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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
Paul A. David[1]
Stanford (California, EEUU), mayo de 1985[2].
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Cicerón esperaba de los historiadores, en primer lugar, que
relatasen historias ciertas. Me propongo cumplir con mi deber en
esta ocasión ofreciendo un relato casero de historia económica
en la cual «se encadenan los despropósitos». El argumento
principal de la historia es muy sencillo: en ocasiones es
imposible descubrir la lógica (o ilógica) del mundo que nos rodea
si no se entiende antes cómo ha llegado hasta la situación
presente. Una secuencia aleatoria de cambios económicos es
aquella en la que hechos temporalmente remotos, muchas veces más
relacionados con circunstancias accidentales que con fuerzas
sistemáticas, ejercen una importante influencia sobre el eventual
resultado. Estos procesos estadísticamente aleatorios no
convergen automáticamente hacia un resultado determinado y son
denominados procesos no ergódicos. En tales circunstancias, los
«accidentes históricos» no pueden ser ignorados, ni pueden ser
convenientemente aislados con el propósito de analizar un proceso
desde el punto de vista económico; el proceso dinámico asume un
carácter esencialmente histórico.
Esta historia no pretende establecer en qué medida el mundo se
rige por estos fenómenos, tan sólo intenta ilustrar un caso
concreto. Sólo espero que la narración resulte entretenido para
todos aquellos que acudan a él con el fin de descubrir si el
estudio del historia económica es una actividad realmente
necesaria para los economistas y por qué.
¿Por qué la fila superior del teclado del ordenador está formado
por la secuencia de letras QWERTYUIOP y no por cualquier otra?
Sabemos que no hay ningún motivo mecánico que exija la odiosa
distribución de teclas conocida como «QWERTY» y todos somos lo
bastante mayores para recordar que QWERTY ha llegado a nosotros,
de alguna manera, procedente de la Era de la Máquina de Escribir.
Ciertamente nadie se dejó persuadir por las llamadas a abandonar
QWERTY que los apóstoles del teclado DSK (Dvorak Simplified
Keyboard) publicaron una y otra vez en revistas comerciales,
tales como Computers and Automation.
¿Cúal es el motivo? Usuarios del teclado patentado en 1932 por
August Dvorak y W. L. Dealey han establecido récords mundiales
de pulsaciones que aventajan considerablemente cualquier marca
establecida con el teclado QWERTY. Por otra parte, durante los
años cuarenta, experimentos llevados a cabo por la marina de los
Estados Unidos demostraron que el incremento de la velocidad de
pulsación en teclados DSK permitiría amortizar en apenas diez
días de trabajo el coste de la formación de un grupo de
macanógrafos. La muerte en 1975 del inventor terminó con cuatro
décadas de frustración por el terco rechazo del mundo a su
contribución; su muerte le impidió disfrutar de un dispositivo
que se incorporó a los ordenadores IIC de Apple y que permitía
a los usuarios cambiar su teclado QWERTY por un teclado DSK
virtual (aunque tal vez habría aumentado su frustación ante la
duda de que alguien, alguna vez, llegara a utilizar dicho
dispositivo).
Si, tal como decía la publicidad de Apple, el teclado DSK «le
permite teclear entre un 20 y un 40 por ciento más rápido», ¿por
qué este diseño superior se encontró con un rechazo semejante al
que habían sufrido las siete mejoras al teclado QWERTY que se
habían patentado en EEUU y Gran Bretaña entre los años 1909 y
1924? ¿Era éste el resultado de un comportamiento caprichoso e
irracional de incontables individuos organizados para mantener
una tradición tecnológicamente anticuada? ¿O se trataba, como
alguna vez insinuó el propio Dvorak, de una conspiración del
oligopolio de los fabricantes de máquinas de escribir para
suprimir un invento que habría aumentado la eficiencia de los
mecanógrafos hasta hacer decrecer la demanda de sus productos?
