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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
José Antonio Corraliza Rodríguez
Departamento de Psicología Social y Metodología Universidad
Autónoma de Madrid.
Madrid, 16 de octubre de 2000.
El "hecho urbano" constituye uno de los más desafiantes retos de
y para la organización social en este momento. La estructura
urbana, los cambios en la forma de expresión y estética urbana
están relacionados con cambios en el modo de vida y la
experiencia social. Diferentes formas de vida, conflictos
sociales y nuevos estilos de vida aparecen vinculados a los
procesos de estructuración de la trama urbana. Esto explica la
relevancia y significación del hecho urbano en la vida social,
en los modelos de actuación, planificación y desempeño
individual. Hay que subrayar la importancia de la estrecha y
mutua implicación entre el hecho físico de la ciudad, la
estructura social que se cobija en ella y las dinámicas
personales y biográficas de cada uno de los individuos que la
habitan. La ciudad es, pues, el resultado de la confluencia de
parámetros de estos tres tipos: físicos, sociales y personales.
En este caso, también resulta oportuno recordar la adaptación que
Ventre realiza de la famosa sentencia de Montesquieu para
referirse a las leyes; sentencia Montesquieu: primero las
personas hacen las leyes, luego las leyes hacen a las personas.
Algo análogo puede decirse de la dinámica de la estructura
urbana: primero, las personas construyen la ciudad y los
edificios; luego, la ciudad construye a las personas, vale decir,
determina su manera de pensar, sentir y actuar.
En este sentido, hay que destacar inicialmente la importancia del
análisis psicosocial de la experiencia urbana. Con esta
expresión, se está queriendo subrayar el hecho de que el nuevo
escenario urbano, su estructura y trama, así como el patrón de
flujo y movilidad sobre el que se apoya ha determinado aspectos
claves de la dinámica social y, al tiempo, del estilo de vida
individual. El geógrafo Harvey [Harvey, 1990] se refiere a esta
influencia con el expresivo título de "el proceso de urbanización
de la conciencia", título que se ha adoptado para este epígrafe.
Realmente, la vida en la ciudad y la experiencia, incluso
biográfica, del desarrollo de la misma ha cambiado los motivos,
estilos de desempeño, elementos de identidad, etc., dando lugar
a prototipos de acción individual nuevos, como consecuencia de
las nuevas exigencias para afrontar las condiciones de vida
urbana. Vivir en la ciudad es una categoría relevante y
diferencial también del análisis psicológico. Muchos han sido los
autores e investigadores que se han preocupado por explicar los
nuevos estilos de vida que se han ido conformando, y la
valoración que los individuos han realizado de ella.
Como hecho distintivo fundamental de la edad moderna, la ciudad
sintetiza los nuevos descubrimientos y las nuevas formas de vida.
En este sentido, debe destacarse la ciudad como un ámbito
artificial ("el más prodigioso de los artefactos humanos" en
expresión de R.E. Park), y, al mismo tiempo, el "habitat
'natural' del hombre civilizado" [Park, 1925]. La ciudad es un
universo que ilustra mejor que cualquier otro fenómeno la
situación social actual. Ciertamente, la ciudad, como escaparate
del desarrollo, con sus luces y sus sombras, ha creado un espacio
nuevo para la vida humana. Como tal ha sido objeto de críticas
y alabanzas de ideólogos y reformadores sociales. Repasando
sucintamente este apartado puede decirse que la ciudad como
ámbito no tiene muy buena fama. Se ha convertido en un ámbito que
refleja la alteración de la vida social. El profesor Rodríguez
Sanabra recordaba la significación de las críticas de Antonio de
Guevara en 1539 recogidas en su obra Menosprecio de corte y
alabanza de aldea. En las ciudades "por ser las casas altas, los
aposentos tristes y las calles sombrías, se corrompen más ayna
los aires y enferman más presto los hombres", según Fray Antonio.
Esta crítica a la ciudad como espacio que afecta tanto a la
"salud", como a la "virtud" tiene muchos exponentes en la
actualidad.
La ciudad supone la aparición de rasgos nuevos, de perfiles aún
imprecisos, que básicamente suponen un ruptura de las pautas de
integración social. E. Morin sintetiza algunos de los elementos
de crítica de la vida urbana al aludir al debate sobre los nuevos
problemas creados por la vida urbana, que ha adquirido especial
virulencia en los años 70 y 80. Dicho debate constituye uno de
los ejes centrales de las discusiones políticas y económicas. En
este sentido, en uno de los posibles ejemplos de la relevancia
de esta cuestión que Castells [Castells, 1986] ha redenominado
como la "nueva crisis urbana", escribe lo siguiente:
"Desde mediados de siglo, las grandes ciudades tienen una imagen
claroscura, en la que las sombras se mezclan íntimamente con las
luces: las variedades y diversidades urbanas van acompañadas de
repeticiones mecánicas; la autonomía permitida va acompañada de
repeticiones mecánicas; el bienestar va acompañado de fatigas;
las ventajas de la individualización van acompañadas de las
desventajas de la atomización y la soledad; las seguridades van
acompañadas de entorpecimientos y desórdenes; las ganancias en
variedad de ocio van acompañadas de pérdidas en la variedad de
trabajo"(30). "En la ciudad moderna, el alivio de los viejos
constreñimientos se acompaña con la creciente pesadez de los
nuevos (burocráticos, tecnológicos, comunicacionales); el acceso
a ciertos estándares de individualización aporta una problemática
nueva; la atomización y la soledad atormentan de formas diversas,
pero cada vez con más insistencia, a las viviendas subvencionadas
y a los barrios buenos. Lentamente, se constituye una vasta
depresión, enfermedad incierta y multiforme, que sin duda rebasa
con mucho a la ecología sociourbana pero que también la
concierne." [Morin, 1981 (32) ].
