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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
"Igual que existe una ecología de las malas hierbas, existe una ecología de
las malas ideas, y desafortunadamente en el actual sistema el error básico se
propaga".
Gregory Bateson
Junto a cuestiones estéticas o culturales, el problema de la vivienda y de la
ciudad industrial fue parte sustancial del núcleo de la discusión de la que
surgió el Movimiento Moderno. De hecho, sus planteamientos tuvieron como
consecuencia la sustitución de las culturas vernáculas por el Estilo
Internacional. Las implicaciones de esta sustitución son tan importantes que
merece la pena recordarlas con algún detalle.
En primer lugar debe notarse que esta sustitución opera en el plano de los
métodos y no sólo en el de las soluciones. Además de sustituir unos tipos
edilicios por otros, se sustituye también la forma de percibir los problemas
planteados. En este apartado, y en lugar central, está la especialización, uno
de los valores exaltados por la civilización industrial, pero contrario a la
tradición arquitectónica, tanto culta como vernácula. Así, mientras la teoría
de los cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego) actúa como contexto
esencial en el clásico tratado de Vitruvio (contexto dentro del cual van
situándose las explicaciones y argumentos sobre los diversos elementos de la
arquitectura y la ingeniería, la ciudad y el territorio), las propuestas
teóricas del Movimiento Moderno acusan un desfase notable respecto a las bases
científicas de su época. Por ejemplo, la "casa con respiración exacta" de Le
Corbusier pertenece más al paradigma de la mecánica racional del siglo XVIII
que a la termodinámica del siglo XIX (aunque ésta le preste el sustento
técnico), mucho menos a los nuevos paradigmas científicos del XX,
contemporáneos de Le Corbusier. En descargo de Le Corbusier puede argüirse que
la creciente especialización en la ciencia y la técnica industriales impiden
una rápida comunicación del saber entre las diversas disciplinas. Pero,
incluso así, no es posible explicar porqué entonces Le Corbusier y otros
teóricos del Movimiento Moderno no renunciaron al tono generalista y global
de sus propuestas. Pues recuérdese que la "casa con respiración exacta" era
propuesta para todos los países y para todos los climas [2]: los llamados
"muros neutralizantes" (dos láminas de vidrio entre los que circularía el aire
acondicionado) permitirían mantener en el interior del edificio una
temperatura constante de 18 grados Celsius. Esto exigía desde luego una casa
hermética, una casa incapaz de relacionarse con el mundo exterior (ya fuera
para defenderse o aprovecharse de él); la casa en frente de, o contra, una
naturaleza dominada. En definitiva, una faceta más del paradigma cartesiano
con que había culminado el desarrollo de la ciencia racional, inaugurada por
Roger Bacon en el siglo XIII (cf. [Eco, 1985:235]).
De acuerdo con este paradigma, cada problema parcial del diseño fue
resolviéndose con un material específico en concordancia total con el enfoque
parcelario y especialista al que dio lugar el mecanicismo. En la Casa Dominó
(1914) de Le Corbusier puede observarse por vez primera una teoría explícita
en la que la estructura del edificio (formada por soportes y losas de hormigón
armado) aparece diferenciada de los muros que compartimentarán el espacio.
Figura 1: La Casa Dominó de Le Corbusier.
El muro de la construcción moderna es, en contraposición al muro clásico, un
conjunto de capas específicas: aislamiento térmico, barreras de vapor, muro
estructural, tabique de acabado, `chapado' de piedra. Es para este tipo de
construcción heterogénea, sin precedente histórico válido, para el que tiene
sentido un planteamiento técnico particular para cada problema específico,
desgajado de un proceso global de percepción y construcción, que había sido
lo propio de las culturas vernáculas que van siendo sustituidas. (Para una
discusión más detallada, véase [Vázquez, 1987].)
La nefasta influencia del Estilo Internacional (excelente compendio de todo
lo anterior) es bien conocida pero quiero resaltar uno de sus aspectos más
dramáticos: su generalización incluso fuera de la esfera de la arquitectura
académica. Este hecho es patente sobre todo en las megalópolis del llamado
Tercer Mundo. En estas aglomeraciones, el porcentaje de viviendas construidas
por arquitectos titulados es ridículo (del orden del 10% del total, cf.
[Salas, 1992:22]), y el fracaso en proporcionar vivienda es palpable, no porque
se faciliten `malas' viviendas (como ocurre en los países industriales) sino
porque no se facilitan viviendas en absoluto. El grueso de la población de
estas megalópolis debe recurrir a construir por sí misma para encontrar
cobijo. Desafortunadamente, para ello no pueden regresar a las antiguas
tradiciones vernáculas pues las comunidades que podían sustentarlas han
desaparecido hace tiempo. Como consecuencia de este proceso, el modelo de
vivienda de una planta con entramado de hormigón cuajado de muros de ladrillo
macizo se ha convertido en la casa ideal e internacional de los pobres (ideal,
por otra parte, alcanzado sólo en pocas ocasiones). Fotografías de este tipo
de vivienda humilde tomadas en diversas ciudades de países y continentes
distintos no ofrecen pista alguna que pueda revelar su lugar de procedencia.
Incluso el detalle singular de las varillas de acero asomando por la cubierta
plana de la vivienda (en espera de obtener recursos en el futuro para ampliar
la vivienda con una segunda planta) es un detalle tan internacional como el
propio Estilo.
Figura 2: El "estilo internacional" de la miseria.
