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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
Constanza Tobío[1]
septiembre de 2001
La ciudad moderna y funcional del urbanismo racionalista de la
Carta de Atenas se basa implícitamente en una concepción de la
organización social estructurada a partir de la división del
trabajo según el género. La generalización de la actividad laboral
femenina y de las familias de dos ocupados o dos perceptores de
ingresos pone en cuestión los supuestos en que se basa el concepto
central del urbanismo actual, la zonificación. Además, la familia
de doble ingreso como nueva normalidad produce una complejidad
adicional en el análisis de la estructura social, así como nuevas
formas de segmentación social entre las familias según el número de
perceptores de ingresos que se reflejan también en el espacio, al
tiempo que aparecen nuevas contradicciones entre el modelo
laboral/familiar emergente y el uso del espacio.
Los conceptos básicos del urbanismo de los años veinte de la Carta
de Atenas -la zonificación y las estándares- siguen
fundamentalmente vigentes en el urbanismo actual. Los estándares,
especialmente los de equipamientos que son sin lugar a dudas los
más importantes, sin embargo, han sido sometidos a fuertes críticas
ya desde los años setenta [Leal y Ríos, 1988] para
flexibilizarlos, hacerlos menos rígidos y más adaptados a los
espacios concretos o a las cambiantes demandas sociales. Pero la
crítica a los estándares se ha frenado por el peligro de los
efectos perversos que llevada al extremo podría producir si la
conclusión es la eliminación de mínimos normativos de reservas de
suelo para usos públicos dotacionales[2].
Mucha menos atención ha recibido el concepto de zonificación que
básicamente sigue siendo considerado como elemento básico de la
planificación urbanística. Sin embargo, la segregación de usos en
el espacio es un producto histórico que introduce el urbanismo de
los años veinte de este siglo. Frente a la ciudad indiferenciada
anterior en que conviven en un mismo espacio el habitar, el
trabajar, el circular y las actividades de esparcimiento, tanto a
escala urbana como a escala doméstica [Simo Terol, 1995], Le
Corbusier propugna en la Carta de Atenas, por razones en gran parte
relacionadas con la salubridad de las ciudades, la asignación a
cada función y a cada individuo de su lugar adecuado, «la necesaria
discriminación de las diversas actividades humanas, que exigen cada
una su espacio particular: locales de vivienda, centros
industriales o comerciales, salas o terrenos destinados al
esparcimiento" [Le Corbusier, 1979]. El usuario tipo del urbanismo
moderno carece de sexo, pero si se observa detenidamente se parece
mucho a los hombres.
La lógica racionalizadora que segrega los espacios del habitar y el
trabajar se basa en un modelo familiar en que una y otra función
corresponden a individuos distintos que utilizan el espacio de
forma también distinta. El urbanismo funcionalista y moderno de los
años veinte se basa en un modelo de familia tradicional que aparece
como dato inmutable. A la función habitar coresponde un espacio en
el entorno de la vivienda de radio limitado a los trayectos de
corto alcance, generalmente andando, y en el que se localizan
diversos usos de equipamientos (escuela, comercio, esparcimiento,
etc.). A la función trabajar corresponden desplazamientos a un
único destino, el trabajo, que pueden llegar a ser muy largos y
requieren, generalmente, transporte motorizado. La ciudad
zonificada y segregada se basa en la familia como unidad en la que
una estricta especialización funcional separa hombres y mujeres.
