valor del stock de capital (incluyendo el
capital natural) con el que cuenta la sociedad, que es lo que,
según este autor, otorgaría a las generaciones futuras la
posibilidad de seguir produciendo bienestar económico en igual
situación que la actual. Para Solow el problema estriba, por una
parte, en lograr una valoración que se estime adecuadamente
completa y acertada del stock de capital y del deterioro
ocasionado en el mismo, por otra, en asegurar que el valor de la
inversión que engrosa anualmente ese stock cubra, al menos, la
valoración anual de su deterioro. "El compromiso de la
sostenibilidad se concreta así en el compromiso de mantener un
determinado montante de inversión productiva", pues, según este
autor, "el pecado capital no es la extracción minera, sino el
consumo de las rentas obtenidas de la minería" [Solow, R. , 1992].
El tratamiento del tema de la sostenibilidad en términos de
inversión, explica que se haya extendido entre los economistas
la idea de que el problema ambiental encontrará solución más
fácil cuando la producción y la renta se sitúen por encima de
ciertos niveles que permitan aumentar sensiblemente las
inversiones en mejoras ambientales. Como explica también la
recomendación a los países pobres de anteponer el crecimiento
económico a las precupaciones ambientales, para lograr cuanto
antes los niveles de renta que, se supone, les permitirán
resolver mejor su problemática ambiental.
Como no podía ser de otra manera, vemos que la lectura del
objetivo de la sostenibilidad que se puede hacer desde la idea
usual de sistema económico, es una lectura que se circunscribe
lógicamente al campo de lo monetario. Pero, como el propio Solow
precisa, ello no quiere decir que el problema así planteado pueda
encontrar solución en el universo aislado de los valores
pecuniarios o de cambio, a base de que los economistas
especializados descubran nuevas técnicas de valoración de los
recursos naturales y ambientales y practiquen los oportunos
retoques en las estimaciones del stock de capital y de los
agregados, obteniendo así el "verdadero" Producto Neto que puede
ser consumido sin que se empobrezcan las generaciones futuras.
Solow reconoce que los precios ordinarios de transacción no
aportan una respuesta adecuada y advierte que "francamente, en
gran medida, mi razonamiento depende de la obtención de unos
precios-sombra aproximadamente correctos" para lo cual, concluye,
"estamos abocados a depender de indicadores físicos para poder
juzgar la actuación de la economía con respecto al uso de los
recursos ambientales. Así, el marco conceptual propuesto debería
ayudar también a clarificar el pensamiento en el propio campo del
medio ambiente" [Solow, R. , 1992]. Con independencia de la fe que
se tenga en las posibilidades que brinda el camino sugerido por
Solow de corregir los agregados económicos habituales,
subrayemos, como él mismo hace, que su propuesta no está reñida
con, sino que necesita apoyarse en, el buen conocimiento de la
interacción de los procesos económicos con el medio ambiente en
el que se desenvuelven, restableciendo la conexión entre el
universo aislado del valor en el que venían razonando los
economistas y el medio físico circundante o, con palabras
diferentes, abriendo el "cajón de sastre" de la producción de
valor para analizar los procesos físicos subyacentes.
Con todo hay que advertir que el tratamiento de las cuestiones
ambientales (y, por ende, de la propia idea de sostenibilidad)
ha escindido hoy las filas de los economistas. En efecto, por un
parte, se han magnificado las posibilidades del enfoque
mencionado sin subrayar su dependencia de la información física
sobre los recursos y los procesos. Por otra, toda una serie de
autores más o menos vinculados a la corriente agrupada en torno
a la revista y la asociación "Ecological Economics", advierten
que el tratamiento de las cuestiones ambientales, y de la propia
idea de sostenibilidad, requieren no sólo retocar, sino ampliar
y reformular la idea usual de sistema económico. La principal
limitación que estos autores advierten en la interpretación que
se hace de la sostenibilidad desde la noción usual de sistema
económico, proviene de que los objetos que componen esa versión
ampliada del stock de capital no son ni homogéneos ni
necesariamente sustituibles. Es más, se postula que los elementos
y sistemas que componen el "capital natural" se caracterizan más
bien por ser complementarios que sustitutivos con respecto al
capital producido por el hombre [Daly, H. , 1990]. Esta limitación
se entrecruza con aquella otra que impone la irreversibilidad
propia de los principales procesos de deterioro (destrucción de
ecosistemas, suelo fértil, extinción de especies, agotamiento de
depósitos minerales, cambios climáticos, etc.). Ehrlich apunta
que el flujo circular en el que la inversión corrige el deterioro
ocasionado por el propio sistema que la produce, es inviable en
el mundo físico: "es el simple diagrama de una máquina de
movimiento perpetuo, que no puede existir más que en la mente de
los economistas" [Ehrlich, P.R. , 1989]. Por eso sólo cabe
representar el funcionamiento de organismos, poblaciones o
ecosistemas en términos de sistemas abiertos, es decir, que
necesitan degradar energía y materiales para mantenerse en vida.