En un intento de dar respuesta a este tipo de problemas, se han
construido explicaciones psicosociales de la vida urbana que dan
cuenta de los fenómenos y problemas sociales a ella ligados. En
distintos trabajos anteriores (véase [Corraliza,
Aragonés, 1993], e, igualmente, contribuciones sistemáticas
[Korte, 1980] y [Kruppat, 1985]), se ha establecido una
recopilación de los distintos modelos psicosociales para el
estudio de la vida urbana. De entre ellos, ya comentados en otros
trabajos, merece la pena destacar por su importancia las ideas
sobre las que se basan autores como L. Wirth, K. Lynch o S.
Milgram, inspirados todos ellos en el trabajo clásico de Simmel
[Simmel, 1904]. En estas aportaciones se encuentran líneas de
trabajo que pueden ser de interés para un análisis psicológico
de la vida urbana, a pesar de algunas apresuradas
descalificaciones que a lo largo del tiempo se han hecho sobre
estas visiones del escenario urbano. Estas referencias son, sin
duda, muy limitadas a la hora de describir el proceso de
formación, estructuración y organización del espacio urbano.
Muchas de sus predicciones e hipótesis han resultado irrelevantes
para describir los complejos procesos de formación y
reorganización del espacio urbano. Pero, sin embargo, han
resultado contribuciones extraordinariamente fructíferas para
caracterizar algunos de los aspectos claves de la experiencia
social de la vida urbana.
La conocida aportación de L. Wirth [Wirth, 1938] destaca tres
características básicas sobre las que describe la experiencia
social del espacio urbano. Desde su punto de vista, se destaca
la importancia de tres rasgos de la organización sociofísica del
espacio urbano: densidad, heterogeneidad y anonimismo en las
relaciones sociales. Su aportación supone abrir la discusión
sobre la capacidad de la trama urbana para alterar los modos de
vida, e inferir del análisis de este último aspecto, problemas
urbanos. Sería difícil, por ejemplo, explicar los procesos de
segregación espacial y social de las grandes conurbaciones
metropolitanas sin estas claves, que más que describir el proceso
de organización territorial de la ciudad, describen componentes
claves de la experiencia del nuevo hábitat urbano. En una línea
similar se sitúan aportaciones posteriores que se comentan a
continuación.
K. Lynch en el epílogo a un conjunto de trabajos sobre la ciudad
establece algunos elementos de diagnóstico de los problemas
urbanos. Desde su punto de vista, la ciudad moderna se presenta
como una gran con-centración de actividades y personas; describe
este fenómeno como la "colosización" de la ciudad
[Lynch, 1965 (247 y ss) ]. Desde su punto de vista, el "coloso
urbano" tal y como se configura en la mayor parte de las ciudades
produce desajustes y problemas que tienen su origen en cuatro
grandes causas. La primera de ellas es lo que este autor denomina
la "carga de tensión perceptiva impuesta por la urbe, (... en la
que) las sensaciones que en ella experimentamos van, con
demasiada frecuencia, más allá de los límites de la resistencia
humana... La ciudad es demasiado violenta, ruidosa y
desconcertante". La segunda de las fuentes de patología descritas
por Lynch es la "carencia de identidad visual", que dificulta que
en la ciudad "tuviéramos en todo momento la sensación de andar
por nuestra propia casa". La tercera de las causas descritas por
Lynch se refiere a "la angustia que experimentamos en la ciudad
de nuestros días por la imposibilidad de comprender su
lenguaje... La ambigüedad, la promiscuidad, la confusión y la
discontinuidad son los rasgos más distintivos de nuestras
ciudades: muchas de sus más importantes funciones y actividades
permanecen ocultas a nuestra vista, su historia y su marco
natural se nos aparecen velados y borrosos". La cuarta causa de
sensaciones de malestar consiste, según este autor, en "la
rigidez (de la ciudad), su falta de sinceridad y de franqueza".
Sorprende el uso de estos sustantivos por K. Lynch para referirse
a las dificultades que el escenario urbano plantea al desarrollo
de un proceso fluido entre la actividad organizadora,
modificadora del individuo y su medio. Estos cuatro elementos de
diagnóstico constituyen los argumentos básicos con los que Lynch
diagnostica los efectos negativos de la vida urbana.