¿O tal vez habría que tomar en serio la otra «teoría del mal»,
y preguntarse si la regulación y las interferencias políticas en
el «mercado libre» habían provocado el establecimiento de un
teclado claramente ineficiente? ¿Habría que echarle la culpa, una
vez más, al sistema público de educación, responsable de todos
los fracasos?
También se puede considerar que éstas no son las líneas de
investigación más prometedoras para buscar una explicación
económica al actual dominio del teclado QWERTY. Los agentes
responsables de la producción y de la adquisición en el actual
mercado de los teclados no se encuentran bajo el control de
ninguna costumbre ancestral, conspiración o normativa estatal.
Pero, aunque ellos son, tal como se dice, «libres para escoger»,
su comportamiento está condicionado en gran medida por
acontecimientos olvidados hace tiempo y configurado por
circunstancias que ni ellos ni sus intereses pueden imaginar.
Igual que los grandes hombres de los que Tolstoi dijo: «cada una
de sus acciones, que se les aparecen como acto de su libre
albedrío, no son, en un sentido histórico, libres en absoluto,
sino deudoras de todo el curso de la historia pasada...» (Guerra
y Paz, Libro IX, Capítulo 1)
En cualquier caso, ésta es una historia reciente; comienza hace
poco más de cien años, con el quincuaqésimo segundo inventor de
una máquina de escribir. Christopher Lathan Sholes ejercía
profesionalmente de impresor en Milwaukee (Wisconsin, EEUU),
mientras que su afición le inclinaba a reparar todo tipo de
máquinas. En octubre 1867 logró la patente de una máquina de
escribir que había construido con la ayuda de sus amigos Carlos
Glidden y Samuel W. Soule; sin embargo el invento de Sholes aún
adolecía de varios problemas que debía resolver antes de intentar
su comercialización. El punto de impresión no era completamente
visible por el mecanógrafo debido a que se situaba bajo el carro
del papel; esta «invisibilidad» continuó siendo una
característica desafortunada en éste y en otros modelos
posteriores mucho después de que el carro plano del diseño
original fuese sustituido por sistemas más parecidos al carro
cilíndrico de las máquinas actuales. Como consecuencia de esto,
las varillas tendían a chocar y a atascarse cuando se tecleaba
demasiado rápido, lo que suponía un defecto bastante serio.
Cuando una varilla se atascaba cerca del punto de impresión, cada
vez que se pulsaba cualquier tecla, sólo se imprimía la primera
letra, algo que sólo se descubría cuando el mecanógrafo se
molestaba en avanzar el papel y revisar lo que había escrito.
Animado por el optimismo infatigable de James Densmore, socio
capitalista del inventor desde 1867, Sholes dedicó los siguientes
seis años a perfeccionar «la máquina». A partir de un proceso de
prueba y error, reordenó el teclado original de su invento en un
esfuerzo por reducir la frecuencia de los atascos de las
varillas, de lo que surgió un teclado organizado en cuatro filas
muy parecido al QWERTY actual, aunque sólo con letras mayúsculas.
En marzo de 1873, Densmore se asoció con E. Remington & Sons, los
famosos fabricantes de armas, para fabricar un modelo
sustancialmente modificado de la «Máquina de Escribir»
Sholes-Glidden. En los siguientes meses los mecánicos de
Remington completaron prácticamente la evolución del teclado
QWERTY. Sus numerosas modificaciones incluyeron algunos ajustes
del diseño del teclado en los cuales la letra «R» ocupó el lugar
anteriormente reservado para el caracter «.» en la fila superior,
de forma que se encontraran en esta fila todas las letras
necesarias para escribir «TYPE WRITER» más rápidamente; los
vendedores podían así hacer demostraciones para impresionar a los
posibles compradores.
