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Resumen: El texto intenta rastrear, a través de la reseña inicial de Miseria de la ideología urbanística de Fernando Ramón (1967) y de su posición en aquel momento, la evolución de un recorrido desde la urbanización como hecho global, a un urbanismo adaptado a la dignidad de los ciudadanos, y posteriormente a un alojamiento adaptado a la libertad y necesidades cambiantes de sus usuarios, en vez de al sistema de poder y economía de mercado. Obra polémica, vigente y ruborizadora en sus aspectos esenciales, es el análisis crítico de un siglo de paradigmas desarrollados por las distintas escuelas de pensamiento urbanístico moderno hasta la crisis de éste, momento en el que se debe empezar a construir un nuevo sistema nervioso-circulatorio para esta disciplina. A través de la influencia biunívoca de/en autores foráneos, el efecto del círculo de ideologías influidas e influyentes se transforma en un bucle de doble dirección, hacia arriba y hacia abajo en cuanto a escalas de estudio y actuación, hacia atrás y hacia delante en el tiempo.
El texto nace de una serie de artículos sobre los precursores que el autor va publicando por capítulos en Hogar y Arquitectura, que tras quedar interrumpida, los publica en un libro extendiendo hasta aquel presente la temática comenzada con aquellos. Fue reeditado posteriormente en Comunicación, Serie B, en 1970, bajo el título reducido de «La ideología urbanística»; este venía ampliado en lo que el autor, ya viviendo en Inglaterra, denomina una «refundición» con una introducción y un apéndice final, «con una reflexiva y más crítica asimilación a la tradición urbanística inglesa: desde siempre ligada a la lucha de clases» (Ramón, 1993: 17) además de como respuesta a las críticas a la primera edición (Ramón, 1970: Nota a la presente edición).
En estas aportaciones aclara el objeto de estudio, las ideologías no científicas ni utópicas, implícitas en las principales teorías urbanas desde finales del siglo XIX que pretenden, mayoritariamente, legitimar la propiedad privada del suelo y la especulación sobre él en un momento álgido del capitalismo y de gran desarrollo de la urbanización a escala mundial, a la que denomina como «la gran empresa de la humanidad» (Ramón, 1970: 160).
Dedica la introducción a la urbanización alcanzada, situándonos en un proceso fagocitador por parte de las economías de escala, donde el índice de urbanización se corresponde con la renta per cápita; índice que a finales de los años sesenta crece en los países subdesarrollados a un ritmo doble que el de las principales potencias europeas a mediados del siglo XIX, con el riesgo de convertir a aquellos países en los slums de los primeros (Ramón, 1970).
El término ideología es tomado, citando a Lefebvre (1966) y según el apéndice con el que concluye la segunda ecdición, La ideología urbanística, como un conjunto de ideas o doctrinas derivadas parcialmente de la realidad, a la que a su vez deforma a través de representaciones seleccionadas por los interesados; representaciones que como abstracciones buscan erigirse en verdad total y asumida (mediante la persuasión o la fuerza), capaz de extrapolar la realidad y convertirla en sistemas de funcionamiento aún en contra de la marcha de la historia (Ramón, 1970:11).
Es un proceso retroalimentado en el que las propuestas se repiten en un círculo como influidas e influyentes, donde iguales modelos sirven para distintas ideologías. Analiza las ideologías agrupándolas por capítulos en:
Analizados como teóricos aislados y originales, revolucionarios y desconocidos en España por aquellas fechas, nacen de una situación de cambio entre la ciudad clásica burguesa y la industrial moderna, y animados por el cariz que toma la lucha de clases en ésta, proponen modelos basados en el control y reforma del sistema de mercado instaurado para permitir una convivencia pacífica y saludable entre la burguesía y el proletariado todavía en la misma entidad urbana. Son teorías que abordan la ciudad de manera integral, asumen la lucha de clases como un efecto pasajero y reparable, y proponen modelos bienintencionados en base a medidas paliativas que dignifiquen las condiciones del proletariado y eviten llegar a dicha lucha, pero aceptando el sistema de mercado. Es un periodo que acaba con la guerra y la pérdida de confianza en el hombre y su capacidad de colaboración.