Pero ello no aparece explícitamente ya que la perspectiva que se
presenta es la del usuario masculino de la ciudad para el que al
espacio trabajar se opone el espacio del habitar, el descanso, la
reposición, la recuperación. Lo que permanece oculto, inexistente
o irrelevante es que para que ese espacio habitar cumpla las
funciones que le son propias alguien trabaja, alguien para quien
quizá la asociación de contenidos sea inversa, siendo el trabajo
descanso y el habitar trabajo. El modelo, que es el que subyace a
los suburbios para clases medias tan extendidos en los países
anglosajones y basados en la vivienda unifamiliar alejada del
centro urbano, tiene una racionalidad de la que es condición el
modelo tradicional de familia en que a la mujer corresponde el
cuidado del hogar y al hombre el trabajo extradoméstico. Pero tal
racionalidad se quiebra cuando se superponen en un mismo individuo
la función habitar y trabajar, cuando las mujeres no se limitan ya
al mundo doméstico sino que se incorporan a la actividad
extradoméstica remunerada. Y ello no es ya una excepción, sino que
por el contrario la actividad laboral ininterrumpida a la largo de
la vida para la gran mayoría de las mujeres constituye ya el
horizonte de la normalidad.
Hasta los años setenta la actividad laboral femenina estaba
fuertemente asociada a coyunturas económicas o bélicas a través de
salidas al mercado de trabajo y repliegues posteriores al hogar.
Sin embargo, durante los últimos veinte años se produce en los
países desarrollados un crecimiento sostenido de la actividad
laboral femenina, tanto en coyunturas de crisis como de
recuperación. En casi todos los países desarrollados las tasas de
actividad femenina aumentaron entre 1973 y 1979, años de recesión
económica. Ello se explicó entonces por la teoría según la cual la
participación femenina tiene un carácter de sustitución o
contracíclico[3], es decir, las mujeres entran en el mercado de
trabajo, no necesariamente a la ocupación, para compensar el empleo
perdido por el hombre. La coyuntura siguiente 1983-1987 de mejora
de la economía volvió a registrar aumentos importantes de la
actividad femenina, ahora por las expectativas que la recuperación
del empleo creaba. A lo largo de esos quince años la tasa de
actividad de Suecia pasó de 63% a 80%, la de Dinamarca de 62% a
77%, la de Francia de 50% a 56% y la de Estados Unidos de 51% a 66%
[De Miguel Castaño, 1991].
Datos más recientes muestran que durante finales de los ochenta y
comienzos de los noventa, años de recesión económica, la actividad
laboral femenina continuó creciendo, alcanzándose en 1991 para las
edades centrales de 25 a 49 años tasas del 89% en Dinamarca, 75% en
Francia y 74% en el Reino Unido y Portugal [Eurostat, 1991].
España tiene una actividad femenina muy baja en relación a los
países de su entorno, el 51% de las mujeres de 25 a 49 años eran
activas en 1991, frente al 66% en el conjunto de la Unión Europea
de doce países. Sin embargo, la tasa así calculada resulta algo
engañosa ya que las diferencias por edades son muy grandes,
teniendo las generaciones jóvenes un comportamiento en relación a
la actividad laboral mucho más cercano al de los restantes países
europeos. Es decir, el aumento de la actividad femenina está ligado
al recambio generacional, lo cual permite prever un fuerte aumento
de la actividad global de las mujeres en los próximos años. Entre
las mujeres más jóvenes se observa un fuerte aumento de la
actividad en los últimos años, así como un mantenimiento en las
edades de más alta fecundidad.
A pesar de las diferencias según países entre niveles y modelos de
actividad laboral femenina en 1991 dos de cada tres mujeres
europeas entre 25 y 49 años estaban en el mercado de trabajo y en
todos los países al menos la mitad de las mujeres en ese tramo de
edad, con la excepción de Irlanda con un 49,2% de activas
[Eurostat, 1993]. La tendencia dominante en los últimos años
muestra una aproximación entre países y una aproximación también a
las pautas masculinas de actividad caracterizadas por la
permanencia continua en el mercado de trabajo durante el tramo
central de la vida, desde la juventud hasta el inicio de la vejez.