Se ve así que la propuesta de resolver técnicamente el problema de la
vivienda, recogida por el Movimiento Moderno, era utópica en el doble sentido
negativo de la palabra: por un lado ha resultado imposible y por el otro no
ha resultado deseable. La propuesta además llegaba tarde, cuando ya existían
instrumentos analíticos que podían haber previsto las disfunciones y fracasos
del Estilo Internacional.
A este respecto conviene recordar que nuestros actuales problemas ecológicos
habían sido previstos en pleno despegue de la Revolución Industrial, aunque
los técnicos (ingenieros, arquitectos, etc) prestaron oídos sordos a las
advertencias, al sentirse capaces de resolver cualquier problema particular
con el que se vieran enfrentados. Baste recordar que el efecto invernadero que
hoy tanto nos preocupa (y que algunos siguen viendo obstinadamente como un
problema técnico más) fue previsto por J. Tyndal en 1861, y por muchos otros
posteriormente (cf. [Maunder, 1988:72]).
Ante estas disfunciones de la técnica moderna, las posturas pueden dividirse
en dos categorías (aunque por supuesto todavía hay quien sigue sin poder
percibir disfunción alguna). Por una parte están aquellos técnicos que achacan
las disfunciones a un conocimiento técnico incompleto, mal utilizado o
empleado; para estos, nuestros actuales problemas deben resolverse con el
mismo método que viene siendo empleado, pero con una información más completa
y modelos más elaborados capaces de previsiones más exactas (y resulta
innegable que esto último resulta urgente e imprescindible en muchas
disciplinas). Por otra parte, para un segundo grupo de personas, solamente un
radical cambio de método (y por tanto de forma de percibir y de pensar los
problemas) podría ofrecer alguna alternativa interesante, con alguna
posibilidad de éxito.
El examen de algunos problemas y de sus soluciones, en cierto sentido
emblemáticos, puede ayudar a dibujar con alguna nitidez la frontera entre
ambas actitudes, que posteriormente intentaré trazar con mayor precisión.
Hassan Fathy fue un importante impulsor de la reconstrucción y desarrollo de
la vida campesina en Egipto. Su proyecto más importante para lo aquí nos
interesa es el nuevo poblado de Qurna (Al-Qurna Al-Jidida). Qurna la vieja
estaba constituida por cinco aldeas emplazadas en la Tebas de la antigüedad,
en la que vivían y prosperaban saqueadores de tumbas. En 1944, el
extraordinario robo de una enorme pieza catalogada en la antigua necrópolis,
propició un decreto de expropiación y expulsión de sus habitantes, firmado por
el Ministerio de Antigüedades. A Fathy, a la sazón profesor de la Facultad de
Bellas Artes de El Cairo, se le encargó la construcción de una nueva ciudad
y la entrega de nuevas viviendas como indemnización. Para Fathy se trataba de
una nueva oportunidad de demostrar la viabilidad de sus ideas reformadoras.
La construcción sería colectiva, con participación de la gente en el diseño,
y recuperando antiguas técnicas que estaban cayendo en desuso, incluyendo
bóvedas y cúpulas de adobes pero construidas sin cimbras de madera (por las
que es mejor conocido en Occidente). Acerca de estas técnicas el propio
[Fathy, 1948] escribió:
Estos procedimientos constructivos están todavía en uso en el Alto
Egipto y son transmitidos por albañiles de generación en generación,
desde la más remota antigüedad. Esta tradición tiende a desaparecer por
la falta de interés que los técnicos demuestran hacia estos
procedimientos, pero a pesar de ello pueden resolver muchos problemas
sociales y económicos relativos a la arquitectura egipcia de nuestros
días. Nuestros esfuerzos tienden a ponerlos al día, obteniendo de ellos
todas las posibilidades de orden práctico y artístico.
La construcción del nuevo poblado estuvo plagada de incidentes tanto con la
burocracia estatal como con los futuros habitantes, y su relato es demasiado
prolijo e interesante como para resumirlo brevemente aquí [3]. Contra su deseo,
Fathy se vio obligado a idear cada vivienda y la organización de la nueva
ciudad, en la cual "se ha respetado la división de las cinco aldeas actuales
en forma de cinco barrios, separados por las grandes arterias principales"
[Fathy, 1948]. Lo cierto es que esta división es más nominal que real, pues la
morfología en planta de la nueva Qurna no sugiere en ningún caso la existencia
de las cinco aldeas originales.
Figura 4: Planta de Al-Qurna Al-Jidida.
Tras muchas vicisitudes, el inconcluso poblado fue habitado por personas de
diversa procedencia (principalmente ocupantes ilegales) desde mediados de los
sesenta. De otro lado, sólo parte de la vieja Qurna fue demolida. Desde
entonces, ambos pueblos han sufrido el paso del tiempo con distinto éxito.
[Fathy, 1948:43] esperaba que, a pesar de todas las dificultades habidas en el
desarrollo del proyecto, "the village craftsman will be stimulated to use and
develop traditional local forms, simply because he will see them respected by
a real architect, while the ordinary villager will be [...] in a position to
understand and appreciate the craftsman's work" [4].
Figura 5: Mercado de Gurna El Gidida.
Visité Al-Qurna Al-Jidida en dos ocasiones: en 1982 y en 1992. En la primera
gocé de la cordial hospitalidad del Dr. Fathy que me permitió disfrutar de su
propia vivienda en Qurna (de hecho, el `hotel' del poblado). Para 1982, el
nuevo poblado mostraba ya notables síntomas de envejecimiento, en gran parte
debidos a la falta de mantenimiento de las construcciones (no a falta de
pericia técnica de arquitectos y constructores) lo que, a mi juicio, indicaba
la ausencia de una verdadera implicación entre los habitantes y sus viviendas.