Los elementos definidos por Lynch convergen con los presentados
por otros autores, tal vez de mayor autoridad en el ámbito de la
Psicología y, particularmente, de la Psicología Social. Mención
especial merece la contribución de Stanley Milgram, cuyo trabajo
de 1970 debe ser reconocido tanto por su agudeza como por su
capacidad de conectar argumentos del mundo de la teoría y la
investigación con los problemas de mayor interés y relevancia
social. En este trabajo, Milgram [Milgran, 1970] comparte sobre
esta visión negativa de la vida urbana y desarrolla su análisis
de la vida urbana basándose en la aportación del sociólogo Louis
Wirth [Wirth, 1938]. En el principio de su conocido artículo
("La experiencia de vivir en ciudades: Adaptaciones a la
sobrecarga urbana que define características de la calidad de
vida que pueden ser medidas") se hace eco de la visión negativa
cuando escribe que "al llegar por primera vez a Nueva York me
parece entrar en una pesadilla". El estudio de Altman, Lavine,
Nadien y Villena, intencionalmente recogido en este trabajo, en
el que se analizan los resultados de un "experimento de campo"
sobre la conducta altruista (dejar usar el teléfono a un
extraño), es un buen ejemplo de esta posición de partida, que le
permite conectar con su idea central: la gran ciudad reduce el
impulso solidario, y ello es consecuencia de un proceso activo
de adaptación a las condiciones de sobrecarga informativa,
producidas por las sobrestimulación a la que el individuo se ve
sometido. El trabajo de Milgram tiene la virtud de situar los
datos presentes en otros trabajos sobre la vida en la ciudad en
un contexto de relevancia psicológica que, entre nosotros, ha
sido comentado por Rodríguez Sanabra [Sanabra, 1986], y que ha
permitido abrir una línea de investigación en el ámbito de la
psicología.
Las referencias antes indicadas y otras que pudieran mencionarse
son suficientes para mostrar la ya aludida "mala fama" de la
ciudad como escenario de la vida social. Sin embargo, esta
discusión no puede justificar el abandono y el desahucio de la
ciudad. La propuesta de discusión debe hacer referencia a los
elementos de análisis de la ciudad en función de las
posibilidades de trabajo futuro, y debe centrarse en destacar los
problemas que puedan ser abordados.
De esta forma, puede destacarse una serie de elementos que
describen a la vez la estructura física y social del espacio
urbano. De los autores mencionados, se deduce la importancia de,
al menos, los siguientes rasgos y características que describen
la experiencia urbana:
En opinión del que esto escribe, los rasgos y caracerísticas
antes mencionados son ciertos en su globalidad. Pero, no debe
olvidarse que no se "experiencian" de la misma manera, según los
grupos sociales, los procesos de desarrollo urbano y los modelos
de ciudad. La ciudad es una expresión que, tal vez, sea firme en
su significado social, coincidente con los rasgos antes
mencionados, pero, en realidad, hay múltiples y diferenciadas
experiencias urbanas. El concepto mismo de "barrio vulnerable",
cualesquiera que sean los indicadores que se utilizan para su
definición, a ello alude. La ciudad es un espacio que debe ser
considerado en su totalidad, pero que es también el espacio de
la desigualdad. Las condiciones de partida desiguales, la
dinámica social que reproduce situaciones injustas se plasman en
la morfología urbana, y conforman una estructura espacial de la
desigualdad. Posiblemente pueda decirse que la ciudad es un
territorio común, pero que ofrece desiguales ocasiones de
desarrollo social y personal. Y, aún a riesgo de parecer
fatalista, que la exclusión social de partida, se ve reforzada
mediante la consolidación de los procesos de exclusión espacial.
Desde esta perspectiva, no cabe, pues, imaginar acciones contra
la exclusión social que no se basen en acciones contra la
exclusión espacial.
En esta dinámica, se hace especialmente interesante la reflexión
sobre la experiencia humana de los barrios vulnerables. En mi
opinión, se han desarrollado múltiples investigaciones empíricas
sobre los indicadores que permitan describir la vulnerabilidad
de una zona o área particular dentro de la ciudad. Creo que debe
profundizarse más en este concepto.
La expresión "barrio vulnerable" ha sido acuñada para referirse
a aquéllos barrios en los que se hace especialmente urgente la
puesta en marcha de actuaciones "encaminadas a combatir los
procesos de degradación urbana y exclusión social". En este
sentido, resulta ser un concepto no sólo descriptivo, sino
también propositivo. De un lado, se refiere a la necesidad de
analizar descriptores e indicadores de degradación territorial
y desigualdad socio-física; por otro lado, remite a la necesidad
de actuaciones urbanísticas y sociales que, de acuerdo con los
documentos preparatorios del Seminario sobre Barrios Vulnerables,
"compensen los dos factores que producen desigualdad: la difícil
integración en el mercado laboral y la pérdida de la diversidad
funcional y social de los barrios". Este concepto de
"vulnerabilidad" es, en efecto, sugerente, pero incompleto.