Dado que la actividad aumenta para las mujeres de todas las edades,
y muy especialmente entre 25 y 40 años, se produce al tiempo un
aumento de los hogares de dos ocupados. En 1986 el 50,7% de los
hogares de la Comunidad de Madrid tenía un ocupado, frente al 25%
con dos o más ocupados [Comunidad de Madrid, 1987]; en 1991 el
45,2% de los hogares tenía un ocupado y el 33% de los hogares tenía
dos o más ocupados [Comunidad de Madrid, 1992], a pesar del
aumento de los hogares unipersonales. Entre los hogares madrileños
en los que hay dos adultos, los hogares con dos o más ocupados
representan la parte más importante, el 36%, frente a un 34,8% de
hogares con un único ocupado y un 29,2% sin ningún ocupado
[Comunidad de Madrid, 1994].
Puede concluirse, por tanto, que la tendencia al doble ingreso
familiar es dominante, como muestran tanto los datos referentes al
factor que desencadena la nueva situación, la incorporación de las
mujeres a la actividad laboral, como los datos sobre los efectos
observables en las características familiares.
El nuevo modelo de familia basado en una pareja conyugal en la que
ambos miembros tienen una actividad laboral (o perciben unos
ingresos derivados de una actividad laboral pasada) se origina no
sólo por la fuerte orientación de las mujeres al mundo laboral sino
también porque las estrategias familiares encaminadas a mantener o
adquirir el nivel estándar de consumo así lo imponen. La extensión
del modelo de doble ingreso familiar introduce un nuevo factor de
segmentación social entre familias derivado precisamente del número
de ingresos, como diversas investigaciones han puesto de relieve.
En 1990 los ingresos per cápita ponderados según la escala Oxford
en familias de un único perceptor de ingresos con cabeza de familia
no jubilado era en España de 150.000 pesetas trimestrales, frente
a 209.000 en familias con dos perceptores, 184.000 con tres
perceptores, 174.000 con cuatro perceptores y 179.000 con más de
cuatro perceptores [San Segundo, 1993]. Gérard Lassibille ha
estudiado la relación entre el trabajo femenino y la distribución
de rentas en España llegando a la conclusión de que en España los
ingresos derivados de la actividad femenina aumentan las
diferencias entre ricos y pobres, lo cual es una particularidad en
comparación con otros países como Francia o Estados Unidos en parte
debida al hecho de que las mujeres que trabajan están casadas con
más frecuencia con cónyuges de rentas elevadas [Lassibille, 1989].
En la misma línea apuntan los resultados de una investigación
realizada en el municipio de Madrid sobre datos de la Encuesta de
Formas de Vida de 1989 apareciendo los hogares de dos ocupados como
el caso más favorable en términos de rentas. El 66% de este tipo de
hogares tiene ingresos per cápita ponderados superiores al medio
millón de pesetas al año, porcentaje que se reduce a un 52% en el
caso de las familias sin ningún ocupado y a un 55% en las familias
con un ocupado. Otra investigación realizada a partir de datos del
Censo de Población de 1991 de Madrid muestra que los hogares con
dos ocupados (o parados o jubilados que trabajaron antes) que son
núcleo conyugal tienen una estructura de clase notablemente más
elevada que la del conjunto de los hogares. Ello se muestra de
forma especialmente significativa comparando la estructura de
clases sociales de los hombres con cónyuge que trabaja y la del
conjunto de los hombres en núcleos conyugales observándose, por
ejemplo, que la clase media alta representa en el primer caso un
26,7% y en el segundo un 18,3%. En cambio, los trabajadores
asalariados no profesionales ni técnicos representan entre los
hombres cuyas mujeres trabajan un 51,5% que se eleva a un 58,1%
entre el total de hombres integrados en núcleos conyugales. Ello
indica, probablemente, que la penetración del nuevo modelo familiar
basado en dos ingresos se produce en España por la parte alta de la
pirámide social, lo cual refuerza la hipótesis de una nueva forma
de diferenciación social de las familias según el número de
ocupados o perceptores de ingresos. Es posible, sin embargo, que se
trate de una situación transitoria que desaparezca al generalizarse
entre todos los estratos sociales la doble ocupación familiar. En
todo caso es un aspecto a considerar hoy en día cuando se estudia
la estructura social, especialmente en las ciudades donde este tipo
de fenómenos se manifiestan más agudamente.