El único edificio que se cuidaba apropiadamente era la mezquita, obviamente
por razones religiosas.
Para 1992, el poblado había sufrido diversas alteraciones. El teatro había
sido restaurado con cargo a presupuestos públicos (bajo la supervisión de
Fathy, cf. [Steele, 1988:68]), pero seguía sin ser usado por sus habitantes.
La escuela había sido reemplazada por un nuevo edificio de hormigón. Las
viviendas habían seguido la senda del envejecimiento o la de la sustitución,
precisamente por el tipo humilde del Estilo Internacional que hemos examinado
antes: entramados de hormigón cuajados con fábrica de ladrillo macizo.
Mientras tanto, en los restos de la vieja Qurna todavía se podía apreciar esa
fuerza misteriosa de la cultura vernácula, una fuerza que por otra parte había
sido la guía del arquitecto en el desarrollo de su programa de reformas.
En este caso ejemplar, Hassan Fathy no consiguió sus deseos más íntimos, bien
expresados en una de sus obras, significativamente titulada en francés
Construire avec le peuple. Si se reflexiona sobre ello en detalle creo que no
es difícil ver donde estuvo el error. Como indicaba el propio Fathy en el
primer texto citado, su método consistió en integrar las técnicas vernáculas,
consideradas en sí mismas, dentro del catálogo de soluciones de su propia
arquitectura [5]. Pero siguieron siendo los técnicos los que plantearon el
problema y estudiaron la solución con métodos racionales semejantes en todo
a los propugnados por el Movimiento Moderno: los arqueólogos resolvieron el
problema de la Tebas faraónica expulsando a sus habitantes, Fathy diseñó con
la mejor voluntad e inteligencia la que pensó sería una nueva ciudad adaptada
a la idiosincrasia de los ladrones de tumbas. Pero estas personas, habitantes
de Qurna la vieja, sufrieron las soluciones ajenas y de hecho no tuvieron la
oportunidad de decidir ni construir sus propias soluciones. En realidad,
resulta difícil ver como las técnicas vernáculas pueden ser útiles cuando ya
han desaparecido las comunidades que les dieron vida (véase una discusión más
detallada en [Steele, 1988:63-76]).
Los oasis del Sahara merecerían una exposición detallada de la que no me
siento capaz, pues mis conocimientos sobre este tema son más los de un viajero
que los de un investigador. Para lo que aquí me interesa, sí quisiera subrayar
algunas de las características esenciales de estos territorios, islas de
fertilidad en medio de un mar de tierra y arena.
Los oasis aparecen en depresiones topográficas. A lo largo de sus acantilados
existen oportunidades significativas de que los acuíferos subterráneos salgan
a la luz, creando fuentes naturales que pueden regar vastas extensiones de
terreno. Además, debido a la inferior cota del oasis respecto al territorio
desértico que le rodea, es en todo caso más fácil llegar en él a los acuíferos
mediante pozos artificiales. Resulta obvio que es este agua obtenida del
acuífero de una u otra forma la que da vida al oasis.
En los oasis de esta región de Egipto se distinguen tres partes netamente
diferenciadas: los huertos, el poblado y el cementerio. La ubicación de los
huertos es la determinante de la posición de los otros dos elementos. El
huerto debe situarse aguas abajo de las fuentes, de manera que la propia
gravedad pueda conducir el agua a cada parcela cultivada. El cementerio y el
poblado se ubican por el contrario en una cota por encima de las fuentes,
incluso a veces en una terraza superior (aunque de cota todavía inferior al
desierto circundante). Mientras que la ubicación final del cementerio debe
obedecer a razones religiosas, en la posición del poblado influye la posición
de las fuentes: en los casos visitados el poblado ocupa la posición libre más
cercana pues es necesario facilitar el acarreo de agua a las viviendas. De
hecho, las fuentes naturales constituyen una frontera que separa con precisión
el poblado de los huertos. Se ve así como la posición de las fuentes de agua
determina en buena parte la posición de los tres elementos del oasis. Las
reglas enunciadas hasta aquí son a la vez simples y sabias y conducen a un uso
consciente y premeditado del territorio, lo que ha ayudado a mantener la vida
sin interrupción desde al menos los tiempos de los faraones [6].
Figura 6: El cafetín de Balat.
Figura 7: Arquitectura de tierra en Balat.
Al Dajla es un oasis que se ajusta aun mejor que Al Bahriyah al modelo que he
descrito. Balat es una pequeña aldea en ese oasis. Lo cierto es que había
`algo' en Balat que me impresionó vivamente cuando la visité en 1983. No se
trataba de los excelentes ejemplos de arquitectura de tierra que allí se
encuentran (por otra parte, mucho mejor conservados que los que me había
encontrado en Al-Qurna Al-Jidida un año antes), ni la disposición morfológica
que he descrito. Todo esto lo conocía previamente por mis estudios. Había algo
más pero no acerté con ello mientras estaba en el lugar. De regreso en España,
y contemplando fotografías vi con claridad donde estaba la diferencia: ¡Balat
contaba con el único cafetín limpio (en el sentido europeo) que había visto
en Egipto (y me había solazado en muchos)! No es que la limpieza de un cafetín
sea significativa en un sentido absoluto. No se trata de nada de esto. Sin
embargo, por comparación con la suciedad de otros alegres cafetines, esa
fotografía evocaba vivamente la morfología del territorio, el amoroso cuidado
de los edificios en uso, la placidez y la frescura de los huertos en las
calurosas horas del mediodía. ¡Todo estaba allí, en esa imagen de un cafetín
vacío en una agobiante tarde de verano! Y ese todo hacia una diferencia
esencial con lo que había visto en las riberas del Nilo: la gente era dueña
de su vida en la medida de sus fuerzas. En realidad, para describir mis
sentimientos nada mejor que lo escrito por [Fathy, 1969:6] al describir la
arquitectura vernácula en Nubia: "It was a new world for me, a whole village
of spacious, lovely, clean, and harmonious houses each more beautiful than the
next. There was nothing else like it in Egypt; a village from some dream
country, perhaps from a Hoggar hidden in the heart of the Great Sahara" [7].