Corresponde a una situación más clara, la un sistema capitalista completamente asentado, que segrega a la industria y al proletariado, desplazándolos a la periferia una y otra vez en una rueda especulativa sin fin, estableciendo por clases productivas el orden espacial y material en la ciudad. En ella los asalariados entran en el engranaje mediante el pago complementario por la vivienda y por el suelo urbanizado en el suburbio, relacionando directamente salarios y precio del suelo urbano, que no han modificado para que dejase de ser rural. Los arquitectos, al servicio del cliente —siempre el poder—, son los encargados únicamente de dar la forma, el urbanista a la escala de ciudades y el arquitecto a la de las viviendas, el orden ya se lo dará el propio modelo económico y su sistema de precios. Un orden transformado en proyectos formales de sociedades claramente definidas.
Tras la II Guerra Mundial llega el momento de los Planes como materialización de políticas post-bélicas de desarrollo y reconstrucción, tanto en países socialistas como capitalistas. En estos últimos la planificación seguirá dando cobertura al sistema mediante el mantenimiento de los derechos de propiedad sobre el suelo, y su zonificación completa de acuerdo con los intereses de sus principales propietarios. El proceso termina con la abdicación del urbanista como reformador social en técnico y de la planificación como praxis, institucionalizada en congresos y organismos gubernamentales y académicos, las aportaciones formales concretas y óptimamente adaptadas al terreno y la disolución del urbanismo en el pragmatismo de, por fin, su consecución en una economía mixta, libre y planificada.
El texto original remata con un dibujo pesimista de escenarios globales posibles, continuando las explicaciones de la introducción cara al futuro. Las posibilidades de elección varían entre un mundo totalmente urbanizado por el crecimiento poblacional descontrolado, sobre todo el urbano, que habría que corregir mediante políticas recesivas demográficas, de inmigración y de urbanización, o bien limitar un nivel máximo de urbanización, con las poblaciones urbana y rural en desarrollos diferenciados y paralelos, fuertemente segregativos con respecto a la rural. Ambos se dan separados dentro de la globalidad, el primero en las zonas subdesarrolladas, y el segundo en las ricas con respecto a las subdesarrolladas.
Este bloqueo, en los países más desarrollados, forzaría la creación de nuevas ciudades, que volvería a demandar un fuerte control demográfico e inmigratorio; usado abusivamente podría desabastecernos de mano de obra en un corto plazo. Apaciguando esta situación con cambios estructurales que evitaran la segregación de zonas rurales, se estabilizaría a largo plazo la población, coincidiendo con la total urbanización del mundo, a la que nos dirigimos.
El apéndice del segundo libro traspasa la pura crítica y responde al análisis del primero con una propuesta concreta que lo sobrevuela por entero: continuar el proceso de socialización comenzado con el espacio público tradicional, con aquellos otros productos urbanos necesarios de demanda constante y propiedad privada (vivienda, medios de transporte, suministro de energía -y agua- y suelo urbano); para ello como en el apéndice original, sondea las posibilidades de hacerlo dentro de las ideologías resumidas, en el «socialismo evolutivo» (Ramón, 1970: 136) del estado de bienestar de la democracia burguesa.
Se centra en el suelo urbano porque:
No mejora sustancialmente el mecanismo que opone el Estado, que jugando en el mismo campo, compra y urbaniza suelo para construir vivienda en lugares lejanos o con dificultades, todavía no interesantes para los privados. Aunque limitando el uso del suelo alrededor, alimenta no sólo la dinámica de incremento de suelo urbano, sino también la de la «sub-ciudad de promoción estatal» segregada (Ramón, 1970: 154).
Siendo la urbanización un proceso ineludible, cotidiano y universal, hemos de ser conscientes de que es la acumulación, exagerada y consentida en la raíz del sistema capitalista, la que lo empuja, y los modelos ideológicos renovados que la apoyan o niegan en realidad sirven para sostener y legitimar dicha acumulación, desviando la atención mientras se revisa.