La clave de la sostenibilidad de la biosfera está en que tal
degradación se articula sobre la energía que diariamente recibe
del Sol y que en cualquier caso se iba a degradar (y no en que
la biosfera sea capaz de reparar tal degradación).
La imposibilidad física de un sistema que arregle internamente
el deterioro ocasionado por su propio funcionamiento, invalida
también la posibilidad de extender a escala planetaria la idea
de que la calidad del medio ambiente esté llamada a mejorar a
partir de ciertos niveles de producción y de renta que permitan
invertir más en mejoras ambientales. Estas mejoras pueden
lograrse ciertamente a escala local o regional, pero el ejemplo
que globalmente ofrece el mundo industrial no resulta hasta ahora
muy recomendable, ya que se ha venido saldando con una creciente
importación de materias primas y energía de otros territorios y
con la exportación hacia éstos de residuos y procesos
contaminantes. Lo cual viene a ejemplificar la posibilidad común
en el mundo físico de mantener e incluso mejorar la calidad
interna de un sistema a base de utilizar recursos de fuera y de
enviar residuos fuera. La otra posibilidad supondría rediseñar
el sistema para conseguir que utilice más eficientemente los
recursos y, en consecuencia, genere menos pérdidas ya sea en
forma de residuos o de pérdida de calidad interna. El problema
estriba en que una diferencia cualitativa tan capital como la
indicada no tiene un reflejo claro en el universo homogeneo del
valor, como tampoco lo tiene en general la casuística de los
procesos físicos que se oculta bajo el velo monetario de la
producción agregada de valor.
Viendo las limitaciones que ofrece la aproximación al tema de la
sostenibilidad que se practica desde el aparato conceptual de la
economía estándar, la mencionada corriente de autores trata de
analizar directamente las condiciones de sostenibilidad de los
procesos y sistemas del mundo físico sobre los que se apoya la
vida de los hombres. Se llega así, según Norton [Norton, B.G.
, 1992], a dos tipos de nociones de sostenibilidad diferentes que
reponden a dos paradigmas diferentes: una sostenibilidad débil
(formulada desde la racionalidad propia de la economía estándar)
y otra fuerte (formulada desde la racionalidad de esa economía
de la física que es la temodinámica y de esa economía de la
naturaleza que es la ecología). En lo que sigue nos ocuparemos
de esta sostenibilidad fuerte, que se preocupa directamente por
la salud de los ecosistemas en los que se inserta la vida y la
economía de los hombres, pero sin ignorar la incidencia que sobre
los procesos del mundo físico tiene el razonamiento monetario.
Pues es la sostenibilidad en el sentido fuerte indicado, la que
puede responder a la sostenibilidad de las ciudades y de los
asentamientos humanos, en general, sobre la que se centra este
documento.
El segundo paso para superar el estadio de indefinición actual
se centra así en la sostenibilidad de procesos y sistemas
físicos, separadamente de las precupaciones económicas ordinarias
sobre el crecimiento de los agregados monetarios. Reflexionemos,
pues, sobre la noción de sostenibilidad fuerte para disipar sus
propias ambigüedades, dejando ya de lado el tema del
"desarrollo". Para ello, lo primero que tenemos que hacer es
identificar los sistemas cuya viabilidad o sostenibilidad
pretendemos enjuiciar, así como precisar el ámbito espacial (con
la consiguiente disponibilidad de recursos y de sumideros de
residuos) atribuido a los sistemas y el horizonte temporal para
el que se cifra su viabilidad. Si nos referimos a los sistemas
físicos sobre los que se organiza la vida de los hombres
(sistemas agrarios, industriales,...o urbanos) podemos afirmar
que la sostenibilidad de tales sistemas dependerá de la
posibilidad que tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse
de residuos, así como de su capacidad para controlar las pérdidas
de calidad (tanto interna como "ambiental") que afectan a su
funcionamiento. Aspectos éstos que, como es obvio, dependen de
la configuración y el comportamiento de los sistemas sociales que
los organizan y mantienen. Por lo tanto la clarificación del
objetivo de la sostenibilidad es condición necesaria pero no
suficiente para su efectiva puesta en práctica. La conservación
de determinados elementos o sistemas integrantes del patrimonio
natural, no sólo necesita ser asumida por la población, sino que
requiere de instituciones que velen por la conservación y
transmisión de ese patrimonio a las generaciones futuras, tema
éste sobre el que insiste Norgaard en los textos citados.
