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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
Este proyecto se desarrolla a partir de la hipótesis general de que
existen modos diversos e interrelacionados de habitar, recorrer y
representar la ciudad y que estos modos tienen que ver, de una
parte, con la experiencia de la migración y, de otra, con la
diferencia étnica y sexual. El objetivo es conocer cómo se produce
esta singularidad en la experiencia urbana de algunas mujeres
inmigrantes y determinar cómo se establece el vínculo entre
espacio, sentido y subjetividad. Un vínculo que opera
simultáneamente en dos direcciones interrogando, de una parte,
sobre lo qué hacen los sujetos con el espacio, es decir, el modo en
que su presencia y su actuación modifica el entorno y, de otra,
sobre cómo el entorno afecta y transforma a estos mismos sujetos.
Naturalmente, en un barrio multiétnico como es Lavapiés todo el
mundo forma parte del espacio a interpretar. Por activa o por
pasiva somos parte del paisaje cotidiano y, en este sentido,
nuestros ires y venires son un indicio para el resto, materia que
comunica la diversidad de nuestro vecindario y que sirve para que
nos interpretemos mutuamente y nos interpreten los que vienen de
paso. El lema "Lavapiés, un barrio, muchos mundos" promovido por la
Red de Lavapiés en la que participan asociaciones de inmigrantes,
okupas, colectivos educativos y culturales y asociaciones de
vecinos expresa de manera sintética esta misma idea sobre la
diversidad y comunicabilidad de los procesos de espacialización.
Una aproximación de estas características sitúa en primer plano la
experiencia espacial de quien investiga, los ejes sobre los que
efectúe mi propio proceso de espacialización como vecina e
investigadora y, en los últimos tiempos, como alguien que vive
fuera pero está siempre de vuelta. Mi percepción y actuación de
barrio, la de la comunidad que constituyo junto otras mujeres que
pueblan La Escalera Karakola, una casa okupada de mujeres, se hace
visible en su especificidad y se presta al diálogo incierto, en
ocasiones estéril y abiertamente asimétrico de lo multicultural.
Figura 1: Lavapiés, muchos barrios.
Naturalmente, abordar los distintos procesos de territorialización
y su influencia en la formación de entornos multiculturales resulta
una tarea sumamente ambiciosa. Esta investigación constituye
primeramente un sondeo, una manera de entrar en este diálogo desde
una localización concreta haciéndola evidente y reflexionando sobre
el juego de miradas e interpretaciones del que inevitablemente ya
somos parte.
En una primera aproximación que consistía en entrevistas abiertas
y recorridos con algunas inmigrantes marroquíes de Lavapiés y La
Latina, registrados con una grabadora o una cámara de video,
emergieron cuestiones sumamente interesantes ligadas a la
residencia, los desplazamientos y las relaciones en el entorno
urbano. A título indicativo me voy a referir a alguna de las líneas
de investigación que se abrieron en este primer momento [Vega
, 1997]. La primera, tiene que ver con los efectos de la movilidad
residencial. Algunas de las inmigrantes entrevistadas habían
residido en el poblado chabolista de Peña Grande y encontraban
excesivamente solitaria y compartimentada en cuanto a tiempos,
espacios, labores y contactos la vida en una vivienda del centro.
Las fotos y testimonios sobre la vida "aquí" y en Peña Grande ponen
de manifiesto el contraste entre la segmentación espacio-temporal
de la experiencia femenina en las calles y casas del centro y la
que se producía en el entorno del poblado. Quedaba por indagar,
entre otras cosas, el modo en que estas experiencias se relacionan
con aquellas que se producían en el país de origen. La segunda, se
refiere a la movilidad interurbana. La mayor parte de las
marroquíes trabajan en el servicio doméstico y se desplazan a
diario a zonas residenciales de las afueras como La Moraleja o
Mirasierra. Esto quiere decir que una parte sustancial del día la
pasan en el transporte público, que emerge con fuerza durante las
entrevistas como un dispositivo que articula la vida cotidiana y,
en un sentido amplio, la idea de la ciudad. Las descripciones sobre
la vida en el centro indican un contraste entre los recorridos
pendulares de las mujeres y las frecuentes deambulaciones
masculinas por las inmediaciones de la vivienda. Un tercer aspecto
a tener en cuenta es la atracción que las marroquíes sienten por la
zona comercial de Gran Vía y Sol, una de las áreas predilectas de
paseo. En otro lugar explicaba cómo se podía interpretar este hecho
a la luz de varios fenómenos interrelacionados: los hábitos de ocio
y consumo que se imponen en las metrópolis occidentales, el deseo
de anonimato que hace posible el centro con sus dispositivos de
control difuso radicalmente diferentes de la zonificación y
segregación que articulan la ciudad fortificada [2] y la oportunidad
que tienen los y las inmigrantes de regular dentro de ciertos
límites las estrategias de visibilidad e invisibilidad que ofrecen
este tipo de superficies lisas [Benayoun , 1988], [Vega , 1997]. Con
respecto a esto último, no hay nada tan revelador como el uso que
hacen las segundas y terceras generaciones de inmigrantes
adolescentes de los centros comerciales en toda Europa. Mencionaré
un último aspecto más anclado al entorno inmediato puesto que una
de las preguntas a las que trataba de buscar respuesta es si las
mujeres a las que entrevistaba manejaban la idea de barrio, en
otras palabras, quería saber si encontraban pertinente la
designación que recibe el área de Lavapiés y La Latina.