A pesar de este truco promocional, el comienzo de la carrera
comercial de esta máquina, a la que el destino del QWERTY se
encontraba unido, resultó terriblemente precario. Al período de
crisis económica de la década de 1870 no era el momento más
adecuado para el lanzamiento de una nueva maquina de oficina con
un coste de 125 dólares y, en 1878, cuando Remington introdujo
su segundo modelo mejorado (que incluía una tecla que permitía
alternar entre mayúsculas y minúsculas), la empresa se encontraba
al borde de la bancarrota. De esta forma, aunque las ventas
empezaron a remontar con el fin de la depresión y la producción
anual de máquinas de escribir se elevó a 1.200 unidades en 1881,
la implantación en el mercado que el teclado QWERTY había
conseguido estaba lejos aún de garantizar su supervivencia; el
número total de máquinas dotadas de un teclado QWERTY apenas
superaba las 5.000 unidades a comienzos de la decada de 1880.
Tampoco estaba su futuro garantizado por ninguna cuestión
técnica; existían mecanismos alternativos al de impresión por
varillas que había determinado la distribución de las teclas y
que estaban siendo introducidos en la escena norteamericana. No
sólo había mecanismos de varillas que golpeaban el papel desde
abajo o desde el frente y que permitían ver el punto de
impresión, sino que el problema del choque de las varillas podía
haberse resuelto con una distribución lineal de éstas, tal y como
el joven Thomas Edison había ideado en su patente de 1872 para
un cilindro de impresión eléctrica y que posteriormente se
convirtió en la base para los teletipos. Lucien Stephen Crandall,
el inventor de la segunda máquina de escribir que alcanzó el
mercado americano (1879), diseñó un sistema de impresión que
utilizaba un manguito cilíndrico para resolver que un caracter
determinado golpeara el punto de impresión (también habría que
mencionar el carácter revolucionario del diseño «golf ball» de
la IBM 72/82). Libres de las limitaciones del sistema de
impresión por varillas, máquinas de escribir de éxito comercial,
como la Hammond y la Blickensderfer, empezaron a emplear
distribuciones de teclado más sensatas que el QWERTY. El teclado
denominado «Ideal» situó en la línea principal la secuencia
DHIATENSOR, diez letras con las que se podían componer el 70% de
las palabras inglesas.
El uso extensivo de las máquinas de escribir comenzó en la década
de 1880, produciéndose una rápida proliferación de diseños
competitivos, empresas productoras y distribuciones de teclado
rivalizando con el QWERTY de la Sholes-Remington. De hecho, a
mediados de la década, cuando ya era evidente que se había
superado cualquier limitación técnica que pudiera justificar el
dominio del teclado QWERTY, la industria estadounidense se
dirigía rápidamente hacia un estándar de máquina con sistema de
varillas frontales y con un teclado QWERTY de cuatro filas,
denominado «Universal». Entre 1895 y 1905, los principales
productores de máquinas de escribir con sistemas alternativos a
las varillas comenzaron a ofrecer el teclado «Universal» como una
opción para sustituir el teclado «Ideal».
Para entender qué ocurrió en el decisivo intervalo que incluye
toda la década de 1890, los economistas deben tener en cuenta el
hecho de que las máquinas de escribir comenzaban a formar parte
de un sistema productivo de mayor escala y con una complejidad
interdependiente técnicamente. Además de los fabricantes y los
compradores de máquinas de escribir, el sistema incorporó a los
mecanógrafos y a una diversidad de organismos (tanto privados
como públicos) encargados de formar a éstos en las técnicas de
mecanografía. Más importante incluso fue el hecho de que, al
contrario que las máquinas de los que formaban parte los
teclados, el conjunto del sistema no había sido diseñado por
nadie, «simplemente creció», como otros muchos fenómenos de la
historia económica.
La aparición de la mecanografía «al tacto» (un avance
significativo respecto al método de
cuatro-dedos-en-busca-de-las-teclas) a finales de la década de
1880 resultó crítica, debido a que esta innovación estaba, desde
su concepción, adaptada al teclado QWERTY. La escritura al tacto
dio lugar a las tres características del sistema de producción
que se estaba gestando y que tuvieron una crucial importancia
para el dominio indiscutible de la distribución QWERTY en los
teclados; estas tres características eran: interdependencia
técnica, economía de escala y quasi-irreversibilidad de las
inversiones. Estos tres elementos se constituyeron en los
ingredientes básicos de lo que se podría denominar QWERTY-nomía.