Es justamente la indicación del ámbito espacio-temporal de
referencia la que da mayor o menor amplitud a la noción de
sostenibilidad (fuerte) de un proyecto o sistema: cualquier
experimento de laboratorio o cualquier proyecto de ciudad puede
ser sostenible a plazos muy dilatados si se ponen a su servicio
todos los recursos de la Tierra, sin embargo muy pocos lo serían
si su aplicación se extendiera a escala planetaria. Hablaremos,
pues, de sostenibilidad global, cuando razonamos sobre la
extensión a escala planetaria de los sistemas considerados,
tomando la Tierra como escala de referencia y de sostenibilidad
local cuando nos referimos a sistemas o procesos más parciales
o limitados en el espacio y en el tiempo. Asi mismo, hablaremos
de sostenibilidad parcial cuando se refiere sólo a algún aspecto,
subsistema o elemento determinado (por ejemplo, al manejo de
agua, de algún tipo de energía o material, del territorio) y no
al conjunto del sistema o proceso estudiado con todas sus
implicaciones. Evidentemente, a muy largo plazo, tanto la
sostenibilidad local como la parcial, están llamadas a converger
con la global. Sin embargo, la diferencia entre sostenibilidad
local (o parcial) y la global cobra importancia cuando, como es
habitual, no se razona a largo plazo.
El enfoque analítico-parcelario aplicado a la solución de
problemas y a la búsqueda de rentabilidades a corto plazo,
predominante en la civilización industrial, ha sido una fuente
inagotable de "externalidades" no deseadas y de sistemas cuya
generalización territorial resultaba insostenible en el tiempo,
siendo paradigmático el caso de los sistemas urbanos. Ya que las
mejoras obtenidas en las condiciones de salubridad y
habitabilidad de las ciudades que posibilitaron su enorme
crecimiento, se consiguieron generalmente a costa de acentuar la
explotación y el deterioro de otros territorios. El problema
estriba en que este crecimiento no solo se revela globalmente
insostenible, sino que pone también en peligro los logros en
salubridad y habitabilidad, por lo que los tres aspectos deben
de tratarse conjuntamente. El Libro verde del medio ambiente
urbano (1990) de la Unión Europea (UE) superó los planteamientos
parcelarios habituales, al preocuparse no sólo de las condiciones
de vida en las ciudades, sino también de su incidencia sobre el
resto del territorio. Este planteamiento coincide con la
sostenibilidad global antes indicada y se mantiene en documentos
posteriores: en particular el Informe final del Grupo de Expertos
sobre Medio Ambiente Urbano de la UE, titulado Ciudades Europeas
Sostenibles (1995) señala que "el desafío de la sostenibilidad
urbana apunta a resolver tanto los problemas experimentados en
el seno de las ciudades, como los problemas causados por las
ciudades". Sin embargo, cinco años depués de haber enunciado la
meta de la sostenibilidad global, todavía no se han establecido
ni el aparato conceptual ni los instrumentos de medida necesarios
para aplicarlo con pleno conocimiento de causa y establecer su
seguimiento: el nuevo documento mencionado se lanza a discutir
las políticas favorables a la sostenibilidad sin apenas añadir
precisión sobre el contenido de ésta, ni sobre la compleja
problemática que entraña la amplitud del enfoque adoptado, dadas
las múltiples interconexiones que observan los sistemas
intervenidos o diseñados por el hombre sobre el telón de fondo
de la biosfera (en relación, claro está, con la hidrosfera, la
litosfera y la atmósfera). Si queremos enjuiciar la
sostenibilidad de las ciudades en el sentido global antes
mencionado, hemos de precuparnos no sólo de las actividades que
en ellas tienen lugar, sino también de aquellas otras de las que
dependen aunque se operen e incidan en territorios alejados.
Desde esta perspectiva enjuiciar la sostenibilidad de las
ciudades nos conduce por fuerza a enjuiciar la sostenibilidad (o
más bien la insostenibilidad) del núcleo principal del
comportamiento de la civilización industrial. Es decir,
incluyendo la propia agricultura y las actividades extractivas
e industriales que abastecen a las ciudades y a los procesos que
en ellas tienen lugar. Ya que el principal problema reside en que
la sostenibilidad local de las ciudades se ha venido apoyando en
una creciente insostenibilidad global de los procesos de
apropiación y vertido de los que dependen.
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Fecha de referencia: 30-06-1997
Documentos > La Construcción de la Ciudad Sostenible > http://habitat.aq.upm.es/cs/p2/a004.html |