Evidentemente, aquí el factor decisivo era el tiempo de residencia
y los contactos locales. En relación al entorno de familiaridad, me
sorprendieron dos expresiones recurrentes de las entrevistadas que
afirmaban tajantemente, por un lado, que "no salían" y apenas si se
movían por la zona y, por otro, que "no conocían a nadie". Dos
afirmaciones que aunque no encajaban con la realidad que
evidenciaban los itinerarios en los que ejercí de acompañante
-recorridos en los que se me mostraban lugares frecuentados y en
los que se producían numerosos saludos y se entablaban
conversaciones con otras mujeres- revelaban dos aspectos
significativos acerca de la percepción del entorno inmediato. Así
pues, el sentido que estas mujeres daban a "conocer" y "salir" era
distinto al mío, acaso similar al de otras mujeres nativas para las
que salir no tiene nada que ver con los movimientos cotidianos por
el vecindario. Indagando un poco más sobre esta cuestión salieron
a relucir algunas insatisfacciones y actitudes de ambivalencia
cuando no de fuga con respecto a las relaciones sociales entre
marroquíes en el contexto del barrio. Según parece, el proceso de
reconocimiento que hace posible la visibilidad intraétnica y que
acaba por componer una extensa red de conocidas funciona a la
perfección mientras que el de comunicación ocasiona muchos más
problemas [3].
Pues bien, todos estos fenómenos concernientes a la experiencia
urbana de las marroquíes merecen un estudio más detallado. Lo que
me gustaría tratar en este texto, sin embargo, tiene que ver con la
aproximación al espacio en tanto espacio vivenciado y, en
particular, con la posibilidad de construir el itinerario como una
unidad de análisis que permita dar cuenta de las diferentes
estrategias de territorialidad. En este sentido, las reflexiones
que voy a apuntar a continuación constituyen un esfuerzo por ir
dando forma a una aproximación cartográfica que inspirándose en la
idea de Henri Lefevre sobre la "ininterrumpida producción social
del espacio" se articula a partir del nexo que une lo geográfico,
lo rítmico y lo comunicativo. En el ámbito de lo geográfico es en
el que se determinan las condiciones significativas de ubicación y
movilidad; en él, se trazan los recorridos habituales y
extraordinarios con el fin de mostrar el espacio conocido. El
rítmico atiende a la componente temporal que se inscribe en el
espacio; los ritmos de los lugares y de las acciones que en ellos
se efectúan. Por último, el nivel comunicativo recoge las
dimensiones corporeizadas inscritas en la ubicación y el
desplazamiento; condiciones de visibilidad, accesibilidad,
proximidad, seguridad, etc. El agenciamiento de estas componentes
heterogéneas dan forma a la vivencia del espacio.
Por lo general, los desplazamientos están anclados a ciertas
actividades cotidianas como comprar el pan, coger el metro o ir a
buscar a los niños a la guardería. Además de dar sentido práctico
al espacio, estas actividades ordenan los desplazamientos en
secuencias temporalizadas de acuerdo con un patrón de conducta
espacial significativo más o menos estable ("a la vuelta de la
guardería compro el pan porque me pilla de paso"). En ocasiones,
los desplazamientos están guiados por actividades puntuales de
carácter específico para las que hay que diseñar un plan. En otros
casos, en los que no existe un diseño previo del recorrido, hay que
improvisar y decidir el rumbo en función del tiempo del que se
dispone, de las indicaciones de otras personas o de lo que se desee
ir haciendo sobre la marcha. Así pues, no es lo mismo que yo le
pida a alguien que me indique sus recorridos habituales a que me
enseñe el barrio que conoce o efectúe una deriva. El itinerario
puede ser el mismo pero no necesariamente. Se trata de
desplazamientos diferentes que se articulan en torno a planes
diferentes. En este sentido, cabe distinguir distintos tipos de
recorridos, cada uno de los cuales estará animado por necesidades
expresivas diferentes. Como explicaré más adelante, cuando pase al
análisis de los itinerarios, el proceso de espacialización en tanto
experiencia sensible y significante del medio se estructura en gran
medida en torno a las actividades y las demandas que guían los
distintos tipos de desplazamientos.
