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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
México, agosto de 1998 [2].
El estudio de la evolución del fenómeno urbano como un problema
social puede ser rastreado en diferentes periodos, desde los
autores clásicos como Emile Durkheim, Max Weber, Carlos Marx hasta
los teóricos denominados "utopistas" (desde Moro, pasando por Owen,
Fourier y William Morris en el siglo XIX). Posteriormente
tendríamos a la denominada Escuela Culturalista (Ferdinand Tönnies,
George Simmel y Oswald Spengler), que pretendió explicar, desde el
punto de vista sociológico, los efectos que sobre la conducta
social tuvo el desplazamiento del orden feudal y de la vida
comunitaria por parte de una organización social que se ubica
territorialmente en la ciudad moderna; destacando el criterio de la
racionalización de la vida social como eje regulador de los valores
asociados al desarrollo industrial y en consecuencia a la
complejización de la sociedad (del "principio de la tradición" al
"principio de la razón"). Asimismo se encuentra la Escuela Clásica
de Chicago (Robert E. Park, Roderick McKenzie y Ernest Burgess),
donde el interés se centró en los efectos sociológicos del proceso
de urbanización capitalista en un período de cambios profundos en
el contexto internacional, y su impacto en lo que actualmente
conocemos como ecología o medio ambiente; su enfoque fue de
carácter empirista y biologista. Por último llegamos a la Escuela
Francesa de Sociología Urbana con Henri Lefebvre y Manuel Castells
como sus más importantes teóricos.
Henri Lefebvre concibió el desarrollo de la sociedad urbana como
producto de la asimilación de la producción agraria que conduce a
la industrialización, pero que supera sus efectos negativos sobre
lo urbano. La sociedad urbana, al subordinar el proceso de
industrialización, hará emerger de nueva cuenta a la ciudad a
través de la denominada revolución urbana que implica una
reapropiación por parte del hombre de sus condiciones de existencia
en el tiempo, en el espacio y en los objetos.
En su concepto de lo urbano se encuentran estrechamente vinculados
tres elementos: el espacio, la vida cotidiana y la reproducción
capitalista de las relaciones sociales. Su principal tesis es que
el problema urbano está íntimamente vinculado con la vida cotidiana
porque es en la utilización cotidiana del espacio donde se
reproducen las relaciones sociales capitalistas. Es en este espacio
de lo cotidiano donde a su juicio se presentan las formas más
extremas de alineación de la sociedad moderna, de luchar por la
sobrevivencia y principal fuente de conflictos.
En su opinión, el hábitat hace del habitar una práctica alienante
puesto que descuida las verdaderas necesidades humanas; la vivienda
no se construye según las necesidades de sus moradores, sino que
persigue fines de racionalidad económica. Lo significativo de la
vida cotidiana es que en el espacio privado se esbozan las
creaciones humanas, los estilos y formas de vida que enlazan gustos
y lenguajes con la cultura. Lo cotidiano deberá entenderse como un
conjunto de prácticas que deben ser trascendidas mediante una
ruptura que reconstituye al hombre en su libertad y espontaneidad.
El espacio social, bajo esta perspectiva, está compuesto por dos
elementos:
En el caso de Manuel Castells, que tuvo como propósito reflexionar
en torno a los procesos sociales urbanos destacando que su
especificidad no deriva del espacio o territorio en el que tienen
lugar, habida cuenta que el espacio es el soporte de una trama
social que se explica por las relaciones sociales que estructuran
a la sociedad, de ahí que los efectos sociales que provienen de los
ámbitos territoriales están en función de situaciones históricas
concretas, donde la economía juega un papel fundamental.
A fines de los años setenta, Castells reformuló su planteamiento en
torno al concepto de lo urbano y de la política urbana, reflexión
obligada por el papel protagónico que juegan los movimientos
urbanos: "el proceso de urbanización ya no aparece como el simple
resultado del despliegue de una lógica de carácter estrictamente
económico... lo urbano es ahora el resultado de las acciones
conscientes de los individuos y grupos sociales... lo urbano
aparece como el significado social de una forma espacial que
expresa una sociedad históricamente definida" [Lezama , 1993; 276].
En su opinión, es más apropiado considerar a la ciudad como una
unidad espacial donde se reproduce la fuerza de trabajo, que como
una unidad espacial de producción.
Sin embargo, una de las críticas que se han esgrimido en contra de
Catells es el haber considerado a la política urbana sólo como las
políticas de reproducción de la fuerza de trabajo (RFT),
refiriéndose a aquellos aspectos de la RFT que provee en gran parte
el estado, sin hacer referencia a otros aspectos de la reproducción
que tienen que ver con las relaciones de género.
Algunos de los argumentos esgrimidos en esta crítica son:
Esta conceptualización, sin embargo, es insuficiente, debido a que
los roles de género no pueden ser asociados de manera unívoca a la
dicotomía entre producción y consumo. Las mujeres no sólo son
consumidores, también son productoras, aún si consideramos que
existen importantes diferencias entre hombres y mujeres que
pertenecen a distintas clases sociales, grupos raciales o étnicos.