En la investigación psicosocial, en efecto, se utiliza en
múltiples contextos la expresión de vulnerabilidad. En un sentido
muy general, el concepto de vulnerabilidad se refiere a las
dificultades de una persona o de un grupo para resistir o hacer
frente a una determinada amenaza o problema. El uso más
generalizado del término "vulnerabilidad" y del adjetivo
"vulnerable", se ha producido en la investigación sobre el
estrés. El estrés es un tipo de respuesta psicológica que se
produce en situaciones que, real o figuradamente, constituyen una
amenaza para una persona o un grupo. Se dice que una persona o
grupo es vulnerable cuando se prevén dificultades o incapacidad
manifiesta para adaptarse a una situación de riesgo o amenaza
(real o atribuida). Aceptando esta definición, lo que resulta
importante no es la mera descripción de la vulnerabilidad, ni
siquiera de su posible tratamiento. Es decisivo definir las
causas de la amenaza o del riesgo, así como de los costes que
supone la adaptación a la misma.
De acuerdo con las investigaciones psicoambientales sobre este
problema (véase, por ejemplo, [Stokols, 1993]), se puede hablar
de tres tipos de fuentes de vulnerabilidad. En primer lugar,
aquellas que amenazan el bienestar físico. En segundo lugar,
aquellas otras que amenazan el bienestar emocional. Y, en tercer
lugar, aquellas que suponen una amenaza al bienestar social
(cohesión social, identidad, etc.).
En suma, un planteamiento no retórico de la calidad de vida
urbana debe acercar la investigación psicológica sobre la ciudad
a la determinación de los requerimientos ambientales para el
bienestar y, en último extremo, la felicidad [Amerigo, 1995].
Un interesante planteamiento sobre la relación entre bienestar
y recursos ambientales ha sido sugerido por el propio Stokols
[Stokols, 1990]. Para este autor, el bienestar tiene tres
dimensiones básicas: la salud física, el bienestar mental y
emocional y la cohesión social en la comunidad. Su opinión es que
el signo (positivo o negativo) depende, en cierta medida, de las
oportunidades y recursos ambientales de los que disponga el
individuo y los grupos. Así, por ejemplo, la salud física
requiere adecuadas condiciones de aislamiento término y acústico,
un cierto nivel de confort físico en el ambiente primario, no
estar expuesto a inadecuados niveles de contaminación, etc. El
bienestar emocional depende de la capacidad de control y
predicción del escenario, de las cualidades estéticas, de la
existencia de elementos simbólicos de valor, de la seguridad del
medio físico, de la capacidad de controlar la secuencia
aproximación-evitación, etc. La cohesión de la red social está
en estrecha relacion con las condiciones en que ocurre la
interacción y el contacto social, la capacidad para participar
en el diseño de los recursos ambientales, etc. Esta manera de
entender la relación entre bienestar y condiciones ambientales
puede resultar en exceso simple, pero permite detectar problemas
ambientales, que sirvan como pauta para definir programas de
intervención de efectos más amplios.
El concepto ideológico de "calidad de vida" está intimamente
relacionado con el desarrollo de la sociedad del bienestar, y
empieza a formar parte de los discursos políticos y sociales en
los años sesenta. En realidad, más allá de la apropiación
tecnocrática del mismo, remite a un ámbito filosófico más amplio
cual es la aspiración universal y transhistórica de la felicidad.
Calidad de vida, pues, remite a un planteamiento de sociedad y
vida ideal, que conecta con discursos utópicos de todas las fases
de la historia de la humanidad. Sin embargo, en la sociedad del
bienestar el término de "calidad de vida" y la discusión sobre
la misma ha sido objeto de debates y ha permitido la discusión
de aspectos cruciales de la organización social en la época
post-industrial. El concepto de calidad de vida y sus
implicaciones sociales y psicosociales ha sido adecuadamente
tratado y se remite al trabajo de Blanco [Blanco, 1985] para un
análisis más detallado de la relevancia y crítica del uso de este
termino desde la Psicología Social. Destacar el acuerdo con este
autor en lo que concierne a que la calidad de vida requiere para
una comprensión precisa "no sólo el grado de satisfacción
subjetiva de un individuo en un contexto, sino también el nivel
de recursos de los que de hecho un individuo dispone para poder
controlar y dirigir conscientemente su propia vida"
[Blanco, 1985 (179) ].