«Así, bajo el esplendor estético de la ‘ideología urbanizadora’, las ciudades seguirán perdidas a la convivencia y ganadas a la explotación» (Ramón, 1967:contraportada). Nos toca a nosotros elegir.
En el contexto del debate económico y de medios de sus coetáneos, la visión ideológica (política) de Ramón y los procesos explicados en La ideología urbanística alrededor del suelo continúan después traspuestos de escala con la vivienda, o en el alojamiento, como concepto anterior y más amplio; situación que por usual se nos hace ineludible.
Centrándonos en un escenario de urbanización masiva como el augurado, John F. C. Turner señala sobre el ejemplo de países preindustrializados con un salario medio insuficiente para salir de la pobreza, aparejado con el común aumento desproporcionado de población, que ningún gobierno es capaz de contener la «explosión urbana» y su materalización en forma de slums. Es el momento en que la urbanización desborda a la planificación y a la legislación (Turner, 1965).
Se suele enfocar el problema como déficit cuantitativo de viviendas modernas estandarizadas, pero:
... no es, de ningún modo cierto, que el valor de la vivienda pueda ser medido por la calidad de la estructura, sin referencia a su situación geográfica, su alquiler, y su valor de inversión. La dicotomía supuesta entre la necesidad social de viviendas y la necesidad económica de actividades productivas directamente es tan sospechosa como esta tercera premisa: que un hábitat mejorado físicamente estimulará el progreso social y económico de los habitantes. Si estas dudas están justificadas, entonces el problema ha sido expuesto incorrectamente.
Turner, 1967
Por eso antes de la supresión del asentamiento se debería considerar el hecho de comprender, apoyar y guiar los procesos sociales naturales por los que los residentes llegados (normalmente inmigrantes campesinos) se transforman en ciudadanos participantes.
Distinguiendo entre Corralones y Barriadas —en este caso limeñas—, Turner (1976) afirma que los slums son los asentamientos más viables económica y socialmente para sus habitantes en términos de desarrollo, al asentarse donde son libres para actuar en interés propio. Dependiendo de su situación (centrales o mixtos) y tipo (de especulación o de ocupación), y lejos de síntomas de enfermedad social, son espacios catalizadores que permiten superar la cultura de la pobreza y propiciar el ascenso social de sus habitantes mediante el empleo, la autoconstrucción y la participación vecinal, para convertirse en barrios dotados de servicios y habitantes con acceso a la economía urbana.
Propone concentrar los esfuerzos en la provisión de tierras baratas en las periferias de las ciudades con control de valores y usos, donde ordenadamente pueda producirse la construcción de viviendas por los usuarios, concentrando los gastos y liberando así puestos en los slums de acogida, que ir cubriendo con alquileres baratos y seguridad ambiental en los mismos. Construir comunidades y no viviendas.
Al igual de como consideraba Ramón para el suelo urbano, el alojamiento no debe entenderse como un producto de consumo más (Habraken, 1962: 30), sino como proceso mismo de alojarse, con el valor de participación del usuario y en defensa de los valores culturales del hecho, valores que el capitalismo ignora, niega y reprime (Turner, 1976). El alojamiento es en sí un consumo, pero precisamente por estos valores tan particulares es imposible su satisfacción en masa.
Contrario al consumo de suelo como recurso no renovable y ante la idea de alojamiento regresivo predominante, opone el «inmenso potencial de participación popular» (que los ricos pueden aprender de los pobres en los procesos de decisión, agrupación, organización y uso de tecnologías preindustriales[1] y recursos locales). En ese momento aquí, en un espacio mucho más urbanizado, se correspondería con el rural casi abolido.
Asume la noción de soporte como el suelo administrado centralmente, más la infraestructura planificada, más los sistemas generales de servicios públicos que soportan la vivienda, como elemento físico donde recae el derecho de alojarse, tanto compartimentando el ya existente como el futuro.
Mientras que para la clase acomodada el proceso de alojamiento está garantizado dentro del soporte urbano que lo precede por el mercado de suelo urbanizado, en las clases inferiores este sólo es posible fuera del soporte establecido, y si puntualmente llegara a su acceso sería renunciando a toda autonomía o actitudes participativas, conformada a lo que le dejaran (Turner, 1976: 92). Es aquí, en la lucha de intereses entre el sector público y el privado donde radica la «esencia de la política» (Turner, 1976: 139).