La lógica del urbanismo moderno de los años veinte, cuyos conceptos
básicos siguen vigentes en la planificación urbana que se practica
hoy en día, se basa implícitamente en un modelo familiar en que la
división del trabajo atribuye al hombre el trabajo remunerado y a
la mujer el cuidado del hogar. Esta lógica se quiebra cuando se
generaliza el modelo de doble ocupación familiar. La diferenciación
entre dos formas diferentes de uso del espacio, una basada en los
trayectos diversificados de corto alcance en torno a la vivienda y
otra en los desplazamientos de largo alcance al trabajo se
convierte ahora en superposición, el mismo individuo realiza
funciones laborales extradomésticas y funciones de mantenimiento
del hogar, desplazándose en el espacio cotidianamente según las
características de ambos tipos de funciones. Sin embargo, sigue
plenamente vigente el concepto de zonificación como elemento
central de la planificación urbanística. Se siguen planificando las
ciudades y los barrios como si la familia tradicional siguiera
siendo el modelo dominante, posiblemente por la fuerte inercia del
espacio construido. La incorporación de las mujeres a la actividad
laboral como nuevo modelo de normalidad, no como una situación
extraordinaria para mujeres o situaciones excepcionales, afecta al
conjunto de la organización social uno de cuyos aspectos es la
organización del espacio. Se abre así la reflexión a los efectos de
los nuevos modelos familiares sobre el uso del espacio y a los
modelos urbanos congruentes con la nueva situación social.
Entre otros se pueden señalar tres aspectos contradictorios entre
la ciudad funcionalmente segregada y el tipo familiar emergente
basado en la doble ocupación de la pareja conyugal. En primer
lugar, la secuencia diaria de vaciado-llenado de los espacios, cada
vez más numerosos, en que la zonificación es más extrema, los
centros terciarios de negocios, los polígonos industriales o las
ciudades dormitorio. Son espacios que permanecen durante largas
horas del día vacíos con lo que ello supone de empobrecimiento de
la densidad y calidad de los espacios urbanos. Ello se manifiesta
de formas diferentes según el contenido funcional de los espacios.
En los centros terciarizados de las ciudades donde predominan las
oficinas y los comercios las horas durante las que éstos permanecen
cerrados pertenecen a los que no tienen otra opción o a los que
buscan espacios solitarios para actividades ilegales o delictivas.
Se produce una polarización entre los espacios protegidos por
fuerzas de seguridad, generalmente privadas, y la calle que se
abandona a la diaria secuencia de peligro. Un proceso similar pero
inverso en el tiempo diario tiene lugar en los espacios
residenciales de las clases populares en especial en las periferias
de uso exclusivamente residencial, las ciudades dormitorio, vacías
durante las horas de trabajo, desprovistas de un tejido social que
desarrolle una función latente de integración y control social. La
soledad recurrente abandona estos espacios a las tendencias al
deterioro social que los procesos de crisis y reestructuración
económica generan [4]. En el caso de los barrios residenciales para
clases medias y altas se produce una creciente segregación y
aislamiento a través de la cada vez más elevada inversión privada
en seguridad que cuida los barrios y viviendas vacíos, la mayor
parte del día.
Los modelos espaciales basados en la diversificación de usos en el
espacio, siempre que sean compatibles, no aseguran, sin embargo, la
coherencia entre la doble ocupación familiar y el uso efectivo del
espacio (por ejemplo, todos los empleos existentes en una zona
equilibrada en cuanto a la relación población-empleo podrían ser
ocupados por trabajadores residentes en otras áreas de la ciudad).