Estudiar el espacio a partir de la experiencia cotidiana difiere de
otro tipo de enfoques geográficos que lo abstraen de las
condiciones de tránsito y lo contemplan como una lista de elementos
topográficos y una estructura de relaciones geométricas. Las
convenciones cartográficas, las que operan en el diseño y lectura
de un callejero por ejemplo, extraen elementos del entorno
construido para servir de guía en los desplazamientos a través de
la ciudad. Nada en el callejero apela a la plataforma
multisensorial del transeúnte, a su memoria de los lugares o a la
carga simbólica de los escenarios que lo conforman. Para leerlo es
preciso estar familiarizada con el lenguaje que organiza la
representación espacial de calles y manzanas y, si acaso, con los
símbolos que indican el acceso al transporte público y a algunos
edificios oficiales y religiosos [4].
Durante las entrevistas con las mujeres marroquíes quedó claro que
estas convenciones se alejan de manera clara de sus prácticas de
orientación. El siguiente croquis, dibujado por Tamou con el fin de
mostrar el entorno de familiaridad, pone de manifiesto que si bien
la entrevistada advierte la utilidad de la representación del
plano, desconoce el método que permite conectar gráficamente los
puntos que señalan los lugares mediante los segmentos lineales que
indican el trazado. Esta experiencia de intraducibilidad de los
mapas pero también de dificultad a la hora de dibujar un croquis se
repitió en más de una ocasión, a veces con resultados muy negativos
puesto que para las entrevistadas era un reflejo de su
analfabetismo y falta de instrucción. En ocasiones, mi propia
tendencia hacia el mapa, en tanto modelo privilegiado de
representación espacial en Occidente, oscurecía otro tipo de
estrategias de orientación en las que el lenguaje cobraba mayor
peso.
En estos casos, el problema que supone desplazarse por un área
desconocida de la ciudad o explicar fuera del terreno cómo llegar
al lugar de destino se solventa de distintas maneras. Tamou acude
a su hijo de catorce años, él contempla el mapa y apela a la
memoria que su madre guarda de los hitos, de los enclaves
significativos o simplemente hace alusión a las designaciones que
ella conoce. Los nombres se entremezclan con localizaciones
relativas, índices espaciales y temporales que cobran valor durante
la enunciación, y con recreaciones verbales del escenario en las
que se evocan dimensiones subjetivas que nada tienen que ver con la
estructura de medición extensiva sino con relaciones de proximidad
("muy cerca de nosotros") o valorizaciones acerca del bullicio, la
comodidad o la iluminación [5].
Tanto la percepción locativa como la memoria que guardamos de los
lugares se construye sobre una base multisensorial que sitúa al
propio cuerpo como referencia inmediata sobre la que componer las
relaciones de proximidad. Los elementos visuales -el cartel
luminoso de un supermercado, las obras de rehabilitación o la
parada del autobús- sirven de estímulo y juegan un papel central a
la hora de moverse. De entre todos ellos, extraemos aquellos que
nos resultan pertinentes por ser más llamativos, porque forman
parte del dispositivo de orientación que mejor manejamos o porque
están integrados en la red de actividades que guían nuestros pasos.
De este modo, los estímulos circundantes que se perciben de forma
fragmentada al modo de flashes se convierten en elementos
significantes, en secuencias para la comunicación. Acción,
percepción multisensorial e interpretación se integran en un
proceso dinámico de construcción espacial cuyo resultado lo
constituye un circuito complejo hecho de actuaciones, sensaciones
y significados que transitan lo social.
