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Asistimos a una general degradación del medio ambiente. Se vive cada vez peor en nuestras ciudades y nuestro campo.
Los barrios son casi siempre unas zonas mal dotadas donde con frecuencia el aire es irrespirable. Miles de personas tienen que recorrer kilómetros para encontrar un parque. Soportamos toda clase de ruidos. El paisaje de nuestras costas ha sido destruido por las urbanizaciones turísticas. La parcelación viene arrojando al público de espacios naturales que frecuentaba desde varias generaciones. La población rural se ve obligada a optar entre vivir mal en la periferia de las ciudades o vivir mal en un campo marginado. La publicidad perturba el disfrute del paisaje y altera el reposo. Zonas de regadío son destruidas para instalar industrias que tendrían mayor eficacia social en otros emplazamientos. Se usan incontroladamente insecticidas y pesticidas... Falta agua.
Las Rías Gallegas, el Coto de Doñana, Erandio, la Dehesa del Saler, Avilés, la Sierra de Guadarrama, etc. son hoy nombres dolorosos para las distintas poblaciones que han visto agredidas sus condiciones de vida o han sido expoliadas en su patrimonio natural. Tarragona ve en este momento, concitadas sobre su espacio, centrales nucleares, industrias contaminantes y obras públicas muy discutibles, en una especie de museo de los horrores del medio ambiente.
No parece que esto vaya a detenerse.
A la siniestra alegría con la que el capital español ha venido actuando se suma, desde hace años, la presencia de empresas multinacionales que colocan en nuestro suelo lo que en sus países ya rechaza la población. Mano de obra barata, suelo en venta y escaso control de las actividades contaminantes han estimulado la instalación de ‘industrias sucias’: refinerías, cementeras, automóviles, alúminas... Milton Friedman, economista del ex-presidente Richard Nixon, ha expresado con cínica claridad esta estrategia: «Cuando importamos acero del Japón estamos también importando aire y agua limpios». Las aguas de nuestros ríos, nuestro aire, se convierten en factores impagados de los precios de estos productos. ¿Quién nos devolverá lo que era de nuestro país?
Se dice que esto es el precio del bienestar material. No hay, sin embargo, bienestar material cuando el aire que respiramos o la comida que ingerimos es cada vez peor y cuando la posibilidad de descanso de la población trabajadora, sobre la que inciden en particular todos estos problemas, se ve frustrada por la privatización de los espacios públicos.
El sistema socio-económico del beneficio privado, vigente en esta sociedad, está demostrando su impotencia para proporcionar un desarrollo armónico de las colectividades humanas. A lo largo y a lo ancho del mundo lo ponen de manifiesto los movimientos que ante estos hechos se producen.
Rechazamos, en consecuencia, cierto ‘desarrollo’ presidido por el afán de aumentar el volumen de los negocios sin tener en cuenta el precio social que se paga por ello, ni el despilfarro de nuestros recursos naturales y la degradación del medio ambiente. Sus estadísticas, de aparente brillantez, sólo reflejan un crecimiento desvinculado de la real situación de la vida en nuestro país.
Rechazamos un sistema de actuaciones esporádicas ante estos problemas, el sistema de intervenir cuando el daño es irreparable, cuando la catástrofe ha impresionado a la población. Constatamos la triste evidencia de que en tales casos es sobre el conjunto de los ciudadanos sobre quien recae el coste de intentar reparar lo que los intereses privados han desplazado.
En consecuencia, proclamamos que el Estado debe establecer como principios que informen su política ambiental éstos que la Asociación Española para la Ordenación del medio ambiente (AEORMA) entiende como básicos:
La asociación estima necesarias una serie de medidas a cuyo estudio y promoción se compromete a la vez que las somete a la opinión pública:
Llamamos la atención, por su especial gravedad y urgencia, sobre estos puntos del territorio cuya enumeración no pretende ser exhaustiva:
Desde esta situación y con estos principios, AEORMA se dirige a todos los ciudadanos que sientan una agresión concreta en el medio en el que viven o del que viven. La asociación quiere servir en este sentido como cauce de estos deseos, sentimientos e intereses agredidos, facilitando documentación y consejo técnico, e integrando a estos ciudadanos en AEORMA, sirviendo ésta únicamente de instrumento de una acción protagonizada por los propios ciudadanos.
Se dirige también a aquellas personas o grupos interesados en el estudio de determinados problemas relacionados con el medio ambiente para que, conservando su personalidad, se establezcan contactos con grupos y personas que actúen paralelamente. A todos ellos brindamos la utilización de la documentación y relaciones de la asociación.
La redacción de este documento tuvo lugar en el País Valenciano, por lo queremos declarar que la destrucción de su Huerta, el deterioro de sus costas, la falta de criterios racionales de localización industrial (que ha llevado a instalar la Cuarta Planta en Sagunto, Ford en Almusafes, Esso en Castellón o la Empresa Nacional de Aluminio en Alicante), la Autopista AP-7, la supervivencia en peligro de la Albufera de Valencia, la Central Nuclear de Cofrentes y la privatización de El Saler, única zona natural pública de una población de más de un millón de habitantes, simboliza y resume el caos del medio ambiente español.
[1]: El Manifiesto de Benidorm constituyó uno de
los primeros documentos que reflejan la existencia del movimiento
ecologista en nuestro país. A finales de los sesenta y principios de
los setenta, los temas ecológicos o ambientales empezaron a cobrar
interés y un conjunto de personas sensibles a ellos movilizaron la
opinión con publicaciones y movimientos de protesta contra planes,
proyectos y procesos muy dañinos del medio. Entre los proyectos que
más oposición suscitaron —apoyada con nutridos grupos de
afectados— se encontraban entonces los proyectos de centrales
nucleares y de autopistas. En la reunión de Benidorm participó una
cincuentena de personas —posiblemente las más representativas
y/o con más empuje del movimiento ecologista de aquellos tiempos. La
llamada la hizo AEORMA y el lugar fue Benidorm, porque allí vivía
Mario Gaviria que hizo de anfitrión. Antonio Estevan participó en la
reunión, entre otras cosas, porque era miembro del Consejo de
AEORMA. Ésta era una pequeña organización que había nacido al calor
del despacho del abogado ‘ambientalista’ Carlos Carrasco. En
la reunión de Benidorm, se trataba de discutir la posibilidad de hacer
de ella una organización ecologista más amplia y militante. Aunque no
llegó a madurar la pretendida ‘refundación’ de AEORMA, el
encuentro originó el mencionado Manifiesto, suscrito por todo los
asistentes. La mecánica fue la siguiente. Cuando se decidió la
oportunidad de hacerlo, un primer borrador fue elaborado conjuntamente
durante una pausa por José Vicent Marqués y José Manuel Naredo. Ese
borrador se discutió, corrigió y completó con las aportaciones que se
hicieron el pleno de la reunión, en la que Antonio Estevan
participaba, dando lugar a la versión definitiva del manifiesto aquí
reproducida.
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