Preguntarse por la "calidad de vida urbana", [Proshansky,
Fabian, 1986], es en realidad hacer muchas preguntas juntas, no
sólo una: ¿qué se entiende por calidad?, ¿cómo evaluar y
reconocer la calidad?, ¿qué indicadores espaciales de calidad
existen?, ¿qué actividades humanas aumentan o disminuyen la
calidad? etc. Para un psicólogo, hablar de calidad de vida urbana
remite a la evaluación de los efectos producidos por el
comportamiento humano en la ciudad, y de los producidos por la
ciudad (aspectos físicos parciales de la misma) sobre el
comportamiento humano. Hacerse la pregunta sobre la calidad de
vida urbana es, en realidad, hacerse la pregunta sobre el nivel
de desempeño de los individuos en el escenario urbano, y el grado
de adecuación de las características físicas del mismo a las
metas, planes y aspiraciones de los individuos.
Un primer elemento que debe destacarse consiste en la crítica a
los discursos estereotipados sobre la calidad de vida. En la
actualidad, se produce lo que con gran acierto un colega ha
denominado la retórica de la calidad de vida. Este universo de
discurso enfatiza aspectos parciales, síntomas que registran
modas de criterios de calidad de vida, que difícilmente son
sometidos a programas de evaluación. Uno de los ejemplos tomados
de la planificación y diseño de las ciudades con el que ilustrar
este aspecto de la retórica de la calidad de vida viene dado por
el tipo de diseño y ubicación de los espacios verdes. En
cualquier sistema de indicadores sociales de calidad de vida
urbana, se incluyen, de una u otra forma, el registro de los
espacios verdes por habitante (metros cuadrados per cápita,
especies por parque, tamaño de los mismos, etc.). De tal forma,
que una zona de la ciudad o una ciudad en su conjunto entra o
deja de formar parte de estándares ideales de la planificación
en base precisamente a la divulgación de datos de estas
características. Durante un cierto tiempo, se ha adoptado esta
prioridad en el diseño de nuevos espacios urbanos. Se han
diseñado jardines y parques sin valorar su ubicación, ni el
sentido, ni los pequeños detalles de uso, ... se han abierto
espacios verdes que, a los pocos meses de su inauguración son
verdaderos guetos urbanos. Se ha adoptado como solución hacer
frente a un síntoma, y no se ha pretendido recuperar un espacio
urbano. Se vende el verde urbano, y ello constituye una coartada
para no prestar atención a una propuesta más organizada dentro
de la ciudad: el verde para quién, para qué, para realizar qué
actividad, qué tipo de verde, etc.. Muchos otros ejemplos podrían
dar cuerpo a un tratado específico sobre la calidad de vida,
tomada en sus aspectos más retóricos, y la propaganda
inmobiliaria puede ofrecer muchas ideas al respecto. (Por no
hablar, por ejemplo de las perversas imágenes con las que se
venden automóviles).
Desde un punto de vista psicológico, de acuerdo con Canter
[Canter, 1988], la ciudad es un "lugar" o trama de lugares. Un
lugar se caracteriza por constituir no sólo una estructura
física, sino también por constituir el continente en el que se
desenvuelven los individuos. El rasgo más característico del
análisis estereotipado de los espacios urbanos es la
caracterización de éstos como lugares que presionan, que
dificultan la elaboración y puesta en marcha de dichos planes.
Para ser más precisos, y de acuerdo con la investigación
elaborada después de la publicación del artículo ya mencionado
de Milgram [Milgran, 1970], la adaptación a la sobrecarga, la
sobredemanda que caracteriza los espacios urbanos produce un
conjunto de costes adicionales que dificultan y en ocasiones
impiden la elaboración y puesta en marcha de los mismos. Cohen
[Cohen, 1978] sintetiza los supuestos básicos de la perspectiva
de la sobrecarga.
Un análisis del tipo y calidad de la vida urbana, requiere, desde
un punto de vista psicológico, y en el contexto de la ciudad
moderna, la referencia a indicadores y procesos que se basan en
una comprensión muy amplia del desempeño del individuo. Desde
este punto de vista, [Proshansky, Fabian, 1986 y otros autores],
debe sistematizarse la relación entre el individuo y el medio
urbano en base a cuatro aspectos básicos que caracterizan el
papel del individuo frente al medio físico: a) el individuo es
un organismo perceptor y sensitivo; b) el individuo es un sujeto
activo procesador y planificador de la acción; c) el individuo
es un activo participante y modificador del entorno, y d) el
individuo es un sujeto social. De esta forma, los modelos para
el análisis de la calidad del espacio urbano deben referirse a
estos cuatro dominios: la experiencia sensitiva del espacio
urbano, los usos y planes de acción posibles para las personas,
la capacidad de acción y transformación de las personas y los
grupos y las posibilidades de implicación y participación social.
Siguiendo la exposición de un trabajo anterior
[Corraliza, 1994], una de las más importantes conclusiones
extraídas de los diferentes modelos de análisis psicosocial de
la experiencia urbana consiste en el registro de indicadores de
la "fatiga" psicológica que produce la adaptación al tecnificado
entorno urbano.