El objetivo de los mapas cognitivos consiste en poner de manifiesto
las operaciones mentales que emplean los sujetos para resolver los
desplazamientos. Según algunos autores, la observación es la única
vía que permite exteriorizar fielmente la imagen mental del espacio
vivenciado [de Castro , 1997]. Las relaciones geométricas del mapa
son incapaces de reproducir la riqueza de estímulos y el proceso
dinámico que los conecta como parte de una acción social
significante. El dibujo, como acabo de explicar, no está exento de
problemas. Por otra parte, la memoria sobre la que se asienta el
relato de la actuación espacial está sometida al olvido y no
siempre permite reproducir con precisión la complejidad del
escenario. Sólo el comportamiento observable, concluyen estos
autores, constituye una base fiable para una geografía de la vida
cotidiana. Para elaborar un mapa cognitivo se emplean cuestionarios
cuyo fin es suscitar la competencia que orienta el desplazamiento:
los elementos topográficos relevantes, las denominaciones, las
relaciones de proximidad que los articulan, etc. Evidentemente,
este procedimiento se adecúa al análisis empírico de la resolución
de desplazamientos pero no resulta apropiado a la hora estudiar la
valorización del espacio que, de este modo, queda reducida a una
matriz de proximidades. A esta limitación hay que sumarle la falta
de atención al proceso comunicativo que se pone en marcha cuando
alguien evalúa el espacio cotidiano. El espacio connotado, espacio
filmado, designado, narrado, memorizado pero también recorrido
(como muestran los estudios de proxémica) se articula como parte de
un acto de comunicación y, de este modo, deja de ser simplemente el
escenario de fondo sobre el que se desarrollan los acontecimientos
de la vida. Más allá de los ires y venires que se dejan observar,
la territorialización expresa significados que se componen de
manera más o menos coherente en un discurso. Nuestros movimientos,
los de nuestros cuerpos sexuados, cuerpos con sus marcas, sus
posturas y disposiciones son materia de expresión y son
inevitablemente un soporte para la interpretación realizada por
otras gentes. Desde este punto de vista, las percepciones que
extraemos del espacio para convertirlas en significado vuelven a él
conformándolo como entidad significante, como hecho cultural.
Mi propuesta de trazar cartografías se desarrolla a partir del
análisis de algunos fragmentos de vida en la calle, fragmentos
sobre los que aún no es posible extraer conclusiones generales pero
sí algunas reflexiones sobre las que ir avanzando. Trataré de
describir brevemente cuatro instancias de desplazamiento a la luz
de la aproximación al espacio desde la vivencia que he esbozado
anteriormente.
El primer desplazamiento forma parte de un ejercicio de
autoanálisis que se realizó al inicio de esta investigación. El
objetivo era poner de manifiesto mi propia visión del barrio de
Lavapiés y la de otras tres mujeres que caminaban con cámaras
fotográficas. El Lavapiés que yo enseño tras la cámara ilustra
claramente las cuestiones que yo deseaba investigar: el sentido de
las fronteras del barrio, el papel de las fachadas en la percepción
de la idea de lo viejo (una valorización que anda en la cabeza de
muchos vecinos) y la sensación que produce el peculiar trazado del
barrio con calles muy inclinadas y laberínticas. Según puso de
manifiesto más en el trazado de mi recorrido sobre el mapa, la ruta
seguida reproduce los límites que yo pongo al barrio [7] con calas
en algunas calles en las que quiero destacar algunos elementos
significativos como el contraste entre edificios viejos y otros de
reciente construcción, la estructura de las corralas, el estado de
algunos edificios abandonados y/o ruinosos y las obras de
rehabilitación. A pesar de mi insistencia en mostrar los aspectos
del espacio edificado que he señalado, el video reproduce algunas
escenas de la vida cotidiana del barrio: un hombre recogiendo
cartón, ancianos hablando en el parque, un grupo de gente sin techo
bebiendo al sol, la actividad de venta al por mayor de la calle
Mesón de Paredes, los gitanos vendiendo fruta en la esquina de
Encomienda, el mercado de Antón Martín, la presencia policial o las
dificultades de una anciana para moverse entre las obras y los
coches. Hay, así mismo, algunas imágenes de las tiendas de
comestibles marroquíes y de algunas mujeres que caminan por la
calle. Se puede decir que el itinerario sigue un plan de acción del
que yo no era muy consciente en aquel momento y que dicho plan está
diseñado fundamentalmente en torno a una de las cuestiones que
quería indagar desde el comienzo: las transformaciones del espacio
edificado y su impronta subjetiva.
Figura 4: Encuentros en el barrio.
El segundo video, realizado por un grupo de okupas de la Escalera
Karakola, responde a un programa totalmente distinto. Las okupas
atraviesan el barrio justo por el centro sin seguir una ruta
preestablecida. No existe un lugar de destino y el recorrido se va
decidiendo sobre la marcha aunque responde, en gran medida, al
deseo de comunicar una forma de transitar el espacio que se hace de
encuentros, lugares y acontecimientos escasamente programados. Este
deseo de comunicar y reflexionar sobre la relación con el medio es,
en último término, el que impulsa a las okupas a coger la cámara.
