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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
Alfonso del Val[1]
Madrid (España), noviembre de 2002
La ciudad en todas sus modalidades históricas, desde la gran
Roma, la Córdoba del califato y el burgo medieval a la urbe
actual, nos ha ofrecido un privilegiado espacio para el fomento
y desarrollo de las relaciones y los intercambios sociales, así
como de la creatividad individual y colectiva. La ciudad puede
calificarse como el mayor y mejor invento que la Humanidad ha
construido para su propio beneficio.
En la base de este prodigio histórico se sitúa la concentración
de personas y recursos, tanto materiales como energéticos,
elementos necesarios para el complicado metabolismo que soporta
el cada vez más enrevesado funcionamiento urbano. Los ciudadanos
intercambian y acumulan información y productos con el objetivo
de satisfacer sus necesidades personales y comunitarias. Estas
actividades permiten y facilitan las relaciones sociales, a la
vez que las enriquecen y extienden más allá de los límites
urbanos. Pero su aumento lleva consigo la ampliación territorial
de la ciudad, el crecimiento urbano, con el consiguiente
incremento de las necesidades de bienes materiales y energéticos,
cada vez más distantes. Aparece así el transporte como elemento
característico y definitivo de lo urbano.
La ciudad necesita recursos con los que no cuenta, por lo que
siempre ha sido y será dependiente de un territorio externo mayor
y más alejado con el transcurso del tiempo, del cual obtiene
materias primas para alimentarse, elaborar los productos
necesarios y poder garantizar la movilidad de personas y
mercancías. Sin embargo, en la compleja actividad de intercambio
y producción de bienes no siempre se aprovechan o, al menos, no
se aprovechan bien todos los recursos disponibles, que tan
costosamente han sido trasladados a la urbe. Aunque su extracción
lejana suele dejar huellas ecológicas muy negativas -y que
deberíamos considerar también urbanas-, muchos de ellos son
tratados de forma inadecuada y poco o nada valorados. Olvidamos
así que los bienes naturales que nos permiten disfrutar de
extraordinarias comodidades son únicos y finitos, son los que
alberga nuestro planeta. No podemos desperdiciarlos.
A esto se añade una creciente tendencia a la generación de
residuos, es decir, de recursos a los que se atribuye la
condición de inútiles, de materiales sin valor, no aprovechables
y, por lo tanto, susceptibles de rechazo y abandono en el propio
medio urbano.
Sucede también en la naturaleza: la producción de residuos es
prácticamente inevitable. Sin embargo, al igual que en ésta, la
necesidad y sabiduría de los ciudadanos los han dotado de una
utilidad. En la naturaleza, la biosfera logra un reciclaje casi
perfecto; en la ciudad, el modo de producción industrial
aprovecha, con mayor o menor éxito -según las épocas y ciudades-,
algunos de los desechos que ella misma genera. En las urbes de
América Latina podemos encontrar numerosos ejemplos. Infinidad
de pequeños comercios e industrias recicladoras jalonan las vías
de acceso a las grandes ciudades. La necesidad primero y la
sabiduría después permiten no sólo la utilización de recursos
valiosos sino su conversión en objetos útiles.
Hace no mucho tiempo, en España, un nutrido grupo de
`ecologistas' que ignoraban serlo procuraban a diario que se
diese algún uso a la riqueza contenida en las basuras y en los
escombros abandonados. Pío Baroja inmortalizó en La busca la
labor de estos recicladores, a través de la figura de Custodio,
trapero madrileño quizás pariente del `drapaire' de Joan Manuel
Serrat:
«Cuando había una partida grande de papel se vendía en una
fábrica de cartón del Paseo de las Acacias. No solía perder el
viaje el señor Custodio porque además de vender el género en
buenas condiciones, a la vuelta llevaba su carro a las
escombreras de una fábrica de alquitrán que había por allá y
recogía del suelo carbonilla muy menuda que se quemaba bien y
ardía como cisco. Las botellas las vendía el trapero en los
almacenes de vino, en las fábricas de licores y de cervezas; los
frascos de específicos en las droguerías; los huesos iban a parar
a las refinerías y el trapo, a las fábricas de papel. Los
desperdicios de pan, hojas de verdura, restos de fruta, se
reservaban para la comida de gallinas y cerdos.»
Pero la sagacidad del señor Custodio llegaba aún más lejos,
aproximándose a la sabiduría de la biosfera y a la visión
inteligente de lo que hoy es la economía y la agricultura
ecológica. En una de sus conversaciones con su ayudante, Manuel,
Custodio expresa así su pensamiento:
«¿Tú te figuras el dinero que vale toda la basura que sale de
Madrid? Pues haz la cuenta a 60 céntimos la arroba, los millones
de arrobas que saldrán al año... Extiende eso por los alrededores
y haz que el agua del Manzanares y la del Lozoya rieguen esos
terrenos y verás tú huertas y más huertas.»
Para completar su estrategia recicladora, Custodio aborda la otra
gran fracción de los residuos urbanos: los escombros de obras y
derribos. Nos lo cuenta don Pío:
«Otra de las ideas fijas del trapero era la de regenerar
materiales usados. Creía que se debía poder sacar la cal y la
arena de los cascotes de mortero, el yeso vivo del ya viejo y
apagado y suponía que esta regeneración daría una nueva gran
cantidad de dinero.»