El tácito reconocimiento de los movimientos sociales urbanos por
parte de Castells, "revolucionan" el modelo teórico propuesto por
él con anterioridad, reflejando la limitación del marxismo como
teoría para incorporar a estos nuevos actores sociales. Debemos
suponer entonces que es en esta reflexión y adecuación conceptual,
que Castells rescata el papel de la mujer en sus luchas por cambiar
el significado de lo urbano, donde están vinculadas la identidad y
la comunicación -y no sólo como consumidora-. A pesar de ello la
crítica a su nueva propuesta es que el tema de las mujeres no está
desarrollado.
De una manera más explícita Alejandra Massolo aborda la crítica
hacia las teorías que han abordado el problema del espacio y
vinculado, aunque sea tangencialmente, a las mujeres. Massolo
reconoce en Castells a un teórico que suscitó en su momento el
mayor interés y polémica. Destaca que debido a la influencia del
pensamiento marxista, Castells concibe a la mujer como consumidora
pasiva -que separa la esfera del trabajo del hogar- y crea un
patrón urbano ineficiente para las mujeres por lo que supone gasto
de tiempo, acceso a la vida urbana y al trabajo remunerado. En
consecuencia "... la segregación espacial residencia-lugar de
trabajo, refuerza el papel domestico de la mujer" [Massolo, 1992a:
72].
En opinión de Massolo, Castells ignora el papel de las relaciones
patriarcales que organizan a la familia, así como la forma en que
esta última conforma los espacios urbanos contemporáneos. En otras
palabras, Castells no reconoce ninguna especificidad en la
condición de subordinación de la mujer al varón, simplemente la
considera como la reproductora de la fuerza de trabajo directa en
la medida en que la familia es, en la esfera privada, unidad agente
de la RFT. Asimismo, "... no vincula los patrones espaciales de
distribución de bienes y servicios públicos con el efecto sobre la
distribución de trabajo y tiempos domésticos dentro del hogar. Se
ha enfatizado entonces, que es imposible entender el lugar de la
mujer en la ciudad, sin entender el lugar de la mujer en el hogar"
[Massolo , 1992a: 72].
Sin embargo, ahora sabemos que los estudios feministas han superado
los análisis convencionales -ortodoxos y esencialistas- sobre la
sociedad capitalista y las estructuras urbanas, al vincular la
esfera "privada" de la familia con esfera "pública". A pesar de
ello, y como lo reconoce la propia Massolo, los estudios urbanos
abordados desde una perspectiva de género son aun escasos y se
están explorando y discutiendo.
Una premisa importante es considerar que tanto el género como el
espacio son resultados de un complejo proceso de construcción
social -léase, asignación de significado y valores-, es decir
producido por el cruce de múltiples relaciones, asimismo reconocer
que "... el espacio construido delimita, moldea, condiciona o
potencia las distintas interrelaciones y acciones que despliegan
mujeres y hombres sobre ese soporte material" [Massolo, 1992a: 74].
A partir de aquí surgen algunas interrogantes ¿cómo aproximarse a
la experiencia de las mujeres en relación con su hábitat
-percepción y uso del espacio- así como de los problemas que se
suscitan en la vida cotidiana, tales como el acceso a bienes y
servicios públicos y asistenciales?, ¿cómo se han interiorizado los
cambios de un hábitat a otro?, ¿qué tipo de repercusiones han
implicado esos cambios al interior de la unidad doméstica de una
generación a otra? La respuesta reclama por una metodología ad hoc,
y en este campo encontramos sugerentes e interesantes alternativas.
Amén de que las historias de vida han sido reconocidas como
instrumentos clave para combatir la constante invisibilidad de las
mujeres en distintos ámbitos de la vida social, económica, política
y cultural, también es cierto que las herramientas de acceso a la
experiencia y subjetividad de género se han diversificado en los
últimos tiempos. Lo anterior merced al inusitado interés que han
generado las críticas a las teorías totalizadoras, o bien a los
enfoques epistemológicos que fundaban sus criterios de objetividad
en la estricta medición de los fenómenos sociales, concretamente el
positivismo. Por su parte, los testimonios orales permiten
materializar el significado de las experiencias de vida, del
protagonismo de las mujeres -y no sólo de su sumisión-, así como
los rasgos de la subjetividad e identidad de género. Si la historia
de vida y el testimonio constituyen pasos que permiten trazar el
camino metodológico hacia el encuentro y conocimiento de las
mujeres, por fuera de los ámbitos de la investigación feminista
ocurrieron diferentes separaciones y reencuentros de la denominada
metodológica cualitativa en las ciencias sociales. Por el momento
es oportuno añadir, que si el binomio género-espacio tiene sentido
para la restitución del pasado a través de la memoria y la
experiencia de algunos miembros de una comunidad, lo es porque todo
relato se inscribe en un espacio que es social, llámese ciudad,
barrio, vivienda, cocina, etc. Asimismo el relato contiene el
pasado en el presente -ismo que se hace historia tal y como es
vivido, reconstruyendo el pasado no de los hechos en sí, sino del
sentido y significado otorgado a ellos a través de la experiencia.