En el video se muestran calles en las que se ubicaban okupaciones
anteriores, edificios vacíos susceptibles de ser okupados y algunas
localizaciones y actividades que podríamos calificar como
pintorescas: conversaciones entre vecinas, una mujer tendiendo la
ropa y contemplando la calle desde el balcón, el interior de
algunas tiendas antiguas de comestibles y una peluquería donde se
puede ver un cristo adornado con flores de plástico. Durante la
deriva se desarrollan una serie de acciones espontáneas que tienen
que ver con elementos del espacio que, de algún modo, salen al paso
y estimulan la intervención de las okupas. En el video se muestran
escenas en las que se rebusca en un contenedor, se recoge una
escalera abandonada o se les pregunta a unas niñas, vecinas de la
antigua okupa de Lavapiés 15, qué saben de las okupaciones del
barrio.
Pasemos al tercer itinerario. En esta ocasión, se trata de un
desplazamiento guiado por Zuhra, una marroquí que lleva menos de un
año viviendo en la calle Calatrava, y a la que yo le he pedido que
me enseñe los lugares que frecuenta diariamente. El desplazamiento
tiene lugar tras una breve entrevista y empieza en la guardería a
la que Zuhra lleva a su niña en la calle Espada después de haber
ido a buscar a su hijo a la salida del colegio. A partir de ese
momento efectuamos un recorrido que ella realiza diariamente y que
une el colegio, la guardería y su casa. Por el camino, entramos en
algunos comercios que pillan de paso: la pescadería de Esgrima, la
panadería de Mesón de Paredes y la carnicería marroquí situada
junto a su casa. Zuhra ubica otros lugares frecuentados como el
mercado de la Cebada, el Día y el Simago de Toledo y algunos puntos
que sirven de referencia para la orientación como el 7 Eleven de
Toledo por el que tuerce hacia su casa o la plaza donde venden los
gitanos el domingo y a la que lleva a sus hijos a jugar. Mientras
realizamos esta ruta me habla de otras áreas de la ciudad como la
casa y la zona donde vivía antes, los lugares en los que trabajó
anteriormente o el consulado donde conoció a su marido recién
llegada a Madrid; comenta algunas cosas sobre cómo llegó a España
tras haber emigrado a Francia junto a su hermana y después a Arabia
Saudí, y me explica los problemas que tiene actualmente con la
renovación de la residencia, la falta de trabajo y su relación con
conocidos marroquíes en el barrio. De camino se encuentra con
varios grupos de mujeres marroquíes, se detiene a saludarlas y me
explica de qué las conoce. En realidad, el trayecto en el que yo
hago de acompañante no se desvía ni un ápice de su ruta diaria.
Zuhra integra este recorrido "especial" en el plan general que ya
tenía previsto. En él, no dejo de leer la presión de un cotidiano
veloz y agobiante.
Figura 6: Dos vecinos de Lavapiés.
El cuarto itinerario surge del mismo modo que el anterior, es
decir, tras una breve entrevista en la guardería de la asociación
religiosa Rosalía Rendo pero en lugar de integrarse en el
itinerario cotidiano da origen a una cita al día siguiente. Kifah,
una mujer iraquí que vive en la calle Amparo desde hace tres años,
me explica que al día siguiente tiene tiempo libre y que entonces
podemos hablar y me puede enseñar los lugares del barrio que
conoce. El itinerario comienza en el local de la asociación de
vecinos La Corrala, donde Kifah acude a un curso de alfabetización.
La ruta seguida mantiene algunas de las trazas de sus itinerarios
habituales aunque, de algún modo, se desarrolla como un paseo en el
que va decidiendo el recorrido. Desde Cabestreros bajamos a la
plaza de Agustín Lara donde nos sentamos un rato a charlar. Kifah
suele traer a sus hijos a jugar a esta plaza aunque ahora la evita
a raíz de una discusión que ha tenido con una mujer marroquí.
Mientras estamos en la plaza, Kifah evoca los lugares cercanos que
conoce: el médico en Tribulete, la iglesia de Embajadores y el
Simago de la plaza de Lavapiés. Desde aquí volvemos a subir por la
calle Mesón de Paredes donde me indica la panadería en la que
compra el pan a 25 pesetas, la misma a la que acompañé a Zuhra días
antes. Cruzamos la plaza de Cabestreros hacia la calle Amparo y me
muestra su portal, volvemos a subir para girar en dirección a la
calle del Olmo donde está el colegio al que van sus hijos. Una vez
más, Kifah señala a medida que avanzamos otros lugares que le
vienen a la memoria: al fondo de la calle del Olmo se distingue a
lo lejos el mercado de Antón Martín. De vuelta a la calle Amparo me
habla de cosas que sabe de algunos de los comercios de venta al
mayor que están junto a su casa, algunos cotilleos sobre
comerciantes árabes y magrebíes asentados en el barrio. Parece
evidente que, dado el tiempo de residencia en Lavapiés, Kifah sí
maneja una imagen cohesionada del barrio y no duda en compararla
con la de otros en los que preferiría vivir.