Intentaré mostrar lo relevante de esta diferencia con un ejemplo a mi entender
muy significativo.
Figura 8: Piezas y esquema de las norias de Balat.
Figura 10: Montaje de los cangilones de una noria.
Los huertos de Balat están regados por pozos artificiales. El agua se extrae
de ellos mediante norias movidas por bueyes. La noria se dispone dentro de un
pequeño edificio, de manera que el animal y la persona a cargo están al
resguardo del Sol. La noria no tiene nada de particular salvo quizá el sistema
usado para los cangilones [8]. Como es habitual los cangilones son vasijas de
barro sujetas a una doble maroma. Pero en vez de una anillo completo, el
sistema consta de cadenas con un número dado de cangilones, de manera que
uniendo el número adecuado de cadenas, la longitud total del anillo puede
ajustarse con alguna precisión al nivel freático en el pozo, disminuyendo al
mínimo el rozamiento de los cangilones con el agua y el propio peso del
artilugio, y en consecuencia el esfuerzo del animal. Por lo que pude entender,
el número de cadenas que podían acoplarse a la vez para formar el anillo
estaba limitado. Las razones esgrimidas para este límite eran ciertamente
ambiguas, tenían vagamente que ver con la fuerza del buey y con la profundidad
del pozo. Sea como fuere, ese límite tenía un efecto significativo: cuando el
nivel freático disminuía por debajo de la máxima profundidad que podía
alcanzarse con el máximo número de cadenas, se renunciaba al riego de las
huertas. Conscientemente o no, y debido a todas las particularidades del
sistema, la comunidad se había autoimpuesto un límite en la cantidad de agua
disponible para los huertos, lo que sin duda evita agotar el acuífero que
alimenta al pozo [9]. De hecho, un límite que ha debido operar ... ¡desde hace
siglos! (Recuérdese que en Arabia Saudí se está extrayendo actualmente agua
de los llamados acuíferos `fósiles', cuyos períodos de renovación se han
calculado también en siglos. Sin embargo, cuando estos acuíferos se agoten por
el uso, las actuales zonas de regadío a que han dado lugar habrán de volver
irremisiblemente a ser desierto.)
Mi sorpresa fue en aumento al encontrar al lado de estas norias (en un
continuo y difícil proceso de conservación), bombas accionadas por gasoil. De
la información que pude obtener, deduje que tales bombas formaban parte de un
proyecto de cooperación y desarrollo [10]. No hubo ninguna oposición a su
instalación (aunque tampoco hubo una solicitud previa por parte de la
comunidad). Pero, de hecho, ni se usaban ni se había construido edificio
alguno con que protejerlas de la intemperie. Su uso, desde luego, hubiera
permitido superar el límite impuesto por el sistema de norias y, en
consecuencia, aumentar significativamente el caudal de agua disponible. Las
confusas razones esgrimidas como explicación de esta actitud tenían que ver
con el costo del combustible, y con la dificultad de reparar las bombas cuando
se estropeaban (al parecer, el técnico tenía que venir desde El Cairo). Pero,
con independencia de cuales sean las verdaderas razones, lo cierto es que
renunciar a las bombas de gasoil tenía como consecuencia respetar el límite
impuesto por el sistema tradicional, de manera que mientras así sea, la
comunidad de regantes de Balat seguirá unida a la supervivencia de los
acuíferos que sustentan su forma de vida.
Figura 12: Dos grifos surgen de una duna...
En todos los oasis se han acometido proyectos de `modernización' semejantes
al que la población de Balat simplemente ignoró. Sus resultados son tan
dispares que no cabe aquí su análisis pormenorizado. Muchos de estos proyectos
introdujeron también conducciones de agua (tradicionalmente transportada
mediante animales y/o por las mujeres). El final de una de éstas conducciones
en Al-Bauiti es para mi uno de los mayores misterios de aquella visita: dos
grifos surgen en la ladera de una duna. Nunca averigüe las razones de esta
instalación tan misteriosa, no sé si se trata de una instalación engullida por
el normal desplazamiento de la duna (mostrando la falta de previsión de los
técnicos), o si ese par de grifos fueron puestos allí intencionadamente a
petición de la población, a fin de facilitar a las mujeres el cumplir con la
tradición de suministrar agua a los muertos cada jueves en el cercano
cementerio (cf. [Fakhry, 1974:53]). Sea como fuere, creo que la imagen ilustra
bien la perplejidad que pueden llegar a ocasionar tales proyectos
`modernizadores', la imposibilidad de su lectura técnica.