La interdependencia técnica, o la necesidad de una compatibilidad
entre el soporte físico (hardware) de los teclados y el soporte
lógico (software), representado por la memorización por parte del
mecanógrafo de la distribución de las teclas, significaba que el
valor real de la máquina de escribir como instrumento de
producción dependía de la disponibilidad de una preparación y una
formación específicas que, como el aprendizaje de un teclado en
particular, era decisión del mecanógrafo. Con anterioridad a la
expansión hacia el mercado doméstico, los principales compradores
de máquinas de escribir eran empresas comerciales, cuyos
intereses y criterios de compra eran independientes de los
técnicos que iban a utilizar dichas máquinas. De hecho existían
pocos incentivos (tampoco después los ha habido) para que estas
empresas realizaran cualquier tipo de inversiones en formar
capital humano que después pudiera ser utilizado en cualquier
otra empresa[3]. Por otro lado, la compra por parte de una empresa
de una máquina de escribir con teclado QWERTY permitía
externalizar la formación de los mecanógrafos. De esta forma, se
aumentaba la probabilidad de que un mecanógrafo decidiera
aprender el teclado QWERTY antes que otro teclado cuya presencia
en el mercado fuera más reducida. Así, el coste global para el
empresario que había confiado en el teclado QWERTY tendía a
reducirse según éste obtenía la aceptación general frente a otros
sistemas; mientras, en el mercado de la formación de mecanógrafos
se daban condiciones esencialmente simétricas.
Estas condiciones, que permitían la reducción de los costes, lo
que se denomina sistema de economía de escala, tenían una serie
de consecuencias, entre las que, indudablemente, la más
importante era la tendencia hacia una estandarización de facto
a través del predominio de un único teclado como resultado final
del proceso de competencia entre los distintos sistemas. Para
analizar la situación se puede realizar la siguiente
simplificación: imaginemos que los compradores de máquinas de
escribir no tuvieran en general ningún tipo de preferencias sobre
los teclados y sólo se preocupasen del número de mecanógrafos
preparados existentes en el mercado para cada tipo específico de
teclado. Supongamos que los mecanógrafos, por su parte, no
expresaran una preferencia clara por aprender el teclado QWERTY
frente a otros métodos, pero que se mostrasen atentos a la
distribución de los diferentes teclados en el mercado. A
continuación imaginemos a los miembros de esta población
heterogénea decidiendo de forma aleatoria qué tipo de formación
realizar. Se puede ver, con una reducción ilimitada del coste de
selección, que cada decisión aleatoria en favor del teclado
QWERTY aumentaría la probabilidad (aunque no la garantizaría) de
que el siguiente en elegir se decidiera también en su favor.
Desde el punto de vista teórico de los procesos aleatorios, lo
que observamos aquí es equivalente al «esquema de extracciones
sucesivas» generalizado. En un esquema sencillo de esta clase se
utiliza una urna conteniendo bolas de varios colores y cada vez
que se saca una bola de un color determinado, se añade a la urna
otra bola más del mismo color; de esta forma, la probalidad de
sacar un determinado color aumenta cada vez que se saca una bola
de dicho color y ésta es función lineal de las proporciones de
los diferentes colores presentes en la urna. Un reciente teorema
expuesto por W. Brian Arthur et al [W. Brian Arthur et al, 1983;
1985] nos permite decir que cuando la forma generalizada de
dicho proceso (caracterizado por un incremento ilimitado de las
aportaciones) se extiende indefinidamente, el factor proporcional
de uno de los colores converge en la unidad con probabilidad
igual a uno.