La estructura de desplazamientos y posicionamientos pone de
manifiesto los ejes sobre los que se articula la territorialidad.
La deriva situaciacionista, la ruta turística, la deambulación del
flaneur tan distinta a la del marroquí en busca de trabajo, el
tránsito por los "no-lugares", la ubicación estratégica de la sin
techo, el camello o el vendedor ambulante, la racia nocturna del
grupo de nacis, la ruta del bacalao, la concentración silenciosa,
la street rave, la okupación o la salida de un minuto para hacer un
recado expresan una subjetividad que se ha compuesto con y como
espacio. Normalmente, los desplazamientos se anclan a áreas
específicas de la ciudad -los lugares históricos, las avenidas y
centros comerciales, la periferia, etc.- y a localizaciones del
espacio construido -los soportales, el aparcamiento, la plaza,
etc.-, tienen sus propios ritmos y tiempos, sus rutas más o menos
prefijadas, sus hitos personales y colectivos, sus formas
particulares de movilidad-posicionamiento, sus disposiciones hacia
el contacto y la comunicación y sus focos de apercibimiento. De
manera que podemos leer en cada desplazamiento una articulación
significante de elementos sumamente heterogéneos que están hechos
de cuerpos con marcas y uniformes, hábitos cargados por
experiencias con memoria o elementos espaciales diseñados por
urbanistas que actúan de acuerdo con planes institucionales e
imperativos de mercado. La cartografía es el resultado de esta
operación compositiva.
Retomemos, a la luz de estas observaciones, los trayectos que he
descrito anteriormente. En primer lugar, es importante subrayar que
el desplazamiento de Zuhra no constituye un aparte, no da lugar a
una situación en la que la relación con el espacio se organice en
torno a otros principios que no sean los del trayecto que se
ejecuta a diario. El desplazamiento reproduce fielmente una
práctica cotidiana que conecta una serie de localizaciones: el
colegio, la guardería, los comercios y la vivienda. Se desarrolla
de acuerdo a un ritmo acelerado, no hay paradas ni contactos
gratuitos. El carrito de la niña se choca contra los pivotes de las
aceras, el niño que está constantemente pidiendo que le compren
algo y exponiéndose a los peligros del tráfico y al ajetreo de la
calle hace difícil el paseo y la conversación. Zuhra busca a su
marido con el que ha quedado en la pescadería pero sigue adelante
y a la carrera hacia su casa, en un momento dado volvemos sobre
nuestros pasos, no está en la pescadería. Seguimos adelante. Para
ella, el espacio se organiza claramente en torno a los recursos.
Los diálogos rápidos y espontáneos que se originan durante el
trayecto constituyen un acto de reconocimiento, un saludo en el que
se expresa interés por la familia de la otra, se trata sobretodo de
intercambio de información sobre precios, papeles y posibles
trabajos. No hay tiempo para mucho más. Zuhra me explica que le
gusta el barrio porque las tiendas están próximas, porque hay de
todo y sabe perfectamente dónde hay que ir para ahorrar en sus
compras diarias y conseguir todo aquello que necesita. Me dice que
esta zona es tranquila, a mi me parece una locura total y me aclara
la distinción entre Lavapiés y su calle en La Latina donde dice hay
poca gente marroquí, sólo dos familias. Y pienso, como en otras
ocasiones, que la visibilidad y el reconocimiento étnico juega un
papel fundamental que, al experimentarse como plagado de problemas,
hace que muchas mujeres se replieguen hacia su casa y reduzcan los
contactos con otras marroquíes a una red extensa de conocidas que
obliga a la cautela. Para Zuhra, su calle y su casa constituyen una
frontera. Lavapiés es una zona de tránsito, una zona marroquí, a la
que acude a recoger a sus hijos y en la que de paso hace algunos
recados. Zuhra lleva a sus hijos a jugar a la plaza de Vara del
Rey, mucho más próxima a Calatrava -en el triángulo que separa La
Latina de Lavapiés que es donde se sitúa el Rastro- en lugar de
quedarse en la plaza de Cabestreros (junto a la guardería), donde
sería mucho más fácil encontrarse con otras conocidas marroquíes y
donde sus hijos podrían jugar con otros niños marroquíes de la
zona. El desplazamiento, indudablemente integrado en el hábito
diario, pone de manifiesto tres ejes del proceso de
espacialización: (1) la rentabilización de los recursos como
referencia espacial estructuradora de las relaciones de proximidad,
(2) la centralidad de la vivienda [9] y la calle -ámbitos de posición
y no de movilidad- en contraposición con el tránsito acelerado por
el área de Lavapiés y (3) la percepción de un espacio problemático
de copresencia marroquí en la calle.