En el caso de Habraken, la teoría de los soportes trata de separar aquello inamovible de un edificio residencial, dependiente estrictamente de las ordenanzas, intentando superar la homogeneidad y rigidez de la vivienda de masas, remitir su esencia y aspecto como producto acabado y repetitivo, en un esfuerzo de flexibilidad-intecambiabilidad como solución al hecho cambiante del que se nutre la arquitectura. Potencia los gradientes de transición entre lo público y lo privado y la transformación de la base edificada por los usuarios, estructurando la complejidad típica de las zonas de alta densidad con la conciliación de dos lógicas, la planta libre estructurada en franjas y los sistemas modulares interiores en sistematizaciones abstractas y pragmáticas. Estas permiten a la arquitectura funcionar como proceso, diferenciando lo que cambia de lo que permanece, y como sistema dentro de sistemas mayores y de la cual dependen subsistemas técnicos, partes y elementos. Ramón (1975) contribuye a situar ideológicamente este proceso —nacido desde una educación— esencialmente demócrata hacia sus moradores en la situación española de un fortísimo desarrollo inmobiliario, encauzándolo urbanísticamente con las escalas que lo preceden, trece años después de escrito.
Para Ramón (1976:17) ante la actividad humana de alojarse se propone el recurso social de ser alojado; de actividad humana libre ha pasado a ser un derecho , manteniendo además la limitación segregativa impuesta por la propiedad privada del suelo administrado por el Estado y forzado espacialmente.
Aunque originalmente resultaba útil —y valorado— para cobijar en emergencia a quienes autónomamente no podían hacerlo, el método se convirtió en norma (Habraken, 1962: 50), pese a ser plenamente resoluble por los alojados. El ejercicio del poder establecido consiste en impedírselo.
Donde el suelo es privado hay un poder institucionalizado que permite a los señores del suelo, una vez expulsados los espontáneos, representar la función establecida. El Estado, que domina los procesos de desarrollo social, parece no tener alternativa a otro modelo, en una representación aburrida, al menos forzada.
Ante esta cuestión de poder, para redondear el discurso de esta representación, se prescinde de problemas o posibilidades que pudieran no encajar con la perfección del argumento, así pues el soporte del alojamiento será el mejor posible o construible (aunque con tal presupuesto en cuales prioridades). Y si el soporte va a ser cada vez mejor, en los procesos de renovación por envejecimiento, mejor será el derribo que la reforma, en un proceso-progreso continuo de gasto superfluo y beneficio seguro.
En España, donde al revés, el alojamiento masivo era el «peor construible», el proceso iba abocado a una crisis segura (Ramón, 1976: 119) —una de las tantas que han sucedido.
Pero se plantea la posibilidad externa de que los espontáneos que fueron llegando permanezcan. Los protagonistas del mercado tendrán que encontrar un nuevo papel real en un orden con todos los individuos incorporados, un momento concreto y finito donde se produzca la reforma de los soportes, en el que las estancias se destinen a funciones acordes a sus condiciones, distintas-alternativas a las que les otorgaba el sistema económico-mercantil de la propiedad (momento de liberación de usos). El capital habría dejado de ser el generador de todo, la oportunidad (derivado del valor) de uso frente al de cambio, un momento que los protagonistas (espontáneos) sólo pueden mantener defendiendo su posición en una lucha de clases tras la cual surgirían de forma estable nuevos acuerdos, germen de situaciones que superaran las anteriores.
Con los espontáneos (las víctimas de aquellas ideologías tratadas en Miseria de la ideología urbanística), los espacios que fuéramos dejando serían rehabilitados y enriquecidos con otros usos, sin excusas basadas en la continua reconstrucción. De otra forma iríamos a la ruina, sino a la demolición (Ramón, 1976: 121). Otra vez tendremos que decidir.
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[1]: También
apuntado por J. Habraken (1962:10) en Soportes: Una
alternativa al alojamiento de masas.
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