Hay otro plano diferente al de la estructura de los usos en el
espacio que es el de los movimientos que efectivamente se realizan
en él, así como otro intermedio que es el de los mecanismos a
través de los cuales se establece la ocupación de las viviendas.
Si, como ocurre hoy en día, la estructura de usos está fuertemente
segregada según los principios de la zonificación y al mismo tiempo
los mecanismos de ocupación de las viviendas son muy rígidos, el
protagonismo en la gestión del modelo resultante se desplaza a los
medios de transporte. El segundo elemento de contradicción entre la
ciudad segregada y el nuevo modelo económico familiar está
relacionado con el fuerte aumento de la demanda de transporte que
genera. La generalización de la doble ocupación tiene como efecto
un fuerte aumento de la movilidad que entra en contradicción con la
zonificación como concepto central del urbanismo y con el
transporte privado como respuesta principal a la demanda de
desplazamientos. Ello explica, por ejemplo, por qué la movilidad de
las mujeres que trabajan es mayor que la de los hombres que
trabajan (2,81 desplazamientos diarios para las mujeres, frente a
2,67 para los hombres, según datos de la Encuesta Origen-Destino de
la Comunidad de Madrid de 1988), a pesar de que para el conjunto de
hombres y mujeres la movilidad es más elevada en el caso de los
primeros [Tobío, 1995]. A ello se añade el hecho de que las
transformaciones en las formas de mantenimiento de los hogares que
produce la doble ocupación apuntan también a la segregación
creciente en algunos aspectos, por ejemplo, en lo que se refiere a
los hábitos de consumo al generalizarse la gran compra quincenal o
mensual en grandes espacios comerciales.
El tercer elemento a señalar se refiere a los obstáculos que genera
la ciudad basada en la zonificación para la incorporación de las
mujeres a la actividad laboral. La cotidianeidad de las mujeres que
trabajan se desarrolla en un ámbito espacial más reducido que el de
los hombres. La Encuesta Metropolitana de 1986 mostraba que el 35%
de las mujeres ocupadas trabajaban en el mismo barrio de
residencia, cifra que se reducía al 20% en el caso de los hombres
[Institut d'estudis Metropolitans de Barcelona, 1988]. Cuatro años
después se amplía para hombres y mujeres el ámbito espacial del
trabajo pero se mantienen las diferencias según el género: el 32%
de las mujeres ocupadas trabajaban en el barrio de residencia
frente al 18,5% de los ocupados [Institut d'estudis Metropolitans
de Barcelona, 1993]. Desenvolverse cotidianamente en un espacio
más reducido es, además, un rasgo que comparten las mujeres con las
clases bajas [Institut d'estudis Metropolitans de
Barcelona, 1993]. Trabajar en el entorno próximo al lugar de
residencia constituye una característica vinculada a las
obligaciones domésticas y a la menor disposición por parte de las
mujeres del medio de transporte que asegura el acceso a todo tipo
de espacios, el automóvil privado.
Si se consideran globalmente hombres y mujeres los primeros
utilizan con una frecuencia considerablemente mayor el automóvil
que las mujeres: 27% de los desplazamientos diarios los realizan en
este medio de transporte, frente a sólo un 11,5% en el caso de las
mujeres, según datos de la Encuesta Origen-Destino de Madrid de
1988. Son todavía más significativas las diferencias entre hombres
y mujeres que trabajan. Más de la mitad (51%) de los
desplazamientos de los hombres que trabajan se realizan en
transporte privado, cifra que se reduce a un 27% en el caso de las
mujeres que trabajan. En cambio, casi la mitad de los
desplazamientos de las mujeres que trabajan (46,5%) se realizan en
transporte público, modo que sólo se utiliza en el 30,5% de los
desplazamientos de hombres que trabajan. Datos de la Encuesta
Origen-Destino de Barcelona muestran que el 50% de los hombres
tiene vehículo propio y lo conduce habitualmente, frente a
solamente un 18% de las mujeres [Junyent, 1975].