Desde entonces ha pasado un siglo y en nuestras cada vez más
complejas ciudades europeas han ido desapareciendo los
`custodios' y `drapaires'. Sin embargo, ellos son los primeros
y más importantes eslabones de una sabia cultura mundial que ha
permitido que casi la mitad del acero y del plomo que se consume
en el mundo se produzca a partir de chatarras metálicas. En el
caso del reciclaje del aluminio, el ahorro alcanza hasta un 96%.
Algunos países están recuperando más de la mitad de sus residuos
de papel y cartón: Holanda y Austria, cerca del 53%; Suiza, 51%;
Japón, 50%. En otros, estos productos se fabrican -reciclan-
utilizando cantidades elevadas de residuos de papel y cartón: en
Dinamarca, el 86%; en Holanda, el 66%; en España, casi el 65%.
El desarrollo tecnológico ha producido un espectacular aumento
de la extracción y consumo de materiales y energías, pero no ha
avanzado apenas en el aprovechamiento de los residuos. Quizás
este hecho encuentre su mejor explicación en el constante
descenso del precio de las materias primas, que ha supuesto que
los costes monetarios de la recuperación y del reciclaje puedan
superar a los de la obtención de recursos en las propias
instalaciones mineras.
Desprovistos de la más indispensable cultura ecológica, que
exige considerar los bienes naturales como algo
extraordinariamente valioso por su finitud y por los perjuicios
ambientales que implican su extracción y posterior abandono en
forma de desechos, durante décadas hemos considerado como uno de
los indicadores del desarrollo económico y social la generación
de residuos per cápita y su tasa de crecimiento. Paralelamente
al espectacular aumento de los desechos, se ha ido desarrollando
una costosa industria de la recogida, transporte y ocultación de
las basuras en vertederos, o de su cremación en peligrosas y
antiecológicas incineradoras.
También durante décadas, no sólo hemos despilfarrado recursos
naturales y económicos, sino que hemos contaminado, a veces de
forma irreversible, suelos, aguas y atmósfera, despreciando la
labor de los cada vez más escasos custodios y drapaires, hasta
casi provocar su desaparición. Sin embargo, la sabiduría y la
necesidad de conservar los bienes naturales han dado pie a una
nueva conciencia ambiental en los ciudadanos europeos. Ésta ha
ido desplazando los criterios de gestión de residuos desde
prácticas antiecológicas hacia nuevos objetivos de prevención,
reutilización y reciclaje: sólo los restos no aprovechables van
a parar al depósito en vertedero.
De la preocupación más estética que ambiental por la simple
molestia que causaban las basuras se ha evolucionado hacia
costosas prácticas de recogida selectiva de cada vez más tipos
de desechos para su reciclaje y aprovechamiento posterior. La
tendencia, apoyada por campañas de educación y por normativas
comunitarias y nacionales, es ir aceptando que los costes de su
recuperación deben ser asumidos por los productores y
consumidores de los bienes.
Si contemplamos cómo la necesidad y la sabiduría urbana de las
ciudades de América Latina han desarrollado una ingente e
ingeniosa industria de la reutilización, que llega a veces a
convertir los desechos en auténticas obras de arte,
entresacaremos fácilmente la conclusión de que el rendimiento
económico y ecológico de esta actividad es superior, en muchos
casos, al de los nuevos y costosos sistemas europeos de
aprovechamiento de residuos.
Los latinoamericanos que reutilizan sus envases, recauchutan sus
neumáticos y reciclan hasta niveles inimaginables en Europa los
objetos y materiales más diversos están comportándose como
ciudadanos más respetuosos con el medio que la mayoría de los
europeos. El reto de sus urbes radica en mantener y mejorar estas
prácticas destinando recursos económicos y apoyos a una mejor
valoración social de los recuperadores y recicladores y a la
incorporación de los considerables avances tecnológicos
alcanzados en las industrias de aprovechamiento de residuos.
Es deseable que el largo y costoso camino que hemos tenido que
recorrer en Europa para reinventar de nuevo a los modernos
custodios y `drapaires' -encarnados en los propios ciudadanos-,
aunque no ha alcanzado todavía su eficiencia, se convierta en un
corto y rápido atajo en América Latina para la necesaria y nueva
orientación de la gestión de los residuos, en la cual el
protagonismo siga siendo de los que ahora evitan o aprovechan los
desechos.
Para finalizar, sólo un pequeño ejemplo: los custodios que aún
sobreviven en Madrid de las chatarras, prácticamente todos ellos
gitanos, consiguen recuperar para su uso posterior más residuos
metálicos que todas las instalaciones municipales de recuperación
de la basura existentes en España (casi medio centenar). Todo
ello sin ayuda técnica ni económica alguna y, lo que es todavía
más lamentable, sin el más mínimo reconocimiento social. Esto es
lo que no debe suceder nunca en América Latina.
Libros básicos
Del Val, Alfonso (1997) El libro del reciclaje.
(RBA/Integral)
Ligue pour la propeté en Suisse (LPPS) (1991) Déchets et
recyclage. (Ed. LPPS)
Vogler, Jon (1983) Work from waste. (Intermediate
Technology Publications Ltd./Oxfam)
Fecha de referencia: 15-04-2003
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