Pero, ¿es realmente una cuestión crucial? Desde luego es fácil ver que no es
así en general. La sabia regla de Sócrates es valiosa en los alrededores del
paralelo cuarenta. Como es bien sabido, ello se debe a que el Sol camina bajo
en invierno y alto en verano en esa latitud, lo que hace posible un diseño que
le deja entrar cuando es necesario y le deja fuera cuando sería un
inconveniente, y todo ello mediante una sutil variación de un diseño previo,
compatible con otras dimensiones del alojamiento, tan fundamentales como
(quizá más que) el confort térmico. Pero en otras latitudes, alrededor del
Ecuador por ejemplo, el Sol tiene la fastidiosa costumbre de elevarse a gran
altura tanto en invierno como en verano, de manera que no es fácil ver como
podría idearse un diseño `solar'. El Sol puede aprovecharse mejor, en tales
casos, mediante el comportamiento de los habitantes que con el diseño `solar'
de los edificios (cf. [Fathy, 1969:46]). Además, en muchas de las regiones
ecuatoriales, la variable fundamental del clima no es la radiación solar (o
la temperatura) sino la pluviometría. En el Perú, por ejemplo, el `verano' en
la costa del Pacífico es simultáneo con el `invierno' en la sierra de los
Andes, a pesar de tratarse de las mismas latitudes. A fin de cuentas, lo que
`verano' e `invierno' significa para aquellas gentes es la estación seca o la
de lluvias.
Pero, incluso en el Mediterráneo, creo que se puede razonablemente dudar de
que un correcto soleamiento sea imprescindible o incluso necesario para una
arquitectura orientada por principios ecológicos. Desde luego en España,
existen casos de pueblos antiguos en los que razonablemente no puede dudarse
de la influencia del soleamiento en las decisiones vernáculas, tal como
Patones, detalladamente estudiado por [Luxán (1985)]. La planimetría de este
pueblo está tan adaptada al curso solar en invierno, que ninguno de sus
antiguos edificios queda en la zona de sombra arrojada por la topografía que
le circunda (de hecho, los pocos edificios que se acercan o introducen en la
zona de sombra corresponden a construcciones modernas). Pero me temo que los
técnicos `ecológicos' encontramos en estos ejemplos simplemente lo que
queríamos confirmar, a saber, que la cultura vernácula ha considerado el
soleamiento como imprescindible. En realidad, lo único que sabemos a ciencia
cierta es que esta idea ha surgido en nuestro pensamiento, mientras buscabamos
reglas técnicas rigurosas con que poder justificar nuestros diseños
alternativos a los de la cultura arquitectónica dominante.
Figura 14: Plano de Pelegrina.
Si uno desea probar lo contrario, a saber que no siempre la construcción
vernácula ha considerado el soleamiento como una dimensión necesaria, también
se encontrarán ejemplos. El caso de Pelegrina es justo lo contrario (véase la
figura 14). No muy lejos de Patones, el río Dulce circula por una sinuosa
garganta horadada sobre caliza hasta que finalmente se abre a un valle con un
eje Este Oeste, a 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. El río entra
en el valle por el Sur y continúa hacia el Oeste por el borde meridional del
fondo del valle. En esa ladera se fundó el pueblo, justo a horcajadas de los
altos que el río ha modelado con el paso del tiempo en su entrada al valle.
En consecuencia, el propio pueblo ha tenido desde antiguo dos barrios: el del
Sol, en la ladera sur que mira a la garganta del río, y el del Frío, que mira
al valle. Los edificios de este último barrio no pueden gozar de los
beneficios del Sol en el invierno, pero como contrapartida gozan de las vistas
del valle (los del lado del Sol también gozan de la visión de la garganta del
río). (Los del lado del Sol también gozan de la visión de la garganta del río;
y las casas del Frío son desde luego extraordinariamente frescas en verano.)
Sin embargo, a lo largo del valle existen muchos otros emplazamientos que
hubieran permitido el soleamiento invernal de todo el pueblo, en particular
el cierre Norte del valle. Pero entonces hubiera quedado lejos del curso del
río. El emplazamiento elegido significa, tal parece, una suerte de compromiso
entre varias dimensiones deseables, de las que dos son evidentes: Sol y agua
[11].
Como muchos otros pueblos del interior de la península, Pelegrina sufrió una
disminución drástica de población hasta verla reducida a unas seis personas,
que habitan allí todo el año. En los últimos tiempos, alguna población
adicional ha vuelto o ha llegado de nuevas, aunque se trata de una población
de fin de semana. En este proceso de leve recuperación, ambos barrios han
contado con las preferencias del público. Entre las nuevas construcciones, la
única casa que cuenta con un aparato típicamente `bioclimático' (un colector
solar para el agua caliente) ha aparecido `donde no debía', en el barrio del
Frío, con su contrapeada cubierta en la que el colector mira al Sur, mientras
el propio tejado mira al Norte. De hecho, no estaba en el ánimo de sus
constructores el erigir una casa `ecológica'. Desde dentro de esta casa
(calentada con leña de encina del monte comunal durante más de ocho meses al
año), la única y pequeña ventana en el muro Norte enmarca una hermosa vista
de una cascada al otro lado del valle, sobre la que los buitres acostumbran
a planear. ¿Podemos considerar a esta casa, de todos modos, como una casa
`ecológica'? Si es que la respuesta es afirmativa, la razón no será desde
luego técnica, habrá que buscarla en la autonomía de decisión de sus
habitantes (que propició la reutilización de un patrimonio valioso a punto de
perderse).