La sintomatología de este proceso es considerada a partir de
conceptos como el de "sobrecarga informativa" de S. Milgram o el
más genérico del estrés. No es éste el momento ni el lugar de
entrar a describir la sintomatología asociada con el fenómeno del
estrés, porque en la Psicología Ambiental se cuenta con
excelentes monografías (véase, por ejemplo, [Evans, Stokols y
Krantz, 1986] o [Moser, 1994]). La persistente experiencia de
estrés o sobrecarga asociada a la vida en la ciudad tiene efectos
inmediatos (fatiga, sensación de alerta,...) y efectos
posteriores (secuelas producto de los costes adicionales que
produce la puesta en marcha de estrategias de coping -adaptación).
En expresión de R. Kaplan [Kaplan, 1983], las nuevas formas de
experiencia del espacio en la ciudad presentan múltiples síntomas
de incompatibilidad entre el individuo y el ambiente. Esta
incompatibilidad se produce por la contradicción entre las metas
e intenciones de acción de los individuos y los recursos y
posibilidades que ofrece el entorno. La presión de las
condiciones ambientales se traduce en una sintomatología compleja
cuyas más importantes manifestaciones son las siguientes: el
estrés ambiental, la activación, la sobrecarga informativa y el
sentimiento de falta de control. Estos cuatro aspectos, ya
señalados en otra ocasión [Corraliza, 1987], hacen más difícil
el establecimiento de congruencia entre las metas individuales
y las condiciones ambientales.
En conjunto, se ha supuesto en la investigación psicológica y
social sobre el espacio urbano la presencia de distintos factores
(densidad social, densidad espacial, ruido, aislamiento
estructural, etc.) que tienen efectos negativos sobre el
desenvolvimiento de las personas. Esto ocurre especialmente
cuando, por cualquiera de esas u otras causas, se producen tres
tipos de situaciones: aumento de la incertidumbre, aumento de la
impredictibilidad en un escenario y disminución de la capacidad
de control. Las consecuencias patológicas dependen, obviamente,
de la persistencia en la exposición a la acción de estos agentes
sobreestimuladores. Estas tres situaciones afectan a tres
conjuntos de necesidades básicas para el desenvolvimiento de los
sujetos: comprensión de un escenario y del papel en el mismo,
disminución del propio nivel de competencia y disminución de la
capacidad de control del propio desempeño y las incidencias del
escenario. Desde estos supuestos, se puede generalizar el
análisis de los efectos estresores de otras circunstancias de la
vida urbana que están caracterizados por exigir del individuo una
mayor capacidad de atención. En estas condiciones, las personas
pueden adaptarse, pero el problema central sigue siendo el
análisis de los costes de la adaptación.
Uno de los recursos espaciales de mayor interés para "restaurar"
el funcionamiento de los individuos está constituido por los
espacios libres urbanos, particularmente los parques y jardines,
las plazas y las calles. En el contexto de dicho discurso, se
propone el uso de los espacios libres urbanos como espacios
restauradores que permiten que el individuo se recupere de los
excesivos costes que produce la satisfacción de las demandas
producidas por el entorno urbano habitual y las actividades a él
ligadas. Aludiendo a esta perspectiva, se pretende subrayar la
importancia psicológica que tiene el equipamiento de jardines,
parques, plazas y, en general, espacios urbanos libres.
Las circunstancias y forma adquirida por la ciudad contemporánea
afecta también al comportamiento social. El propio Milgram ya
menciona la disminución del espíritu samaritano como uno de los
elementos que coadyuvan al ajuste con las condiciones de
sobrecarga urbana. Holahan [Holahan, 1982], en el capítulo
correspondiente al medio urbano, presenta una adecuada
sistematización de los efectos registrados sobre la conducta
social. Este autor que ha desarrollado diversos trabajos de
investigación sobre la importancia de las redes y contactos
sociales en los barrios de la ciudad (véase, por ejemplo,
[Holahan et al., 1978]; [Holahan y Moos, 1981]) hace un repaso
de trabajos de diversa índole donde se muestra la necesidad de
evaluar el diseño y el planeamiento urbano desde su relación con
el reforzamiento o aniquilación de las redes de apoyo social.
Para este autor, las condiciones de aislamiento y el efecto de
atomización producido por las condiciones de vida y distancia
espacial de la ciudad no son precisamente las mejores condiciones
para afrontar la sobredemanda de la vida urbana. Alude, como
ejemplo, al clásico estudio de Gans en el que este autor descubre
la importancia de las tendencias a la sociabilidad en un grupo
de residentes del West End de Boston, como el recurso más potente
para hacer frente a las dificultades y marginación espacial que
el grupo en su conjunto padece. Efectos similares se registran
en el estudio de satisfacción residencial de Amérigo
[Amérigo, 1990], y el informe de investigación sobre las
características de residentes en poblados chabolistas en Asturias
[Aragonés, Corraliza y Muñiz, 1991].
