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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
En este contexto, partiré del sexo como concepto fundamental sobre
el que construir un modelo de seguridad que reconozca la
diferencia. Reconocer que las mujeres y los hombres no somos
iguales, no sentimos igual, no percibimos ni reaccionamos de igual
manera ante situaciones de peligro, etc, es condición indispensable
para paliar la asimetría de derechos y libertades existente entre
ciudadanos y ciudadanas.
Finalmente, realizaré una crítica a las estrategias represivas y,
en concreto al sistema penal como protector de los derechos de las
mujeres, el cual desde mi punto de vista, no sólo no es eficaz en
esta tarea, sino que además distrae la atención hacia "lo anormal",
hacia lo "criminal", evitando con ello una reflexión profunda y
necesaria sobre las pautas de comportamiento de los hombres
"normales" y de las claves desde las que se relacionan con
nosotras, las mujeres.
Ante este modelo de seguridad ciudadana, se pueden plantear muchas
reflexiones e interrogantes. Yo querría plantearos dos:
Ante estas dos afirmaciones -hay muchas personas y grupos que
quedan fuera de la definición de lo seguro y hay muchas maneras de
percibir una misma situación- una se plantea algo que parece obvio
y es que sólo se construirá seguridad ciudadana, esto es, de todas
y todos los ciudadanos, teniendo en cuenta las necesidades (y
subjetividades) de cada persona y colectivo. Esto es, entendiendo
la seguridad ciudadana como un verdadero "pacto de convivencia"
donde tengamos todos y todas las mismas oportunidades de expresar
nuestras necesidades.
Y es en el contexto de este "pacto de convivencia" donde considero
vital que las mujeres reivindiquemos el derecho a definir la
seguridad desde nuestras necesidades como ciudadanas, desde
nuestras expectativas, rompiendo así la dinámica de "víctimas
protegidas" dentro de un modelo de seguridad profundamente
masculino. Ejemplo de este sistema son el Fiscal General del Estado
y algunos ministros cuando recomiendan a las mujeres denunciar las
agresiones, utilizar el mecanismo de protección previsto, ¿se han
interesado en conocer por qué hasta ahora no denuncian las mujeres?
¿qué factores sociales las llevan a no utilizar los mecanismos de
protección establecidos?
Para que se tengan en cuenta las necesidades de las mujeres en
materia de seguridad, hemos de ser nosotras quienes nos hagamos
oír, a través de los grupos y asociaciones de mujeres, en el
proceso de definición de la seguridad.
La historia de la Humanidad es una historia escrita aparentemente
en neutro, desde la pretensión masculina de universalidad (desde lo
masculino como generalizable), dentro de la cual el género
femenino, más que neutralizado, ha aparecido deslegitimado,
infravalorado, precisamente porque ha sido definido desde lo
masculino, según su manera de entender las relaciones, según sus
emociones, sus deseos, su manera de razonar, etc. De ahí ese mito
de los hombres racionales, las mujeres intuitivas.
Porque la realidad es todo menos neutra creo imprescindible
reivindicar el derecho a la diferencia, para hacer valer nuestra
necesidades en todas los ámbitos de la vida.
Ello nos conduce a preguntarnos ¿por qué nos sentimos inseguras las
mujeres en la ciudad? ¿por qué las mujeres nos sentimos más
inseguras que los hombres?
Si analizamos los datos oficiales sobre delitos denunciados vemos
que, si bien los autores son en su mayoría hombres (el sistema
penal sigue seleccionando hombres), las víctimas de los delitos
están más o menos a la par entre hombres y mujeres. Pero esto tiene
muchas lecturas y me interesa detenerme tanto en las víctimas como
en los autores.
Esta igual victimización de hombres y mujeres, que nos muestran las
"frías estadísticas oficiales" y que no explicaría el diferente
sentimiento de inseguridad de unos y otras, precisa una serie de
matizaciones que explican el mayor sentimiento de inseguridad de
las mujeres:
Este tipo de razonamiento, muy evolucionado y matizado, ha llegado
hasta nuestros días y forma parte del imaginario colectivo la idea
de que el autor de una agresión sexual es un hombre "anormal", una
persona serios problemas de socialización. Lo mismo ocurre con la
violencia doméstica. En estos casos, el autor se nos presenta como
un hombre con déficits psicosociales (alcoholismo, paro, carencias
educativas, drogadicción...). El circunscribir la violencia contra
las mujeres en el terreno de la "anormalidad", de la patología, de
la desviación, hace que la respuesta a ésta sólo pueda corresponder
a la política criminal en su doble vertiente: la terapéutica y la
represiva.
Sin embargo, estudios sociológicos realizados en diversos países
europeos ponen de relieve una conclusión fundamental: el maltrato
doméstico, el acoso sexual laboral y la violencia sexual son
delitos cometidos, en su mayoría, por hombres perfectamente
socializados y "normales".
Es cierto que, a través de los medios de comunicación o al revisar
las estadísticas judiciales, la tipología de agresor antes citada
está suprarepresentada, pero no porque sean este tipo de hombres
los únicos, sino por las propias reglas de selección del sistema
penal, cuyos clientes pertenecen principalmente a los sectores más
vulnerables de la sociedad y son aquellos que están menos
integrados y disponen de menores mecanismos de autotutela.