En los más diversos lugares del planeta, crece moderadamente el número de
personas que intentamos aprender como re-habi[li]tar ecológicamente nuestras
ciudades, sabedoras de que una buena parte de los problemas ecológicos se
originan en ellas (tal y como se ha puesto de manifiesto en la llamada `Cumbre
de las ciudades', celebrada en 1996 en Istambul). Creo que el intento de
resolver técnicamente este problema topa continuamente con un límite
infranqueable. Creo además que el reconocimiento de ese límite es esencial
para el éxito de nuestros propósitos. Por ello, intentaré para concluir
describir con nitidez en que consiste ese límite, y para ello recurriré al
lenguaje formal de las matemáticas, aunque espero que con la suficiente
claridad como para que sea fuente de sugerencias útiles, en vez de una
infranqueable barrera para el profano.
Después de que Newton diera al mundo sus leyes de la gravitación universal,
sobrevino el problema de como `resolver' tales ecuaciones en situaciones no
triviales. De hecho, buena parte del desarrollo matemático del siglo XVIII
tuvo como objetivo encontrar `solución' para ese problema, que no es sino uno
más de una clase muy general. Esquemáticamente, todos ellos pueden describirse
con un enunciado muy simple: "encuéntrese el valor de la variable que haga
mínima una función que representa matemáticamente el problema". Por función
debe entenderse aquí cualquier función computable (coloquialmente cualquier
modelo calculable, incluso con la ayuda de una máquina); por variable
cualquier variable matemática con valores que puedan ser definidos y
enumerados, por complicada que pudiera ser: coloquialmente corresponde a las
distintas configuraciones o estados de un sistema, o las distintas soluciones
de un problema (la variable puede ser un vector, es decir, una lista de
números, variables a su vez). Por tanto, dar `solución' a ese clase de
problemas consiste en encontrar el valor `óptimo' de la variable: la mejor de
las soluciones.
Seré más explícito. Pensemos en una explotación minera como `problema'[12]. Las
distintas soluciones serían en este caso los distintos procedimientos por los
que una cierta cantidad de mineral puede ser extraída. La función que
representa el problema puede ser por ejemplo la energía que es necesario
gastar con cada uno de los procedimientos posibles, es decir, con cada uno de
los valores de la variable de la función. La mejor de ellas es la que reduzca
al mínimo esa energía. Si puede representarse mediante una función computable
la relación entre cada procedimiento y la energía que requiere, el método de
optimación diferencial de funciones permite encontrar el mejor procedimiento,
la solución óptima al problema planteado [13]. Es fácil hoy explicar en qué
consiste el método, al menos coloquialmente: piénsese en la superficie de la
tierra, con sus valles y montañas, en una región no muy agreste, de pendientes
suaves; si cada punto del territorio representa un procedimiento, su cota
topográfica representa la cantidad de energía requerida; la superficie es, por
tanto, la función matemática; la optimación diferencial consiste en dejar caer
una pelota desde un punto arbitrario y observar cual es el punto más bajo a
donde le conduce su caída: el procedimiento que corresponda a ese punto en el
mapa es la solución óptima buscada.
(Con este método, la resolubilidad de problemas se universalizó desde el
momento en que se adoptó como función, como magnitud para valorar las
soluciones para un problema dado, el coste monetario, al amparo de las teorías
económicas clásica y neoclásica.)
Muchos de tales problemas, resueltos desde entonces, mostraban dos
características: primera, eran problemas con verdadero interés práctico (y no
simples ejercicios matemáticos); segunda, su representación matemática cumplía
las condiciones para resolverlos mediante la optimación diferencial. Creo que
es aquí, en esta aparente posibilidad de resolver todos los problemas de una
manera objetiva, hasta donde puede rastrearse la fe en el progreso técnico que
dio vida al `técnico' moderno, es decir, al arquitecto, al ingeniero ... tal
y como hoy los conocemos. (Deben incluirse aquí, desde luego, todo tipo de
técnicos o gestores. Por mi parte me atrevería a incluir a los políticos
profesionales si su labor depende de esa disciplina que se ha dado en llamar
`toma de decisiones', que no es más que una teoría de optimación para
problemas incompletamente formulados o aproximadamente resueltos.)
El desarrollo posterior de la teoría de optimación de funciones ha mostrado
que, incluso en circunstancias tan simples como las enunciadas (una sola
magnitud o función cuyo valor depende de una serie de soluciones), la mayoría
de nuestros `verdaderos' problemas caen fuera del dominio de la optimación
diferencial. Corresponden a `paisajes' agrestes e intrincados de la función
matemática asociada, en los que la pelota puede quedar atrapada a media
ladera, enredada en complejos objetos matemáticos, que pueden describirse
apropiadamente como `árboles', `maleza' o `piedras'; resultando `paisajes' en
realidad muy familiares. (De hecho, las pendientes suaves son raras en la
Naturaleza.) Se han encontrado problemas que en la práctica no pueden
resolverse exactamente (los denominados intratables), y también problemas
irresolubles incluso en teoría, los denominados indecidibles (cf. [Garey y
Johnson, 1979]). Desafortunadamente, estas cuestiones, mucho más técnicas, han
quedado en manos de un pequeño grupo de especialistas y no han minado aquella
fe inicial en el progreso que se cimentó sobre los primeros pasos de una
teoría en pañales. La idea de que nuestros problemas son `técnicamente
resolubles' ha quedado así intacta en las culturas industriales.
Hay un caso de indecibilidad mucho más simple y conocido desde antiguo.