Kifah, al contrario que Zuhra, crea una situación específica cuyo
fin es el de "mostrar el barrio que transita". Así pues, el
desplazamiento de Kifah tiene un carácter mixto. Por un lado,
escenifica un desplazamiento habitual: el camino desde el colegio
de sus hijos hacia su casa. Por otro, tiene las características de
un paseo en el que los lugares no son únicamente recorridos sino
también mostrados, evocados y valorizados. A medida que nos
acercamos a un lugar, Kifah evoca otras localizaciones que, aunque
no recorremos, se encuentran trabadas en la experiencia cotidiana;
desde los puntos altos de la calle del Olmo señala el mercado de
Antón Martín, desde la Plaza de Agustín Lara recuerda sus visitas
a la iglesia que está justo al otro lado. Paseamos, nos sentamos en
Agustín Lara, hecho que da lugar a toda una serie de historias en
las que Kefah habla de su percepción de las marroquíes y, más allá,
de la comunidad de marroquíes. Kifah las ve en el parque, por la
calle, hablando unas con otras porque se conocen y con sus
familias. Para ella, Lavapiés es también una zona marroquí; en sus
relatos pareciera que Lavapiés es una zona exclusivamente marroquí,
que lo marroquí lo abarca todo de manera amenazante. "Yo -dice
Kifah- no tengo ninguna esperanza con gente aquí en el barrio...
sólo con mi vecina Lía, nada más". Para Zuhra lo marroquí es
demasiado absorbente, se corre el peligro de meterse demasiado en
los asuntos de unas y otras. Para una iraquí, en cambio, lo
marroquí simboliza la soledad y el desarraigo (Kifah se debe creer
que todas las marroquíes de su edad se han podido traer a sus
madres). Simboliza también una exclusión que encuentra en el
espacio del barrio referencias étnicas más fuertes que la presencia
de la población nativa y que le recuerdan como nada su condición de
extranjera en la ciudad. Si, por un lado, el itinerario junto a
Kifah tan orientado hacia los recursos como el de Zuhra, por otro,
introduce un nivel de evocación y reflexión sobre el entorno, de
historias sobre el barrio según las cuales, los problemas -asuntos
de papeles, trabajo y convivencia- se entretejen con sus
sentimientos de extrañamiento en Lavapiés y, en general, en Madrid.
Yo creo que Kifah no es una extraña en Lavapiés; la he visto hablar
con sus vecinas de corrala, acudir al curso de alfabetización, la
he visto con las monjas de Rosalía Rendo y la he escuchado contando
cosas sobre el colegio de la calle del Olmo. Me la he encontrado
varias veces caminando por el barrio y siempre he pensado que
existe una ambivalencia que la hace moverse mucho más libremente
por Lavapiés que otras mujeres inmigrantes, más visibles e
identificables para ciertos otros -hombres y mujeres, nativos y
llegados de otros lugares- pero que al mismo tiempo la hace
sentirse más extranjera y desubicada que nadie. La operación de
distanciamiento y reflexión sobre el espacio que origina el
recorrido con Kifah, un recorrido a caballo entre el itinerario
cotidiano y un paseo especial, indica varias cosas. Algunas son tan
evidentes como que el tiempo de residencia determina la
reflexividad espacial y la capacidad de evocar y componer el
espacio con la experiencia. No obstante, este hecho no implica
necesariamente un sentimiento de pertenencia, un reconocimiento
reflexivo en relación a otras figuras del entorno. Y en este
sentido, convivir en un barrio culturalmente diverso pone de
manifiesto que la diversidad se interpreta de modos muy diferentes
dependiendo de la posición étnica y sexual de cada cual. El
asentamiento de inmigrantes marroquíes contrasta con el de otros
grupos, en este caso, el iraquí. En el caso de Marruecos, la
religión, las costumbres y la proximidad del país de origen
contribuyen a la visibilidad y la identificación intracultultural
en el lugar de acogida. Seguramente las distintas historias de
migración y las condiciones en el país de origen juegan un papel
clave a la hora de percibir y evaluar las diferencias culturales.