Puede haber varios posibles candidatos a la hegemonía, pero a
priori no se puede afirmar con certeza cuál de entre los colores,
o distribuciones de teclado, será el que acabe dominando al
resto. Esa parte de la historia es fácilmente determinada por
«accidentes históricos», o lo que es lo mismo, por una secuencia
particular de elecciones realizadas al principio del proceso. Es
aquí donde factores efímeros y esencialmente aleatorios tienen
una mayor probabilidad de ejercer una importante influencia, tal
y como ha sido mostrado con pulcritud por el modelo de la
dinámica de competición tecnológica bajo retornos crecientes
[Arthur, 1983]. La intuición sugiere que si las elecciones se
hubieran tomado con una perspectiva de futuro, en lugar de optar
por una perspectiva de corto plazo basada en los costes
inmediatos de los distintos sistemas, el resultado final podría
haber estado fuertemente influido por las expectativas creadas:
un sistema concreto podría haber triunfado sobre sus rivales por
el mero hecho de que los usuarios (bien los empresarios o bien
los mecanógrafos) hubieran previsto su triunfo. Esta intuición
parece confirmarse por los recientes análisis formales de Michael
Katz y Carl Shapiro [Katz y Shapiro, 1983] y de Hard Hanson
[Hanson, 1984] sobre mercados donde los consumidores de
productos rivales se benefician de las «externalidades»
proporcionadas por la compatibilidad con el sistema o la red en
los que se integran. A pesar de que la ventaja inicial adquirida
por el QWERTY gracias a su asociación con Remington era
cuantitativamente muy reducida, su magnificación por las
expectativas bien pudo ser suficiente para garantizar que la
industria se decidiese, sin posibilidad ya de dar marcha atrás,
por un estándar de facto basado en el teclado QWERTY.
Este punto sin retorno se alcanza muy pronto, a mediados de 1890,
y parece que viene condicionado por el alto costo de la
conversión de los mecanógrafos y la consiguiente
cuasi-irreversiblidad de la inversiones en la formación
específica de éstos. Entre tanto había aparecido una importante
asimetría en cuanto a la conversión de los teclados: mientras los
costes de formar a un mecanógrafo aumentaban, los costes de
modificar la distribución del teclado de una máquina de escribir
se reducían. En la medida que los nuevos mecanismos de impresión
alternativos a lo largo de la década de 1880 estaban liberando
a los teclados de las limitaciones que habían condicionado la
gestación del QWERTY, también estaban liberando a los fabricantes
de su dependencia técnica respecto de cualquier tipo de
distribución de teclado. De esta forma, los fabricantes de
máquinas de escribir con teclados alternativos podían fácilmente
cambiar el teclado para aprovechar la expansión del QWERTY y
lograr la compatibilidad con el importante número de mecanógrafos
especializados en este teclado y cuya reconversión no era tan
barata. En esta situación concreta, la secuencia en que se había
desarrollado esta evolución determinó la preferencia económica
por adaptar las máquinas a los hábitos de los hombres (o las
mujeres, como fue cada vez más habitual) que hacerlo a la
inversa. Y estas circunstancias no han cambiado desde entonces.
Como moraleja, quiero dejar un mensaje de fe y esperanza. La
historia del QWERTY resulta muy intrigante para los economistas.
A pesar de la presencia del tipo de externalidades que el
análisis estático estándar nos dice que interferirían en la
consecución de un sistema con un grado de compatibilidad óptimo
socialmente, la competencia en el marco de un mercado inmaduro
llevó a la industria a una estandarización prematura, basada en
un sistema erróneo apoyado tan sólo en un sistema descentralizado
de toma de decisiones. Los resultados de este tipo no son tan
exóticos; para que se produzcan parece que sólo es necesaria la
presencia de una fuerte interdependencia técnica, economía de
escala e irreversibilidades relacionadas con la formación y el
aprendizaje. Desde luego, no produce ninguna sorpresa a los
lectores de los pasajes clásicos de Thorstein Veblen en su obra
Alemania y la Revolución Industrial [Veblen, 1915], donde habla
del problema de los vagones de ferrocarril excesivamente
reducidos que se habían impuesto como estándar en Gran Bretaña
y «los problemas de asumir el liderazgo»; igualmente, estas
cuestiones resultarán penosamente familiares para los estudiantes
obligados a asimilar los detalles de los merecidamente ignorados
escritos (ver los estudios del autor entre 1971 y 1975) sobre los
obstáculos que la parcelación y las prácticas tradicionales
supusieron para la mecanización de la agricultura británica, y
la influencia que tuvieron sobre la mejora de la productividad
en ciertos sectores industriales hechos de la historia de los
factores de los precios en Estados Unidos que se remontan hasta
el siglo XIX.