Volvamos a la explotación minera. Efectivamente la extracción del mineral
tiene un coste cuya medida monetaria (en vez de energética) podemos aceptar
(provisionalmente). Desafortunadamente, la dificultad del oficio de minero
tiene como consecuencia la posibilidad cierta de la muerte de personas durante
el laboreo en las galerías. Existen buenas razones para desear reducir,
mediante la elección de un procedimiento adecuado, tanto el coste monetario
como el `coste humano' (expresado por ejemplo en defunciones anuales). Podemos
incluso admitir que ambos costes (por unidad de mineral) puedan expresarse
matemáticamente de un modo razonable. Sin embargo, aquí ya no es posible
aplicar la optimación diferencial clásica porque no tenemos una sino dos
magnitudes que optimar.
Figura 15: El óptimo de la suma no es la `suma' de los óptimos.
(Excluyo la posibilidad de que alguien proponga que valoremos el `coste
humano' en unidades monetarias, que sumemos ese `coste' al coste crematístico
y que hallemos la solución óptima para esa suma, es decir, el procedimiento
de extracción que haga mínimo el coste total así calculado. Tal proceder, a
parte de las consecuencias éticas de valorar en dinero la vida humana, ¡es
matemáticamente incorrecto! El óptimo de la suma podría no coincidir (y en
general no coincidirá) ni con el mínimo número de muertes ni con la máxima
ganancia del propietario de la mina (mínimo coste crematístico), véase la
figura 15 [14]. Nótese sin embargo que éste es el procedimiento habitual
empleado por la técnica corriente, es decir, por aquellos `técnicos' sin
preocupación `ecológica', pero de estos no deseo ocuparme aquí.)
Figura 16: Problema de optimación vectorial (dos dimensiones).
Podemos preguntarnos si podría existir otro procedimiento, más sofisticado que
la optimación diferencial, que permita encontrar el mejor procedimiento de
extracción, aquél que haga mínimas las dos magnitudes que (de momento) modelan
el problema de la extracción minera. La respuesta es rotunda: "no". No existe
procedimiento para optimar simultáneamente dos funciones por la simple razón
de que no es posible, en tal caso, definir qué es lo mejor: el problema es
indecidible en un sentido formal.
La demostración de la proposición anterior es extrordinariamente simple,
debido entre otras cosas, a que se trata de una negación: basta con mostrar
un caso en que sea cierta. Podemos representar cada uno de los dos costes
sobre dos ejes cartesianos como en la figura 16. Cada solución, es decir, cada
procedimiento de extracción imaginable viene representado por un punto del
plano, determinado por el número de muertes y por el coste monetario asignados
a esa solución. Imaginemos que hemos ideado cuatro procedimientos de
extracción, A, B, C y D, representados por otros cuatro puntos del plano. La
cuestión ahora es ¿cuál de estos cuatro es el mejor? ¿cuál es el óptimo de
este pequeño conjunto de soluciones? Resulta claro que B es `peor'
procedimiento que C, puesto que ocasionaría más muertes entre las personas que
trabajan en la mina y más costes monetarios al propietario. De hecho, la regla
para identificar procedimientos peores es geométrica: la parte rayada de la
figura es la cuenca de `atracción' del procedimiento C, y cualquier
procedimiento dentro de ella es un procedimiento `peor'. Pero ni A, ni C, ni
D caen dentro de la cuenca de atracción de los otros dos, de manera que
ninguno es `peor' y, en consecuencia, ¡no existe uno que sea el `mejor'!
Aunque pudimos descartar uno de los cuatro procedimientos propuestos
inicialmente, no podemos matemáticamente decidirnos entre los tres restantes:
demostrado que existe un problema de optimación bidimensional indecidible, el
problema general es indecidible técnicamente ...
... salvo que pudiéramos encontrar un procedimiento con valor nulo para ambos
costes. Sólo para este procedimiento especial (representado por el origen de
coordenadas) la cuenca de atracción sería el espacio completo de todos los
procedimientos imaginables, de manera que estaríamos seguros de que cualquier
otro sería peor que aquél, que sería en consecuencia el mejor de todos.
Afortunadamente o no, la segunda ley de la termodinámica [15] prohibe la
existencia de tan deseado procedimiento de coste `cero': aquí topamos con los
límites de la Naturaleza (aunque por supuesto quedamos dentro de Ella).
Desde luego seguiremos explotando minas (y haciendo muchas otras cosas
comparables), así que debemos concluir que tiene que existir algún otro
procedimiento de decisión. Y de hecho la historia y la imaginación muestran
que hay muchos posibles, pero todos ellos caen fuera de la objetividad
técnica. En mi opinión sólo hay un procedimiento éticamente deseable: las
personas que arriesgan sus vidas y su dinero (supuesto que tengamos que
reconocer algún valor a éste último, y de momento parece que no nos queda otro
remedio) deberían sentarse, discutir y decidir. Es la gente involucrada en el
proceso la que autónomamente debe elegir un procedimiento (o quizás ninguno
y cambiar de actividad en sus vidas). Aunque esta opinión no sea compartida,
hay algunas conclusiones que pueden extraerse de lo expuesto, y que
razonablemente no pueden considerarse materia de opinión.
Figura 17: Problema de optimación vectorial (tres dimensiones).