En este último estudio, se registra un alto nivel de cohesión
grupal (basado en lazos de parentesco, de procedencia geográfica,
etc.) entre los pobladores de estos asentamientos, obteniéndose
que el apego al lugar y a la red social son dos de los elementos
más importantes para definir su nivel de satisfacción. La
explicación de la importancia del apego en este tipo de grupos
urbanos reside en que son estos dos elementos los fundamentales
en torno a los cuales se forja y mantiene la propia identidad.
Puede decirse que la "autoidentidad es, en una gran parte, la
identidad del lugar" y de los que lo ocupan, tal y como señalan
Proshansky y Fabian [Proshansky, Fabian, 1986]. A esta capacidad
del ambiente social de ofrecer recursos para hacer frente a la
situación, se ha referido Stokols [Stokols, 1990] con la
denominación de las "propiedades socio-estructurales" de los
grupos y colectividades.
En párrafos anteriores se ha indicado la necesidad de construir
una ciudad adecuada a las necesidades de los pobladores. Esta
frase puede resultar en extremo ingenua si no se ofrecen algunas
de las orientaciones de intervención ambiental que se pueden
extraer de la investigación en el campo de la Psicología
Ambiental. La ciudad es una trama donde se concentran intereses
y posiciones divergentes; además esta trama abarca desde el
espacio privado por excelencia (la vivienda) hasta los amplios
espacios urbanos abiertos y, en fin, la totalidad molar del
asentamiento urbano. Calles, plazas, parques y todo recurso
espacial debe ser objeto de atención para corregir los déficits
y problemas que plantea la nueva realidad urbana. Intervenir
sobre la ciudad es uno de los recursos de mayor incidencia en el
cambio social. Las propuestas sobre la reordenación de la ciudad
son muy diversas y, en ocasiones, extraordinariamente
divergentes. Las prioridades incluyen tanto la modificación de
aspectos funcionales, como aspectos que afectan al paisaje
urbano. La intervención en la ciudad tiene dos aspectos
fundamentales; el primero de ellos se refiere a la movilización
de recursos espaciales "nuevos" para hacer frente a las
necesidades de las grandes concentraciones de población. El
segundo de los aspectos consite en la remodelación y renovación
de espacios existentes.
El primer elemento básico se centra en la necesidad de vivienda
accesible. Como primera consideración debe mencionarse la
necesidad de tener en cuenta no sólo la cantidad de recursos
espaciales movilizados o renovados, sino también el tipo, la
calidad y la necesidad que pretenden satisfacer. Un buen ejemplo
de la ausencia de esta consideración está constituido por el
debate público sobre la vivienda social en España. Desde este
punto de vista, el problema actual no se refiere sólo al número
de viviendas; también debe ser objeto la evaluación prospectiva
del modelo de vivienda y asentamiento residencial que se está
creando. En este sentido, debe profundizarse no sólo en las
grandes cifras de la vivienda social (aspecto casi exclusivo
sobre el que se centran las distintas campañas propagandísticas),
sino en los nuevos "espacios residenciales" que se van a crear,
las necesidades que pretenden cubrir, las características de sus
destinatarios, la vida social que pueden potenciar o destruir,
etc. Diseñar casas es algo más que diseñar espacio: supone
ordenar, estructurar pautas de vida social y condiciones de
desenvolvimiento psicológico. La historia del urbanismo reciente
está plagada de desastres en la planificación de la vivienda
(algunos se han mencionado anteriormente), de los que se debe
aprender y que no deben ser por más tiempo ignorados.
Además del problema de la ordenación y diseño de espacios
residenciales, la planificación urbana debe centrarse en cuatro
prioridades fundamentales que ya fueron mencionadas por Lynch
[Lynch, 1965]: conservar y revitalizar los centros antiguos,
promover la aparición de nuevos centros, prestar atención al
diseño, equipamiento y configuración de espacios libres (plazas,
parques, etc), y redefinir sendas en el interior de la ciudad.
Desde el punto de vista psicoambiental, no se puede definir cómo
han de ser las ciudades, pero sí definir aquellos elementos de
la trama urbana que afectan al desempeño de los individuos, y los
efectos que tienen sobre la vida social.
Desde la perspectiva psicosocial, el objetivo de la intervención
debe tener en cuenta las necesidades de los individuos en los
escenarios urbanos. El diseño y la planificación, de acuerdo con
lo escrito en otra ocasión [Corraliza, 1991], debe tener en
cuenta la necesidad fundamental de diseñar espacios que actúen
como "válvulas de seguridad", con el fin de disminuir la presión
que otros elementos de la trama urbana ejercen sobre los
individuos, sus metas y sus planes de acción. Es necesario, pues,
tomar como horizonte las motivaciones individuales muy
constreñidas por la dinámica urbana. Los estudios realizados por
distintos autores y en diferentes ámbitos (véase [Proshansky y
Fabian, 1986]; [Gehl, 1980]; [Corraliza, 1991]) permiten
definir algunas de las necesidades básicas que deben ser tenidas
en cuenta en el diseño y planificación y que a continuación se
recoge.