Por tanto, es fundamental dar un giro de ciento ochenta grados y en
vez de situarnos en el "agresor tipo", enfrentarnos al problema de
la "cultura tipo":
El problema es que preguntarse sobre la violencia contra las
mujeres, no a partir del paradigma de la "anormalidad" (del otro)
sino a partir de las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres
"normales" (del yo), supone una llamada a la reflexión a cada una
de nosotras y a cada uno de nosotros sobre nuestros modelos de
relación con las personas del otro sexo. Y esto puede resultar
incómodo.
En resumen, resulta imprescindible partir de la lectura y la
reconstrucción de las relaciones cotidianas entre mujeres y hombres
para identificar los modelos de comportamiento que activan la
violencia y aquellos otros que podrían favorecer una relación
alternativa a la actual.
Pero, es preciso contestar a la siguiente pregunta: ¿Por qué muchas
feministas siguen recurriendo al sistema penal como protector de
los intereses de las mujeres? Desde los años 80', ya pocos discuten
que la cárcel no reeduca, que las leyes penales no intimidan, que
no se previenen los delitos por este camino... Sin embargo es en
esa década cuando surge la que se ha dado en llamar la función
simbólica del sistema penal. No importa tanto la eficacia como el
reproche social a las conductas tipificadas como delitos. Es la
década en la que lo judicial pasa a las primeras páginas de los
diarios y en la que la "pena de banquillo" es mucho más importante
que la consecuancia final del proceso. En este contexto, nuestras
cárceles siguen nutriéndose de las mismas ¿personas?, que, por
supuestos, no aparecen en los medios de comunicación.
Sin embargo no creo que el marco jurídico-penal sea el instrumento
apto para cambiar este modelo de relaciones desiguales. Y voy a
explicar por qué:
En primer lugar, parto de la base de que el derecho penal no sólo
no sirve para transformar los valores sociales sino que su
finalidad es precisamente la contraria: el mantenimiento de la
realidad social, económica, cultural, etc. Es decir, su función (no
declarada) es el mantenimiento de statu quo. Si realidad es injusta
y sexista, el papel del derecho penal es el de reproducir e incluso
amplificar esas injusticias y esa segregación social.
A esto hay que unir la ineficacia del sistema penal para resolver
los problemas reales y cotidianos de las mujeres. Muchas mujeres
que han confiado en la maquinaria penal, han denunciado amenazas,
malos tratos y han visto como, llegadas al final del camino, aún
habiendo obtenido una sentencia favorable a sus pretensiones, la
ineficacia era patente. Es lo que podríamos llamar "la frustración
de la sentencia favorable".
En segundo lugar, el derecho penal es una estructura profundamente
sexista. Entiendo con Polan, que toda la estructura del sistema: su
organización jerárquica, su forma adversaria, combativa, y su
constante predisposición en favor de la racionalidad por encima de
cualquier otro valor lo convierte en una institución
fundamentalmente patriarcal.
Tras su lenguaje neutro esconde unas pautas de investigación y
valoración totalmente masculinas. Como hemos dicho, el autor de la
violencia contra las mujeres suele pertenecer al entorno de la
víctima y esto hace que el delito se produzca, en un porcentaje
altísimo de los casos, en la intimidad, esto es, sin testigos o con
familiares como testigos.
Y es en estos casos cuando se ponen en marcha dos mecanismos de
valoración de la justicia penal tremendamente sexistas: el encajar
a la mujer en la categoría de "buenas víctimas", para lo cual se
someterá a examen su moralidad y modo de vida. Y el valorar -desde
la óptica masculina- la conducta de la mujer inmediatamente
anterior a la comisión del delito.
Además, no sólo no cabe esperar una ayuda eficaz desde el derecho
penal sino que el recurso a dicho sistema puede desviar los
esfuerzos que irían dirigidos hacia soluciones más radicales y
eficaces. Se crean falsas esperanzas de cambio a través de la
reforma del código penal y se ignoran estrategias alternativas que
favorecen una mayor autonomía y organización de las mujeres.
Y dicho esto, me gustaría finalizar con un alegato en favor de la
prevención, de la educación, de la solidaridad entre mujeres y de
la reflexión de los hombres.
Todas las acciones destinadas a fomentar la solidaridad y el
encuentro entre mujeres, una mayor autonomía en todos los ámbitos
(cultura, empleo, movilidad) son acciones de prevención, son
acciones que crean seguridad. Mayor autonomía trae consigo mayor
seguridad, pero no a la inversa.
Asimismo, me parece crucial la educación. Considero que la
violencia contra las mujeres es una de las consecuencias de nuestro
modelo relaciones. Educar a los niños y niñas para afrontar los
conflictos, en la tolerancia de la diversidad y el respeto entre
las personas, resulta imprescindible si queremos fomentar otro tipo
de relaciones entre mujeres y hombres. Todo esto es prevención y,
a mi juicio, este es el camino.
Fecha de referencia: 27-11-1998
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