En lo que se refiere a la posible solución técnica de la actual encrucijada
ecológica, resulta evidente que la técnica no puede considerarse una
disciplina cerrada dentro de un peculiar universo de valores (ése es también
el caso de la economía aunque normalmente se la considere de este modo). Los
técnicos en el sentido moderno pueden como hemos visto tener un papel
(necesario pero limitado) en el proceso no-técnico de decisión: identificar
y descartar aquellas soluciones decididamente peores [16]. Esta parte del
proceso puede considerarse racional en el sentido corriente del término: hay
cosas que son como son, y ninguna voluntad política puede alterarlas. En este
terreno las ciencias de la Naturaleza están llamadas a jugar un importante
papel, a condición de reconocer sus límites. Un papel que podría contribuir
significativamente a la conciencia activa de las personas involucradas en el
proceso global de decisión, que así considerado es, en realidad, un proceso
evolutivo, no reducible ni explicable por el pensamiento racional estándar.
Pero aún para esta humilde contribución las condiciones son muy exigentes:
incluso las dimensiones que han de intervenir en la evaluación de las
distintas soluciones deben ser decididas autónomamente por la gente, y debe
hacerse antes de que la técnica ponga manos a la obra en busca de soluciones
decididamente `peores' y por tanto descartables. De lo contrario podrían
explorarse dimensiónes distintas de aquellas que la gente desea o valora [17].
El ejemplo de la explotación minera tenía, hasta ahora, dos dimensiones, pero
podría tener más. Y al considerar una tercera, el procedimiento anteriormente
descartado, el B, podría o no seguir cayendo en la cuenca de atracción de C,
tal como se ve en lafigura 17. En consecuencia, el procedimiento B podría o
no ser eliminado, según sea su coste para la nueva dimensión ahora
considerada.
La conclusión en lo que se refiere a la gente creo que es también muy
evidente: si la población no lidera el proceso de transformación ecológica de
sus ciudades y territorios, tal proceso es inviable, pues no existirá en tal
caso definición técnica de aquello que es `ecológico'. Desde luego, el
ejercicio de la responsabilidad local por la gente no puede significar la
negación del conocimiento científico y técnico, pues resulta difícil ver como
se podría ser localmente responsable antes de haber trazado el `mapa' que
identifique las soluciones no-peores, que constituyen las posibles
alternativas para una decisión responsable. Sin embargo, creo que queda claro
qué aspectos del proceso caen dentro del ámbito de la `gestión técnica' y
cuáles otros en el de la `responsabilidad de la población'. Esta distinción
es básica por muchos motivos: permite descubrir, por ejemplo, que muchos de
los discursos autodenominados técnicos son en realidad discursos políticos,
pero también al revés: así, y mediante este mecanismo de confusión, el poder
dominante intenta escapar al control de los dominados, situando las
discusiones en un terreno que no les corresponde, siempre que puede. Sin
embargo, la única forma de hacer compatible la racionalidad de la gestión con
la ética de la responsabilidad es mantener la diferencia entre ambas partes
del proceso de decisión, tanto en lo que se refiere a los métodos como a los
agentes involucrados.
Debe quedar claro, por tanto, que el liderazgo de la población es mucho más
que el fácil recurso a la participación popular, entendida como colaboración
con los técnicos, que resultarían así mejor informados y podrían,
aparentemente, decidir de forma más apropiada [18]. A fin de cuentas es la
decisión en sí misma la que es fuente de poder y de información, de control
sobre el propio futuro y el del rededor, es la decisión la que hace la
diferencia. Si esa decisión es delegada en otro, tarde o temprano la gente
acaba enajenada de sí (cf. [Fathy, 1969:22-23]).
En la actual encrucijada, los técnicos con preocupación ecológica debemos
aclarar nuestras prioridades: antes que nada somos parte de la población y,
junto a ella y para ella, debemos reivindicar el liderazgo responsable de los
necesarios procesos de transformación, que sin lugar a dudas requiere nuevas
formas de acción política; después, en nuestra labor como técnicos, debemos
evitar con todo cuidado dar solución a aquellos problemas indecidibles
técnicamente, limitándonos a identificar y mostrar a nuestros semejantes las
alternativas no-peores que, en cada ocasión, aparezcan en el horizonte. Hoy
por hoy, la situación real de la técnica queda muy lejos de estos objetivos:
bajo el disfraz de sacralizados procedimientos lógico-formales, la técnica
(encarnada por sus profesionales) se arroga la competencia sobre multitud de
decisiones no-técnicas, una competencia que resulta urgente devolver a la
sociedad. Después de todo, no podemos seguir ignorando que la ecología de las
sociedades humanas es la evolución de sus conciencias [19].
En la actual encrucijada, los técnicos con preocupación ecológica debemos
aclarar nuestras prioridades: antes que nada somos parte de la población y,
junto a ella y para ella, debemos reivindicar el liderazgo responsable de los
necesarios procesos de transformación, que sin lugar a dudas requiere nuevas
formas de acción política; después, en nuestra labor como técnicos, debemos
evitar con todo cuidado dar solución, objetiva sólo en apariencia, a aquellos
problemas indecidibles técnicamente, autolimitándonos a identificar y mostrar
a nuestros semejantes las alternativas no-peores que, en cada ocasión,
aparezcan en el horizonte. Hoy por hoy, la situación real de la técnica queda
muy lejos de estos objetivos: bajo el disfraz de sacralizados procedimientos
lógico-formales, la técnica (encarnada por sus profesionales) se arroga la
competencia sobre multitud de decisiones no-técnicas, una competencia que
resulta urgente devolver a la sociedad.
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Fecha de referencia: 30-11-1997
Boletín CF+S > 3 -- Especial sobre PARTICIPACIÓN SOCIAL > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n3/amvaz.html |
Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
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