La escala espacial de los mercados de trabajo se incrementa porque
la creciente movilidad de los trabajadores lo hace posible. El
automóvil privado confiere la mayor movilidad con el mayor coste
para el conductor-trabajador en términos de tiempo y dinero. Dado
que la motorización de las mujeres es considerablemente menor se
puede afirmar que los empleos (o los espacios en general) a los que
sólo se puede acceder en automóvil son discriminantes según el
género. Pero, al mismo tiempo, las mujeres motorizadas superan el
obstáculo que las formas establecidas de movilidad suponen para la
integración laboral y para el control del espacio en general. Se
produce así una contradicción entre una lógica social (el autómovil
es discriminante desde una perspectiva de género) y una lógica
individual (la mujer motorizada supera la menor movilidad
característica de las mujeres en su conjunto), contradicción que no
es más que una forma particular, quizá más aguda, de la
contradicción general entre transporte público-transporte privado.
Los suburbios residenciales monofuncionales, tal como plantea
Richard Harris, se basan en una gran cantidad de trabajo doméstico
no pagado [Harris, 1988]. El contrapunto está representado por los
espacios residenciales en los centros urbanos en los que hay un
incremento de profesionales y técnicos de alto nivel de
cualificación viviendo en hogares unipersonales o familias de dos
ocupados con poco tiempo disponible para el trabajo doméstico pero
elevados ingresos que permiten externalizar muchos de los trabajos
que antes se realizaban en el hogar. El modelo residencial
suburbial se desarrolló principalmente en los años cincuenta y
sesenta, constituyéndose en los países anglosajones en la opción
residencial principal para las crecientes clases medias
[Hall, 1996] y desarrollándose de forma importante en otros muchos
países. Eran también años de repliegue de las mujeres al hogar,
después de la Segunda Guerra Mundial, del desarrollo de la sociedad
de consumo, de los electrodomésticos y de la gestión del hogar como
si fuera una empresa [Harris, 1984]. Las amas de casa se habían
profesionalizado, pero el modelo tradicional de familia seguía
vigente. Había una coherencia entre el modelo familiar y el modelo
urbanístico, a la división del trabajo correspondían formas
diferentes de uso del espacio que tenían un carácter
complementario. Cuando la familia basada en la división de roles se
transforma y se sustituye por la familia de dos ocupados y doble
ingreso, el modelo suburbial entra en contradicción con los nuevos
modelos económicos familiares. Sin embargo, la inercia del espacio
construido es tan fuerte que siguen siendo los modelos urbanos
predominantes. Pero el caso español, y en particular el de la
ciudad de Madrid, es especialmente destacable, porque los suburbios
residenciales para clases medias aparecen muy tardíamente, en los
años ochenta, cuando se inicia la rápida incorporación de las
mujeres a la actividad laboral como opción generalizada entre las
más jóvenes. Los suburbios residenciales contituyen en España un
modelo urbanístico tardío, contradictorio desde el mismo momento de
su nacimiento con los modelos familiares emergentes.
Como conclusión se puede plantear la conveniencia de poner en
cuestión el concepto de zonificación como base de la ordenación del
espacio y de discutir otras formas de combinación de usos basadas
en la diversificación, una vez que los problemas de salubridad que
principalmente están en el origen del modelo urbano basado en la
zonificación se limitan hoy en día a un reducido número de
industrias que es conveniente separar de los espacios
residenciales. Ello resulta menos utópico si se considera que las
propias viviendas están experimentando transformaciones a través de
las múltiples conexiones de las nuevas tecnologías de comunicación
que pueden restituir algunas de las funciones laborales, formativas
o asistenciales perdidas en el proceso de modernización y
desarrollar las nuevas funciones vinculadas a la relación social,
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Fecha de referencia: 23-02-2003
22 -- French Fries > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n22/actob.html |
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