La presencia de lo marroquí es, a estas alturas, un hecho
incuestionable. Sin embargo, lo que desde un afuera minoritario no
son más que ventajas pueden, desde otra perspectiva, experimentarse
de manera ambivalente o convertirse, sin más, en inconvenientes y
recursos para el control y contra el anonimato. En este sentido,
cabría contrastar estas miradas sobre Lavapiés como territorio
marroquí -la de Zurha desde dentro y la de Kifah desde fuera- con
la de otras mujeres para comprobar hasta que punto responde a
visiones colectivas sobre el territorio.
Me gustaría referirme muy brevemente a los otros dos itinerarios
descritos: al barrio que yo muestro y al que recorren las okupas de
la Karakola. Se trata de dos itinerarios sobre los que hemos
reflexionado juntas en ocasiones anteriores y que nos han hecho
pensar en un proceso de territorialización muy intenso que, en otro
lugar, interpretaba en relación a un imaginario cohesionado de
Lavapiés para el que hemos empleado metáforas como la del
laberinto, la montaña y la tela de araña [Vega , 1997]. A pesar de
sus diferencias, estos recorridos expresan una visión acerca de lo
viejo y abandonado en contraposición con lo reconvertido y
apropiado por la rehabilitación y los intereses del mercado de la
construcción y, más allá, por lo viejo okupado y refundado como
espacio colectivo de autonomía frente a la ordenación
institucional. En realidad, nuestras derivas y deambulaciones
componen algunos núcleos de sentido que ordenan el espacio filmado
como un territorio existencial acotado, territorio seguro y
amenazado, territorio de visibilidad sobre el que desarrollar
estrategias de invisibilidad, territorio marcado con carteles y
pintadas, territorio desde el que contemplamos la diversidad
cultural y, como para el resto de los que lo habitan, territorio de
recursos materiales y comunicativos.
Figura 8: Actividades sociales en Lavapiés.
La filmación de Lavapiés que anima estos ejercicios en los que
enseñamos el barrio que conocemos expresa una mirada ambivalente,
de atracción y repulsión simultanea, hacia lo viejo. El imaginario
de lo viejo y degradado -no sólo en lo que concierne al espacio
edificado sino a la gente mayor que lo habita- es una construcción
del barrio que también aparece, a su manera, en el discurso
institucional de la rehabilitación y en el de los vecinos -de renta
antigua, ruinosos, desauciados, rehalojados o en inmuebles en muy
malas condiciones- que llevan más tiempo en esta parte del casco
histórico de la ciudad. Así, mientras por una parte la valorización
del barrio como un lugar viejo va unida al imaginario de abandono,
por otra, se evalúa positivamente y se asocia a la posibilidad de
intervenir sobre el espacio. Enfrentada a la propuesta de
rehabilitar y lo que implica para la regeneración urbanística y
vecinal emerge la de rehabi[li]tar que alude, por un lado, a la
reocupación del espacio dejado y, por otro, a las condiciones de
habitabilidad. Junto a ella convive el imaginario de la diversidad
cultural, del reconocimiento a las diferencias y su capacidad para
afincarse y resistir a la apropiación del espacio que regula el
mercado disfrazado de administración. Sin embargo, este imaginario
sigue siendo aún hoy sumamente abstracto y superficial. Tanto como
las imágenes de las marroquíes que mostramos en nuestros videos y
con las que, en ocasiones, nos limitamos a colorear un entorno
amenazado del que apenas si hemos atravesado el umbral. Al
atravesarlo, aunque sólo sea siguiendo los pasos de algunas
mujeres, es posible darse cuenta de la complejidad que supone no ya
la convivencia sino el conocimiento de las distintas vivencias que
tienen lugar en un mismo territorio. Acercarse a esta fuente de
construcción del territorio ha de consistir, antes que nada, en una
invitación para el autoconocimiento. Y luego, una llamada de
atención sobre la perspectiva que es múltiple y en muchas
direcciones como muestra la mirada de Kifah sobre la presencia
pública de lo marroquí. Cartografiar el espacio vivenciado
-componer las trazas del recorrido con los ritmos y la expresividad
corporal- es un modo de hacer más densa la mirada sobre los mundos
que habitan cualquier barrio multiétnico en la Europa de hoy. Para
ello no basta con componer discursos a la multiculturalidad al
margen de los intercambios reales. Como tampoco basta provocar el
contacto para luego eliminar o hacer invisible las dimensiones
étnicas, sexuales y, por encima de todo, económicas que determinan
el devenir de dicho contacto y su influencia en el imaginario
colectivo de la ciudad.
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Fecha de referencia: 31-1-1999
Boletín CF+S > 8 -- Ciudad, economía, ecología y salud > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n8/acveg.html |
Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
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