En suma "tiempo y espacio son categorías inescindibles: la
interconexión entre relaciones temporales y espaciales es sustancia
en la historia de vida" [Massolo , 1992a, 117].
Sin significado no hay experiencia; sin procesos de significación
no hay significado [Scott , 1996]. Lo anterior es importante para
los investigadores por lo menos por dos razones: la primera, que
las ideas y significados sobre lo femenino y lo masculino no son
fijas y varían según el uso del contexto; la segunda, que el sujeto
o actor social está inmerso en un proceso constante de construcción
-resignificación- donde el lenguaje aparece como lugar adecuado
para la interpretación. De ahí que una metodología que permita
acceso a la subjetividad de los informantes a través del lenguaje
-testimonio oral, historia de vida, entrevista a profundidad, etc.-
es fundamental, porque permite, no sólo restituir la memoria del
pasado, sino una posterior reinterpretación sobre la experiencia
que los propios actores sociales expresan en y por su actividad. Lo
anterior supone una seria reflexión en torno a la distinción que
existe entre el lenguaje analítico del investigador y el material
que se desea interpretar.
Queda claro que si los denominados estudios de género ofrecen una
especificidad respecto a otros tipos de estudios relacionados con
"las mujeres", se debe al hecho de que irrumpen de manera
definitiva en el campo denominado construcción de sentido, no sólo
para dotar de contenido la tipificación de los roles, estereotipos
e identidades de género y las particularidades de cada caso en
estudios, sino para denotar que es lo social lo que cobra sentido
constantemente, como un espacio no saturado en permanente
resignificación, donde distintos discursos se disputan la hegemonía
unos sobre otros, intentando detener el flujo de las diferencias y
tratando de constituir un centro [Laciau y Mouffé, 1987]. Desde esta
perspectiva, toda posición de sujeto es una posición discursiva, es
decir participa del carácter abierto de todo discurso [3] y no logra
fijar totalmente dichas posiciones en un sistema cerrado de
diferencias. Siguiendo esta lógica, la crítica al esencialismo
feminista constituye un rechazo a la noción preconstituída sobre
"la opresión de las mujeres", destacando la necesidad de anteponer
el momento histórico particular, las instituciones, prácticas y
sistema de significados a partir de los cuales la categoría de
género es producida.
Para ilustrar lo anterior se puede mencionar que, estudios de
género realizados en el campo de la historia oral, tienden a
desmentir la radicalidad de la dicotomía que establece estereotipos
rígidos en la identidad de género de una persona, revelando que la
memoria de los actores sociales, si bien se encuentra en parte
estructurada por los roles que desempeñan en su vida cotidiana -y
que en algunos casos no se corresponde con el estereotipo esperado
según sus atributos biológicos-, varía de acuerdo con los
itinerarios individuales y con los sistemas de prestigio que
dependen del medio social, el nivel de estudios, la costumbre de
abstraer y de manipular modelos, el compromiso político, la clase,
la etnia y la edad como elementos que interfieren en la restitución
del pasado y en las coordenadas que influyen en la identidad de
género [Van de Casteele y Voleman , 1992]; lo anterior es
particularmente importante cuando el escenario de ejercicio de
poder es el espacio urbano, porque es donde las mujeres nos deparan
interesantes sorpresas.
¿Por qué una metodología cualitativa? La investigación cualitativa
se ha definido: "como un conjunto de prácticas interpretativas que
no se encuentra ligado con una determinada teoría o paradigma en
particular, ni es privativo de una u otra área de conocimiento, ni
posee sus propios métodos, sino que se vale de las aproximaciones,
los métodos y las técnicas de diversas disciplinas y perspectivas
teóricas, como la etnometodología, la fenomenología, el feminismo,
el psicoanálisis, los estudios culturales, la teoría crítica, el
positivismo y el postpositivismo entre otros" [Martínez S.
Carolina , 1996: 36]. De lo anterior se deduce que no es posible
ofrecer una definición más exacta, habida cuenta de las
contradicciones que se suscitan entre distintos paradigmas, estilos
de investigación y áreas de conocimiento. A pesar de ello, algunos
estudiosos del tema señalan como el periodo de géneros borrosos, a
los años en que se publican dos libros, a saber, "The
interpretation of Cultures" de Clifford Geertz (1973) y "Local
Knowledge" del mismo autor. En opinión de Carolina Martínez, los
planteamientos que hace en sus obras este autor están encaminados
a fundamentar la necesidad de descubrir nuevas modalidades de
aproximación, más plurales e interpretativas, al estudio de la
representación humana de la cultura y su significado. Como nuevas
formas de aproximación a la subjetividad surgieron corrientes como
el postestructuralismo, neopositivismo, neomarxismo,
deconstructivismo, entre otras. Cambiando las formas de comunicar
hallazgos de investigación -del artículo científico al ensayo-, así
como las reglas de los métodos se hacían igualmente borrosas.
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Fecha de referencia: 27-11-1998
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