Con frecuencia se olvida la importancia del tamaño de los
espacios urbanos. Las investigaciones realizadas en el ámbito de
la psicología ecológica (véase, por ejemplo, la propuestas de
Wicker, [Wicker, 1979]), muestran la importancia de la escala
de los edificios y espacios abiertos. Esas investigaciones
sugieren la conveniencia de adecuar el tamaño a los usos
cotidianos, de manera que los sujetos tengan posibilidades de
interactuar con el medio construido, y no sólo quedar
sobrecogidos por él.
Una tercera necesidad procede de los problemas detectados a
partir del trabajo de Newman [Newman, 1972] sobre el "espacio
defensible". Se refiere a la necesidad de seguridad en un
escenario, y de responsabilidad en su mantenimiento. Las
investigaciones realizadas muestran la importancia del diseño y
la ordenación en la génesis de actitudes y comportamientos
positivos para el mantenimiento, cuidado y control de los
espacios semipúblicos, véase [Fernández, 1995].
No debe olvidarse que diseñar un espacio urbano es diseñar un
escenario social, un "lugar" en el sentido ya mencionado que le
da Canter. Debe poseer oportunidades para la acción. En un
trabajo previo [Corraliza, 1991] se ha destacado el problema de
la infrautilización de modernos espacios urbanos (plazas "duras"
o jardines). A partir de uno de los escasos estudios que sobre
esta temática se ha realizado en el campo de la Psicología
Ambiental [Whyte, 1972], se señala que las modernas plazas son
infrautilizadas porque están pobremente diseñadas como escenario
social, aunque en su organización y diseño recogan tendencias de
alto valor vanguardista. Se pregunta Whyte que lo que resulta
imprescindible para que una plaza se convierta en escenario
social es que tenga la propiedad de la sittability. La mejor
plaza para sentarse es con frecuencia la más simple: bancos,
paseos y lugares de cruce. Además, que la plaza se encuentre en
áreas que atraigan una variada clientela (vecinos de la zona,
visitantes, trabajadores, etc...). La presencia de otras
atracciones sociales (vendedores ambulantes, artistas, etc.)
refuerza aún más el carácter de "foro" abierto que han jugado los
espacios urbanos en las ciudades, particularmente en las ciudades
mediterráneas. Cuando esto no ocurre, los espacios libres urbanos
se convierten en un suburbio dentro de la ciudad, infrautilizado
y en constante deterioro. En este sentido, se destaca igualmente
la necesidad de promover actividades para ocupar espacios, para
usar los espacios urbanos, y no sólo diseñarlos.
Un aspecto que debe ser igualmente subrayado es el de la necesidad de satisfacción estética. Los juicios estéticos juegan un importante papel en el funcionamiento del individuo, y ello ha sido destacado por la investigación reciente en Psicología Ambiental. El debate sobre el diseño y la forma aquitectónica estará siempre presente -véase, por ejemplo, [Groat, 1988]. En este punto se quiere destacar la importancia de una serie de propiedades que deben tenerse en cuenta a la hora de diseñar espacios. En el diseño y la planificación se crean "paisajes urbanos", que tienen una gran importancia para la actuación e identificación del sujeto en la ciudad. En distintos trabajos se ha abordado la explicación psicológica del atractivo de paisajes urbanos (Herzog, 1989). Debe prestarse atención a la evaluación de los paisajes urbanos que se crean. La ciudad, particularmente la ciudad europea, no es sólo estructura y sistema funcional; es también paisaje, aunque ello haya sido descuidado en el pasado reciente. La investigación psicológica ha mostrado la relevancia para el atractivo estético de, al menos, las siguientes propiedades que se plantean en un continuum dicotómico: la propiedad de la coherencia-complejidad, misterio-legibilidad, identidad visual-familiaridad. Como apuntes provisionales para el diseño, debe destacarse la necesidad de diseñar paisajes con estas propiedades de mayor capacidad predictora del atractivo y en los que la intensidad de estas propiedades tenga un grado intermedio.
La ciudad, en su conjunto, constituye un gran laboratorio para
el análisis de las experiencias sociales, y para la elaboración
de propuestas de transformación social. En este capítulo se ha
intentado subrayar la importancia del análisis psicológico y
social del impacto de las transformaciones espaciales en el
funcionamiento psicológico. De hecho, se ha subrayado
insistentemente el impacto que en los modos de acción y estilos
de vida han tenido los cambios morfológicos y estructurales del
nuevo hábitat urbano. Se hace necesario estudiar los patrones de
calidad ambiental teniendo en cuenta no sólo los parámetros
objetivos de definición del espacio urbano, sino la experiencia
social que el hábitat urbano ha provocado. Igualmente, se ha
subrayado la necesidad de que las acciones de mejora de la
calidad ambiental, estén estrechamente vinculadas con las
acciones de promoción social.
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Fecha de referencia: 14-02-2001
Boletín CF+S > 15 -- Calidad de vida urbana: variedad, cohesión y medio ambiente > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n15/ajcor.html |
Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
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