En este punto, estoy convencido de la existencia de otros casos
del mismo tipo que éste del teclado QWERTY, ocultos en la
historia, en los límites mismos del universo perfectamente
ordenado que el analista económico moderno imagina; se trata de
casos que aún no percibimos ni entendemos por completo, pero cuya
influencia, como la de las estrellas oscuras, se extiende sin
embargo hasta dar forma a las cuestiones más visibles de la
economía contemporánea. Así, la mayor parte del tiempo estoy
convencido de que los placeres y los terrores de la exploración
de estos mundos serán lo suficientemente atractivos para
aventurar a los economistas más inquietos hacia el estudio
sistemático de los procesos dinámicos de la historia económica
como medio para alcanzar una mejor comprensión de la disciplina.
Esta investigación ha sido posible gracias a la subvención
económica del Programa de Innovación Tecnológica de la
Universidad de Stanford. Douglas Puffert proporcionó una valiosa
ayuda en la investigación. Parte, aunque no toda, de mi deuda
hacia las opiniones de Brian Arthur sobre este tema y otros
relacionados se encuentra reflejada en las referencias. Toda la
responsabilidad de los errores y malinterpretaciones, así como
de las peculiares opiniones aquí esbozadas es de mi exclusiva
competencia. Existe una versión ampliada, con referencias
completas y disponible bajo pedido con el título "Understanding
the Economics of QWERTY or Is History Necessary?".
Arthur, W. Brian (1983) "On Competing Technologies and
Historical Small Events: The Dynamics of Choice Under Increasing
Returns" (Technological Innovation Program Workshop Paper,
Department of Economics, Stanford University, November)
Arthur, W. Brian, Ermoliev, Yuri M. and Kaniovski, Yuri M.
(1983) "On Generalized Urn Schemes of the Polya Kind"
(Kibernetika, No. 1,' 1983, 19, 49-56 - translated from the
Russian in Cybernetics, 19, 61-71)
Arthur, W. Brian, Ermoliev, Yuri M. and Kaniovski, Yuri M.
(1985) "Strong Laws for a Class of Path-Dependent Urn
Processes" (in Proceedings of the International Conference on
Stochastic Optimization, Kiev, Munich: Springer-Verlag)
David, Paul A. (1971) "The Landscape and the Machine:
Technical Interrelatedness, Land Tenure and the Mechanization of
the Corn I Harvest in Victorian Britain" (in D. N. McCloskey,
ea., Essays on a Mature Economy: Britain after 1840, London:
Methuen, ch. 5)
David, Paul A. (1975) Technical Choice, Innovation and
Economic Growth: Essays on American and British Experience in the
Nineteenth Century (New York: Cambridge University Press)
Hanson, Ward A. (1984) "Bandwagons and Orphans: Dynamic
Pricing of Competing Technological Systems Subject to Decreasing
Costs" (Technological Innovation Program Workshop Paper,
Department of Economics, Stanford University, January)
Katz, Michael L. and Shapiro, Carl (1983) "Network
Externalities, Competition, and Compatibility" (Woodrow Wilson
School Discussion Paper in Economics No. 54, Princeton
University, September)
Veblen, Thorstein (1915) Imperial Germany and the Industrial
Revolution (New York: MacMillan)
Fecha de referencia: 10-07-2002
Boletín CF+S > 21 -- El pasado es un país extraño > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n21/apdav.html |
Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
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